38 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO III DE PASCUA
1-7

1.

Pedro, pescador en aguas galileas, el de las tres negaciones en el Patio del Pontífice... ¡quién te ha visto y quién te ve!: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". "Vosotros le matasteis". "Salieron contentos de haber sido ultrajados por el nombre de Jesús". ¿Será posible? ¡Este no es mi Pedro; que me lo han cambiado! Pues sí: realmente es un hombre nuevo. Está de por medio la sabia pedagogía del Maestro: ir haciendo de Simón, hijo de Jonás, el hijo de Dios, Roca firme de la Iglesia que nace. Está de por medio la humillación del pecado, el encuentro con el Resucitado y la promesa ratificada con el perdón de los pecados.

"Es el Señor", intuye Juan; y hay luego un diálogo sublime de amor tan humilde como sincero: "Tú me conoces, Jesús..." El desenlace lógico parecería: "Mira, Simón; tú, de Roca, nada; voy a buscar alguien que no flaquee". Pero la originalidad de Dios es la fidelidad que permanece: "Apacienta mis ovejas".

"Sacaste mi vida del abismo; me hiciste revivir cuando ya bajaba a la fosa... cambiaste mi luto en danzas" canta el Salmo con Jesús Resucitado, y cantan Pedro y todos lo que no han hecho de la Resurrección historia de archivo o motivo de elucubraciones filosófico-teológicas. Los que han hecho del Misterio Pascual experiencia compartida, en el hoy de la vida, con el Primogénito de los crucificados y resucitados.

Llamamos a Jesús "Maestro" y decimos bien, porque lo es. Escuela divina, sin libros gordos ni profusión de papeles, muy aptos -es verdad- para ilustrar la Fe, pero ineptos para despertarla. He aquí doce catequistas, formados a golpe de historia vulgar de cada día -ilusiones, cansancio, crisis, virtudes, pecados, esperanzas, frustraciones- iluminada por la Palabra y los Signos del Maestro.

¡Cuántas veces se han quemado jóvenes y adultos, lanzados a misiones diversas (siempre a dar la vida) sin una experiencia, seria e iluminada, de la propia debilidad, del perdón y de la fuerza de la Resurrección! Traían su buena voluntad, su juventud buscadora, sus valores humanos ciertos. Traían también el lastre de una naturaleza que se escandaliza de la Cruz, invariablemente presente en la aventura: fracasos, desilusiones, rutina, soledad o persecución, acabaron por poner de manifiesto una naturaleza no revestida de sobrenaturaleza.

Gritar a los poderosos cuando las masas aplauden... denunciar pecados siendo altavoz de rabias reprimidas que corean... vivir perseguido mientras alguien grita ¡hosanna! en honor del mártir... Tal vez. Incluso esto mismo fatiga y derrota cuando se prolonga. Ir a la cruz y a la muerte; entregar la vida -destino inapelable del seguidor de Jesús- sólo es posible cuando un hombre nuevo emerge, inmortal, de las aguas del Bautismo, por obra y gracia de un Resucitado que se ha mantenido -¡El!- fiel a la alianza y a la promesa. Ahora sí.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 77


2.

En la primera lectura resuenan los ecos del testimonio de los apóstoles, que anuncian la Buena Nueva de Cristo resucitado. Testimonio que se da con oportunidad y con valor.

A lo largo del libro de los Hechos se comprueba cómo los apóstoles, y muy en particular Pedro y Pablo, no predican el kerygma o anuncio de Jesús resucitado, sin haber suscitado la pregunta, la sorpresa, el interés, previamente. Será el hecho de entenderse hablando lenguas y talantes diferentes, o de poner en común los bienes en una sociedad egoísta, o haberse fijado y curado al enfermo en la puerta del templo, o -como en este caso- el valor en desafiar la prohibición de hablar de Jesús y arrostrar la cárcel. Los apóstoles "suscitan" sorpresa con su actuación, y así el anuncio de Jesús no es un sermonear de oficio, sino un explicar, dar testimonio de lo que ocurre.

