COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1 Jn 5, 1-6
1.
-Nacido de Dios, vencedor del mundo
La segunda lectura del ciclo B recalca vigorosamente la eficacia de la fe: el que cree, ha nacido de Dios y es vencedor del mundo. Aquella comunidad que vivía como si tuviera "un solo corazón", necesitaba esta visión alentadora en los momentos en que tenía que desarrollarse en medio de un mundo hostil. De hecho, la lectura empieza con una afirmación: "Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios". Antes había escrito Juan en esta misma carta: "Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (4, 7).
Ahora se trata de la fe en la persona de Cristo. Esta fe personal, creer que Jesús es el Mesías, es tanto más necesaria, por tratarse del momento en que la pequeña comunidad sale apenas del judaísmo. Por otra parte, esta fe era objeto reiterado de la predicación (Hech 5, 42; 9. 22; 17, 3; 18, 28; Jn 9, 22). Creer que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios, es el objeto de la adhesión a la persona de Jesús.
Vencer al mundo supone esta fe en el Hijo de Dios. Sin duda quiso san Juan precisar primero qué era "creer"; porque en esto había y hay peligro de ilusión. Se puede creer, y no cambiar de actitud concreta de vida. Por eso san Juan, experimentado conocedor de su Iglesia, quiere precisar las condiciones realistas de la fe. Si se cree, se trata de cumplir los mandamientos. A este precio la fe hace de los cristianos vencedores del mundo. La fe es fuerza victoriosa. Por otra parte, Cristo había dicho: "Tened valor: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). La victoria de Cristo es un tema querido para san Juan; si creemos en la persona de Cristo Jesús, participamos en su victoria. El vencedor del mundo es el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Y debemos añadir nosotros, según el mismo san Juan: y vive de acuerdo con su fe. Esta fe no sería posible en medio de las contradicciones, si no diera testimonio el Espíritu mismo. En el oleaje de la tempestad, cuando el mundo entero rechaza a Cristo, los cristianos, asistidos por el Espíritu prometido por Cristo para dar testimonio (Jn 15, 26), seguirán creyendo firmemente con la firmeza que el Espíritu Santo les comunica. El Espíritu da, en efecto, la plenitud de la revelación que podemos palpar en la persona de Jesús (Jn 14, 16).
Si examinamos en su conjunto la misa de este segundo domingo encontraremos en ella un tema muy rico de contenido: la resurrección de Cristo ha creado una comunidad que es un solo corazón, comunidad persuadida de poseer la victoria sobre el mundo por creer en la persona de Cristo, e iluminada por el Espíritu Santo que da a la revelación su plenitud.
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981, pág. 190
2.
A partir de 4, 7 los temas de la fe y del amor aparecen con frecuencia y en íntima conexión. "...Amémonos unos a otros... todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios..." (vs. 4, 7); "quien cree que Jesús es el Mesías ha nacido de Dios" (vs. 5, 1a). Según el autor de la carta, el que cree en Jesús como Mesías y practica el amor fraterno ha cumplido el mandamiento del Señor y posee la vida eterna o vive en comunión con El (vs. 3, 23 y siguientes; 5, 13).
En vs. 5, 1 ss., el autor vuelve a hablar de los dos temas para explicarnos sus mutuas relaciones. Nuestra fe en Jesús como el Hijo de Dios (vs. 5,5 ) y en toda su obra redentora es la última raíz o el origen de nuestro amor fraterno y de nuestra comunión con Dios. Es cierto que la fe se manifiesta en el amor hacia los hijos de Dios y que la prueba del amor a Dios consiste en el amor a los hermanos (movimiento ascendente: vs. 1b; 4, 7.20); pero también es cierto que el amor que nos hace hijos de Dios no puede existir sin la verdadera fe cristiana. Nuestro amor a Dios es el baremo de nuestro amor hacia los hermanos (movimiento descendente: vs. 2-4).El ágape cristiano es algo muy diverso al amor humano, a la filantropía, al mero humanismo. Su origen es divino.
