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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DE PASCUA
13-22
13. "AL QUE A BUEN ÁRBOL..."
El hombre, esta criatura débil que soy yo, sabe, desde su instinto y su razón, que, para hacer algo, necesita también apoyarse en algo. O mejor: en "alguien". Desde la pragmática filosofía popular se nos ha dicho: "Al que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija".
Y la propia experiencia, al descubrirnos la limitación de nuestras fuerzas, nos demuestra que necesitamos ayuda: apoyarnos, cobijarnos, entroncarnos, injertarnos...
De esto nos habla Jesús hoy: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece unido a la vid, así vosotros, si no permanecéis en mí".
De "unión con Cristo" se trata, pues, amigos. De una unión que puede tener, escalonadamente, diferentes grados.
1.° Unión de tipo intelectual. Nos gusta tu doctrina, Señor. Y tu pensamiento. Hay muchos que se han acercado a ti por la belleza de tu evangelio, por la coherencia de tu mensaje, por la grandeza de tu doctrina sobre el amor. Sí, existe la atracción del pensamiento intelectual. Ilustres escritores han pasado por el mundo suscitando ilusión y nos han enganchado con el núcleo de su doctrina o la garra de su expresión. Dicen que la Biblia en general, y los evangelios en particular, son el libro más vendido. Son muchos, por tanto, los unidos a Dios, y a Cristo, por este vínculo intelectual. Pero tengo para mí, Señor, que, cuando tú dices: "permaneced en mí", no te contentas con esta adhesión meramente doctrinal. De no se qué escritor francés leí que había escrito páginas bellísimas sobre la eucaristía; pero que "no comulgaba".
2.° Unión de la voluntad y el amor. Hay personas que se hacen amar. Y hay vicisitudes y contingencias en la vida de algunos seres que nos impulsan a quererlos. Así, dar un "pésame" o una "felicitación" pueden ser ya diferentes maneras de estar junto a las personas. Hoy está de moda la palabra "solidaridad". Y de verdad que existen seres con los que hay que solidarizarse, aunque no sea nada más que por lo duramente que les ha tratado la vida.
3.° Pero el "permaneced en mí" de Jesús se refiere a una unión más honda y profunda. Es una unión interior, vitalista, que pone en marcha toda la teoría de los vasos comunicantes. Unos vasos comunicantes que ponen en circulación, desde "la vid", que es Jesús, hasta "los sarmientos", que somos nosotros, esa realidad espiritual, transformante y divina que llamamos "gracia" y que nos capacita para producir "frutos de vida".
Es una unión que comprende en sí las otras uniones: la del pensamiento, por la que aceptamos "la Palabra"; la de la voluntad, por la que amamos a alguien al cual llamamos "Corazón de Jesús, muy digno de ser amado", y ésta de la "savia interior que nos une a la vid" y que nos proporciona el agua de la verdadera fuente: "que bien se yo la fonte do mana y corre"... decía emocionado Juan de la Cruz, "aunque era de noche...". San Pablo estaba tan conmovido con este misterio de nuestra inserción en Cristo, que, al explicarlo, agota todas las imágenes: "vestirnos de Cristo", "Vivir en Cristo", "comulgar con Cristo", "injertarnos en Cristo", "ser Cristo", "estar en Cristo...". Y no contento, se pone a decirnos que "somos un cuerpo, en el que El es la cabeza y nosotros los miembros". Y, rizando el rizo, todavía añade: "Vivo yo, pero no yo, sino Cristo en mí". Resumiendo: "Sin El, ¡nada!".
ELVIRA-1.Págs. 138 s.
14.
SARMIENTOS QUE DAN FRUTO
1. Ya se va construyendo la Iglesia. Cada día brotan sarmientos nuevos en la vid. Cristo es la Vid Juan 15, 1. La cepa. De la cepa van naciendo sarmientos nuevos. Para que los sarmientos estén vivos, crezcan y produzcan racimos, es necesario que estén unidos permanentemente e íntimamente a la cepa. La vid y los sarmientos no son cosas distintas. Son un solo cuerpo. Un solo Cristo. Mediante los sacramentos que nos aportan la savia de Dios, vamos creciendo. Con ellos recibimos vida y fuerza para dar fruto, que es practicar virtudes, sobre todo, amor. Pablo es un sarmiento nuevo que Jesús se ha elegido y se ha unido a su cuerpo, para que sea un instrumento de expansión y crecimiento extraordinario de la Vid.
2. "Les contó cómo había visto al Señor en el camino, y lo que le dijo: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" Hechos 9, 26. Será instrumento, pero antes ha de sufrir la poda. "El Padre lo poda". Poda para su mayor crecimiento. De la poda brota el retoño. Es una poda liberadora, poda causada por el amor, obra de predilección. ¿Que ocurriría si el agricultor no podara la vid? Se agotaría y no daría cosecha. Así el cristiano ha de soportar pasivamente la poda del Padre, y también empuñar él mismo la podadera cada día, y cada momento. La vida del cristiano ha de ser un acto de amor que se manifiesta en el vencimiento constante para permanecer unido a la vid. Así es como dará fruto de vida eterna. Después de la rotura de la cabeza del fémur ha dicho Juan Pablo II: "Con estas pequeñas cruces también se gobierna la Iglesia". El amor lo hace todo posible y fecundo. Aparte de que Dios, como Padre, nos prepara el traje a nuestra medida, y no nos pide más de lo que podemos soportar. Nos prueba conforme nuestras fuerzas; si nos prepara pruebas mayores, dará las fuerzas correspondientes. Pero hemos de confiar en él y acudir a él en nuestra oración.
3. "Este es el mandamiento que Dios nos dio: Que creamos en Jesucristo y que nos amemos unos a otros, con obras y según la verdad" 1 Juan 3,18. Cuando nos condene nuestra conciencia, podemos quedarnos tranquilos si guardamos el mandamiento del amor, pues Dios es más grande que nuestra conciencia y lo conoce todo, también nuestra debilidad, limitaciones y dificultades. Es decir, Dios está por encima de nuestra conciencia. Si cumplimos los mandamientos de Dios, sobre todo el del amor fraterno, la conciencia no tiene por qué intraquilizarnos. La realidad objetiva del juicio de Dios, completa y fundamento la subjetividad del juicio de nuestra conciencia. En la práctica del amor debe tranquilizarse nuestra conciencia.
Pero ocurre que muchas veces nuestro amor es vacío y sin consistencia, y en nuestras reuniones, asambleas, comunidades, grupos apostólicos, abundan las divisiones, envidias, rivalidades, rencores, ansia de éxitos humanos, subjetivismos que lo esterilizan todo. El injerto de Cristo queda sofocado en su crecimiento por los elementos y ramas bordes que crecen e impiden que de desarrolle Cristo y que sus obras sean de Cristo.
Cuando tanto oímos hablar de corrupción y tanto se clama por dimisión, es extraño no oir nunca: restitución. Pero, además, en el día del trabajo constatamos que mientras miles de ciudadanos salen de las ciudades en sus coches a disfrutar del puente, otros centenares marchan a pie a Madrid a reclamar un puesto de trabajo. Los Obispos señalan pasividad de los ciudadanos. ¿No estaremos anestesiados? Cuando un Jefe jura o promete cumplir por su honor los deberes de su cargo, uno se pregunta: ¿Por su honor? ¿Quién es ese señor? ¿Por qué no jura por Dios, que lo ve todo y siempre? Por su honor, cuando V. pueda no ser visto y piense que la justicia está en su mano y puede silenciarla, no nos crea tan ingénuos para que le creamos. Los cristianos, los que practican el amor con la verdad, los que siguen el camino de Jesús, son los que tienen los resortes para cambiar el mundo, y hacerlo más humano y solidario. Porque cuentan con la fuerza de Dios. No nos conformemos con ser pintores de brocha gorda, hagamos filigranas en el trato con el Señor. Seamos miniaturistas, delicados, sensibles, atentos. No nos quedemos en la ordinariez. Si tuviéramos tanto interés por nuestra salud espiritual, como lo tenemos por nuestro bienestar natural! Si contamos con el Señor nuestra vida se convertirá en un campo de batalla, en la que la lucha constante estará fortalecida por la fuerza de la gracia del Señor y nos llevará más que a la consideración de lo negativo, a la alegría del esfuerzo de la victoria conseguida, bajo la mirada del buen Dios.
4. En el Día de las Comunicaciones Sociales: Cristo se comunicó con palabras gestos y obras. Y sigue comunicándose a través de la Iglesia. Empezó a escribir. La imprenta. La Biblia el primer libro que se imprimió. Utilizar bien los medios para evangelizar.
4. "El Señor nos hará vivir, para que nuestra descendencia pueda contar al pueblo que ha de nacer: todo lo que el Señor ha hecho, las maravillas de sus manos realizadas en favor nuestro" Salmo 21.
5. Sobre todo la maravilla de las maravillas de su comunión y alimento eucarístico, con el que podemos recorrer el camino que él va trazando a cada uno de nosotros y a toda la humanidad, que Dios quiere que sea sarmiento vivo y productivo de frutos de justicia y santidad evangélicas. Sabiendo que "el que permanece en él da fruto abundante" Juan 15, 4.
J. MARTI BALLESTER
15.
Comentario a los textos…
Hch 9,26-31
Una lectura de Hechos debe distinguir la tradición histórica subyacente, de la
intención que mueve a “Lucas”. El hecho histórico: después de su
conversión y estadía en Damasco, “Lucas” presenta a Pablo en viaje a
Jerusalén. Omite, o desconoce, la estadía en Arabia. La conversión del
perseguidor no es fácil de admitir, y la sospecha lleva a que la mayoría no
crea en el “nuevo Pablo”. La intervención de Bernabé es coherente con la
cercanía que éste tiene junto a Pablo, y que no sólo es mencionada en Hechos
sino también en Pablo (1 Cor 9,6; Gal 2,1.9.13 y ver Col 4,10). Este compañerismo
de Esteban permite, por otro lado, dar nueva luz a la presencia de Esteban en
Hechos que ya desde el comienzo es presentado como modelo por haber vendido un
campo y puesto el dinero a los pies de los apóstoles (4,36).
No es claro si el que cuenta cómo vio al Señor en el camino es Bernabé (lo que es coherente con el discurso) o el mismo Pablo (lo que es coherente con los acontecimientos): ambas cosas son literariamente posibles.
El enfrentamiento con los helenistas, es decir, judíos de habla griega es semejante a lo ocurrido con Esteban (ver 6,9), y en Hechos parecen ser los adversarios de Pablo por excelencia. Por eso deciden su muerte, y “los hermanos” -los judíos cristianos de Jerusalén- deciden, para salvarle la vida, hacerlo marchar a Tarso, su patria. Esto tampoco es contrario a los escritos de Pablo (Ga 1,21) por lo que parece probable.
“Lucas” agrega un pequeño sumario sobre la “paz” y el crecimiento de las comunidades acompañadas por el Espíritu Santo.
Notemos algunos detalles teológicos: la conversión dio a Pablo un cambio total en su vida. Es cierto que “Lucas” jamás lo llama apóstol, pero no duda en afirmarnos que “vio al Señor” (v.27) con lo que se transforma en verdadero testigo del resucitado. Por otra parte, nos precisa que Pablo “andaba con” los Apóstoles y “predicaba valientemente en el nombre del Señor” con lo que empieza a hacer visible la extensión del Evangelio saliendo ya de “Judea, Galilea y Samaría” (v.31) y llegando al Asia (v.30). Pero esta predicación conlleva también el conflicto; a semejanza de Esteban discute con los helenistas, y su muerte empieza a planearse. Como Esteban es martirizado en notable paralelo con Jesús (notar las semejanzas entre el juicio y la muerte de Jesús en Lucas y la de Esteban en Hechos), Pablo también empieza a ser condenado a muerte, para terminar, también con particular semejanza con la muerte de Jesús, un proceso de juicio, tribunales, etc. Al convertirse a Jesús, a Pablo le espera la misma suerte que su Maestro.
Sal 21,26-28.30.32
Un salmo de lamentación incluye, casi como un himno aparte y distinto, la alabanza. La asamblea está reunida para un sacrificio de comunión en el que el oferente comparte y festeja con los pobres manifestando así públicamente la solidaridad y comunión del pueblo. Esta actitud lleva a todos a reconocer la obra de Dios que, si bien al principio había experimentado como lejanía (vv.2.12.20) se manifiesta ahora como cercanía (v.25) a los pobres y débiles, lo que provocará que los poderosos de la tierra lo reconozcan y cuenten su justicia. La experiencia de la vida compartida, la solidaridad en comunión con los pobres para que sean saciados, es una predicación a los paganos de una sociedad alternativa de hermanos que Dios quiere para su asamblea, y esto se manifiesta en la celebración litúrgica de la ofrenda compartida con los pobres.
1 Jn 3,18-24
Parece que un grupo grande en la comunidad de Juan proponía -partiendo de una lectura tergiversada del evangelio- una espiritualidad desencarnada. El autor de la carta pretende indicarles en qué sentido debe entenderse más de un malentendido del evangelio. En este caso, les indica que el amor es algo que se manifiesta concretamente, que no es algo que se “dice”, sino algo que se pone en práctica. No estamos lejos de otros escritos judíos, apócrifos, como el Testamento de Gad: “Ahora, hijos míos, que cada uno ame a su hermano; arranquen el odio de sus corazones amándose unos a otros con obras, palabras y pensamientos” (6,1).
La relación “mandamiento” y “recibir cuanto pidamos” debe entenderse en la dinámica del amor, de la constitución de una familia, al estilo de lo señalado en la tradición Q: “Si, pues, ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes (que está en los cielos) dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mt 7,11).
El mandamiento, en este caso, se presenta como “creer” y “amar”, lo que se aclara si entendemos la carta a la luz del evangelio. Allí Jesús había dicho: “Aquel día pedirán en mi nombre y no les digo que yo rogaré al Padre por ustedes, pues el Padre mismo los ama, porque me aman a mí y creen que salí de Dios (16,27). Este encuentro de amor provoca una mutua “permanencia”, y un conocimiento que no viene de la pura “teoría” sino del amor puesto en obra, de la presencia en nosotros del Paráclito. [para una mayor comprensión, véase lo que diremos en seguida al hablar del evangelio].
Jn 15,1-8: Yo soy la vid, ustedes los sarmientos
Los estudiosos no están de acuerdo sobre si esta imagen debe ubicarse en el género parábola, o es más bien una alegoría. Hay elementos en ambos sentidos. Es cierto que tanto uno como el otro se expresan con la palabra hebrea “mashal”, pero eso no termina de dejar claro cómo debemos entenderlo. Ciertamente, si es alegoría, debemos buscar en cada referencia un sentido, y en ese caso, ¿qué sería la poda?, ¿qué sería el cortar?, ¿qué el fuego? Si se trata de una parábola, el elemento más importante deberíamos buscarlo al final, y en este caso serían los frutos, pero en más de un momento parece que lo más importante es “permanecer en” la planta. Sólo así se puede dar esos frutos que -ciertamente- se esperan.
La idea de que Jesús se presente como vid parece muy importante. En primer lugar, vuelve a encontrarse un “yo soy” con predicado, como había sido el agua viva, el pan vivo, la luz del mundo, el pastor bello, la puerta de las ovejas, la resurrección y la vida, el camino (¿de?, ¿por?) la verdad (¿hacia?) la vida. Como es evidente, la mayoría de los predicados del “yo soy” son elementos vitales de la existencia: agua, luz, pan, la vid, el camino, la puerta; a veces están, también, cargados de simbología en Israel: el pastor, la vid; a veces están acompañados de predicados que le dan sentido nuevo: “vivo”, “bello”, “verdadera”. Se sabe que Juan ha escrito “para que crean” (20,31). Y para eso dedica su evangelio a revelarnos a Jesús, y a mostrarlo; veladamente al comienzo, por signos (caps. 1-12), y abiertamente después, en su gloria (caps. 13-20). En ese contexto revelador, deben destacarse los discursos (“discursos de revelación” los llamó Bultmann) que suelen venir a continuación de un signo. En ellos, se explicita lo oculto en ese signo, en ellos Jesús se manifiesta aclarando lo que no se ve, con un yo soy con predicado; así, por ejemplo, después de multiplicar los panes, nos aclara que eso no es “para alimentar”, sino un signo (ver 6,26). Para que lo entendamos nos dice “yo soy el pan vivo”. Los “yo soy”, entonces, presentan un intento revelador del Jesús de Juan. En este caso, se nos dice “yo soy” la vid.
¿Qué es la vid? Ciertamente es una planta que da uvas, pero no es eso lo que Jesús quiere remarcar. Con mucha frecuencia en el Antiguo Testamento la vid representa al pueblo de Israel (ver Os 10,1; Sal 79,9.12; Jer 2,21; Ez 17,1-10; 19,10; y, sobre todo, Is 5,1-8; ver también Cant 6,11; 7,13). El problema que tiene esta vid es la falta de frutos, de allí que Jesús también tome esta imagen (o también la de la higuera, ver Jer 8,13; Jl 1,7; Mt 21,19-21; o la oliva, ver Sal 52,10; Os 14,5-8, y la interesante parábola de Jue 9,7-16). En todos los casos la importancia está dada por los frutos, lo que es muy evidente en el texto de Is 5, y su relectura en la parábola alegorizada de los “viñadores homicidas” (Mt 21,33-41; también 20,1-16; 21,28-32). La falta de frutos o los frutos malos son motivo de la preocupación del dueño de la vid, que es Dios. De allí que acá se aclare que la vid es “verdadera”. Como es característico de todo el evangelio, Juan presenta a Jesús reasumiendo en sí mismo todo lo antiguo que conecta con Dios: las tinajas de la purificación, las fiestas litúrgicas, el Templo, el Cordero pascual... aquí nos muestra a Jesús siendo Él el verdadero pueblo de Dios.
La “verdad”, en Juan es un tema muy interesante de destacar. Mientras los griegos entienden la verdad como algo “conforme a la realidad”, para la mentalidad bíblica la verdad es sinónimo de fidelidad, de lealtad. Es algo más en orden a la praxis que a la teoría. La vid es verdadera por cuanto responde a aquello que se espera de ella. Por otra parte, verdad es opuesto a mentira, que es traición, infidelidad. El demonio es llamado “padre de la mentira”, es lo que “le sale de dentro” (8,44) y por ello es homicida. Su fruto es la muerte. Esto ya nos empieza a preparar al tema de los frutos, tema que -sin embargo- recién se aclarará mucho más adelante.
Llama la atención que desde el comienzo Juan explique a qué se refiere con vid, con viñador, con sarmiento, rama, pero nada diga de los frutos. Pero esto se comprende porque toda la primera parte la intención está en resaltar la importancia de “permanecer”, mientras que después de haberlo destacado retoma la importancia de los frutos. Claro que no se puede dar fruto sin “permanecer” y -por otra parte- si no se da frutos, la rama es cortada con lo que dejaría de “permanecer”.
Toda esta primera parte (vv.1-8), notamos, mira más detenidamente a la necesidad de “permanecer”: Veamos esto más detalladamente:
“Permanecer en” es una terminología predilecta de Juan (y de 1 Jn) para destacar una intercomunión entre dos que se aman, como entre el Padre y el Hijo, o entre el Hijo y los cristianos. Notemos que refiere a una unión profunda, no en el sentido “místico” del término, sino vivencial: lleva a la vida de amor (15,10; 1 Jn 4,12.16), se enfrenta al mundo (1 Jn 2,16-17) y procura dar fruto (15,5). La interrelación es profunda (ver 6,56; 14,10-11; 15,5), y en el caso del creyente y Cristo está en relación al pan de vida, a la palabra y ayudará a comprender la unidad que se da entre el Padre y el Hijo y entre el Hijo y el creyente (ver Jn 17,11.21.23). Por eso es muy interesante otros dos elementos en el uso de este verbo; en 9,41 se dirige a los “que dicen vemos”, y se dice de ellos algo terrible: “su pecado permanece”. La negativa pertinaz a creer trae como consecuencia una interrelación nada menos que con el pecado. El otro caso está dado por lo contrario, el amor. En 15,16 los seguidores de Jesús somos elegidos y enviados para dar fruto, y de este fruto se afirma que “permanece”. No es simplemente afirmar que es un fruto duradero, es un fruto de comunión, un fruto divino. Finalmente, notemos que, al final del evangelio, se aplica el verbo “permanecer” al Discípulo Amado; se alude a su “permanecer” hasta el final. Es característica, entonces, del Discípulo modelo, y de los que debemos seguir ese ejemplo, también esa estrecha unidad con Jesús hasta que él vuelva. Tampoco debemos descuidar que esta interrelación mutua “yo en él, él en mí” parece tener una dinámica semejante a la de la alianza del AT (ver Jer 31,33; Ez 36,26-27).