Y este testimonio, aunque muy positivo para la humanidad, exige valor, porque implica constituir en Señor, en lugar de discernimiento de la historia, a Jesús, a quien las autoridades han juzgado y condenado, y al que sin embargo Dios ha resucitado y como Salvador. No es inocente el testimonio: es proclamar a quién ha dado la razón Dios. E invitar a sacar las consecuencias: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. No se puede ser sumiso ante el sistema que condena a Jesús y sus valores, a Jesús y sus preferidos, los pobres. Sólo cabe una postura: la conversión y el perdón.

Porque el testimonio exige signos y valor, por eso se hace en la fuerza del Espíritu y no en la pura debilidad humana. "Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo...." La sorpresa que constituye para los discípulos la experiencia pascual posee ante todo una enorme dinámica de alabanza, de bendición, de reconocimiento de la gratuidad. La diestra de Dios exaltó a Jesús. Los cristianos, creyentes en Jesús, sienten como primera inclinación alabar a Dios, reconocerle -como expresa la segunda lectura- el honor, la gloria y el poder. Jesús, el Cordero, el Señor, participa de esta alabanza. El, asumido a la derecha del Padre, es también digno de "recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza". Porque así lo ha querido el Padre al resucitarle de entre los muertos.

Jesús es el Señor, significa ante todo entusiasmarse, sorprenderse, alabar, contemplar, reconocer.

Pero además es asumir la misión de Jesús en comunidad, en Iglesia. No podemos reconocer coherentemente el señorío de Jesús sin ponernos al servicio de su Reino, de su proyecto, sin continuar su misión. La narración, al aire libre y en plena actividad pesquera, es un relato sobre la misión de la comunidad cristiana. La pesca es figura de la misión.

MISION/CR: La noche no es sino el escenario de la ausencia de Jesús, luz del mundo. Simbólicamente, y como notan los exégetas, la luz de la mañana coincide con la presencia de Jesús. En la noche, misión sin fruto, no habían cogido nada. Pero tampoco la presencia de Jesús significa que les sustituya en su tarea de la pesca. El mar representa el mundo en el que se ejerce la misión. Jesús se queda en tierra firme. Su misión se ejercerá por medio de sus discípulos. Con su cercanía y aliento. Aunque ellos no lo reconozcan. Eso sí: cuando ellos vuelven a la "orilla", término profundamente teológico, cuando se vuelve a constituir la comunidad tras la misión, en la playa ya está preparada la acogida. El fuego y la comida. Y allí se funden los alimentos que Jesús había preparado -como bien comenta J. Mateos- y los que ellos traen. La misión termina en la eucaristía. En ella está presente el don de Jesús a los suyos y el don de unos a otros.

Jesús pide que aportemos el pan "fruto de nuestro trabajo" para unirlo indisolublemente al don que nos hace de sí mismo, y constituirse en un alimento en que no se puede separar ya el don de Jesús y el don de los hombres.PESCA/MISION

Pero, volviendo a la misión-pesca, hay dos personas que adquieren un cierto relieve. Pedro y el discípulo predilecto de Jesús. En esta escena, como analizan los exégetas, confluyen dos líneas, dos trayectorias, la de Pedro y la del discípulo amado, que aparecen profusamente en el Evangelio de Juan. A lo largo de todo él, el discípulo amado lleva siempre la delantera a Pedro en todo lo que se refiere al reconocimiento y a la confesión de Jesús. Da la impresión, en cambio, que a Pedro le falta sensibilidad para conocer a Jesús y valor para confesarlo. También en esta escena es el discípulo predilecto el que reconoce a Jesús con esa exclamación tan concisa y preñada teológicamente: "Es el Señor".

También aquí Pedro estaba desnudo, todavía no dispuesto a dar la vida por Jesús, hasta que se tira al mar -disposición a dar la vida-, y lo hará porque es el único que había negado a Jesús.

