COMENTARIO A LA SEGUNDA LECTURA
Ap 5, 11-14

 

1.

En este texto no hallamos un "mensaje" ideológico o de contenido conceptual muy claro. Lo cual está muy bien para compensar nuestra desmesurada tendencia a buscar en la Escritura siempre y en todo lugar un contenido de este tipo. Tenemos que habituarnos a leer la Biblia desde otras perspectivas no menos, sino más cristianas. También nos enseña a orar, alabar, expresar sentimientos..., no sólo nos enseña sin más. Para ello es muy bueno el texto presente.

Se trata de una doxología casi en estado puro. Presenta la alabanza a Dios como tal, reconocimiento y proclamación de él mismo. Es una actitud de adoración sin más. Cualquier otra actitud posterior debe incluir esta primera actitud religiosa elemental que se da en toda religión pero que, a veces, precisamente en el cristianismo actual, ha quedado bastante olvidada.

Es una actitud gratuita, sin pretender obtener nada a cambio directamente, sin pretensiones utilitaristas como a menudo tenemos cuando oramos o nos relacionamos con Dios. Reconocer que nada tenemos que no nos haya dado previamente el Señor y que, por tanto, no le damos realmente nada que El no tenga ya antes, que no le hacemos ningún favor siendo buenos, por así decirlo, sino le alabamos y le damos gloria, o sea, la reconocemos en nuestra vida, es algo muy importante para todo hombre y para todo cristiano.

Hay movimientos, más bien de tipo carismático, que han entendido bien este sentido de la oración de alabanza. Conviene que se extienda a otros sectores de la comunidad, porque es algo apropiada para todos. La Escritura nos ofrece otros ejemplos, como el presente.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1989, 22


2.

El lenguaje humano, y el bíblico por tanto, no siempre tiene función informativa, de transmisión de mensajes conceptuales. Estamos demasiado acostumbrados a buscar un "mensaje", un contenido de ideas en los textos bíblicos. Pero en algunas ocasiones el lenguaje simplemente expresa actitudes internas, pasando a segundo plano el mensaje o contenido doctrinal.

Esto ocurre con este texto en que más bien se nos presentan actitudes imitables. El texto es casi puramente doxológico o de alabanza. Lo de menos son los protagonistas concretos, los cuales, por otra parte, se quiere representar como la humanidad, el cosmos en su conjunto.

Todo lo existente asume, o debe asumir, la actitud de reconocimiento y entrega que el texto presenta. Es la alabanza sin más, algo que no es muy frecuente en nuestra actitud religiosa. Alabanza no tanto porque Dios la necesite o saque algo de ella para sí, sino porque es la actitud humana coherente con nuestro ser de creaturas. El cristiano es más que una simple creatura, porque también es hijo, pero no deja de ser lo primero y no está mal que imite esta actitud presentada aquí, por lo menos en algunas ocasiones. Se trata de la gratuidad en nuestras relaciones con Dios. No siempre se va a pedir algo de El, lo mismo que no nos relacionamos con otros seres humanos no sólo para pedirles cosas, sino por la satisfacción de la misma relación. ¿Por qué no hacerlo también con Dios?

FEDERICO PASTOR
DABAR 1992, 27


3.

Este texto es puramente doxológico y no narrativo ni doctrinal.

Sería erróneo pretender encontrar un mensaje directo en todos los textos bíblicos. Estamos demasiado habituados a hacer ese tipo de preguntas a los textos y quizá nos encontramos desorientados ante pasajes como éste que no lo tienen, o lo tienen muy secundariamente.

Doxología es alabanza, reconocimiento de adoración por lo que Dios es o lo que Dios hace. Ni siquiera es, explícitamente, acción de gracias. Es una característica de la auténtica actitud religiosa, del hombre confrontando y percibiendo la realidad de Dios en su vida. Lo posterior proviene de aceptar este comienzo.

Conviene insistir de vez en cuando en estos aspectos fundamentales, más gratuitos, pero tremendamente importantes, en lugar de caer en relaciones pretenciosamente utilitaristas con Dios. No damos a Dios nada que no tenga, sino reconocemos lo que hay. Con ello nos colocamos conscientemente en nuestro lugar ontológico, cosa no demasiado frecuente en nuestro mundo secular, ni siquiera en el ambiente eclesial, quizá demasiado preocupado de la efectividad, compromiso, etc.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1986, 24


4.