Desde el principio se alude a los frutos, aunque, como hemos dicho, el acento está puesto por ahora en las ramas y estas permaneciendo unidas a la vid.
La “glorificación” es la realización de la voluntad de
Dios, es la manifestación de su proyecto. La voluntad del Padre se manifiesta
en el mucho fruto que pueden dar las ramas que “permanecen” en la vid, y
pueden permanecer porque las palabras, que son palabras que tienen su origen en
el Padre (ver 14,10) también permanecen. La estrecha relación mutua está señalada,
ya estamos preparados para detenernos en los frutos.
Reflexión
Jesús nos presenta una imagen tradicional. No es propiamente una parábola, ni tampoco una alegoría, como se preguntan algunos. Desde el primer momento se nos dice a qué hacen referencia tres de estas imágenes: la vid es Jesús, el viñador es el Padre y las ramas son los oyentes. Sólo los frutos quedarán sin especificarse, aclarándose la cosa recién al final. Pero la imagen de la vid -que evidentemente se planta para obtener frutos- y de las ramas, pone el primer acento en la necesidad de éstas de estar unidas a la planta para así poder dar frutos. Todo esto se expresa en un verbo que es muy importante en Juan: “permanecer en”.
Nada tiene sentido separados de Cristo. Sin Él, no hay vida verdadera, no hay reales proyectos de esperanza que tengan sentido. Sólo unidos a Él, “permaneciendo en” Él, será posible dar frutos, será posible ponernos frente a Dios. Sin Jesús estamos como la rama de un árbol una vez cortada: no puede dar frutos; definitivamente no puede y su destino inexorable es el fuego.
En la lógica de la imagen, los frutos no dependen de nosotros mismos, sino de la integración en una vid. No son nuestras propias capacidades, nuestras fuerzas las que lograrán frutos en esta siembra; producir frutos depende exclusivamente de un criterio de pertenencia, de una comunión, de una integración. No es por nosotros mismos, sino por la fuerza que da esa pertenencia a algo que es de Dios (un pueblo), y que cuenta con la garantía de Su fuerza y vitalidad. Sólo Dios cuenta en esta “historia de árboles, ramas y frutos”.
Con mucha frecuencia, en el Antiguo Testamento, el pueblo de Dios se compara con una vid (ver Is 5,1-7) -y, a veces, también con una higuera-; pero éste pueblo es una vid que no dio los frutos esperados sino uvas amargas. En los evangelios sinópticos, la falta de buenos frutos llevó a Jesús a retomar la imagen de la vid para hablar de un cambio de administradores en la viña (ver Mt 21, 28-46), o de la higuera que se seca por no dar fruto. En cambio Juan, como es su costumbre, resume todo en la misma persona de Cristo, Él es la vid que, para ser bien precisos, define aquí como “verdadera”: sólo estando unidos a Él seremos su Pueblo, y por lo tanto, sólo así estaremos capacitados para dar fruto.
Vemos, entonces, que el evangelio nos pone frente a dos aspectos de una misma realidad: estar unidos a Cristo y, también, dar frutos. No se puede dar frutos sin “permanecer en” Él, y no se “permanece en” Él sin “dar frutos” ya que en ese caso el viñador poda las ramas infructuosas, con lo que perderían la “permanencia”.
La vida nos viene, entonces, por estar unidos a Jesús, por “permanecer en” Él; es una vida que viene por dentro, y que a su vez engendra más vida hacia afuera (“frutos”, en la imagen que Juan desarrolla). Y precisamente como el vino (“fruto de la vid y del trabajo de los hombres -¡y mujeres!-”), esto tiene como consecuencia característica la alegría. Alegría y vida van de la mano: la vida se celebra en alegría; la alegría es un símbolo fuerte de la vida. Todo eso es la gloria del Padre, es allí donde Él se hace presente.
Muchas veces oímos decir que es posible ser cristianos sin la Iglesia -y ¡hasta sin Cristo!-. No negamos la buena voluntad de aquellos que viven separados de Cristo, ni tampoco los buenos frutos, o al menos -en muchos casos- mejores frutos que los que da el llamado “cristiano medio”, que a veces es sinónimo de “cristiano mediocre”. Sería ingenuo, falso, soberbio, y hasta sectario negarlo. Simplemente (¿simplemente?) decimos que quienes nos decimos unidos a Cristo -que no otra cosa es ser “cristianos”-, nuestra vida, nuestros frutos, deberían tener como característica la misma vida y los mismos frutos que Cristo.
Mientras tanto, seguiremos escuchando críticas a la Iglesia, que deberíamos escuchar con la cabeza gacha y avergonzada, por la falta de frutos, o por frutos que no son precisamente de vida y de amor, sino todo lo contrario. Así como la primera vid le fue quitada a un grupo -según Mateo- para que otro dé el fruto debido a su tiempo, así la vid, que aquí es calificada de “verdadera”, puede enfrentarnos con nuestra “no verdad”, con la mentira, que tan grave es en Juan hasta el punto de ser demoníaca. Entre tanto, muchos seguiremos buscando llenar nuestra vida con superficialidades que nos ayuden a evadirnos de la realidad, porque sólo cuando viene el vino de la vid verdadera, vendrá la alegría también verdadera, y vendrá la vida más verdadera aun. Pero -en cambio- cuando los seguidores de Jesús sepamos dar frutos verdaderos de verdadera vid, entonces la alegría será inmensa. Porque esos frutos “permanecerán”, y el vino de la alegría se transformará en fiesta para todos.
Para la revisión de vida
¿Cómo se alimenta mi vida? ¿Cómo, de dónde, con qué medios… recibo la
savia que necesito para ser un sarmiento injertado en la viña del Señor? ¿Cultivo
esos medios? ¿Debería cultivarlos más, o cultivar otros? Hacer un chequeo
de cómo va mi «alimentación espiritual». Renovar e incrementar mi contacto
con la viña…
Para la reunión de grupo
-Hoy los exegetas están unánimemente de acuerdo en que los «sumarios» de
Lucas, esos resúmenes globales que periódicamente introduce en su texto,
diciendo que la Iglesia de Dios crecía y se expandía felizmente y todos los
creyentes vivían unidos mientras Dios agregaba a los que habían de salvarse,
son un género teológico redaccional, un recurso literario para la composición
del libro, que no deben ser entendidos literalmente, como si la Iglesia
primitiva no hubiera tenido conflictos. Éstos acompañaron a la Iglesia desde
el principio y no la abandonarán en toda su historia. ¿Por qué? ¿Cómo
puede haber conflictos en la Iglesia si la guía el Espíritu? ¿A qué se
deben los conflictos? ¿A la infidelidad de los cristianos? ¿A sus pecados?
¿Si fuéramos como debemos no habría conflictos en la Iglesia
- La segunda lectura insiste en la necesidad de que el amor sea encarnado… Demos razones teológicas por las que el amor cristiano debe ser «encarnado». Y señalemos consecuencias prácticas. Pongamos algunos ejemplos actuales, del mundo de hoy, de amor encarnado y de amor desencarnado.
- ¿Cabe entender la imagen de la unión de la viña con los sarmientos como
una justificación de una «vida espiritual» intimista, individual? ¿Puede
mirarse también en perspectiva comunitaria?
Para la oración de los fieles
--Para que la Iglesia viva la savia nueva del Evangelio con lamisma fuerza y
convicción que las primeras comunidades, roguemos al Señor.
-Para que el mundo viva en paz, y los cristianos seamos una fuerza social por
la paz, unida y sin fisuras, roguemos al Señor.
-Para que el mundo entre en razón y cese la carrera de armamentos, el
irracional gasto de recursos, del que con un mínimo porcentaje podríamos
remediar el hambre y la falta de educación en el mundo, roguemos al Señor.
-Para quenuestra comunidad no se limite a asistir a la Eucaristía y a
escuchar la Palabra, sino que la ponga por obra con todas sus consecuencias,
roguemos al Señor.
-Para que cada uno de nosotros vivamos en comunión con la Vid, por medio de
la oración, la vida de comunidad y la participación litúrgica, y ello nos
lleve a ser esforzados constructores del Reinado de Dios en la sociedad, en la
Iglesia y en el mundo, roguemos al Señor.
-Por todos los cristianos, católicos, protestantes, ortodoxos… para que no
podamos vivir tranquilos, impelidos por la urgencia del Testamento de Unidad
que Jesús nos dejó, roguemos al Señor.
-Para que los cristianos no nos consideremos que tenemos la exclusiva de la
comunión con Dios, sino que recordemos humildemente que la Gracia de Dios no
está atada a los sacramentos ni a la Iglesia, y que Dios se comunica con
todos los pueblos y con todos los hombres y mujeres a través de sus propias
religiones, roguemos al Señor.
Oración comunitaria
Oh Dios, misterio fuente de la vida, Viña universal en donde se injertan
todos elementos que existen y que viven. Danos el don de tener una visión
contemplativa de la realidad, para reconocerte presente y actuante, vivo y
vivificador, en todos los seres humanos, en todos los seres vivientes y en
todo el infinito Universo. Tú que vives y haces vivir al Universo, por
milenios y milenios. Amén
Señor, haz que permanezcamos unidos a Ti, como los sarmientos a la vid, de manera que escuchando tu Palabra, sepamos a nuestra vez transmitir y hacer crecer a nuestra vez la Vida que recibimos, dando los frutos de Amor y de Justicia que esperas de nosotros. Nosotros te lo pedimos por Jesucristo, nuestro hermano mayor. Amén.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
16. DOMINICOS
Este Domingo
Este domingo de pascua podíamos calificarlo como el domingo de la unión con Cristo. De una unión que se constituye cuando por nosotros corre la misma savia que corrió por su ser, como la savia de la cepa corre por los sarmientos.
Esa savia está constituida por los sentimientos. Los sentimientos son lo que mejor nos define, somos lo que sentimos. Estar unido a Jesús es, ante todo, coincidir en los sentimientos. Tener sus sentimientos es lo que nos hace realmente a nosotros “cristianos” y a Jesús “humano”. La segunda lectura lo expresa con la frase “permanecer en Dios y Dios en nosotros”, en una acción recíproca.
Es esa segunda lectura la que precisa que el sentimiento esencial es el amor. Amor auténtico, no de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. Si el sentimiento es auténtico, de verdad, las obras surgirán espontáneamente, no quedarán en puro sentimiento.
Por eso, de sentir con Cristo deriva el obrar como Cristo en lo que está en nuestras posibilidades que, en los términos de san Juan, es cumplir sus mandamientos. El fundamental de todos, tantas veces lo hemos escuchado, es que nos amemos mutuamente.
I.1. La primera lectura nos presenta a Pablo que, después de su conversión, vuelve a Jerusalén. Sabemos, por el mismo Pablo en Gál 1,16-24, que tuvo lugar a los "tres años", tras una estancia en Arabia (donde se retira a repensar su vida) y su ministerio en Damasco donde había tenido lugar su conversión. Pero Lucas tiene mucho interés en poner pronto en comunicación a Pablo con los Apóstoles (poniendo como anfitrión a su compañero Bernabé) para mostrar la comunión de todos en la predicación del evangelio. Lucas está preparando las cosas para dejar poco a poco a Pablo como protagonista de los Hechos, como aquél que ha de llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. El relato de Hechos deja muchos cabos sueltos desde el punto de vista histórico. Pablo -que vino a Jerusalén para "ver" a Pedro según nos confiesa él mismo en el texto de Gálatas-, tiene ocasión de experimentar que los judeo-cristianos no se fían de él. Los judíos helenistas, como sucedió con Esteban, provocaron un altercado que podía haberle costado la vida. Por eso lo encaminaron hacia Tarso (Pablo dice que estaría catorce años en Siria y Cilicia), hasta que vuelve a Jerusalén para la asamblea apostólica (Hch 15). Lucas insiste mucho, quizás demasiado, en la comunión de Pablo con los de Jerusalén.
I.2. En el texto de hoy es importante poner de manifiesto que Pablo, el perseguidor, ha tenido en el "camino" una experiencia del Señor resucitado, como la han tenido los apóstoles y otros y está en disposición de anunciar la Resurrección, incluso en la misma sinagoga que fue responsable de la acusación de Esteban. Esto es lo que a Lucas le interesa sobremanera: si Esteban ha sido quitado de en medio por los intereses "religiosos" de los responsables, Dios llama a otro (nada menos que al enemigo anterior del evangelio), a Saulo, para anunciar la resurrección y llevar el mensaje a todos los hombres. La Iglesia, los discípulos -todavía no han recibido el nombre de cristianos, como sucederá en Antioquia-, se fortalecerá en la persecución y el sufrimiento. Pero el mensaje de la vida, como corazón del anuncio de la resurrección, ha de transformar el mundo.
II.1. La segunda lectura nos habla de la praxis del amor y de la verdad. La vida cristiana no se puede resolver en la ideología que se mantiene en la cabeza, sino en lo que uno vive de corazón. Para la Biblia, el corazón es la sede de todas las cosas, del pensar y del obrar, y es el corazón el que nos juzga, el que dice si nuestro cristianismo es verdadero o pura ideología. Es la sede de la conciencia y no podemos engañarnos. La religión verdadera comienza siendo una cuestión de fe, pero se muestra en la praxis de una vida donde lo que se cree se ha de llevar a efecto; de lo contrario no habría fiabilidad.
II.2. Lo principal de esta praxis es que la fe en Jesucristo implica necesariamente el amor a los hermanos como El nos ha pedido, como ha exigido a los suyos en el discurso de la última cena: el mandamiento nuevo. Así es como podremos saber que estamos con Dios y que tenemos su Espíritu. El amor a los hermanos, que en la teología joánica es como el amor a Dios, garantiza la verdad de la vida cristiana. El amor a los hermanos es el criterio de conciencia verdadera.
III.1. El evangelio de Juan nos ofrece uno de esos discursos llamados de “revelación”, porque en ellos éste evangelista nos muestra quién es El Señor. Se enumera entre los famosos "yo soy" del evangelio de Juan (el Mesías 4,26: el pan de vida 6,35.41.48.51; la luz del mundo 8,12; 9,5; la puerta de las ovejas 10,7.9; el buen pastor 10,11.14; el Hijo de Dios 10,36; la resurrección 11,25; el Señor y el Maestro 13,13; el camino 14,6; la verdad 14,6;la vida 11,25;14:6; el rey de los judíos 19,21. Esto ha planteado, de alguna manera, una “cristología” y un discipulado de exclusividad. Aquí, en este discurso, Jesús se presenta con una imagen que era tradicional en la Biblia, la de la viña. Conocemos un canto de la viña en el profeta Isaías (c.5) que tiene unas constantes muy peculiares: la viña era el pueblo de Dios. Sabemos que la viña está compuesta de muchas cepas, pero la viña no ha dado fruto bueno, es un fracaso, se debe arrancar. Ese es el canto de Isaías. )Lo arrancará Dios? Debemos decir que desde la teología joánica, la respuesta a ese canto es distinta; no es necesario que Dios la arranque: ahora Jesús se va a presentar como la clave curativa para que la viña produzca buenos frutos. Él se presenta como la vid, y todos los hombres como los sarmientos para que sea posible dar buen fruto.
III.2. Pero escuchando su “palabra”, los sarmientos tendrán savia nueva, vida nueva, y entonces llevarán a cabo las obras del amor. Porque fuera de El, de su palabra, de sus mandamientos, no podemos permanecer. Se respira, pues, una gran seguridad frente al acecho de cortar y arrasar: Jesús está convencido que permanecer en El es una garantía para dar frutos. El *permanecer+ con El, el vivir de su palabra, de sus mandamientos, de su luz, de su vida, hará que la viña, el pueblo de Dios, vuelva de nuevo a ser el pueblo de la verdadera alianza. Con esto se complementa la enseñanza de la epístola en la que se propone a los discípulos permanecer en Dios. El camino para ello es permanecer en Jesús y en su evangelio.
III.3. La fórmula "permaneced en mí y yo en vosotros", muy típica de este evangelista, define la relación del discípulo con Jesús como una reciprocidad personal. Esa relación personal con Jesús es la condición indispensable para dar fruto. La transformación teológica que se opera desde la imagen de la viña de Israel a esta propuesta simbólica del evangelio de Juan es muy peculiar. Una viña está compuesta de muchas cepas que, una a una, tienen su vida propia y que no tienen comunicación entre si. En el caso de la simbología de la viña de Juan la cepa, que es Jesús, hace que los pámpanos estén unidos a la cepa, a Jesús. Como Jesús es la vida, y la luz, y el Hijo, entonces estar unido a El es tener vida.
III.4. Se trata de un discipulado o de una comunidad intimista como algunos han señalado? No podemos negar que el evangelio de Juan es de este tenor. El "seguimiento" de Jesús no se expresa de la misma manera, v.g. que en Lucas, que es seguirle “por el camino”. Los discursos y las fórmulas de revelación del "yo soy" de esta teología joánica no dejan otra opción. Bien es verdad que eso no significa que la "exclusividad" de Jesús, el Hijo de Dios, no permita que esa luz de Jesús y esa vida que El ha traído precisamente, se convierta en un círculo de discípulos elitistas o excluyentes. Esa luz de Jesús y esa vida tienen muchas formas de manifestarse y de hacerse presente. Pero no es cuestión de exclusivismo, sino de confianza; la confianza de que en Jesús y con Jesús, el Señor, encontraremos la vida verdadera.
Miguel de Burgos, OP
Esta afirmación se basa en la parábola que utiliza Jesús. Si el sarmiento no está unido a la cepa, no da fruto, más aún, pierde su vida, se seca. Pero a su vez, el fruto de la vid no está unido a la cepa, sino que cuelga del sarmiento. La cepa sin sarmiento es estéril.
El proyecto de Cristo no es hacerlo él todo, sino invitarnos a actuar con él; eso sí, desde los sentimientos que a él le movieron. Somos los brazos ejecutores de su proyecto. Si nos replegamos sobre nosotros mismos, si no desplegamos como el sarmiento nuestro ser, nuestras posibilidades, el proyecto de Jesús no se cumple. La savia que corre por Cristo no dará vida, no producirá fruto. Somos condición imprescindible para la obra de Cristo.
Para llegar a dar fruto hemos de nutrirnos en la vida de Cristo como los sarmientos en la cepa. No son nuestras cualidades, ellas solas, ni nuestros esfuerzos y actividades lo que da fruto, sino estar llenos de la vida que viene de Cristo. Sólo en unión con él serán auténticamente fructíferos nuestro esfuerzo y trabajo.
Consecuencia: estar unidos Cristo implica llenarnos de su palabra, atentamente escuchada, es decir, del evangelio, vivir en su verdad. Y luego sentir como él sintió, amar lo que amó, luchar por lo que luchó, asumiendo incluso su destino.
¡Cuantas veces aparecen los apóstoles llenos de miedo! Lo tienen a Cristo cuando creen que es un fantasma, lo tienen a los judíos y se repliegan en una casa con las puertas cerradas; en la primera lectura se nos dice que tienen miedo a Saulo. No se fían de su conversión. Su vida es superar los miedos.
Pablo les acaba convenciendo. Les convence verle entusiasmado con la predicación del evangelio, sin miedos. Sin miedo a que los cristianos no se fíen de él y le rechacen. Sin miedo a que los judíos le reprochen su inconsecuencia, él que había sido perseguidor acérrimo de los cristianos. Sin miedo en definitiva a que los judíos “quieran suprimirlo”.
Él mismo dirá que tiene los sentimientos de Cristo. Se siente movido por su mismo amor. Está tan unido a Cristo que “no es él, es Cristo quien vive en él”. Por eso todo lo tiene por basura con tal de encontrar a Cristo.
Pablo es el sarmiento íntimamente unido a la vid. De ahí los frutos de su misión: las comunidades cristianas que fundó y fortaleció. Como dice la segunda lectura, creyó firmemente en Cristo -.
Lo que podíamos llamar la espiritualidad cristiana y su compromiso como tal no consiste en lanzarnos sin más a predicar el evangelio, a comprometernos en buenos proyectos, sino que exige sobre todo tratar de sentirnos motivados, impulsados por los mismo sentimientos de Cristo, sentir el entusiasmo por su causa que empieza y termina con el entusiasmo por su persona, por lo que hace ser lo que es, el amor al Padre y a los seres humanos. Eso es lo que permite que nosotros seamos instrumentos elegidos por Jesús para llevar adelante su obra de liberación del ser humano, de dignificación de su ser.
Fray Juan José de León
Lastra, O.P.
juanjose-lastra@dominicos.org
17.
