COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Hch 5, 27b-32/40b-41

 

1.

Del mismo modo que en otros ciclos de Hechos de los Apóstoles que narran teológicamente la vida de la primera comunidad, después de haber descrito algún rasgo importante de esa vida, concretamente aquí el sumario anterior de 5, 12-16, se presentan las dificultades y oposición que la joven comunidad jerosolimitana, modelo de las demás, encuentra.

Es una nueva confrontación de los apóstoles con las autoridades judías, muy parecida a la descrita en Hch. 4, 7.21, aunque avanzando algo porque ahora se llega a azotar a los apóstoles (Hch. 5, 40).

Es idéntico, en cambio, el eco del anuncio primitivo (Hch. 4, 10-11 y 5, 30-32), la libertad frente a los hombres y absoluta obediencia a Dios (Hch. 4, 19 y 5, 29). Apoyada aquí por un mensaje angélico muy típico de Lucas (Hch. 5, 10-20), que no aparece en la lectura litúrgica.

La salvación traída por Jesús (Hch. 5, 30-31) se debe a Dios, al Espíritu y al propio Salvador, evidentemente. La humana oposición pone más de relieve la realidad divina del mensaje, su fuerza irresistible y el dinamismo de la comunidad portadora de él. Por otro lado, hay un toque de realismo: Jesús encontró adversarios. También los apóstoles. ¿No los vamos a encontrar otros cristianos? ¿Tenemos la misma reacción?

FEDERICO PASTOR
DABAR 1989, 22


2. EV/OPOSICION

Un tema frecuente en la estructura de hechos, al menos de grandes partes del libro, es el de la oposición que va encontrando el mensaje de salvación en los distintos ambientes. En este párrafo se da cuenta de una de las acontecidas en Jerusalén. Las palabras de Pedro (vs. 30-32) son una especie de resumen del anuncio primitivo presentado en este contexto de oposición. Son también un recuerdo del testimonio apostólico de la Resurrección, fundamento del mensaje.

Ese anuncio, aceptado con convicción, pide un actitud de superación de las dificultades, cuando éstas se dan. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, lo cual resulta, como principio, bastante claro. Otra cosa es la aplicación y realización del mismo cuando hay peligros.

Por otra parte, la oposición y el peligro suelen surgir no del mero anuncio general de Jesús y de su mensaje de amor, sino cuando se concrete en situaciones determinadas. En Jerusalén eran las autoridades judías las que se sentían amenazadas por ese mensaje. En otros momentos -léase, por ejemplo, la actual Centroamérica- serán otras gentes. Los protagonistas cambian, pero no la estructura.

Es importante hacer la aplicación. No de forma literal, sino tomando las líneas generales.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1992, 27


3.

La liturgia nos invita hoy a reflexionar en el tema del testimonio apostólico que forma parte del credo que confesamos cada domingo en la iglesia. La lectura de hoy encuadra este tema dentro de la predicación apostólica más primitiva y en un contexto jurídico. Los apóstoles comparecen a juicio ante el consejo del pueblo. El Sumo Sacerdote formula la acusación (v 28). Los apóstoles son reincidentes (cfr. 4, 16-18,21). Pedro toma la palabra en nombre de todos los apóstoles para reafirmar una toma de posiciones que reivindica para la iglesia, la libertad de predicación (cfr. 4, 19). Si el tema del domingo pasado era el cumplimiento de la oración de la Iglesia en Hch. 4, 30, esta introducción al discurso de Pedro es el cumplimiento de la petición expresada en Hch. 4, 29 ("concede a tus servidores que con entera firmeza digan tu palabra"). Esta frase audaz de Pedro viene a ser en la obra de san Lucas una piedra de toque, un jalón más de una actitud cristiana universalista que se va abriendo paso hasta llegar a la plena libertad de predicación a todos los hombres sin distinción de razas (cfr. 10, 34; 13, 46 ss; 28, 28).