Amar a Dios es cumplir sus mandamientos (v. 3), doctrina que aparece con toda claridad en el libro del Dt. Juan no dice que la práctica de la caridad sea algo fácil (cfr.Jn. 16, 33), pero niega que los preceptos cristianos sean una carga insoportable (Mt. 11, 30). Razón: en virtud de nuestro nuevo nacimiento podemos triunfar sobre el mal y el maligno (v. 4; 2, 13 ss). En la cruz, Cristo obtuvo la victoria (en el pasado) sobre el mundo (Jn. 16, 33); por la fe en la obra redentora de Jesús podemos vencer también al mundo (en el presente: 4b-5).
El objeto de nuestra fe es que Jesús es el Hijo de Dios (vs. 5-6a) y su obra salvadora. En el v. 6, agua y sangre se refieren a los acontecimientos históricos en la vida de Jesús: su bautismo y su muerte; el Espíritu es la prolongación de Cristo entre nosotros y que da testimonio en la vida de la Iglesia. Es el Espíritu de verdad del que Jesús habló en la Ultima Cena (Jn. 14, 26; 15, 26; 16, 13-15) y cuya misión es enseñar toda la verdad a los discípulos y dar testimonio de Cristo. Agua (= bautismo de Jesús), sangre (=muerte), Espíritu en la Iglesia (v. 6) indican el orden histórico de la obra salvífica. Espíritu-agua (=nuestro bautismo), sangre (=eucaristía) del v.8 indican el orden de acceso a nuestra salvación. En oposición con el mundo, el Espíritu que es nuestro testimonio o abogado nos mueve a confesar nuestra fe -indecisa- en la obra de Cristo.
DABAR 1976/28
3.
El tema de este fragmento es la fe. Fe en el sentido neotestamentario en general y joánico en particular según el cual coincide en gran parte con el amor. Por eso se mezcla la fe y el amor, junto con sus consecuencias, como la de la filiación divina, de forma un tanto anárquica para el modo de pensar moderno, pero que indica algo muy importante y no tan entendido: la fe sin amor no vale nada. Mejor, es inexistente. Y a su vez amor práctico, real, con repercusiones expresadas aquí como guarda de los mandamientos, de los cuales el primero es el de amar. Lo cual indica también que no son mandamientos sin más, porque el amor no se manda.
Fe y amor con el punto de referencia de Jesucristo, también, a su vez, inseparablemente unido al amor del prójimo. Amor costoso.
Jesucristo viene con sangre, referencia o alusión a la muerte de Cristo por amor al hombre.
Hombre, Espíritu, Jesucristo, Dios... todo aparece en este fragmento. Todo es indisoluble en el mensaje del Nuevo Testamento. Lo de menos es organizarlo conceptualmente, con lo que a menudo se desvirtúa una realidad tan rica, sino vivirlo seriamente.
Y con eso podemos enfrentarnos con el mal realmente también presente en nuestro mundo. Y vencerlo.
FEDERICO
PASTOR
DABAR 1991/22
4.
El símbolo de nuestra fe no es otro que éste: "Jesús es el Cristo", o simplemente "Jesucristo". Pues con estas palabras se confiesa el evangelio: que Jesús, el que ha muerto en la cruz y no otro, es realmente el Cristo que ha resucitado. He aquí la identidad que constituye la sustancia del mensaje predicado por los apóstoles, por los testigos. El que cree en el evangelio es el hijo de Dios, ha nacido de Dios. Y, en consecuencia, ama al que le ha dado el ser, al Padre, y a todos los que han nacido del Padre por esa misma fe. Todos los que creen en Jesucristo son hermanos. Esta fraternidad es fundamental, pertenece a la misma constitución de la comunidad de Jesús que llamamos la Iglesia. Cualquier diferencia que se establezca después dentro de la iglesia y para servir a la iglesia, cualquier ministerio, permanece si ha de ser válidamente cristiano, dentro del marco de la fraternidad, y nadie puede situarse por encima de ella sin salirse de la familia de los hijos de Dios.
v. 2: Hay en estas palabras un proceso que va de la fe al cumplimiento de los mandamientos, del evangelio o anuncio de lo que somos -hijos de Dios- a lo que hacemos o debemos hacer, de la ortodoxia a la ortopraxis: El que cree que Jesús es el Cristo, nace de Dios, ama a Dios y en consecuencia a los hijos de Dios, cumple los mandamientos. Pero, si no cumple los mandamientos, esto es, si no cumple el mandamiento del amor, el proceso denuncia su mentira y lo condena: es un incrédulo, no cree que Jesús es el Cristo y ya está condenado. He aquí, pues, cómo para Juan la ortopraxis es la verificación o falsificación de la ortodoxia.
