37 HOMILÍAS PARA EL III DOMINGO DE PASCUA
1-11

1.

-El anuncio de los apóstoles...

Podríamos continuar hoy, en este comentario, fijando de modo especial nuestra atención en la primera lectura (los Hechos de los apóstoles) que nos recuerda el camino de fe y esperanza de la primitiva Iglesia. Hemos leído un resumen de la predicación de los apóstoles, precisamente a través de las palabras atribuidas a Pedro en el día de Pentecostés.

Un resumen que incluye TRES ASPECTOS FUNDAMENTALES en el anuncio de los apóstoles: 1) Jesús de Nazaret fue un hombre que Dios acreditó por sus obras admirables; 2)Jesús de Nazaret fue entregado y matado en una cruz, pero Dios "lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte" porque "no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio"; 3) así se cumplió lo que anunciaban las Escrituras del AT. Tres puntos (camino admirable de J, resurrección y glorificación tras su pasión y muerte, cumplimiento de las Escrituras) que también hallamos hoy en la lectura evangélica que hemos leído. Pero este anuncio de la primera Iglesia no quedaba como simple afirmación de hechos sucedidos, de realidades del pasado, sino que estaba absolutamente orientado a las CONSECUENCIAS que estos hechos tenían para el cristiano, es decir, para el hombre que creía en estas afirmaciones. Eran hechos anunciados y creídos como realidades preñadas de consecuencias porque -como leemos en la carta de san Pedro (2. lect)- significaban el haber sido rescatado (liberado) "de ese proceder inútil recibido de vuestros padres".

Este era el gran anuncio de la iglesia de los apóstoles: una posibilidad de vivir de otro modo, una posibilidad de liberarse de seguir un PROCEDER INÚTIL y sin sentido. Y, por eso, la pregunta que hoy nosotros debemos plantearnos es si comprendemos este nuevo modo de vivir que es -según los apóstoles- la consecuencia de creer en Jesús de Nazaret. -...es un camino de vida...

En las palabras del Salmo que recuerda Pedro, hay una expresión que él refiere a JC, y que puede darnos el sentido de este nuevo modo de vivir: ME HAS ENSEÑADO EL SENDERO DE LA VIDA. Jesús es, para los apóstoles, aquél que ha experimentado, ha seguido y ha enseñado este sendero que conduce a la vida. /SAL/015/11 Sendero, camino de vida, el que siguió y enseñó JC, el que no quedó ahogado ni vencido por la muerte, el que rompió las ataduras de la muerte. Este es el gran anuncio apostólico: Dios ha manifestado la verdad de este camino, su fecundidad, al resucitar a JC. Esta es la fe de los apóstoles: ESTE CAMINO ES EL BUENO, es el de Dios; un camino que puede continuar, ha de continuar.

SER CRISTIANO SIGNIFICA ESTO: creer en este camino de vida, apuntarse a él, querer seguirlo cada vez más. Creyendo que es el camino de Dios. Camino de Dios, camino de vida... ¿no es lo mismo? El problema es que los cristianos a menudo no lo vivimos así. Y entonces también nosotros traicionamos a JC; podríamos decir que nuestro JC es entonces alguien que sigue muerto en el sepulcro. Como los discípulos de Emaús, no vivimos de una gran esperanza, no nos dejamos "sobresaltar" por el anuncio de que JC es un camino de vida porque él está vivo, porque él es la Vida. O, lo que es lo mismo, porque él es nuestro Dios.

-... que se manifiesta en la alegría de creer.

Una consecuencia, o si queréis un signo, de este modo de entender y vivir la fe y la esperanza propia de los primeros cristianos, la hallamos varias veces en las lecturas de hoy. En todas ellas hay como una EXPLOSIÓN DE ALEGRÍA, de entusiasmo apasionado por este camino de vida que es el sendero de JC. "Se me alegra el corazón, exulta mi lengua", "me saciaré de gozo, de alegría perpetua", "hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza", "ardía nuestro corazón mientras nos hablaba"... son distintas expresiones que hemos leído.

También nosotros deberíamos tener como SEÑAL DISTINTIVA de la verdadera vida cristiana esta alegría poderosa, consecuencia de creer que realmente Dios por JC nos ha enseñado el sendero de la vida. Desconfiad de cualquier tipo de cristianismo triste, gris, aburrido. Desconfiad de quienes hablan mucho de prohibiciones y no transparentan caminar por un sendero de vida. Confiad en aquellos cristianos que respiran amor, vida, alegría, esperanza.

Ellos son quienes -como los apóstoles- han comprendido qué significa seguir el camino de JC.

Aquel camino que él ilumina, fortalece, alegra, cada vez que nos reunimos para escuchar su Palabra y partir su Pan. Porque él camina con nosotros y su -nuestro- camino es de vida.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1975/08


2.

Quizá alguna vez lo hemos pensado: "Si JC nos ha salvado, si Dios nos acompaña, si su Providencia vela por nosotros, debería notarse más... Podría hacer Dios que se notara más que somos sus hijos y que nos ama..." Y este mismo tiempo de Pascua que celebramos quizá invita especialmente a pensar esas cosas. Porque proclamamos y oímos y celebramos precisamente que Jc está aquí y ha vencido el mal y la muerte, y entonces uno piensa que ya sería hora de que Dios hiciera que eso se cumpliese en este mundo, en la vida de cada uno y en la de todos. Que se cumpliese esa gran esperanza que JC ha abierto.

Y por el contrario, resulta que nuestra vida sigue dura como siempre, y el mundo sigue mal como siempre, y el dolor y la injusticia siguen como siempre. Y eso nos lleva entonces a pensar lo que decíamos antes.

Pero entonces, cuando nos ocurre esto, cuando pensamos esto, nos conviene muy especialmente escuchar el evangelio de hoy y darnos cuenta de cuál es, realmente, el anuncio de Pascua.

Y el anuncio de Pascua es éste. Que acompañando nuestra vida, quizás desencantada como la de los discípulos de Emaús, se ha juntado con nosotros uno que quizá nos cuesta reconocer pero que es el mismo Jesús. Y Jesús va a nuestro lado para que nos demos cuenta de que el camino del Mesías, y el camino de todo el que quiere seguirle, nos es un camino que nos ahorre la dureza de la vida, sino que es un camino que se mete dentro, y lucha por amor hasta la muerte.

Y no hay otro camino, y sólo así el Mesías entra en su gloria, y sólo así el seguidor del Mesías obtiene esa misma gloria. Y ese será pues el anuncio de la Pascua: que Jesús nos acompaña para mostrarnos que su camino es un camino de vida.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981/03


3. GRUPO.

La historia de los discípulos de Emaús nos coloca ante un fenómeno que también podemos experimentar cada uno de nosotros y la misma comunidad cristiana como tal. Es el fenómeno de la CRISIS o fases graves y delicadas que puede atravesar nuestra vida cristiana y la vida de la Iglesia.