En la visión, que explicábamos el domingo pasado, el autor del Apocalipsis no sólo ve lo que está sucediendo (persecución actual de la iglesia por un poder concreto), sino también lo que va a suceder en el futuro (1, 19; 4,2). La lucha actual entre imperio romano e Iglesia nos evoca y es sólo reflejo de esa gran lucha entablada entre Dios y Satán a lo largo de toda la historia de la iglesia, historia erizada de dificultades, de luchas en las que las nuevas fieras y prostitutas parecen llevar la mejor parte. La Iglesia, según las apariencias, está abocada al caos, a la destrucción. En realidad no es así. En la nueva visión inaugural, de 4, 1-5, 14, Juan contempla un rollo escrito y sellado con siete sellos, cuyo contenido va a ser conocido a lo largo de 6, 1-22, 5. La historia de la iglesia según los designios de Dios, tiene una finalidad bien determinada. Así, la desarmonía, luchas, persecuciones y catástrofes cósmicas que nos encontramos a lo largo de todo el libro del Apocalipsis y que son fruto del poder humano actual contrasta con la armonía que reina en el cielo, expresada en esa acción litúrgica del cap. 5, y que es fruto del poder divino (trono celeste: 5, 1). Este es el fin de la historia humana representada en los veinticuatro ancianos (5, 8) que evocan, quizá, a las doce tribus de Israel y a los doce apóstoles. Es el nuevo pueblo de Dios triunfante que contrasta con el actual pueblo de Dios que sufre.

Y esta armonía existente en la esfera celeste se implantaría en la tierra, no a través de cualquier hombre (5, 4), sino sólo a través de un nuevo personaje que aparece en la visión: el "Cordero' (v.6). Ocupa un lugar privilegiado junto al trono para indicarnos su filiación divina (cfr. Dn. 7, 13), pero además posee atributos humanos: es el "león de la tribu de Judá" (cfr.v l.5, Gn 49.9), título que se aplica al Mesías al igual que el de "retoño de David" (cfr. v. 5, Is. 11, 1. 10). El león es símbolo de poder y en este capítulo se le asocia a la conquista, ya que puede abrir el rollo (5, 5) y destruir a las dos fieras y a Satán hasta implantar en la tierra el reinado de Dios, la nueva sociedad de salvados, representada por la Jerusalén celeste (21, 1-22, 5). Pero en este texto el león es a la vez cordero (vs. 5-6); no triunfa por su violencia, sino por su sufrimiento. Es degollado, matado con violencia (5, 9-12; 13, 8), y su sangre derramada nos ha redimido. Es la gran paradoja del N. T. en la que el redentor no expía la sangre derramada, la sangre de otro, sino la suya propia. Su muerte es victoria, y así ha formado un nuevo pueblo de hombres libres en la tierra (vs. 9-10) que forman su especial posesión.

Ante este nuevo orden instaurado por Cristo (cfr. 14,3), la respuesta humana debe ser el agradecimiento, la alabanza al Señor, al igual que el pueblo de Israel alaba las intervenciones de Dios en su historia (cfr.Ex. 15). Por eso en este capítulo nos encontramos con tres himnos (vs. 8-10; 11, 12; 13-14) en los que hay un "crescendo": a la alabanza de los veinticuatro ancianos y los vivientes de 8-10 se le juntan una multitud de millares de ángeles en los vs. 11-12 y toda la creación en el último himno.

Toda la naturaleza (cielo, tierra, mar y....?) participa en esta alabanza ante la nueva creación.

DABAR 1977, 30


5. J/CORDERO/AP

Juan ve a Cristo junto a Dios en la figura de un cordero: su nombre recuerda, a la vez, al cordero pascual y al siervo de Dios, que toma sobre sí los pecados del mundo. Parece degollado (muerte), pero está de pie (resurreción), vivo y eternamente vivo.

Jesucristo, el Cordero inmolado, es el único en el cielo y en la tierra que merece recibir de Dios todo poder. Los coros de los ángeles entonan un cántico de alabanza, y a ellos se unen todas las criaturas del mundo visible. Toda la creación tributa un mismo canto a Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero.

