32 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DE PASCUA
1-10

1. A/NOVEDAD:

En el discurso de despedida, en un contexto de complot, traición, pesadumbre, tinieblas, Jesús deja a sus amigos un mandamiento: el del amor. Es necesario eliminar enseguida de la palabra "mandamiento" todo lo que puede hacer referencia, en nuestros oídos, a un algo de legalístico o de coacción. No se trata de aplicar una norma del código, sino de entrar libremente en comunión, a través de El, con el padre y con los hermanos.

Este mandamiento tiene tres características:

- es nuevo
- se vive imitando el amor de Jesús
- constituye un signo distintivo del cristiano.

El amor, pues, asume un carácter de novedad. Es más, es la verdadera novedad. El odio, la venganza, la violencia, la indiferencia, el egoísmo: son todas cosas viejas, pasadas de moda, y nos hacen envejecer y hacen envejecer al mundo. Son noticias requetesabidas, acciones "repetitivas", que no hacen progresar al mundo.

Sólo el amor es nuevo, inédito, capaz de crear, inventar situaciones nuevas, transformar radicalmente una realidad. El amor constituye el elemento sospecha, lo "nunca visto" que determina el verdadero progreso.

Por otra parte, nuestro amor debe modelarse sobre el amor de Cristo. "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado". El mandamiento de Cristo es nuevo, no en oposición al antiguo testamento (donde se enseña el amor al prójimo e incluso al extranjero), sino porque pone a la persona de Jesús, su amor "loco" hacia los hombres, como paradigma del amor que debe ser la impronta de las relaciones entre nosotros.

J/A-GRATUIDAD: Pero el amor de Cristo es un amor que se traduce en el don de sí, en el no pertenecerse, en el ser-para-los-demás. El, más que darnos cosas, se nos ha dado a sí mismo. Su amor es un amor gratuito, sin motivo. Es inútil buscar una causa al amor de Dios en las cualidades del hombre. Con Cristo se revela un amor que no se deja determinar por el valor de su objeto, sino solamente por la propia naturaleza divina. El amor de Dios no se deja condicionar y ni siquiera imponer límites por malos comportamientos del hombre. "El hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos" (Mt 5,45). Cristo no nos ama porque seamos virtuosos, buenos, personas decentes, merecedoras, sino que amándonos nos hace buenos. J/A-CREADOR: Su amor, en suma, es un amor creativo. Dios no ama lo que, en sí, es digno de amor. Sino que, amando, confiere valor al objeto de su amor.

Con otras palabras: lo que en sí está privado de valor, adquiere valor convirtiéndose en objeto del amor divino. Dios no me ama porque valga algo, tenga cualidades, méritos. Sino que me hago precioso porque él me ama. El amor no constata valores. ¡Los crea! No los verifica, no hace inventario de ellos. ¡Los produce! Da valor amando. El amor es un principio creativo de valores.

Con frecuencia, por otra parte, nuestro amor, más que ser creativo, resulta reactivo (quiero decir, nos dejamos condicionar por los comportamientos ajenos: si aquél es simpático, digno de estima, me trata bien, es educado, generoso conmigo, también yo lo quiero). Es respuesta más que propuesta.

El verdadero amor cristiano, por el contrario, es un amor creativo, que toma la iniciativa, lanza un desafío, independientemente de las posturas ajenas en relación a nosotros.

A/IDENTIDAD-CR: Finalmente, la caridad es la verdadera divisa del cristiano. Lo que le hace reconocer en cuanto tal. El cristiano posee un signo característico fundamental. No es un observante, uno que va a la iglesia, uno que hace limosnas, uno que recita el credo. Es esencialmente uno que ama. La caridad se convierte en palabra clave, definitiva, del lenguaje cristiano, que de otra manera se hace indescifrable. Sin la presencia de la caridad, sin su preciosa autentificación, las otras palabras del vocabulario no tienen valor alguno, no tienen significado. Son términos sin curso legal. "Podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor no soy más que un metal que resuena" (/1Co/13/01).

La caridad es el mensaje fundamental que el cristiano debe transmitir durante su jornada. Faltando este mensaje, aunque uno haya hablado el día entero, no ha dicho nada. Y, de todos modos, los otros no han entendido nada. "Nosotros...hemos creído en el amor" (/1Jn/04/16). La verdad del cristiano es amar. El cristiano es, esencialmente, alguien que cree en el amor. Y creer en el amor significa creer también en la fuerza del amor. Significa dirigir todo, exclusivamente, hacia la fuerza del amor.

Significa estar convencidos de que:

- amando se tiene razón
- amando se triunfa
- se enseña amando
- se saca a flote a una persona amándola. "Tú no eres nadie, mientras nadie te ama", como dice una canción popular americana.

Un pobrecito cae en la cuenta de que existe, sólo, cuando se siente amado. Sería oportuno recordar que un signo de reconocimiento debe ser visible, legible. El amor no es un sentimiento vago, una buena intención. Abramos el evangelio y aprendamos cómo ha amado Cristo, de una manera tan divina y tan humana.

"Siento que amo tanto a aquella persona". ¡Estás en pecado de hipocresía! Es la persona interesada la que debe sentir, concretamente, que es amada por ti.

H/HERMANO: Un grupo joven ha adoptado este slogan que me parece muy significativo: "Cada hombre es tu hermano. Pero tu hermano no lo sabe...". Tienes que informarle. Debes decírselo tú. Se lo tienes que hacer entender con los hechos. En esta perspectiva, un amor manifestado con los hechos permite reconocer al cristiano a través del descubrimiento, la experiencia que uno hace de "ser amado".

Cuando un hombre cualquiera se encuentra importante, importante de amor y de atención, sabe que ha encontrado un cristiano en el propio camino.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 80


2.

-La glorificación del Hijo

El versículo anterior al que hoy leemos en el evangelio de Juan concluía con una significativa y terrible constatación: "Era de noche". No es un detalle puramente cronológico sino un penetrante simbolismo. Judas había salido ya para entregar a Jesús y todas las fuerzas del mal habían ultimado sus planes para eliminarle. Las tinieblas, cuyo papel en los escritos de Juan es constante, parece que habían llegado ya a cristalizar en la noche definitiva, la muerte. Este es el valor de paradoja que tiene la partícula temporal "ahora". Precisamente en ese momento y no en otro, no cuando los tiempos eran mejores y le salían al encuentro las muchedumbres para escuchar su palabra y esperar su acogida salvadora, no cuando en polémica con los conspicuos representantes de la Ley les dejaba sin palabra, no entonces, sino ahora, que es el momento de la noche y la muerte, "ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él".

CZ/GLORIA: La gloria es para Juan la plena revelación de la personalidad. Pues bien, la muerte en cruz es el momento cumbre de la revelación del Hijo porque es la más radical expresión del amor, y es al mismo tiempo la glorificación del Padre revelado como el que por amor entrega a su hijo incluso hasta la muerte.

El contraste, del que tanto gusta Juan en su evangelio, es evidente. La noche, las densas tinieblas, la muerte, es el momento de la victoria de la luz, del amor, de la vida. Dar la propia vida es la gloria de Jesús e ilumina el rostro del Padre.

-La señal de los discípulos

La densidad de ese "ahora" no impide a Jesús la evidente constatación de que la muerte es separación, partida. "Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros". Es más, las palabras que Jesús acaba de pronunciar sobre su gloria y la del Padre, se convierten en introducción al testamento que deja a sus discípulos. La gloria de Jesús amando hasta la muerte se convierte en la gloria de los discípulos de Jesús. No hay otro mandamiento, otra norma, otro punto de referencia para los discípulos, que el amor de Jesús. Esta es la novedad. La comunidad se constituirá a través de la dinámica creada por el amor de Jesús. "Que os améis unos a otros como yo os he amado".

Todo otro norte queda derogado, también la Ley judía. La muerte de Jesús rompe esquemas y presupuestos religiosos y nos deja totalmente remitidos a la revelación de su amor como fuente de nuestro propio amor.

