COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

1 Jn 4, 7-10

1.

Una consideración exhortativa más por parte de Juan a su tema principal: el amor. Realmente nunca insistirá suficientemente sobre este punto central. Pero hay un rasgo nuevo: la motivación.

Conocer a Dios realmente es amar a los demás. Primero porque el conocimiento bíblico en general y joánico en particular es comunicación, práctica, don. Todo eso no basta con saberlo, sino hay que vivirlo. Dios es así, y ponerse en contacto con El es participar de ese modo de ser.

Dios es Amor. Es como una cuasi definición del ser de Dios. Analógica también, pues se toma como referente nuestro concepto del amor, pero muy profunda.

Amor real, palpable, histórico, costoso. No son elucubraciones, sino atención a la obra de Dios en la encarnación, vida, muerte y resurrección de su Hijo. Actividad total y absolutamente gratuita.

Nosotros nos damos cuenta de esta acción de Dios hacia nosotros. Por experiencia también gratuita. Si no la tenemos nos falta un elemento fundamental del cristianismo. Y... amor con amor se paga.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1988/28


2. A-H/A-DEO

"Si Dios nos ha amado tanto, nosotros"... ¿debemos a su vez amarle a El? No, nos dice Juan. Sino "debemos amarnos los unos a los otros". La respuesta al amor que Dios tiene a los hombres es el amor de éstos los unos a los otros. Es muy ilusorio querer responder a Dios, Porque ¿quién conoce realmente a Dios? Y es también muy presuntuoso, porque Dios nos ha entregado todo: su Hijo y su Espíritu. Esta generosidad desalienta toda respuesta; no nos resta más que recibirla, acogerla en toda su sobreabundancia. Pero se puede hacer revertir sobre estos seres tan visibles y tan reales como son nuestros hermanos de carne y sangre. Y si nosotros los amamos con un desinterés que sea eco del de Dios, es entonces cuando estamos en la línea de Dios. Yo creía dar la espalda a Dios cuando estaba entre los hombres. Pero resulta que es Dios quien me impulsa hacia ellos.

DABAR 1979/32


3.

En esta tercera sección de la carta (4, 7-5, 12), Juan propone el tercer criterio para conocer nuestra comunión con el Señor: la fe y el amor. Y aunque, a lo largo de este escrito, el autor ha hablado varias veces de ambas realidades, aquí profundiza mucho más haciéndonos ver la íntima relación existente entre ellas. El amor es objeto de la revelación y de la fe (esta afirmación la desarrollará en la perícopa de este domingo y en la del domingo que viene).

Debemos amar, porque Dios se reveló como amor (vs. 7-10). En los vs. 7-8 se asciende del amor cristiano a la fuente cristalina y original del mismo: "Dios es amor" (vs. 8-16). La exhortación a amarse como hermanos brota de la convicción de fe de que el Señor ha tomado la iniciativa de amarnos (v. 10; 4, 11...).

Nuestro amor es consecuencia de nuestro nacer de Dios. Así, según Juan, el mundo puede "filein", pero no "agapan" (Jn. 15, 19).

Nuestro amor tiene algo de divino. Amarse es dejar que obtenga su fin ese poder amoroso que brota del Señor.

Además, por nuestro amor podemos conocer si estamos en comunión con el Señor. El que ama conoce (=va descubriendo cada vez mejor qué es el Señor. El verbo en presente indica el carácter activo y progresivo del conocimiento). Por el contrario, en el que no ama nunca se inicia ese proceso de conocimiento.

-"Dios es amor". Esta es una de las grandes definiciones del Señor, según Juan. En los vs. 9-10 nos da la explicación. El autor no intenta darnos una definición abstracta y metafísica de Dios, sino que al contemplar su obra en el mundo, su modo de revelarse llega a la conclusión de que "Dios es amor". En la obra salvífica del Hijo se hace visible el amor de Dios. El Padre es esencialmente don, comunicación de sí mismo; amando al Hijo se comunica a El (Jn. 15, 9) y, a través de El, a los creyentes (Jn.17, 26).

En el sacrificio del Hijo único tenemos la manifestación suprema del amor de Dios hacia el mundo (Jn. 3, 16); por el sacrificio cruento de la cruz, Cristo expía los pecados de los hombres.

Dios, tomando la iniciativa, se nos ha comunicado a través de su Hijo, ¿cuál debe ser nuestra respuesta?

DABAR 1976/32


4.