Los dos discípulos de Emaús habían seguido con sinceridad a JC, se habían hecho amigos de él y puesto en él sus esperanzas: "Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel". Ahora se encuentran con que Jesús ha muerto y, naturalmente, consideran esta muerte como el fracaso y la desaparición de la acción de Jesús en el mundo. Desorientados, decepcionados y entristecidos caminan discutiendo y comentando entre sí la crisis que pasan...

Me parece que no nos va a resultar difícil a todos nosotros, de una u otra forma, sentirnos representados en los discípulos de Emaús. Es normal que también tengamos, como ellos, unas ideas y unas formas determinadas de vivir y de entender la fe en JC, y nuestra adhesión a la Iglesia... y que todo esto se mezcle con prejuicios y sectarismos dentro de nosotros, aunque nos esforcemos para que no sea así. Es nuestra forma de ser, como la de los de Emaús y la de todos los apóstoles. La forma de ser humana, indecisa, contradictoria, pecadora. Por eso nos resultan convenientes, e incluso necesarias, las crisis como etapas para decidirnos de nuevo y convertirnos más. Ya decía el Concilio refiriéndose a la Iglesia, que "la Iglesia necesitada siempre de purificación, va en continua busca de penitencia y de renovación" (L.G. 8).

Tenemos que saber hacer como los de Emaús: PONERNOS EN COMUNIÓN VERDADERA CON JC que camina entre nosotros, con el Cristo que es nuestro pan y nuestra palabra, LA FUERZA Y LA VERDAD PARA NUESTRAS CRISIS. Es lo que ahora estamos celebrando, como lo hicieron los discípulos de Emaús: "Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio... Ellos comentaron: ¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Debemos superar, pues, nuestras crisis con una fe más purificada, con una fe que esté DE VUELTA de nuestros propios prejuicios y sectarismos, como los de Emaús que "levantándose al momento SE VOLVIERON a Jerusalén".

Es importante que aprendamos esto hoy más y mejor como fruto de la Pascua de este año. Finalmente, un toque de atención:

Hay ACTITUDES ENFERMIZAS ante la crisis, actitudes que debemos eliminar de nosotros y de nuestras comunidades cristianas, actitudes que son una rémora, un freno que nos impide afrontar las crisis como son, profundizarlas, inventar la forma de superarlas. Una actitud enfermiza es LA DEL MIEDO. El miedo nos lleva a replegarnos sobre nosotros mismos o sobre nuestras ideas y seguridades adquiridas. El miedo a menudo se transforma en un espíritu de conservación del pasado o de nuestros propios estilos, y en una furia de condenación de todo lo que es nuevo o distinto. Otra actitud equivocada es LA DEL RECHAZO DE TODA ACCIÓN GRADUAL Y PROGRESIVA Y DE TODO RESPETO AL PLURALISMO. Así, hay cristianos que, con el pretexto de que lo único digno de su alma -más evangélica que la de las demás- es una especie de apocalipsis total, fácilmente viven en la irritación, la susceptibilidad y la mitificación de su propia actitud.

Examinémonos tanto por lo que se refiere a nuestras posibles crisis personales, como sobre las crisis que afectan a toda la Iglesia. Todos tenemos tendencia a una u otra de estas actitudes enfermizas... ¿Intentamos evitarlo? ¿cómo buscamos que la Palabra de Dios y sus sacramentos nos purifiquen? ¿cómo acogemos a Cristo que nos habla para nuestra corrección en los demás hermanos, en los pastores de la Iglesia? Como a los discípulos de Emaús, Jesús también está entre nosotros para partirnos el pan e invitarnos a su mesa. Para que sepamos vivir de nuevo más a fondo nuestra vida cristiana y la vida de la Iglesia.

JOSEP HORTET
MISA DOMINICAL 1978/07


4. EVON/CARACTERISTICAS

Parece que la intención de Lucas en esta narración de los discípulos de Emaús es catequética. Vamos a recoger y destacar los puntos fuertes de esta catequesis, con el deseo de que puedan ser para nosotros una buena ayuda en nuestra acción evangelizadora. Se ha dicho que la evangelización es hoy la tarea primordial de la Iglesia. Interesa ver cómo lo hace Jesús.

1.-Se parte de una situación concreta: dos discípulos de Jesús que marchan desilusionados y preocupados. El punto de partida no es muy optimista. Tampoco lo es el nuestro. La religión no es hoy un valor tan en alza como lo fue en otros tiempos. Por lo menos, para la mayoría. Y, dentro de la Iglesia, la euforia y renovación que provocó el Vat. II, no está siendo tan fácil. No están las cosas como para echar las campanas al vuelo, aunque hay signos de esperanza. Seamos realistas para evangelizar, partamos de los hechos y las situaciones, aunque sean dolorosas y conflictivas, como hace Jesús.

2.-"Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos". He aquí una actitud verdaderamente evangelizadora. Acercarse y caminar juntos. Es la actitud de siempre de Jesús, en todas las páginas del Evangelio es así. Buena lección para los primeros cristianos y para la Iglesia de todos los tiempos. No se evangeliza estando lejos o aparte, ni desde una mesa de despacho, o por circulares como norma. Hay que empezar por estar con el pueblo, especialmente con los más pobres y pequeños, vivir sus problemas y alegrías. Hoy, en algunos sectores, educar en la fe es acompañar en la fe, convivir la fe. Ir al lado, tal vez, un poco delante. Como hace Jesús.

3.-En el centro de la evangelización está la persona de Jesús. "Os hablo de Jesús Nazareno", dice Pedro en la primera lectura. "Él les pregunta: ¿Qué? Ellos le contestaron: Lo de Jesús el Nazareno". Lo esencial en el cristianismo no es la cruz, ni la obediencia, ni la caridad, ni la Iglesia, lo esencial es Jesús. Es y debe ser el punto clave y esencial de nuestra evangelización. Quien no haya tenido un encuentro personal con Jesús no es cristiano. Y Jesús resucitado, como expresamente se dice.

4.-Una evangelización desde la Palabra de Dios, desde toda la Escritura, expresamente se citan a los profetas y a Moisés. El Vat. II nos ha recordado que en la Sagrada Escritura está, también, la pedagogía de la fe. Hoy, por fortuna, muchos cristianos alimentan su fe directamente en la Escritura. Saben orar con los salmos y fortalecen su fe en catecumenados bíblicos.

"Ellos comentaron: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Una evangelización renovada pasa por el descubrimiento de la Palabra de Dios, por la lectura de la Biblia. De esto están convencidos los cristianos más conscientes de hoy y muchos ya lo hacen.

5.-Otro elemento importante, casi habría que llamarlo imprescindible, para la evangelización es la hospitalidad, la apertura acogedora. Con esta postura es imposible que Jesús pase de largo, porque lo que quiere es quedarse con el hombre, salvar al hombre. "Pero ellos le apremiaron diciendo: Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Y entró para quedarse con ellos". Estar abierto a cualquier palabra de salvación o a cualquier mano que se nos tiende debería ser una actitud de simple salud humana, y más cuando en tantos momentos de la historia, también el nuestro, y de la vida personal, la noche de la duda y de la soledad nos cae encima. Es la aportación del hombre, esta apertura, para que la evangelización sea una realidad.