El reconocimiento -descubrimiento y confesión de Jesús- está en la fe de la comunidad, simbolizada por el discípulo amado. Y Pedro, en cuanto atento, vinculado o no con esa comunidad, recibirá el impacto de la llamada a la fe. Y, sin embargo, Pedro se verá llamado después a pastorear a las ovejas. Tendrá un lugar propio en la comunidad creyente y en su misión. Pero con la humildad de quien conoce su historia y necesita ser prudente en sus respuestas. El reconocimiento de Jesús como Señor implica la desmitificación de "otros señores", también los que dentro de la comunidad de fe tienen una misión particular e importante como es la de la autoridad. En la Iglesia, Jesús no es sustituido por nadie como Señor. Es seguido en su misión de servicio desde la misma fe -la de la comunidad- y con vocaciones apostólicas diferentes.

J. M. ALEMANY
DABAR 1989, 22


3.

-PASCUA Y MISIÓN.

La experiencia pascual de los discípulos les transforma y convierte a la esperanza. Su primera reacción fue de sorpresa, de entusiasmo y de alabanza. La segunda lectura de hoy nos pone en esa actitud, al reconocer asombrados el señorío de Jesús a los cuatro vientos. El tiempo pascual tendría que servir a los cristianos para recuperar su capacidad de asombro y contemplación. Que Jesús, el Señor, reciba la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Tras la alabanza viene un testimonio para el que se necesita valor. Anunciar a Cristo resucitado -como la primera lectura nos narra- es reconocer como Señor a aquél que ha sido condenado y eliminado por el sistema de poder, y a quien, sin embargo, Dios ha resucitado y convertido en "jefe y salvador" de la historia.

El testimonio es peligroso, porque no se trata de aportar argumentos científicos, objetivos, neutrales. Sólo es posible implicar la propia vida. La verdad del testimonio procede de la coherencia de la vida, que no acepta someterse a un sistema que condena a Jesús y a sus valores del Reino.

Pero la experiencia pascual no sólo provoca la dinámica de la alabanza sorprendida y del testimonio valeroso de la propia vida, sino que significa asumir la misma misión salvadora de Jesús en comunidad, en Iglesia. El más antiguo texto pascual que poseemos en el Nuevo Testamento, recogido en 1 Co 15, es no sólo una catequesis pascual, sino también una legitimación de la misión de los principales representantes de las comunidades cristianas. Lo que allí se propone teológicamente, en la narración de hoy queda bellamente escenificado.

-MISIÓN Y EUCARISTÍA. La escena, al aire libre y en plena actividad pesquera, es un relato sobre la misión de la comunidad cristiana. Ahí tendríamos que vernos reflejados. La pesca es figura de la misión, como ya sabemos por anteriores episodios en que Jesús anuncia a los que le siguen su propósito de convertirles en pescadores de hombres. La noche es tiempo de la ausencia de Jesús (NOCHE/AUSENCIA-J), luz del mundo. Los exégetas notan que la luz de la mañana coincide simbólicamente con la presencia de Jesús. En la noche, la misión no tuvo fruto, no pudieron pescar nada. Pero la ausencia de Jesús no significa que vaya a sustituirlos en la pesca. El mar representa el mundo en el se ejerce la misión. Jesús se queda en tierra firme. La misión seguirá en manos de los discípulos. Eso sí, entre el mar y la "orilla" existe una corriente de cercanía y aliento, aunque los trabajadores del mar, en plena faena, no identifiquen el origen de esta corriente.

Cuando ellos vuelvan a la "orilla", cuando se vuelva a constituir la comunidad cristiana tras la misión, en la playa está ya preparada la acogida. El fuego y la comida. Allí -como bellamente comenta Marcos- se funden los alimentos que Jesús había preparado y los que ellos aportan. La misión en el mundo termina en la Eucaristía de la comunidad. En ella se hace presente el don de Jesús a los suyos y el don que aportamos unos y otros, unos a otros. Jesús quiere que llevemos el pan, fruto de nuestro esfuerzo, para unirlo indisolublemente al don que nos hace de sí mismo. Y en la mesa eucarística, en la "orilla" del mar de la vida, ya no se podrá separar el don de Jesús y nuestro propio don.