La fuente de donde brota este derecho a la libertad de predicación es la muerte de Cristo. Pedro la presenta ante el Consejo con un rasgo vigoroso de acusación ("vosotros lo matasteis..."), contrapuesto antitéticamente a la acción de Dios ("el Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús": v. 30). Con su acción de matar a Jesús han cumplido la escritura del Deut.21, 22 ("colgándole de un palo"), invocando así la maldición de Dios sobre el reo (cfr. Deut. 21, 23; Gal 3, 13). Pero Dios le ha exaltado con la potencia de su diestra erigiendo así al condenado a muerte a la categoría de príncipe de la vida y salvador. Esta presentación antitética de la muerte de Cristo declara a los jueces traidores a su pueblo y al Dios de sus padres y convierte a los acusadores en acusados y reos de muerte. La predicación apostólica viene a ser de este modo un juicio de Dios que hace presente (PREDICACION/JUICIO) la muerte de Cristo de nuevo ante sus acusadores. Pero este juicio no implica una sentencia inapelable de condenación, sino una nueva oportunidad de misericordia y de perdón por la conversión a Jesús en quien se han realizado las promesas de salvación hechas por Dios a su pueblo. Ante este juicio capital, de acuerdo con las ordenanzas legales (cfr. Dt 17, 7), comparecen dos testigos: Pedro con los apóstoles y el Espíritu Santo, un testigo de excepción, invisible en su realidad más íntima pero visible y palpable en la firmeza y libertad de expresión de Pedro. Ambos dan un testimonio válido para todos los tiempos de la economía salvífica de Dios, abierta a todos los hombres, y de la fidelidad de Dios a sus viejas promesas.

DABAR 1977, 30


4.

En la prevención del sumo sacerdote se muestra sobre todo la preocupación de que el pueblo, a causa de la predicación de los apóstoles, se levante contra los dirigentes culpables de la muerte de Jesús, y de esta manera, el temor de que se cumpla la invocación expresada en Mt 27, 25 de que la sangre del justo caiga sobre aquéllos. La respuesta dada por Pedro en nombre de los demás apóstoles vuelve a tomar la idea de la primera declaración (4, 19s), indicando de nuevo las verdades fundamentales sobre Jesús, expresas en una fórmula abreviada; en ella se presenta la resurrección y exaltación como presupuesto decisivo de salvación humana: Jesús, por decisión de Dios, ha sido nombrado salvador de todos y colocado el primero (a la cabeza) de todos los salvados (cf. Rom 8, 29; Col 1, 15-20).

La flagelación, que según el derecho judío podía ser ordenada como medida disciplinar por el presidente de una sinagoga, significa en este caso un juicio de compromiso para reforzar la dura amenaza que se hace a los Apóstoles.

EUCARISTÍA 1989, 17


5.

Este pasaje pertenece a lo que se ha dado en llamar ciclo de los Apóstoles (4, 32-5, 42). La actividad benéfica de los Apóstoles, acreditando así su predicación, provoca por parte de los judíos, sobre todo de los dirigentes (saduceos 5, 17), su encarcelamiento (5, 18) y su misteriosa liberación (5, 23). Los Apóstoles son llevados con cautela ante las autoridades (5, 26). Hay un doble principio que subyace en la actividad apostólica: los Apóstoles obran prodigios en nombre de Jesús (Hch 3, 6; 5, 15; 19, 11s).

Los que han perseguido a Jesús también perseguirán a los Apóstoles (Jn 15, 20). Proclamar la resurrección del Señor supondrá a los discípulos la dificultad de implantar el mensaje y la alegría del triunfo.

Los número 29-32 son un breve resumen de la predicación apostólica, lo que se llama un kerigma o proclamación esencial.