6.-Pero cuando se les abrieron los ojos y lo reconocieron fue al partir el pan. Era algo que Jesús debía hacer de una forma especial hasta en el aspecto sensible. Era el signo predilecto de Jesús, su único rito. Partir y compartir el pan con los amigos, con los suyos, con todos. Lo de Jesús es algo así como una merienda entre amigos, como una comida familiar. De ahí parte, ése es el signo. Aunque el fondo ya sabemos todos que es su vida, que es la eucaristía, "fuente y cumbre de la vida cristiana", como la llama el Vat. II. A Jesús se le conoce al partir el pan, al cristiano se le debe conocer, también, al partir el pan. Hay que cuidar nuestras eucaristías, nuestras misas, para que en ellas se reconozca a Jesús.

7.-Estos dos de Emaús, que dan la impresión buscaban el ponerse a salvo por si acaso, vuelven a Jerusalén, "donde encontraron a los once con sus compañeros", vuelven al buen camino, que es la comunidad. La fe en Jesús lleva a la fraternidad, a la comunidad. Sin comunidad no hay fe en Jesús. Es otro punto fuerte de nuestra evangelización.

DABAR 1981/29


5. CR/DESENGAÑO EP/FRUSTRACION

"Nosotros esperábamos.." "Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús..." He aquí dos hombres que marchan cabizbajos por el camino del desengaño, de la frustración, del abandono de todas las esperanzas: "Nosotros esperábamos...". Estos hombres habían dejado su casa y su familia, su hacienda, para seguir a Jesús de Nazaret, y ahora apenas les queda otra cosa que el hato de sus recuerdos. ¿Para qué sirven los recuerdos? Nadie como Jesús había movilizado tantas esperanzas en Israel.

Sus discípulos llegaron a creer que sería el libertador del pueblo, pero una vez más ha ocurrido lo mismo: los que tienen el poder han dado una lección tremenda a los que sólo tuvieron la audacia de esperar. No se puede hacer nada. Jesús ha sido sepultado. Se acabó. Es cierto que algunas mujeres han hallado su tumba vacía y han venido diciendo no sé qué de unos ángeles y de unas apariciones celestiales... Pero a Jesús nadie lo ha visto. Es mejor olvidar.

La experiencia de los dos discípulos es nuestra propia experiencia. También nosotros conocemos ese camino: ¡Cuántas promesas que no han madurado en nuestras vidas, cuántos fracasos, cuántos planes que se han ido abajo, cuántas ilusiones perdidas!... (Hojas del árbol caídas-juguetes del viento son.-Las ilusiones perdidas-ay, son hojas desprendidas-del árbol del corazón.·Campoamor-R) Quizás también nosotros hemos abandonado el grupo. Porque nosotros esperábamos que el concilio... que la Iglesia..., que los obispos... Nosotros esperábamos que la democracia..., que los partidos... Pero todo ha sido una ilusión, flor de un día. Y estamos de vuelta. Sin embargo, nos preguntamos: ¿Es éste el sendero de la vida? El Mesías tenía que morir. Estaba escrito por los profetas. Pero ¿cómo podían comprenderlo aquellos hombres de Galilea que soñaban, como cualquier zelote de su tiempo, en la restauración del reino de David y en el desquite de Israel contra los romanos? ¿Cómo podían comprenderlo, por ejemplo, Santiago y Juan, que le habían pedido a su Maestro los mejores puestos cuando llegara el día de la victoria? Estaba escrito que el Mesías tenía que morir, y el mismo Jesús lo había anunciado por tres veces en su penosa subida a Jerusalén. Con todo, los que seguían a Jesús no entendieron ni una sola palabra y no sabían lo que les quería decir. Y es que ellos esperaban otra cosa y, sobre todo, esperaban de otra manera muy distinta a como esperaba Jesús. Por eso no lo comprendieron.

Pero era verdad, el Mesías tenía que morir para entrar en su gloria. Y con el mesías, tenía que morir también la falsa esperanza de sus discípulos y todas las ilusiones que se habían forjado sobre "ínsulas baratarias" y triunfalismos de tejas abajo. Tenía que morir todo eso para que Jesús resucitara y, con él, nuestra verdadera y única esperanza. La que no defrauda, porque es la esperanza contra toda esperanza. Porque es la esperanza contra la muerte y a través de la muerte. De manera que todos nuestros fracasos, incluyendo el fracaso radical de la muerte, fueran en adelante el desfiladero de la vida. Jesús tenía que morir para que sus discípulos aprendieran la lección de la semilla: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere permanece solo, pero si muere da mucho fruto". Y la lección del amor: "El que guarda su vida, la pierde, pero el que da su vida, la gana".

Y la lección de la paciencia, que no es otra cosa que la esperanza en traje de faena y de ningún modo la simple resignación y el derrotismo, pues "todo contribuye para bien de los que se salvan". ¿Quién se acuerda hoy de la paciencia?, ¿quién tiene todavía paciencia?; o lo que es lo mismo: ¿hasta dónde alcanza hoy la esperanza, hasta el primer fracaso o más allá de la muerte? El Mesías tenía que morir para que el Señor estuviera a nuestro lado y nos acompañara camino de Emaús, para que el Señor estuviera con nosotros al partir el pan con los hermanos. Tenía que morir para que fuéramos rescatados, con el precio de su sangre, "de ese proceder inútil recibido de nuestros padres" y pusiéramos nuestra fe en el Dios que resucita a los muertos. Tenía que morir para enseñarnos a todos cuál es el sendero de la vida. "Me han enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia" (Sal 16.).

La alegría pascual no está reñida con la seriedad de la vida, porque no es la alegría de los que no conocen el sufrimiento y los peligros, sino de aquellos que los afrontan con esperanza. Por eso nos dice Pedro en su carta: "Tomad en serio vuestro proceder en esta vida", vosotros "que habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza". Ahora sabemos que la vida, no obstante vuestras profundas contradicciones, tiene un sentido y una salida. Como sabemos que la semilla, aunque se pudra y porque se pudre, da mucho fruto.

Después de la muerte y de la resurrección de Jesús, no podemos dudar los que nos llamamos sus discípulos, no podemos decir: "Nosotros esperábamos...". Porque hemos aprendido que la auténtica esperanza se conjuga en presente: nosotros esperamos. Porque estamos convencidos de que el camino de esta esperanza no pueden recorrerlo aquellos que están de vuelta de todo, sino aquellos que aún no han llegado, pero saben que todos los caminos marchan hacia delante. Porque sabemos, porque creemos que hay una promesa pendiente que se ha de cumplir a pesar de todo. Por eso damos ya gracias a Dios y nos gozamos, aunque sabemos que nuestro gozo será completo cuando se manifieste la gloria de los hijos de Dios en la casa del Padre.

EUCARISTÍA 1978/17


6.