La señal de los judíos era el cumplimiento de la Ley. "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros". Pablo dedicará gran parte de sus esfuerzos a explicar esta "libertad de la Ley" de los hijos de Dios, de los discípulos de Jesús. El amor de Jesús es la única referencia para sus discípulos, y el amor de los discípulos entre sí es la única señal que caracteriza a una comunidad cristiana. Cuántos aditamentos hemos ido introduciendo en la comunidad cristiana a través de los tiempos de tal manera que hemos llegado a perder el norte, a confundir lo que es accesorio con lo que es fundamental, lo que es la señal de los cristianos con lo que es historia de la Iglesia. Toda la ortodoxia de la doctrina cristiana sería incapaz de suplir al amor en que se reconocen los discípulos de Jesús.

-Comunidad en misión

Pero el amor de Jesús no sólo crea la comunidad cristiana en una dinámica de fraternidad. La comunidad no es un ghetto cuando nace del amor. Se hace misionera. Sale de sí misma para testimoniar la Buena Noticia de Jesús cuyo amor llegó hasta la muerte, y por ello el Padre le ha constituido Señor. La comunidad cristiana una y otra vez sale de sí animando y exhortando a creer esta Buena Nueva de Jesús, fuente de fraternidad universal. La fe en Jesús va íntimamente unida a la dinámica del amor.

Hoy, cuando tantos problemas -paro, guerra, hambre- nos hacen escoger, creyendo que así sobreviviremos, el camino del egoísmo y de la insolidaridad, cuando vive la cultura de la competencia y del consumo irracional, es más necesario que nunca que la comunidad cristiana salga hacia afuera, se sienta enviada, construya codo a codo con otros hombres de buena voluntad la gran comunidad humana de los que, lo sepan o no lo sepan, son hijos de Dios.

Quizá nos desanima la magnitud de los problemas. Si nos llevara el Espíritu de Jesús, quizá constataríamos, como Pablo y Bernabé en la primera lectura, "lo que Dios había hecho por medio de ellos".

-Una mirada al futuro

Una comunidad que nutre su fraternidad del amor de Jesús. Una comunidad que se siente enviada al mundo para anunciar la fe en Jesús y la gran comunidad del Reino de Dios. Hasta ahora constatábamos estas dos dimensiones que caracterizan a los cristianos. Tampoco hemos ocultado las dificultades. Pero hay una dificultad radical. El Reino es gracia que supera todos nuestros esfuerzos. Pues bien, así como la "gloria" de Jesús pone en marcha y motiva a la comunidad cristiana, que a su vez es sacramento de una nueva humanidad. Así también Jesús vendrá "en gloria" para dar fin a su obra. Un "ahora" señalaba la muerte de Jesús como el nacimiento del grupo de los que se aman, otro "ahora" (segunda lectura) señala la consumación de lo que esperamos: "Ahora hago el universo nuevo".

La segunda lectura invita a los cristianos que padecían persecución a su mensaje a lanzar una mirada al futuro de Dios, allí cuando el primer mundo habrá pasado, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni dolor. Y ellos -todos los hombres- serán su pueblo.

Y Dios estará con ellos.

El amor de los cristianos se nutre del pasado -cuando Jesús nos amó hasta la muerte- pero también necesita alimentarse del futuro- esperamos la gratuidad de Dios renovando a su pueblo-. Así Jesús es motivo de nuestro amor, pero también es futuro que esperamos para ser constituidos en humanidad nueva, su Cuerpo. Quien movido por el amor de Jesús no espera el futuro de Jesús, puede ver crisparse su militancia cristiana y desembocar en el fanatismo o en el abandono. El amor cristiano no sólo tiene en Jesús su origen, sino también su futuro. Vivimos entre dos "ahora".

JESÚS MARÍA ALEMANY
DABAR 1986, 26


3. MDT-NUEVO:

Las tres lecturas pueden ensamblarse fácilmente para la homilía de la siguiente manera: el mandato nuevo (III), a pesar de las muchas tribulaciones que comporta (I), crea un mundo totalmente nuevo, una Jerusalén celeste que desciende de lo alto (II).

Igual que se puede resumir todo el evangelio en las bienaventuranzas, Juan lo está resumiendo en su evangelio -sin reduccionismo alguno- en el amor. El amor es "mi mandamiento", el mandato nuevo. Es nuevo, no sólo por aquello de que quizá en muchos casos esté por estrenar, sino porque introduce una novedad. La señal de los cristianos, la novedad que aportan (el cacareado problema de la "identidad cristiana") está en el amor, un amor nuevo que hace nuevas todas las cosas.

El amor es la nueva ley (¿) del Reino de Dios. Y el Reino de Dios es el nuevo mundo que Jesús quiere lograr. No se trata de escaparse a otro mundo, a un mundo de sentimientos románticos, ilusorios, privatistas. Se trata de transformar radicalmente nuestro mundo. La causa por la que lucha Jesús es la causa del amor: tenemos un Padre, nosotros somos sus hijos y, por tanto, hemos de vivir como hermanos. Es, pues, urgente un nuevo tipo de relación humana, basada en la justicia, no en la venganza, explotación, esclavitud, insolidaridad... Y esa tarea de transformar el mundo por el amor es lo central de nuestra misión cristiana. Ser cristiano es transformar el mundo por el amor, hacer un mundo nuevo. A través de nuestra vida comprometida es como Dios sigue diciendo hoy: "Yo hago nuevas todas las cosas", en todas las esferas de la vida personal, social, económica, laboral, política, familiar, nacional, internacional... De nosotros depende. A nosotros nos está encomendado hacer creíble a Dios en nuestro mundo, manifestar su gloria.

Sí, porque lo que vale, cuesta. Es ya sabido. Amar no es una tarea fácil. Es preciso hacerse violencia, dominar los poderes del pecado en nosotros, el ansia de poder, de dominio, de egoísmo. El reino de Dios sufre violencia, y sólo los que se hacen violencia entrarán en él. Porque el amor cristiano no es ése sentimiento romántico a que ha quedado reducida con frecuencia la caridad en la cultura burguesa dominante. Amar en cristiano es dar la vida, enterrarla generosa y anónimamente entre las piedras que construyen los cimientos de la Jerusalén nueva, la nueva sociedad, el mundo nuevo, el Reino de Dios. Y se trata de dar la vida radicalmente, con el mismo estilo con que Jesús lo hizo. Hasta el final. Hasta el extremo. En un amor generoso, bienhechor, desprendido, universal, sacrificado, eficaz...

Incluso a los enemigos. Y, sobre todo, a los pobres. Porque si amáis a los que os aman solamente, si saludáis sólo a los que os saludan, si dais sólo a los que os devuelven.., ¿qué haríamos de más, qué novedad (qué señal) aportaríamos? Muchas tribulaciones hay que pasar también para conseguir el Reino de Dios, no sólo por este carácter costoso del amor, sino por las persecuciones que esta lucha desata. Anunciar y construir un mundo nuevo en el Reino de Dios no puede hacerse sin denunciar y descalificar simultáneamente el mundo viejo, el reino del pecado. Y los poderes del pecado se defienden, se revuelven contra el Reino de Dios. Surgirá la persecución, la calumnia, la murmuración, las campañas de desprestigio..., las muchas tribulaciones que hay que pasar para construir y extender el Reino de Dios. Hoy también, como Pablo y Bernabé entonces, podrían hablarnos de las muchas tribulaciones que hay que pasar, tantos y tantos misioneros y cristianos comprometidos en los países más dispares del ancho mundo, contándonos cómo por el Reino de Dios, por extenderlo y predicarlo se puede ser perseguido y hasta asesinado. Las noticias de la Iglesia nos dan últimamente con frecuencia noticias semejantes. Es una nueva lectura, actualizada y prolongada, de los Hechos de los Apóstoles. ¿Podríamos añadir a esta lectura nuestro capítulo personal? Juan la vio profética y utópicamente en su apocalipsis. El entrevé ya hecho realidad el futuro prometido, el Reino de Dios ya consumado: la morada de Dios con los hombres, en una inmediatez total de relaciones mutuas, donde ya no habrá dolor, ni lágrimas, ni injusticia, ni insolidaridad, ni explotación, ni muerte... El viejo mundo pasará.