La nueva vida de los hijos de Dios se mantiene en el mundo y a pesar de este mundo. Es verdad que la concupiscencia o los intereses egoísta de este mundo oponen resistencia a los hijos de Dios.
Pero nuestra fe es la victoria que vence al mundo. Pues se trata de una fe que nos une a Jesucristo, el mismo Hijo de Dios.
Frente a los herejes que acentuaban el valor del bautismo de Jesús en el Jordán y negaban el sentido salvador de su muerte en el Calvario, el autor acentúa por igual ambos misterios. "Agua y sangre" son aquí dos figuras que se refieren al bautismo y a la muerte de Jesús respectivamente. Si en el bautismo en el Jordán fue investido con la misma fuerza de Dios, el Espíritu, esta fuerza se manifestaría precisamente en la debilidad de la cruz.
Se trata del mismo Espíritu que descendió sobre Jesús en el Jordán y al comienzo de su vida pública. Se trata del Espíritu que Jesús, muerto y resucitado, envía sobre la iglesia naciente para que empiece su misión en el mundo y predique el evangelio.
Es el Espíritu Santo que da testimonio de que Jesús es el Cristo, revelando el sentido salvador de su muerte en la cruz. Por eso este Espíritu es la verdad, pues es quien la manifiesta y la comunica.
EUCARISTÍA 1982/20
El tema fundamental de este fragmento es doble: la fundamentación del amor en la fe y la fundamentación de la fe en el testimonio sobre Jesús. El orden lógico es muy claro: Dios se manifiesta en el testimonio que da sobre su Hijo mediante el Espíritu, el agua y la sangre. De aquí se puede deducir que la fe será la aceptación de este testimonio. Y de la aceptación brota la caridad, porque el que cree en el amor de Dios que se ha manifestado en Jesús ha accedido a una vida nueva que le lleva a ver en los hombres a unos verdaderos hermanos.
Los primeros versículos son una maravillosa descripción de la vida del creyente: quien cree en la mesianidad de Jesús ha nacido de Dios, es hijo de Dios (v 1a); ama a los hermanos, hijos de un mismo Padre (1b-2); observa los mandamientos (3); y vence al mundo, porque la victoria con que se ha vencido al mundo es nuestra fe (4). Esta última afirmación es muy interesante: la victoria sobre el mundo ya se ha realizado (participio aoristo) en Jesús (/Jn/16/33: "Yo he vencido al mundo"). De ahí que la victoria sea nuestra fe, que es Jesús. Jesús es nuestra fe, como Jesús es nuestra vida, nuestro pan, nuestra palabra... Jesús lo es todo para nosotros. Y nosotros no somos nada sino en Jesús. Nos cuesta mucho comprender estas afirmaciones. En el fondo no acabamos de captar su sentido más profundo porque para nosotros el único criterio de comprensión es la lógica. Por eso no acabamos de entender que para la escuela joánica todas estas afirmaciones sobre Jesús y el cristiano nos lleven a una conclusión tan importante como verdadera: Jesús es el cristiano y el cristiano es Jesús. Es decir, la existencia cristiana era la forma sensible de la presencia de Jesús en el mundo. En la predicación del creyente los hombres recibían a Jesús como Palabra y como luz que iluminaba su vida. De aquí que la fe sea ya una victoria, partícipe de la certeza de lo que ya se posee, pero no como una realidad dada, sino como una tarea, como una apuesta que hay que llevar hasta las últimas consecuencias. El cristiano vence al mundo en Jesús. Pero la victoria de Jesús no está hecha. Hay que llevarla adelante cada día.
ORIOL
TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 626 s.