AQUEL MISMO DÍA

El Evangelio de hoy, la aparición del Resucitado a los discípulos de Emaús, es la tercera y última aparición que leemos los domingos, antes de Pentecostés y empieza así: aquel mismo día. El rescoldo pascual aún es reciente: es el día de Pascua. La primera lectura lo completa, también al empezar: El día de Pentecostés, el término de la plenitud pascual. Debemos resaltar estos elementos temporales porque a partir del domingo que viene, los textos evangélicos nos hablarán de distintos rasgos de la identidad pascual del Señor a lo largo de su vida de predicación. Y debemos saber mantener el tono festivo hasta Pentecostés.

EL CAMINO DE EMAUS, Y EL SENDERO DE LA VIDA

El camino de Cleofás y su compañero es el camino de salida de Jerusalén hacia un destino incierto. Es un camino sin esperanza, es camino de derrotados, de vencidos: nosotros esperábamos... Es un camino de desorientación y de incertidumbre: ¿dónde está su Emaús? ¿y el de cada uno? Es camino de abandono de los demás -los compañeros discípulos con quienes se ha compartido tanto- camino de autosuficiencia, camino en el que todo se torna oscuro. Camino de desconfianza, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, camino que conduce a la incredulidad, a él no lo vieron.

Pero también es camino de duda, de inquietud, de ansiedad, camino de interrogarse uno mismo y hablar con los compañeros de ruta: ¿puede haber esperanza, orientación, certeza, diálogo verdadero? ¿Se puede vivir así la vida? Alguien "aparentemente" le había dado sentido. Era lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso. . . y ya ves: hace dos días que sucedió esto.

¡Qué maravilla de descripción la que Lucas ha sabido dibujar de la situación de la persona humana que va en busca de sentido, perdida por los "Emaús" del mundo! ¡Qué extraordinaria la encarnación-presencia del Señor resucitado, aún incomprensible para el hombre perdido, desorientado! ¡Qué lección más práctica de cómo llevar a término la "misión" de la Iglesia, de cada cristiano hecho apóstol, por los caminos de "Emaús" de nuestra vida, de nuestro mundo! ¡Qué actualidad, la de este texto, y conviene releerlo con frecuencia para saber actuar como el Resucitado!

En el camino de todos los Emaús, acompañando a los hombres y mujeres del mundo, se debe hacer presente el sendero de la vida como hemos cantado en el Salmo. Un camino que es de regreso, de conversión, de respuesta, de esperanza, de diálogo, de comunidad, de Iglesia: ¡Qué necios y torpes sois para creer...! Que, compartiéndolo todo, empieza por el anuncio, sigue con la catequesis -sobre todo bíblica- y, con paciencia, llega a suscitar el deseo ardiente de sentido a la vida y el ruego aunque inicialmente no sepan siquiera a quien lo dirigen: Quédate con nosotros o el día volverá a declinar.

SE VOLVIERON A JERUSALÉN: EL CAMINO DE LA FE

Y cuando lo reconocieron, desapareció. Ya lo tenían presente en su corazón ardiente por la Palabra que les ha explicado las Escrituras. Y se encontraba realmente entre ellos en el pan partido, signo -sacramento- de su presencia amorosa que les acompañaba y los alimentaba. Ahora ya saben que es en Jerusalén donde les espera en la comunidad de los discípulos que los reconfortarán en la fe proclamada: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón, porque la Iglesia, comunidad fiel que transita por los caminos de Emaús, se vuelve a encontrar en Jerusalén convocada en la fe por su Señor. Su fe es la fe de la Iglesia. El camino de regreso, cuando el día ya ha declinado, es camino que se realiza a la luz de la fe.

Es la fe que el mismo Pedro -protagonista en las tres lecturas de hoy- explica de manera histórica, explicando el sentido de las Escrituras, en la primera lectura. Es la fe bautismal que invita -en la segunda lectura- a abandonar el proceder inútil y a poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza, porque es Dios mismo que, a precio de la sangre de Cristo, nos posibilita ya ahora vivir en la Jerusalén celestial: tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Es la fe de la Iglesia, la fe apostólica, que proclamamos relatando la historia salvadora de Cristo, que empieza en la Encarnación y, pasando por el Viernes Santo, culmina en la resurrección.

AL PARTIR EL PAN

En la asamblea dominical, a semejanza de Jerusalén, acudimos desde nuestros Emaús particulares, cargados con todas las incertidumbres y desazones, como Cleofás y su compañero. Sabemos que el Señor nos ha acompañado amorosamente. Ahora, reunidos en comunidad, dejamos que él mismo nos explique las Escrituras, proclamamos nuestra fe, y lo reconocemos cuando él mismo vuelve a partir el pan y nos lo da, para alimentar nuestro camino. Así también nosotros podemos "acompañar" a todos los que se cruzan en nuestro sendero de la vida.

JOAN TORRA
MISA DOMINICAL 1999/06/35-36


7. DO/IDENTIDAD-CRA

-EI encuentro con Cristo Resucitado cambia la vida

El encuentro con Jesús Resucitado cambió la vida de aquellos dos discípulos de Emaús. Se habían marchado de la comunidad. Caminaban tristes, con los ojos cerrados, sin esperanza ni ilusión. Y ahora, después de reconocerle, por fin, en la fracción del pan, se les abrieron los ojos, su corazón se llenó de esperanza y corrieron llenos de alegría hacia la comunidad, a dar testimonio de su experiencia. Y se encontraron con una comunidad llena de la buena noticia: "Es verdad: ha resucitado el Señor y se ha aparecido".

También es admirable lo que le pasó a Pedro. Hacía pocos días que, por miedo a ser también él detenido, había negado a Jesús ante la criada y los guardias. Pero ahora su cobardía se ha convertido en un valiente testimonio ante todo el pueblo, el día de Pentecostés, como hemos leído en el libro de los Hechos: "Os hablo de Jesús Nazareno... vosotros lo matasteis en una cruz, pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte".

Esa es la razón de ser de nuestra fe y de nuestra esperanza, de la alegría y del compromiso de vida de todos los cristianos. Como nos ha dicho Pedro en su carta: "Por Cristo, vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza".

Ya estamos entrando en la tercera semana de Pascua. Podemos preguntarnos, hermanos, si se nota. Si nuestros familiares, vecinos y compañeros de trabajo, notan que Cristo nos ha comunicado su vida, su energía, su dinamismo pascual. ¿Vivimos como personas que tienen esperanza o nos dejamos dominar por la pereza o el cansancio? ¿nos parecemos a los discípulos de Emaús en su viaje de ida o en el de vuelta? ¿estamos ya en Pascua o nos hemos instalado en una perpetua Cuaresma?

Si en este año 1999 el Papa nos ha invitado a mirar con ojos filiales a Dios Padre, ¿cómo puede ser que esa convicción no nos llene de auténtica alegría? Pedro empezaba su carta de hoy diciendo: "Si llamáis Padre" a Dios, "tomad en serio vuestro proceder en esta vida". Si estamos convencidos de que somos hijos en la familia de Dios, que somos "hijos en el Hijo" porque somos hermanos del Hijo Resucitado, eso debería cambiar nuestra vida y llenarla de sentido: de alegría y de compromiso a la vez.