Es decir -en una primera afirmación-, que el reino de Dios viene, inexorablemente, incontenible, y que triunfará. Es la profesión de esperanza, que traspasa la dificultad, las tribulaciones, la cruz. Creemos en el triunfo de Dios y, con él, en el triunfo de la causa del Hombre y del Mundo. Hemos hecho de la causa de Dios (que es a la vez la causa del Hombre y del Mundo) nuestra causa y estamos seguros de que triunfará. Optimismo total. Pero -y es una segunda afirmación- esta nueva Jerusalén viene de lo alto. No viene sólo por nuestros esfuerzos. No la lograríamos si no nos fuese dada. Es don gratuito y generoso por parte de Dios. Por eso, el Reino de Dios está vinculado tanto a nuestro esfuerzo como a la Gracia, más allá de todos los programas políticos, más allá de todas las eficacias programadas, más allá de nuestras posibilidades y de nuestra misma capacidad de imaginación.

El mensaje queda claro: hay que facilitarle a Dios el hacer nuevas todas las cosas, comprometiéndonos nosotros en renovar cada uno la pequeña parcela del mismo que nos ha sido encomendada, haciéndola nueva por el amor.

DABAR 1977, 32


4. A/AGUSTIN

"En modo alguno podemos desear los males con el pretexto de hacer obras de misericordia. Tú das pan al que tiene hambre, pero mejor sería que ninguno tuviese hambre y que no tuvieses que darlo a nadie. Tú vistes al desnudo pero ojalá que todos estuviesen vestidos y no existiese tal necesidad... Todos estos servicios, en efecto, responden a necesidades. Suprime a los desafortunados: esto será una obra de misericordia. ¿Se extinguirá entonces el fuego del amor? Más auténtico es el amor con que amas a un hombre feliz, a quien no puedes hacer ningún favor; este amor es mucho más puro y sincero. Pues si haces un favor a un desgraciado, quizás desees elevarte a sus ojos y quieras que él esté por debajo de ti, él, que ha sido para ti la ocasión de hacer el bien... Desea que sea tu igual: juntos estaréis sometidos a aquél a quien nadie puede hacer ningún favor". Esto dice San Agustín en su comentario a la primera carta de San Juan. De otra manera muy distinta, también podemos leer: "¿Que significa eso de amar a los hermanos? ¡Tengamos mucho cuidado, no nos vayamos a equivocar! Amar no es solamente ayudar, hacer un servicio, dar algo: no, es amar. Amar es amar. Dios no ha dicho: Ayudaos los unos a los otros, soportaos los unos a los otros, haceos un favor unos a otros. El ha dicho: "Amaos los unos a los otros...". Es menester hacer todo lo posible para llegar a amar.

A/QUE-ES A/JUICIO: ¿Qué es lo que significar amar? Amar a un ser es esperar en él siempre. Amar a un ser es no juzgarlo jamás; juzgar a un ser es identificarlo con lo que conocemos de él. "Ahora ya te conozco. Ahora te puedo juzgar. Ahora ya sé lo que vales...". Eso es matar a un ser. Amar a un ser es esperar siempre de él algo nuevo, algo cada vez mejor que lo anterior". Estas palabras son de otro comentario, del escritor Louis Evely.

¿Qué es, pues, el amor cristiano? Los cristianos se han distinguido siempre por sus obras de caridad. Pero ¿se han distinguido por amarse unos a otros, como Cristo les ha amado? ¿Es el amor entre nosotros, los que nos llamamos católicos y cristianos, un amor entrañable, afectuoso, inconmensurable, fraterno, un amor entre amigos verdaderos? ¿O acaso se trata solamente de aquella caridad desprestigiada que presupone y mantiene las distancias y aun las injusticias y que se hace tan sólo "por el amor de Dios"? La estructura jerárquica, patriarcal y masculina de la Iglesia ha oscurecido en buena parte, sin duda, aquel brillo que el amor fraterno tuvo en las primeras comunidades cristianas. Ha oscurecido, por lo tanto, el testimonio y la señal de los discípulos de Jesús. Con todo, el enfriamiento del amor entre los cristianos no se debe únicamente a defectos estructurales de la institución eclesiástica, que son en parte consecuencia de la expansión del cristianismo y de su inevitable gran organización.

De ahí que la esperanza que renace siempre que surgen pequeñas comunidades estrechamente unidas en su destino testimonial no consista sólo en haber reducido la dimensión de asociación a los límites óptimos para facilitar el encuentro personal entre amigos, sino también -y principalmente- en el descubrimiento del valor cristiano de la amistad y de su necesario soporte que es la afectividad.

Pequeños grupos siempre hubo en la Iglesia, pero no siempre se cumplieron en ellos aquellas hermosas palabras: "¡Qué bueno y gozoso es habitar los hermanos bajo un mismo techo!". Por desgracia sí se ha cumplido muchas veces aquella otra máxima de que "la mayor penitencia es la vida en comunidad".

En la hora de su despedida, Jesús no habla del amor al prójimo como a uno mismo, ni del amor al enemigo, sino del amor fraterno, del amor mutuo entre los amigos. Por eso se trata de un mandamiento nuevo.

-El estilo de ese amor y su medida es el amor que Jesús tiene a sus amigos ("como yo os he amado"). Jesús les ha amado con un amor entrañable que elimina las distancias y revela los secretos: "No os llamo ya siervos, porque todo lo que he oído del Padre os lo he dado a conocer". Jesús les ha amado con un amor dispuesto y servicial, les ha lavado los pies y en su caso no fue una simple ceremonia. Jesús, les ha amado con un amor afectuoso: acaba de compartir con ellos el mismo pan y ha dejado a Juan reposar la cabeza sobre su pecho. Jesús les ha amado con un amor que no se avergüenza de las lágrimas y que no teme a la muerte. Jesús les ha amado y ama hasta el colmo.

De esta manera, tal y como Jesús nos ha amado, hasta el punto de manifestarse que Dios es Amor, es menester que los cristianos entendamos y vivamos la caridad, que nos amemos los unos a los otros si queremos ser sus discípulos y parecerlo en el mundo.

EUCARISTÍA 1986, 21


5. CZ/SEÑAL-CR A/SERVICIO/SEÑAL 

-La señal del cristiano es la Cruz

Primera tarea urgente: no simplificar; porque cuando decimos que la señal del cristiano es la cruz no podemos referirnos a la que cuelga sobre el pecho o adorna nuestra mesilla; en este aspecto podemos convertirla incluso en un talismán, y nada más lejos de una talismán que la cruz, instrumento de ejecución. Ha habido, en la historia, muchas profanaciones de cruces; llevarla como adorno no es la menor de ellas; utilizarla como amuleto podría estar entre las peores.

La Cruz que es la señal del cristiano es la del servicio, la de la entrega, la de la renuncia... por servir al hermano; porque el servicio es, en la mayoría de los casos, una cruz para el servidor: molestias, incomodidades, incomprensiones, renuncias, olvido de sí mismo... pero el que acepta esa cruz, el que la tiene como señal sabe que la suya, como la de Cristo, no es la última palabra: la última palabra es Pascua, es Resurrección, es Cruz transformada.

La Cruz que el cristiano muestra como señal, como emblema, es la Cruz del que está dispuesto a perder su tiempo, sus caprichos, sus comodidades, sus intereses legítimos, para "molestarse" en ayudar al prójimo.

La Cruz-señal del cristiano es la Cruz del incomprendido porque se ha creído las bienaventuranzas y las practica, remando contra corriente de los intereses al uso en la sociedad, apostando por pobres, oprimidos y últimos, en vez de apuntarse al carro de los triunfadores.

La Cruz que el cristiano (y la Iglesia) debe tener como guía es la de quienes, en fin, llegan a dar su vida porque aman de verdad, incondicionalmente y hasta el final, al prójimo; y sirva lo mismo tanto si se hace de una vez como día a día.

