REFLEXIONES

1.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Como el niño recién nacido, ansiad la lecha auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos. Aleluya» (1 Pe 2,2). O bien: «Alegraos en vuestra gloria, dando gracias a Dios. que os ha llamado al reino celestial. Aleluya» (Esd 2,36-37).

Colecta (del Misal Gótico): «Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con la celebración anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor que el bautismo nos ha purificado, que el Espíritu nos ha hecho renacer y que la sangre nos ha redimido».

Ofertorio (del misal anterior, retocada con textos de los Sacramentarios Gelasiano y de Bérgamo): «Recibe, Señor,  las ofrendas que (junto con los recién bautizados) te presentamos y haz que, renovados por la fe y el bautismo, consigamos la eterna bienaventuranza».

Comunión: «Trae tu mano y toca la señal de los clavos; y no seas incrédulo, sino creyente. Aleluya» (Jn 20,27).

Postcomunión (del misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): «Concédenos, Dios todopoderoso, que la fuerza del sacramento pascual que hemos recibido, persevere siempre en nosotros».

Ciclo C

Concluimos la octava de Pascua. La liturgia nos ha hecho vivir intensamente el gozo y la alegría de ser de Cristo, el que murió y resucitó por nosotros. Desde ahora, a lo largo del tiempo pascual, el pentecostés de alegría aleluyática, la Iglesia en su liturgia irá desentrañando en nuestra conciencia el Misterio de Cristo resucitado y de su Iglesia, en la que nos integramos por el bautismo. Hemos de ser responsables de estas sagradas realidades, realizadas en la historia de la salvación y en nuestra propia vida.

Hechos 5,12-16: Crecía el número de los creyentes. En torno a los Apóstoles comienza a formarse la primera comunidad eclesial, avalada por la fe en la resurrección del Señor Jesús. No tiene fronteras, como explica San Cirilo de Jerusalén:

 «La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, de uno a otro confín, y porque de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de la fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, terrenas o celestiales; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos cuantos los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales» (Catequesis 18,23-25).

Apocalipsis 1,9-11.12-13.17-19: Estaba muerto y ya ves que vive por los siglos. El triunfo de Jesús sobre la vida y la muerte sigue siendo el gran acontecimiento, que mantiene eficaz la fe y la esperanza de la Iglesia. La resurrección de Jesucristo es la fianza y la prueba infalible de nuestra esperanza, el firme apoyo de nuestra fe, la garantía más segura de que nosotros hemos sido redimidos, de que somos llamados a la vida eterna. Estaba muerto, pero ha resucitado para ser nuestra vida y Pontífice intercesor ante el Padre.

Juan 20,19-31. Ver Ciclo A.


 

2. MU/VE.

Muchos creen que todo acaba con la muerte, que no hay nada más. La muerte sería, según ellos, la última palabra. Pero la muerte es la primera pregunta. No  podemos vivir como-si-no-tuviéramos-que-morir, porque tenemos que morir, lo sabemos. Por  eso, para vivir en libertad, es necesario liberarnos del fantasma y del miedo a la muerte. De  lo contrario viviremos muertos de miedo a la muerte.

Nos cuesta mucho creer en la vida después de la vida. Algo nos barruntamos, algo nos  tememos, algo anhelamos, porque ciertamente nos resistimos a morir. ¿Es sólo un deseo?  ¿Una proyección de nuestro deseo? Pero, entonces, ¿de dónde y por qué surge en  nosotros ese deseo? Porque lo cierto es que tenemos otros muchos deseos -ser más alto,  más flaco, más guapo...- pero no creemos en ellos.

Los que niegan otra vida aducen siempre la falta de pruebas, de señales objetivas. No  hay, dicen, ningún caso de un muerto que haya resucitado y haya sido visto. Pero en eso se  equivocan, porque hay un caso. La fe cristiana, precisamente, descansa en el testimonio  de muchos que han tenido la experiencia de ver a un muerto resucitado. Los cristianos  creemos a los testigos que lo vieron.