NEXO ENTRE LAS LECTURAS
Este 5º domingo de pascua desea subrayar nuestra unión con Cristo Jesús, muerto
y resucitado por nosotros, y la necesidad de producir frutos en las buenas
obras. La primera lectura nos muestra a Pablo que narra su conversión a los
apóstoles y sus predicaciones en Damasco. La experiencia de Cristo lo llevaba a
hacer una nueva lectura de la Escritura y a descubrir el plan de salvación. Su
anhelo es el de predicar sin descanso a Cristo a pesar de las amenazas de muerte
de lo hebreos de lengua griega (1L). En la segunda lectura, san Juan continúa su
exposición sobre la verdad del cristianismo de frente al gran enemigo de la
"gnosis". El amor no se demuestra en bellas palabra o especiales iluminaciones,
como pretendían los gnósticos, sino en obras de amor (2L). No se puede separar
la fe de la vida moral. La parábola de la vid y los sarmientos nos confirma que
sólo podremos dar frutos de caridad, si permanecemos unidos a la vid verdadera,
Cristo el Señor (EV).
Mensaje doctrinal
1. El amor se muestra en las obras
La primera carta del apóstol san Juan pone de relieve, de modo inequívoco, que
no se puede amar sólo de palabra, sino con las obras y según la verdad. Si
deseamos saber si nos encontramos en la verdad, debemos atender a nuestras obras
en el amor. La caridad fraterna es algo propio y esencial del cristianismo: Él
ha dado su vida por nosotros; también nosotros debemos dar la vida por los
hermanos (1 Jn 3,16). Ahora bien, no todos pueden dar la vida por los demás
mediante el martirio, es decir, en una confesión suprema de fe. Sin embargo,
todos podemos dar la vida por nuestros hermanos mediante el ejercicio de la
donación de nosotros mismos. Es importante subrayar que el hombre puede vivir en
la dimensión del don (de la donación de sí). Más aún, ésta es su verdadera vida,
su forma más auténtica de vivir. Juan Pablo II escribía a los jóvenes en 1985:
"¡Sí, mis queridos jóvenes! El hombre, el cristiano es capaz de vivir conforme a
la dimensión del don (la dimensión de la donación). Más aún, esta dimensión no
sólo es "superior" a la de las meras obligaciones morales conocidas por los
mandamientos, sino que es también "más profunda" y fundamental. Esta dimensión
testimonia una expresión más plena de aquel proyecto de vida que construimos ya
en la juventud. La dimensión del don crea a la vez el perfil maduro de toda
vocación humana y cristiana." Juan Pablo II, Carta a los jóvenes Dilecti amici,
Roma 1985.
El mandamiento del amor es el principal de todos y el que nos ayuda a decidir
qué es lo que se debe hacer "aquí y ahora". Se puede vivir la dimensión del don
de sí mismo en la vida familiar y profesional, en la vida religiosa y
sacerdotal, en la escuela y en la cosa pública, en el hospital y en la fábrica.
Si nuestro corazón nos amonesta porque no hemos vivido la caridad, es inútil que
nos desalentemos atrapados por los remordimientos. El verdadero arrepentimiento
no se encuentra replegándose en sí mismo, sino volviendo a Dios para que Él, que
es rico en misericordia, nos perdone y nos conceda la suficiente humildad para
seguir adelante con entusiasmo. Bien lo supo san Pedro cuando exclamó: Señor, Tú
lo sabes todo. Tú sabes que yo te amo (Jn 21, 17). Dios es más grande que
nuestro corazón y sus planes y proyectos superan con mucho nuestro pobre mente
humana. San Agustín tiene un texto que viene muy a cuento del tema que nos
ocupa:
Si nuestro corazón nos acusa, es decir, si nos acusa interiormente porque no
obramos con la intención que deberíamos haberlo hecho, Dios es más grande que
nuestro corazón y conoce todas las cosas. Puedes esconder a los hombres tu
corazón, pero a Dios no le puedes esconder nada. ¡Cómo esconderlo a él a quien
un pecador lleno de arrepentimiento y temor decía: "Dónde iré lejos de tu
espíritu? ¿Dónde huir lejos de tu presencia?"
Buscaba huir para librarme del juicio de Dios, y no sabía dónde. En efecto
¿dónde no está Dios? "Si subo al cielo, allá estás tú, si desciendo a los
infiernos, allá te encuentro?"
¿Dónde ir? ¿Dónde huir?
Huye hacia Él, confiesa a Él tus pecados y no te escondas: en efecto, no puedes
esconderte de Él. Dile: "Tú eres mi refugio": y nutre en ti el amor que sólo
conduce a la vida" (San Agustín, Tratados sobre la primera carta de Juan, Tratt.
VI).
Vivamos, pues, en el amor. Pero si algún día tenemos la desgracia de alejarnos
de Dios por el pecado, no huyamos de él. Por el contrario acudamos al médico que
puede salvar nuestras almas, acudamos al Padre de las misericordias para que nos
restituya la vida de gracia y nos permita dar frutos de amor y de vida eterna.
2. Dar frutos permaneciendo unidos a Cristo
"Permanecer" es una palabra clave en el vocabulario de san Juan. En el original
griego (menein) lo encontramos 68 veces en los escritos de san Juan y 118 en el
Nuevo Testamento. En el sentido más fuerte expresa la unión entre el Padre y el
Hijo. En sentido más amplio expresa la unión entre Dios y aquel que tiene fe y
observa sus mandamientos. La parábola de la vid y lo sarmientos nos invita de
modo particular a "permanecer unidos a Cristo".
Es claro que un sarmiento, si no permanece unido a la vid, no puede dar fruto.
Se seca y no sirve sino para lanzarlo al fuego. Para el sarmiento no hay
alternativa: o permanece unido a la vid o es arrojado al fuego. No sirve para
madera u otra labor semejante.
Permanecer unido a Cristo es permanecer unido a la gracia, porque sin ella nada
podemos. Permanecer unido a Cristo es permanecer unido a Él por la oración, por
la vida interior, por la elevatio mentis in Deum (Por la elevación de nuestra
mente hacia Dios). Es hacer que todas nuestras obras y actos se hagan en la
presencia de Dios y ordenadas según Dios. Tamdiu homo orat, quamdiu totam vitam
suam in Deum. ordinat (El hombre ora tanto cuanto a Dios ordena toda su vida)
Santo Tomás, Comment in Rom c.I lect 5. Quien se separa de Cristo se pierde. Se
aleja del camino, de la verdad y de la vida. Se seca y es arrojado al fuego.
Pero hay algo más. El que permanece unido a Cristo es escuchado en su petición.
Veamos las palabras de san Agustín:
"Permaneciendo unidos a Cristo ¿qué otra cosa puede querer los fieles sino lo
que es conforme a Cristo? ¿Qué otra cosa pueden querer permaneciendo unidos al
Salvador, sino aquello está orientado a la salvación? En efecto, una cosa
queremos en cuanto estamos en Cristo, y otra cosa distinta queremos en cuanto
estamos en el mundo. Puede suceder que el hecho de demorar en este mundo nos
impulse a pedir algo que, sin darnos cuenta, no ayuda a nuestra salvación. Pero
si permanecemos en Cristo, no seremos escuchados porque él no nos concede, sino
aquello que nos ayuda a nuestra salvación. Por lo tanto, permaneciendo nosotros
en Él y sus palabras en nosotros, pidamos lo que queramos que lo obtendremos. Si
pedimos y no obtenemos quiere decir que cuanto pedimos no se concilia con su
demora en nosotros y no es conforme a sus palabras que moran en nosotros..."
(San Agustín, Del Tratado sobre san Juan, 81, 2-4, 82).
Permanezcamos unidos a Dios en nuestra vocación familiar, profesional religiosa,
sacerdotal para que demos frutos de vida eterna, para que nuestra vida no se
consuma infructuosamente en los avatares mínimos de cada día. Habrá que dar
fruto en el propio hogar, en la formación de la familia, en la educación de los
hijos; habrá que dar fruto en la vida social, en la construcción de un mundo
mejor, en el esfuerzo por aliviar los sufrimientos ajenos; habrá que dar fruto
en el apostolado, en el llevar las almas a Dios, en la maternidad y paternidad
espiritual. Pero todo esto no es posible, si no permanecemos unidos a Cristo,
vid verdadera.
Sugerencias pastorales
1. Hacer lo que a Dios agrada
En ocasiones uno se pregunta: ¿Qué debo hacer en este caso que tengo enfrente,
en esta circunstancia de mi vida? ¿Cómo comportarme ante esta dificultad o
problema? En verdad, el hombre debe afrontar momentos graves de su existencia y
tomar decisiones concretas. En estas situaciones puede ser muy útil e iluminador
preguntarse: ¿Qué es aquello que a Dios más agrada? ¿Qué es aquello que más
consolaría a Cristo? ¿Qué esperaría Cristo de mí en esta circunstancia? Son
preguntas sustanciales que iluminan de golpe el acontecer de nuestras vidas. Son
preguntas que robustecen el alma, que encienden el amor en el pecho y dan la
fuerza para afrontar lo que viniere por amor a Dios y a las almas. Este domingo
nos invita a amar no sólo de palabras, sino con las obras. Y las obras son las
de cada día. Las obras son nuestras tareas diarias, son nuestras
responsabilidades en el hogar y en el trabajo; en la escuela y en la vida
social. Efectivamente ahora ya no tenemos otro oficio, como san Juan de la Cruz,
sino el amar. "Al atardecer se nos juzgará sobre el amor".
2. Buscar dar frutos
Una fuerte tentación en el camino de la vida es "el cansancio de los buenos". El
cansancio de aquellos que, por algún tiempo, se dedicaron a practicar el bien.
Es un cansancio que se puede traducir en cierto desencanto ante tanta lucha y
poco avance; es un cansancio que se identifica con el abandono de los grandes
ideales y de los proyectos ambiciosos; es un cansancio que viene a terminar en
pereza, cobardía y esterilidad del alma. ¿Cómo huir de tamaña desgracia? Renovar
cada día el esfuerzo por "dar frutos", por trabajar con empeño. El mundo, la
Iglesia, mi familia, las personas que más quiero y más me quieren necesitan de
mí, necesitan de mi aportación, están a la espera de lo mejor de mí. No puedo
dejar de dar frutos so pena de morir espiritualmente. La vida espiritual se
convierte así en la permanente y total donación de sí mismo por amor a Dios y al
servicio de los hermanos. Dar frutos es una ley de vida cristiana. Es una
exigencia para todo el que vive unido a Cristo. Un modo hermoso de dar fruto es
conducir las almas a Dios. Y esto está a la mano de todos nosotros. Quien más,
quien menos, todos tenemos la posibilidad de llevar a las almas a Dios. Decía la
Madre Teresa de Calcuta: "El servicio más grande que podéis hacer a alguien -y
ella hacía grandes servicios a los más pobres- es conducirlo para que conozca a
Jesús, para que lo escuche y lo siga, porque sólo Jesús puede satisfacer la sed
de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados". Preguntémonos
sinceramente: En este año ¿a cuántas personas he acercado a Dios por mi palabra,
por mi testimonio, por mis obras? Si queremos llegar al cielo con las manos
llenas de frutos no dejemos pasar nuestro tiempo sin trabajar.
P. Octavio Ortiz, L.C.
www.sacerdos.org
18. Neptalí Díaz Villán CSsR Fuente:
www.scalando.com
PERMANECER EN JESÚS
Según el contexto sociocultural en el que vive el ser humano, van apareciendo
las expresiones artísticas y religiosas. En el ambiente pastoril y agrícola del
antiguo oriente, encontramos una rica manifestación religiosa y cultural
impregnada de estos dos elementos. Hace ocho días compartíamos la comparación de
Jesús con el buen pastor que daba la vida por sus ovejas (ambiente pastoril).
Hoy nos remitimos a los cultivos de uvas y de higos propios de esta región
(ambiente agrícola). Se solía comparar al pueblo de Israel y su experiencia de
Dios, con estas dos plantaciones: "Como uvas en el desierto encontré a Israel,
como breva en la higuera descubrí a sus padres" (Os 9,10). La vid y la higuera
representan al pueblo y el cultivador a Dios.
El viñador se esforzaba por plantar, cercar y cuidar la viña y esperaba buenos
frutos. Pero con mucha frecuencia los frutos eran amargos. (Os 10,1; Sal
79,9.12; Jer 2,21; Ez 17,1-10; Cant 6,11; 7,13; 19,10; Is 5,1-8;). Lo mismo
sucedía con la higuera (Jer 8,13; Jl 1,7; Mt 21,19-21), o con la oliva, (Sal
52,10; Os 14,5-8, Jue 9,7-16). "¡Ay de mí! Me sucede como al que rebusca
terminada la vendimia: no quedan uvas para comer, ni brevas que tanto me gustan"
(Miq 7,1). "El Señor me mostró dos cestas de higos... una tenía higos
exquisitos, es decir, brevas; otra tenía higos muy pasados, que no se podían
comer" (Jer 24,1-10) “Si intento cosecharlos, oráculo del Señor, no hay racimos
en la vid ni higos en la higuera” (Jer 8,4-13). ¿Qué frutos esperaba el viñador?
Frutos de amor, justicia y derecho. “La viña de Yahvé Shebaot es el pueblo de
Israel, y los hombres de Judá su cepa escogida. Él esperaba rectitud, y va
creciendo el mal; esperaba justicia, y sólo oye el grito de los oprimidos” (Is
5,7)
El evangelio de hoy nos presenta la comparación con la vid. La comunidad del
Cuarto Evangelista (Juan), presenta a Jesús como la vid verdadera. Hemos dicho
muchas veces, y lo recordamos de nuevo, que los evangelios son una confesión de
fe de las primeras comunidades cristianas. Es decir, estas palabras no fueron
pronunciadas por el Jesús real e histórico, sino por el Jesús resucitado y
vivido realmente dentro de la comunidad. Para ella la vid verdadera era Jesús
que habitaba en ella; ya no era el pueblo de Israel y las viciadas estructuras
religiosas manipuladas por sus autoridades.
En su viaje a Jerusalén, Jesús y sus discípulos descubrieron una Higuera
(entiéndase estructura religiosa o pueblo de Israel en general), que aunque
tenía una frondosidad admirable no producía frutos (Mc 11,11-24). Este texto de
Marcos está redactado de tal manera que la higuera significa el templo de
Jerusalén, es decir la institución religiosa. Para Jesús el templo, y en general
las estructuras religiosas judías, no representaba la vid de Dios, sino el
prototipo de la degradación de lo sagrado. Dios no podía habitar en el templo,
no en ese templo: Dios no podía estar dentro de esa falacia. El pueblo de
Israel, así como estaba, no podía ser la vid del Señor.
Los líderes de Israel que se camuflaban bajo los títulos de doctores, sacerdotes
y maestros, y escondían bajo sus mantos “sagrados”, todo tipo de crímenes, no
podían así representar la voz de Dios. No eran los viñadores de Dios sino los
viñadores asesinos (Mt 21,33-41). El verdadero viñador es el Padre, (Mt 20,1-16;
21,28-32)
La propuesta de Jesús y sus comunidades fue una nueva experiencia con lo
sagrado, ya no a partir de la vieja institución sino a partir de una comunidad
fraterna: “este es el mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como
yo los he amando. En esto conocerán que son mis discípulos: si se aman los unos
a los otros” (Jn 13,34-35).
La expresión: Yo soy la vid verdadera, es una conclusión a la que llegan las
comunidades cristianas después de experimentar a Jesús muerto y resucitado, en
sus propias vidas. El oficialismo judío los marginaba, pisoteaba su dignidad y
era un impedimento para llegar a Dios y vivir como verdadero hijos. Jesucristo
los liberaba y era el medio para encontrarse con el Dios vivo y verdadero. Jesús
es la vid verdadera porque fue fiel a Dios, porque en toda su vida correspondió
al Amor del Padre y porque dio frutos de Vida. Las obras de Jesús demostraron
que entre el Padre y Él había unidad perfecta. Como sugiere la segunda lectura,
Jesús no amó sólo con la lengua y de palabra sino con obras. ¡Así se ama!
Si queremos dar frutos de vida como los dio Jesús, es preciso estar unidos a él.
Hoy nos queda fácil criticar la institución judía y decir que ellos no eran la
vid de Dios porque daban malos frutos. Pero nos toca evaluarnos a nosotros
mismos como discípulos y discípulas, y como institución. Entiéndase institución
familiar, comunitaria o eclesial.
No se trata de criticar por criticar, ni de reformar por reformar. Podemos
quedarnos criticando toda la vida y hacer de la crítica una excusa para
justificar nuestra propias fallas. Cuántos reformadores han aparecido y escudan
su afán de protagonismo y de sectarismo en un “santo celo” por la obra de Jesús.
“En este mundo hay más religiones que niños felices”, dijo Ricardo Arjona.
¡Claro que necesitamos una reforma a nivel institucional! Pero sobre todo
necesitamos una reforma del corazón y de la mente, es decir de nuestras
motivaciones, de todo aquello que nos impulsa a actuar: sentimientos,
pensamientos, impulsos, efectos, etc.
La invitación central de este día es a unirnos a Jesús y permanecer unidos a Él.
“Esto es lo que Dios nos manda: que creamos que Jesucristo es su Hijo y nos
amemos los unos a los otros, como él nos lo ordenó. El que guarda sus
mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él
permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (2da lect.). “El que
permanece en mí, y yo en él, da fruto abundante, porque separados de mí, nada
pueden hacer” (Ev.). Unirnos y permanecer en Jesús no se entiende aquí en
sentido espiritualista e intimista, alejados de la realidad y de los hermanos.
No nos unimos a Jesús únicamente motivados por un momento de efervescencia,
calor y éxtasis. Nos unimos y permanecemos en él, en la medida en que nos
acojamos a su misericordia, aceptemos su gracia salvadora y caminemos como
auténticos discípulos en medio de nuestras falencias humanas.
Miremos hoy a aquel que ha tomado la iniciativa y nos ha llamado a seguir sus
caminos. Veamos si estamos unidos verdaderamente a Él, no sólo porque
pertenezcamos oficialmente a una institución o porque tengamos la partida de
bautismo, confirmación y matrimonio. Así como el sarmiento (ramas) no puede dar
fruto si no permanece unido a la vid (tronco), nosotros no damos frutos si no
permanecemos unidos a Jesús, vid verdadera.
¿Qué frutos estamos dando? ¿Los frutos que damos glorifican al Padre? ¿Qué
elementos de nuestras vidas necesitamos podar o dejar que el Padre pode, para
dar los frutos de la Vid verdadera?. ¿Estoy cerrado, totalmente seco y el único
remedio es que me corten y me echen al fuego? O ¿Soy una rama que acepta ser
podada y siempre dispuesta a recibir la savia de la Vid?
19. La imagen de la verdadera vid, que es Jesús
La invitación a permanecer en Él para llevar el fruto del amor (Juan 15, 1-8)
1. Oración inicial
¡Señor, Tú eres! Y esto nos basta para vivir, para continuar esperando cada día,
para caminar en este mundo, para no escoger el camino errado del aislamiento y
de la soledad. Sí, Tú eres por siempre y desde siempre; eres y permaneces, ¡oh
Jesús! Y este tu ser es un don continuo también para nosotros, es fruto siempre
maduro, porque nos alimentamos y nos hacemos fuertes por Ti, de tu Presencia.
Señor, abre nuestro corazón, abre nuestro ser a tu ser, ábrenos a la Vida con el
poder misterioso de tu Palabra. Haznos escuchar, haznos comer y gustar este
alimento del alma; ¡ve cómo nos es indispensable! Envía, ahora, el buen fruto de
tu Espíritu para que realice en nosotros lo que leamos y meditemos sobre Ti.
2. Lectura
a) Para colocar el pasaje en su contexto:
Estos pocos versículos forman parte del gran discurso de Jesús a sus discípulos
en el momento íntimo de la última cena y comienza con el versículo 3 del cap. 13
prolongándose hasta todo el cap. 17. Se trata de una unidad muy estrecha,
profunda e indisoluble, que no tiene par en todos los Evangelios y que
recapitula en sí toda la revelación de Jesús en la vida divina y en el misterio
de la Trinidad; es el texto que dice lo que ningún otro texto de las Sagradas
Escrituras es capaz de decir en relación a la vida cristiana, su potencia, sus
deberes, su gozo y su dolor, su esperanza y su lucha en este mundo y en la
Iglesia. Pocos versículos, pero rebosantes de amor, de aquel amor hasta el
final, que Jesús ha decidido vivir con los suyos, con nosotros, hoy y siempre.