COMUNIDAD Y AUTORIDAD (C/AUTORIDAD). Jesús y la comunidad de los discípulos. Ahí están los dos polos de referencia en la misión y en la Eucaristía. Pero vemos que la narración singulariza a dos personas. Simón Pedro y el discípulo amado tienen un especial protagonismo, que los exégetas piensan no ser casual, sino intencionado. El discípulo predilecto lleva la delantera a Simón Pedro en lo que se refiere al reconocimiento y a la confesión de Jesús. Y, sin embargo, su nombre queda en el anonimato. Simón Pedro toma la iniciativa de la acción y además mantiene después con Jesús un personal coloquio, en el que es interrogado y comprometido para una misión dentro de la comunidad.

Los exégetas piensan que en esa escena culmina la línea que han mantenido a lo largo del Evangelio tanto el discípulo amado como Pedro. Y que se convierte en una lección simbólica.

La comunidad de Jesús la constituyen aquéllos que anónimamente conservan la sensibilidad para reconocerlo y confesarlo en medio del mar del mundo. La Iglesia no se basa en la autoridad, sino en la enorme capacidad creyente de la comunidad anónima. Sin la fe de la comunidad no sería posible el encargo de Pedro. Por eso, su autoridad es ejercida en la modestia y en el servicio a esa comunidad, que capta a Jesús en el mar del mundo. Y, sin embargo, a Pedro se le ha confiado una misión dentro de esa comunidad que todos debemos reconocer y agradecer. Muy posiblemente en los libros de historia nos quedarán los nombres de los Papas como el de Pedro en esta escena evangélica. Sin duda los creyentes seguirán siendo los discípulos anónimos a quienes Jesús amaba. El Evangelio ya nos lo anuncia hoy.

¿Cómo no recuperar nuestra conciencia de la misión si queremos celebrar la Pascua? ¿Sabremos dar un nuevo sentido a esa Eucaristía preparada con cariño por Jesús en la "orilla" de nuestro mar? ¿Seremos lúcidos para aprender de la historia de Pedro y del discípulo a quien Jesús tanto quería?

J. M. ALEMANY
DABAR 1992, 27


4.

-LOS PRIMEROS SEGUIDORES DE JESÚS

Los primeros seguidores de Jesús, convencidos de su Resurrección, por la que Dios le ha devuelto la vida, le ha dado la razón en el pleito con la religiosidad tradicional judía y les ha hecho renacer, a ellos, la fe y la esperanza en las posibilidades de un mensaje, deciden continuar la obra comenzada por él: decir a la gente que una nueva era de hombres-hermanos ha comenzado y hacer realidad sus palabras con señales que marcan su comienzo y su desarrollo.

Según lo que habían visto y aprendido con Jesús, lo más importante en el mundo es el hombre, a su disposición ha puesto Dios todo, y Dios mismo se ha comprometido a darle apoyo y sentido.

-LA NECESIDAD DE LA LEY: LEY/NECESIDAD

El hombre, lleno de buenos deseos para vivir en paz y armonía con todos, es incapaz de hacer realidad esos buenos deseos totalmente, de ahí que se apoye en leyes para obligarse a cumplir una normativa que haga posible el respeto y el cumplimiento de unos mínimos de convivencia.

Dada la importancia de estas leyes que garantizan los mínimos imprescindibles para la vida en común, existe una autoridad, civil o religiosa, encargada de velar por el cumplimiento, el respeto y la observancia.

La ley ayuda a conseguir, más o menos, esos mínimos de convivencia que permitan subsistir a todos. Hay que estar agradecidos a la ley con la que se ha superado la ley de la selva, donde sólo subsiste el más fuerte. Hay que cumplirla y hacerla cumplir. Una vez pasada la etapa de entusiasmo inicial por los logros legales, comienza a aparecer un cierto descontento porque se constata la relatividad de la ley en su origen y en su aplicación, a veces, se observa una abierta manipulación interesada y, sobre todo, los límites a los que puede llegar. A la ley no se le puede pedir más de lo legal.

