53 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE RESURRECCIÓN
28-38

28.

De las distintas posibilidades de lecturas que se ofrecen para la misa de hoy, este proyecto supone que se lee como segunda lectura la carta a los Corintios y como evangelio el mismo de la Vigilia, de Lucas.

La fiesta de las fiestas

"No está aquí. Ha resucitado". Hermanos, alegrémonos de corazón. Ésta es la Buena Noticia por excelencia. En medio de tantas informaciones tristes o preocupantes que nos aporta la historia, los cristianos hemos escuchado con gozo el anuncio del evangelio: Dios ha dicho un "si" decisivo a la humanidad al resucitar de entre los muertos a su Hijo y Hermano nuestro, Cristo Jesús, que se había entregado a la muerte por solidaridad con todos nosotros. Aunque muchos no se hayan enterado, ha sido un inmenso regalo para toda la humanidad. Los cristianos tenemos motivos muy válidos para cantar con convicción lo que nos ha hecho repetir el salmo de hoy: "Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegra y nuestro gozo".

Esta noche pasada, con la solemne Vigilia Pascual, hemos dado comienzo a la gran fiesta de Pascua, que va a durar siete semanas, hasta el día de Pentecostés, el 31 de mayo.

La victoria de Cristo es también nuestra victoria

Lo que celebramos no es un aniversario. Es una realidad que todavía sigue sucediendo. Jesús, hace dos mil años, inauguró la Pascua: la Pascua sigue viva. Él, Cristo Jesús, sigue vivo. Aunque no le vemos, está en medio de nosotros.

Con qué valentía lo ha dicho Pedro ante las autoridades, él, que negó a Jesús delante de una criada y unos guardias: "Lo mataron, colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver y lo ha nombrado juez de vivos y muertos". La resurrección de Jesús cambió la historia. Transformó a Pedro y a los demás discípulos de la primera comunidad.

Y quiere transformarnos también a nosotros. La Pascua de Cristo es también nuestra Pascua. Cristo quiere crear algo nuevo en nosotros, darnos su vida, su energía, su entusiasmo, su alegría. Como nos ha dicho Pablo, en la carta a los Corintios: ya que los judíos celebran su Pascua con panes ácimos, sin levadura, destruyendo todo el pan que tuvieran de antes y comiendo sólo pan nuevo, así nosotros, los cristianos, hemos de celebrar nuestra Pascua no con levadura vieja, levadura de corrupción y de maldad, sino con los panes nuevos de la sinceridad y de la verdad.

Una comunidad pascual

Pascua es noticia festiva y, a la vez, compromiso y estimulo para una vida nueva, según Cristo Jesús. Se tiene que notar no sólo en nuestros cantos y en el color de los vestidos y las flores y en el cirio que estará encendido durante siete semanas: sino en nuestra vida, en nuestro amor, en nuestra actitud de verdad y sinceridad.

Pascua es fiesta y es también tarea. Pedro nos ha dicho que Jesús, al aparecerse a ellos, llenándoles de alegría, les encargó que predicaran al pueblo y dieran testimonio de su resurrección. Es lo que hicieron aquellas valientes mujeres, las que habían estado al pie de la Cruz de Jesús y ahora eran los primeros testigos de su nueva vida: "recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los once y a los demás". Se convirtieron en "apóstoles de los apóstoles", en pregoneras de la Buena Noticia a todo el que quisiera escucharlas, aunque no les hicieran mucho caso. (Y lo que hicieron los dos discípulos de Emaús. Al reconocer a Jesús, fueron corriendo a Jerusalén y contaron lo que les habla pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan).

Cada uno en su ambiente -jóvenes, familia, escuela, mundo de los enfermos y los marginados, medios de comunicación, trabajo profesional, comunidad religiosa- debemos ser testigos de la Pascua de Jesús, contagiando a los demás, sin demasiados discursos, pero si con una vida convincente, su alegrí y su dinamismo.

Dejémonos llenar del mismo Espíritu de Dios que llenó a Jesús. Este año, especialmente, Pascua tendría que ser para nosotros totalmente llena del Espíritu del Resucitado. O sea, llena de vida, de energía, de novedad, de aire fresco, tanto personalmente como en la comunidad eclesial.

Hermanos, dejemos actuar en nosotros al Espirito de Dios: el que resucitó a Jesús quiere resucitarnos también a nosotros. Y así, Pascua no sólo será fiesta por Cristo, sino también por cada uno de nosotros.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 6,  17-18


29.

La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón. La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el ajusticiamiento de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles cohesión interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del resucitado lo logró.

Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuando que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que hace el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Veamos cómo demuestran esto las tres lecturas de este domingo. A nivel cronológico, debemos empezar por el evangelio (Jn 20, 19-31). La comunidad anda todavía disuelta. Tomás, el incrédulo, es sólo un ejemplo. ¿Qué hace Jesús para aunarlos? Dar al grupo su Espíritu de perdón, para que haga lo mismo con los demás y tomar a Tomás como ejemplo de reconciliación. En una comunidad reconciliada renace la fraternidad, la alegría, la capacidad de entrega... y se puede convertir en una comunidad creadora de nuevas comunidades reconciliadas. Este proceso de sentirse perdonado y de tener capacidad de perdonar a otros es el que va a ir activando la presencia del Resucitado en todos los que entren en contacto con la comunidad cristiana original. Es el mismo Jesús quien pone todo el énfasis de su resurrección en el sentirlo interiormente, más que en el verlo o en palparlo físicamente, a través de apariciones. Esta afirmación queda sellada con sus palabras: "Dichosos los que sin haber visto han creído".

Hch 5, 12-16 nos presenta el actuar de una comunidad que cree en el Resucitado: quien lo siente vivo y actuante en su interior, trata de comunicarlo de la misma forma. El testimonio que irradia la pequeña comunidad es el de una comunidad reconciliada, en la que todos tienen "un mismo espíritu" (v. 12), causan por eso impacto en la sociedad que los rodea (v. 13), despiertan nuevos seguidores y entregan gratuitamente a otros el amor que recibieron del Maestro. A partir de aquí, cualquier milagro es posible y es plenamente explicable. La lectura del libro del Apocalipsis (1, 12-13.17-19) nos coloca en medio de una comunidad perseguida por el solo hecho de seguir las enseñanzas del Crucificado, ahora Resucitado. Es la fuerza del Resucitado la que preside y guía la comunidad perseguida. Si ella sabe mantener viva la presencia de Jesús Resucitado, se mantendrá viva y fuerte aun en medio de la persecución más tenaz. El cristiano no debe tener miedo frente a nada ni nadie, pues no es la muerte su destino, sino la resurrección. A la comunidad cristiana no la preside la muerte. La preside la vida. Y es precisamente a partir de la vida, en cuyo servicio está, en donde el cristianismo tiene su fuerza. Cualquier participación o apoyo a procesos de muerte, es una traición al resucitado y un golpe mortal a su propia vida.

Para la revisión de vida

-¿Cómo va mi alegría, mi esperanza, mi optimismo o pesimismo frente a la realidad global?

-¿Es mi fe en la resurrección de Jesús una opción también por la vida a todos sus niveles?

Oración comunitaria

Oh Dios que en la resurrección de Jesús has dejado clara tu voluntad y tu propuesta de Vida abundante para todos; llenos de alegría te damos gracias por la confirmación que en la resurrección de Jesús has dado a todas nuestras esperanzas. Por N.S.J.

Para la oración de los fieles:

-Para que la resurrección de Jesús se expanda a toda la humanidad y el cosmos, y triunfe siempre el Amor y la Vida, roguemos al Señor...

-Para que vivamos siempre el cristianismo como lo que es: una buena noticia de alegría y salvación...

-Por la Iglesia entera, para que sea siempre testimonio de esperanza, de optimismo, de alegría, misericordia y acogida...

-Por todos los que tienen esperanza en la transformación del mundo, para reciban el premio a sus esfuerzos...

-Para que el Señor nos dé el coraje de afirmar siempre la vida sobre la muerte, la esperanza sobre la desesperanza, y el amor sobre toda forma de egoísmo...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


30.

Este proyecto está redactado a partir del evangelio de Mateo, el mismo de la Vigilia. En las vespertinas, el de Lucas 24,13-35. En este caso, en lugar del primer párrafo del proyecto, se dice el segundo, el que va entre corchetes [ ]. Como segunda lectura escogemos la de Colosenses.

-La fiesta principal del año

"Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho". Hermanos, ¡qué anuncio más gozoso nos hace el ángel! La mejor noticia de todo el año: Cristo ha resucitado.

["Era verdad: ha resucitado el Señor". Y ellos contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan. Fue el acontecimiento que cambió la vida de los dos discípulos de Emaús y de todos los demás. Habían visto a Cristo morir en la cruz y ahora se les aparece resucitado].

Con razón hoy es la fiesta principal de los cristianos. Si cada domingo nos reunimos para celebrar la presencia del Resucitado en medio de nosotros, hoy, día de Pascua, con mayor motivo todavía. Estos últimos días hemos seguido a Jesús en su camino hacia la Cruz, en su Muerte y sepultura, y ahora nos gozamos, con todos los cristianos del mundo, de su resurrección.