En fuerza de este amor, como supremo y definitivo gesto de ternura infinita, que
recoge en sí todo otro gesto de amor, el Señor deja a los suyos una presencia
nueva, un modo nuevo de existir: a través de la parábola de la vid y de sus
sarmientos y a través, del maravillosos verbo permanecer, repetido muchas veces,
Jesús da comienzo a esta su historia nueva con cada uno de nosotros, que se
llama inhabitación. El no puede quedarse junto a nosotros porque vuelve al
Padre, pero permanece dentro de nosotros.
b) Para ayudar en la lectura del pasaje:
vv. 1-3: Jesús se revela a sí mismo como verdadera vid, que produce buenos
frutos, óptimo vino para su Padre, que es el agricultor y nos revela a nosotros,
sus discípulos, como sarmientos, que tienen necesidad de permanecer unidos a la
vid para no morir y para llevar fruto. La poda, que realiza el Padre sobre los
sarmientos a través de la espada de su Palabra, es una purificación, un gozo, un
canto.
vv. 4-6: Jesús consigna a sus discípulos el secreto para que puedan continuar
viviendo esta relación íntima con Él: es permanecer. Como Él entra dentro de
ellos y permanece en ellos y nunca más queda afuera, así también ellos deben
permanecer en Él, dentro de Él; este es el único modo para ser plenamente
consolados, para poder resistir en el camino de la vida y para poder dar el buen
fruto, que es el amor.
v. 7: Jesús, una vez más, deja en el corazón de los suyos, el don de la oración,
la perla preciosísima, única y nos explica que permaneciendo en Él, podremos
aprender la verdadera oración, aquélla que pide el don del Espíritu Santo con
insistencia y que sabe que ha de ser escuchada.
v. 8: Jesús nos llama una vez más a Él, nos pide que le sigamos, de hacernos y
ser siempre sus discípulos. El permanecer hace nacer la misión, el don de la
vida por el Padre y por los hermanos; si permanecemos verdaderamente en Jesús,
permaneceremos también en medio de los hermanos, como don y como servicio. Esta
es la gloria del Padre.
c) El texto:
1-3: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en
mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más
fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he dicho.
4-6: Permanece en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede
dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no
permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en
mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.
Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca;
luego los recogen, los echan al fuego y arden.
7: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que
queráis y lo conseguiréis.
8: La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.
3. Un momento de silencio orante
Como sarmiento, permanezco ahora, unido a la vid, que es mi Señor y me abandono
a Él, me dejo envolver de la savia de su voz silenciosa y profunda, que es como
agua viva. Así permanezco en silencio y no me alejo.
4. Algunas preguntas
que me ayuden a permanecer, a descubrir la belleza de la vida, que es Jesús; que
me guíen al Padre, para dejarme asir de Él y trabajar, seguro de su buen trabajo
de amoroso Agricultor ; y que me sostenga dentro de la savia vital del Espíritu,
para encontrarme con Él como única cosa necesaria, para pedir sin cansarme.
a) "Yo soy": es muy bello que el pasaje comience con esta afirmación, que es
como un canto de alegría, de victoria del Señor, que a Él le gusta cantar
continuamente dentro de la vida de cada uno de nosotros. "Yo soy: y lo repite al
infinito, cada mañana cada tarde, cuando llega la noche, mientras dormimos y de
Él no nos acordamos. Él en cambio vive propiamente en función de nosotros:
existe por su Padre y por nosotros, para nosotros. Me reposo sobre estas
palabras y no sólo las escucho, sino que las hago entrar dentro de mí, en mi
mente, en mi más recóndita memoria, en mi corazón, en todos los sentimientos que
me embargan y la retengo para rumiarla y absorber aquel su Ser en mi ser.
Comprendo, ahora, dentro en esta Palabra, que yo no soy, sino en Él y que no
puedo ser nada, sino permanezco dentro del ser de Jesús. Pruebo a descender a lo
más profundo de mi ser, venciendo los miedos, atravesando toda la oscuridad que
puedo encontrar y recojo aquella parte de mi ser, de mí, que mayormente siento
sin vida. La tomo en la mano y la porto a Jesús, la consigno al su "Yo soy".
b) La vid me hace traer a la mente el vino, ese fruto tan bueno y precioso, me
hace pensar en la alianza que Jesús cumple con nosotros, nueva y eterna, alianza
de amor, que nada ni nadie podrá romper. ¿Estoy dispuesto a permanecer dentro de
este abrazo, dentro de este sí continuo de mi vida, que se deja entrelazar con
la suya? ¿Alzaré también yo, como el salmista, el cáliz de la alianza, invocando
el nombre del Señor y diciéndole que, sí, que yo lo amo?
c) Jesús define a su Padre como "agricultor" o "viñador", utilizando un término
muy bello que lleva dentro de sí toda la fuerza del amor del que se dedica al
trabajo de la tierra; expresa un doblarse sobre la tierra, un acercarse del
cuerpo y del ser, un contacto prolongado, un intercambio vital. ¡El Padre hace
exactamente esto con nosotros! San Pablo dice sin embargo: "El agricultor, que
se fatiga, debe ser el primero en recoger los frutos de la tierra" (2 Tim 2,6) y
con él Santiago nos recuerda que "el agricultor espera pacientemente los frutos
de la tierra". (Sant 5,7). ¿Desilusionaré, yo tierra, la esperanza del Padre que
me cultiva cada día, cavando la tierra, limpiándome de piedras, poniéndome buen
abono y construyéndome una valla alrededor, para que yo permanezca protegido? ¿A
quién consigno yo los frutos de mi existencia? ¿Para qué existo yo, para quién
decido y escojo el vivir de cada día, cada mañana, cuando me levanto?
d) Sigo con atención el texto y subrayo dos verbos, que se repiten con mucha
frecuencia: "llevar fruto" y "permanecer"; entiendo que estas dos realidades son
símbolo de la misma vida y están las dos entrelazadas, una depende de la otra.
Solamente permaneciendo es posible llevar fruto y, en realidad, el único
verdadero fruto que nosotros, sus discípulos, podemos llevar en este mundo es
precisamente el permanecer. ¿Dónde permanezco yo, cada día, por todo el día?
¿Con quien permanezco? Jesús une siempre este verbo a esta partícula estupenda,
gigantesca "in me". ¿Me confronto con estas dos palabras: yo estoy "in", o sea,
estoy dentro, vivo en lo profundo, excavo para buscar al Señor, como se excava
para hacer un pozo (cfr Gén 26, 18) o para buscar un tesoro (Prov 2, 4), o más
bien, estoy fuera, siempre disperso sobre las diversas superficies de este
mundo, lejos lo más posible de la intimidad, de la relación y del contacto con
el Señor?
e) Por dos veces Jesús nos coloca delante la realidad de su Palabra y nos revela
que es élla la que nos vuelve puros y es también élla la que nos abre el camino
de la oración verdadera; La Palabra se nos anuncia y se nos da como presencia
permanente en nosotros; también ella, de hecho, tiene la capacidad de
permanecer, de fabricar su casa en nuestro corazón. Por tanto debo preguntarme:
¿Qué oídos tengo yo para escuchar este anuncio de salvación y de bien, que el
Señor me envía a través de sus Palabras? ¿Dejo espacio a la escucha, a esta
escucha profunda, de la que toda la Escritura me habla continuamente, en la Ley,
en los Profetas, en los Salmos, en los Escritos apostólicos? ¿Me dejo encontrar
y alcanzar hasta el corazón por la Palabra del Señor en la oración, o prefiero
fiarme de otras palabras, más suaves, más humanas y semejantes a las mías?
¿Tengo miedo de la voz del Señor, que me habla urgentemente y siempre?
5. Una clave de lectura
Como sarmiento, busco el modo de estar siempre más injertado en mi Vid, que es
el Señor Jesús. Bebo, en este momento, de su Palabra y de su savia buena,
tratando de penetrar más en profundidad para absorber el escondido alimento, que
me transmite la verdadera vida. Estoy atento a las palabras, a los verbos, a las
expresiones que Jesús usa y que me reclaman a otros pasajes de las divinas
Escrituras y me dejo, así, purificar.
El encuentro con Jesús, el Yo Soy
Este pasaje nos ofrece uno de los textos en el que aparece esta expresión tan
fuerte, que el Señor nos envía para revelarse a sí mismo. Es muy bello recorrer
en un largo paseo toda la Escritura, a la búsqueda de otros textos como éste, en
el que la voz del Señor nos habla así directamente de él, de su esencia más
profunda. Cuando el Señor dice y repite hasta el infinito y de mil modos, de mil
formas diversas "Yo Soy", no lo hace para anonadarnos o humillarnos, sino por la
fuerza portentosa de su amor hacia nosotros, que nos quiere hacer partícipes y
vivos de esta vida que a le pertenece. Si dice "Yo Soy", es para decir también:
"Tú Eres" y decirlo a cada uno de nosotros, a todo hijo suyo o hija suya que
viene a este mundo. Es una transmisión fecunda e ininterrumpida de ser, de
esencia y yo no quiero dejarla caer en el vacío, sino que quiero recogerla y
acogerla dentro de mi. Sigo, pues, la huella luminosa del "Yo Soy" y trato de
pararme a cada paso. "Yo soy tu escudo" (Gén 15, 1), "Yo soy el Dios de Abrahán
tu padre" (Gén 24, 26), "Yo soy el Señor, que te ha librado y te librará de
Egipto" (cfr Ex 6,6) y de cualquier faraón, que atente a vuestra vida, "Yo soy
el que te cura" (Ex 135, 26). Me dejo envolver de la luz y de la potencia de
estas palabras, que realizan el milagro de que hablan: lo cumplen también hoy,
precisamente para mi, en esta Lectio. Y luego continúo y leo, en el libro del
Levítico, por lo menos 50 veces, esta afirmación de salvación: "Yo soy el Señor"
y creo en esta palabra y me adhiero a ella con todo mi ser, con mi corazón y
digo: "Si, en verdad el Señor es mi Señor; fuera de Él no hay otro". Noto que la
Escritura cada vez profundiza más, a medida que el camino avanza, también ella
avanza dentro de mí y me lleva a una relación siempre más intensa con el Señor;
el libro de los Números, en efecto, comienza a decir: "Yo soy el Señor que moro
en medio de los Israelitas (Núm. 35-44). "Yo soy" es el presente, aquél que no
se aleja, que no da las espaldas para irse; es aquél que cuida de nosotros de
cerca, desde dentro, como solo Él puede hacerlo: leo a Isaías y recibo vida:
41,10; 43,3; 45,6 etc.
El santo Evangelio es una explosión de ser, de
presencia, de salvación; lo recorro, sobre todo haciéndome guiar de Juan: 6,48;
8,12; 10,9.11; 11,15; 14, 6; 18,37. Jesús es el pan, la luz, la puerta, el
pastor, la resurrección, el camino, la verdad, la vida, es el rey; y todo esto
por mi, por nosotros y así quiero acogerlo, conocerlo, amarlo y quiero aprender,
dentro de estas palabras, a decirle: ¡Señor, Tú eres! Y este "Tú" que da
significado al mío yo, que hace de mi vida una relación, una comunión; sé con
certeza que sólo aquí gozo yo plenamente y vivo por siempre.
La viña, la vid verdadera y el buen fruto
Viña de Dios es Israel, viña predilecta, escogida, plantada sobre una fértil
colina, en un lugar con tierra limpia, labrada, libre de piedras, custodiada,
cuidada, amada, extendida y que el mismo Dios la ha plantado (cfr Is 5,1s: Jer
2, 21). Es tan amada esta viña, que nunca ha dejado de resonar, para ella, el
cántico de amor de su amado; notas fuertes y dulces al mismo tiempo, notas
portadoras de vida verdadera, que han atravesado la antigua alianza y han
llegado, todavía más claras, a la nueva alianza. Primero cantaba el Padre, ahora
canta Jesús, pero en los dos es la voz del Espíritu la que se hace sentir, como
dice el Cantar de los Cantares: "La voz de la tórtola todavía se oye…y las vides
esparcen su aroma" (Cant 2, 12s). Es el Señor Jesús quien nos atrae, quien nos
lleva del antiguo al nuevo, de amor en amor, hacia una comunión siempre más
fuerte hasta la identificación: "Yo soy esta viña, pero lo soy también vosotros
en mi". Por tanto está claro: la viña es Israel, es Jesús y somos nosotros.
Siempre la misma, siempre nueva, siempre más elegida y predilecta, amada,
cuidada, custodiada, visitada: visitada con las lluvias y visitada con la
Palabra; enviada por los profetas día a día, visitada con el envío del Hijo, el
Amor, que espera amor, o sea, el fruto. "El esperó que produjese uva, pero dió
uvas agraces" (Is 5,2); la desilusión está siempre al acecho, en el amor. Me
detengo sobre esta realidad, me miro dentro, intento buscar el lugar de cierre,
de aridez, de muerte: ¿Por qué la lluvia no ha llegado?. Me repito esta palabra,
que resuena a menudo en las páginas bíblicas: El Señor espera…" (ver Is 30, 18;
Lc 13, 6-9). Quiere el fruto de la conversión (cfr Mt 3,8), como nos manda a
decir por boca de Juan; los frutos de la palabra, que nacen de la escucha, de la
acogida y de su custodia, como nos dicen los sinópticos (cfr. Mt 13, 23; Mc 420
y Lc 8,15), los frutos del Espíritu, como explica San Pablo (cfr Gál 5, 22).
Quiere que "llevemos frutos de toda clase de obra buena" (Col 1, 10), pero sobre
todo, me parece, el Señor espera y desea "el fruto del seno" (cfr Lc 1, 42), o
sea, Jesús, por el que somos verdaderamente benditos y dichosos. Jesús, en
efecto, es la semilla que, muriendo, lleva mucho fruto dentro de nosotros, en
nuestra vida (Jn 12, 24) y reta a toda soledad, cerrazón, lanzándonos a los
hermanos. Este es el fruto verdadero de la conversión, sembrado en la tierra de
nuestro seno; este convertirse en sus discípulos y, en fin, esta es la verdadera
gloria del Padre.
La poda como purificación que da gozo
En este pasaje evangélico, el Señor me ofrece otro camino que recorrer detrás de
Él y junto a Él: es un camino de purificación, de renovación, de resurrección y
vida nueva: está oculto por el vocablo "podar", pero puedo descubrirlo mejor, de
iluminarlo gracias a su misma Palabra, que es la única maestra, la única guía
segura. El texto griego usa el término "purificar", para indicar esta acción del
viñador con sus vides; cierto, queda claro que Él poda, que corta con la espada
afilada de su Palabra (Heb 4, 12) y que nos hace sangrar, a veces; pero es más
cierto todavía, que permanece su amor, que sólamente penetra, cada vez más y así
nos purifica, nos refina, Sí, el Señor se sienta como lavandero para purificar,
o es como un orífice para hacer más resplandeciente y luminoso el oro que tiene
en sus manos (cfr Mal 3, 3). Jesús trae consigo una purificación nueva, la
prometida desde hace tanto tiempo por las Escrituras y esperada para los tiempos
mesiánicos; no es una purificación que llega mediante el culto, mediante la
observancia de la ley o sacrificios, purificación sola provisional, incompleta,
temporal y figurada. Jesús realiza una purificación íntima, total, la del
corazón y la conciencia, que cantaba Ezequiel: "Os purificaré de todos vuestros
ídolos; os daré un corazón nuevo…Cuando yo os purifique de todas vuestras
iniquidades, os haré habitar en vuestras ciudades y vuestras ruinas serán
reconstruidas…(Ez 36, 25ss.33). Leo también en Ef 5,26 y Tit 2, 14, muy buenos y
grandes testigos, que me ayudan a entrar mejor dentro de la luz y la gracia de
esta obra de salvación, de esta poda espiritual que el Padre cumple en mi.
Hay un versículo del Cantar que puede ayudarme
todavía más a comprender; dice así: "El tiempo del canto ha vuelto" (Cant 2,12),
usando sin embargo, un verbo que significa al mismo tiempo "podar", "tallar" y
"cantar". Por tanto la poda es tiempo de canto, de gozo. Es mi corazón el que
canta, delante y dentro de la Palabra, es mi alma la que se regocija, por la fe,
por que sé que a través de esta larga pero magnifica peregrinación por las
Escrituras, también yo me hago partícipe de la vida de Jesús, consigo unirme a
Él, el puro, el santo, el Verbo inmaculado y permaneciendo así, en Él, también
yo soy lavado, purificado con la pureza infinita de su vida. No para mí, no para
permanecer solo, sino para llevar mucho fruto, para dar hojas y frondas que no
se marchitan, para ser sarmiento, junto a otros sarmientos, en la vida de
Jesucristo.
6. Oración final
¡Señor, todavía tengo la luz de tu Palabra dentro de mí; toda la fuerza sanadora
de tu voz resuena dentro de mi todavía! ¡Gracias Viña mia, mi savia; gracias mi
morada en la cual puedo y deseo permanecer; gracias, mi fuerza en el obrar, en
el cumplir cada cosa; gracias maestro mío! Tú me has llamado a ser sarmiento
fecundo, a ser yo mismo fruto de tu amor por los hombres, a ser vino que alegre
el corazón; ¡Señor, ayúdame a realizar esta tu Palabra bendita y verdadera! Solo
así, seguro, viviré verdaderamente y seré como tú eres y permaneces.
No permitas Señor, que yo me equivoque de tal modo, que quiera permanecer en Ti, como sarmiento en su vid, sin los otros sarmientos, mis hermanos y hermanas; sería el fruto más amargo, más desagradable de todos. ¡Señor, no sé rezar: enséñame Tú y haz que mi oración más bella sea mi vida, transformada en un grano de uva, para el hambre y para la sed, para el gozo y compañía del que venga a la Vid, que eres Tú. ¡Gracias, porque Tú eres el vino del Amor!
20. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
COMENTARIOS GENERALES
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”
Meditar sobre estas palabras de Jesús sobre la vid y los sarmientos, significa
percibir la relación que nos liga a él en su dimensión más profunda: Yo soy la
vid, ustedes los sarmientos. Es una relación aún más profunda que aquélla que
existe entre el pastor y su grey que meditamos el domingo pasado. En el
evangelio de hoy descubrimos dónde reside la “fuerza interior” de nuestra
religión (cfr. 2 Tim. 3,5).
Pensemos en la realidad natural de donde está sacada la imagen. ¿Qué hay de más
íntimamente unido entre sí que la vid y los sarmientos? El sarmiento es un acodo
y una prolongación de la vid. De ella viene la savia que lo alimenta, la humedad
del suelo y todo aquello que él transforma después en uva bajo los rayos
estivales del sol; si no es alimentado por la vid, no puede producir nada, nada
serio: ni un pámpano, ni un racimo de uva, nada de nada. Es la misma verdad que
san Pablo inculca con la imagen del cuerpo y de los miembros: Cristo es la
Cabeza de un cuerpo que es la Iglesia, de la cual cada cristiano es un miembro (cfr.
Rom. 12,4 ssq; 1 Cor. 12,12 ssq). También el miembro, si está separado del
cuerpo, no puede hacer nada.
¿Dónde reposa esta relación aplicada a nosotros los hombres? ¿No contrasta esto
con nuestro sentido de autonomía y de libertad, es decir, con nuestro
sentimiento de ser un todo y no una parte? Esto reposa sobre un acontecimiento
bien preciso que el apóstol san Pablo, con una imagen también sacada de la
agricultura, llama un acodo. En el Bautismo, nosotros, que éramos aceitunados de
naturaleza salvaje hemos sido injertados en Cristo (cfr. Rom. 11,16); hemos
llegado a ser sarmientos de la verdadera vid y ramos del olivo bueno. Todo esto
por la fuerza del Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom. 5,5). ¡Entre la vid
y el sarmiento hay en común el Espíritu Santo!
¿Cuál es entonces nuestra misión de sarmientos? Juan -le hemos oído-tiene un
verbo predilecto para expresarlo: “permanecer” (se entiende, unidos a la vida
que es Cristo): Permanezcan en mí y yo en ustedes; Si no permanecen en mí ...;
Quien permanece en mí... Permanecer unidos a la vid y permanecer en Cristo Jesús
significa ante todo no abandonar los empeños asumidos en el Bautismo, no ir al
país lejano como el hijo pródigo sabiendo bien empero que uno puede separarse de
Cristo de golpe, de un solo salto, dándose a una vida de pecado consciente y
libre, pero también a pequeños pasos, casi sin darse cuenta, día tras día,
infidelidad tras infidelidad, omisión tras omisión, compromiso tras compromiso,
dejando primero la comunión, después la misas, después la oración y al final
todo.
Permanecer en Cristo significa también algo positivo y es permanecer en su amor
(Jn. 15,9). En el amor, se entiende que él tiene por nosotros más que en el amor
que nosotros tenemos por él. Significa por tanto permitirle que nos ame, que nos
haga pasar su “savia” que es su Espíritu evitando poner entre él y nosotros la
barrera insuperable de la autosuficiencia, de la indiferencia y del pecado.
Jesús insiste en la urgencia de permanecer en él haciéndonos ver las
consecuencias fatales del separarse de él. El sarmiento que no permanece unido
se seca, no lleva fruto, es cortado y arrojado al fuego. No sirve para nada
porque la madera de la vid - a diferencia de otras maderas que cortadas sirven
para tantos fines- es una madera inútil para cualquier otro fin que no sea el de
producir uva (cfr. Ez. 15,1 ssq). Uno puede tener una vida pujante externamente
estar lleno de ideas y de salud, producir energía, negocios, hijos, y ser a los
ojos de Dios, madera seca para ser echada al fuego apenas termina la estación de
la vendimia.