No ser dueño de la propia vida, ponerla al servicio de los más pobres, clavarla en la Cruz para que allí alcance la resurrección y la vida: esa es la verdadera Cruz que los cristianos debemos tener como señal; entonces tendrá sentido llevarla al cuello, colgarla de la pared o tenerla sobre la mesa de trabajo, porque entonces no será una simple imagen: será toda una declaración de intenciones, un acto de fe, una expresión de amor.

-La señal del cristiano es el amor al prójimo

Son las palabras de Jesús; y nosotros sólo podemos cambiar sus palabras si somos conscientes de que la Cruz, en el fondo, no es otra cosa que el resultado del amor, que es el amor el que da sentido a la Cruz. En los tiempos del imperio romano fueron muchas las cruces que, a lo largo y ancho de la geografía entonces conocida, se levantaron para ejecutar hombres: sólo la de Jesús ha adquirido el especialísimo sentido que tiene porque sólo la suya fue fruto de un amor total y pleno al género humano (lo cual no significa que todas las demás no tuvieran su sentido, o que todas las demás fueran justas; se trata de otra cosa).

La señal del cristiano es el amor al prójimo porque, como queda dicho, así lo afirmó el propio Jesús, y nosotros somos discípulos suyos que no tenemos por qué enmendarle la plana.

La señal del cristiano es el amor al prójimo, porque Cristo ha resucitado, y en esa resurrección, los aspectos dolientes de la Cruz han quedado vencidos y transformados en gloria.

A partir de aquí es cuestión de preguntarse: ¿cuál es nuestra señal? La cosa es sencilla; en teoría. Porque la práctica..

L. GRACIETA
DABAR 1992, 29


H-6. 

Es posible, hermanas y hermanos, que más de uno se haya sentado ahora, después de la lectura del evangelio, dispuesto a escuchar pacientemente mi comentario, pero sin ningún especial interés por lo que voy a decir. Y lo comprendo perfectamente por cuanto serán palabras mías. Pero quisiera preguntaros -y preguntarme- si no hay en esta actitud de falta de interés un elemento referido al evangelio que acabamos de escuchar. Y es que -digámoslo claro- estamos tan y tan acostumbrados a escuchar y a repetir el mandamiento del amor (lo de "amaos los unos a los otros...") que NO NOS IMPRESIONA EN ABSOLUTO. Casi diría que nos resbala.

Fijaos, por ejemplo, cómo en nuestro país -quizá por aquello de su larga tradición cristiana- son frecuentes los chistes sobre esto del "amaos los unos a los otros..." Por ello, si me permitís, quisiera hoy proponer tres breves comentarios a tres aspectos que conforman este mandamiento que nos dejó Jesús.

-Nuevo "Os doy un MANDAMIENTO NUEVO" hemos leído. Nuevo. Pero, ¿no decíamos que a nosotros nos suena a menudo tan viejo, tan sabido, tan repetido, que con frecuencia no nos dice nada? Ahí tenemos un primer elemento de examen para cada uno de nosotros: hasta que descubramos este mandamiento de Jesucristo como "nuevo" no habremos entendido nada sobre él. Y no sólo "nuevo" para los discípulos de Jesús de Nazaret -nuevo para su tiempo- sino también "nuevo" para nosotros los discípulos de Jesucristo resucitado, en este final del siglo XX. "Nuevo" porque siempre va MAS ALLÁ de lo que nosotros pensamos y sentimos.

"Nuevo" porque rompe nuestros esquemas, nuestras costumbres. Y "nuevo" porque -por poco que lo practiquemos- nos RENOVARA a nosotros.

CREACION/NUEVA: En la SEGUNDA LECTURA hemos escuchado que el vidente Juan ve "un cielo nuevo y una tierra nueva". Y que oye como "el que estaba sentado en el trono -es decir, el Señor- dijo: "Ahora hago el UNIVERSO NUEVO". En esta nueva creación que inicia la Resurrección de Jesucristo y que llegará a su plenitud al fin de los tiempos, caracterizada precisamente porque desaparece todo lo viejo (la muerte, el mal, el pecado), sólo hay un modo de participar también nosotros: cumplir -en todo lo que nos sea posible- el mandamiento "nuevo" de Jesús. Porque el mandamiento nuevo del amor es el único que renueva el mundo y lo conduce hacia la plenitud del Reino nuevo de Dios.

-La señal (SEÑAL/A-SERVICIO). Dice también Jesús: "LA SEÑAL POR LA QUE CONOCERÁN que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros". La señal. No lo es ni el estar bautizados, ni el venir a misa, ni el afirmar todo el credo, ni el cumplir todos los demás mandamientos... Todo esto es -evidentemente- propio del discípulo de Jesús. Pero no es la señal que colocó el Señor. La señal que colocó el Señor Jesús para conocer a sus discípulos auténticos -la señal sin la cual todo lo demás sirve de bien poco- es la del amor universal, del amor real y consistente y eficaz de los unos con los otros.

Nos preguntamos a menudo COMO SER CRISTIANOS HOY, en nuestra sociedad. En una sociedad secularizada, dominada a menudo por ídolos -o a veces simplemente modas- que poco o nada tienen que ver con el Evangelio. ¿Cómo ser cristiano hoy? Podemos y debemos buscar respuestas, pero la básica y fundamental nos la dio -nos la da- Jesucristo: "que os améis unos a otros como yo os he amado". Y practicando este mandamiento, iremos HALLANDO LAS OTRAS RESPUESTAS a nuestras preguntas. Porque sólo del amor surgen respuestas cristianas. Si véis u oís por ahí gente encumbrada que pretende tener seguras respuestas cristianas, pero que las piensan y dicen sin amor, estad seguros: no son discípulos de Jesús, porque les falta la señal.

-Como yo. Pero nos queda un tercer aspecto que da respuesta a la pregunta más honda -más seria y personal- que quizá ahora nos hacemos. Porque buena voluntad habitualmente no nos falta. Pero, si somos sinceros, si somos honestos, surge la pregunta: ¿COMO CUMPLIR este mandamiento fundamental, único, de Jesucristo? ¿QUE SIGNIFICA amar como Cristo quiere que amemos? El mandamiento de Jesús reza así: "que os améis unos a otros COMO YO OS HE AMADO". Es un mandamiento Y ES UN EJEMPLO. El cómo amar se aprende mirando a Jesucristo. No son recetas teóricas ni listas de preceptos: es su ejemplo, su persona. Parece imposible pero es lo único posible: sólo el que amó del todo, puede enseñarnos a amar en la mayor medida que nos sea a nosotros posible.

Y por eso -y para ello- venimos los domingos a misa. Quizá lo pensamos pocas veces pero es así: venimos para aprender del amor de Jesucristo. Dicho de otro modo: para que El nos enseñe a amar. Hermanos, así sea.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1986, 9


7.

-LA UTOPIA DE LA PASCUA

La primera impresión que se siente tras las lecturas de hoy es la del optimismo que respiran; es un cuadro lleno de alegría:

-una comunidad que rebosa actividad, que siente satisfacción por lo que Dios hace en ella, por la apertura a los gentiles, por el trabajo misionero (segunda lectura),

-una comunidad que recibe de su Señor la mejor herencia: el amor fraterno (evangelio) -y que además tiene como perspectiva final un "cielo nuevo y una tierra nueva", con un Dios cercano, que mora en medio de ella y que enjuga las lágrimas de todos (segunda lectura).

Si hay un tiempo en que vale la pena valorar la alegría y prestar atención a los signos positivos que se notan en la comunidad cristiana, ése es la Pascua. Están de por medio Cristo resucitado y su Espíritu que todo lo renueva. El Dios que está en medio de la comunidad ya es una realidad hoy y aquí, no sólo en el cielo: "ésta es la morada de Dios con los hombres... ahora hago el universo nuevo". El Señor glorioso está actuando en este mundo y en esta Iglesia, por grandes que nos parezcan sus límites y flaquezas.

La alegría es una de las herencias que Cristo nos ha querido dejar, como varias veces repite en el discurso de la Ultima cena, el mismo del que está tomado el pasaje de hoy (y de los dos domingos siguientes): "os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado" (/Jn/15/11), "se alegrará vuestro corazón y nadie os podrá quitar vuestra alegría" (/Jn/16/22).