Muchos ya nos hemos reunido esta noche pasada, en la Vigilia Pascual, para escuchar las lecturas de la Historia de la Salvación, recordar nuestro Bautismo y, sobre todo, para proclamar el evangelio de san Mateo: que Cristo ha salido del sepulcro, triunfando de la muerte y del pecado. En esa celebración se ha encendido este Cirio que nos acompañará durante siete semanas, como simbolo del Señor victorioso, Luz del mundo.

-Cristo ha resucitado

Las lecturas nos lo han dicho con entusiasmo. Qué convicción muestra san Pedro cuando, en su catequesis de la primera lectura, nos ha resumido el misterio de Cristo: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu: lo mataron, colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y lo nombró juez de vivos y muertos: los que creen en él reciben el perdón de los pecados".

Dejándonos contagiar de su alegría, hemos cantado con el salmo: "Este es el día en que actuó el Señor". Y luego proclamaremos en el prefacio: "Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado: muriendo, destruyó nuestra muerte; resucitando, restauró la vida". Si hemos admirado, a lo largo de la Cuaresma y de la Semana Santa, la entrega generosa de Cristo a la muerte, por solidaridad con todos nosotros -su "sí" a la humanidad y a Dios-, ahora nos alegramos del "sí" que Dios Padre ha dicho a su Hijo, y a nosotros, resucitándole a una nueva existencia.

-El testimonio de la comunidad

La comunidad cristiana, siguiendo el ejemplo del ángel, y de las mujeres que acudieron al sepulcro, y de los discípulos de Emaús, y de la primera comunidad de los apóstoles, y sobre todo de Pedro, hace dos mil años que proclama ante el mundo este acontecimiento que ha cambiado la historia. Entonces decía Pedro: "Nosotros somos testigos... nos encargó predicar, dando solemne testimonio, su resurrección".

Y lo seguimos diciendo ahora: que Cristo es el que da sentido a toda la existencia humana. Que, en medio de un mundo agitado por mil crisis, él es el Salvador y Liberador, que nos conduce a la salvación y la vida verdadera. Por eso nos gozamos en ser cristianos, agradecemos a Dios el don de la fe e intentamos evangelizar a la sociedad en torno nuestro: comunicarle esta Buena Noticia.

-Invitación a una vida pascual

Pero el mejor modo de comunicar a otros la noticia de la Pascua es que vean reflejada en nosotros la vida pascual de Jesús.

Es lo que nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba... aspirad a los bienes de arriba..."

Por el sacramento del Bautismo (que hemos recordado con la aspersión al inicio de esta misa) fuimos incorporados al Señor Resucitado, a su muerte y resurrección. Por eso somos invitados a vivir como "resucitados". La fiesta de hoy, junto con la alegría y la esperanza que nos comunica, nos compromete también a vivir según la vida nueva de Jesús, a mirar las cosas de arriba, dando a nuestra historia de cada día una dimensión pascual. La Cincuentena que hoy iniciamos -las siete semanas de Pascua, hasta el día de Pentecostés, 23 de mayo- supone que nuestra vida no es la misma de antes. Pascua no admite tristeza, ni pereza, ni egoísmo, ni desánimo, ni apego a lo viejo, ni esclavitud.

La Pascua de Cristo Jesús quiere ser también Pascua nuestra. Porque "hemos resucitado con Cristo", tenemos que dejar a Cristo y a su Espiritu que actúen en nosotros el milagro de cada Pascua: una nueva vida, una vida más "pascual".

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 6, 11-12


31.

Hch 10, 34a.37-43: Testigos de su resurrección Salmo 117, 1-2.16-17.22-23 Col 3, 1-4: Si han resucitado con Cristo busquen las cosas de arriba Jn 20, 1-9: El primer día de la semana María Magdalena fue al sepulcro

Los Hechos nos presentan el discurso de Pedro en presencia de los gentiles, antes del pentecostés de Cesarea. Las palabras de Pedro están articuladas en dos secciones.

La primera parte sustenta la apertura a los no judíos. El Dios de la vida, que resucitó a Jesús, acoge sin acepciones a todos aquellos que anuncian el Reinado de Dios y construyen la paz. La práctica de Jesús fue siempre recibir a los excluidos y conformar un grupo humano donde se creciera en humanidad y amor al Padre. Por eso, la apertura a todas las naciones del mundo estaba inscrita en los planes de Dios y en el ministerio de Jesús. La Buena Noticia se comunica a todos los seres humanos de buena voluntad.

La segunda parte (Hch 10, 37-43), describe el ministerio de Jesús como una transformación de la humanidad marginada y deprimida: "haciendo el bien y curando a los poseídos por el demonio". La acción de Jesús rompía las mentalidades e ideologías esclavizantes y posesivas. Con su enseñanza preparaba a hombres y mujeres a un nuevo éxodo: la liberación del ser humano hacia un nuevo pueblo de seres humanos libres.

En esta parte, Pedro hace énfasis en el testimonio. Los discípulas y discípulos son testigos de la práctica liberadora de Jesús, de la injusta muerte a la que fue condenado, del triunfo de Dios sobre la tinieblas de la historia: Jesús fue resucitado. La resurrección es la experiencia del grupo de seguidores y seguidoras que compartieron con él la comida diaria, el trabajo y los afanes cotidianos. La comunidad se transforma en la presencia del resucitado y se siente llamada a dar testimonio de su presencia en la humanidad.

La carta a los Colosenses enfrenta las dificultades de una comunidad que se ve expuesta a una desviación, práctica y doctrinal, de la auténtica enseñanza cristiana. La comunidad se encuentra en un medio con fuertes influencias de creencias misteriosas, gnosticismo y otras tendencias religiosas que pululaban en el momento. El problema es diferente al de las iglesias de Jerusalén y Antioquía. Ya no es el legalismo judío que amenazaba con absorber al cristianismo. La dificultad radica en la confusión respecto al lugar que Jesús ocupa en la historia humana. Por esto, Cristo es presentado como Señor del universo, cabeza de la Iglesia y vencedor de los grandes poderes que someten a la humanidad y al mundo.

El pasaje que hoy leemos es la conclusión de una extensa exposición doctrinal. Enfatiza en la necesidad de permanecer abierto a las realidades históricas pero sin crear innecesarias confusiones doctrinales. Exhorta a no trastocar lo que es una experiencia de vida fundada en la catequesis paulina con los caprichos religiosos de moda.

Concluye contraponiendo lo que pertenece al mundo del Espíritu frente a las propagandas religiosas. Lo de arriba manifiesta la máxima aspiración de los creyentes: la resurrección. Lo de abajo las pasajeras modas ideológicas. La vida de la comunidad se convierte entonces en una semilla de esperanza: la voluntad de Dios es irrevocable. La comunidad está llamada a hacer de la "vida en abundancia" el derrotero de su acción, y para esto necesita estar firme en su enseñanza apostólica.

El evangelista Juan nos presenta la resurrección como un acontecimiento del "primer día". La pasión, crucifixión y muerte presentadas como un acontecimiento del día sexto. Como en el Génesis el día sexto es la conclusión de la obra de creación, en el evangelio es el final de la vida física de Jesús. Ahora, en un nuevo día, en un nuevo génesis, Dios comienza una nueva etapa de la humanidad. La negatividad de la historia es transformada por la acción de Dios. Pero, al igual que toda la acción de Jesús, todo ocurre en la discreción de la vida humilde y sencilla. Sólo una comunidad, representada por tres figuras: María Magdalena, Pedro y el otro discípulo, da testimonio de lo acontecido. El evangelio nos presentará diversas actitudes frente a la ausencia del crucificado.

El Evangelio nos relaciona a los testigos del resucitado representados en tres grupos con actitudes diferentes. El primero, el de María Magdalena. Ella se asoma a la tumba cuando todavía hay tinieblas. La oscuridad es símbolo de la oposición a Dios. Jesús vence las tinieblas. María, desafía la situación de oscuridad y busca el cuerpo del crucificado. En esta actitud priman el desconcierto y la constatación abierta e insistente: "se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto".

Luego viene el par de discípulos. Uno identificado con el nombre propio: Pedro. Lo acompaña alguien identificado genéricamente como el otro discípulo. Ambos corren a verificar el anuncio de la Magdalena. El otro se adelanta, examina la situación de la tumba y se abstiene de entrar. Pedro, por el contrario, entra y se encuentra con el sepulcro vacío. Ante las vendas que atan los pies e impiden la movilidad, y ante el sudario que representa la muerte, Pedro no tiene ninguna reacción. El "otro discípulo", por el contrario, al ingresar al sepulcro cree y alcanza la comprensión cabal de lo que le ha ocurrido a Jesús.

Las tres actitudes ilustran tres diferentes procesos de la resurrección. De un lado el complejo y completo proceso de la primera testigo de la resurrección. De la actitud de desconcierto y zozobra pasa al encuentro desprevenido e inconsciente con el Señor en el huerto. Por último descubre la presencia del resucitado y se convierte en testigo cualificado de la buena noticia.

Pedro, alterna con el "otro discípulo". Pedro representa a un grupo fiel a las expectativas del Israel histórico. Por eso, ante la ausencia del crucificado no se percibe reacción alguna. A pesar del diligente seguimiento, al grupo de Pedro le cuesta asumir la nueva situación de Jesús como una fuente de agua viva, como una semilla de vida (Jn 12, 24). Su actitud se contrapone a la del "otro discípulo". Este es más ágil en el seguimiento. El texto simboliza su disposición con la frase "corría más que Pedro". A la vista de la tumba, guarda un silencio respetuoso y reflexivo. Las vendas en el piso le significan una nueva situación que se debe entender con la mirada. Luego, entra en el sepulcro y alcanza la inteligencia de la nueva realidad en oposición a la falta de comprensión de Pedro. Sin embargo, el "otro discípulo" comprende todo ante la evidencia de la tumba según la Escritura, y no a partir de una experiencia con el resucitado. Será la totalidad de la comunidad la que, a partir del testimonio de la mujer, llegue a una comprensión plena del Resucitado.