Permanecer en Cristo entonces significa permanecer en su amor, en su ley; a
veces significa permanecer en la cruz, “perseverar conmigo en la prueba” (cfr.
Lc. 22,28). Pero no sólo permanecer , quedando en el estadio infantil del
Bautismo, cuando el sarmiento apenas ha despuntado y se ha injertado; sino más
bien crecer hacia la Cabeza (cfr. Ef. 4,15), llegar a ser adulto en la fe, es
decir, llevar frutos de buenas obras.
Para un tal crecimiento hay que ser podado y dejarse podar: Todo sarmiento que
lleva fruto (mi Padre) lo poda para que lleve más fruto (Jn. 15,2). ¿Qué
significa que lo poda? Significa que corta los brotes superfluos y parasitarios
(los deseos y apegos desordenados) para que concentre toda su energía en una
sola dirección y así realmente crezca. El campesino es muy atento cuando la vid
se carga de uva para descubrir y cortar las ramas secas o superfluas para que no
comprometan la maduración de todo el resto. Es una gracia grande saber reconocer
, en el tiempo de la poda, la mano del Padre y no maldecir ni reaccionar
desordenadamente cuando como víctimas perseguidas por no se sabe qué mala
suerte.
Ustedes ya están limpios para la palabra que les he anunciado , decía Jesús a
sus discípulos (Jn. 15,3). El Evangelio que es la palabra de Cristo Jesus es por
tanto como una poda y representa la ascesis fundamental del cristianismo. Ataca
la codicia (mamona con sus satélites, la carne y sus concupiscencias), todo lo
que, en una palabra, nos disipa en tantos vanos proyectos y deseos terrenos.
Fortifica, en cambio, las energías sanas y espirituales; nos concentra sobre
verdaderos valores poniendo en crisis los falsos. La palabra de Dios se revela
verdaderamente como una espada afilada y de doble hoja, en las manos del que la
lleva (Apc. 1,16).
Bajo esta luz debemos esforzarnos por no ver sólo nuestros sufrimientos
individuales –los lutos, las enfermedades, las angustias que golpean a cada uno
de nosotros o a nuestra familia-sino también el gran sufrimiento universal que
atenaza a nuestra sociedad y al mundo entero incluso a aquel mas misterioso de
todos que golpea a los inocentes. Desde hace algunos años nos debatimos en una
crisis que revela nuestra impotencia para poner paz y orden en nuestra
convivencia civil, para encontrar un acuerdo y para poner fin al odio y a la
violencia. Es también esta una poda necesaria del orgullo y de la presunción
humana. Tal vez el Señor está buscando, de todas las maneras posibles, hacernos
entender que sin él no podemos hacer nada (Jn. 15,5).
Es una lección, ésta, que una sociedad trata fácilmente de olvidar apenas logra
estar por algún año sin guerras y sin grandes tragedias. El espíritu de Babel
-es decir, de la presunción de construir por nosotros mismos la casa- está
siempre al acecho. Oímos a tantos jefes nuestros hacer programas muy ambiciosos,
terminar cada discurso prometiendo paz, justicia y libertad. Pero todo esto como
si dependiera exclusivamente de ellos o a lo sumo de la buena voluntad de todos.
Como si no fuera necesario por nada hacer referencia al evangelio y a Dios por
ser capaces de mantener ciertos valores, comprendido el más elemental de todos
que es el respeto a la vida. Como si el odio pudiera ser vencido si no por el
amor; como si la venida de Cristo a la tierra hubiera sido un lujo y un sobrante
y no en cambio una necesidad absoluta de salvación para todos. Todo esto es una
tremenda ilusión que Dios debe quitarnos, de otra manera volveremos a ser
paganos como antes de Cristo. Y para quitárnosla Dios no necesita enviarnos
duros castigos; le basta dejarnos un poco manejarnos solos y después hacernos
observar, entre las ruinas y el llanto, lo que hemos sido capaces de hacer: si
el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles (Sal. 127,1).
La palabra de Cristo sobre la vid y los sarmientos adquiere un significado nuevo
ahora que pasamos a la parte eucarística y sacrificial de nuestra misa. Estamos
por consagrar el vino exprimido de aquella “verdadera vid” en el lagar de la
pasión. Nosotros consagramos el “fruto de la vid”, pero consagramos también el
fruto “de nuestro trabajo”, es decir, del sarmiento. Dios nos restituye como
bebida de salvación lo que le hemos ofrecido bajo el símbolo del vino.
(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As.,
1994, pp. 114-117)
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SANTOS PADRES (CATENA AUREA)
Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que no diere
fruto en mí, lo quitará, y todo aquel que diere fruto, lo limpiará para que dé
más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado". (vv.
1-3)
San Hilario De Trin. lib. 9.
Apresurándose a terminar el sacramento de su pasión corporal por el amor al
cumplimiento del precepto paterno, se levanta. Mas a fin de esclarecer el
misterio de su asunción corpórea, mediante la cual nosotros estamos en El como
los sarmientos en la vid, añade: "Yo soy la verdadera vid".
San Agustín In Ioannem tract., 80.
Esto lo dice porque es la cabeza de la Iglesia, y nosotros sus miembros, el
mediador entre Dios y los hombres, el que es hombre Cristo Jesús. En verdad que
son de una misma naturaleza la vid y los sarmientos. Pero cuando añade la
palabra verdadera ¿no prescinde de aquella vid de que ha tomado la comparación?
De tal modo se dice vid por semejanza, como se dice cordero, oveja y otras cosas
análogas, de manera que más bien son verdaderas las cosas que se toman por
comparación. Pero diciendo "Yo soy la verdadera vid", se distingue de aquella
otra, de la cual dice Jeremías: "¿Cómo se convirtió en amargura la vid ajena?" (
Jer 2,21). Porque, ¿cómo había de ser verdadera vid, la que se esperaba que
produjera uvas y produjo espinas?
San Hilario ut supra.
Mas para distinguir de su humilde condición corporal la majestad excelsa del
Padre, dice que el Padre es el labrador cuidadoso de esta vid: "Y mi Padre es
labrador".
San Agustín De verb. Dom. serm., 59.
Damos nosotros culto a Dios, y Dios nos lo da a nosotros. Pero de tal manera
damos culto a Dios, que no lo hacemos mejor porque le damos culto por la
oración, no con el arado; mas cuando El nos cultiva nos hace mejores, pues su
cultura, consiste en no cesar de extirpar con su palabra todas las malas
semillas que arraigan en nuestros corazones, abrirlos con el arado de la
predicación, plantar las semillas de los preceptos y esperar el fruto de la
piedad.
Crisóstomo In Ioannem hom., 75.
Y así como Cristo se basta a sí mismo, los discípulos necesitan del auxilio del
labrador, por lo cual nada dice de la vid, sino de los sarmientos. "Todo
sarmiento que en mí no produzca fruto, lo quitará". Aquí alude implícitamente,
al decir fruto, al hecho de que nadie puede estar en El sin las obras.
San Hilario ut supra.
Todos los sarmientos inútiles y estériles que tenga que cortar, serán destinados
al fuego.
Crisóstomo ut supra.
Y como aún los más virtuosos necesitan del labrador, añade: "Y a todo el que dé
fruto, lo limpiará, para que dé más fruto". Dice esto por las tribulaciones que
a la sazón padecían, manifestándoles que las tentaciones los harían más
valerosos, porque el limpiar (esto es, podar) el sarmiento, le hace más
fructífero.
San Agustín ut supra.
¿Quién hay tan limpio en esta vida que no haya de serlo más y más? Por donde, si
dijéramos que no hay pecado en nosotros, nos engañamos a nosotros mismos ( 1Jn
1,8). Limpia, pues, a los limpios, esto es, a los que dan fruto, para que den
más, cuanto más limpios están. Cristo es vid, según aquello que dice: "Mi Padre
es mayor que yo" ( Jn 14,28), y es también labrador en cuanto a aquello: "Mi
Padre y yo somos una sola cosa" ( Jn 10,30). Y no lo es al modo de aquellos que
ayudan exteriormente a la planta, sino que le da incremento interiormente. Por
esta razón se presenta El mismo como labrador también, cuando dice: "Ya vosotros
estáis limpios por la palabra que he hablado". He aquí que El también limpia los
sarmientos, cosa que corresponde al labrador, no a la vid. ¿Y por qué no dice
estáis limpios por el bautismo, con el cual os habéis lavado, sino porque
también en el agua la palabra es la que limpia? Si quitamos la palabra, ¿qué
quedará en el agua sino agua? Unese la palabra a este elemento, y el sacramento
se realiza. ¿De dónde viene al agua la virtud de tocar al cuerpo y limpiar el
corazón, sino de la palabra, no porque se pronuncie, sino porque es creída? Aun
en la misma palabra una cosa es el sonido que se extingue y otra la virtud que
persiste. Es tanta la virtud de esta palabra de fe en la Iglesia de Dios, que
por ella el que la cree, el que ofrece, bendice y derrama el agua, limpia al
infante, aunque éste no puede creer.
Crisóstomo.
O bien dice: Estáis limpios por las palabras que he hablado a vosotros, y esto
es mientras habéis recibido la luz de la doctrina y os habéis separado del error
judaico.
"Estad en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede de sí mismo llevar
fruto si no estuviere en la vid, así ni vosotros si no estuviereis en mí. Yo soy
la vid, vosotros los sarmientos: el que está en mí y yo en él, éste lleva mucho
fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no estuviere en mí será echado
fuera, así como el sarmiento, y se secará, y lo cogerán y lo meterán en el fuego
y arderá. Si estuviereis en mí, y mis palabras estuvieren en vosotros, pediréis
cuanto quisiereis y os será hecho". (vv. 4-7)
Crisóstomo In Ioannem hom., 75.
Como había dicho que ya estaban limpios por la palabra que les había dicho,
enséñales por dónde tenían que empezar en las obras que habían de practicar. Por
eso les dice "Permaneced en mí".
San Agustín In Ioannem tract., 81.
No de igual manera ellos en El, que El en ellos, porque lo uno y lo otro es para
provecho de ellos, no de El, siendo así que los sarmientos están en la vid de
tal suerte que en nada lo ayudan, sino que de ella reciben la vida. O sea, que
la vid está en los sarmientos para comunicarles vida, no para recibirla de
ellos. De esta forma, teniendo en sí a Cristo y permaneciendo ellos en Cristo,
aprovechan en ambas cosas ellos, no Cristo. Por esto añade: "Así como el
sarmiento no produce fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros si no estáis en mí". ¡Gran prueba en favor de la gracia! Alienta los
corazones humildes, abate los soberbios. Por ventura, ¿no resisten a la verdad
los que juzgan innecesaria la ayuda divina, y, lejos de ilustrar su voluntad, la
precipitan? Porque aquel que opina que puede dar fruto por sí mismo, ciertamente
no está en la vid: el que no está en la vid no está en Cristo, y el que no está
en Cristo no es cristiano.
Alcuino.
Todo fruto de buena obra procede de aquella raíz que nos salvó con su gracia,
que nos hace progresar con su auxilio para que podamos dar más fruto.
Glosa.
Por esta razón dice repetidamente y con mayor desarrollo: "Yo soy la vid y
vosotros los sarmientos; el que está en mí (creyendo, obedeciendo, perseverando)
yo también en él (iluminándole, auxiliándole, dándole perseverancia), éste (y no
otro) da mucho fruto".
San Agustín ut supra.
Mas para que nadie sospechase que de sí mismo puede dar algún fruto el
sarmiento, aunque sea poco, añade: "Porque sin mí nada podéis hacer". No dice:
poco podéis hacer, porque si el sarmiento no estuviese en la vid viviendo de su
raíz, ningún fruto dará. Y aunque Cristo no fuese vid sino un mero hombre, no
tendría virtud para dar vida a los sarmientos, a no ser Dios también.
Crisóstomo ut supra.
Ved aquí, pues, que el Hijo coopera, no menos que el Padre, al bien de sus
discípulos. Porque si el Padre limpia, El contiene, lo que hace que los
sarmientos den fruto. Sin embargo, es cosa clara que también el Hijo limpia, y
que el permanecer en la raíz es también propio del Padre, que engendró la raíz.
Es, pues, un gran perjuicio el no poder hacer nada; mas no se detiene aquí, sino
que prosigue: "Si alguno no estuviere en mí, será arrojado fuera (esto es, no
gozará de los cuidados del labrador) y se secará (esto es, perderá todo aquello
que hubiere recibido de la raíz, privado de su auxilio y de su vida), y lo
amontonarán".
Alcuino.
Los ángeles serán los podadores que lo echarán al fuego eterno para que arda.
San Agustín ut supra.
Tan despreciables serán estos sarmientos si fueren separados de la vid, como
gloriosos mientras en ella permanecieren. Una de estas dos cosas convienen al
sarmiento: o estar en la vid o en el fuego. Si no está en la vid estará en el
fuego, así como si no está en el fuego estará en la vid.
Crisóstomo ut supra.
Designando cómo se está en El, añade: "Si estuviereis en mí y mis palabras
estuvieren en vosotros". Esto es, por medio de las obras.
San Agustín ut supra.
Sólo debemos decir que sus palabras están en nosotros cuando hacemos lo que
mandó, y amamos lo que prometió. Porque aunque sus palabras estén en la memoria,
si no se manifiestan en obras no se considera el sarmiento en la vid, porque su
vida no nace del tronco. ¿Qué otra cosa puede quererse al estar en el Salvador,
sino lo que no se aparta de la salvación? Lo que apetecemos en tanto que estamos
en Cristo, es distinto de lo que queremos mientras estamos en el siglo. Porque
mientras estamos en la vida de este siglo deseamos muchas veces cosas que
ignoramos son en nuestro daño; pero no sucede así estando en Cristo, el cual no
nos concede lo que nos perjudica. La oración del Padre nuestro pertenece a sus
enseñanzas, y, por tanto, no debemos separarnos de la letra y espíritu de esta
oración, para que se nos conceda lo que pedimos.
"En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y en que seáis mis
discípulos. Como el Padre me amó, así también yo os he amado: perseverad en mi
amor: si guardareis mis mandamientos, perseveraréis en mi amor, así como yo
también he guardado los mandamientos de mi Padre y estoy en su amor. Estas cosas
os he dicho para que mi gozo esté en vosotros, y para que vuestro gozo sea
cumplido". (vv. 8-11)
Crisóstomo In Ioannem hom., 75.
Manifiesta después el Señor que todos los que le tendían asechanzas, arderían no
permaneciendo en Cristo. Mas también explica que ellos mismos serán
inexpugnables (para que así den mucho fruto), diciendo: "En esto ha sido
glorificado mi Padre". Equivale a decir: si ha de ser para gloria del Padre el
que vosotros fructifiquéis, no despreciará el Padre su propia gloria. Porque el
que da fruto, es discípulo de Cristo. Por lo que añade: "Para que seáis hechos
mis discípulos".
Teofilacto.
Los frutos de los apóstoles son las naciones que por su enseñanza han sido
convertidas a la fe y conducidas a la gloria de Dios.
San Agustín In Ioannem tract., 82.
Lo mismo se dice con glorificado que con clarificado: Lo uno y lo otro viene de
una palabra griega doxa , que quiere decir gloria . Y debo aducir esto para que
no lo atribuyamos a gloria nuestra, como si lo tuviéramos por nosotros mismos.
Es una gracia de El, y, por tanto, la gloria corresponde a El, no a nosotros.
¿Por quién, si no, producimos el fruto, sino por Aquel cuya misericordia nos
favorece? De aquí que añade: "Como mi Padre me amó a mí, así yo a vosotros": ved
de dónde nacen nuestras buenas obras. ¿De dónde debían proceder sino de la fe,
que se obra por el amor? Al decir "Como me amó mi Padre así yo a vosotros", no
manifiesta igualdad de naturaleza entre El y nosotros (como la que hay entre El
y su Padre), sino la gracia, por la cual es mediador entre Dios y los hombres,
el hombre Jesucristo. Se muestra mediador en aquello que dice: "Mi Padre me amó,
y yo os amo", porque el Padre nos ama también, pero en El.
Crisóstomo ut supra.
Si, pues, el Padre os ama, confiad; si es para gloria del Padre, fructificad.
Después, para excitar su diligencia, continúa: "Permaneced en mi amor". Cómo ha
de hacerse esto, lo explica diciendo: "Si guardareis mis preceptos".
San Agustín ut supra.
¿Quién duda que el amor ha de preceder a la guarda de los preceptos? Porque el
que no ama no tiene base para la observancia de los preceptos; y así, esto que
dice no es para asentar la razón de donde el amor nace, sino por donde se
manifiesta, para que nadie se engañe diciendo que lo ama sin observar sus
preceptos. Aunque al decir "Permaneced en mi amor" no aparece a qué amor alude,
si al que debemos tenerle, o al que El nos tiene. Sin embargo, bien se conoce
por las anteriores palabras "Yo os he amado". Y en seguida dice: "Permaneced en
mi amor", a saber, en el que El les profesaba. ¿Qué otra cosa significa
"Permaneced en mi amor", sino en mi gracia? ¿Y qué otra cosa expresa cuando dice
"Si guardareis mis preceptos permaneceréis en mi amor", sino el signo por donde
hemos de conocer cuándo le amamos, a saber, cuando guardamos sus mandamientos?
No los observamos para que El nos ame; antes, sin su amor no podríamos
observarlos. Esta es la gracia visible para los humildes, oculta para los
soberbios. Mas ¿por qué continúa "Como yo he observado los preceptos del Padre,
y he permanecido en su amor"? En efecto, aquí el amor del Padre es el que el
Padre le profesa. ¿Y por esto también se ha de entender como gracia el amor del
Padre hacia el Hijo, como lo es el del Hijo hacia nosotros? No, porque nosotros
somos hijos por gracia, no por naturaleza, y el Hijo lo es por naturaleza, no
por gracia. ¿Puede esto referirse al Hijo como hombre? Ciertamente, porque al
decir "Como me amó mi Padre a mí, yo a vosotros", demuestra la gracia del
mediador. Pero Cristo es mediador entre Dios y los hombres, no en cuanto Dios,
sino en cuanto hombre. También puede decirse con justicia que si bien la
naturaleza humana no pertenece a la naturaleza de Dios, sí pertenece a la
persona del Hijo de Dios por medio de la gracia, que no tiene otra ni mayor ni
ciertamente igual. En efecto, ningún mérito del hombre precedió a la gracia de
la Encarnación, sino que por el contrario todo mérito suyo empezó a partir de
ella.
Alcuino.
Qué preceptos recomienda, lo dice el Apóstol ( Flp 2,8): "Cristo se hizo
obediente al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz".
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Como después su alegría había de verse interrumpida por la futura pasión y las
ofensas, prosigue: "Os he dicho estas cosas para que mi alegría resida en
vosotros"; como diciendo: aunque la tristeza venga, yo la destruiré para
convertirla en gozo.
San Agustín In Ioannem tract., 83.
¿Qué gozo es éste que Cristo inspira en nosotros, sino el dignarse recibirlo por
nosotros? ¿Y qué gozo será ése que nosotros logramos, sino el tener parte con
El? Ya El tenía un gozo perfecto cuando se alegraba con la presciencia y
predestinación nuestra. Pero aquel gozo no estaba en nosotros porque nosotros
aún no existíamos. Empezó a existir en nosotros cuando nos llamó. Llamamos con
propiedad nuestro a este gozo, porque mediante él seremos bienaventurados, y
empezando por la fe de los que renacen, llegará a su perfección cuando
alcancemos el premio de la resurrección.
"Este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como yo os amé.
Ninguno tiene mayor amor que éste, que es poner su vida por sus amigos. Vosotros
sois mis amigos si hiciereis las cosas que yo os mando. No os llamaré ya
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; mas a vosotros he
llamado amigos, porque os he hecho conocer todas las cosas que he oído de mi
Padre. No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y llevéis fruto, y que permanezca vuestro fruto, para que
os dé el Padre todo lo que le pidiereis en mi nombre". (vv. 12-16)
Teofilacto.
Como había dicho "Si guardáis mis mandamientos", explica cuáles sean éstos,
diciendo: "Amaos los unos a los otros", etc.
San Gregorio In Evang hom. 27.
Estando todas las palabras del Señor llenas de preceptos, ¿por qué hace del amor
como un especial mandato, sino porque en el amor radica todo mandato? ¿No pueden
todos los preceptos reducirse a uno, supuesto que todos se basan en la caridad?
Porque así como de un solo tronco nacen muchas ramas, así también muchas
virtudes se derivan de la caridad. Y no tiene lozanía la rama de las buenas
obras, si no está en el tronco de la caridad. Los preceptos del Señor son
muchos, en cuanto a la diversidad de las obras, pero se unifican todos en su
tronco, que es la caridad.
