COMENTARIOS AL SALMO 46

 

1.

Este salmo aclama a Dios como rey universal; parece oírse en él el eco de una gran victoria: Dios nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones. Posiblemente, este texto es un himno litúrgico para la entronización del arca después de una procesión litúrgica -Dios asciende entre aclamaciones- o bien un canto para alguna de las fiestas reales en que el pueblo aclama a su Señor, bajo la figura del monarca.

Nosotros con este canto aclamamos a Cristo resucitado, en la hora misma de su resurrección. El Señor sube a la derecha del Padre, y a nosotros nos ha escogido como su heredad. Su triunfo es, pues, nuestro triunfo e incluso la victoria de toda la humanidad, porque fue «por nosotros los hombres y por nuestra salvación que «subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre». Por ello, no sólo la Iglesia, sino incluso todos los pueblos deben batir palmas y aclamar a Dios con gritos de júbilo.

Pedro Farnés


 

2.

El reino mesiánico de Cristo

El triunfo supremo de Cristo, el que abarca todos los demás, consiste en haber vencido a la muerte por medio de su gloriosa Resurrección, adentrándose en una senda sublime que es la senda de la vida gloriosa de Dios. Así triunfa de sus acusadores: Satanás, la muerte y el pecado. Con ella se ha realizado una inversión de todo hacia la luz.

Como quiera que, de un manera misteriosa, Él involucra a todos los hombres, todos nosotros estamos arrancados, en principio, del poder de esos mismos enemigos, mientras nos mantengamos unidos a su Persona por la fe, el Bautismo y la gracia. No veamos un simple favor en nuestra resurrección. El designio divino consistió en nuestra incorporación a Cristo. Era necesario que "le hubiésemos sido dados". Ahora -una vez injertados a Cristo-, resucita Él y, en consecuencia, resucitaremos también nosotros, sus miembros, análogamente a como, juntamente con Lázaro, resucitaron todos sus miembros. Sólo que, en nuestro caso, para nunca más morir. La Resurrección del Señor es nuestra resurrección. Sólo hay un Cristo y una Resurrección: la del "Cristo total": Cabeza y miembros.

He aquí el motivo -este triunfo de extensión universal que se incoa en la Resurrección-, por el que todos los pueblos aclaman y baten palmas a Dios y le alaban en tono encomiástico como Rey de reyes y Señor de señores.139

El salmo 46 tiene un puesto privilegiado en la liturgia de la Ascensión del Señor.140 Por medio de él, la Iglesia celebra el triunfo de Cristo al fin de su vida mortal y su entrada solemne en el Cielo, después de haber conquistado para nosotros la Tierra Prometida.141 El salmo, pues, nos ayuda a asistir al momento culminante de la Pascua del Señor Resucitado, a su entronización y glorificación.

Ellas muestran hasta qué punto la debilidad se ha convertido en fortaleza, la mortalidad en eternidad y los ultrajes en gloria. Mientras se elevaba en su naturaleza humana, comenzó, sin embargo, a estar inefablemente más cercano en su Divinidad pues, gracias a la fe, ya no era preciso sentir la necesidad de palpar la sustancia corpórea de Cristo. 142

Tocad con maestría: en la Vulgata, 'Psállite sapienter'. Esta concisa expresión ha sido extensamente comentada por la tradición patrística en orden a una recitación cristiana de los salmos, sobre todo en la Liturgia de la Horas. Esta maestría -'sapienter'- es la propia de los Santos, que son los que poseen un exquisito conocimiento del Misterio de Cristo;143 incluye la comprensión espiritual de aquello que se canta 144 y Benito concluye con la regla de oro de la oración litúrgica: Salmodiemos de modo que nuestra mente sea concorde con nuestras voces.145

En esta hora -tras los primeros tanteos del alba- invoquemos al Espíritu Santo para que nos conceda el don de sabiduría -'sapienter'-, a fin de que esta celebración nos resulte 'sapida scientia',146 una ciencia sabrosa acerca de Dios mismo y también de sus designios para con nosotros.