-¿Cómo podemos experimentar la presencia del Resucitado?

La escena que acabamos de leer en el evangelio, el episodio de Emaús, nos da unas pistas muy sugerentes para que también nosotros, los que no hemos conocido personalmente a Jesús de Nazaret, podamos experimentar de alguna manera el encuentro con él.

Lo podemos reconocer, ante todo en la comunidad reunida. Aquellos dos "volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros", y el mismo día volvieron a alegrarse con la aparición del Señor a todo el grupo. Jesús nos dijo: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo". Cuando nos reunimos los cristianos, sobre todo para celebrar la Eucaristía dominical, ya deberíamos sentirnos en presencia del Resucitado, aunque no le veamos.

Además, lo reconocemos y acogemos en la Palabra que se nos proclama. A los discípulos de Emaús, Jesús "les explicó las Escrituras" y luego dijeron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?". En la misa, Jesús se nos da primero como Palabra. Comulgamos con él acogiéndole como la Palabra viviente, la Palabra hecha Persona que Dios nos dirige. Cada domingo volvemos a esta escuela de formación permanente que es la escucha de las lecturas bíblicas, en las que Cristo mismo nos habla y se nos da como luz y alimento.

Y, finalmente, reconocemos a Cristo Jesús en la fracción del Pan, en la Eucaristia. Es cuando a los dos de Emaús se les abrieron definitivamente los ojos: "Y contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan". El Señor Resucitado, que ya nos está presente en la comunidad, y que se nos ha  comunicado como la Palabra salvadora de Dios, ahora, en el colmo de su cercanía, se nos da como alimento en ese Pan y ese Vino que él mismo nos aseguró que son su Cuerpo y su Sangre, su misma Persona, para que tengamos vida y fuerza para el camino.

Son tres direcciones -Comunidad, Palabra, Eucaristía- que se cumplen de modo privilegiado cada domingo, cuando la "comunidad del Señor", en "el día del Señor", se reúne para celebrar "la cena del Señor". Como para aquellos discípulos de Emaús, cuyo encuentro con el Señor sucedió "aquel día, el primer día de la semana".

El domingo es en verdad para los cristianos motivo de esperanza, escuela de la verdadera Palabra, motor de energía para toda la semana, encuentro con el Señor Resucitado, que nos anima a seguir viviendo como buenos seguidores suyos en medio de este mundo. De la Eucaristía del domingo tendríamos que salir a nuestra vida de cada día más motivados, como evangelizadores y testigos en nuestra familia y en nuestro circulo social. Como los apóstoles. Como los discípulos de Emaús.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/06/39-40


8.

Lo habían dejado todo para seguir a Jesús. Habían dejado su tierra y su parentela, sus hijos, sus mujeres, su barca, sus redes... todo a cambio de una promesa. Abandonaron la casa para emprender un camino, dejaron su oficio para responder a su vocación: "Venid, seguidme. Yo os haré pescadores de hombres".

Nadie como aquel profeta de Nazaret había movilizado nunca tantas esperanzas en Israel. Sus discípulos creyeron que iba a ser el libertador, el mesías prometido, el que tenía que venir, el deseado de las naciones. Y en verdad sus palabras les sonaban a vida eterna y parecía que se acercaba para los pobres el reinado de Dios. Pero aquellos que no abandonaron nada y prefirieron su reino al reinado de Dios, aquellos que detentaban el poder de Jerusalén, los señores del templo y los maestros de la sinagoga, se dispusieron a dar una tremenda lección a los que tuvieron la audacia de esperar. "Hasta aquí hemos llegado", se dijeron, y después de la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén, levantaron la espada contra los ramos de olivo. Prendieron al profeta, lo juzgaron y lo condenaron, lo entregaron a los romanos para que lo crucificaran entre dos ladrones. Hirieron al pastor y dispersaron los ovejas. Se acabó.

La contundencia de los hechos convenció a los seguidores de Jesús de que no había ya nada que hacer: "Nosotros esperábamos..." Y la esperanza de los discípulos se perdió por el camino de los recuerdos, de los tristes recuerdos, de los recuerdos inútiles. Cuando ya no queda otra cosa que esto, cuando la memoria de tiempos pasados es lo único que mantiene todavía la unidad de un grupo, de una comunidad, de un pueblo, esta unidad se va debilitando y termina por disolverse. Los dos discípulos que huyen de Jerusalén camino de Emaús, que se apartan del grupo de los otros discípulos, son un claro síntoma de esa disolución.

Todo ha terminado. ¿No sería preferible olvidarlo todo? Por ese camino de Emaús marchan hoy los que ya están de vuelta sin haber llegado al fin de sus deseos, los que se hicieron ilusiones que no se han cumplido, los que lucharon hasta cierto punto, los que ciertamente no esperaron y no esperamos de verdad, como deberíamos haber esperado los que nos reconocemos discípulos de Jesús, es decir, con realismo y contra toda esperanza. El único que no puede estar nunca de vueltas es el que ha llegado hasta el extremo del amor y de la muerte, el que ha dado la vida y por eso ha resucitado hacia delante, para no volver a morir.

Este, el Señor, es el que nos da alcance por el camino por donde huimos cobardemente nosotros con el desencanto y las frustraciones. Este, el Señor que vive, es el que se mezcla en nuestro discurso y participa en nuestra conversación, haciéndose el despistado para que hallemos al fin la pista de la auténtica esperanza que no defrauda, interpretando el sentido de las escrituras y deshaciendo al atardecer el equívoco del ocaso, cuando llega la hora de partir el pan. Porque ésta es la señal, porque sólo en la fracción del pan, cuando desaparecen los egoísmos, podemos reconocerlo y tener la gozosa experiencia de que sigue viviendo y está con nosotros. Entonces se abren los ojos de sus discípulos y se calienta otra vez su corazón, entonces comprenden que el ocaso de sus mezquinas y pobres expectativas coincide con la aurora de la resurrección.

La esperanza de Jesús, a diferencia de las vanas esperanzas de sus discípulos, que se habían hecho ilusiones de ocupar los primeros puestos, cuenta con la muerte: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere -les había dicho-, permanece solo; pero, si muere, da mucho fruto". Pero ellos no le comprendieron, y no sabían que "el mesías tenía que morir para entrar en su gloria".

Por eso se vino abajo su esperanza cuando vieron a Jesús levantado en la cruz, porque no era una esperanza realista como la de su maestro. Los discípulos de Emaús se acordaban de todo menos de lo que debían acordarse en aquellas circunstancias. Jesús, al recordarles lo que ya les había dicho y al revisar con ellos los acontecimientos interpretando las Escrituras, redime la memoria de la cruz y la hace valer para el futuro: en adelante la Iglesia ya no podrá detenerse en la cruz, ya no podrá acordarse de la pasión de Cristo, sin celebrar también su resurrección, y "anunciará la muerte del Señor hasta que vuelva". Porque cuando parecía que todo había terminado, comienza propiamente el camino de la verdadera esperanza.

