COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Ap 01, 09-11a. 12-13. 17-19

 

1. /Ap/LIBRO:

Estas líneas pertenecen a la introducción al oscuro libro del Apocalipsis. La lectura litúrgica ha dejado fuera los versos 14-16, lo cual la hace más inteligible hasta cierto punto, pero la priva de su carácter original, fuertemente apocalítico -valga la redundancia-, al usar frases tomadas de otra obra apocalíptica, el libro de Daniel.

Conviene acostumbrarse a interpretar este libro, con sus imágenes tan lejanas a nuestra sensibilidad, si es que queremos sacar algún fruto. La fórmula para ello es intentar traspasar la capa de fuera, no deteniéndose en los detalles, como probablemente hacían los primeros lectores. Así, en este párrafo no interesan al tema de la lámpara de oro en plural, las vestiduras espectaculares, las muertes aparentes y ni siquiera el mismo éxtasis.

El mensaje central es simple: posición central de Cristo resucitado y su influencia en la vida de los hombres. Se tiene en cuenta la vida terrestre del exaltado, pero se incide aún más en su condición gloriosa eterna. Este Jesús tiene relevancia definitiva para la vida de los hombres, de modo especial para quienes, como los destinatarios del Apocalipsis, se encuentran en situaciones de apuro. De hecho este libro tiene como finalidad la de confrontar a los cristianos perseguidos bajo Domiciano, a finales del siglo primero. El centro de esperanza es este Jesucristo del que se destacan los rasgos gloriosos y de poder total. Por eso se usan las imágenes que leemos. El mismo Jesús sigue teniendo esa misión hoy en día, aunque no lo expresemos de forma tan espectacular.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1992, 26


2.

El Apocalipsis es, probablemente, el libro más comentado, de toda la Escritura. De un valor excepcional para la Iglesia, trata de fortalecer al pueblo de Dios de todos los tiempos. Es un mensaje de esperanza, consuelo y aliento en la prueba que suponen para los cristianos los halagos de este mundo o las amenazas de los perseguidores. Siempre es leído en las celebraciones, principalmente en el tiempo de Pascua.

Juan (con los sencillos títulos de), vuestro hermano y vuestro compañero en la tribulación, desterrado por ser fiel a Jesús, se presenta con la autoridad que esa fidelidad le confiere. Lo hace un domingo, el primer día de la semana, el día del Señor, para transmitir un mensaje a las comunidades.

A pesar de su majestad, Jesucristo no infunde temor, sino confianza: ha resucitado y da la vida, incluso a los muertos.

Está presente en los acontecimientos del mundo. Ahora se manifiesta al profeta para que anuncie primero el presente y, después, lo que va a suceder.

El mismo Señor, pues, que pasa por en medio de sus comunidades, habla hoy a la fe de los creyentes. Sólo él puede decir la verdad: "no temas nunca a nada, ni a la vida ni a la muerte". Porque yo estoy contigo.

EUCARISTÍA 1992, 21


3.

Tenemos aquí una enumeración de los diversos aspectos de la condición cristiana que se encuadra como escatológica; la tribulación o la persecución, la prueba inaugurada por el conflicto escatológico de la cruz; la realeza y asociación a la soberanía de Cristo, vencedor de la muerte y de las potencias; la perseverancia o fidelidad en medio de la prueba y de la tentación. Junto a la tribulación y prueba que supone la cruz y el creer en Jesús, está la soberanía, la gloria de saberse vencedores con el resucitado. Para creer esto, en medio de una sociedad no creyente, es preciso mantener viva la fe y la esperanza en el triunfo del Señor.

Es una apelación simbólica que, bajo la influencia de Dn 7, 13-14, se ha utilizado en la apocalíptica judía, muy en boga en tiempo de Jesús y en el siglo I, para designar un ser misterioso que ejecutará el designio de Dios. En la descripción que sigue, los símbolos se toman también del libro de Daniel, contribuyendo a subrayar la transcendencia, la majestad, los atributos de este Hijo del hombre en el que evidentemente hay que reconocer a Jesucristo. El, por su resurrección, ha sido constituido juez de la muerte y ha asociado a los que creen a su mismo triunfo.

Mensaje de esperanza y de confianza.

La expresión "el primero y el último" es atribuida a Dios mismo en Is 44, 6 y 48, 12. Aquí se le aplica a Cristo, lo mismo que en Ap 2, 8 y 22, 13. El título de "el que vive" tiene la misma orientación porque sólo Dios es "el viviente" por oposición a los ídolos que no tienen vida (cf. 4, 9.10; 10, 6). Con estas expresiones se quiere patentizar la realeza de Jesús, el dominio sobre la muerte, la veracidad de su programa. El que se afilia al grupo de Jesús comprueba que lo ocurrido en el maestro se realiza también en el discípulo.

J/VENCEDOR: La comunidad confiesa con estas expresiones su fe en la resurrección. No solamente Jesús está vivo, sino que, al tener las llaves del Infierno, está indicando que los poderes de los que no temen a Dios no podrán nunca desbaratar la fe del verdadero creyente. Ni el dinero, ni el poder, ni la opresión, ni la tortura podrán nunca hacer desaparecer del corazón del cristiano la seguridad de que Cristo es "el que vive'.

EUCARISTÍA 1977, 20


4.

Juan se presenta como hermano de aquellos a quienes envía su escrito. El hecho de que escriba sobre "lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde", no le lleva a situarse en una posición superior, porque no son palabras suyas lo que escribe, sino fruto de un "éxtasis" que le ha sido concedido gratuitamente por Dios. Por otro lado, es hermano porque comparte el mismo destino de los demás cristianos: la realeza, pero también las penas y la paciencia para soportarlas. Incluso vive deportado a causa de su fe. Patmos es una isla desde la cual se pueden "intuir", colocadas en semicírculo, las siete ciudades a cuyas iglesias dirige el escrito.

El día del Señor, el domingo, el día de la resurrección, el Espíritu se apodera de Juan. Al igual que ha sucedido con los profetas, su misión y su palabra no son fruto de la propia voluntad, sino de la de Dios. La "voz potente" simboliza esta voz que supera a la palabra puramente humana.

La predicación ya no es sólo oral. Esta será escrita, para enviarla a "las siete Iglesias" que simbolizan a toda la Iglesia y que son simbolizadas, a su vez, por los "siete candelabros de oro". El nuevo pueblo de Dios ya no es el que se reúne en el templo de Jerusalén, sino la Iglesia, que tiene en su centro "una figura humana", es decir, Jesucristo. La imagen, sacada de Daniel, hace referencia al juez escatológico que actúa con el poder de Dios. La túnica hasta los pies y el cinturón de oro eran distintivos propios de los reyes y los sacerdotes.

Ante la manifestación de Dios, el hombre se siente anonadado. Sólo la palabra amorosa del mismo Dios lo puede reincorporar. Jesús se da a conocer con el mismo nombre de Dios. Pero es Jesús: es el que "estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos". El es el que vive. ¡El, hombre como los demás, es Dios!

J. M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1992, 6