El autor ha hablado ya del mandamiento decisivo, que resume todos los mandamiento y cuyo contenido es la fe en Jesucristo y el amor mutuo (3, 23). Después de ocuparse de la primera parte de este mandamiento (4, 1-6), pasa ahora a la segunda. Recoge en ella pensamientos ya expuestos pero avanza en su profundización.

El tema es, por tanto, el amor fraterno; pues Juan no pierde de vista un momento la situación de la comunidad cristiana. Por eso se refiere concretamente al amor fraterno, lo cual no excluye, sin embargo, la necesidad de amar al prójimo, aunque no sea cristiano. El amor, que debe ser el fundamento de la comunidad cristiana y su distintivo, procede de Dios, y no debe confundirse con aquel amor con que pueden amarse los hombres en el mundo. Los que aman como Dios ama son Hijos de Dios, vienen de Dios lo mismo que el amor que en ellos se manifiesta. Pero el que no ama de esta manera no tiene nada en común con Dios y tampoco puede conocerlo. El conocimiento de Dios es inseparable del amor que viene de Dios.

El que no ama no conoce a Dios porque Dios es Amor. En esto consiste su verdadera esencia. Si ya del amor humano puede afirmarse que sólo puede conocerlo el que ama y no se limita a hablar del amor, con más razón vale esto del amor que viene de Dios y del mismo Dios que es el Amor.

Ciertamente Dios había dado antes pruebas de su amor, pero sólo en Jesucristo nos da la prueba definitiva. Ahora conocemos que el amor no es sólo una propiedad más entre otras propiedades divinas, sino la misma esencia de Dios; pues nos da lo mejor que tiene y nos lo da sin reservas, nos da su "Hijo único".

Jesucristo es el Hijo, lo es como ningún hombre puede llegar a serlo; pues nadie ha venido y ha sido engendrado por Dios, el Padre, como los es él desde la eternidad. El Hijo de Dios da la vida que él ha recibido del Padre, a todos los que creen en él y en su misión. Por Jesucristo, el Hijo, también nosotros somos hijos de Dios y alcanzamos vida eterna.

A-D/GRATUIDAD: El amor que viene de Dios y se manifiesta plenamente en Jesucristo es amor desinteresado, porque es amor a los hombres precisamente cuando éstos eran aún enemigos de Dios. Fue entonces, en el momento preciso, cuando Jesucristo murió en sacrificio de propiciación por nuestros pecados. Por lo tanto, el amor de Dios no es la respuesta al amor que los hombres ya le teníamos, sino el principio del amor que debemos tenernos los unos a los otros; más aún, que debemos tener también a nuestros enemigos: pues el amor, que viene de Dios no se detiene ante el enemigo: antes, al contrario, demuestra una autenticidad y su trascendencia en el amor al enemigo.

EUCARISTÍA 1985/22


5.

En este fragmento tan conocido -el último de los que leemos- la primera carta de Juan nos hace llegar hasta la fuente del amor del creyente y de todo amor: Dios mismo. Dios es amor, es alguien que ama y nos ha mostrado que su amor es "con obras y según la verdad" (cfr. segunda lectura del domingo anterior): "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único".

La consecuencia de ello es clara: quien ama con un amor generoso y desinteresado como el que hemos conocido en Cristo, éste va entrando en el conocimiento de quién es Dios, es decir, va entrando en una relación personal y de comunión con El y se convierte en verdadero hijo.

Por tanto, el único modo de verificar si realmente somos hijos de Dios, si tenemos fe, es amar a los hermanos: "Amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios". Y siempre sabiendo que nuestras realizaciones no serán más que una aproximación al amor que Dios nos tiene, a El que "nos amó" primero, dándonos a nosotros esta capacidad.

JOSÉ ROCA
MISA DOMINICAL 1982/10


6. A/CONOCIMIENTO-D 

"El que ama conoce a Dios". Impregnémonos de este verbo "conocer", es decir, "con-nacer' o nacer con, hacerse uno con el otro. El amor es el gran lugar del conocimiento: cualquier experiencia amorosa así lo atestigua. Sólo conocemos al otro entregándonos a él y aceptando que él se entregue a nosotros.