¿Un cuadro utópico? Pero en Pascua vale la pena ser optimistas. Pascua es un acto de fe, continuado durante siete semanas, en la Nueva Vida y en la presencia de Jesús resucitado. Es una apertura a la Novedad. A pesar de las dificultades ("hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios", primera lectura), los cristianos creemos firmemente en un Dios que "enjugará las lágrimas" y en un mundo en el que "ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor" (segunda lectura). Y todo eso no es un huida hacia delante: todo esto ya está presente radicalmente en esta comunidad del Resucitado: ya vivimos "desde ahora la novedad de la vida eterna" (oración poscomunión). Vale la pena que la homilía de hoy refleje esta dimensión optimista.

-LAS CONDICIONES DE LA UTOPIA

La comunidad pascual que ya empieza a gozar de esa novedad radical y a vestirse como la Novia arreglada para su Esposo, se presenta en las lecturas de hoy con unos rasgos concretos que son como las condiciones de esa utopía:

-ha recibido de su Señor, en el momento en que camina hacia la glorificación, un testamento entrañable: "que os améis unos a otros como yo os he amado"; aquí tenemos la primera clave para que se pueda cumplir la utopía: el amor; que hace experimentar esa presencia de Dios en medio de nuestro mundo y hace que todo sea nuevo;

-es una comunidad activa, corresponsable, fraternal; la primera Iglesia, la que nos ha sido pintada en los Hechos, es un grupo de cristianos que se sienten unidos, que se animan unos a otros, que se gozan de los adelantos de la fe; los que trabajan no lo hacen por su cuenta: "reunieron a la comunidad y les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos"; se dejan llevar por el Espíritu y se abren también a los paganos: es una comunidad misionera;

-en medio de esa comunidad hay unos ministros que predican, viajan, fundan nuevas comunidades, animan a los fieles a perseverar, presiden la oración, designan a otros ministros en los diversos lugares: así nos lo ha descrito la primera lectura, concretamente de esos dos incansables ministros que se llaman Pablo y Bernabé; hoy se puede llamar verdaderamente el domingo de los ministros; si se ha seguido este filón de los domingos anteriores (siempre había alusiones al ministerio), hoy se puede insistir todavía más; es uno de los factores que hacen que la comunidad sea verdaderamente viva y que madure en la fe y en la fraternidad.

Así sí que es posible la utopía pascual. En medio de un mundo que no ama, hay un grupo de cristianos que han recibido el testamento de amarse los unos a los otros. En medio de una sociedad fragmentada, hay un espacio de fraternidad. Cuando todo invita al interés y al provecho personal, hay unas personas que realizan en la comunidad el servicio de la animación fraterna.

La Eucaristía es como el resumen fotográfico de la vida de esta comunidad. En ella es cuando mejor se experimenta que Dios está cerca. En ella reafirma su compromiso de amor fraterno (hoy vale la pena motivar el gesto de la paz, en la oración que le precede, con el encargo que Jesús ha hecho en el evangelio). En ella se alimenta la conciencia de corresponsabilidad, a la vez que se pone de manifiesto el papel de los ministros, que animan y presiden la celebración en nombre de ese Cristo glorioso invisiblemente presente.

Comunidad pascual. Abierta a lo Nuevo. Vale la pena presentarla hoy con estos rasgos. Buscando, en cada caso, los signos más evidentes de vitalidad y de progreso que en todas partes existen, nombrándolos, y animando a que progresen, a medida que va avanzando la Cincuentena Pascual.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1980, 10


8.

Los sinópticos dedican una parte considerable de sus páginas a exponer las enseñanzas de Jesús a sus discípulos, distribuyéndolas a todo lo largo de la vida pública. En Juan, por el contrario, el conjunto de las instrucciones a los discípulos se encuentra reunido en el gran discurso que sigue a la última cena, dominado todo él por el pensamiento de la próxima separación. Un discurso con muchas repeticiones y grandes dificultades en su estructura, lo que hace pensar que se trata de una recopilación de enseñanzas de Jesús. En él podemos distinguir tres partes. La primera abarca hasta el final del capítulo 14; la segunda, los capítulos 15 y 16, y la tercera, el capítulo 17. El texto que vamos a comentar inicia la primera parte.

1. La glorificación de Jesús y del Padre 

La salida de Judas del cenáculo señala el momento cumbre del amor de Jesús al Padre y del Padre a Jesús. Judas ha salido para poner al Maestro en las manos de los que van a matarlo. "Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él". ¿Qué quiere decir esto? "Glorificación" significa la plena comunión de ideales y de vida entre el Padre y Jesús, que se va a hacer patente en la entrega total -hasta la muerte (Flp 2,5-8)- del Hijo por fidelidad y amor al Padre en los hombres. Al dejar de lado todo lo caduco, todo asomo de egoísmo, y enseñar a los hombres el camino hacia el Padre (Jn 17,4-6), Jesús ha conquistado la plenitud de vida humana y ha logrado la unidad perfecta con el Padre. Dios es glorificado en Jesús porque ha realizado el proyecto humano que el Padre había ideado cuando creó al hombre. ¡Por fin, un hombre había llegado a ser Hombre! La "imagen" se había identificado con el "original" (Gén 1,26-27), "el Hijo del hombre" es, a la vez, "el Hijo de Dios". Llegaban a la plena identificación el humanismo y el cristianismo, porque Jesús es la plenitud de ambos, lo humano y lo divino. También Jesús va a ser glorificado en seguida por el Padre al resucitarlo de entre los muertos (Flp 2,9-11). La pascua cristiana proclama esta comunión de vida entre el Padre y el Hijo. Comunión de vida que se derrama, se comunica a todos los hombres de buena voluntad. Esta común glorificación se expresa en presente porque es contemplada desde una perspectiva eterna, en la que no existe ni el pasado ni el futuro; sólo el "hoy" (Sal 2,7).

En la forma en que se dirige a sus discípulos les muestra el cariño que les tiene: "Hijos míos". Muchos traducen "hijitos". El va a la muerte. Por eso le queda poco tiempo para estar con ellos. Ya se lo había dicho a los judíos (Jn 7,33). Ellos no pueden ir con él ahora. "Vosotros me buscaréis". Las personas auténticas dejan un vacío muy grande al marcharse, pero siguen "vivas" en aquellos que llegaron a comulgar con sus ideales y con sus obras. La marcha de Jesús estimulará a los suyos a seguir el camino por él comenzado. A los discípulos no les dice que no le encontrarán, como había anunciado a los judíos (Jn 7,34). La búsqueda de Jesús se realiza a través de las obras del amor.

2. El precepto del amor

Juan sitúa el mandamiento del amor -tema central de la última cena y de la vida humana- entre el anuncio de la traición de Judas y la predicción de las negaciones de Pedro, en el mismo lugar donde Mateo y Marcos colocan la institución de la eucaristía. Con su mandamiento nuevo, Juan pretende explicar el sentido profundo de aquel gesto de Jesús: la entrega de la propia vida a un amor que incluye la misma muerte. Jesús, en el momento en que camina hacia su glorificación, nos da su testimonio entrañable: "Que os améis unos a otros como yo os he amado". No nos lo da como consejo, sino como mandato o precepto. No se trata de cualquier amor, sino del amor que él vivió en plenitud y que le llevó a la muerte. Al dejarnos el pan y el vino eucarísticos para que lo compartamos hasta su vuelta, nos ha dicho de palabra el alcance de ese rito, lo que debe significar para nosotros.

El mandamiento del amor constituía ya la esencia de la antigua ley. ¿En qué sentido es nuevo? ¿Dónde está la novedad? En varias razones. Jesús lo universaliza: su mandamiento no se limita a los del grupo o raza o religión..., sino que alcanza a toda la humanidad, derribando todas las barreras. Lo sitúa por encima del culto, del templo, de la institución... Está en la misma línea que la que existe entre él y el Padre, y refleja la verdadera relación con la divinidad. "Edifica" la comunidad y "revela" al verdadero discípulo. Finalmente, es nuevo porque desarrolla la etapa definitiva que ha inaugurado Jesús con sus palabras y con su vida, con su muerte y resurrección.