Pedro habla así en varias ocasiones (3, 13-26; 4, 10-12; 10, 36-43). Este tipo de predicación incisiva comporta generalmente estos elementos: evocación de la crucifixión de Jesús y su resurrección por obra de Dios; la vida de Jesús es como una continuación de la alianza; por eso ha sido constituido "Señor"; termina con una invitación al arrepentimiento. La predicación que se atiene a lo esencial, que va derecha al asunto: fundamentar la vida cristiana en la fe. Este es el mensaje central del suceso pascual.

La respuesta de Pedro (como en 4, 19) da razón del valor que anima al apóstol (Cf. 4, 29.31). Este es el principio básico de todo el que proclama con verdad el nombre de Dios: el hombre tiene que estar siempre orientado hacia Dios. La respuesta del apóstol es una denuncia, ya que obliga a tomar posición ante el mensaje. Así el acusado se convierte en acusador (cf. Hch 14, 62).

Proclamar el plan de Dios es inevitable para el mensajero. Por eso esta obediencia es un descubrimiento del querer de Dios (Cf. 2, 23), llegando a constituir lo más hondo de la fe (Cf. 2, 38).

La obediencia no es un acatamiento pasivo, sino saberse en línea con Dios y sacar de ahí ánimo necesario para lanzarse a la transformación del mundo.

EUCARISTÍA 1977, 21


6.

Los discursos de los Hechos tienen la función específica de expresar literariamente la conciencia fundamental de Lucas según el cual el anuncio de la Buena Nueva es el motor que impulsa la etapa de la iglesia.

Por esa razón los discursos en los Hechos se colocan en los momentos importantes de la historia de la salvación. Cuando se inicia una nueva etapa, hay que recordar que la Buena Nueva ha de motivar la nueva situación.

En la obra de Lucas el kerigma se presenta en forma antitética.

Hay una invitación a la conversión y penitencia que para los paganos consiste en el abandono del politeísmo y para los judíos, en reconocer la culpa personal en la condenación y muerte de Jesús.

La forma de interrogar que tiene el sumo sacerdote es la antítesis del kerigma de Jesús. El sumo sacerdote evita incluso nombrar a Jesús, pero aquel nombre que él evita, por desprecio, llena toda Jerusalén.

Pedro, en la respuesta, impugna la acusación del tribunal. No ha transgredido la orden dada. Renueva su testimonio. Jesús no se ha resucitado a sí mismo. Es Dios (el Dios de los padres) quien lo ha resucitado. La fórmula "el Dios de nuestros padres" era la más válida y la demostración bíblica más clara. Jesús es el punto de llegada de la historia de la salvación del pueblo escogido.

Presenta dos testigos para autentificar la verdad de los hechos. Ellos y el Espíritu Santo. No debe sorprender que se pongan ellos en primer lugar. Depende del concepto que tiene Lucas de testigo. Da testimonio el que posee el Espíritu Santo porque es el Espíritu quien hace posible ser testigo. Si el Espíritu es siempre el segundo testigo, cuando los apóstoles anuncian el kerigma, lo es sobre todo en la situación de persecución y hostilidad (Lc 12, 12).

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 8


7.

-La perícopa de los Hechos de este tercer domingo recoge sólo unos fragmentos de una escena mucho más movida y llena de matices, que bien valdría la pena leer por entero para preparar la homilía. Las recriminaciones de los saduceos, la audacia de los Apóstoles, las observaciones prudentes de Gamaliel, la decisión de azotar a los Apóstoles, con la consiguiente alegría de éstos, y la prosecución del testimonio acerca de Cristo, son otros tantos momentos que iluminan el texto litúrgico. En definitiva, lo que se quiere subrayar aquí -como en los otros ciclos, en las lecturas paralelas- es el ejercicio de la predicación del Evangelio como tarea fundamental e imprescindible de la Iglesia. Y esto, a pesar de todo!.