Pocos son los que se conocen mutuamente, porque se reservan mucho, se encierran en sí mismos, no se atreven a confiarse el uno al otro el secreto de su corazón, tienen miedo a dejar que su intercambio arranque de la mismísima raíz, como tan perspicazmente lo describía Newman. Ahora bien, Dios nos conoce primero, porque se une a nosotros, nos confía la raíz de su ser, nos llama a sí para que seamos como él. Dios nos conoce desde el día en que nació-con-nosotros, al crearnos con su más íntimo aliento. Es muy cierto que el amor va unido al aliento... desde todos los puntos de vista. Nuestro corazón se pone a dar saltos, y ¡es Dios el que se mueve en nosotros! "El que ama conoce a Dios"... Experimenta a Dios en sí, y esa experiencia no tiene fin, pues "¡nunca se ama demasiado!". A los ojos de nuestra fe, el conocimiento de Dios está más allá de la razón, al nivel del corazón, en el éxtasis de la caridad. Ahí es donde conocemos a ese Dios que es vida infinita y no soledad cerrada.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 116


7.

Dios es amor

En este texto encontramos la gran afirmación: Dios es amor. El amor, eje del mensaje de Jesús y sentido último de toda su vida, no es sólo una virtud muy importante: es la misma esencia de Dios.

Eso tiene como consecuencia que la vida del creyente debe caracterizarse básicamente por el amor; si no, significa que realmente no es creyente, "no ha conocido a Dios". Y da pie a otra afirmación: que "todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (y aquí queda la duda de si el autor piensa en aquellos que, aun no siendo cristianos, también aman; de hecho, la frase da pie para afirmar que estos no cristianos también son hijos de Dios, han nacido de él y le conocen).

Todo esto es la consecuencia. Pero hay aún una cuesti6n más de fondo. Y es que el amor que los hombres podemos y debemos tener, no proviene de nosotros mismos. Nuestro amor a Dios y nuestro amor a los demás proviene de la iniciativa de Dios, que nos ha amado primero y nos lo ha mostrado en Jesucristo.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994/07


8. /1Jn/04/01-10

Este fragmento se puede dividir en dos partes: la primera vuelve a tomar una vez más los criterios para distinguir el espíritu de la verdad y el espíritu del error (vv 1-6). La segunda trata el tema del amor entre sí de los cristianos, y arraiga y cimenta este amor en el amor de Dios (7-10).

Apenas nos dice cosas nuevas en este fragmento. Tal vez la que sobresale, y que todos conocemos bien, es la afirmación de que Dios es amor. Es interesante el realismo que se entrevé. El autor no nos dice que él ya sabe lo que es el amor, al margen de la manifestación de Dios. Más bien, la manifestación del amor de Dios en Jesús es "primero", es anterior a toda otra idea de lo que es el amor. Ahora bien: a la luz de la entrega incondicional de Dios en Jesús -que no se reserva nada, y llega hasta el sacrificio y la sangre- descubre el autor de alguna manera lo que Dios es. Por eso encuentra que el amor de los hombres es un reflejo de Dios: «la caridad viene de Dios». Amar al hermano desinteresadamente, incondicionalmente -éste es el amor de Dios o el Dios que ama- es una muestra de que somos de Dios, de que hemos nacido de Dios y de que somos sus hijos.

Ahora bien: ser hijo de Dios comporta ser enviado a los hombres como víctima de propiciación de sus pecados. El amor de Dios que se manifiesta en el cristiano -como nos hizo ya ver antes la escuela joánica- no ahorra la muerte, ni el dolor, ni el sacrificio. Más bien se hace creíble sólo en la muerte y en el dolor y en el sacrificio. Sólo en estas muestras inequívocas se manifiesta la realidad de Dios, su amor.

Quizá no hemos acabado de aprender la lección del calvario: la vida sale de la muerte, la comunidad sale de la soledad, el amor sale del desamor, la gloria se manifiesta en la ignominia. La inadecuación de los medios hace más verosímil la realidad que manifiestan. En el fondo es la inadecuación de la encarnación. Por eso, «todo espíritu que confiese que Jesucristo ha venido ya en carne mortal es de Dios», y, en cambio, "todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no es de Dios" (2-3).

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 624 s.


9. /1Jn/04/07-21

Todos reconocen que la carta primera de Juan presenta la experiencia cristiana como una «concentración en aquello que es esencial». Es decir, la fe y el amor. El fragmento de la lectura de hoy nos habla largamente de la caridad como criterio fundamental de la experiencia cristiana, y lo podríamos dividir en dos partes: el amor de Dios, fundamento del amor cristiano (vv 7-10), y la caridad fraterna, manifestación del amor que es Dios mismo (11-21).