A/3-FORMAS: El amor humano puede presentar tres formas básicas: amor cualitativo, posesivo y de solidaridad. El primero consiste en gozar cualidades positivas de las personas o cosas; es esencialmente egoísta. En el amor posesivo, el hombre intenta aliviar su inseguridad poseyendo a otro ser humano o siendo poseído por él. Como el anterior, es muy frecuente en los matrimonios, noviazgos, relaciones de padres e hijos, entre amigos, adultos y jóvenes. El amor de solidaridad busca a las personas amadas y pretende la identificación con ellas. Fundamenta la verdadera amistad: amor correspondido, compartido, encuentro de intimidades. Es muy difícil conseguirlo, porque requiere tres etapas: descubrirse a sí mismo como persona, descubrir a los demás como personas y resistir a la tentación de poseerlas. Este amor es el que nos lleva a la plenitud de la vida: amar para hacer amar, amar al otro hasta que sea capaz, a su vez, de ese amor solidario que crea comunidad. Sólo entonces se puede decir que una persona es adulta. Este es el amor que desarrolla san Pablo en una de sus cartas (I Cor 13)

No hay más absoluto que el amor, porque "Dios es amor" (I Jn 4,8). Todo lo demás es relativo. La pobreza -resumen de las bienaventuranzas- antes que pobreza tiene que ser amor; de otra forma no sirve para nada; se convierte en carencia y se incapacita para alumbrar al hombre nuevo.

Hemos querido justificarnos inventando dos amores: uno para tratar con Dios y otro para tratar con los hombres. Pero si no amamos al hermano, es imposible amar a Dios (I Jn 4,20). Dice ·Peguy-CH: "Porque no tienen el coraje de ser del mundo, creen que son de Dios... Porque no son del hombre, creen que son de Dios. Porque no aman a nadie, creen que aman a Dios". Unas palabras que todos haríamos bien en considerar.

El verdadero amor implica entregarse a los amados totalmente y para siempre. Un amor que no consiste en dar cosas, simpatía, dinero..., porque lo que cuenta en él es el encuentro íntimo de personas entregadas. Amar es dar lo que soy. más que lo que tengo o lo que valgo.

Es importante distinguir entre amor afectivo y amor efectivo. El primero incluye a todas las personas: es una disponibilidad para el amor. El segundo se reduce a pocos, a los que podemos abarcar personalmente. El modo con que amemos efectivamente marcará la medida y la veracidad del amor afectivo. El amor a Dios y a los que están lejos tenemos que demostrarlo en todos los que tenemos cerca.

3. "Como yo os he amado"

Jesús no manda a los suyos un amor cualquiera. Habla de amar como él, es decir, "hasta el extremo" (Jn 13,1), hasta la muerte por el otro (Jn 15,13). Que los hombres nos amemos, evidentemente, no es una novedad. Pero que una persona dedique toda su vida al servicio exclusivo de los demás, hasta la muerte de sí misma, sigue siendo tan novedad, que su sola mención nos hace temblar.

Es el tema machacón de Jesús. Unido a la unidad que debe existir entre sus seguidores, lo repite hasta diecisiete veces en el transcurso de la última cena.

A/3-GRADOS: Podemos distinguir tres grados en el amor: amar al prójimo como a nosotros mismos (Mt 22,39), amarle como a Jesús (Mt 25,31-46) y amarle como Cristo le ama. Sólo el amor de Jesús puede ser la norma de nuestro amor. El que ama a otro como a sí mismo puede deformar ese amor según la deformación que tenga de su persona y del sentido de la vida. Mirándose a sí mismo, limitado y egoísta, le será difícil saber lo que es realmente lo mejor para su prójimo. ¡Cuántas veces el amor de los padres a los hijos no es suficiente para ayudarles a ser personas auténticas, influenciados por los "valores" que presenta la sociedad! Y así, desean para ellos buenas posiciones sin riesgos, sin importarles demasiado sus actitudes ante los que les rodean, ni sus esfuerzos o claudicaciones en la construcción de la nueva humanidad. Les lanzan a la competencia, y no al amor; a lo mismo que viven ellos. Algo parecido nos sucede con el amor que podamos tener a Jesús: dependerá del concepto que tengamos de él y de nuestras posibilidades y entrega.

Amar como Jesús constituye la única forma plena de ser personas verdaderas. Un amor que fue muy concreto, de pocas palabras y mucha sangre, y que abrió a los hombres el camino de la liberación de todos los egoísmos y esclavitudes. Es la meta que debemos ir alcanzando y a la que nunca acabaremos de llegar. Dios no quiere que pongamos un límite cualquiera a nuestro amor. Debe crecer infinitamente, hasta la medida de Cristo. Una medida que debemos ir profundizando cada vez más, en el gesto del lavatorio de los pies a los discípulos y en la institución de la eucaristía, en el significado del pan y del vino. Un pan formado por muchos granos de trigo que se han molido, mezclado, unificado. Lo mismo ha sucedido con las uvas para hacer el vino. Jesús puede hacerse presente en la eucaristía porque ha habido comunicación de granos de trigo y de uvas para formar el pan y el vino. Comunicación que ha hecho posible simbolizar su entrega. En seguida nos dirá que a través del amor que manifiesten sus seguidores se hará presente en la humanidad. Sin pan y vino no es posible la eucaristía; sin amor de solidaridad entre los suyos y a la humanidad, su presencia -la fe en él- será imposible entre los hombres. Jesús concibe el amor como un servicio a la comunidad, como un hacerse servidores de la sociedad, animándola y ayudándola a que se construya como fraternidad universal. Lo que para la mentalidad común era un signo despreciable -servir a otro- es para el cristiano el camino verdadero de la vida humana. No hay mayor gloria que hacerse servidor del prójimo por amor. Es el camino que nos transforma en personas solidarias y hace que los otros puedan alcanzar también esa meta. La salvación-liberación del hombre consiste en ser como Jesús -Hombre pleno-, cumbre de las posibilidades humanas. El amor de Jesús logra la comunión con la humanidad y, al mismo tiempo, el constante desposeimiento de sí mismo.

Hay que amar a todos, pero no de la misma manera. Al marginado y explotado hay que amarlo optando en favor de su liberación. Al opresor, ayudándole a abandonar la situación en que vive...

4. Es el distintivo del cristiano en el mundo

"La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros". Ningún otro signo es válido si falta éste. Todos los demás tienen valor si vivimos el amor de Jesús. Ni la eucaristía -máxima celebración cristiana- ni la misma Iglesia tienen sentido sin la primacía del amor. En él radica la originalidad cristiana, su identidad propia en medio de tantas religiones, culturas e ideologías. Un amor que tiene que ser visible, reconocido por todos, mostrado con obras como las de Jesús. Los primeros cristianos lo habían entendido perfectamente y lo vivían: tenían un solo corazón y una sola alma... (He 4,32-35). Decía ·Tertuliano que los paganos, maravillados por el testimonio de amor de los cristianos, comentaban: "Mirad cómo se aman entre sí y cómo están dispuestos a morir unos por otros". Quien no vive en el amor no conoce la vida ni puede ofrecerla.

El amor existente entre las tres personas de la Trinidad -comunidad de amor-, el que ellas tienen a la creación entera y el que podamos tenerles nosotros, se hace visible, palpable, únicamente a través del amor que nos tengamos unos a otros. Un amor que manifiesta día a día la presencia de Dios en el mundo y que debe crecer constantemente hacia nuevos caminos de convivencia en la familia, hacia una organización más justa de la sociedad, hacia una solidaridad cada vez más efectiva con los pueblos y las personas más necesitados y explotados, hacia una Iglesia más fiel a este mandamiento de Jesús. Un amor que hace posible la utopía del hombre nuevo, de la humanidad solidaria.