San Agustín In Ioannem tract., 83.
Donde la caridad está, ¿qué es lo que puede faltar? En donde ella no existe,
¿qué puede haber de provecho? Pero este amor debe distinguirse del que los
hombres se profesan como hombres. Por eso dice: "Como yo os he amado". ¿Para qué
nos amó Cristo, sino para que pudiésemos reinar con El? Amémonos mutuamente
también con este designio, distinguiendo nuestro amor del de aquellos que no se
aman para que Dios sea amado. Estos no se aman verdaderamente, y, al contrario,
aquellos se aman con verdad, cuyo amor busca el amor de Dios.
San Gregorio ut supra.
La prueba de la verdadera caridad consiste principalmente en que se ame hasta a
los enemigos, porque la Verdad padeció hasta el suplicio de la cruz. Aun allí
profesó amor a sus perseguidores, diciendo ( Lc 23,34): "Padre, perdónalos, que
no saben lo que hacen"; llegando al colmo este amor cuando añade: "Nadie tiene
mayor amor que éste, que es poner su vida por sus amigos", para enseñarnos que
no sólo puede convertirse en provecho nuestro la saña de nuestros enemigos, sino
también que éstos deben reputarse como amigos.
San Agustín In Ioannem tract., 84.
Como antes había dicho "Este es mi precepto, que os améis mutuamente como yo os
he amado", es lógico lo que el mismo San Juan dice en una epístola: "Así como
Cristo puso su vida por nosotros, así nosotros debemos ponerla por nuestros
hermanos" ( 1Jn 3,16). Esto hicieron los mártires con ferviente amor, y por esto
no los conmemoramos en el altar para pedir por ellos, sino para que ellos pidan
por nosotros, a fin de que sigamos sus huellas. Y al presentarse de tal suerte a
sus hermanos, no hicieron otra cosa que manifestar las gracias que habían
recibido en el altar.
San Gregorio ut supra.
¿Quién no dará a su hermano la túnica en tiempo de paz, debiendo dar la vida por
él durante la persecución? Nútrase en los tiempos de bonanza la virtud de la
caridad, por medio de la misericordia, para que sea invencible en la borrasca.
San Agustín De Trin. lib. 88.
Con un mismo amor amamos a Dios y a los hombres, pero a Dios por Dios, a
nosotros y al prójimo por Dios. Y siendo los dos preceptos de la caridad en los
que toda la ley está contenida (el amor de Dios y el del prójimo), no sin
fundamento suele poner la Escritura, en muchos lugares, el uno por el otro.
Porque es lógico que el que ama a Dios haga lo que Dios manda, y así ame al
prójimo porque Dios lo manda. Por esto continúa: "Vosotros seréis amigos míos,
si hacéis lo que os mando".
San Gregorio Moralium 27, 12
El amigo es como el guardián del alma, y por tal razón se llama amigo de Dios el
que cumple su voluntad guardando los preceptos.
San Agustín In Ioannem tract., 80.
¡Gran dignación! No pudiendo ser bueno un siervo que no cumpliere los preceptos
de su señor, aquí da a conocer con el nombre de amigos a los que se hicieren
dignos de ser buenos siervos. Porque puede ser siervo y amigo el que es siervo
bueno. En qué sentido debamos tomar que es siervo y buen amigo el que es siervo
bueno, lo explica cuando dice: "Yo no os llamaré siervos, porque el siervo
ignora lo que hace su señor". ¿Es que ya no seremos siervos cuando seamos
siervos buenos? ¿Acaso el señor no confía sus secretos al siervo bueno y
probado? Es que, así como hay dos temores, hay también dos servidumbres: hay un
temor que el amor perfecto expele fuera, y con el cual sale juntamente la
servidumbre, y hay otro más honesto que permanece eternamente. A la primera
servidumbre se refería el Señor diciendo: Ya no os diré siervos; "no os llamaré
en adelante siervos sino amigos porque el siervo ignora", etc. No habla de aquel
siervo temeroso y honesto de quien dice San Mateo: "Alégrate, siervo bueno;
entra en el gozo de tu señor" ( Mt 25,21); sino de aquel, dominado de temor
servil, del que dice San Juan en otro lugar: "El esclavo no permanece siempre en
la casa, pero el hijo sí" ( Jn 8,35). Porque si nos dio libertad para hacernos
hijos de Dios, seamos hijos, no esclavos, para que de un modo admirable los que
somos siervos podamos dejar de serlo. Y para conseguirlo confesaréis que es Dios
quien lo hace. Esto es lo que ignora aquel siervo que no confiesa que lo hace su
Señor, y que cuando hace algo bueno, así se enorgullece como si fuera obra suya
y no de su Señor, y se atribuye la gloria a sí mismo, y no a Dios. Y sigue: "A
vosotros llamé amigos, porque os he manifestado todo lo que oí de mi Padre".
Teofilacto.
Como si dijera: El siervo desconoce los designios de su señor, pero a vosotros,
a quienes trato como amigos, os he comunicado mis secretos.
San Agustín In Ioannem tract., 85.
¿Cómo se ha de entender que manifestó a sus discípulos todo lo que oyó de su
Padre? Callándose todo aquello que sabía que sus discípulos no podían
comprender, pero descubriéndoles todo lo que cabe en la plenitud de ciencia, de
la que dice el Apóstol a los de Corinto: "Entonces conoceré como soy conocido" (
1Cor 13,12). Porque así como esperamos la inmortalidad del cuerpo, así también
debemos esperar el conocimiento futuro de todo lo que el Unigénito oyó del
Padre.
San Gregorio In Evang hom 27.
O que todo lo que oyó de su Padre y quiso revelar a sus siervos, son los gozos
de la caridad interior y las fiestas de la patria celestial que diariamente
presienten las almas en sus transportes de amor, pues cuando amamos lo que se
nos dice del cielo, conocemos ya lo que amamos, porque el conocimiento es el
amor. Todo, pues, se lo había revelado a los Apóstoles, porque desasidos de los
deseos terrenos, ardían en llamas de amor divino.
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
En fin, les dice todo lo que les convenía saber, diciendo que manifiesta lo que
ya da a entender: que no habla de nada que no sea del Padre.
San Gregorio ut supra.
Pero todo aquel que tenga el honor de ser llamado amigo de Dios, no atribuya a
méritos propios la dignidad que siente en sí. Por esto dice: "No sois vosotros
quienes me elegisteis, sino que yo os elegí".
San Agustín In Ioannem tract., 86.
¡He aquí una gracia inefable! ¿Qué éramos cuando aún no éramos cristianos, sino
unos perversos y perdidos? Pues ni aun habíamos creído en El para que nos
eligiese; porque si eligió a los creyentes, El los hizo creyentes para
elegirlos. No tiene aquí lugar aquella vana argumentación de que Dios nos eligió
antes de la creación, porque previó, no que El nos haría buenos, sino que
nosotros lo seríamos por nosotros mismos. Y ciertamente que si Dios nos hubiera
elegido porque previó que seríamos buenos, también habría previsto entonces que
nosotros lo habíamos de elegir primero a El. Porque ésta es la única manera en
que podemos ser buenos, a no ser que sea llamado bueno el que no elige lo bueno.
¿Qué es, pues, lo que eligió de entre aquello que no era bueno? No basta que
digas: "fui elegido porque ya creía", porque si creías en El ya lo habías
elegido. Ni tampoco digas, "antes de creer ya obraba bien, y por eso fui
elegido", porque ¿qué obra puede ser buena antes de tener fe? ¿Qué hemos de
decir, pues, sino que éramos malos, y fuimos elegidos para que fuésemos buenos
por gracia del que nos eligió?
San Agustín De praedest Sanct cap. 17.
Han sido, pues, elegidos antes de la creación, por el acto de predestinación que
Dios previó que ejecutaría más adelante, aquellos que fueron llamados del mundo
por aquella vocación que Dios predestinó y cumplió. Porque a aquellos que
predestinó, a aquellos llamó ( Rm 8,30).
San Agustín In Ioannem tract., 83.
Y ved cómo no es que elegía a los buenos, sino que a los que eligió hizo buenos.
Y continúa: "Y os puse para que vayáis y recojáis el fruto" ( Jn 15,5). Y éste
es el fruto de que ya había dicho: "Sin mí nada podéis hacer". El mismo es el
camino en que nos puso para que vayamos.
San Gregorio ut supra.
Yo os puse, (a saber, en gracia), planté para que vayáis (queriendo, porque el
querer es el marchar del alma), y recojáis el fruto trabajando. Cuál es el fruto
que deban llevar, lo indica cuando añade: "Y vuestro fruto permanezca". Porque
todo lo que trabajamos en este siglo, apenas dura hasta la muerte, y llegando
ésta, corta el fruto de nuestro trabajo. Pero lo que se hace por la vida eterna,
aun después de la muerte dura, y entonces empieza a aparecer, cuando ya dejan de
verse las obras de la carne. Produzcamos, pues, tales frutos, que permanezcan, y
que la muerte, que todo lo acaba, sea el principio de su duración.
San Agustín ut supra.
Nuestro fruto es el amor que ahora vive en el deseo, pero no en la satisfacción;
y por este mismo deseo nos dará el Padre cuando pidiéremos en nombre de su Hijo
Unigénito, por lo que sigue: "Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre".
Nosotros pedimos en nombre del Salvador esto que pertenece al orden de la
salvación.
(Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea , tomo V, Cursos de Cultura Católica,
Buenos Aires, 1946, pp. 348-356)
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DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS
LA VID MÍSTICA: UNIÓN CON JESÚS
Como la alegoría del Buen Pastor (10, 1-8), así esta bellísima de la viña
mística nos ha sido conservada sólo por San Juan. Pudo sugerírsela al Señor el
recuerdo del vino, de la cena, del que ha dicho no bebería ya más; o simplemente
la inventó por ser ella aptísima para expresar el pensamiento, o mejor, teoría,
de la unión espiritual con él. Los que creen que el discurso de Jesús continuó
durante el viaje a Getsemaní, dicen que la visión de los viñedos recién purgados
de los malos sarmientos inspiraría esta alegoría a Jesús. Pero en el valle del
Cedrón no los hay. Redúcese la alegoría a cuatro metáforas: Jesús, cepa de la
viña; el Padre, agricultor; los discípulos, sarmientos; la santificación de las
almas, fruto de la unión permanente de los sarmientos con la vid. Podemos en
ella considerar la tesis (1-4), y su desarrollo (5-11).
LA VID MÍSTICA (1-4). — Jesús ha dicho a sus discípulos que va a separarse de
ellos; pero esta separación no será sino según el cuerpo espiritualmente deberán
permanecer íntimamente unidos a él para vivir la vida divina; morirán si de El
se separan. Esta doctrina la propone envuelta en la alegoría de la vid. Yo soy
la verdadera vid , la vid ideal y perfectísima, en quien, mejor que en las vides
del campo, se verifican las condiciones propias de esta planta. El cultivador de
esta vida espiritual e incorruptible es el Padre: Y mi Padre es el labrador :
Jesús no sería nuestra vid si no fuese hombre; pero no nos diera la vida de Dios
si no fuese Dios: luego Jesús es el Mesías, Hijo de Dios.
Como las vides del campo, tiene esta vid mística dos clases de sarmientos, a los
que trata el viticultor de distinta manera, según sean: Todo sarmiento que no
diere fruto en mí, lo quitará : y todo aquel que diere fruto, lo limpiará para
que dé más fruto . Los sarmientos de la mística vid son todos los cristianos,
que han sido como injertados en Cristo por el bautismo, y de El deben recibir el
jugo vital de la gracia. Unos sarmientos son estériles: han recibido el jugo de
la fe, que es el principio de la vida divina; pero no la han convertido en
frutos de buenas obras: a éstos el Padre, como viñador, separa de la vid. Otros
sarmientos dan fruto de buenas obras por la gracia de Dios: a éstos los expurga
el Padre, como lo hace el agricultor, sujetándolos a tentaciones, tribulaciones,
etc., para que vayan desasiéndose cada día más de la tierra y se vigoricen en
los frutos de vida divina.
Dirigiéndose a sus discípulos, para quitarles toda congoja, les dice: Vosotros
ya estáis limpios por la palabra que os he hablado . Os he enseñado mi doctrina
durante mi convivencia con vosotros, y vosotros la habéis recibido,
obedeciéndola, con lo que habéis quedado libres de muchos defectos. Pero es
preciso conservarse en esta limpieza; para ello deben permanecer íntimamente
unidos a El por el amor: Permaneced en mí; recíprocamente, estará Jesús con
ellos: Y yo en vosotros .
Y da la razón general de ello, que es como la tesis fundamental de todo este
fragmento: El es el principio de la vida sobrenatural del hombre: éste ningún
fruto de vida divina puede dar, si no está unido a Jesús; como no puede darlo el
sarmiento separado de la vid: Como el sarmiento no puede de sí mismo llevar
fruto, si no estuviere en la vid: así ni vosotros, si no estuviereis en mí.
LOS SARMIENTOS Y SUS RELACIONES CON LA VID (5-1l).- Prosigue Jesús dando una
serie de razones de la necesidad de estar unidos a él. Antes de ello, concreta
en términos precisos el sentido de la metáfora: Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos .
Primera razón: La imposibilidad absoluta de hacer nada sin Jesús en orden a la
vida sobrenatural: El que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto: porque
sin mí no podéis hacer nada . El sarmiento íntimamente unido a la vid por la
abundante savia se carga de fruto; sin la vid, el sarmiento no echa brotes ni
hojas, ni da flores ni frutos. Así el hombre con Jesús; así fuera de Jesús.
Segunda: El tremendo castigo que espera a los que se separan de la vid, Jesús :
El que no permaneciere en mí, será echado fuera, así como el sarmiento, y se
secará, y lo cogerán, y lo echarán al fuego, y arderá . Nótese la gradación. El
que no está unido a Cristo por la gracia está fuera de Cristo, es siervo del
diablo (cfr. 1 Cor. 6,15; 2 Petr. 2,19); y como el sarmiento cortado de la vid
se seca, así el pecador se entumece en el pecado y se hace insensible, hasta que
llegue el día de la ira del Señor, el juicio en que mande a sus siervos
recogerlo y echarlo al fuego eterno; es la suerte del hombre: o la vid, o el
fuego.
Tercera: La ventaja de que serán oídos en sus oraciones: Si estuviereis en mí, y
mis palabras estuvieren en vosotros , creyéndolas, amándolas, meditándolas,
cumpliéndolas, pediréis cuanto quisiereis , y os será hecho : Dios y su Cristo
les obedecerán en cierta manera, correspondiendo a su obediencia: porque el que
permanece en Cristo y las palabras de Cristo en él, no puede querer más que lo
que quiere él.
Cuarta: Fruto de esta unión será la gloria de Dios, que el hombre debe buscar en
todas las cosas: En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto .
Las buenas obras dan gloria a Dios, porque son la más digna alabanza de Dios y
porque provocan en los demás la imitación, multiplicándose así la gloria
extrínseca de Dios (cfr. Mt. 5, 16). Asimismo el ser discípulos de Cristo
aumenta la gloria del Padre, porque más se conforman con él, que no tuvo otro
fin que la gloria del Padre: y en que seáis mis discípulos.
Explicados los motivos que deben mover a sus discípulos a unirse a la mística
vid, les exhorta a ello con el recuerdo del amor que les ha tenido, fecundo como
el que el Padre le ha tenido a El: Como el Padre me amó, así también yo os he
amado . Así el Padre amó la naturaleza humana de Cristo, que la concedió, sin
mérito alguno precedente, la gracia de la unión hipostática con la persona del
Verbo, de donde procede como de su fuente toda grandeza de Cristo; de la propia
manera el amor que nos tiene Cristo es fuente, si estamos unidos a El, de toda
nuestra grandeza, en el tiempo y en la eternidad. Interesa mucho, pues,
guardarle: Perseverad en mi amor : no os hagáis indignos de él, pecando.
Norma segura para no perder el amor de Cristo es la guarda de sus mandamientos:
Si guardareis mis mandamientos, perseveraréis en mi amor: así como yo también he
guardado los mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor . Les anima aquí con
su ejemplo: como El no ha querido más que la voluntad del Padre que le envió,
así sus discípulos no deben buscar más que la suya (cfr. 4 34; 5, 30; 6, 38; 8,
28, etc.).
Ventaja incomparable del amor y de la obediencia a Cristo Jesús es el gozo que
de ello deriva: Estas cosas os he dicho , las de los vv, 9.10, que resumen toda
la alegoría de la vid, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea
completo . La felicidad de que está inundada el alma de Jesús se transfundirá en
ellos si le aman y guardan sus mandatos, haciéndolos dichosos cuando cabe en el
mundo, para verse colmados de dicha en el cielo.
Lecciones morales. — v. 1 — Yo soy la verdadera vid... — Aseméjase Jesús a la
vid por la dulzura de Sus frutos, por su fecundidad, por lo dilatado y copioso
de sus sarmientos. Porque los frutos de esta vid divina, los suyos propios y los
que produce por sus sarmientos, que son sus hijos, son lo más delicado que ha
producido el hombre desde que el mundo es mundo, por cuanto están sazonados por
el jugo dulcísimo de la caridad en que han sido producidos. Es tal la fecundidad
de esta vid, que ha podido echar sarmientos por millones, cargados de los
ubérrimos racimos de toda suerte de buenas obras; pondérese la actividad de los
Apóstoles, la inocencia y penitencia de los confesores, la generosidad de los
mártires, la pureza de las vírgenes, etc.: todo son frutos de esta divina vid.
Sus sarmientos se han dilatado como los de una parra ubérrima y frondosísima que
ha circundado la redondez de la tierra. ¿Cómo no debía ser así, cuando esta vid
tiene sus raíces en la tierra fecundísima de la divinidad, y lleva en sus
entrañas la misma savia y la misma fuerza de Dios?
v. 2 — Todo aquel que diere fruto, lo limpiará... — Limpiar, en este texto, es
expurgar, circuncidar, cortar lo superfluo, como se hace con los sarmientos y
ramas de los árboles, a los que se quitan los inútiles apéndices que
disminuirían su vigor y su fecundidad. Limpiar equivale, pues, a mortificar, en
el orden interior y exterior: es la circuncisión espiritual de que habla el
Apóstol (Col. 2, 11). Ella es necesaria a todos, hasta a los santos; por que,
como dice San Agustín, ¿quién es tan limpio que no necesite serlo más? Limpia,
pues, el Padre, y con él el Hijo, porque como Dios es también agricultor de la
viña mística, a los limpios, esto es, a los que dan fruto, para que tanto sean
más fecundos cuanto más limpios y expurgados. Esto nos explica el afán de los
santos, amigos todos de las tribulaciones porque estaban sedientos de limpieza y
fecundidad de vida. Dejémonos expurgar por la mano amorosa y piadosa del Señor,
para ofrecerle frutos más copiosos en caridad.
v. 5 — Sin mí no podéis hacer nada . — No nos debe amedrentar esta nuestra
impotencia nativa para hacer el bien en el orden de la vida sobrenatural y
divina. Lo que debiera espantarnos es vivir separados de Aquel por quien lo
podemos todo. Sarmientos inútiles, como los que el agricultor amontona en su
viña, no somos aptos más que para el fuego cuando no nos vivifica la savia de la
divina vid; pero a ella unidos, podríamos cambiar la faz del mundo: ¿qué no han
hecho los apóstoles y los santos, vivificados por Cristo? Y si algo hacemos,
guardémonos mucho de atribuírnoslo a nosotros y no a la mística vid de la que
somos sarmientos; por que, como dice San Agustín: «El que piensa produce fruto
por sí mismo, no está en la vid; el que no está en la vid, no está en Cristo; y
el que no está en Cristo, no es cristiano.»
v. 6— El que no permaneciere en mí, será echado fuera...y arderá . — He aquí el
dilema terrible de la vida cristiana: o estar con Cristo y fructificar en él
frutos de vida eterna, o estar separado de Cristo y secarse y arder eternamente:
no hay lugar a elección. No se dan en la viña mística estos sarmientos cubiertos
de pámpanos ufanos, pero sin fruto; porque el divino agricultor los poda y los
hacina para en su tiempo echarlos al fuego. Esto debe hacernos muy asiduos en la
vigilancia y en la diligencia; no solo para que no se rompa nuestra unión con
Cristo, sino para que hagamos eficaz en nosotros la fuerza de su savia divina,
produciendo frutos abundantes de virtud. Cuanto más unidos a la vid y mas llenos
de fruto, mas cristianos; y cuanto más lo seamos, menos peligro corremos de que
seamos arrancados de la vid. Retengamos la frase de San Agustín comentando este
pasaje: «Si no estamos en la vid, estaremos en el fuego; para no estar en el
fuego, estemos en la vid.»
v. 8 — En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto... — El fruto
a que se refiere Jesús es el de la santificación personal y especialmente el del
apostolado, que es para la santificación de los demás. Este fruto debe ser de
los sarmientos unidos a la vid, porque sin esta condición «no podemos hacer
nada», y menos llevar fruto
(Ioh. 5,5). Este fruto viene a ser entonces como una expansión de la vida de
Jesucristo, en quien, de quien y por quien le viene toda gloria al Padre. Esto
nos explica la teología profunda que se encierra en esta frase: «A mayor gloria
de Dios». Unidos en Jesucristo, por esta gloria debemos hacerlo todo: y Dios es
tan bueno y tan pródigo, que cuanto hagamos por su gloria nos lo retornará con
la paga de un peso eterno de gloria personal (2 Cor. 4, 17); es decir, que la
mayor gloria de Dios es nuestra misma gloria: a Dios y a nosotros viene por el
fruto que llevamos.
v. 9 - Perseverad en mi amor . — Y ¿cómo perseveraremos en el amor de Jesús?