CON-D/A-H: Nos hemos familiarizado tanto con la lectura de estos textos que nos resulta difícil llegar a la profundidad que la caracteriza. Parémonos un momento a pensar el sentido de una afirmación capital: «Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (7). «El que no ama no conoce a Dios» (8). La afirmación no limita la experiencia del amor: «todo aquel que ama...» y, por otro lado, «todo aquel que no ama...». El amor ha sido convalidado. La utilización absoluta del verbo amar, sin complemento, hace que la realidad del amor sea ilimitada. Ahora bien: lo que sigue es todavía más profundo: "no conoce a Dios...", «ni siquiera ha comenzado a conocerlo» (que eso es lo que implica el aoristo del verbo ginosko). El Dios a quien «nadie ha visto nunca» (12) lo podemos conocer si amamos. Evidentemente el concepto de conocer a Dios es importante, y en la escuela joánica el conocimiento es un proceso lento y personal. El conocimiento no es un saber, no es una ciencia, es un fruto del amor incondicional: «si de esta manera nos amó Dios, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (11). Por eso, el que no ama no conoce a Dios, es ciego (cf. Jn 9,39-41). En cambio, el que ama, aunque no haya visto nunca a Dios, quizá sin saberlo, lo conocerá.

Ni el conocimiento sin amor tiene sentido alguno en esta descripción de la vida cristiana ni el amor sin conocimiento. Ahora bien: parece claro que si el conocimiento no lleva necesariamente al amor, en cambio el amor sí que llevará al conocimiento. La primacía la tiene el amor. Es lo que nos dice Pablo en la primera carta a los Corintios.

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 878


10 "Dios es Amor" (Pascua 6º, ciclo B)

Comentarios a la segunda lectura dominical

ROMA, viernes 11 mayo 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna "En la escuela de san Pablo..." ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 6º domingo de Pascua.

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Pedro Mendoza, LC

"Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados". 1Jn 4,7-10

Comentario

En este pasaje de la 1ª carta de san Juan de este 6º domingo de Pascua nos encontramos delante de una de las verdades más sublimes de la Revelación: "Dios es amor" y el comentario de la misma (4,7-10). La nueva sección de la carta que inicia en el primer versículo de este pasaje se une a la sección precedente 4,1-6 con una palabra nexo: "de Dios". Por ello resultará necesario exponer en qué consiste "ser de Dios".

Pero antes comencemos por el inicio de la frase: "Amados, amémonos". La primera palabra de este texto, henchido por completo del amor de Dios hacia nosotros, es "amados", sin especificar quién es el sujeto de esta acción verbal pasiva. Para resolver esta cuestión hay que tener en cuenta el contexto en que se encuentra y el uso del mismo término en otros pasajes de la carta (cf. 2,7; 3,21 y 4,1). En todos ellos se nos habla antes del amor de Dios hacia nosotros. Por consiguiente el significado completo de este vocativo es: "amados de Dios". Sólo de este modo se entiende la exhortación siguiente: "amémonos", la cual brota de una convicción de fe: "Puesto que sois amados de Dios, ¡amaos unos a otros!"

A continuación precisa el autor: el amor es "de Dios". No estamos todavía ante la suprema afirmación de la carta, que aparece en el versículo siguiente: "Dios es amor" (v.8). Tal afirmación se presupone aquí. El enunciado del v.7: "el amor es de Dios", es un peldaño para ello. Debemos, por tanto, amarnos unos a otros, porque el amor procede de Dios y une con Dios. El amor de Dios si es auténtico en nosotros producirá sus efectos: el amor mutuo. A continuación san Juan añade una razón más para vivir el precepto del amor: "...y porque todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios" (v.7b). No se trata solamente de vivir el precepto del amor de unos para con otros, como si se tratara de cumplir por parte nuestra la condición para que seamos hijos de Dios y podamos conocer a Dios. Más bien, este amarnos los unos a los otros es la señal de autenticidad de nuestra comunión con Dios: sólo así podremos estar en consonancia con lo que somos por parte de Dios.