Creador y Salvador son alabados por igual en este himno cósmico. De ahí que el vidente presenta plásticamente las verdades recogidas en los dos primeros artículos del símbolo apostólico.

La fe en Dios creador y en su Hijo salvador. La última palabra en esta alabanza cósmica la pronuncian los cuatro vivientes. Con su "Amén" se cierra esta maravillosa liturgia, inmediata cercanía de Dios, allí donde había comenzado; pero después de haber sido asociadas a la misma fiesta todas las criaturas.

EUCARISTÍA 1989, 17


6. /Ap/LIBRO:

El Apocalipsis, según su propio autor (1, 19), se divide en dos partes: "lo que está sucediendo" y "lo que va a suceder después".

Dentro de la segunda parte (4, 1-22,5) se inserta este pasaje de la visión inaugural (4, 1-5, 14). La Iglesia ve en la resurreción de Cristo eso "que va a suceder después", y lo que va a dar fundamento a la vida cristiana. El relato está lleno de imaginación apocalíptica (toma las imágenes iniciales de Dan 7,10) que da un marco literario al triunfo de Cristo. Lenguaje que llenaba de esperanza al primitivo creyente: el triunfo de Cristo prueba que la vida del cristiano, aun entre dificultades, tiene una salida airosa.

Mientras la primera parte del capítulo está dominada por el motivo de la investidura del que es el único Señor, la segunda está construida sobre el modelo de entronización de un soberano de la antigüedad. Así es como los componentes de la corte celeste entonan este canto de la redención escatológica. La humillación de Cristo en la cruz ha conducido a su exaltación (cf. Fil 2, 10). Este gesto de adoración es el reconocimiento de que el señorío de Dios se ha revelado en Jesús dentro de una extrema humillación. Esto es lo que hace que el cristiano espere con fe inquebrantable que a través de su propia limitación ha de encontrar el desarrollo de su ser cristiano. El triunfo de Cristo no es un vano soñar en falsas liberaciones.

Siguiendo la línea del A. T. ésta es una fórmula de adhesión y de esperanza (Cf. Job 8,8; Jer 28,6) repetida para alabar a Dios (Neh 8,6) al final de una doxología (salmos). El mismo Jesús (J/AMEN) es el "amén" (Ap 3, 14). No es tanto una afirmación de la verdad cuanto una súplica, y una constatación de que lo prometido por Dios se ha de cumplir. En la exaltación de Jesús el cristiano adquiere la certeza de que su fe no está abocada al fracaso. Creer tiene un sentido: hacer realidad el triunfo de Jesús es la labor por excelencia.

EUCARISTÍA 1977, 21


7.

Se entrega el libro sellado al Cordero para que revele el contenido que nadie era digno de leer y toda la corte celestial prorrumpe en el himno de alabanza y adoración. La atención se centra en el Cordero. Al coro de los ancianos sigue el de los ángeles. Millares y millones era la fórmula o número más grande al que recurría la antigüedad para hacer cálculos. Aquí indica una multitud inmensa al igual que en Dn 7,10.

Ante la corte celestial se proclama el poder, la dignidad y la plena soberanía del vencedor que se extiende más allá del círculo celestial. La creación en todos sus sectores, diferenciados por las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra y en el mar, participan en la alabanza a Dios, al que está sentado en el trono, al Cordero. La doxología partiendo de la creación penetra en la esfera celeste y llega al trono y la creación incontaminada en los cielos responde "Amén".

La liturgia celeste se ha iniciado en el círculo más restringido y ha llegado al círculo más amplio para retornar ahora al círculo restringido.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 8


8.

-"Digno es el Cordero degollado de recibir el poder...": La visión del Cordero va acompañada de unas aclamaciones doxológicas. El Cordero ha recibido el libro con los siete sellos y se dispone a abrirlos: el proyecto salvador de Dios sobre la historia y la humanidad está en las manos de Cristo. El lo irá revelando y llevando a cabo. La Iglesia (significada por los ancianos) y toda la creación (significada por los ángeles, los vivientes y las creaturas del cielo, de la tierra y bajo la tierra), manifiestan su admiración hacia Cristo, el liberador.