Naturalmente, una cosa es que un muerto resucite y otra que el resucitado tenga que  acomodarse a las exigencias de nuestra limitada experiencia empírica. Los testigos de la  resurrección de Jesús han dejado bien claro que Jesús, que era el mismo antes y después,  ya no era lo mismo a partir de la resurrección. Es decir que la vida después de la muerte  sigue siendo vida, aunque ya no esté mortificada por los condicionamientos de espacio y  tiempo, que nos tienen atrapados momentáneamente.

¿Qué cómo es la vida después de la vida, la otra vida? Lo sabremos a su tiempo. De  momento sólo podemos creer lo que aún está por ver. Hay un cielo que creemos. Y hay  muchos cielos que fantaseamos. Pero esos cielos no son el cielo. 

EUCARISTÍA 1991, 18


3. D/V.

"No ha sido muerte, sino vida, la última palabra que Dios ha pronunciado sobre el destino  humano" (L. Boff). La vida ya nunca muere; tan sólo, reclinada, duerme dulcemente un  instante y despierta en resurrección en alguna parte.

B HERNANDO CEBOLLA
DABAR 1992, 26


4. NU/000008 

La cifra ocho aparece, después del diluvio, como el símbolo de una liberación que  permite a los privilegiados escapar a la suerte desdichada de la masa.

·ASTERIUS-AMASENO escribió hacia el año 400: «¿Por qué el Señor resucitó el octavo  día? Porque los primeros ocho hombres, después de la destrucción del mundo antiguo  suscitaron un nuevo universo en nuestra raza... De la misma manera que la primera  resurrección de la raza, después del diluvio, tuvo lugar mediante ocho personas, de la  misma manera también el Señor inaugura la resurrección de los muertos el octavo día,  cuando, habiendo permanecido en el sepulcro igual que Noé en el arca, pone fin al diluvio  de la impureza e instituye el bautismo de la regeneración, para que, habiendo sido  sepultados con El en el bautismo, participemos de su resurrección» (sermón sobre el Sal.  VI, P. G. XL, 448 B-D).

·JUSTINO-SAN, hacia el año 155, escribió en el Diálogo con Trifón: «En el diluvio se  realiza el misterio de la salvación de los hombres. El justo Noé, juntamente con los otros  hombres del diluvio, es decir su mujer, sus tres hijos y las mujeres de sus hijos, forman un  número de ocho y ofrecen el símbolo del octavo día, en el cual nuestro Cristo apareció  resucitado de entre los muertos, y que se encuentra como implícitamente siempre el  primero» (138, 2-3).

L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 179


5. LA FE EN EL RESUCITADO

Este domingo, que cierra la octava de  Pascua, suele llamarse "in albis", es decir, de  las vestiduras blancas que habían llevado los  nuevos bautizados durante toda la semana. Todos cristianos de ayer o desde hace  mucho tiempo, somos de alguna manera  "recién nacidos", tenemos la necesidad de  comprender mejor "que el bautismo nos ha  purificado, que el Espíritu nos ha hecho  renacer y que la sangre nos ha redimido",  como reza la Oración colecta de la Misa.

El relato de la aparición de Cristo a los diez  apóstoles y luego a Santo Tomás, muestra  aquí su luz y su certeza, a la vez que expresa  por boca del mismo Tomás la fe de todas las  generaciones cristianas: "Señor mío y Dios  mío". Debemos pensar que los cristianos  muchas veces, como los Apóstoles, estamos  encerrados por el miedo a los hombres y  unidos por la muerte. Es necesario que venga  y se aparezca Cristo, que abra puertas y  ventanas, para que salgamos a testimoniar la  fe pascual, a proclamar que con la  resurrección el futuro se ha hecho presente. 

Este futuro nuestro es cuestión de fe, no de  evidencia. Por eso es necesario superar un  concepto táctil y comprobador de tener que  meter las manos para estar seguros de lo que  creemos.

Andrés Pardo


6. Para orar con la liturgia

Cristo, nuestra Pascua ha sido inmolado. 
Por él, los hijos de la luz amanecen a la vida eterna, 
los creyentes atraviesan los umbrales del reino de los cielos; 
porque en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida 
y en su resurrección hemos resucitado todos.