En el v.8 el autor responde a la pregunta implícita de por qué el que no ama no conoce a Dios. La respuesta: porque Dios mismo es amor. Nadie puede alcanzar la comunión con Dios –"conociéndole"–, si no está en consonancia con la esencia de Dios, que es ser amor. Ahora bien, ¿qué significa que "Dios es amor"? Para entender correctamente esta afirmación, necesitamos tener presente la explicación que los vv.9 y 10 nos ofrecen. En primer lugar, el amor de Dios se ha manifestado en el envío de su Hijo unigénito (v.9). A ello se añade que esta entrega de su Hijo –a la muerte–, como expiación por nuestros pecados, ha sido totalmente gratuita e inmerecida por parte nuestra (v.10).

De lo dicho anteriormente se deduce que la afirmación de que Dios es amor no se refiere a cualesquiera muestras de amor que Dios nos haya dado. Se trata, más bien, de la máxima expresión de su amor. Por consiguiente, "Dios es amor" quiere decir: es el que ha entregado su Hijo a la muerte, en favor nuestro. "Dios es amor" significa: Dios es el amor que se nos ha manifestado en Cristo. "Dios es amor" quiere decir: Dios es amor como entrega. "Dios es amor" equivale a: Dios es donarse a sí mismo, el difundirse a sí mismo, aunque Él permanece siempre el mismo.

Por último añadimos una breve explicación del v.9: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él". Por un lado, san Juan coloca el amor de Dios en relación con nosotros, que somos los destinatarios de ese amor. Y, por otro lado, subraya que el amor de Dios se presenta ante el mundo. Dios envió su Hijo al mundo, para que nosotros pudiéramos nacer de Dios, para que nosotros pudiéramos "conocer" a Dios, para que nosotros tuviéramos comunión con Dios. Y esto significa: para que nosotros naciéramos del amor, y "conociéramos" al amor, porque en esto consiste precisamente la vida que merece ya realmente este nombre y que tiene en sí la promesa enunciada en 3,1.

Aplicación

Amarnos unos a otros, porque el amor es de Dios.

La liturgia de este 6º domingo de Pascua nos presenta textos sumamente elocuentes sobre una gran verdad de fe: Dios es amor. Nos encontramos en la cúspide de la Revelación. El Evangelio recoge las palabras consoladoras de Jesús en la última cena: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). En la 2ª lectura Juan afirma que "Dios es amor" (1Jn 4,8); y en la 1ª lectura de los Hechos de los apóstoles Pedro refiere que en Dios no hay acepción de personas (10,34), su amor es personal y universal: Él ha venido a salvar a todos y a cada hombre, sin distinción alguna.

En el relato del libro de los Hechos de los apóstoles, recogido en la 1ª lectura (10,25-27.34-35.44-48), descubrimos ese amor de Dios que, a través de sus enviados, va al encuentro de todo hombre que tiene el corazón abierto para acogerlo. Así lo confiesa san Pedro, que es llevado por una revelación a un pagano, Cornelio el centurión, para comunicarle el gran don de la salvación que Dios ofrece: "Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato" (vv.34-35). Ese encuentro concluirá felizmente con el bautismo de este pagano y de todos los ahí presentes, quienes entrarán a formar parte de los hijos de Dios: "Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra... Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo" (vv.44.48).

En el pasaje del Evangelio (Jn 15,9-17) se nos revela que el amor viene del Padre, pasa a través del corazón de Jesús y llega hasta nosotros: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros" (v.9). No podemos pretender ser nosotros la fuente del amor. La verdadera fuente del amor es Dios. Jesús mismo es consciente de recibir el amor del Padre y de ser sólo el mediador de este amor, aquel que lo debe comunicar. Y Él transmite a nosotros este amor de modo muy activo: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (v.13). Esto es lo que Él mismo ha hecho.

Al igual que los otros pasajes, la lectura de la 1ª carta de san Juan de este domingo (4,7-10) gira en torno a esta sublime verdad: "Dios es amor" (v.8). El autor de la carta nos revela así que Dios no es esa figura que el hombre equivocadamente puede formarse de Él: un juez intransigente, un tirano. Dios es generosidad absoluta, benevolencia infinita. Para dar testimonio de la autenticidad del amor de Dios para con nosotros Él no dudó en entregarnos a su propio Hijo: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él" (v.9). A este Dios, que es amor, y que nos llama a esta unión de amor con Él, correspondámosle con nuestra gratitud. Ofrezcámosle, además, nuestra entrega total a Él en la realización de la vocación en la que nos ha llamado a servirle. Y, finalmente, hagamos que nuestro amor a Él se exprese en ese "amarnos unos a otros, porque el amor es de Dios".

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