-"Al que se sienta en el trono y al Cordero..": La alabanza de los que esperan la salvación, se da conjuntamente a Dios y a Cristo. Cristo por la resurrección participa de la realeza de Dios Padre. La creación manifiesta su alabanza con el asentimiento obediente del "Amén" litúrgico, y la Iglesia, por la adoración.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989, 8


9.

El fragmento de hoy nos presenta una visión incomparable de la liturgia del cielo (Juan nos la describe en los cc. 4-5 del libro). Una alabanza sublime y eterna, con todas las creaturas: empezando por los seres angélicos, luego el universo entero simbolizado por los cuatro vivientes (cuatro elementos, cuatro estaciones, cuatro puntos cardinales: el universo sensible), y el universo humano creyente, representado por los veinticuatro ancianos: seguramente referencia a los doce patriarcas del Antiguo Testamento y a los doce apóstoles del Nuevo. En el centro de este culto: Dios sentado en su trono, y el Cordero. El Cordero, Cristo, muerto y resucitado, es el nombre que tiene las connotaciones de la Pascua, del sacrificio, de la salvación.

Su gesto supuso la redención del mundo, por ello es ahora digno de todas las alabanzas, merece toda la gloria y el poder. La liturgia del cielo es el gran eco de la fe y del sentimiento de la iglesia: la respuesta del cielo a la fe de la tierra.

No es más que una visión, descrita con palabras humanas, y por tanto pobres. Pero es una enseñanza que nos muestra quién es Cristo, cuál es su obra, qué ha merecido, qué esperamos, cuál va a ser nuestro destino.

J. M. VERNET
MISA DOMINICAL 1983, 8


10. /Ap/05/01-14 J/CORDERO

Descritas ya la santidad (trascendencia) y la gloria (inmanencia) de Dios, asistimos ahora a la entronización solemne del Cordero, el único que puede mirar de hito en hito «al que está sentado en el trono» y recibir de sus manos el libro.

El tema del libro, tomado de Ezequiel, se emplea para significar los designios divinos sobre la historia y su realización. Por eso no interesa tanto averiguar el contenido del rollo cuanto resaltar el hecho de que ha llegado la hora de dar a conocer, de revelar, «las cosas que van a suceder» (4,1). En este sentido, pues, el ángel pregunta con fuerte voz: ¿quién será digno de interpretar y llevar a cabo la voluntad divina? Sólo el que ya cumplió la voluntad del que lo envió puede ahora -como Señor de los tiempos y de la historia- conducir la historia a su meta.

Juan lo presenta como el Cordero degollado, que, tras ser sacrificado, venció a la muerte y vive poderoso para siempre (de ahí los siete cuernos y los siete ojos). La imagen del Cordero -el símbolo de Jesucristo que más se repite en el Apocalipsis- aparece ya en el AT. Lo encontramos en conexión con el cordero pascual (Ex 12), inmolado para conmemorar la liberación de manos de los egipcios; pero, sobre todo, hay que buscar la conexión con Isaías en la figura del Siervo de Yahvé: «Maltratado, se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía...» (Is 53,7).

Este es el Cordero presentado por el Bautista como "el que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). De hecho, el triunfo del Mesías prometido (v 5) es el triunfo del Jesús doliente, que se entregó para redimir («comprar», dice el v 9) a toda la humanidad. En otros términos: entre el Señor crucificado y el glorificado hay una completa identificación: el Cordero victorioso lleva las señales de su martirio testimonial.

La liturgia cósmica que se celebra consiste en un cántico nuevo. Es el canto de la Jerusalén del cielo, que volveremos a encontrar. La pieza, de tres partes, está escrita rítmicamente en forma de himno. Notemos cómo se va ampliando el círculo de los que rinden alabanza: los veinticuatro ancianos, la multitud de los ángeles y todo lo creado (que, según los conocimientos cosmológicos de la época, se divide en cielo, tierra-mar y abismo). Finalmente, las plegarias son recogidas por los cuatro vivientes en un rotundo «amén». La aflicción del profeta ha desaparecido. El que cree que Jesús es el Señor no desfallece. El Espíritu, enviado por Jesús y presente en toda la tierra, es su firme garantía.

A. PUIG
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 590 s.