Prefacio pascual II


7.

Jesús ¡Ha resucitado! La piedra del sepulcro ha sido  removida, pero aún falta remover el corazón de los  discípulos, corazones endurecidos y temerosos tras la  muerte del Señor, corazones que buscan el encierro por  miedo a los judíos.

En este segundo Domingo de Resurrección acoge a  Cristo el Señor que viene a ti con el mismo saludo pascual  que dirigió a sus discípulos: "La paz esté con ustedes", Él  quiere suscitar en tu corazón la alegría de la Pascua,  quiere remover tu corazón endurecido para que te  conviertas en testigo de la resurrección ante tus  hermanos.

La alegría de la Pascua la debes compartir y proclamar  seguro de lo que el Señor ha derramado sobre ti: el don  del Espíritu Santo "Recibe el Espíritu Santo" para que a  impulso suyo puedas decir confiadamente: He  experimentado la acción de Jesús en mi vida.

Cuanto agrada al señor una respuesta de fe: "Dichosos  los que creen sin haber visto"; cuánto agrada al Señor una  oración confiada "Señor mío y Dios mío".

Cuanto agrada al Señor una comunidad unida en este  día de Pascua para confesar su fe en Él, vivo y resucitado,  y que llega a cada eucaristía donde los cristianos reunidos  en su nombre le acogen y Jesús poniéndose en medio de  la asamblea vuelve a repetir para todos "La paz esté con  ustedes".

Comisión Episcopal de LITURGIA
PERÚ


8. ¿HAY QUE CREER SOLO EN LO QUE SE TOCA?

En este domingo que clausura la octava de  Pascua, volvemos los ojos al apóstol Tomás,  el escéptico, el incrédulo, el terco, el modelo  de los realistas, de todos los pesimistas, de  los que desconfían cuando las cosas salen  bien. Santo Tomás es, como muchos hombres  modernos, un existencialista que no cree más  que en lo que toca, porque no quiere vivir de  ilusiones; un pesimista audaz que no duda en  enfrentarse con el mal, pero que no se atreve  a creer en la dicha. Para él, y para otros  muchos, lo peor es siempre lo más seguro.

Pienso que lo que más conmueve, lo que  hace tan fraternal al apóstol Santo Tomás es  su violenta resistencia. Porque ha sufrido más  que nadie en la pasión del Maestro, no quiere  arriesgarse a esperar. Le pasó lo que le  ocurre al hombre moderno: el que no tiene  ilusión en la vida, es un iluso lleno de  ilusiones. En este tiempo en que vivimos en  que se cree tan poco, en el que abundan  tantos ateos y agnósticos, es cuando más se  sufre por la falta de fe. Quizá sufrir por no  creer es una forma discreta, humilde, trágica,  desgarradora, leal, de empezar a creer.

El apóstol Tomás puso unas condiciones  muy exigentes para creer en la resurrección:  "si no meto el dedo en el agujero de los clavos  y no meto la mano en su costado, no lo creo".  Jesús acepta estas exigencias con tierna  docilidad: "Tomás, mete tu dedo... mete tu  mano... no seas incrédulo, sino creyente". Y  Tomás se sintió completamente conmovido,  porque nunca se había imaginado que Cristo  atendiese un deseo tan difícil y absurdo. El  peor castigo que se puede dar a quien no  quiere creer es concederle aquello que se  pone como condición indispensable para  llegar a la fe.

El "credo" de Santo Tomás es tan breve  como sincero y espontáneo: "Señor mío y Dios  mío". Oración tan viva sólo puede  pronunciarse de rodillas con emoción. Los  creyentes de todos los siglos siempre le han  agradecido este hermoso y deslumbrante acto  de fe.

Andrés Pardo


9.

Comentario: Rev. D.. Joan Antoni Mateo i García (La Fuliola-Lleida, España)

«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados»

Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.

Por designio del Papa Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.

La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.