Perseverando en su gracia, dice San Agustín. El amor verdadero es amor de obras,
pero éstas no son más que la manifestación del amor. La raíz es más profunda:
está en la benevolencia de Jesús, que nos da su gracia para que le amemos y
fructifiquemos en el bien. Sin El nada podemos hacer; menos podemos amarle, que
es lo sumo que podemos hacer. No temamos que nos falle la benevolencia de Jesús
para que le amemos: «Como el Padre le ama a El, así nos ama a nosotros»; lo que
nos hace claudicar en el amor de Jesús es nuestro propio amor, que nos hace
llegar hasta el desprecio de Jesús.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed.,
Barcelona, 1967, p. 518-523)
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ROMANO GUARDINI
LA COMPARACIÓN DE LA VID
Los primeros Evangelios, los de Mateo, Marcos y Lucas, por lo regular, cuentan
de la vida de Jesús lo que sucede de modo inmediato, y las palabras van ligadas
a lo sucedido. Han dejado pasar muchas cosas que también dijo Jesús, pero que no
quedaban ante los puntos de vista que orientaban sus relatos. El Evangelio de
Juan, por el contrario, habla a partir de un largo intervalo tras la ausencia de
Jesús: unos sesenta años después. Durante este tiempo, Juan ha ido en
seguimiento de la vida y la doctrina del Maestro, predicando y meditando, y ha
hecho visibles unas profundidades que todavía no estaban de manifiesto en los
primeros Evangelios. Por eso cuenta sobre muchas cosas que aquéllos callan:
entre esas cosas están los llamados sermones de despedida (caps. 13 al 16), en
los cuales se hace palabra algo muy hondo y muy íntimo de la conciencia de
Jesús.
En el capítulo decimoquinto se dice: “ Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.
El que se queda en mí, igual que yo en él, da mucho fruto, porque sin mí no
podéis hacer nada. El que no se queda en mí, es tirado fuera como el sarmiento,
y se seca: luego los, reúnen y los echan al fuego, y arden. Si os quedáis en mí
y mi palabra se queda en vosotros, pediréis lo que queráis y lo tendréis ”
(5-7).
La comparación es muy bella y preguntamos su significado. Quiere presentar ante
la conciencia la relación establecida entre Cristo y sus discípulos. Si ellos
quieren llegar a ser y realizar aquello para lo cual El les ha elegido y
enviado, deben permanecer en estrecha unión con El. Ahora bien, sería fácil ver
esa unión como si se tratara de que ellos conservaran sus palabras en la memoria
y se sumergieran cada vez más en ellas: que se atuvieran a sus indicaciones y
penetraran en su sentido: que El estuviera en ellos como guía de su vida
espiritual. Cierto que eso estaría bien, pero ¿se trata solamente de eso? Ya el
apremio con que nos habla la comparación hace suponer que se trata de algo más
hondo. Palabras como “ El que se queda en mí, y yo en él ”, dicen más de lo que
habría dicho antaño un Sócrates a sus discípulos. ¿Qué es ese Más?
En la Primera Epístola de san Juan leemos frases como éstas: “ Si decimos que no
tenemos pecado ” —se alude a los gnósticos de la época, que enseñaban que, tan
pronto como su esfuerzo superaba un determinado nivel, estaban más allá del bien
y del mal—, “ nos engañamos y no hay verdad en nosotros ” (1, 8). ¿Qué quiere
decir eso de que no hay verdad en nosotros? ¿Entenderíamos correctamente su
sentido si, a nuestro modo racionalista, dijéramos que eso significa que cuando
lo afirmáramos, no entenderíamos de qué se trata, y tendríamos una concepción
falsa? Juan quiere decir más. Dice: “ Entonces no hay verdad en nos otros ”
O bien, oigamos la siguiente frase, también de la Primera Epístola de San Juan:
“ Si alguno tiene con qué vivir en el mundo, y ve a su hermano que tiene
necesidad, y le cierra sus entrañas, ¿cómo permanece en él el amor de Dios? ”
(3, 17). Otra vez el mismo tono. Nosotros diríamos: El que no tiene amor, no
sabe lo que es amor. Pero esto no le bastaría a Juan: él dice: “ En él no
permanece el amor ”. Antes había sido: “ No hay verdad en nosotros ”; ahora: “
El amor no permanece en él ”. El racionalista ve en esas frases un platonismo
que cosifica conceptos: a éste, Juan le replicaría: No tienes experiencia. Lo
que a mí me importa no es sólo que uno tenga o no tenga comprensión y amor de
modo intencional y psicológico, sino que estén o no estén en él la verdad y el
amor. La verdad y el amor no son sólo pensamientos y disposiciones de ánimo,
sino potencias vivas, que, procediendo de Dios, habitan y actúan en el hombre
creyente.
Esto ya nos acerca más a penetrar el sentido de la comparación. En la Epístola a
los Filipenses dice Pablo: “ Estoy poseído por Cristo Jesús ” y “ En El soy
hallado ” (3, 12, 9). Otra vez es la profundidad del tono lo que nos pone en
guardia. Nos inclinamos a entender las palabras de modo psicologista o
intelectualista; a pensar que el Apóstol quiere decir: “He recibido una fuerte
impresión de Cristo: me he puesto a su servicio: El me ha atraído
espiritualmente hacia sí; su palabra y su imagen determinan mi vida interior;
etc.” Pero eso sería poco, demasiado poco.
Si leemos esas frases, debemos pensar lo que cuentan los Hechos de los Apóstoles
sobre el viaje de Pablo de Jerusalén a Damasco; cómo por el camino se le aparece
Cristo glorificado, y su palabra hace caer por el suelo al perseguidor de la
joven comunidad; cómo éste queda ciego del golpe, y durante tres días permanece
sentado, mudo, sin comer ni beber, y luego se levanta y es otro hombre (9, 3
s.). Leídas a partir de ahí, aquellas palabras adquieren una pujanza de realidad
completamente diversa.
Estos textos —y se podrían citar otros muchos— nos llevan más cerca del sentido
de la comparación de la vid; del mismo modo que, en general, ningún pasaje de la
Sagrada Escritura puede explicarse partiendo de él solamente, sino que hay que
verlo tal como brota del conjunto en que está. Si comparamos lo que dicen los
textos del Nuevo Testamento con la realidad de que dan noticia, con la
abundancia de lo que dijo Jesús en los años de su actuación —para no hablar de
su propio ser y actuar y su destino divino- humano—, nunca pasan de ser sino
relámpagos surgidos de un inconmensurable mundo que queda más atrás. Un pequeño
ejemplo solamente: Lucas cuenta en su quinto capítulo cómo Jesús se hace apartar
un poco de la orilla y “ desde la barca, sentado, enseñaba a la gente ” (5, 3),
pero el relato no dice ni palabra de lo que El enseñó allí. Tras las palabras de
la Escritura queda algo inaudito: de ello surge una vez tal palabra, otra vez
tal gesto, pero siempre es algo inconmensurablemente menos de lo que era en
verdad.
Así, cuando Juan dice: “ alguien guarda su palabra ”, esto es, hace lo que ha
mandado Cristo, “ en él se cumple de veras el amor de Dios ” (2, 5), no quiere
decir solamente que pensamos en El, que nos sentimos ligados a El, sino
precisamente “ que estamos en El ”, y eso es más: mejor dicho, es otra cosa.
Cuando Juan dice: “ nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros ” (4,
12), eso no significa sólo una fidelidad duradera, o un influjo psicológico
constante, sino una realidad.
Esto nos habla no solamente en Juan, sino también en Pablo. En la Segunda
Epístola a los Corintios se dice: “ Si uno está en Cristo, es nueva creación ”
(5, 17). Eso quiere decir: allí está en actuación el Espíritu de Dios; lo que
ocurre no es sólo pensar y aprender y adoptar una disposición de ánimo, sino que
es llegar a ser algo real. En la Epístola a los Gálatas está la poderosa frase:
“ Y no vivo yo, sino que vive Cristo en mí ” (2, 20). Aquí se expresa plenamente
este poder, esta realidad creadora.
También en Pablo encontramos algo que corresponde a la misma comparación de la
vid, precisamente en su doctrina del “Cuerpo místico de Cristo”. Sobre eso se
dirá en seguida algo más.
Así, pues, aquí se alude a una relación entre Cristo y el que cree en El, lo que
no significa sólo que el creyente piense en Cristo, que se deje guiar por su
imagen, que le obedezca o algo parecido: significa realidad. Y ahora recordamos
que Jesús fundó la Eucaristía en aquel atardecer y que en Cafarnaúm había dicho
sobre su sentido cosas como éstas: “ Yo soy el pan vivo, bajado del cielo: el
que coma de este pan, vivirá eternamente. Y el pan que yo daré es mi carne para
la vida del mundo... El que come mi carne y bebe mi sangre, se queda en mí y yo
en él ” (Jn., 6, 51 y 56).
Así se indica que, en la última noche, Cristo se dio a los suyos de un modo que
supera en mucho a todo lo que haga el simple maestro, o educador, o guía. En la
forma de un misterio, de una acción misteriosa, se ha dado El mismo y lo volverá
a hacer siempre. Al celebrarse la Eucaristía, se entrega al creyente, bajo la
forma misteriosa de la Cena, de tal modo que en adelante vive en éste, y que
éste puede realizar su propia vida a partir del misterio interior establecido de
ese modo.
Pero ¿cómo hemos de representárnoslo?
Si consideramos al hombre en su conjunto, vemos que está construido de fuera a
dentro: a no ser que se debiera decir, más correctamente: de dentro a fuera.
Pero ese “dentro” no ahonda entrando en muchos peldaños. (Claro que el concepto
de los peldaños, de la gradación, es sólo una imagen. En realidad, no se trata
de “más alto” o “más hondo” en el mismo dominio, sino, en todo caso, de otra
índole de vida y de ordenación. Sin embargo, la imagen es útil, de modo que la
seguiremos usando). Existe la interioridad orgánica, que resulta del crecimiento
del cuerpo. Existe la interioridad psicológica, en que actúan los sentimientos.
Existe la espiritual, en que actúan los pensamientos, mejor dicho, en que se
percibe la verdad. Existe la interioridad de la persona, en que se realizan las
decisiones morales.
Pues bien, san Pablo dice: Existe un dominio interior aún más hondo, el
espiritual o “pneumático”. Es aquel en que vive Cristo en el creyente. Ese
dominio no existe por sí mismo, como un estrato situado en la naturaleza del
hombre, sino que lo crea Cristo en el misterio del nuevo nacimiento, con el
bautismo y la fe. Entonces entra El mismo en el hombre: penetra en él más
hondamente que todo aquello de que hablan la psicología y la ciencia de la
cultura. Si desaparecen la fe y la fidelidad, entonces desaparece esa
interioridad, y aparece el hombre que ha perdido un dominio vital y ya no
comprende nada del mensaje de Cristo.
En esa interioridad vive aquello que dice la comparación de la vid y de que
habla el mensaje de la Eucaristía: Cristo en el hombre.
Pero ¿cómo puede estar Cristo en mí? Por lo pronto: Yo sé que Dios está en mí,
pues es omnipresente y me penetra igual que lo penetra todo. Más aún: Me ha
creado —“ha creado”, visto, desde nuestro punto de vista: en realidad debería
decirse, su voluntad creadora me mantiene constantemente en el ser: su mano me
conserva fuera de la nada. Si pudiera llegar yo al borde de mi ser, tocaría su
mano. Algo más, también: Me mantiene en el ser personal, como el “yo” que soy,
al hablarme con su “tú” que me llama y me crea. Y todavía algo más: La
revelación me dice que me ama, que se dirige a mí en gracia, y que me hace hijo
suyo.
Cierto, así es: aunque es misterio, es algo familiar al corazón. Así que Dios
está en mí: pero ¿y Cristo, el hecho hombre? ¿Cómo puede estar El en mí? Porque
es el Resucitado, el espiritualizado, aquel de quien dice Pablo: “ El Señor ”,
esto es, Cristo, “ es el Espíritu ”, el Pneuma (2 Cor., 3, 17). Con el bautismo
y la fe, nace El dentro de mí y yo dentro de El. ¿Qué más hay que decir? El lo
había prometido: sus Apóstoles lo experimentaron y lo garantizan. Es misterio, y
no hay pensamiento que resuelva el misterio. Pero nosotros nos familiarizamos
con él; podemos respirar en él y vivir hacia el día en que lo entenderemos, y
sólo en él empezaremos a comprender realmente quiénes somos. “Amados , ahora
somos hijos de Dios, y todavía no se ha manifestado qué seremos. Sabemos que
cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, por que le veremos según es ”,
dice Juan en su Primera Epístola (3, 2).
Sin embargo, la comparación expresa algo más. Alude a que esa interioridad no se
abre solamente en algún individuo especialmente destacado, sino en este, en
aquel, en el otro. A través de todos pasa esa profundidad divina en que está
Cristo, y vive, y rige. De ella surge la vida de los creyentes, uno por uno, tal
como los sarmientos del conjunto de la vid. San Pablo tendrá para ello otra
comparación que le ofrece la doctrina social de la Antigüedad: La vida de
Cristo, que se extiende a través de los muchos creyentes, en lo más íntimo de su
ser, realizado por Dios, forma con ellos una misteriosa unidad semejante a la de
un cuerpo en que hay muchos miembros, pero los miembros son los individuos.
Esta unidad de la sagrada vid, del Cuerpo místico de Cristo, es la Iglesia. En
lo hondo de su interioridad domina Cristo. De ella surge y crece cada creyente,
igual que los sarmientos surgen de la vid, y el miembro, del cuerpo.
Es necesario que recordemos a menudo los hondos pensamientos de la Revelación.
Nos dan la conciencia propia cristiana, que dice: Yo, ciertamente, soy una pobre
criatura, que en todo falla y fracasa, pero en mí está el misterio de la vida
divina.
Necesitamos ese punto de apoyo interior. Hoy se habla de Dios y de sus misterios
de una manera tan impía, que un profeta clamaría para que cayera un rayo: y no
podemos hacer otra cosa sino considerar lo que dijo el Señor en la hora de su
muerte: “ No saben lo que hacen ” (Lc., 23, 24). Negación tras negación,
blasfemia tras blasfemia, destrucción tras destrucción: ocurre todo lo que cabe
imaginar para que se derrumbe en el hombre esa interioridad de que hablábamos.
No es posible prever qué será de él, si esto sigue así. La psicología dice que,
en cuanto una exigencia esencial de la vida no encuentra satisfacción, el hombre
se pone enfermo: ¿qué enfermedad aparecerá si se destruye en el hombre la
interioridad de Cristo?
Tanto más profundamente deben identificarse los creyentes con el misterio que se
les ha concedido. Pero para eso no basta un Padrenuestro al día, y que el
domingo vayamos a la iglesia, mientras que por lo demás vivamos como los que no
creen. Debemos permanecer conscientes de esa hondura que hay en nosotros. Un
corazón cuya interioridad no se resguarda en amor, se echa a perder: no echemos
a perder lo que vive en nuestra hondura más íntima.
(Romano Guardini, Meditaciones Teológicas, Ed. Castilla, Madrid 1965, Pág. 506 -
514)
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P. LEONARDO CASTELLANI
PARÁBOLA DE LA VID Y LOS SARMIENTOS
“Yo soy la Vid y vosotros los Sarmientos... Sin mí nada podéis hacer” (Jo. XV.
1).
Esta es la palabra única que Cristo nos reveló el misterio de la Gracia, sobre
el cual se han escrito tantas bibliotecas: y es una palabra sanjuanina; quiero
decir que la trae san Juan. Verdad es que Cristo había aludido a ella en el
coloquio a Nicodemo (“de verdad te digo que si el hombre no naciere de nuevo, no
puede entrar en el Reino”) a la Samaritana (“te daré del agua viva…fuente de
agua corriente hacia la vida eterna”) y en las otras parábolas del Agua y de la
Luz. Pero aquí directamente.
Después san Pablo glosó esta palabra en todas direcciones; después vinieron san
Agustín y los Pelagianos Y escribieron sobre ella como para cubrir un lienzo de
pared; después santo Tomás y los Maniqueos; después Calvino y Belarmino después
Jansenio, Pascal y Luis de Molina; después Hegel y Kierkegaard y en este tiempo,
ya no se cuántos más. La cristología, la gracia y la Iglesia son los puntos
capitales de las contiendas teológicas de veinte siglos: los que han ocasionado
más herejías Y más sabias discusiones. La larga Despedida de la Ultima Cena,
salido ya Judas, es interrumpida por este brusco mandato: “Levantaos, vámonos de
aquí” , después del cual sigue esta parábola; lo cual indica que se pronunció en
el camino al Oliveto, quizás entre las ralas viñas que entrecortaban los olivos.
Ella dice así:
“Yo soy la vid verdadera
y mi Padre es el viñador
todo sarmiento que en mi no lleve fruto
lo cortaré
y todo el que lleve fruto
lo limpiaré
para que lleve pleno fruto
mas vosotros ya estáis limpios
por la palabras que Yo os hablé”.
(En el griego hay un juego de palabras (paranomasia) con los verbos airei y
kat'airei , cortar y limpiar. Como si dijéramos: “al que lleve fruto lo podaré :
al que no lo lleve, lo perderé).
“Permaneced en mi, y Yo en vosotros
como el sarmiento no puede llevar de sí fruto
si no permaneciere en la vid
así tampoco vosotros
si no permanecéis en mí.
Yo soy la Vid
vosotros los Sarmientos
quien en mí permanece y Yo en él
este llevará mucho fruto
pues SIN MÍ NADA PODÉIS HACER.
Si alguien no permanece en mí
será echado fuera como sarmiento podado
se secará y será amontonado
y arrojado al fuego
y arderá”.
Al llamarse “Vid verdadera” Cristo alude a la “vid perversa”, “vid sin fruto”,
“vid amarga” como llamaron muchas veces los profetas al Israel prevaricador; y
en la última parte de la parábola recuerda al recitado XV de Ezequiel, que
amenaza con el fuego a los moradores de Jerusalén recalcitrante.
“El palo de la vid, ¿es más que un palo? ¿Habrá madera en él para hacer obra?
¿Servirá tan siquiera para percha? ¿Para colgar las ollas? Alimento del fuego.
El fuego prende en él de parte a parte. Y su meollo lo hace polvo el fuego...”
El sarmiento arrojado al fuego es el hombre que no permanece injertado en Cristo
ni Cristo por tanto en él, por la gracia santificante: no solamente no lleva
fruto, más se seca y es desechado: no solamente se vuelve inútil, más al final
estorba y es aniquilado. Temerosa palabra.
Misterioso injerto éste que nos incorpora al Dios humanado y edifica el “cuerpo
místico” de Cristo: la solidaridad de la raza humana el completada y substituida
por una solidaridad más alta, invisible, sobrenatural y milagrosa. Cristo no
salvó a la “Humanidad”; el hombre no se salva por su incorporación a la
Humanidad. Cristo salvó a las almas individuales una a una, si con su albedrío
“permanecen en El”. Nos salvamos por nuestra incorporación a Cristo.
“Permanecer”: a nosotros nos toca solamente mantenernos, no entrar: Dios nos
hace entrar. Incluso el inicio de la fe pertenece a la moción de la gracia de
Dios. Toda nuestra salvación, del principio al fin, depende omnímodamente de
Dios; pero Dios la desea mucho más que nosotros mismos. Entonces, qué culpa
tengo yo de no creer? Si Dios es el que tiene que hacerme creer, que me haga
creer; y arrepentirme y justificarme y llevar fruto y perseverar hasta la
muerte. Eso no puede ser. Yo me salvo por mi libre albedrío. Dios me ayuda
después de yo decidido. Eso dice mi conciencia (Pelagio).