-LA NECESIDAD DE UNA NUEVA LEY

Una nueva corriente surge entonces entre los hombres: la aspiración por vivir mejor de la establecido en la ley, no conformarse con respetar la situación legal establecida, actuar con una exigencia mayor para elevar el nivel de responsabilidad y solidaridad entre los hombres, poner la ley de nuevo al servicio de los hombres, buscar una vida mejor en donde la persona humana concreta, con sus necesidades y problemas, sea la norma más importante. Una concepción de ley, que en lugar de restringir, promueva. empuje, anime. ¿Significa eso que cada uno puede interpretar la ley desde su propia perspectiva? Subjetivismo radical que nos llevaría a la autarquía.

¿Deja de existir la ley? ¿Cómo poder prescindir de ella si todavía nos cuesta conseguir los mínimos vitales porque no respetamos ni lo más elemental que es la vida? ¿Cómo aspirar a vivir mejor si, para tantos, el problema está aún en subsistir? ¿Cómo aceptar una relativización de la ley que daría pie a muchos para no respetar y tomarse en serio el orden?

-¿QUE AUTORIDAD?: AUTORIDAD/PELIGRO

La autoridad no puede permitir que la situación se le escape de las manos. No puede perder el control de la situación que algunos ingenuos idealistas están poniendo en peligro. Es necesario defender la ley, porque esta sigue estando en vigor. Es necesario fijar un criterio de interpretación que evite los subjetivismos liberales y relativizadores. Es necesario dejar bien claro a quién corresponde interpretar. Hay que desterrar posturas maximalistas que ven el mundo con excesivo idealismo.

Por eso a los apóstoles se les amonesta y se les azota, para que tengan un escarmiento que les haga bajar los humos y no se pasen de entusiasmo con ese Jesús que preconizaba una interpretación maximalista de la ley desde el amor a las personas concretas en nombre de Dios.

A la autoridad le acecha el peligro de agarrarse demasiado a la ley y a la lógica del poder, de reaccionar como lo hizo el Consejo judío con los primeros seguidores de Jesús, de infravalorar a unos pobres pescadores que han estado asustados durante mucho tiempo, porque se les había educado en el respeto absoluto de la ley.

-ALGO HA CAMBIADO

Pero, ahora, las cosas han cambiado, han tenido una experiencia comunitaria que les ha trastornado; han convivido con Jesús que no está muerto sino que está vivo porque lo ha resucitado el Dios-Padre del amor, no el Dios-Juez de la ley.

Han sido testigos de algo, de una señal nueva que les ha hecho entender las otras: No es más difícil vivir desde el amor que resucita de la muerte. Ni es más absurdo hablar de un mundo de hermanos que de la resurrección de Jesús. Ni es más ilógico animarnos a la construcción de un mundo nuevo que echar la red, porque un desconocido que no entiende de pesca nos lo indica a los expertos.

-ALGUNAS CONSECUENCIAS

Si Pedro, como experto, no le hace caso al desconocido que le grita desde la orilla, y confía en él, se queda sin pesca.

Si Pedro, como autoridad, no le hace caso al discípulo-comunidad cuando le indica dónde está Jesús, Pedro no lo descubre.

Si el discípulo-comunidad no confía en Pedro que es guía, bastante inexperto, pero que le consulta y le atienda y está atento a lo que ocurre y a las necesidades de todos, se queda sin garantía de unidad.

Si Pedro no se arriesga y se preocupa obsesivamente de guardar su barca en buenas condiciones, muy limpia y seca, sin sacarla, exponerla al agua o a la tormenta, por miedo, se queda sin pescar.

Si Pedro no conserva la sensibilidad necesaria para descubrir las necesidades de las personas concretas, su obsesión será mantener la ley y el orden, aferrarse al viejo mundo que no cree en las posibilidades del nuevo.

