REFLEXIONES

 

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Con gritos de júbilo, anunciadlo y proclamadlo; publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: “El Señor ha redimido a su pueblo”. Aleluya» (Is 48,20).

Colecta (compuesta con textos del Veronense y del Gelasiano): «Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado; y que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras».

Ofertorio (textos del Veronense y del Sacramentario de Bérgamo): «Que nuestra oración, Señor, y nuestras ofrendas sean gratas en tu presencia, para que así, purificados por tu gracia, podamos participar más dignamente en los sacramentos de tu amor».

Comunión: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” –dice el Señor–. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,15-16).

Postcomunión (del Gelasiano): «Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas».

Ciclo A

La gran promesa que nos hizo Cristo fue el envío del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, don del Padre a los que por la fe y el amor se entregan a Cristo. Es también el Espíritu de Verdad, fuente de vida y de santidad para toda la Iglesia.

Hechos 8,5-8.14-17: Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo. La jerarquía eclesial es el órgano sacramental que nos garantiza la donación y la presencia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. San Basilio afirma:

«Hacia el Espíritu Santo dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación, hacia Él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa y su soplo es para ellos una manga de riego que los ayuda en la consecución de su fin propio. Fuente de santificación, Luz de nuestra inteligencia, Él es quien da, de Sí mismo, una especie de claridad a nuestra razón natural para que conozca la verdad. Inaccesible por naturaleza, se hace accesible por su bondad; todo lo dirige con su poder, pero se comunica solamente a los que son dignos de ellos, y no a todos en la misma medida, sino que distribuye sus dones en proporción a la fe de cada uno. (Sobre el Espíritu Santo 9,22-23).

–Con el Salmo 65 proclamamos llenos de gozo: «Aclamad al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria...»

1 Pedro 3,15-18: Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu. El don del Espíritu Santo no es sino el mismo Espíritu de Cristo (ROM 8,9), que a Él lo glorificó en su Resurrección y a nosotros nos santifica y nos injerta en su Cuerpo místico. Toda nuestra vida ha de ser un himno de alabanza y de acción de gracias a Cristo, que nos otorga tantos bienes materiales y espirituales. Casiano dice:

«Debemos expresarle nuestro agradecimiento, porque nos inspira secretamente la compunción de nuestras faltas y negligencias; porque se digna visitarnos con castigos saludables; por atraernos muchas veces, a pesar nuestro, al buen camino; por dirigir nuestro albedrío, a fin de que podamos cosechar mejores  frutos, aunque nuestra tendencia hacia el mal sea tan acusada. Porque se digna, en fin, orientar esa tendencia y cambiarla, merced a saludables sugestiones, hacia la senda de la virtud» (Instituciones 12,18).

Juan 14,15-21: Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor. Oigamos a San Basilio:

 «Se le llama Espíritu porque Dios es Espíritu (Jn 4, 24), y Cristo Señor es el espíritu de nuestro rostro (Alm. 4,20). Le llamamos santo como el Padre es santo y santo el Hijo. La criatura recibe la santificación de otro, mas para el Espíritu la santidad es elemento esencial de su naturaleza. Él no es santificado, sino santificante. Lo llamamos bueno como el Padre es bueno y bueno aquel que ha nacido del Padre bueno; tiene la bondad por esencia. Él es, sin embargo, el Señor Dios, porque es verdad y justicia y no sabrá desviarse ni doblegarse, en razón de la inmutabilidad de su naturaleza. Es llamado Paráclito como el Unigénito, según la palabra de éste: “Yo rogaré al Padre y él os enviará otro Paráclito” (Jn 14,16).

«Así, los nombres que se refieren al Padre y al Hijo son comunes al Espíritu, que recibe otras apelaciones diversas en razón de su identidad de naturaleza con el Padre y el Hijo, ¿de dónde le  vendría si no, su identidad?... ¿Cuáles son sus operaciones? De una grandeza insuperable, una multitud innumerable...» (Tratado del Espíritu Santo 19).


 

1.FE/LIBERACIÓN  Jn 13. 34-35.