Para la revisión de vida

¿He vivido esta Semana Santa como el camino que es a la resurrección y a la vida eterna? ¿He apostado por la vida, en mi vida?

Para la reunión de grupo

- Pedro describe a Jesús como el que pasó por la vida "haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo". ¿Es también así nuestro paso por la vida, el de nuestro grupo, comunidad; el de la Iglesia? ¿Somos testigos de que Cristo ha resucitado?

- El bautismo nos asocia a Cristo muerto y resucitado. ¿Cómo vivimos el bautismo, como un rito mágico o como el gesto que nos da una nueva vida? Y nuestra vida posterior, ¿es coherente con esa nueva vida recibida en el bautismo?

- Jesús ha resucitado; ¿esto es un artículo del credo, un enunciado que yo tengo que aceptar, o es una experiencia, un sentimiento en mi corazón y en mi vida, igual que experimento y siento, por ejemplo, el amor y el cariño de amigos y familiares? ¿Creo, sinceramente, en la resurrección de Cristo, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?

Para la oración de los fieles

- Para que la Iglesia dé testimonio de la resurrección trabajando siempre en favor de la vida, y de una vida digna y justa. Oremos.

- Para que todos los pueblos avancen en el camino de libertad, la justicia y la paz. Oremos.

- Para que el esfuerzo personal y colectivo de todos los que buscan una persona más humana y una sociedad más justa y fraterna, no resulte estéril. Oremos.

- Para que todos los que sufren las secuelas de la opresión, la violencia y la injusticia, encuentren más apoyo en nosotros para salir de su situación. Oremos

- Para que nuestra fe en la resurrección nos haga perder todo miedo a la muerte y sus secuelas. Oremos

- Para que el gozo por la resurrección de Cristo nos afiance en nuestro compromiso con el Reino de Dios y su justicia. Oremos.

Para la hora acción comunitaria

Dios, Padre nuestro, que nos llenas de gozo al abrir para todos en este día las puertas de la vida, por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte; protégenos y ayúdanos para que, renovados por tu amor, trabajemos siempre por vencer a la muerte y hacer crecer tu Reino, hasta que recibamos el don de la resurrección. Por Jesucristo.

Servicio Bíblico Latinoamericano


32.

Testigos de la Resurrección

Durante todos los domingos del tiempo pascual la primera lectura será de los Hechos de los Apóstoles. En los primeros domingos encontraremos fragmentos de la primera predicación cristiana a través de los discursos de Pedro (domingos primero, tercero y cuarto) y el proyecto de vida de la primera comunidad cristiana (segundo domingo). En el quinto domingo veremos a Pablo tomando contacto con la comunidad de Jerusalén; y el domingo sexto ya estará marcado por la referencia al Espíritu. Los textos de la Ascensión y Pentecostés son los propios de estas solemnidades.

El testimonio sobre la resurrección de Jesús que se encuentra en la parte final es el núcleo del fragmento de hoy. El discurso de Pedro en casa de Cornelio sigue el esquema de la primitiva predicación apostólica, en la que la resurrección es el hecho fundamental, la más importante de las acciones salvíficas de Dios.

La lectura nos ofrece también otros aspectos dignos de consideración. Los apóstoles han tenido una experiencia muy real de la presencia del Resucitado ("comimos y bebimos con él") que es la fuente de su predicación. La resurrección es el cumplimiento pleno de la salvación anunciada por los profetas; la fe en Jesús Resucitado es la aceptación explícita de la salvación.

La resurrección y exaltación de Cristo es lo que da sentido a la vida de "Jesús de Nazaret", que Pedro ha resumido en la primera parte del texto ("Dios consagró a Jesús de Nazaret... pasó haciendo el bien").

Resucitados con Cristo

Estos cuatro versículos de Colosenses inician la parte exhortativa de la carta, en la que se quiere subrayar cómo debe ser la vida cristiana auténtica.

Cristiana es aquella persona que, al bajar a las aguas del bautismo, "murió" y subió de estas aguas "resucitado con Cristo" para una nueva vida. Si ésta es la nueva realidad del creyente, todo su modo de pensar y de actuar tiene que estar de acuerdo con su ser: "busquen... piensen en las cosas de arriba". El bautismo, la unión con Cristo resucitado, marea la orientación fundamental de la vida del cristiano. Y se trata de una vida que camina hacia una madurez o plenitud, en crecimiento continuo.

«Las 'cosas de arriba' en el lenguaje bíblico son las cosas de Dios. A ellas debemos aspirar (cf. Col 3,2). Lo propio de Dios es la vida, toda la vida; nada de lo que llamamos material y espiritual, temporal y definitivo, escapa al don gratuito de la vida. Creer en la resurrección del Señor significa 'dar testimonio' de aquel que es 'juez de vivos y muertos' (Hch 10,42). Sólo viviremos la alegría pascual si, como el Cristo de nuestra fe, damos vida" (Gustavo Gutiérrez).

Jesus debía resucitar de entre los muertos. Para Juan, el sepulcro abierto y vacío es un signo de la resurrección. Los discípulos lo ven y creen. Las apariciones que siguen (cf. segundo y tercer domingos de Pascua) vendrán a confirmar y a dar sentido pleno a este signo que en sí es ambiguo, y darán lugar a una profesión de fe más explícita (declaración de Tomás, en el próximo domingo).

El cuarto evangelista pretende subrayar, por una parte, el realismo corporal de Cristo resucitado y, por otro, la condición nueva y definitiva de esta corporeidad. Se da también una referencia a la primacía de Pedro: él entra en el sepulcro, porque tiene que ser el primero en anunciar la Buena Noticia (cf. primera lectura de hoy). Pero sólo de Juan se subraya la fe (vio y creyó). Lucas nos mostrará que para comprender las Escrituras es necesario que el propio Cristo abra la mente del discípulo (cf. evangelio del tercer de Pascua).

Servicio Bíblico Latinoamericano


33.

¡ALELUYA! CRISTO HA RESUCITADO. ALELUYA.

1. Los enemigos de Jesús habían conseguido lo que tanto tiempo pretendían y creían que todo había terminado. Ahora, ya están tranquilos. También los amigos de Jesús creían que con su muerte había llegado el final. La fe de todos se tambaleó. Sólo María, la Madre de Jesús, se mantuvo firme, sin ninguna sombra de vacilación. La vela del tenebrario que queda encendida después de todas apagadas en maitines. Se lleva detrás del altar y se saca después. Es la fe de María. María Magdalena no hacía más que llorar. Para ella nada tenía ya sentido. Jesús ya no está con ellos. Su cadáver está en el sepulcro. Ella hacía poco tiempo que había derrochado una fortuna para ungirle con perfume. Judas la criticó y Jesús la defendió porque le había perfumado ungiéndole para la sepultura. El viernes, a las tres de la tarde, todo se había consumado. José de Arimatea y Nicodemo le amortajaron y le enterraron. María Magdalena quiso perfumarle también, después de muerto, una vez transcurrido el descanso legal del Sábado judío.

2. Cargada iba de perfumes y llorando camino del sepulcro del Jesús que le había cambiado la vida y se la había llenado de alegría. ¡Pero qué impresión tan fuerte cuando vio el sepulcro abierto y las vendas depositadas y plegadas sobre el sepulcro! Juan 20,1.

3. Corriendo ha ido a anunciar lo que ha visto a los Apóstoles. Pedro y Juan escuchan y reciben el mensaje de María Magdalena y van corriendo al sepulcro. "Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó". Sólo en esta ocasión dice el Evangelio que alguien cree en la Resurrección al ver el sepulcro vacío. El evangelista tiene en cuenta que la mayoría de lectores a quienes no se les ha aparecido Cristo Resucitado, han de creer. Juan quiere demostrar que si él ha creído sólo por haber visto el sepulcro vacio, no es necesario verle resucitado, para creer en la resurrección.

4. Para él fue un hecho inesperado, insólito, nuevo: "No había aún entendido la Escritura que dice que El había de resucitar de entre los muertos". Los Apóstoles se fueron. Y María se quedó junto al sepulcro, llorando... "Se volvió hacia atrás y vió a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: "Mujer, por qué lloras? ¿A quién buscas?". -"María". -"Maestro" (Jn 20,11). Cristo se aparece a una mujer, porque fue una mujer la causa del pecado de Adán, ha de ser una mujer la que anuncie a los hombres la resurrección y por tanto la liberación del pecado.

5."Jesús le dijo: Suéltame, que aún no he subido al Padre; ve a mis hermanos y diles que subo al Padre mío y vuestro" (Jn 20,17). María deja alejarse a su Amado, y en esa privación se encierra el más hermoso homenaje que una mujer haya hecho a un hombre, porque es su Dios. San Juan de la Cruz cantará con voz sublime el alejamiento del Amado: "¿Adónde te escondiste, Amado, - y me dejaste con gemido? -Como el ciervo huiste - habiéndome herido, - salí tras tí clamando - y eras ido".