Porque todos nos necesitamos, todos debemos estar abiertos a los otros. La unidad de todos es la que hace posible responder al sentido de la comunidad nacida, no para conservarse a sí misma sino para hacer posible la esperanza de un mundo nuevo más humano desde la confianza en Jesús resucitado.

J. ALEGRE ARAGÜES
DABAR 1986, 24


5.

-LA COMUNIDAD, PEDRO Y JUAN

Se afirma en la exégesis que la clave interpretativa del capítulo 21 del cuarto Evangelio son Pedro y Juan, la autoridad y la base comunitaria. Quizá sería más exacto decir que la clave interpretativa de este capítulo, y de todos los Evangelios, es la comunidad o comunidades donde arraiga la fe en Jesús, lo cual no disminuye en nada el valor histórico y central de la persona de Jesús.

La comunidad es lo primero (aparte, claro, la persona de Jesús), el centro de la vida y del espíritu. Sin comunidad es difícil que haya cristianismo de verdad. La transmisión de la fe del espíritu de Jesús va unida a la comunidad. Ahí nace y se desarrolla. La comunidad es el tronco sin el cual no hay sabia ni ramas, y es la base sin la cual no hay posible edificación y expansión.CR/FE/C: PEDRO/AUTORIDAD: Jn/C:

Pedro y Juan están en función de la comunidad. Sorprende ver que aparecen, con bastante frecuencia, juntos en diversos escritos del Nuevo Testamento. Es todo un signo. Así lo exige el bien de la comunidad. Porque si Pedro es la autoridad, el portavoz de los doce (y, por tanto, de la comunidad) y quien encabeza las listas, en Juan podemos ver la intensidad de la vida y del amor, la fuerza y animación de la base. Pedro, la autoridad, sin este respaldo es bien pocas cosa. Juan, por su parte, necesita y respeta a Pedro, y aunque llega antes al sepulcro deja pasar a Pedro primero. (En la comunidad hay o van surgiendo otras personalidades muy valiosas: como Pablo, Santiago o María, la madre de Jesús, cuya aportación es decisiva para la creación y desarrollo de la comunidad y no conviene olvidar.) En ocasiones Pedro al lado de Juan parece torpe de piernas y de vista. Así cuando corren al sepulcro o cuando Jesús aparece en la ribera. Y es que en ciertas cosas y circunstancias la base y la vida tienen mejor vista y un andar más ligero. Pedro se da cuenta y no quiere soltarse de Juan ni descolgarse de la base. Quedar solo resulta muy peligroso, como en el patio de los sumos sacerdotes, cuando al retirarse Juan viene la negación. En cambio, a la hora de dar la cara y de hablar todos recurren a Pedro y desconfían algo de la radicalidad y efusividad de Juan, el animador del grupo.I/C/PDEI

Hoy nos damos cuenta, también de que lo primero es la comunidad, que sin comunidad o no hay fe o languidece de mala manera. ¿Qué es y cómo se realiza en nuestra sociedad secular un sacerdote sin el apoyo y calor de una comunidad viva? Lo mismo hay que decir del obispo y del papa. El papa sin la iglesia es bien poca cosa, figura decorativa y casi grotesca. Ya puede definir ex cathedra y escribir maravillosas encíclicas si no hay comunidad creyente que le escucha llevando a la vida sus enseñanzas. La autoridad sin el respaldo y vitalidad de la base comunitaria es pura entelequia. Y esto mucho más cuando la autoridad se concibe a sí misma como servicio y no como poder o prestigio.

Sin embargo, hoy, y tal vez siempre, el problema primero y clave de la iglesia no es cuestión de autoridad, aunque algunos así lo afirman, ni tampoco de ortodoxia, sino de comunidad, de crear y animar la Comunidad. Y aquí es donde Juan tiene un papel urgente y de primer orden.