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139 P GUICHOU, Les psaumes commentés par la Bible, París I 1958, p. 273

140 LITURGIA DE LAS HORAS, ant 2 II Vísp Ascensión; P SALMON OSB, Les 'Tituli psalmorum' des manuscrits latins, París, 1959. Serie Vl (Casiododro-S. Beda). 46 p 162: 'Vox Ecelesiae Deum laudantis Ascensionemque eius praedicantis.'

141 P. SALMON OSB, Les 'Tituli psalmorum' des manuscrits latins. París, 1959, Serie V (Pseudo-Orígenes), 46 p. 141: 'Psalmus ostendit quod ipse obtentis gentibus in sempiterna gloria locatus sit.'

142 S. LEON MAGNO, Sermo 74, Sobre la Ascensión del Señor, Il, 1 y 4; PL 54, 397.

143 S. CIRILO DE ALEJANDRIA, Explanatio in psalmos, 46; PG 69.

144 S. JERONIMO, Breviarium in psalmos, 46- PL 26.

145 S. BENITO, Regula Benedicti, 19; CSEL 75.

146 S. TOMAS DE AQUINO. Summa Theologica, 1, 43, 5, ad 2.

(·AROCENA-1.Págs. 63-65)


 

3.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

Uno de los días de la "fiesta de los Tabernáculos", Jerusalén festejaba a "su rey" Dios. Se partía de la parte baja, de la fuente de Sión en el fondo del valle del Cedrón, luego la procesión subía, "se elevaba" hasta la colina de Sión dominada por el Templo. En una especie de "mimo" simbólico, se hacía el simulacro de entronizar a Dios en su realeza, "en su trono sagrado". Dios, estaba allí, en medio de su pueblo regocijado que lo aclamaba: esta dinámica realizaba lo que ella significaba, la ceremonia no daba la realeza a Dios porque Yahveh es Dios desde siempre... Pero sí actualizaba esta realeza, ya que, por la celebración misma, Dios reinaba, de hecho, sobre este pueblo.

Como en toda ideología real, se veía a Dios como "el gran rey" (término babilónico), "el Altísimo", "sentado sobre un trono"... Vencedor de sus enemigos, (él somete las naciones)... Y se imaginaba cómo todos los reyes y príncipes de la tierra venían a rendirle pleitesía. Esta "subida" del rey a su trono se hacía entre las aclamaciones entusiastas de la muchedumbre: "¡Terouah!" que era a la vez ovación y grito de guerra. Siete verbos en imperativo invitan a la asamblea a hacer más ruido, a gritar más fuerte: "¡Aplaudid!"..."¡Aclamad con vuestros gritos!"... "¡Tocad la trompeta!"... "¡Cantad!"... Cuando la muchedumbre llegaba al templo, los goznes de las puertas debían temblar... Tal como lo consignó Isaías, en los repetidos "Sanctus" - "Santo".

Audacia de este pequeño pueblo, que no tuvo jamás ni poder político ni militar, frente a sus poderosos vecinos, Egipto y Babilonia... ¡Audacia para pensar y decir que su rey, su Dios... era el rey de toda la tierra! Audacia para "gritar" que su rey era victorioso, cuando toda la historia de Israel nos muestra un pueblo "ocupado" y "sometido" a vecinos que le exigen rescate.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

¡Era un anuncio profético! Lo que jamás se había realizado humanamente, llegó a ser realidad misteriosa con Jesucristo. El Verbo "Dios se eleva", Dios sube, presente en el corazón de este salmo esperaba su plena realización. La Iglesia desde el comienzo, tomó este verbo "subir" para aplicarlo a la Ascensión de Jesús resucitado en la gloria del Padre. Más allá de la palabra, es "la realeza universal de Dios" que quería celebrar este salmo, y que también canta la fiesta de la Ascensión.

Humillado por un tiempo, en su "condición de esclavo", Jesús, en su Pascua, es soberanamente elevado y recibe el "Nombre que está sobre todo nombre". Entonces toma posesión de su Reino, "sentado a la diestra de Dios aclamado por los espíritus celestiales"... Vencedor ya, simbólicamente de todos Ios enemigos, esperando este Día en que volverán a su Padre todas las naciones "reunidas ante El". (Filipenses 2, 5-11; I Corintios 15, 24).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

Visto ya cómo Israel vivió este salmo, y cómo la Iglesia lo aplicó a Cristo (Cristos, en griego significa precisamente "el ungido" el "rey"), toca a cada uno de nosotros hacer una oración "actualizada", personal y colectiva. Para esto, nadie nos puede reemplazar: podemos hacer simples sugerencias...