6. Otra vez María en busca de los discípulos. El amor es activo, no puede estar quieto. "Qui non zelat non amat", dice San Agustín. El encuentro con Jesús engendra caminos de búsqueda de hermanos para anunciarle. La experiencia de la belleza y del amor impone psicológicamente la comunicación de lo que se experimenta, de lo que se goza. Por eso sólo puede anunciar a Cristo con fruto, quien ha experimentado su amor. Los apóstoles son testigos de la resurrección porque han visto a Jesús, el que bien conocían, vivo entre ellos después de la resurrección. Vieron que no estaba entre los muertos, sino vivo entre ellos, conversando con ellos, comiendo con ellos. No anunciaron una idea de la resurrección, sino al mismo Jesús resucitado, con una nueva vida, que no era retorno a la mortal, como Lázaro, sino inmortal, la vida de Dios. Ha vencido a la muerte y ya no morirá más.

7. Pedro, testigo de la resurrección, repite una y otra vez: "que lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a nosotros que hemos comido y bebido con él después de la resurrección. Los que creen en él reciben el perdón de los pecados" Hechos 10,34. En consecuencia: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, no los de la tierra" Colosenses 3,1.

8 Si María Magdalena se hubiera cerrado en su decaimiento, la resurrección habría sido inútil. María Magdalena hizo, como Juan y Pedro, lo que debieron hacer: salir, abrirse, comunicar. Es el mejor remedio para curar la depresión. San Ignacio aconseja "el intenso moverse" contra la desolación (EE 319). De esta manera, la sabia colaboración de todos, ha conseguido la manifestación de Cristo Resucitado.

9. Proclamemos que "este es el día grande en que actuó el Señor: sea el día de nuestra alegría y de nuestro gozo" Salmo 117. Exultemos de gozo con toda la Iglesia, porque éste es el gran día de la actuación de las maravillas de Dios. "¿De qué nos serviría haber nacido, si no hubiéramos sido rescatados?" (Pregón Pascual). Hay que profundizar en el misterio de belleza que encierra la resurrección de Jesús. Según los autores bíblicos «bello es todo aquello que ha sido tocado por la presencia de Dios». Según el mundo y la mentalidad dominante de la actual sociedad de la imagen, saturada de erotismo, la belleza parece ser el valor más buscado, hasta llegar a la idolatría, usurpando el puesto de Dios, con una extraña indiferencia por el bien y la verdad.

10. Existe una ambigüedad intrínseca en la belleza, cuando sólo se la mira bajo el aspecto sensual, como lo demuestra la publicidad, el mundo del espectáculo, los medios de comunicación, la moda, e incluso el mundo telemático de Internet. Es decir, cuando la belleza se concentra únicamente en el cuerpo humano y en el erotismo.

11. Ha escrito un autor ortodoxo: Dios no es el único que se reviste de belleza. El mal le imita y hace la belleza profundamente ambigua. Eva fue seducida por la belleza, se dio cuenta de que el fruto era bello, deseable, estéticamente atrayente. Esto quiere decir que, si bien la verdad siempre es bella, la belleza no siempre es verdadera. Esta ambigüedad es superada por Jesús, quien redimió la belleza privándose de ella por amor en el misterio de su pasión, muerte y resurrección. De este modo, el Hijo de Dios demostró que sólo hay algo precioso: la belleza del amor que pasa a través de la cruz y que es purificada por la cruz. Más que cerrar los ojos ante la belleza ambigua hay que abrir de par en par la mirada a la belleza de Cristo resucitado.

12. Y así como Cristo ha resucitado, nos resucitará a nosotros. Vivamos ya ahora como resucitados que mueren cada día al pecado. La resurrección se va haciendo momento a momento. Es como el crecimiento de un árbol, que no crece de golpe, sino imperceptiblemente. Tendremos tanta resurrección cuanta muerte. Con el auxilio de la gracia siempre actuante en nosotros. "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, Señor Jesús".

J. MARTI-BALLESTER


34.

"RESUCITO"

1. Hoy es la fiesta de las fiestas, y el día de Cristo Señor por antonomasia.

Hoy Jesús, vencedor de la muerte y del pecado, se manifestó a los suyos resucitado.

En el templo de la Sagrada Familia de Barcelona, la figura de Cristo atado a la Columna, tiene la columna rota. Cristo rompe el mundo viejo del pecado y crea el mundo nuevo de la gracia. Crea al hombre nuevo. "Celebremos la Pascua, no con levadura vieja (de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad 1 Corintios 5, 6.

2 "La cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret" Hechos 10,34. Jesús ha vivido en Nazaret la mayor parte de su vida. En Nazaret ha crecido, se ha desarrollado. Ha pasado de niño a adolescente, de joven a adulto. De Nazaret guarda recuerdos imborrables. De su dulce vida familiar de trabajo, silencio, oración en familia y personal solitaria. De sus horas de oración, donde ha ido descubriendo la ternura del Abbá, el cariño dulce y absorbente que ha ido llenando su corazón día a día, donde ha ido creciendo en edad y en sabiduría y gracia. Allí ha ido descubriendo la voluntad del Padre y ha resuelto seguirla hasta la muerte, con la fuerza del Espíritu Santo.

3 "Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo". Es necesario que descubramos el papel principal que el Espíritu Santo ejerce en la vida de Jesús de Nazaret, y en cada cristiano, animado por él, y en la Iglesia. Un obispo maronita, León XXIII, llegó a decir en el Concilio: "La Iglesia latina es aún adolescente en pnematología". Conviene que en este año del ESPIRITU SANTO corrijamos este vacío. Con la fuerza del Espíritu Santo afirma Pedro que Jesús pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo y soportó la muerte colgado de un madero, y Dios lo resucitó y nos lo hizo a ver a los testigos que él había designado y nos encargó predicar al pueblo, y según el unánime testimonio de los profetas, los que creen en él reciben el perdón de los pecados" (Is 49,6;Mal 1,11).

4 "Entró también el otro discípulo: vio y creyó" Jn 20,1. Es la única vez que se dice en el evangelio que alguien cree sólo por ver el sepulcro vacío. Sabe el que lo escribe que sus lectores no habrán tenido un encuentro personal con Cristo resucitado, y quiere convencerles de que esa prueba no es necesaria para creer. Afirma también Juan que esta fe fue una novedad para él.

5. Como resucitó a Lázaro, que estaba muerto (Jn 11,43), Cristo resucita al mundo. Aquella era una profecía de su Resurrección. Lázaro ya olía a muerto, pero Cristo lo resucita. A pesar de que el mundo huele ya a cadáver, Cristo lo resucita también. Pero la resurrección de Cristo no es como la de Lázaro, que es un cadáver que retorna a la vida anterior. La resurrección de Cristo es recibir la plenitud de la Vida. Con la resurrección de Cristo nos llega toda la Vida, no sólo que durará, sino que se tiene toda a la vez: "Tota simul et perfecta possesio" (Boecio).

6 Cristo hombre muere y vuelve a la tierra, como Adán. Antes de morir había entregado su espíritu al Padre. Su espíritu, su alma, la que le informaba hombre vivo. Porque el Verbo, no se había separado de él. El Padre le devuelve el espíritu y su cuerpo, al recibir de nuevo el alma, resucita y vive como hombre vivo, siguiendo unido a la persona divina. No dejará nunca de ser hombre, como nunca dejará de ser Dios.

6. Pero, aunque Cristo ha hecho brotar el manantial, hemos de acercarnos a la fuente para sacar agua: "Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3). Jesús no nos chapuza en el agua a la fuerza.

Como al hombre que llevaba treinta y ocho años paralítico le pide permiso para curarlo: "¿Quieres curarte?" (Jn 5,6), respeta nuestra voluntad libre. ¿Quieres curarte de tus viejos pecados, de tus defectos viejos? ¿De tu levadura vieja? Acude a la fuente. El sacramento de la penitencia actualizará en tí la Resurrección.

7. Dice Juan que los Apóstoles no habían comprendido qué era la resurrección (20,9). Es difícil de comprender, porque es un misterio, que sólo se comprende por la fe.

8. Estamos celebrando la Eucaristía, el sacramento de la fe. En él Cristo muere y resucita hoy, y cada día. Por nosotros, para quitar de nosotros la levadura vieja.

9. "Nuestra víctima pascual: Cristo, ha sido inmolada" 1 Corintios 5, 7. Celebremos la Pascua resucitando con él y colaborando con su Espíritu para permanecer resucitados siempre, inmolándonos con Cristo, para ser también víctimas con él, "extirpando lo que hay de terreno en nosotros: lujuria, inmoralidad, pasión, deseos rastreros y codicia" (Col 3,5); "pues hemos muerto con él, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios" Colosenses 3,1, para gloria de Dios Padre, que por la fuerza del Espíritu Santo, ha resucitado y exaltado a su Hijo, constituyéndolo Señor. Y "cuando se manifieste él glorioso, que es nuestra vida, os manifestaréis también vosotros gloriosos".

10 Glorifiquemos al Señor porque "este es el día en que actuó, y es la causa de nuestra alegría y gozo. Porque su diestra es poderosa y excelsa. Y porque resucitando a Jesús, nos promete que también nos resucitará a nosotros y nos hará partícipes de su vida gloriosa. No he de morir, no nos ha creado el Señor para la muerte, sino para la vida. Viviremos para cantar las hazañas del Señor " Salmo 117. A El triunfante y glorioso la gloria por los siglos.