La validación de las creencias cristianas por la praxis no es un invento arbitrario y reciente de los teólogos actuales. Se halla postulada ya en el evangelio, singularmente en aquella palabra de Jesús que hace del amor el criterio de discernimiento de la fidelidad a él: "amaos los unos a los otros como yo os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos" (Jn 13. 34-35). La realidad del amor fraterno aporta algo así como una verificación en el sentido epistemológico del término: "la presencia operante del amor muestra verdadero al cristianismo, su ausencia hace dudar de él como falso".

La comprobación, hecha por los propios marxistas, de que el cristianismo en su origen se diferencia de las demás religiones por haber sido una religión de oprimidos, no de opresores, le aporta ya alguna credibilidad específica, al menos en el sentido de que originalmente la fe cristiana no fue un instrumento de dominio, sino expresión de un anhelo de libertad. Si en su fuente misma la tradición cristiana apareciera al servicio de la explotación, como ideario de un grupo dominante, ese solo hecho bastaría para invalidarla. Su estructura originaria, en constelación con la busca de la libertad de un pueblo y de unos grupos sociales torturados, abre la posibilidad de que la fe cristiana todavía hoy tome cuerpo en una praxis liberadora que en algún sentido la valide.

ALFREDO FIERRO
EL EVANGELIO BELIGERANTE
Verbo Divino/Estella 1947/págs. 457ss


2. ES/EPICLESIS  I/MISION.

En el evangelio Jesús promete a sus discípulos el envío del Espíritu, como lenitivo a la tristeza que percibe en ellos por el anuncio de su inminente partida. Viene a decirles que su "paso al Padre" no significa "vacío" ni "ausencia". Su presencia entre los suyos está asegurada aún después de su marcha: "No os dejaré desamparados, volveré... Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros". Esta promesa viene a renglón seguido de la afirmación: "Yo pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros". Hay conexión entre ambas promesas.

En efecto, la función del Espíritu Santo en la etapa presente de la Historia no es hacer las veces de Cristo ni llevar a término su obra. Él no es el sucesor de Cristo, sino su representante (en el sentido fuerte de la palabra): el encargado de asegurar la presencia permanente de la Persona de Cristo en su Iglesia y de que su obra de salvación vaya siendo interiorizada y asimilada por sus seguidores. Gracias al Espíritu, la resurrección ha significado para Jesús la posibilidad de una forma nueva, más profunda y perfecta, de hacerse presente a los suyos.

Quizás haya lugar para insistir, al hilo de las reflexiones precedentes, en lo que significa de seguridad para la Iglesia esta promesa del "Otro Defensor". La primera lectura nos ofrece también un punto de apoyo para ello (narra como una Pentecostés en miniatura, que viene a sellar la fundación de la Iglesia en Samaría), La Iglesia sabe que depende enteramente del Espíritu para cumplir su misión entre los hombres. De ahí la presencia, explícita o implícita, de una epiclesis o invocación al E. S. en toda celebración sacramental.

-El Espíritu que empuja a la misión

Son sintomáticas las dos alusiones al E.S. en la primera lectura, que narra la primera expansión misionera de la Iglesia, en la comunidad "herética" de Samaría, fuera de los confines del judaísmo. Vemos a Felipe, conducido por el E.S., dar testimonio de la Resurrección con la fuerza del E. que recibiera por la imposición de las manos. Por otra parte, para san Pedro (segunda lectura) dar testimonio de la fe, "dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pidiere" y proclamar el misterio pascual vienen a ser casi sinónimos. El Señor resucitado es la única razón de vivir de los creyentes. En la colecta pedimos poder "manifestar en nuestras obras los misterios que estamos celebrando en estos días de alegría en honor de Cristo resucitado".

IGNACIO OÑATIBIA
MISA DOMINICAL 1990/11


3. I/PERSECUCION:

EL PROCESO A LA IGLESIA Y LA INTERVENCIÓN DEL PARÁCLITO

Durante toda su historia, la Iglesia será acusada por los hombres, como lo fue el propio Jesús. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo y encarna la sabiduría de Dios. Por ello, tiene que sufrir inevitablemente los ataques del hombre pecador. Este busca acusaciones contra la Iglesia, por los mismos motivos que las buscó contra Jesús. Y, como Jesús, la Iglesia viene a los suyos, pero los suyos no la reciben. Aceptar a la Iglesia como enviada de Dios es aceptar el plan divino de reconciliación en el Reino. Una aceptación así implica el renunciar por completo al pecado.