"Me has enseñado el sendero de la vida": La alegría pascual no está reñida en absoluto con la seriedad de la vida. Porque no es la alegría de los que no conocen el sufrimiento y las dificultades del camino, sino la de aquellos que cuentan con todo eso y, sin embargo, son capaces de afrontar la misma muerte con esperanza: "Tomad en serio vuestro proceder en esta vida", vosotros "que habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza". Los que creemos en la resurrección de Jesús ya no podemos conjugar en pasado la esperanza: "Nosotros esperábamos...", sino en presente, que es el tiempo de la auténtica esperanza. Y esto significa encontrar por fin el sendero de la vida que marcha siempre hacia delante: "Nosotros esperamos una nueva tierra y un nuevo cielo". Sabemos que todo está ya en dolores de parto y la creación entera suspira por la plena manifestación de los hijos de Dios.

EUCARISTÍA 1981/22


9. FRACASO

Ahora comienzan a ir por la vida desilusionados y de vuelta de todo. "No vale la pena quemarse por nada ni por nadie. Es mejor volver al realismo del que toca, del que tiene los pies en tierra. Dejemos a los ingenuos que se preocupen por los demás y pongámonos nosotros a solventar los propios problemas. Si no lo hacemos así, nadie lo hará por nosotros. ¡Basta de hacer el primo! ¿De qué nos ha servido seguir a ese Jesús tan convincente y que prometía tanto? Sí, por un tiempo valió la pena: nos dio lo que nadie da: preocupación por los otros, la alegría de hacer mil favores, la sorpresa de que entregándonos, haciendo del extraño un prójimo, resulta que eres tú el que más recibe... El saber que ya no estás más solo, que unidos se multiplican las fuerzas, que la comunicación profunda es fácil, el amor brota todo natural y que el creer en Dios y saberlo junto a nosotros es casi una evidencia... En fin, por un tiempo -¡tan corto!- sentimos eso de que la vida vale la pena, que estamos haciendo algo decisivo y que es verdad que sólo el amor es digno de crédito...

Pero ¡todo se vino abajo de un modo tan trágico! Es una lástima, pero los días llenos e ilusionados nunca ya volverán. ¡Qué maldición ha caído sobre nosotros que nos fiamos como nadie de ese Jesús!"

Este diálogo de dos hombres tristes, de dos personas apaleadas por un destino trágico, que se escapan de allí adonde habían vivido, gozado y amado, de allí adonde habían vivido comprometidamente, esa conversación de esos dos que se salvan de una enorme catástrofe y van a ahogar sus penas en la tranquilidad de un cálido Emaús, es la historia mil veces repetida por quienes dejaron -y tal vez no sin razón- un camino comenzado junto a Jesús, en la generosidad y en la seguridad de que algo nuevo nacía que cambiaba su vida para siempre.

Lo demás es la historia singular e irrepetible de un doloroso aborto. Unos por aquí, otros por los motivos más diversos, todos han tropezado con el fracaso, con el desaliento y pronto o tarde, una vida ha muerto en ellos. De ahí la amarga lección: volvamos a lo nuestro y no nos metamos a redentores. ¡Adiós para siempre a esos momentos de idealismo y de euforia! Acallemos la mortal tristeza del corazón y marchemos por la vida con los ojos bien abiertos y llevando al día las cuentas.

A todos los que están así, ya de vuelta de todo, se dirige el mensaje de resurrección de Lucas. También en el fracaso está Jesús como compañero de camino

Ahí también se le puede encontrar como entrañable compañero y entablar un diálogo creador de vida y fuego. Desde ahí puedes tener un nuevo acceso al Resucitado, volverá a latir el corazón muerto que llevas en el sepulcro de tu cuerpo, podrás reírte con toda la vida dentro y contagiarla a los demás.

Hundimiento personal o escándalo institucional. Que es otro de los caminos que llevan a darse de baja: "Cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes".

Otro derrotero es el de aquéllos que se van con mala conciencia, sabiendo que otros continúan: "Algunas mujeres de nuestro grupo volvieron contando incluso que estaba vivo". Es verdad que se impone la sensatez: fulano y zutano trataron de aguantar contra viento y marea, pero el final es siempre el mismo: "a él no le vieron".

¿Que pistas da el Evangelio para quienes viven -o podemos vivir- en situaciones semejantes? ¿Cómo volver a la vida, renacer a la esperanza primera? ¿Cómo, en fin, poder resucitar? Esquemáticamente quedan apuntadas así:

-Déjate acompañar por quienes andando por el mismo camino permiten que se te aclare tu corazón.

-Que la Palabra de Dios (la escrita y la vivida día a día en la historia más cercana -la tuya, tu entorno-) se adentre en ti e ilumine tu compromiso en la Historia que va tejiéndose y que pide tus energías y compromisos.

-Comparte con los hombres tu vida y tus bienes. Sé humano, hospitalario, comunica lo que tienes y eres. "¡Quédate!"

-Haz que la Eucaristía sea una verdadera comunidad de fe y de mesa.

-Termina rehaciendo el camino: es bueno reconocer los errores. Aprender del fracaso. Volver como testigo de esperanza a una comunidad que necesita del signo renovado que tú eres. Evangeliza como testigo de la Resurrección.

DABAR 1978/25


10.

Jesús el Nazareno, profeta poderoso en obras y palabras, de quien se esperaba la liberación de Israel, ha sido entregado por los jefes del pueblo y ajusticiado por los romanos. Y ya va para tres días de todo esto. ¿Qué se puede esperar? Humanamente nada. La represión brutal de los poderosos de este mundo ha hecho callar una vez más a los profetas, como hizo callar a Juan Bautista y a tantos otros que precedieron al Nazareno. Pero la frustración y el desengaño es ahora mayor que nunca, pues nunca nadie había levantado tantas esperanzas como Jesús. Una vez más las cosas vuelven a estar como siempre; sólo queda el rumor y el comentario de la triste noticia, ¡se acabó el evangelio! ¿O acaso la dicha que Jesús prometió a los pobres, a los que tienen hombre y sed de justicia, a los que construyen la paz, es la desdicha de morir entre dos ladrones?

Los que ostentan el poder y mantienen el orden -su orden- han dado una lección a cuantos osaron esperar, y muchos están de vuelta de todos sus deseos. Con Jesús ha muerto en Jerusalén la esperanza de los que le siguieron, de los discípulos que ahora se esconden como cucarachas cada cual en su agujero. Dos de ellos regresan a casa. Lo habían dejado todo para seguir al Maestro, y ahora vuelven derrotados. ¿A quién escucharán en adelante? El que tenía "palabras de vida eterna" ha muerto con todas sus palabras y todas sus obras. ¡no se puede hacer nada! "Nosotros esperábamos..." ¡Se acabó la esperanza! La esperanza de los discípulos se acaba porque no era como la de Jesús. Ellos esperaban la humillación de los romanos y el desquite de Israel, como cualquier zelote de aquellos tiempos.