Si queremos conocer la seriedad, la verdad de nuestra fe, no tenemos otra alternativa que examinar la calidad de nuestro amor. El amor de Jesús es el modelo que estimula nuestro amor y lo critica. Su amor exigente, eficaz, sin exclusiones, entregado y crucificado, nos señala el camino. Todo hombre que quiera vivir como tal, construirse. debe amar. No hay otro camino. En Jesús, y sólo en él -en los demás en la medida en que sigan su camino, aunque sea sin saberlo-, está el sentido de la vida. Porque sin amor, ¿para qué la fe y la vida? Nada es grave, salvo perder el amor. La lucha por el mundo nuevo y la contemplación son siempre frutos del amor. El amor es también la razón de ser de la lglesia. Según lo viva, será luz y sal del mundo (Mt 5,13-16).

¿Se realiza este amor en el seno de la Iglesia, en nuestra comunidad cristiana, en cada uno de nosotros? ¿Vivimos una verdadera fraternidad? ¿Podrán reconocernos como discípulos de Jesús por el amor?

Dios espera siempre más de nosotros. Nos queda un largo camino. Un camino que nunca acabaremos de recorrer, porque el amor es infinito: es Dios.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 163-169


9.

La vida del ser humano tiene su origen y su término en el misterio de un Dios que es amor infinito e insondable. Por eso, lo reconozcamos o no, la fuerza vital que circula por cada uno de nosotros proviene del amor y busca su desarrollo y plenitud en el amor. Esto significa que el amor es mucho más que un deber que hemos de cumplir o una tarea moral que nos hemos de proponer. El amor es la vida misma, orientada de manera sana. Sólo quien está en la vida desde una postura de amor está orientando su existencia en la dirección acertada.

Los cristianos hemos hablado mucho de las exigencias y sacrificios que comporta el amor, y, sin duda, es absolutamente necesario hacerlo si no queremos caer en falsos idealismos. Pero no siempre hemos recordado los efectos positivos del amor como fuerza básica que puede dinamizar y unificar nuestra vida de manera saludable.

En la medida en que acertamos a vivir amando la vida, amándonos a nosotros mismos y amando a las personas, nuestra vida crece, se despliega y se va liberando del egoísmo, de la indiferencia y de tantas esclavitudes y servidumbres que la pueden ahogar.

Además, el amor estimula lo mejor que hay en la persona. El amor despierta la mente dándole mayor claridad de pensamiento. Hace crecer la vida interior. Desarrolla la creatividad y hace vivir lo cotidiano, no de manera mecánica y rutinaria, sino desde una actitud positiva y enriquecedora.

Precisamente porque enraiza al hombre en su verdadero ser, el amor pone en la vida color, alegría, sentido interno. Cuando falta el amor, la persona puede conocer el éxito, el placer, la satisfacción del trabajo bien realizado, pero no el gozo y el sabor que sólo el amor pone en el ser humano.

No hemos de olvidar que el amor satisface la necesidad más esencial de la persona. Ya puede uno organizarse su vida como quiera, si termina sin amar ni ser amado, su vida es un fracaso.

Vivir desde el egoísmo, el desamor, la indiferencia o la insolidaridad es vaciar la propia vida de su verdadero contenido. Los creyentes sabemos que el amor es el mandato cristiano por excelencia y el verdadero distintivo de los seguidores de Cristo: «La señal por la que os conocerán que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros.» Pero no hemos de olvidar que este amor no es una carga pesada que se nos impone para hacer nuestra vida más difícil todavía, sino precisamente la experiencia que puede traer a nuestra existencia mayor gozo y liberación.

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 59 s.


10.

1. Un nuevo mandamiento

La temática de este domingo nos hace dirigir los ojos hacia el interior de la comunidad cristiana para preguntar por su identidad y por su estilo de vida. Todo parece girar en torno a dos preguntas clave. La primera: ¿Quiénes somos los cristianos y en qué nos distinguimos de los demás hombres? Y la segunda: ¿Cuál es el estilo de vida de nuestra comunidad y cómo son nuestros esquemas de relaciones?

Como fácilmente puede colegirse, ambas preguntas están íntimamente relacionadas, siendo la segunda una forma concreta de responder, teniendo en cuenta nuestra organización comunitaria y nuestra inserción en la gran comunidad humana. Las lecturas de hoy nos ayudan a dar respuesta a estos interrogantes. El breve texto del Evangelio de Juan sale al paso de nuestra primera cuestión: en qué radica la originalidad del cristianismo y qué es eso típico del cristiano que le confiere identidad dentro del concierto de tantas religiones, culturas e ideologías.

Ya conocemos la respuesta de Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.» El mandamiento del amor constituye en realidad la esencia de la antigua Ley y era conocido y practicado desde antiguo. Sin embargo, Jesús lo llama ahora «nuevo». ¿Por qué? ¿Dónde está su novedad?

Con la muerte y resurrección de Cristo se ha inaugurado una nueva etapa de la humanidad: el reencuentro de todos los hombres en el amor de Cristo. Caen las barreras de la raza y las diferencias sociales; caen los ritos cultuales antiguos; cae el templo y su sacerdocio. En su lugar se inaugura el único culto del Amor: Dios manifiesta totalmente su amor a los hombres y éstos también lo manifiestan en el servicio a sus hermanos. Jesús no postula el amor así sin más. Habla de «amar como yo os he amado», es decir, amar hasta el extremo, hasta la muerte por el otro.

Que los hombres se amen no es una novedad. Pero que se consagre toda la vida al servicio exclusivo de la comunidad hasta la muerte de uno mismo, sigue siendo tan novedad como que su sola formulación parece un anacronismo. Para Jesús, es ésta la nota típica por la que se puede reconocer a un discípulo como suyo. Y eso es novedad, porque no se reconoce a alguien como cristiano por el nacimiento en una familia cristiana o por el bautismo, por la misa o por recitar el credo, por un acto piadoso o por el conocimiento de la ley de las normas eclesiásticas. Sólo por el Amor. Recordemos que en la Biblia, y particularmente en el Evangelio de Juan, la palabra «amor» tiene un significado muy especial: es la propia vida de Dios en cuanto se manifiesta a los hombres. No nace de la pura simpatía o de las buenas relaciones. Y por eso, es más fuerte que la antipatía o que las malas relaciones. No es sólo amar al prójimo, al que está cerca de nosotros, sino que es hacerse prójimo del otro, entrar en comunión con cada hombre y sólo porque es hombre, sin tener en cuenta otras formas de catalogar totalmente accidentales como el color, la raza, el dinero o la posición social.

Y Jesús concibe el amor como un servicio a la comunidad, un hacerse servidores de los hombres. El se hizo servidor dando su vida en la cruz. Es ésa la actitud fundamental de Jesús y de sus discípulos. La comunidad cristiana debe seguir haciendo presente ese servicio a través del culto a los hermanos.

Lo que para la mentalidad común era un signo de vergüenza -servir a otro-, para el cristiano es signo de libertad y de «prestigio». No hay mayor gloria que hacerse servidor, porque se ama, porque se elige el camino que nos transforma en "personas" y que hace que también el otro se sienta persona.

Es el amor lo que engendra a la comunidad y lo que la alimenta. El amor manifiesta día a día la presencia de Dios en el mundo; por eso, una comunidad servicial es el templo viviente de Dios; es su casa y su morada.

Y desde ese amor, tan divino como humano, tan espiritual como concreto, tan interior como sensible, deben leerse los demás signos cristianos. Ni la cruz ni la eucaristía tienen sentido si no son expresión de amor. Y una Iglesia sin amor es el anti-Cristo, el anti-signo de Jesús. Es, simplemente, un cuerpo muerto.

El domingo pasado hablábamos de interiorizar nuestra relación con Jesucristo. Hoy podemos ver que sólo el amor produce esa interiorización. El amor constituye la verdadera ideología del cristianismo, el punto de vista desde donde todo puede tener valor o puede no servir para nada.

Siendo así el pensamiento de Jesús, no tenemos más alternativa que revisar nuestras actitudes, gestos, actos, instituciones y todo nuestro aparato legal para ver en qué medida son expresión y signo de amor o son, más bien, una forma elegante de evadirlo.