La ascensión, alegría de la humanidad que se ve "coronada" en uno de los suyos. Un hermoso himno canta así: "la tierra está feliz. Ha dado su primer fruto de gloria: ¡Jesús ha subido cerca del Padre! Feliz, lleva la promesa. Recogida en su humildad, atrae la luz de lo alto." Sí, el triunfo real de Dios, es también el triunfo pleno de un hombre "nacido de mujer" (Gálatas 4,4). Dios ha terminado su "obra maestra", el hombre, poniendo en fin todo bajo sus pies" (I Corintios 15,27). Un hombre de nuestra raza mortal, que obedeció a su "condición humana" hasta la muerte, goza ahora de la plenitud de la gloria de Dios. Y la Escritura nos revela que El nos participará un día esta misma gloria, porque El es el "primogénito" de toda la creación: lo que se realizó en Él, también se realizará en nosotros.

Cuando el hombre moderno se desespera, ¿no sería conveniente que meditara este misterio "de elevación", de "ascensión"? Allí encuentra justificación profunda, la dignidad de todo hombre. En el más pobre de los pobres hay un "rey" que se ignora. El despojo humano, el hombre arruinado, el ser salpicado de manchas... están destinados a la condición "real y divina". ¿Qué haré por la "dignidad" y la "promoción" de mis hermanos? No hay necesidad de ser cristiano para actuar en este sentido, dirán algunos. Y otros añadirán, que los cristianos no trabajan suficientemente en este sentido, mientras los ateos se entregan con generosidad. Esto es cierto, desgraciadamente. Sin embargo, quien conoce el sentido de la historia, quien sabe, "en dónde debe culminar" la humanidad, debería encontrar en esta fe, una razón suficiente para trabajar en esta empresa.

Pueblo elegido... Pueblo escogido... Pueblos de la tierra... Todos los pueblos... En este salmo, surge una vez más la dialéctica entre un polo "particularista" (la convicción de ser un pueblo separado, "preferido" de Dios, pueblo de Jacob, pueblo de Abraham), y un polo universalista (el llamado a todos los hombres a adorar el verdadero Dios). No se trata aquí de dar una imagen de una sumisión impuesta por la fuerza: "Gritad de alegría" no es cosa de pueblos vencidos... "Aplaudir" no es un gesto de sumisión, "reunirse" no es fruto de una opresión tiránica. Pese a las apariencias del vocabulario ("¡es el que somete a las naciones!"), se trata de una reunión libre, de una "fiesta". El cielo no es una dictadura ni un presidio, es una inmensa celebración festiva. La realeza de Jesucristo poca cosa tiene que ver con las realezas de la tierra: "los reyes de la tierra dominan como señores... que no sea lo mismo entre vosotros" (Marcos 10,42).

Gritos de alegría... aplausos... participar alegremente en esta aclamación de Dios. La liturgia nos invita a ello a menudo. Pero nosotros permanecemos terriblemente mudos y fríos.

Debemos ser de aquellos que invitan a los demás a esta fiesta divina. El apostolado no es una invitación regañona y suficiente dirigida a los demás para que se conviertan, sino una invitación alegre a participar en la alegría de los hijos del rey... ¡Venid a las bodas! (Marcos 2,19 - Lucas 14,17).

Dios, el gran rey... el Altísimo... El adorable... Un día, un día escatológico seremos deslumbrados por esta grandeza divina. Ahora, Dios es extrañamente discreto e invisible. Pero nada impide que anticipemos este día... Desde hoy.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 98-101


 

4. /sal/046/05

TU ESCOGISTE NUESTRA HEREDAD

«El Señor nos escogió nuestra herencia».