Amen.

J. MARTI-BALLESTER


35.

CREER EN LA RESURRECCIÓN ES CREER EN EL DIOS DE LA VIDA

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres.

Si bien la muerte de Jesús es el comienzo de nueva historia, porque su muerte es redentora, es en la resurrección donde se muestra todo lo que el Calvario significa. Por eso, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino.

Al modo, pues, de la muerte de Cristo, nuestra muerte, también, es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección.

Explayaremos esas ideas en el comentario a las tres lecturas de la Misa.

1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección "Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios..., que pasó haciendo el bien... Lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver... a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección".

1.1. Esta primera lectura del día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10, 34.37-42), una familia pagana que con su conversión viene a ser el primer eslabón de una apertura imparable en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Pedro, tal como lo ha entendido Lucas, expone ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.

1.2. El apóstol ha debido pasar por el trauma de salir de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, para ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa.

1.3. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos: la Predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos «conviven» con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad.

Se trata, por tanto, de un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.

2ª Lectura (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba....; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra..."

2.1. Esta segunda lectura, de la carta a los Colosenses 3,1-4, es, sin duda, un texto bautismal, y en ella se sacan las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual. Ese misterio supone pasar de la muerte a la vida, del mundo de abajo al mundo de arriba; un cambio bien simbolizado en el sacramento del bautismo.

2.2. Por el bautismo, en efecto, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro. Esto es muy importante, ya que creer en la resurrección no es adoptar una actitud estética que contemplemos pasivamente, sino comprometernos con Cristo. Aunque hemos de amar y transformar la historia humana, debemos saber que nuestro futuro no es consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alta, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos.

3ª Evangelio (Jn 20,1-9): El discípulo verdadero creyó, porque había amado. "El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer.., y vio la losa quitada del sepulcro.... Pedro y el otro discípulo salieron camino del sepulcro... El otro discípulo vio las vendas en el suelo y el sudario...Vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido la Escritura.."

3.1. El evangelio de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, y nos hace vivir el asombro y la perplejidad de que el Señor ya no está en el sepulcro.

¿Es que podía estar allí quien entregó la vida para siempre?. No. En el sepulcro no hay vida, y El, Jesús, se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25).

3.2. También el evangelio de hoy nos ofrece el ejemplo fascinante del «discípulo amado» -clave en la teología del cuarto evangelio-, que corre con Pedro, que corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es el discípulo

- que espera hasta que el desconcierto de Pedro pase ;

- que, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia; que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

3.3. Creer en la resurrección conlleva, pues, asumir una calidad de vida que nada tiene que ver con la búsqueda de intereses mundanos que se hace entre nosotros, y con nuestras propuestas de tipo humano y social. Es asumir una calidad teológica de vida que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero, si lo es para alguien, debemos mostrarle, desde la fe más profunda, que Dios nos has destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

3.4. Creer en la resurrección es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso; es creer en nosotros mismos como la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios.

Aquí, no hemos sido todavía nada, casi nada, comparado con lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse.

Aquí nadie puede estar realizado en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la esperanza.

La resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre.

Miguel de Burgos, op
Convento de Santo Tomás


36.

MEDITACIÓN: " EL SEPULCRO ESTÁ VACÍO "

¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe.
Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia.
El tiempo pascual es tiempo de alegría.
De una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se instala en todo momento en el corazón de los cristianos, porque Jesús está vivo.
Jesús no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel; Dios con nosotros.
Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos.
¿Puede la mujer olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues aunque se olvidara, yo no me olvidaré de ti, había prometido el Señor, según lo relata el libro de Isaías. Y ha cumplido su promesa.

La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil, y nuestra fe estaría vacía de contenido.

La Resurrección de Cristo es la realidad central de la fe católica. La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el argumento supremo de la Divinidad de Nuestro Señor.

Después de resucitar por su propia virtud, Jesús glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que era Él mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las heridas de los clavos y de la lanza. Los Apóstoles declaran que se manifestó con numerosas pruebas, y muchos de estos hombres murieron testificando esta verdad.

Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el corazón. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado sobre el dolor y la muerte. En Él, encontramos todo. Fuera de Él, nuestra vida queda vacía.

La Resurrección de Jesús, no tuvo otro testigo que el silencio de la noche pascual. Ninguno de los evangelistas describe la Resurrección misma, sino solamente lo que pasó después. El hecho de la Resurrección misma no fue visto por nadie, ni pudo serlo. La Resurrección fue un acontecimiento estrictamente sobrenatural. No se puede constatar por los sentidos de nuestro cuerpo mortal, ya que no fue un simple levantarse de la tumba para seguir viviendo como antes. La Resurrección es el paso a otra forma de vida, a la Vida gloriosa.

María de Magdala fue a visitar el sepulcro de Jesús, al amanecer del primer día de la semana, del Día del Señor. Todas las apariciones de Jesús Resucitado ocurren en el día domingo.
El día del Señor, fue el amanecer de la Nueva Creación en Jesucristo. En el Señor fue renovada la primera creación, que había caído bajo la corrupción del pecado. Por eso los cristianos santificaron desde el comienzo este día.

María de Magdala es precisamente una de aquellas mujeres que estaban al pie de la cruz de Jesús y que estaban presentes cuando lo sepultaron. Así que no hay error posible a propósito de la tumba de Jesús.

Jesús, al resucitar de entre los muertos, no ascendió inmediatamente al cielo. Si lo hubiera hecho, los escépticos que no creían en la Resurrección, hubieran resultado más difíciles de convencer. El Señor decidió permanecer cuarenta días en la tierra. Durante este tiempo se apareció a María Magdalena, a los discípulos camino de Emaús y, varias veces, a sus Apóstoles.

El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho. Alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina para siempre, aleluya!
Nunca falta la alegría en el transcurso del año litúrgico, porque está permanentemente relacionado, de un modo u otro, con la solemnidad pascual, pero es en este día, Domingo de Pascua de Resurrección, cuando este gozo se pone especialmente de manifiesto.

Con la Muerte y la Resurrección del Señor hemos sido rescatados del pecado, del poder del demonio y de la muerte eterna.

La alegría profunda de este día tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia con ese amor. Se cumple aquella promesa del Señor: Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar. La única condición que nos pone es no separarnos nunca del Padre, no dejar nunca que las cosas nos separen de Él; experimentar en todo momento que somos hijos suyos.

 

Nexo entre las lecturas

¡Qué noche tan dichosa! Canta el pregón pascual que se proclama en esta solemne vigilia. En esta noche toda la comunidad cristiana está invitada a velar con sus lámparas encendidas porque Cristo triunfa de la muerte y del pecado mediante su resurrección. El sentido profundo de las lecturas de esta noche se anuncia claramente en la introducción que hace el celebrante principal al inicio de la liturgia de la Palabra: “Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que con su muerte y su resurrección, salvara a todos los hombres”. La vigilia de esta noche se ilumina con la Palabra de Dios que nos narra la historia de la salvación: la creación, el sacrificio de Abraham, el paso del mar rojo, la promesa de una misericordia que nunca acaba, la purificación de los corazones... el significado del bautismo. El evangelio de san Marcos pone de relieve que el “crucificado” ha resucitado, no para volver a una nueva vida terrenal, sino que ha sido elevado a una nueva dimensión: con la fe en la resurrección de Jesús encuentra la comunidad primitiva su propia salvación, contempla así su futuro definitivo.


Mensaje doctrinal

1. La resurrección del Señor el primer día de la semana. La Resurrección de Cristo es el principio y fundamento de la fe cristiana, pues "si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe" ( 1 Cor 15, 16s). La Resurrección de Cristo es el culmen de la Historia de la Salvación: Jesús ha vencido al pecado y a la muerte y es el principio de nuestra justificación y de nuestra futura resurrección. Por eso, esta noche celebramos la fiesta de las fiestas, aquella que da significado a todo nuestro humano caminar.

Después de escuchar atentamente las lecturas del Antiguo Testamento y la Epístola de san Pablo, llegamos al momento culminante de la proclamación del evangelio. En el ciclo B se lee el evangelio de Marcos quien pone su acento en que “el crucificado, es el mismo que ha resucitado”. La tres mujeres que habían estado en la crucifixión: María de Magdala, María la de Santiago y Salomé se reúnen, como era costumbre entre los judíos, para visitar la tumba de Jesús, deseaban, además, ungirlo debidamente, pues la tarde del viernes todo había sido muy precipitado. El reposo sabático no les había dado la oportunidad de hacerlo. Ahora, al despuntar el día, se dirigen al sepulcro, no sin un profundo dolor y una viva emoción. Se debe notar que san Marcos habla del “primer día de la semana”. Hasta ahora, los anuncios de la resurrección hablaban del “tercer día”. Cómputo que se hacía a partir del día de la crucifixión (Cfr. Mt 16,21; Lc 9,22). El tercer día en la biblia se reconocía como día de la teofanía. Al tercer día desciende Yahveh sobre el Sinaí (Ex 19,16); al tercer día llega Abraham al lugar del sacrificio con su hijo Issac (Gen 22,4). Por su parte los santos Padres prefieren mencionar el “octavo día” poniendo de relieve la venida del Señor al final de los tiempos.