Ellos esperaban seguramente, como sus amigos Juan y Santiago, ocupar puestos importantes cuando llegara el día de la restauración de la dinastía de David en la persona de Jesús, del Mesías. Ellos esperaban... Pero su esperanza se vino abajo, cuando vieron que Jesús, el Rey de los judíos, era alzado en una cruz y ocupaba el último lugar. Y si esto sucedía con el Maestro, ¿qué podían esperar sus discípulos? No, la muerte no entraba en sus cálculos. Y eso que Jesús había anunciado por tres veces, a lo largo de su penosa y última subida a Jerusalén, que sería entregado y asesinado para resucitar el tercer día. por eso, porque no contaban con la muerte, abandonan toda esperanza.

Todos están de vuelta menos Jesús. Porque Jesús esperaba más y de otra manera que sus discípulos. Jesús esperaba con toda su alma que sucediera ya lo que tenía que suceder para entrar en su gloria y vencer al último enemigo. Jesús contaba con la muerte: "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece él solo; pero si muere, da mucho fruto". Por eso Jesús mantiene la esperanza hasta la muerte, en la muerte y a través de la muerte.

MU/ESPERANZA: Precisamente aquí se manifiesta la esperanza contra toda esperanza humana; esto es, la esperanza radical o raíz y fundamento de todas las esperanzas legítimas. Sin esa esperanza radical hasta la muerte y en la muerte misma, sin esa esperanza que acepta la muerte como su último paso -como paso obligado de la vida-, todas las esperanzas se marchitan antes de tiempo, sin dar fruto, y nos confunden. Muchos "estamos de vuelta", pero ¿hasta dónde hemos llegado? El que está dispuesto a dar la vida no está nunca de vuelta; en él vive siempre una esperanza victoriosa que no retrocede ante ningún obstáculo ni se amilana en los fracasos. Es una esperanza que bien podría definirse como "sufrimiento de un amor que no se resigna ante la angustia de lo terreno y la falta de libertad del hombre, de un amor que sueña con la felicidad de los pobres y con la libertad de los oprimidos y que está dispuesto a hacer cualquier inversión para convertir en realidad ese sueño" (Moltmann).

RS/DEMOSTRACION: ¿Qué sucedió para que los discípulos de Jesús, que habían abandonado todas sus esperanzas, comiencen a vivir una esperanza sin límites? ¿Qué sucedió para que unos hombres amedrentados, apagados, sintieran de nuevo que les ardía el corazón y estuvieran dispuestos ellos mismos, a morir por la causa de su Maestro, dispuestos a hacer la inversión de su vida por amor a los hombres, sus hermanos? Los evangelistas dicen unánimemente que Jesús resucitó. Pero no como Lázaro, que volvió a morir, sino hacia adelante... que es la dirección de la esperanza. Los discípulos interpretaron la muerte de Jesús como lo que tenía que suceder, como única salida, como desfiladero de la esperanza y paso obligado, como pascua. Por eso nació en ellos la esperanza que cuenta con la muerte, que asume la muerte en su camino hacia la plenitud de la vida. Y a partir de la experiencia pascual comprendieron las palabras de Jesús: "El que da la vida, la gana". Desde este momento el amor no tiene límites, ni la esperanza.

EUCARISTÍA 1975/25


11. EMAUS/CAMINO-DE.

La escena evangélica de los caminantes de Emaús la tenemos que trasladar a nosotros y a nuestro entorno actual. Porque, como ellos, nosotros sabemos que nos hemos puesto en camino. Pero no sabemos en qué condiciones ni a qué precio o gozo. Y, sobre todo, nos hemos puesto en camino hoy que es tiempo de incertidumbre y de inclemencia, de perplejidad y de zozobra, de desaliento y de oscuridad. No sabemos si llevamos una dirección acertada o si hemos perdido el rumbo. Ignoramos si hemos aterrizado en un atajo fácil o si seguimos por el camino verdadero. Unos a otros nos preguntamos con miedo y esperanza por la meta, y la meta no llega nunca. Pero es necesario seguir caminando. Y es necesario porque mientras vamos andando surge inesperada y sorpresivamente la noticia de algo radicalmente novedoso. Surge la confirmación de la sospecha y del rumor transcendental. Surge, en definitiva, la confirmación exacta de que no vamos solos en este caminar, sino que el Resucitado mismo se pone a caminar con nosotros. Entonces, el problema creyente-caminante está en la intercomunicación de todos los caminantes y en el sincero y profundo reconocimiento de Cristo en el compañero que camina a nuestro lado. Y en la aceptación amorosa de la noticia imprevista de nuestra salvación.

-LA CAÍDA DE LAS MASCARAS

Si, en este disponerse a caminar con riesgo y esperanza, nos situamos ante la Palabra de Jesús, nos vemos en la necesidad de revisar a pecho descubierto nuestra propia fe para resituarnos ante Dios. Nos vemos obligados a desmontar todo el andamiaje más o menos artificial y engañoso que hemos puesto como sustento de nuestra fe, cuando no deja de ser solamente un sucedáneo facilón.

-Porque, como los de Emaús, tenemos una fe imperfecta, con motivaciones falsas, con finalidades torcidas, con despistes en la esperanza, con adherencias de un extraño barro que se nos va pegando mientras caminamos.

-Es preciso que sucedan cosas que no entendemos ni aceptamos que sucedan, "porque somos necios y torpes para creer".

-Es preciso que los cristianos suframos lo que nos resistimos a sufrir, que se nos derrumben situaciones, ideas y aspiraciones que empequeñecen la fe ("Nosotros esperábamos..., nosotros creíamos").

-Es hora de creer y esperar lo que Dios nos revela en Cristo dejándonos de creer y esperar lo que no cabe en la Fe ni en la Esperanza cristiana. No caigamos en la enorme tentación de cuadricular la Fe y la Esperanza. De hacer un Dios a nuestra imagen y semejanza. De manipular a nuestro antojo el Misterio. De escamotear farisaica y piadosamente la palabra de Jesús de Nazaret.

-Así, en la medida en que empezamos a creer con auténtica Fe y nos fiamos absolutamente de Dios, dejamos de creer en muchas cosas que algunos se empeñan aún en imponernos como Verdad de Dios.

-Porque no es lícito frenar los grandes o pequeños esfuerzos diarios por llevar la Fe a su camino evangélico, y sacarla de las meras ideologías humanas en que la hemos metido.

-LA VERDAD COMO ENCUENTRO

Es muy interesante meditar en aquel verso que escribió hace algún tiempo un sesudo poeta español, Antonio Machado:

"Tu verdad?
¡No, la VERDAD,
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela."

Y es que hoy necesitamos una Fe que vive su victoria -la victoria de la causa de Dios y su Reino- en la derrota de la propia causa ideológica, psicológica o política. Necesitamos una Fe que busca la Palabra de Dios en el propio silencio. Necesitamos una Fe por la que vivamos valientemente entregados a lo que Dios quiere en cada metro o centímetro de nuestro caminar. Podemos gritar que ya es tiempo de darle a la fe su seriedad; que es tiempo de tomar a Dios más en serio como único Absoluto.