Tú dividiste la Tierra Prometida entre las tribus de Israel, Señor, y tú has determinado las circunstancias de historia, familia y sociedad en que yo he de vivir. Mi tierra prometida, mi herencia, mi «viña> en términos bíblicos. Te doy las gracias por mi viña, la acepto de tu mano, quiero declararte, directa y claramente, que me agrada la vida que para mí has escogido, que estoy orgulloso de los tiempos en que vivo, que me encuentro a gusto en mi cultura y feliz en mi tierra. Es fantástico estar vivo en este momento de la historia, y me alegro de ello con toda el alma, Señor.

Oigo a gente que compara y se queja y preferiría haber nacido en otra tierra y en otra edad. Para mí eso es rebelión y herejía. Todos los tiempos son buenos y todas las tierras son sagradas, y el tiempo y el espacio que tú escoges para mi son doblemente sagrados a mis ojos por ser tú quien los has escogido en amor y providencia como regalo personal para mí. Me encanta mi viña, Señor, y no la cambiaría por ninguna.

Amo mi cuerpo y mi alma, mi inteligencia y mi memoria tal como tú me los has dado. Mi viña. Muchos a mi alrededor tienen cuerpos más sanos e inteligencias más agudas que la mía, y yo te alabo por ello, Señor, al verte mostrar destellos de tu belleza y tu poder en la obra viva de tu creación que es el hombre. Hay racimos más apretados y uvas más dulces en otros viñedos alrededor del mío. Con todo, yo aprecio y valoro el mío más que ningún otro, porque es el que tú me has dado a mi. Tú has fijado el que debía ser mi patrimonio, y yo me regocijo en aceptarlo de tus manos.

Tú me preparas cada día los acontecimientos que salen a mi encuentro, las noticias que leo, el tiempo que me espera y el estado de alma que se apodera de mí. Tú me preparas mi heredad. Tú me entregas mi viña día a día. Enséñame a arar la tierra, a dominar esos estados de alma, a tratar a los que encuentro, a sacar provecho de todos los acontecimientos que tú me envías. Soy hijo de mi tiempo, y considero este tiempo como don tuyo que quiero aprovechar con fe y alegría, sin desanimarme ni desconfiar nunca. El mundo es bello, porque tú lo has creado para mí. Gracias por este mundo, por esta vida, por esta tierra y por este tiempo. Gracias por mi viña, Señor.

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS
Paulinas Sal Terrae. Santander-1989.Pág. 93s.


 

5.

"Dios asciende entre aclamaciones" 

I Dios asciende,
Dios es ascensión continuada.
pero nunca se aleja.
Dios está siempre por encima.
pero está muy dentro.
Dios es siempre el primero.
pero a nadie humilla.

Dios asciende porque es vida creciente,
porque irradia fuerza creativa,
porque es amor victorioso,
porque es el Dios-Futuro que todo lo llena de esperanza.

Dios es ascendencia y trascendencia,
meta cada vez más alta,
flecha en progresión continua:
pero está en el fondo de todo ser.

Dios nunca se repite; siempre es nuevo,
siempre es más, siempre crece
y siempre hace crecer.

II Dios hizo ascender a su Hijo,
lo sacó de los infiernos,
entre las aclamaciones de Adán, patriarcas y profetas;
lo levantó del sepulcro,
entre el aplauso y la risa de sus discípulos;
lo llevó hasta la gloria,
al son de trompetas apostólicas,
y las trompetas no cesaban de tocar
y resonar por todo el mundo.

Dio la victoria a su Hijo,
puso «a los pueblos bajo su yugo» suave (cfr. Sal 46, 4)
y a las gentes bajo sus pies humildes (cfr. Ef 1, 22; Sal. 8, 7),
no para aplastarlos,
sino para que todos asciendan con él.

III Dios hace ascender a sus hijos:
que salgan de la animalidad hasta el espíritu;
que crezcan en sabiduría y gracia, que progresen;
que sean más altos, más hermosos y más vivos;
que sean más libres y solidarios;
que se levanten de sus postraciones;
que salgan de sus esclavitudes;
que sean creadores y liberadores;
que sean cada vez más hombres:
que sean cada vez más dioses,
siguiendo las huellas ascendentes de su Hijo.

CARITAS 1992, 1.Págs. 244 s.