Pero la Iglesia no debe temer el asalto del mundo pecador, como tampoco Jesús le temió durante su proceso, ya que sabe que puede contar con la defensa del Paráclito. La Iglesia da favorable acogida al verdadero diálogo de Dios y el hombre; es el lugar privilegiado de la acción del Espíritu. Y esto, hasta el fin de los tiempos. El Espíritu Santo "argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (/Jn/16/08-11). ¿Qué quiere decir esto? Una vez que Cristo hubo resucitado, manifestó que el hombre había sido justificado por medio de su obediencia hasta la muerte en la cruz. El pecado se muestra como una desobediencia a Dios, condenada definitivamente por la actitud de Cristo. Ahora bien: el acontecimiento pascual se actualiza constantemente en la Iglesia. De ahí la intervención permanente del Paráclito.

Sin embargo, el cristiano no debe engañarse. El proceso entablado contra la Iglesia, del que hablamos aquí, es el proceso entablado por el hombre pecador contra la Iglesia "santa". Ahora bien: nosotros sabemos que si bien la Iglesia es santa, ninguno de sus miembros lo es; mientras vivan en este mundo, todo son pecadores. Es verdad que a los cristianos les alcanza también inevitablemente el proceso hecho a la Iglesia, pero deben tratar siempre de evitar de identificarse con ella. En un proceso hay siempre acusadores y acusados. En realidad, los mismos cristianos se encuentran también del lado de la acusación, y los no cristianos están también en el banco de los acusados. Esto no hay que olvidarlo nunca.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 250


4.

El traslado de la fiesta de la Ascensión al domingo séptimo de Pascua provoca un cambio en las lecturas que el leccionario atribuye al domingo sexto. El leccionario ya indica que "donde se celebra la Ascensión del Señor el domingo siguiente, en el domingo sexto se pueden leer la segunda lectura y el evangelio correspondientes al domingo séptimo".

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5.

-HACIA LA PLENITUD DE LA PASCUA

En las dos semanas que quedan de Pascua, el Señor Resucitado nos prepara para vivir el misterio de su «ausencia». Nosotros pertenecemos a las generaciones que ya desde el principio merecieron la «bienaventuranza» de los que, como Cristo le dijo a Tomás, «creen sin haber visto».

Una primera respuesta a esta situación es que Cristo mismo, a pesar de que no le vemos, porque está en estado glorioso, sigue estándonos presente: a pesar de que «vuelve» al Padre, sin embargo «no os dejaré desamparados», «yo sigo viviendo», «yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros». Recordemos que las palabras de despedida el día de la Ascensión serán: «Yo estoy con vosotros todos los días».

Es una buena ocasión -como lo ha sido todo el tiempo pascual- para insistir en la gozosa convicción de que Cristo no nos está lejos, sino entrañablemente cercano, según su promesa: en la comunidad, en su Palabra, en sus sacramentos, de modo particular en su Eucaristía, y también en la persona del pr6jimo.

-EL ESPÍRITU, EL MEJOR REGALO DEL RESUCITADO

Pero hoy empieza a adquirir relieve otro protagonista que llena y da sentido a esta aparente ausencia de Cristo: El nos da su Espíritu.

Ya aparece en la 1ª lectura, cuando los creyentes de Samaria reciben el Espíritu por medio de los apóstoles en lo que hoy llamamos la Confirmación, que completa el Bautismo. En la 2ª, Pedro nos asegura que Cristo bajó a la muerte «pero volvió a la vida por el Espíritu».

Y por fin, Jesús en la última cena promete a los suyos el Espíritu como «defensor», «Espíritu de la verdad», un «Espíritu que esté siempre con vosotros», "que vive con vosotros y está con vosotros".

En estas últimas semanas conviene que acentuemos este protagonismo del Espíritu en la vida de la Iglesia. No tanto como preparación a una fiesta nueva o independiente, sino como dimensión esencial de la Pascua. La Iglesia es algo más que una organización social. Su misterio interior se basa sobre todo en la presencia del Resucitado y la acción vivificadora del Espíritu. El Espíritu, el mejor don del Señor Resucitado a su comunidad, el que la anima y la lleva a la plenitud del amor y la verdad. El Espíritu, «Señor y dador de vida».