Comenta el Card. Ratzinger al respecto: “De este modo, los tres simbolismos (primer día de la semana, tercer día de la semana, octavo día de la semana, respecto a la pascua ndr ) terminan por identificarse: el más importante de ellos, sin embargo, es del “primer día de la semana”. En el mundo mediterráneo en el que el cristianismo se ha formado, el primer día de la semana era visto como el día del sol, .... El día de la celebración litúrgica de los cristianos había sido elegido como memoria del obrar de Dios, a partir de la resurrección de Cristo” Joseph Ratizinger Introduzione allo spirito della liturgia , San Paolo Milano 2001, p. 92 (la traducción es nuestra). Es decir, el tiempo encontraba su punto de referencia para los cristianos a partir de la resurrección de Cristo, de aquí nace la importancia del domingo cristiano. A esto se debe añadir que “el primer día” es el día de la creación. La nueva creación re-toma la antigua. Así, el día de la resurrección es también fiesta de la creación: la comunidad cristiana da gracias a Dios por el don de la creación. Esto ha quedado de manifiesto en la primera lectura de esta vigila que narra poéticamente la creación del mundo y del hombre. Dios no permite que la creación se destruya, sino que la reconstituye después de las prevaricaciones del hombre. En el término “primer día de la semana” está también contenida la idea paolina según la cual la creación espera la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8,19): como el pecado destruye la creación, así la creación se cura cuando los “hijos de Dios” se hacen presentes (Cfr. Ratzinger ibidem).


2. Id a decir a sus discípulos y a Pedro. Las mujeres reciben el encargo de decir a Pedro y a sus discípulos que “el crucificado ha resucitado”. Aquellas mujeres que habían conocido a Jesús, que habían visto sus milagros, que habían oído su predicación, que habían sido objeto de su misericordia y que lo habían visto materialmente destrozado en la cruz, reciben un mensaje inesperado y desconcertante para ellas: “el crucificado ha resucitado”. Aquel que ellas tanto amaban y por el que habían arriesgado su vida siguiéndole hasta la cruz, ha resucitado. No simplemente ha vuelto a la vida, sino que ya no muere más. Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9_10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31_32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34). Se debe notar, sin embargo, que las primeras en anunciar la resurrección del Señor fueron las mujeres.

El catecismo de la Iglesia católica nos dice: “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:

Cristo resucitó de entre los muertos.
Con su muerte venció a la muerte.
A los muertos ha dado la vida.

(Liturgia bizantina, Tropario de Pascua)

Catecismo de la Iglesia católica 638.

Esto es lo que hoy también estamos invitados a anunciar.


Sugerencias pastorales

1. La meditación sobre la resurrección. La piedad cristiana se ha detenido siempre mucho en los misterios de la pasión y muerte, y con razón, pues de ellos depende nuestra salvación. Sin embargo, no siempre ha dado la importancia que merece al misterio de la resurrección, es decir, no siempre ha considerado el misterio pascual de Cristo de forma integral. Creo que sea muy útil introducir a nuestros fieles en la meditación del misterio de la resurrección del Señor como victoria sobre la muerte y el pecado. En un mundo transido de violencia y terror, es precisamente la resurrección del Señor la que debe alentar e impulsar llena de esperanza la vida de los cristianos. Ellos deben seguir siendo en la sociedad como el alma para el cuerpo, porque ellos tienen el deber de anunciar que el amor de Dios en Cristo ha vencido por encima de la mentira, del pecado, de la calumnia y, sobre todo, de la muerte. Aquello que el catecismo aplica a Pedro y a los apóstoles, podemos aplicarlo a nosotros creyentes de este nuevo milenio: “Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles _ y a Pedro en particular _ en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua”. Lo que sucede en esta Vigilia Pascual, en este domingo de resurrección nos compromete a todos en la construcción de un nuevo mundo, en la construcción de la civilización del amor.

2. Valorar el propio bautismo. La vigilia pascual con su liturgia bautismal nos invita a considerar el valor del propio bautismo. Por medio de él, nos dice san Pablo, hemos sido injertados en Cristo, hemos sido incorporados al cuerpo de Cristo, liberados del pecado y hechos hijos de Dios. ¡Oh cuántas cosas grandes ha obrado Dios en favor nuestro! Sucede, sin embargo, que a veces vivimos distraídos de las verdades fundamentales que sostienen nuestras vidas. Nos dejamos arrebatar por el miedo, el cansancio, el sueño, porque no nos damos cuenta de las riquezas que llevamos en el alma: “Despierta tú que duermes y el Señor te alumbrará”. Que cada uno valore hoy la dignidad de su ser cristiano (Reconoce Oh Cristiano, tu dignidad decía san León Magno), que cada uno sienta en toda su belleza la alegría de ser hijo de Dios -porque en verdad lo somos-, de ser coheredero con Cristo, de ser partícipe de la misión de Cristo. Si, así lo hacemos, nuestra vida dará un vuelco y seremos “más cristianos” , alejaremos de nuestra vida la tentación de vivir de forma pagana como si Dios no existiese y como si Cristo no hubiese muerto y resucitado por nosotros.

AGUSTINOS


37. 2001 - COMENTARIO 1

PASION Y RESURRECCION DEL PUEBLO

Cansado de sufrir, casi resignado a su suerte, nuestro pue­blo se ha fijado en la pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Su dolor y marginación, su vejación y postración de siglos se han proyectado religiosamente en la imagen del nazareno, varón de dolores, y de su madre, María. Los artistas han ido captando en los pasos de Semana Santa, uno a uno, todos los fotogramas de la película de los últimos días del profeta galileo, plasmándolos en tallas e imágenes de las más variadas escuelas escultóricas de los últimos siglos.

El Cristo de la borriquita, de la oración del huerto, del prendimiento, de la sentencia, amarrado a la columna, con la cruz a cuestas, caído, coronado de espinas... El Cristo que se encuentra con su madre, crucificado en el Calvario, de la buena muerte, descendido de la cruz, sepultado... Cristo de la expia­ción, de la clemencia, de la humildad y paciencia, de la mise­ricordia, de la gracia y perdón. También María, su madre, su fiel compañera, María de la esperanza, de gracia y amparo, de la merced, de la piedad, del amor, del silencio, de la paz... Maria de los desamparados, de la amargura, de los dolores, de las lágrimas en su desamparo, del mayor dolor en su soledad, de la Madre de Dios en sus tristezas...

De los pasos procesionales que tiene la Semana Santa, muy pocos son los que recuerdan el desenlace subversivo de tan trágico triduo sagrado, que el apóstol Pedro anunció así a los israelitas: «Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el in­dulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó; nosotros somos testigos (Hch 3,14-15).

Parece como si nuestro pueblo, vejado durante siglos, se hubiera identificado casi en exclusiva con tanto padecimiento y, armado de paciencia, se hubiera resignado a vivir zarandea­do por los poderosos de la tierra que injustamente lo han opri­mido. Al final o al principio, poco importa, este sentimiento, esta compasión se han hecho liturgia en la calle, rezo y fiesta, celebración del dolor compartido.

Poca atención ha merecido en las procesiones de Semana Santa la Resurrección de Jesús. Sin embargo, el domingo de Resurrección presenta al creyente una rara utopía, el sueño dorado y frustrado de tanta marginación, la subversión de tantos derechos humanos pisoteados, el grito de victoria de un pueblo que no se deja vencer, que sabe llevar airosamente la cruz de sus dolores, pero que espera, cada día con más fuer­za, ver la luz, la libertad, el gozo, la alegría.

Es una pena que toda esta celebración de Pascua de Resu­rrección se haya quedado encerrada en los templos, expresada en una hierática y fría liturgia que deja poco margen a la fiesta.

En este día, los cristianos tendríamos que salir a las calles a gritar que es posible la vida, y otra vida, y otro mundo, sin tantas injusticias y desigualdades. Tendríamos que denunciar a todos los que, desde alguna de las gradas del poder, nos lle­van a diario a la marginación, al paro, a la pobreza, a la domi­nación. Como los apóstoles, deberíamos denunciar el suplicio, la tortura, la muerte de todos aquellos que, injustamente, van cayendo a nuestro lado cada día, víctimas de un sistema que da vida a pocos y muerte a los más. Habría que entonar un 'no nos vencerán' dedicado a quienes manejan los hilos de nuestra historia y disponen de nuestro futuro. Tanto dolor no puede ser baldío ni tanta lucha sofocada. Y todo esto equi­valdría a gritar con palabras de hoy el mensaje de siempre: que ese Cristo doloroso con el que se identifica nuestro pue­blo no acabó en la muerte y en la tumba.

Ninguna tumba puede encerrar tanto amor, tanta lucha, tanta ilusión, tanta fuerza, tanta vida. Tras tanto padecer, como Jesús, también a nuestro pueblo le espera la vida, ¿lo creemos?



38 COMENTARIO 2

EL AMOR SIGUE SIENDO SUBVERSIVO

La muerte de Jesús no entraba, como tal muerte, dentro del plan de Dios; pero era seguro que llegaría, al mantener Jesús con firmeza su compromiso de amor. Pero el amor es siempre la derrota de la muerte y la victoria de la vida. Murió por amor, y el amor lo devolvió a la vida. Decir esto en un mundo de muerte sigue siendo subversivo, pero, por eso, necesario.



LO ENCONTRO EL AMOR

El primer día de la semana, por la mañana temprano, todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio la losa quitada del sepulcro. Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo a quien quería Jesús y les dijo:

-Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.