2. Un nuevo estilo de comunidad

No olvidemos que estamos a comienzos de la historia de la Iglesia, cuando aún no habían sido escritos los evangelios, ni siquiera las cartas de Pablo, cuando la organización de la Iglesia era casi rudimentaria, cuando no existían diócesis ni parroquias, instituciones laicas ni religiosas. De ahí el valor de este testimonio de Lucas porque nos acerca a la esencia de la comunidad, a aquellas formas elementales que jamás pueden faltar, a lo más esencial del espíritu de una comunidad cristiana que tímidamente iniciaba sus primeros pasos.

Ya conocemos lo que el mismo Lucas nos relató de la primitiva comunidad de Jerusalén en la que todos vivían unidos en la oración, en la escucha de la palabra de Dios y en la caridad fraterna, que llegó a manifestarse en la comunidad de bienes (He 4,32-35). En el texto de hoy encontramos un primer esbozo de organización comunitaria y un estilo incipiente de vida fraterna de aquellos que habían abrazado la fe. Subrayemos, pues, algunos elementos.

En primer lugar, Pablo y Bernabé visitan a las comunidades por ellos fundadas porque consideraban que ello constituía uno de sus principales deberes pastorales. Sabemos cómo Pablo pasará su vida fundando comunidades y visitándolas, o bien haciéndose presente por cartas. Pablo se sentía pastor y por eso toma contacto directo con la gente, no se aísla en su casa o palacio, no tiene siquiera domicilio fijo. Su casa es su comunidad. Para valorar esto nada mejor que tener presente lo que significaba viajar entre aquellas montañas y desiertos, recorriendo centenares de kilómetros a pie, con riesgo de caer en manos de bandidos o de ser víctima de cualquier enfermedad. Todo eso lo sufrió Pablo como una necesidad para estar presente con su gente, con su pueblo, con su familia de fe. ¿Y qué hacía en estos contactos directos? Como primera cosa, trataba de «animar a los discípulos y exhortarlos a perseverar en la fe». Su amor era solícito, más pronto a animar y levantar que a condenar y criticar. Sabe de lo incipiente de la fe de aquella gente, sabe de sus peligros y riesgos: por eso los visita, para apoyarlos en sus crisis, en sus dudas, en sus dificultades. El pastor apoya y defiende a sus ovejas.

Este apoyo se manifestaba entre otras cosas mediante la predicación de la Palabra, tarea que Pablo consideró prioritaria, como lo demuestra todo el libro de los Hechos. La palabra de Dios es la base sobre la que se apoya la fe de la comunidad: así surgió la praxis de la eucaristía dominical centrada toda ella en la lectura y meditación de los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Los cristianos no podemos sentirnos unidos sino desde nuestra fuente común, desde esa larga historia que nos entronca con millones de seres que han esperado como nosotros y que se han nutrido con nuestra misma fe. ¡Qué pena, entonces, que la palabra de Dios sea motivo de aburrimiento, hastío o despreocupación! ¡Y qué pena mayor que los pastores no le dediquen todas las horas necesarias para preparar su lectura y comentario!

Pero una comunidad humana necesita un mínimo de organización, un cierto esquema de relaciones más o menos institucionalizado, precisamente para garantizar que los ideales se lleven a la realidad. Por eso Pablo nombra a los presbíteros, un equipo de ancianos -al estilo judío- que se encargue mínimamente de la marcha de la comunidad. Los presbíteros son sacados de la propia comunidad, personas sensatas y prudentes, hombres de amor y oración -como lo puntualizará Pablo en sus cartas pastorales a Timoteo y Tito- que deben velar sobre todo por los débiles, por los pobres y por las viudas, es decir, por los más indefensos. Con el tiempo, y dada la gran cantidad de cristianos y de comunidades, esta organización se irá reforzando hasta llegar a la conocida forma de diócesis y parroquias. Pero este proceso llevó varios siglos de gestación. Lo importante, al fin y al cabo, no es la organización concreta condicionada por los tiempos y las circunstancias, sino el espíritu y sentido de esa organización.

Y la comunidad que realmente quiere sentirse cristiana no puede dejar de lado otro importante elemento tan característico de Jesús con sus apóstoles: la oración en común. Según Lucas, también Pablo y Bernabé oran con sus comunidades. En la oración se agudiza el diálogo entre los discípulos y Cristo, y por medio de él se relacionan con el Padre. La oración comunitaria significa la búsqueda de un silencio interior, el cese de las actividades para no perder de vista lo esencial: la comunión con el Padre en el amor a los hermanos. No hablamos de esa oración que se hace por cumplimiento, o de cierto recitar a coro para ocupar el tiempo o cubrir la norma de un rito. Nos referimos a una oración sentida como necesidad, como esos momentos de silencio sereno en que los amantes se miran a los ojos y se abren el corazón de par en par.

El domingo pasado veíamos la necesidad de intimar con Cristo... ¿Y cómo podrá darse esta intimidad, esta interiorización de la fe y de nuestras actitudes si dejamos de lado en nuestra vida comunitaria la oración en común? ¿Y por qué en común? Porque la vida de fe cristiana no tiene sentido sino desde el amor, y sólo la oración comunitaria expresa que nuestra fe necesita estar con el otro, sentirlo, tocarlo y amarlo...

Pero la sola oración puede ser una forma de evasión si no va acompañada por el otro elemento que hace resaltar Lucas en su relato: Pablo y Bernabé también "ayudaban" a los hermanos de la comunidad. Sobre este aspecto no insistimos ahora, pues ha sido tema de muchos de nuestros domingos. La oración y la eucaristía deben expresar un real y concreto amor que se transforme a lo largo de la semana en ayuda al necesitado. Qué ayuda necesitan hoy nuestros hermanos y cómo llevarla a cabo es algo que dejamos para el análisis de cada comunidad.

Finalmente, el relato de Lucas nos trae otro dato interesantísimo: cuando Pablo y Bernabé llegan a Antioquía, «reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe». Sólo estas dos líneas merecerían todo un largo comentario, pero la brevedad nos obliga a señalar algunas ideas. Pablo y Bernabé habían sido enviados por la comunidad de Antioquía como misioneros, después de haber sido elegidos por el Espíritu. Por tanto, no se sienten los dueños de la Iglesia ni obran a su talante como si no tuvieran que rendir cuenta a nadie. No. Lo primero que hacen es reunir a la comunidad y contarles todo lo sucedido para compartir la alegría y, al mismo tiempo, para informarles de la importante novedad del ingreso de los gentiles a la fe, ingreso que provocará, tanto en Antioquía como en Jerusalén, un fuerte movimiento de rechazo. De eso nos da cuenta el texto de los Hechos del próximo domingo.

Hoy leemos con añoranza este hermoso texto de Lucas, envidiando seguramente esa familiaridad y relación constante entre los pastores y sus comunidades. Es cierto que la Iglesia ha crecido mucho y que las cosas se han complicado más de lo necesario, pero ¿no habrá forma de que hoy podamos los laicos y los sacerdotes, las comunidades y sus obispos y demás pastores, organizar la vida de la Iglesia en común, escuchando las opiniones de todos, abriéndonos a las aportaciones de todos los miembros? ¿No tiene la comunidad derecho a saber qué pasa en el interior de la Iglesia, qué planes hay, qué proyectos animan a los pastores? ¿No estamos maduros también para evaluar lo que se está haciendo en la Iglesia en un clima de fraternidad, de oración y de servicio al Reino de Dios?

Mucho más se podría decir como comentario a los textos bíblicos de hoy, pero pensamos que ya tenemos elementos suficientes como para revisar la vida de nuestras comunidades a la luz de la experiencia de fe de aquellos primeros cristianos que tuvieron tantas dificultades como nosotros, pero que, al menos, supieron comprender que el amor del que les habló Jesús, ese amor signo de pertenencia al discipulado, no podía quedar en una bella palabra ni en un vago sentimentalismo. El amor tiene que encontrar formas concretas en la misma vida y organización de la comunidad. Y cada comunidad debe encontrar ese estilo peculiar que le confiere su identidad en el mundo que le toca vivir.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 246 ss.

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