-UNA COMUNIDAD LLENA DE ESPÍRITU

Estas convicciones teológicas se tienen que traducir en la imagen que presenta la comunidad eclesial: comunidad de Cristo y del Espíritu. Siguiendo los «filones» que hayamos destacado a lo largo de la Pascua, se puede ejemplificar en estas direcciones.

a) La comunidad de Jesús ha recibido de El la riqueza de los ministerios: hoy aparecen los diáconos predicando y bautizando, y luego los apóstoles expresando más plenamente el don del Espíritu y la agregación a la Iglesia.

b) Todo ello en medio de una comunidad que se siente misionera, evangelizadora y sacramental. En este tiempo pascual la comunidad habrá tenido la experiencia de los bautizos, las confirmaciones -con la significativa visita del obispo a las parroquias- y ojalá también ordenaciones, que supondrían nuevos ministros para bien de todos. Una comunidad rica en dones, todos ellos recibidos de Cristo y animados por su Espíritu. Comunidad llena de esperanza y alegría, como la de los samaritanos. No conformista, trabajadora, misionera, testimonial.

c) Esto supone también un crecimiento en la vida pascual de cada cristiano. La carta de Pedro invita a sus lectores a que mantengan firme su fidelidad y a que tengan ánimos. Buena palabra para los cristianos de ahora, que también vivimos en un mundo difícil. Ya en aquel tiempo había contradicción entre los criterios del evangelio y los de la sociedad, además de trabas y persecuciones. Pedro les propone un modelo que les anima a la perseverancia: el mismo Cristo Jesús, que fue objeto también de persecución y fue llevado a la muerte por su testimonio de la verdad. Pero resucitó y ahora triunfa en su nueva existencia.

Tal vez el mejor testimonio que podemos dar los cristianos a la sociedad de hoy es la esperanza, la visión positiva de la vida, el aprecio a los valores auténticos: que estemos prontos, como dice Pedro a los suyos, «a dar razón de vuestra esperanza al que os la pidiere».

En el ámbito de la familia o de las actividades profesionales, un cristiano que se ha dejado contagiar por la Pascua de Cristo, es testigo de su novedad y su alegría dinámica. Testigo de que el Espíritu sigue actuando, y por tanto de que es posible este milagro: una Iglesia y una sociedad más «pascuales».

Nos reunimos para celebrar la Eucaristía, en torno al Resucitado y movidos por su Espíritu: para poder luego vivir su vida pascual en medio del mundo.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993/07


6. ES/MISION

DEFENSORES DE LA VERDAD

El Espíritu, del que se nos habla en el evangelio de este sexto domingo de Pascua tiene una doble función: en el interior de la comunidad mantiene vivo e interpreta el mensaje evangélico, al exterior da seguridad al fiel en su confrontación con el mundo, ayudándole a interpretar el sentido de la historia.

Lo que fue Jesús, para sus discípulos durante la vida pública, es ahora misión permanente del Espíritu en la Iglesia: testimoniar la presencia operativa de Dios en el mundo. Los que están llenos de Espíritu, tienen la visión y conocimiento pleno de la verdad, que es Jesús. Los hombres espirituales son siempre una crítica radical para los que tienen solamente espíritu mundano, pues la verdad de arriba se contrapone con la mentira de abajo.

Jesús promete enviar el Espíritu de la verdad. Ante la confusión de tanto discurso erróneo y el espejismo de valores mentirosos, es urgente defender la verdad y encontrar caminos para que brille. Muchos, como Pilatos, repiten la vieja pregunta: ¿qué es la verdad?

La verdad es conocimiento y exactitud a las ambigüedades y el error. Es libertad interior frente a la dictadura de doctrinas fáciles. Es fortaleza serena al apresuramiento de la incertidumbre. Es sencillez espiritual frente al oropel de la falsa retórica. Es luz del bien frente a la ceguera de la malicia. Es principio de toda perfección, evidencia pacífica del misterio de lo eterno, alma de la historia individual y colectiva.