-Los Apóstoles están ciertamente en el centro de esta perícopa, como protagonista. Su actitud es valiente; saben exactamente cuál es su misión, y el por qué de la misma: no la han recibido de los hombres ni de los saduceos, ni de ningún otro partido político o religioso- y por esto su ejercicio no está sometido a estas dimensiones. Son libres, porque obedecen a Dios. De nuevo, Lucas nos da el tono de lo permanentemente válido en la Iglesia. A través de la historia, hasta nuestros días, la predicación evangélica ha tenido que luchar para no ceder en su contenido, ni a las presiones exteriores, ni a los miedos de los que la tienen encomendada por su misma función en la Iglesia. Pueden darse, en efecto, los dos tipos de dificultades, la limitación impuesta desde fuera, y la autolimitación. Conviene atender muy especialmente, en nuestros días, a un aspecto de las dificultades del segundo tipo: el miedo a levantar la voz del Evangelio en un mundo que parece desinteresarse en absoluto del mismo. PREDICACION/MIEDO 

-En el documento preparatorio del Sínodo 1974 se hace especial hincapié en este aspecto de la problemática de la evangelización:_SINODO/74 "los cristianos se dan cuenta de la dificultad de expresar su propia fe en un lenguaje comprensible para el hombre de hoy. La misma formulación bíblica y tradicional de la experiencia cristiana, ¿es acaso un obstáculo que impide comunicar hoy, tal experiencia?"... Ahora bien, "La Iglesia no puede renunciar a su derecho y deber de anunciar el Evangelio, para suscitar nuevos discípulos de Cristo. Los cristianos, por tanto, no han de avergonzarse del Evangelio, aunque sean conscientes de proclamar un mensaje que repugna a la debilidad humana" (III Parte, I,C).

"Al proclamar el Evangelio, la Iglesia, lejos de querer extender su propio dominio sobre los hombres y someterlos a su poder, procura, más bien, servirles y abrirles el camino de salvación y ofrecer a cada uno los bienes que le son indispensables" (II Parte, I, C). La "intrepidez" (parresía) es la virtud que la Iglesia está llamada a cultivar intensamente, desde el principio, y también en nuestros días. Sólo la fe en que la obra que realiza no le pertenece en exclusiva, sino que la comparte con el Espíritu Santo -"Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen" -, puede darle ánimos suficientes. A partir de esta fe, incluso los azotes (es decir, las dificultades de todo tipo) pueden ser causa de alegría, como forma privilegiada de compartir el misterio de la pasión salvadora de Cristo, y anunciarlo no sólo con la palabra, sino también con la propia experiencia personal.

PEDRO TENA
MISA DOMINICAL 1974, 2


8. /Hch/05/17-42

El testimonio de los apóstoles en Jerusalén (Hch 2,14-8,3) resulta cada vez más difícil y arriesgado. Se cumplen en ellos las palabras de Jesús: «No es el siervo mayor que su señor. Si me han perseguido a mí, lo mismo harán con vosotros, si no han guardado mi palabra, tampoco guardarán la vuestra» (Jn 15,20).

Se desencadena, pues, una segunda persecución: «Mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común» (Hch 518). Ya no son sólo Pedro y Juan quienes comparecen ante el sanedrín, como en la primera persecución (Hch 4,1-22): ahora todos los apóstoles sufren arresto y son libertados milagrosamente. La persecución tiene su origen en el hecho de que tanto los seguidores de Jesús como los enfermos curados, lejos de disminuir, aumentan cada vez más (Hch 5,12.14-16).

Pedro y los apóstoles son liberados de la prisión por el ángel del Señor, que personifica la providencia de Dios sobre su pueblo elegido. Este mismo ángel les manda anunciar con intrepidez «todas estas palabras de vida» (v 20). «Palabra de vida» significa lo mismo que mensaje de salvación (13,26) y, por tanto, vida y salvación coinciden. Ambas palabras revelan el contenido central del mensaje gozoso o evangelio. Y anunciar las palabras de vida o proclamar el mensaje de salvación significa predicar a Jesús, «pues no hay ningún otro nombre bajo el cielo en el que podamos salvarnos» (Hch 4,12). Y predicar a Jesús significa decir que Dios lo ha constituido señor y salvador y que por medio de su muerte y resurrección se nos concede el perdón de los pecados si nos convertimos de corazón.