La salvación del hombre es su adopción como hijo de Dios, su injerto o
incorporación en Cristo. Eso es algo que está más allá de las fuerzas y méritos
de toda natura: su efección, pues, y su iniciativa pertenece a Dios: es una
“gracia”; pero no temáis, a nadie puede faltar la gracia. Es tan imposible a
Dios dejar de difundir la gracia como al sol suspender su luz. La gracia es el
amor de Dios y Dios es el Amor por esencia (san Agustín).
“Como anda el desarrollo de los conceptos apriori fundamentales, así anda en la
esfera del cristianismo la oración. Pues aquí habría que creer que el hombre se
coloca del modo más libre, con el gesto más subjetivo, en una relación con lo
divino, y sin embargo nos enseñan que es el Espíritu Santo la causa de la
oración, de tal modo que la única oración que nos restaría libre sería el “poder
orar”; bien que, mirándolo de más cerca, eso mismo es en nosotros el efecto de
una causa que no somos nosotros...” (Kierkegaard, Diario, 2 dic. 1838).
(Me sorprende la ortodoxia de Kierkegaard. Si hubo un hombre expuesto por su
espíritu y la circunstancia a caer en errores dogmáticos, fue él. Y sin embargo
no veo que haya errado en ningún dogma; malgrado su oscura deducción del Pecado
Original a partir de la “Angustia”; y malgrado muchas proposiciones sueltas
dialécticamente exageradas, que se equilibran, no obstante, dos a dos).
Hay una posición central en teología: o san Agustín o Pelagio, o la afirmación o
la supresión de la gracia de Dios, de la cual depende toda la doctrina
cristiana. Las dos posiciones han sido llevadas al extremo después; una, por
Calvino (supresión del libre albedrío); y la otra por el naturalismo moderno
(identificación de la gracia con la natura). Pero necesariamente todo filósofo
se pone en una de ellas, pues todo filósofo tiene un juicio de valor acerca de
la naturaleza humana -y por ende del camino moral del hombre-o bien no merece
llamarse filósofo. Más aun, todo hombre está en una de ellas; o confía en Dios
para obrar el bien, o confía en sí mismo para obrar el bien; o desespera de
obrar el bien. Es irrupción de la desesperación en el problema, es un fenómeno
moderno; y es la posición del llamado “existencialismo” ateo francés, pecado
contra las virtudes teologales, y última prolongación del “enciclopedismo”
francés del siglo XVIII, que era deísta y no ateo, que era optimista y no
desesperado; pero era igualmente lúbrico, frívolo y anárquico.
En el melodrama diderotiano y victorhuguesco llamado “El Diablo y el Buen Dios”,
el autor o el protagonista, después de tratar de vivir en perverso, haciendo “el
mal por el mal mismo”, decide por capricho (tirándolo a los dados) hacer el Bien
y se vuelve de golpe santo -para producir sólo dolores y quebrantos mayores,
según el autor. Se vuelve santo sin empezar por el arrepentimiento y la
penitencia, se cuela de rondón en el amor místico de Dios, termina antes de
haber empezado; y al fin decide que no hay Dios, o que “Dios ha muerto” (cosa
que había escrito Nietzsche en 1890) que es todo el “mensaje” del confuso
dramón. Realmente merece que le den el Premio Nobel. Una vez que ha retratado
así la doctrina cristiana, ya puede blasfemar en grande a costa de ella por toda
la pieza. Hace como esos teólogos escolásticos de quienes cuenta Unamuno que se
fabrican un “maniqueo” a su gusto y después lo refutan victoriosamente, mientras
el maniqueo real sigue tan campante: “teólogos escolásticos” con quienes puede
ser Unamuno esté haciendo lo mismo que reprocha: fabricándoselos.
Quiero decir que la exageración de la gracia por Calvino ha llevado a la
negación de la gracia unida a la desesperación y al odio formal a Dios, pecado
de poseídos: a una especie satánica de pelagio-calvinismo. Bien, ¿para qué
preocuparse de ellos? ¡Que se preocupe Victoria Ocampo! San Pedro ya los conoció
en su tiempo: “ nubes sin agua, hinchados de fábulas de vieja, que van desatados
hacia la tempestad de las tinieblas ”, con Premio Nobel y todo.
Nosotros cantemos los dones del amor de Dios al hombre, la creación, el libre
albedrío, la gracia santificante y la gloria del cielo; que no es sino la gracia
al fin triunfante y manifiesta para siempre, por Cristo Nuestro Señor -en medio
de la confusa batahola de diez mil errores que no son sino uno solo; y habrán de
amontonarse un día en uno solo, como los sarmientos secos, para ser arrojados al
fuego. -
Creo en lo que reveló el Hijo de Dios: que sin El yo nada puedo, y en El lo
puedo todo en orden a la salvación, que es el todo en todo. “ Credo quidquid
dixit Dei Filius ” cantó santo Tomás con voz de querube. Creo pues en lo
siguiente:
*Que el hombre fue creado en estado de justicia sobrenatural y adopción divina;
que cayó por su culpa; y que fue reparado por la Encarnación y la muerte del
Verbo de Dios;
*Que la gracia de Dios o unión mística con Cristo es absolutamente necesaria
para toda obra buena salvífica;
*Que aunque sin la gracia el hombre puede conocer algunas verdades, poner
algunos actos naturalmente honestos e inventar la “Moral Laica” de Agustín
Álvarez, aunque no cumplirla; sin embargo no puede guardar la Ley Natural mucho
tiempo; no puede ni creer con fe sobrenatural ni convertirse a Dios; no puede
resistir por siempre a las tentaciones graves, no puede sin especial privilegio
(como el concedido a María Santísima) eliminar la concupiscencia, y evitar todos
los pecados leves;
*Que Dios no manda nada imposible, que su gracia está ofrecida a todos, incluso
a los infieles;
*Que el endurecimiento en el pecado no se da sino como castigo del pecado; que
Dios no niega la gracia suficiente ni siquiera a los endurecidos (en cuyo
albedrío está volverla de “suficiente”, “eficaz”); y que al que hace lo que está
en sí, no le puede fallar la gracia;
*Que aunque sea gratuita, hay que orar por la gracia; y que aun los que están
perfectamente santificados, necesitan de la gracia: más que los demás, a osadas.
*Que todos los justos pueden perseverar si quieren, no empero mucho tiempo sin
el auxilio de la gracia; y que la perseverancia final es un gran don de Dios; el
cual en el cielo corona lo que Él mismo ha hecho-y que el hombre ha hecho al
mismo tiempo con Él.
*Que la gracia de Dios así coopera con la voluntad humana; que ninguna cosa
buena hace el hombre que no la haga Dios juntamente, como los colores los hace
la luz a la vez y el cuerpo que la refracta, en causalidad recíproca.
*Que la gracia habitual es un don sobrenatural permanente, que no sólo reviste
al alma mas la penetra; por el cual se borran los pecados, el hombre es renovado
internamente, en él habita el espíritu de Dios, se hace consorte de la natura
divina, hijo de Dios adoptivo, heredero del Reino Celeste, y amigo de Dios.
*Que los justos por la cooperación a la gracia realmente merecen el Reino
Celeste, que ganan realmente la vida eterna así como el aumento de la gracia y
el éxito de sus peticiones, aunque no la justificación misma; y que las
condiciones del mérito son el estado de gracia, el libre albedrío, y la promesa
de Dios.
*Que estoy lleno de gozo de que mi salvación dependa de Dios principalmente y no
de mí solo.
Después de este Credo que al fin todos saben, pero que repetir no está de más,
contaré una anécdota verídica: un religioso viejo me dijo un día: “yo he dicho
ya 12.638 misas (pues las he contado), he dado 56 tandas de ejercicios y todas a
mujeres casadas, y he escrito 18 libros devotos; me parece que me he ganado el
cielo...” ¡No lo creas! ¡Siervos inútiles somos! El cielo es un don gratuito de
Dios, que corona nuestras buenas obras que son también de Dios. A lo cual un
protestante que estaba presente se levantó, me dio la mano y me dijo: “Usted es
de los nuestros”.
No lo creas tampoco.
Ningún hombre puede saber de cierto que está justificado, sino por expresa
revelación de Dios.
Ningún justo puede estar seguro de perseverar sino por expresa revelación de
Dios.
Ninguno puede gloriarse de lo que ha hecho, pues ¿qué cosa tienes que no hayas
recibido?
Al parangón del cielo, todas nuestras obras, en cuanto nuestras, son basura; y
es la luz de la gracia que hay en ellas lo que las hace luminosas a Dios; o sea
“meritorias”. No te gloríes de la luz que puede haber en ti, que no es tuya;
sobre todo, si es la luz que ven los hombres, o que dan los hombres, triste luz.
Alégrate de la luz invisible que estallará en ti un día más allá de este mundo.
Escóndela por las dudas. No andes buscando ruido por tus dineros. Deja que Dios
la manifieste, si quiere:
Una persona que está tremendamente en cruz, me dijo: “Dicen que el dolor eleva;
a mí no me ha elevado”. La única respuesta es:
“Nosotros como somos sensitivos, quisiéramos sentir la elevación; pero la
elevación a veces no se siente (de momento) pues la gracia es invisible e
insensibilible . El sarmiento injertado puede que no se sienta crecer; o que no
crezca; pero ha sido elevado al ser injertado. Nadie ve a una raíz crecer; y es
preciso crezca ella primero para que se vea crecer el árbol. La gracia trabaja
primero “ para abajo “.
La gloria del cielo es simplemente la prolongación de ese “accidente de orden
sobrenatural que pertenece a la categoría Cualidad” (como dicen los pedantes)
que es la gracia de Dios; la cual “se hará manifiesta”, y estallará como por
todos los poros del alma ante la mirada de Dios, consumando nuestra semejanza
definitiva con Él “ pues seremos como Dios cuando le veamos como Él es “;
consortes de la natura divina, y más suyos que los sarmientos lo son de la vid;
y más nuestro El que el Padre, el Amigo y el Esposo; tan nuestro como el Sol lo
es del rayo de sol; connaturalizado con nosotros más que la cepa lo está con el
injerto. Y esto es lo que el Apóstol dice que “ni ojo vio, ni oído oyó, ni en
corazón de hombre pudo caber, ni fantasía soñar, ni palabra decir”, que
estallará en nosotros: el fruto al fin pleno del celestial Viñador. Porque “Yo
os puse para que vayáis y acrecentéis y llevéis más fruto, y vuestro fruto
permanezca “. Todo está contenido en esa breve palabra de Cristo; en torno de la
cual giran todas las otras excelsas palabras que forman esta Despedida de la
Ultima Cena, la cual Cristo interrumpió bruscamente con el duro acto de Voluntad
de ir a los tormentos y a la muerte, y expresó con estas palabras: “ Mas para
que conozca el mundo que amo a mi Padre, levantaos, vámonos de aquí ”. ¿Adónde?
Al Monte Oliveto, a la cita con el Traidor, al encuentro del Príncipe de este
Mundo.
Y esta breve palabra de Cristo: “ Sin Mí nada podéis hacer ” sobrevuela hoy la
olla podrida de la Humanidad, por sobre esta civilización triste y engreída, por
sobre el sordo ruido de armas, las arrogancias de los políticos, la soberbia de
la falsa Ciencia, las hueras payasadas del arte descentrado, las mentiras de los
pseudoprofetas, las amenazas y los gemidos de los oprimidos, la fútil cháchara
de las multitudes sin norte, las efímeras construcciones de los demagogos, las
blasfemias de los demoníacos y las preces aparentemente incontestadas de los
justos; como la paloma con la hoja de olivo sobre las aguas del Diluvio.
¡Dichosos los que están en el Arca! Sin Mí nada podéis hacer. El chiste del “Te”
de san Agustín: “ Qui creavit te sine te, non salvabit te sine te ”. “El que te
creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti”.
(P. Leonardo Castellani, Las parábolas de Cristo , Ed. Jauja, Mendoza., 1994,
pp. 311-317)
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EJEMPLOS PREDICABLES
Necesidad de la unidad
Aleccionadora leyenda narran los bereberes. Un camello orgulloso cruzaba el
desierto diciendo a la arena: “Mira cuán potente soy; con mis patas aplasto
millones de tus granitos”. Los granitos de arena callaron humildes. Pero de
pronto se desencadenó el simún del Sahara. Los granitos fueron alzados, y el
camello azotado y enceguecido, cayó al suelo ante la barrera de arena que
obstruía el camino.
“Ah, dijeron los granitos; antes te pasabas de listo, nos aplastabas e
insultabas; ni hablar nos dejabas... Razón tenías, orgulloso; entonces estábamos
divididos. Mas ahora, unidos y levantados, ya vez lo que hicimos: te hemos
enterrado”. El camello pasó la pena negra...
Significado claro: la juventud y niñez son, desorganizadas, semejantes a granos
de arena. En escuelas, oficinas, fábricas, vida social, son hollados y burlados
por los soberbios e hipócritas cobardes, hinchados como el camello (cargados con
lo ajeno). En cambio, unidos y organizados, movidos por la llama del ideal
cristiano o del apostolado, realizarán conquistas que antes parecían
«imposibles»... (Marini, Lee y Medita )
(Rosalio Rey Garrido, Anécdotas y reflexiones , Ed. Don Bosco, Bs. As., 1962, n°
114)
21. Fray Nelson
Temas de las lecturas: Les contó cómo había visto al Señor en el camino * Éste
es su mandamiento: que creamos y que amemos * El que permanece en mí y yo en él,
ése da fruto abundante
1. VID VERDADERA
1.1 El vino verdadero sólo viene de la vid verdadera. Y el vino verdadero es el
que trae la alegría verdadera, no la mentirosa, y trae la fraternidad verdadera,
no la fingida, y regala el éxtasis verdadero, no el que acaba en depresión y
resaca.
1.2 El vino verdadero es el que andamos buscando en los viñedos de la tierra
pero que sólo podía venir del viñedo del cielo. Sangre de Cielo, amor de Cielo,
alegría de Cielo, vida de Cielo. Esa es la ebriedad santa, el gozo sin mancha
que nos regala Jesús.
1.3 Nosotros estamos unidos a la vid. Recibimos su Sangre, su propia Sangre, que
circula por nosotros y así nos comunica la vida divina. Podemos hacer cosas como
las que hacía Jesús porque tenemos la vida de Jesús circulando en nuestras
venas. Podemos entonces dar fruto, como los frutos que dio Jesús.
1.4 Nuestro Señor distingue entre los frutos "que permanecen" y los que no
permanecen. Todo lo que no permanece indica en su fragilidad que está bajo el
imperio de la muerte. No importa qué tan bella sea una flor si sólo va a
saludarme un día para luego hundirse en la nada y dejar una estela de vacío.
1.5 Distingue también nuestro Señor entre los frutos "abundantes", propios de
quien tiene vida porque le circula la sangre de la vida, y la esterilidad del
que no tiene qué circule en su interior. Y ese es el veredicto que muchos
padecen: nada les circula adentro. Su vida no tiene principio interior que
anime, sino que son gobernados en todo desde el exterior, es decir, desde las
apetencias que otros manipulan. De esa vida sin vida nos ha salvado Cristo,
Señor de la vida.
2. NO AMOR DE PALABRAS, SINO DE HECHOS
2.1 "Dar fruto", según enseña el Evangelio, es algo como lo que pide la segunda
lectura de hoy: "no amemos solamente de palabra, sino con hechos y de verdad".
Santa Catalina de Siena decía que las palabras son como hojas y que un árbol de
sólo hojas no satisface al agricultor: se necesitan obras, frutos, hechos.
2.2 Pero esta misma segunda lectura trae otro tema que nos edifica: el papel de
la conciencia. Por un lado es verdad que la conciencia sirve de señal cuando no
nos reprocha, pues "si nuestra conciencia no nos condena, podemos acercarnos a
Dios con confianza, y lo que le pidamos lo recibiremos de él, porque cumplimos
sus mandamientos y hacemos lo que le agrada".
2.3 Por otra parte, la condenación que proviene de la conciencia no puede
tomarse como un absoluto, "porque si ella nos condena, Dios es más grande que
nuestra conciencia y conoce todas las cosas".
2.4 Es, por decir lo menos, extraña esta enseñanza, porque parece contradecir la
doctrina más común, que desconfía de las aprobaciones del propio parecer y más
bien se fía de los reproches de la propia conciencia.
2.5 Sin embargo, téngase en cuenta que esto que predica el apóstol tiene un
prerrequisito, que "no amemos solamente de palabra, sino con hechos y de
verdad", pues "en esto sabremos que pertenecemos a la verdad y tendremos la
conciencia tranquila ante Dios". Es decir: aquel que realiza en su vida el
mensaje de amor del Evangelio tiene en esas obras una señal que le permite
atenerse a un criterio que es incluso más fuerte que su propia percepción sobre
el estado de su alma ante Dios. El alma no debe fiarse de un juicio al margen de
las obras que ve que está realizando, pues obrando así estaría tomando el lugar
de Dios. Lo que debe pues hacer es obrar el bien y luego dejar todo juicio a
Dios, "que es más grande que nuestra conciencia".
22.Estamos destinados a reproducir la imagen de
Jesucristo, recuerda el predicador del Papa. Comentario del padre Raniero
Cantalamessa, ofmcap., al Evangelio dominical
ROMA, viernes, 12 mayo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio
del próximo domingo, V de Pascua, del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap.,
predicador de la Casa Pontificia.
* * *
«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el
viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto,
lo poda, para que dé más fruto». Jn 15, 2
En su enseñanza Jesús parte con frecuencia de cosas familiares para cuantos le
escuchan, cosas que estaban ante los ojos de todos. Esta vez nos habla con la
imagen de la vid y los sarmientos.
Jesús expone dos casos. El primero, negativo: el sarmiento está seco, no da
fruto, así que es cortado y desechado; el segundo, positivo: el sarmiento está
aún vivo y sano, por lo que es podado. Ya este contraste nos dice que la poda no
es un acto hostil hacia el sarmiento. El viñador espera todavía mucho de él,
sabe que puede dar frutos, tiene confianza en él. Lo mismo ocurre en el plano
espiritual. Cuando Dios interviene en nuestra vida con la cruz, no quiere decir
que esté irritado con nosotros. Justamente lo contrario.
Pero ¿por qué el viñador poda el sarmiento y hace «llorar», como se suele decir,
a la vid? Por un motivo muy sencillo: si no es podada, la fuerza de la vid se
desperdicia, dará tal vez más racimos de lo debido, con la consecuencia de que
no todos maduren y de que descienda la graduación del vino. Si permanece mucho
tiempo sin ser podada, la vid hasta se asilvestra y produce sólo pámpanos y uva
silvestre.
Lo mismo ocurre en nuestra vida. Vivir es elegir, y elegir es renunciar. La
persona que en la vida quiere hacer demasiadas cosas, o cultiva una infinidad de
intereses y de aficiones, se dispersa; no sobresaldrá en nada. Hay que tener el
valor de hacer elecciones, de dejar aparte algunos intereses secundarios para
concentrarse en otros primarios. ¡Podar!
Esto es aún más verdadero en la vida espiritual. La santidad se parece a la
escultura. Leonardo da Vinci definió la escultura como «el arte de quitar». Las
otras artes consisten en poner algo: color en el lienzo en la pintura, piedra
sobre piedra en la arquitectura, nota tras nota en la música. Sólo la escultura
consiste en quitar: quitar los pedazos de mármol que están de más para que surja
la figura que se tiene en la mente. También la perfección cristiana se obtiene
así, quitando, haciendo caer los pedazos inútiles, esto es, los deseos,
ambiciones, proyectos y tendencias carnales que nos dispersan por todas partes y
no nos dejan acabar nada.
Un día, Miguel Ángel, paseando por un jardín de Florencia, vio, en una esquina,
un bloque de mármol que asomaba desde debajo de la tierra, medio cubierto de
hierba y barro. Se paró en seco, como si hubiera visto a alguien, y dirigiéndose
a los amigos que estaban con él exclamó: «En ese bloque de mármol está encerrado
un ángel; debo sacarlo fuera». Y armado de cincel empezó a trabajar aquel bloque
hasta que surgió la figura de un bello ángel.
También Dios nos mira y nos ve así: como bloques de piedra aún informes, y dice
para sí: «Ahí dentro está escondida una criatura nueva y bella que espera salir
a la luz; más aún, está escondida la imagen de mi propio Hijo Jesucristo
[nosotros estamos destinados a «reproducir la imagen de su Hijo» (Rm 8, 29. Ndt)];
¡quiero sacarla fuera!». ¿Entonces qué hace? Toma el cincel, que es la cruz, y
comienza a trabajarnos; toma las tijeras de podar y empieza a hacerlo. ¡No
debemos pensar en quién sabe qué cruces terribles! Normalmente Él no añade nada
a lo que la vida, por sí sola, presenta de sufrimiento, fatiga, tribulaciones;
sólo hace que todas estas cosas sirvan para nuestra purificación. Nos ayuda a no
desperdiciarlas.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]