ANDRÉS Pardo


7. Para orar con la liturgia

El Espíritu Santo, que procede de ti, Señor,
ilumine nuestras mentes
y nos dé a conocer toda la verdad
como lo prometió Jesucristo tu Hijo;

haciendo morada en nosotros
nos convierta en templos de su gloria;

nos haga ante el mundo
testigos valientes del Evangelio;

y nos lleve a la unidad de la fe
y nos fortalezca con su amor;

así contribuiremos a que la Iglesia, Cuerpo de Cristo,
alcance su plenitud.

Oraciones colecta de la Confirmación


8. ES/INHABITACION

¡Envíanos el Espíritu de fortaleza, a fin de combatir, en nosotros y en torno de nosotros, valerosamente contra el mal!.

¡Envíanos el Espíritu de intrepidez, con el que los apóstoles comparecieron ante reyes y gobernantes y te confesaron!.

¡Envíanos el Espíritu de paciencia, a fin de que en todas nuestras pruebas nos mostremos como fieles siervos tuyos!.

¡Envíanos el Espíritu de alegría, a fin de sentimos dichosos de ser hijos del Padre del cielo!. Y, finalmente,

¡Envíanos el Espíritu Santo, Paráclito (consolador), a fin de no desfallecer en este mundo, sino que nos alegremos de tu divina cercanía!,

¡Qué nos alegremos de tu divina cercanía! "No os dejaré huérfanos". Yo estaré con vosotros de manera nueva y misteriosa; de una manera que es más que la presencia personal, limitada por tiempo y espacio, en que sólo puede obrarse desde fuera. Por eso os conviene que me vaya, pues entonces os podré mandar el nuevo consolador, que estará y obrará en vosotros, el Espíritu de la verdad, al que el mundo no ve ni conoce; pero vosotros lo conoceréis. Él permanecerá y morará en vosotros. El mundo no me verá ya más, pero vosotros me veréis, "porque yo vivo y vosotros viviréis". Una y otra cosa, profecía y promesa, son realidad y están estrechamente unidas. Ni una ni otra debemos perder de vista. ¿Qué se nos dice, acerca de este "estar con nosotros", acerca de esta presencia, este nuevo asistente y consolador?

Se trata, primeramente, de una presencia interior y personal que tal vez llamaríamos mejor presencia íntima. No es aquella presencia universal. que llena cielo y tierra y en que piensa el apóstol cuando dice: "En Él vivimos, nos movemos y somos'. No es sólo aquella presencia que conmovía al cantor orante del salmo 138: "¿Adónde podré ir lejos de tu aliento? ¿Adónde de tu faz huir podría? Si a los cielos me subo, allí te encuentro; si con los muertos duermo, estás presente. Si tomare las alas de la aurora y en los lindes del mar a vivir fuere, allí también me llevará tu diestra, y me asirá tu mano".

Aquí se trata de otra presencia, totalmente personal e íntima. Una presencia personal de conocimiento y amor, como de amigo con amigo, un "morar" en medio de nuestro corazón, en el fondo de nuestra alma, en el hondón oculto de nuestro ser. Una presencia que nos hace en cuerpo y alma templos del Espíritu santo. Esta presencia no depende de nuestro sentimiento, ni de nuestro estado de salud ni de la temperatura o clima variable de nuestra alma. Es una realidad, aunque no nos percatemos de ella. Es desde luego objeto de fe. Mas cuando hoy nos dice la psicología, la ciencia del alma, que hay en el hombre profundidades ocultas, a que no llega ya la conciencia y que, no obstante, determinan con otros factores todo nuestro vivir, pensar y querer, las profundidades psíquicas inconscientes de que vivimos: cuando decimos, que tales cosas nos dice la psicología, ya no es tan difícil pasar de ahí a creer, que aún es más hondo y más íntimo el habitar y obrar del Espíritu divino en nosotros. A pesar de ser oculta, esta presencia es perceptible y experimentable. "Él permanecerá y obrará en vosotros". Aunque personalmente permanece oculta, como "el rey de la cámara oscura", sus efectos son perceptibles y verificabIes. Basta para ello que nos abramos y prestemos atención.