Aquel día, aunque ya había amanecido, María Magdalena (que simboliza a la comunidad de Jesús) estaba aún en tinie­blas, pues muy a su pesar creía que la tiniebla había vencido definitivamente a la luz, que la muerte había prevalecido sobre la vida, que el poder había vencido al amor. Cuando llegó al sepulcro no encontró al Señor: la tumba estaba vacía; sólo quedaban los lienzos con los que lo ataron después de su muerte. María se asustó. Y fue corriendo a avisar a los discí­pulos.

Ante el anuncio de María reaccionan dos discípulos: Pe­dro, el que había negado a Jesús porque en el fondo creía que la muerte es más fuerte que el amor (Jn 18,16.25-27), y el que había entrado con Jesús en la sala del juicio y lo había acompañado hasta la misma cruz (Jn 18,15; 19,26), dispuesto a dar la vida, por amor, con él. Allí, al pie de la cruz, fue testigo de que cuando la vida se entrega por amor es fuente de más y más vida. Por eso, al llegar al sepulcro, sólo él supo interpretar los signos que tenían ante sí y sólo creyó él.

María tardó muy poco -lo cuenta el evangelio en el párrafo siguiente (20,1l-18)-en descubrir vivo a Jesús. Ma­ría Magdalena y el discípulo amado son, en el evangelio de Juan, figuras simbólicas del amor de Jesús -ternura y com­promiso- que da fruto en la comunidad cristiana; ellos son figura de la comunidad que ha recibido y aceptado el amor de Jesús, amor que están dispuestos a poner en práctica. Y porque están identificados con su amor, lo buscan y lo encuen­tran vivo.

Pedro tardó un poco más. Entra el primero y ve antes que nadie que el sepulcro está vacío...; vio, pero no creyó. Porque no había aceptado todavía ni la fuerza revolucionaria del amor ni la revolución que nace de esa fuerza. El, preocu­pado de conseguir el poder y de aumentar el prestigio de su santa religión, tardó un poco más en acoger sin condiciones el mensaje de Jesús. Entonces sí: aceptó el amor sin límites a la humanidad y decidió seguir a Jesús y comprometerse a ser, como él, pastor dispuesto a dar la vida por las ovejas, compromiso que lo llevaría a manifestar, también él, con una muerte por amor, la gloria de Dios Jn 21,15-19).



BARRED LA LEVADURA VIEJA

¿No sabéis que una pizca de levadura fermenta toda la masa? Haced buena limpieza de la levadura del pasado para ser una masa nueva.

(Segunda lectura) Colosenses 3,1-4



Era «el primer día de la semana», el día que empezó una nueva cuenta de los días porque un hombre nuevo y una nueva humanidad habían nacido del costado abierto del Na­zareno; surgía una nueva posibilidad: un modo nuevo de ser hombre, comprometido en la tarea de transformar este mundo y de construir y consolidar un modelo de relaciones entre los hombres que de verdad se pudiera decir que procedía de Dios. Relaciones basadas en el amor y la vida, en la verdad y la justicia, y en la libertad, la única tierra que produce amor y vida, verdad, justicia y paz.

En esta nueva etapa continuará el conflicto entre el amor y la muerte, pero desde ahora con la certeza de que la victoria se iría logrando. Aunque no sin resistencias, que persisten hasta el presente: el odio y la arrogancia del poder todavía son fuertes, el imperio aún se opone al designio de Dios, que quiere la libertad para los hombres y para los pueblos; todavía hay algún imperio que busca la alianza del altar para poner también a Dios a su servicio, mientras obliga a que se rece en las escuelas, dispone la muerte de los que están del lado de los pobres, y todavía hay algún altar que acepta con gusto la alianza con el imperio. Todavía queda mucha levadura (en este párrafo de Pablo la levadura simboliza todo lo que hay que abandonar para poder ser cristiano) por barrer para que este mundo llegue a «ser una masa nueva». En el momento presente no son el amor y la vida los valores en los que se funda la convivencia entre los hombres. Sigue siendo el dine­ro, el fanatismo, la adulación al poder imperial..., la muerte. La muerte voluntaria de aquellos que renuncian a amar para aparentar que siguen viviendo, y la muerte violenta de los que, para que otros vivan, se juegan la vida y momentánea­mente la pierden. Por eso no podemos soltar la escoba. No podemos bajar la guardia.

Hoy, domingo de resurrección, proclamamos la victoria de la vida; pero cuidado!, que defender la vida sigue siendo, ya en los umbrales del siglo XXI, subversivo. Y, además, para algunos, pasado de moda. No hay más que oír lo que dicen y ver lo que hacen- algunos que fueron progres cuando estaba de moda -¡y cuando parecía que el viento del poder soplaba en esa dirección!- serlo. Pero si queremos dar tes­timonio de que a Dios no se le puede atribuir la muerte, sino la vida, si creemos que el amor vencerá, que está venciendo a pesar de las apariencias, si seguimos creyendo en la resurrec­ción..., no podemos abandonar. ¡Aunque nos llamen subver­sivos! ¿Es que acaso no lo somos?



39. COMENTARIO 3

La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón. La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el ajusticiamiento de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles cohesión interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del resucitado lo logró.

Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuando que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que hace el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Veamos cómo demuestran esto las tres lecturas de este domingo. A nivel cronológico, debemos empezar por el evangelio (Jn 20, 19-31). La comunidad anda todavía disuelta. Tomás, el incrédulo, es sólo un ejemplo. ¿Qué hace Jesús para aunarlos? Dar al grupo su Espíritu de perdón, para que haga lo mismo con los demás y tomar a Tomás como ejemplo de reconciliación. En una comunidad reconciliada renace la fraternidad, la alegría, la capacidad de entrega... y se puede convertir en una comunidad creadora de nuevas comunidades reconciliadas. Este proceso de sentirse perdonado y de tener capacidad de perdonar a otros es el que va a ir activando la presencia del Resucitado en todos los que entren en contacto con la comunidad cristiana original. Es el mismo Jesús quien pone todo el énfasis de su resurrección en el sentirlo interiormente, más que en el verlo o en palparlo físicamente, a través de apariciones. Esta afirmación queda sellada con sus palabras: "Dichosos los que sin haber visto han creído".

Hch 5, 12-16 nos presenta el actuar de una comunidad que cree en el Resucitado: quien lo siente vivo y actuante en su interior, trata de comunicarlo de la misma forma. El testimonio que irradia la pequeña comunidad es el de una comunidad reconciliada, en la que todos tienen "un mismo espíritu" (v. 12), causan por eso impacto en la sociedad que los rodea (v. 13), despiertan nuevos seguidores y entregan gratuitamente a otros el amor que recibieron del Maestro. A partir de aquí, cualquier milagro es posible y es plenamente explicable. La lectura del libro del Apocalipsis (1, 12-13.17-19) nos coloca en medio de una comunidad perseguida por el solo hecho de seguir las enseñanzas del Crucificado, ahora Resucitado. Es la fuerza del Resucitado la que preside y guía la comunidad perseguida. Si ella sabe mantener viva la presencia de Jesús Resucitado, se mantendrá viva y fuerte aun en medio de la persecución más tenaz. El cristiano no debe tener miedo frente a nada ni nadie, pues no es la muerte su destino, sino la resurrección. A la comunidad cristiana no la preside la muerte. La preside la vida. Y es precisamente a partir de la vida, en cuyo servicio está, en donde el cristianismo tiene su fuerza. Cualquier participación o apoyo a procesos de muerte, es una traición al resucitado y un golpe mortal a su propia vida.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


40. 2002 - COMENTARIO 1

PERO DIOS LO RESUCITO

Si las tradiciones populares reflejan con fidelidad el modo de pensar de los pueblos, los cristianos andaluces deberíamos estar muy preocupados por nuestro modo de celebrar la Sema­na Santa. Aparte de otras muchas consideraciones que, desde el punto de vista de la fe, podríamos hacer, hay algo especial­mente grave en nuestro modo de recordar los momentos cul­minantes de la misión de Jesús de Nazaret: celebramos su muerte más, mucho más, que su resurrección; y celebramos la muerte desconectada de la resurrección.



TODAVÍA EN TINIEBLAS

«El primer día de la semana, por la mañana temprano, todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio la losa quitada».



No podía ser. Los discípulos no se lo podían creer. No en­traba dentro de las posibilidades que ellos manejaban. A pesar de que Jesús se lo había anunciado varias veces (Jn 10,17-18; 12,7.23-28; véase también Mc 8,31; 9,31; 10,33-34), no creían que Jesús pudiera resucitar. Por eso, aunque ya era de día, María Magdalena (que simboliza a la comunidad de Je­sús) estaba aún en tinieblas. Porque, muy a su pesar, pensaba que la tiniebla había vencido definitivamente a la luz, que la muerte había prevalecido sobre la vida, que el poder había vencido al amor. Ella estaba triste; pero seguro que había mu­chos que todavía estaban celebrando la que creían que era su victoria.

Todos se equivocaron. No había lugar para la tristeza de la Magdalena ni para la alegría de los que hicieron matar a Je­sús. Su misión no era cosa de sólo tejas abajo, que se pudiera destruir con sólo derramar su sangre. Su misión estaba respal­dada y lo habrían visto, si hubieran tenido ojos para verlo, en la inmensidad del amor que se manifestó en la cruz por el mismo Dios. Por eso, a pesar de que María Magdalena esta­ba todavía en tinieblas, aquel día amaneció.



EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA

Y empezó una nueva época para la humanidad. El proyec­to que Dios había presentado a los hombres por medio de Jesús no se iba a ver interrumpido por la oposición del gober­nador de una lejana provincia del Imperio romano y por algu­nos jerarcas religiosos con delirios de grandeza. Al contrario: su actuación iba a tener el efecto contrario al que ellos desea­ban. Su mundo, el de ellos, y no el de Jesús, empezaba a des­aparecer con la nueva era que comenzaba aquel primer día de la semana.

Aquel domingo (pronto empezaría a llamarse así, «día del Señor») comenzaba de nuevo la cuenta de los días del hombre, del hombre nuevo y la nueva humanidad nacidos del costado abierto del Nazareno; comenzaba una nueva posibilidad para el hombre: un modo nuevo de ser hombre.

Era el principio de la primavera, y en aquel huerto/jardín (que recuerda el jardín del Edén, en donde sitúa el libro del Génesis la primera pareja humana: Gn 2,8ss) en el que estaba el sepulcro de Jesús se iba a manifestar la victoria de la vida sobre el poder homicida.



VIO Y CREYO

«Llegó también Simón Pedro, ... entró en el sepulcro y contempló los lienzos puestos, y el sudario... Entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó».



Cuando llegó María al sepulcro, no encontró allí al Señor. Y corrió, asustada, a avisar a los discípulos. El sepulcro estaba vacío y los lienzos con los que habían atado a Jesús después de su muerte estaban allí como testigos silenciosos del triunfo del amor y de la vida.

Ante el anuncio de María, reaccionan dos discípulos: Pe­dro, el que había negado a Jesús porque en el fondo creía que la muerte es más fuerte que el amor (Jn 18,16.25-27), y el que, siguiendo a Jesús, había entrado con él en la sala del jui­cio y lo había acompañado hasta la misma cruz (Jn 18,15; 19,26), dispuesto a dar la vida, por amor, con él. Y allí, al pie de la cruz, fue testigo de que, cuando la vida se entrega por amor, es fuente de más y más vida. Por eso sólo él supo inter­pretar los signos que tenían ante sí. Por eso, vio y creyó. Pedro aún tenía que decidirse a ser pastor al estilo de Jesús, dispuesto a dar la vida por las ovejas. En ese momento aceptaría que el triunfo está en la vida y no en la muerte, en el amor y no en el poder (Jn 21,15-19).



Y DIOS LO RESUCITO

Sí. Porque la misión de Jesús no era sólo cosa suya. Dios estaba con él. Y Dios lo resucitó.

Muchas veces, a lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía, se ha querido presentar a Dios como el que justifica­ba los abusos homicidas del poder: en nombre de Dios conde­naron a Jesús de Nazaret y en nombre de Dios se sigue conde­nando a los verdaderos luchadores por la liberación de los pueblos. Pues a pesar de que los tiranos invoquen a Dios, y a pesar de que existan profesionales de la religión que dan la ra­zón a los tiranos, la resurrección de Jesús nos muestra de parte de quién está Dios. Y, además, la resurrección de Jesús de­muestra que -aunque no siempre sea necesaria la mayor prue­ba de amor, dar de una vez la vida por aquellos a quienes se quiere- el amor es el único camino que conduce a la salva­ción de este mundo; que la entrega de la propia vida por amor es el único instrumento verdaderamente eficaz para construir un mundo en el que todos puedan vivir felices.



MUERTE Y RESURRECCION

Tenemos que tomar conciencia del significado de la resu­rrección de Jesús y preguntarnos por qué es tan poco impor­tante para nosotros. María Magdalena, Pedro y el otro discípulo, amigo de Jesús, seguían estando de parte de Jesús. Por supuesto que todos ellos consideraban que su muerte había sido una injusticia, un verdadero asesinato; pero les faltaba todavía la fe en la fuerza de la vida.

Como a nosotros los andaluces. Jesús crucificado, el dolor de María, su Madre, lo injusto de esos sufrimientos, nos con­mueven sinceramente; y así lo expresamos (allí donde lo que se haga sea una verdadera manifestación de fe). Pero conme­morar sólo la muerte de Jesús y olvidar su resurrección es o no querer comprometer nuestra propia vida en la lucha por la construcción de un mundo mejor, o presentar la muerte de Je­sús como un fracaso y, de esa manera, hacer el juego a los opresores de todos los tiempos, a quienes conviene que se siga creyendo que la muerte es más fuerte que el amor. La resurrec­ción de Jesús muestra lo contrario.


41 COMENTARIO 2

Hoy conmemoramos la Pascua de Jesús, su paso de la muerte a la resurrección, paso al que fuimos asociados todos las creyentes al recibir el bautismo. Preside nuestra celebración el cirio pascual que ano­che, en la solemne vigilia de resurrección fue bendecido, incensado y cantado, como símbolo de la luz que es Jesucristo, de su Palabra y su vida. En muchos lugares a la largo y ancho del mundo, donde haya cristianos, los recién bautizados de anoche participan hay en la fiesta pascual de la comunidad cristiana. Y nosotros mismos conmemoramos y renovamos hoy nuestro bautismo.

En estos 50 días del tiempo pascual, que hoy se inaugura, leeremos el libro de las Hechos de los Após­toles, donde se narran los orígenes de la Iglesia cris­tiana, nacida de la muerte y de la resurrección de Je­sús y del don de su Espíritu Santo. Una muy antigua tradición que data del siglo II, lo atribuye a San Lucas, lo mismo que el tercer evangelio. Se trata, según la misma tradición, de un discípulo de Pablo, menciona­do en Flm 24; Col 4,14 y 2Tim 4,11. Él habría sido testigo de muchas de las cosas que narra, otras las habría conocido por la tradición de los apóstoles y de los primeros cristianos.

La 1ª lectura de hay está tomada del libro de los Hechos. Es uno de los muchos discursos que Lucas pone en boca de las apóstoles Pedro y Pablo y que conservan el recuerdo fidedigno de lo que los apóstoles predica­ban después de la resurrección de Jesús. Es el llamado "Kerygma" o proclamación solemne del núcleo de la fe cristiana, destinada a los judíos y a los paganos, invitándolos a creer en Jesucristo, a confiarse en El, a incorporarse a su Iglesia. No se trata de una ideolo­gía, ni de un código moral detallado. Se trata del anun­cio de los acontecimientos que acabamos de celebrar en la Semana Santa: La vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. A sus oyentes -y a nosotros hoy- Pedro exhorta a creer en Jesucristo para obtener la salvación.

Este es el contenido fundamental de nuestra fe, que todos debemos testimoniar gozosamente con nues­tra vida y con nuestras palabras. Porque son hechos salvadores, liberadores, por los cuales Dios se nos en­trega como Padre, perdonando nuestros pecados y dán­dole sentido a nuestra vida, a veces tan extraviada.

La 2ª lectura, muy breve, es un pasaje de la carta de Pablo a los colosenses. Afirma categóricamente el apóstol que hemos resucitado con Cristo. Este es el efecto de nuestro bautismo: nos hace morir al pecado para resurgir a la vida de la gracia divina en el nombre de Jesús.

El evangelio, tomado de Juan, narra el hallazgo de la tumba vacía de Jesús por parte de María Magda­lena. Es todo un signo de la victoria de Dios sobre la muerte. Los ojos del verdadero discípulo sabrán des­cifrar el significado de las vendas mortuorias tiradas por el suelo, del sudario que cubría el rostro del crucificado enrollado aparte de las vendas. Es que Jesús ha resucitado, ya no está aquí en la tumba, como dirán los ángeles en otros relatos. Más tarde se aparecerá a los suyos, se hará ver por sus discípulos, y los llenará con la alegría de su vida nueva y definitiva, la misma vida de Dios.

Es significativo que el primer testigo de la resu­rrección sea una mujer, María Magdalena, discípula y amiga de Jesús. Ahora misionera y apóstol. En esto son unánimes los evangelistas: en que los primeros testigos de la resurrección de Jesús fueron mujeres de su grupo que llevaron la alegre noticia a los apóstoles. Para irnos curando de machismos, y para que com­prendamos, por fin, que en la Iglesia de Jesucristo todos somos iguales.

También nosotros hemos de correr hacia la tum­ba vacía de Jesús, hemos de entrar en ella, para ver con los ojos de la fe, no con los de la carne, que Jesús ya no está allí, y para creer entonces en El, que vive para siempre. La resurrección de Jesús da sentido a nuestra vida de cristianos. Sin ella, como dijo san Pa­blo (ICor 15,14-15), «vana es nuestra fe», porque nos remitiríamos a una ilusión. Con ella cobra sentido todo: El compromiso en la lucha por hacer un mundo más justo y más humano, el servicio a los pobres y a los necesitados, el anuncio del Evangelio a todos los pue­blos, llevado con tantos esfuerzos y sacrificios, hasta enfrentar la muerte por él. Con Cristo resucitado rena­ce la esperanza en una vida nueva, donde no haya dolor ni sufrimiento, separación, muerte ni olvido, donde todos los seres humanos podamos ser felices como quiere Dios. Esto es lo que significan esa tumba vacía y esos lienzos y el sudario que vieron los discí­pulos.

 1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).