Porque en infinidad de ocasiones hemos presentado sucedáneos de la Fe como auténtica causa de Dios y de la Iglesia. Hemos suplantado la verdadera Fe con nuestras propias palabras. Hemos "utilizado" a Dios como bandera para hacer nuestra lucha particular y para vivir entregados a lo que es solamente obra nuestra o conveniencia de nuestro egoísmo, aunque vaya casi siempre revestido de ortodoxo pietismo. En nuestro "camino de Emaús" es preciso que sepamos encontrar entre todos los caminantes la gran Verdad de la Fe, a la luz de los signos y acontecimientos diarios. A la luz de la palabra de Cristo que se va explicitando casi imperceptiblemente, muchas veces, en cualquier recodo del camino. Pero es gravísimo el querer jugar con las cartas marcadas de "nuestras mezquinas verdades" donde debe resplandecer el limpio juego de buscar la gran VERDAD del Evangelio.

-DESCUBRIR LA VERDAD EN LA FRACCIÓN DEL PAN: C/PRESENCIA-J. Cristo había dicho en el Evangelio que donde dos o más estuviesen reunidos en su nombre, allí estaría El. He aquí un ámbito real de encuentro con el Señor Jesús Resucitado. Si queremos, entonces, encontrar verdaderamente a Jesús, debemos buscarle donde sabemos, fiados en su palabra, que le encontraremos. Nuestro caminar ya empieza a adquirir un rumbo fijo. El horizonte de búsqueda desesperada ya empieza a aclararse un poco. Ya no es posible poner la disculpa o la objeción de ignorar cómo se busca la verdad del encuentro con Cristo. Lo sabemos. Pero nuestros miedos siguen todavía en pie. Tenemos miedo de fallar. Tenemos miedo de no reunirnos con suficiente Fe. Sin embargo, sabemos que la COMUNIDAD es el lugar de encuentro con Dios. Que le encontraremos en medio de los hombres; y, sobre todo, de los hombres que se reúnen llamados por su palabra que nos invita a la caridad.

EU/PRESENCIA-J: Pero hay una presencia más firme y especial de Cristo: En la celebración eucarística. Es el espacio privilegiado de la presencia de Cristo. Siempre ha sido éste el espacio privilegiado:

-En los Evangelios vemos cómo la mayoría de las apariciones de Cristo, las experiencias más intensas de la presencia del Resucitado, las tuvieron los apóstoles en las comidas hechas con el Señor. Así fue el principio y así será siempre.

-En la última Cena Jesús mandó repetir aquel acontecimiento "en conmemoración suya". Por eso en toda celebración eucarística Cristo está presente de una manera especial. Y participar en una Eucaristía significa tener un encuentro con Cristo Resucitado. Si, a veces, no somos capaces de descubrir a Cristo en nuestras Eucaristías es por nuestra ceguera y por nuestra monótona desidia. Porque hemos convertido nuestras Eucaristías en algo leguleyo, en algo desangelado, en un cuerpo muy bonito con muchas ceremonias y muchos ritos -aún no modernizados-, pero fríos y sin contenido de vida. Nos hemos habituado a preguntarnos más por el "cumplimiento del precepto" que por el encuentro vital. En definitiva, hemos domesticado nuestra Eucaristía de tal manera, que la hemos tipificado muy honrosamente en un apartado más de las leyes eclesiásticas. Y así no se puede inflamar nuestro corazón, como los corazones de aquellos dos caminantes; ni podemos descubrir fácilmente a Cristo porque en nuestras fracciones de Pan somos islas en vez de hermanos entrañables.

-EXIGENCIAS DE LA EUCARISTÍA: Toda la seriedad de la fe es necesaria para celebrar en serio la Eucaristía. ¿Calibramos realmente lo serio que es el Plan de Dios, su cumplimiento en Cristo, la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo que se actualiza en la Eucaristía? ¿Medimos lo serio que es ser Iglesia de Cristo? ¿Sabemos, a conciencia seria, que la Eucaristía nos hace y nos confirma Iglesia del Señor? Porque si no tomamos en serio la Palabra no podemos celebrar seriamente la Eucaristía. Si no creemos en Dios, en Cristo y en su Reino con la seriedad absoluta de la fe, no celebramos seriamente la Eucaristía. Si no tomamos en serio la Gracia y las tareas a que nos compromete Dios en Cristo, en favor de los hombres, no celebramos seriamente la Eucaristía.

-Por otra parte, no podemos olvidar que lo que verdaderamente glorifica a Dios es el hombre vivo, el hombre que vive como auténticamente resucitado. -Y de aquí estas dos exigencias de la Eucaristía:

a) Vivir como resucitados: Si la Eucaristía es un encuentro personal con Cristo muerto y resucitado, toda Eucaristía debe significar para nosotros morir un poco más a nosotros mismos, al pecado y al egoísmo en todas sus manifestaciones. Si cada celebración Eucarística significa para nosotros una autocrítica y una conversión al hermano, encontraremos verdaderamente al Señor resucitado. Lo habremos encontrado nosotros y podremos anunciarlo a los demás. Como los discípulos de Emaús, podremos conocer a Jesús en la fracción del pan y podremos ir a anunciar a los hermanos que nuestra búsqueda del Señor ha tenido un encuentro pleno y feliz. Y no daremos lugar a que la gente nos diga, en frase de J. Greene, cuando nos vean salir del templo: "Bajan del Calvario y hablan del tiempo". RUTINA

b) Vivir en torno a Cristo liberador: Cristo liberador engendra una unidad que es el resultado de una opción auténtica, de una adhesión personal y apasionada al mismo Cristo y a su proyecto histórico. Adhesión que se sitúa al comienzo de un camino, más o menos largo y difícil, pero que cada día exige un cuestionamiento y una ruptura con relación a su pasado. Entonces, se tratará de una comunidad de personas, para las que la opción por Cristo y por la Iglesia constituirá el mismo núcleo de su opción fundamental y determinará el sentido de su vida. Cristo liberador engendra una unidad viva y creadora, la unidad de un proceso transformador que, a la luz de la Palabra, no consiente en ser encerrado en un código de fórmulas o en un esquema de rigideces vacías.

c) Vivir la Eucaristía como vida de caridad y reconciliación: La Eucaristía nos cohesiona en torno a Cristo y en torno a los hermanos. Y esta cohesión nos exige que después vivamos verdaderamente como hermanos. La Eucaristía como comida de fraternidad está pidiendo a gritos unidad, armonía, fraternidad, comunión de sentimientos y actitudes.

CUESTIONARIO PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL O DE GRUPO:

-¿Cómo damos razón de nuestra fe auténtica y de nuestra esperanza ante los demás?

-¿Cuáles son nuestras principales máscaras piadosas que ocultan el verdadero rostro de una fe comprometida?

-¿Somos capaces de formar comunión con nuestros hermanos en la vivencia de la Eucaristía?

-¿Cuáles son los signos principales de nuestro vivir como resucitados con Cristo?

-Analizar nuestras Eucaristías a la luz de la Palabra de Cristo.

CARITAS. DE LA PASCUA AL CORPUS