Estamos tan derramados y somos tan solicitados hacia lo exterior, tan fascinados por lo que hiere nuestros sentidos, que pensamos perder algo aun cuando se trate de mirar u oír dentro de nosotros mismos. Estamos tan aturdidos del ruido que reina en torno nuestro y dentro de nosotros, que no percibimos la voz suave, la llamada susurrante del Espíritu de Dios. Las luces chillonas nos deslumbran de forma que no vemos la luz fina y delicada que hay, para guiamos, dentro de nosotros mismos. El Espíritu de Dios en nosotros no obra justamente aquello a que estamos de ordinario acostumbrados y que, aun sin caer en la cuenta, esperamos también aquí: Que se nos subyugue, deslumbre y arrastre. No, el Espíritu de Dios nos deja intacta la libertad y con ella, también la responsabilidad de la determinación y del propio esfuerzo. No miremos en dirección falsa, no busquemos en lugar y de modo falsos, no aguardemos nada falso.

Y entonces podremos verificar que El está aquí, está con nosotros, obra en nosotros, como espíritu de fe en medio de la duda y confusión, como fuerza en la flaqueza, como espíritu de alegría en medio de las lágrimas y tristeza, como última seguridad secreta entre el desfallecimiento y congojas de todo linaje. Él nos consuela y fortalece y guía, nos sostiene y ayuda, ora dentro de nosotros con gemidos inenarrables, cuando nuestras palabras fallan; Él, consolador está allí ayudando a nuestra debilidad. ¡Gocemos de esta cercanía, de esta intimidad divina!.

JESÚS CORAZÓN DEL DIOS VIVIENTE

Si nos damos cuenta de la cantidad de miseria e injusticia que hoy se acumula en el mundo, una amarga pregunta surge en nosotros o, por lo menos, una secreta desconfianza: ¿Tiene Dios corazón para el hombre?

Ésta es la verdadera pregunta que hacemos a Dios. Confesamos fácilmente que es santo, glorioso, poderoso y grande. Pero sólo le podemos amar, si tiene corazón para el hombre, si realmente nos ama. Y no sólo a los hombres en general, sino a cada uno en particular. La naturaleza revela la grandeza y gloria del Creador; pero también su terribilidad, su enigma y ocultamiento. Pero ¿qué es el hombre, qué es la humanidad entera dentro de la naturaleza y del universo?. Menos que un gusanillo, que pisamos, sin notarlo, en nuestro camino.

También en la historia descubrirnos, aunque oscuramente, un poder que la rige y dirige: pero ¿qué es la vida del individuo y aun la vida de pueblos enteros dentro de los milenios de la historia ante aquel que la dirige? Así hay grandes catástrofes, leyes férreas e inexorables, pero no corazón. La existencia de un Dios vivo que tenga corazón para los hombres, la conocemos sólo por la revelación y sobre todo por Jesucristo. En Él se hizo literalmente verdad que Dios tomó un corazón humano, un corazón de sangre cálida, palpitante, un corazón de hombre con temores y esperanzas, del que se dice haberse conmovido de compasión al ver a la madre que llevaba a enterrar a su hijo único; un corazón del que salió aquellas palabras: «Tengo lástima de esta muchedumbre. . .» Que temblaba y desfallecía, cuando tenía ante sí lo terrible, el dolor y la muerte. Un corazón que amaba a los pecadores. Un corazón, en fin, que se rompió en la cruz y que fue taladrado por la lanza. Cristo que vino no a dominar, ni siquiera solamente a. enseñar, sino a dar su vida en rescate por los muchos.

Se ha hablado mucho y aún se habla actualmente de una fe en Dios sin Cristo, de una «credibilidad en Dios», que no necesita de Cristo. Un Dios sin Cristo, es algo así como quedarnos en manos del destino y el destino no tiene corazón ni entrañas. Acaso nos quedara el Dios ante quien los pueblos son como gotas de agua en el mar, pero no un Dios a quien podamos hablar y tratar de tú y en cuyas manos nos podamos entregar; un Dios de quien sabemos que nos oye y se cuida de nosotros. Gracias a Jesús podemos llamar a Dios Padre. Gracias a Jesús podemos conocer el corazón viviente de Dios.

I. Asensio Alvarez