Al salir de una etapa en que ha predominado un cierto jerarquismo autoritario y un cristianismo sociológico (y folklórico), lo que más se echa en falta son unas comunidades auténticas donde el cristiano se halle a gusto, empiece a sentirse salvado, comparta bienes y males, se rehaga de los golpes de la vida, encuentre acogida y calor fraterno y se comunique con Dios y con los hermanos. Aquí veo yo la tarea más urgente, fecunda y consoladora, para Pedro y para Juan. Tarea que les puede unir otra vez. Así que la comunidad es lo primero. Y esto no es expresión de una mera convicción teórica, sino clamor compartido, creo, de toda experiencia pastoral de hoy medianamente sincera y comprometida.

DABAR 1977, 30


6.

Una afirmación unánime recorre las páginas de los escritos neotestamentarios: Jesús es el Señor. La palabra Señor puede ser sustituida por Mesías, Cristo, Hijo de Dios o Dios, simplemente.

Pero el contenido es el mismo: la fuerza de Dios, Dios mismo, se ha mostrado en Jesús y de aquí en adelante sólo en él nos podemos salvar.

-Jesús es el Salvador.J/SALVADOR Esta afirmación del kerigma pascual tiene como dos contenidos fundamentales: la exaltación o señorío de Jesús y su condición salvífica. Es una profesión de fe, pero más vital que conceptual.

Es ya la expresión de la buena noticia que ahora centra el reino de Dios en la persona de Jesús. Porque Jesús predicaba el reino de Dios; los apóstoles, en cambio, predican a Jesús como expresión concreta de ese reino de Dios. Por enésima vez nos repite Pedro en la primera lectura de hoy lo que es la quintaesencia del mensaje cristiano: Dios ha resucitado a Jesús, a quien vosotros colgasteis del madero (así de realista y crudo). Dios lo ha exaltado y lo ha hecho salvador para todos.

Nosotros somos testigos de esto y nadie nos va a hacer callar. Sorprende el coraje y la valentía de los apóstoles.

La salvación en el Señor Jesús es una experiencia vital, vivencial. Los primeros cristianos se sienten salvados, liberados en la persona de Jesús. Se sienten hombres nuevos, llenos de Espíritu Santo. La fe inicialmente no es cuestión de dogmas, sino de vida. Estos hombres tienen la certeza de haber encontrado el verdadero camino de Dios y el auténtico sentido de sus vidas.

Esto les infunde una fuerza y un entusiasmo especial en la misión que emprenden. Se lanzan. Ante estos hechos, los cristianos de hoy tenemos que hacernos algunas preguntas: ¿experimentamos en nosotros esta salvación?, ¿sigue siendo Jesús el salvador para el hombre de hoy? La respuesta, como la pregunta, tiene que ser no a nivel teórico, sino de experiencia vital.

El cristiano, hoy como ayer, es el hombre que se siente ya salvado o liberado por la resurrección de Jesús. Y así obra y actúa. Jesús es, también, el centro de las apariciones (como lo es del kerigma). Un Jesús amical, cercano, acogedor. Nada señor (en este sentido). Es el Jesús de siempre, el evangélico. Se presenta de improviso, como un desconocido, y está allí entre ellos. No hace falta preguntar por su identidad, todos saben que es él. Poco a poco, casi imperceptiblemente, surge el sello especial y el gesto inconfundible. Es el Señor, es Jesús, siempre tan propenso a la comida fraterna y a la charla en corro, signo y origen de la comunidad.

Jesús está sencillamente presente, pero todos son conscientes de que algo muy gordo e importante ha sucedido, algo que está elevando a nivel de explosión la alegría de aquellos corazones.

El crucificado está allí, entre ellos, vivo y bien presente. No cabe duda. Ha resucitado. Parece increíble, ellos mismos han tenido sus dudas, porque no acaban de creérselo, pero hay que abrirse a la realidad exultante. Es una respuesta que entraña un montón de nuevas preguntas, pero todas se quedan pequeñas y no están a la altura del acontecimiento. Por eso no se hacen.

Mientras tanto, Jesús asa los peces, prepara los bocadillos y todos comen con apetito. El reino de Dios es así de pequeño y de grande, como el pan y la merienda entre amigos. Como la fuente viva y diminuta que da origen al gran río. Así nace la comunidad, la iglesia.