Según Marcos, la primera palabra que pronunció Jesús fue esta: «Arrepentíos y creed en el evangelio» (Mc 1,15). Así, pues, la conversión o penitencia de nuestros pecados es nuestra parte en el proyecto de salvación; pero es preciso tener presente que hemos de evitar una idea demasiado moral del pecado, sustituyéndola por una más bíblica, según la cual el pecado es ante todo alejamiento de Dios. De esta manera aparece a nuestra meditación una vida cristiana considerada no como una estructura religiosa exterior a la cual haya que adaptarse, sino como una exigencia interior, que es conversión y actitud filial ante el Dios que salva. Nuestro relato acaba con el tema de la alegría en las persecuciones, que recuerda las bienaventuranzas del reino: "Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey" (Mt 5,19).

O. COLOMER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 183 s.


9. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

Este Domingo la liturgia todavía nos trae ecos del Testimonio Apostólico de la primera sección del libro de Hch. Este Testimonio pertenece al bloque 5, 17-42 que ya comentamos el 21, 22 y 23 de Abril. Es importante que la liturgia nos recuerde este Testimonio Apostólico, pues es el fundamento de todo el Movimiento de Jesús en los 30 años que siguieron a la resurrección de Jesús, antes que se institucionalizaran las diferentes Iglesias. Todo se funda en este Testimonio.

En este texto se plantea dos veces el tema de la obediencia.

La obediencia a Dios antes que los hombres y el Espíritu Santo como don de Dios a los que le obedecen. Los Apóstoles de una manera pública y solemne des-obedecen a las autoridades del Templo que les han prohibido enseñar en el nombre de Jesús y dar testimonio de su Resurrección.

La obediencia a Dios los lleva a la des-obediencia a las autoridades del Templo. El Testimonio Apostólico choca con las autoridades del Templo. El Testimonio es simultáneamente de los Apóstoles y del Espíritu Santo. El Movimiento de Jesús, representado aquí por los Apóstoles, entra en contradicción frontal con las autoridades del Templo.

La fidelidad de los Apóstoles al Testimonio los hace merecedores del Espíritu Santo que Dios sólo da a los que le obedecen. En Hch 4, 1-22 vimos un Testimonio semejante de Pedro y Juan ante el Sanedrín. Ahí los Apóstoles agregaron: "No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (4, 20). Lo que ellos vieron fue que las autoridades del Templo y del Sanedrín dieron muerte a Jesús colgándole de un madero y que Dios lo resucitó y lo exaltó. El Testimonio Apostólico es el testimonio de esta realidad de muerte y resurrección de Jesús. Los Apóstoles debe hablar de esta realidad, aunque las autoridades se lo prohíban.

Deben ser fieles y obedientes a la realidad de Jesús asesinado y resucitado. Esta es la obediencia que los hace merecedores del Espíritu Santo. Son portadores del Espíritu por su obediencia a Dios y des-obediencia a las autoridades del Templo que les prohíben hablar de la muerte y resurrección de Jesús. El Testimonio de los Apóstoles, contra la voluntad de las autoridades del Templo, es además ineludible, porque a Jesús "Dios lo exaltó como Jefe y Salvador para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados" (v. 31). La reacción de las autoridades del Templo frente al Testimonio Apostólico es terrible: "Ellos, al oír esto, se consumían de rabia, y trataban de matarlos" (v. 33, no incluido en el texto del día).

Esta situación vivida por los Apóstoles se repetirá a lo largo de toda la historia del Cristianismo. Muchas veces el Testimonio Apostólico sobre la muerte y resurrección de Jesús entra en conflicto con las "autoridades del Templo". En estas situaciones la obediencia a Dios se impone contra la voluntad del Templo. Son los Testigos los portadores del Espíritu de Dios y es a ellos que debemos escuchar.