DABAR 1977, 30


7.

El acontecimiento histórico de la nueva Pascua ha pasado. Los discípulos vuelven a la vida normal. En este contexto debiéramos entender el relato que hoy se nos cuenta. Tras la propuesta de Pedro, sus compañeros van juntos a pescar, o sea, vuelven a su oficio, a lo de cada día. Como nosotros: pasado el domingo, volvemos a lo normal, a lo acostumbrado. Cada cuál tendrá que "pescar" en el -mar- de su vida ordinaria. Así hicieron los discípulos de Jesús.

Pero, pasado el tiempo de trabajo, éstos no habían pescado nada: ¡Manos vacías, sensación de inutilidad, lucha en vano, esfuerzo sin fruto! ¿Quién no tiene esta misma experiencia? Es la rutina de la cotidianeidad. Entonces como ahora. Luego viene la pregunta (sic): "¿Tenéis algo que comer? Habéis trabajado toda la noche..., ¿podéis vivir de ello?" ¿Puedes vivir con el producto de tus desvelos, con lo que has hecho y conseguido mediante el esfuerzo de tu voluntad? Esta es la cuestión: si cada uno de nosotros tenemos de qué y con qué vivir: vivir de verdad: algo con que alimentar nuestra profunda ansia de vivir. Los discípulos respondieron que no. Y nosotros, ¿qué tenemos? ¿Manos vacías, estómagos hambrientos, corazón insatisfecho? De todo puede haber.

Lo peor que puede ocurrir es no tener nada con que calmar el hambre. Y todavía peor que no tener es no ser. Porque, entonces, el hambre puede ser atroz: la nada que ilumina la oscuridad de nuestra vida. No tener nada que ilumine nuestro vacío, ¿motivo de desesperación? Pero Jesús (el resucitado) les dijo: volved a faenar, lanzaos a vuestra inutilidad, meteos en vuestro fracaso. Id en mi nombre.

Así ocurrió el milagro de la abundancia: la vaciedad se convirtió en una experiencia de éxito, de plenitud. ¡Animo! Un consuelo, un mensaje de esperanza. ¡Qué duro es a menudo creer en medio de la rutina! "Nos hemos esforzado tanto -dicen muchos padres-, ¿para qué?" "Hemos intentado todo -dicen algunos pastores-, pero tengo la iglesia vacía". La experiencia de inutilidad, vaciedad, fracaso nos acucia: ¿resignación?, ¿frustración? De ahí, sólo acertamos a dar forma a una lamentable figura de iglesia o de sociedad. A lo más, nos preguntamos si la antorcha de la fe y de los valores que sustentan una satisfactoria convivencia alcanzará a otra generación que la enarbole a lo largo de los años 2000... Eso, desde luego, no es seguro, si nos encerramos en disputas, nos perdemos en controversias o despilfarramos el tiempo en lamentaciones sobre la supervivencia de nuestros valores e incluso de nuestra fe. Ahí se esconde el voraz gusano que carcome nuestra sociedad, nuestra comunidad, nuestra iglesia y nuestra propia fe.

Por eso, ahí precisamente, se acerca Jesús y dice que no depende la cosa de nuestras bellas ideas y concepciones, sino de que la realidad de su resurrección, con todo su positivo futuro abierto, queda en nuestra vida. No es lo que por nosotros mismos hagamos, sino en su nombre -porque en él acontece lo inesperado, el éxito y el sentido- donde se halla una vida nueva que no va a quedar frustrada ni por el hambre ni por el miedo. No hay en la historia del arte ni una sola imagen de Cristo resucitado que no muestre las señales de la crucifixión. ¿Puede ser esto figura de una fe amedrentada, rutinaria, cotidiana que se abre a las posibilidades de la Pascua? Es una invitación de Jesús, el Cristo viviente, que nos dice: "¡Tomad y comed!"

EUCARISTÍA 1992, 22

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