EL MISTERIO DE LA IGLESIA BAJO EL SIGNO DE LA ASCENSIÓN
El misterio de la Ascensión del Señor debe atraer toda la atención
del cristiano. Es el último misterio de la vida de Jesús y resalta con
mayor claridad ciertos rasgos fundamentales de su misión
salvadora. A la luz de la Ascensión, se descubre el sentido completo
de la intervención histórica de Cristo, y alcanza su relieve definitivo
el conjunto de las realidades cristianas.
La mayoría de los cristianos no conceden más que una atención
distraída al misterio de la Ascensión. No saben captar la aportación
específica de este misterio para la compresión global del misterio de
la fe. La Ascensión les parece simplemente el acontecimiento que
cierra las aspiraciones de Cristo resucitado, sin ninguna
clasificación especial para la salvación del hombre conseguida en
Cristo.
Ahora bien: muy pocos formularios litúrgicos tienen una densidad
comparable al de la Ascensión. La primera lectura y el Evangelio
relacionan la Ascensión con la misión universal, que es la realidad
eclesial más fundamental. Quizá habría que detenerse todavía más
en la meditación de este misterio, sobre todo en una época en que
la Iglesia se manifiesta en todas partes en estado de misión.
-LA SUBIDA AL CIELO EN ISRAEL CIELO/SUBIDA. Para la
mayoría de las religiones tradicionales, el cielo es la morada de los
dioses. El hombre que se da cuenta de que está arrojado en el
mundo de lo profano, se descubre a sí mismo como destinado al
mundo de la sagrado y busca su salvación a través de una
trayectoria entre la tierra y el cielo. Sin subida al cielo, sin disponer
de una comunicación con el mundo divino, el hombre no puede
alcanzar la felicidad que busca.
El hombre que tiene fe en Yahvé no intenta dar el salto imposible
de la tierra al cielo. Dios vive en el cielo con sus ángeles.
Para conectar con el hombre en este mundo, le envía su Espíritu
o su Palabra, que "desciende" sobre la tierra antes de volver a Dios.
Los ángeles sólo descienden de un modo eventual, para cumplir
misiones divinas. El hombre no puede realizar por sí mismo la
subida a Yahvé, el Todo-Otro. ¿Cómo podría el hombre lograr lo
inaccesible?. Toda tentativa en este sentido expresa un orgullo
insensato, que es como un nuevo brote de la torre de Babel.
Y, sin embargo, el Antiguo Testamento habla de algunas
ascensiones, como son las de Enoc y Elías, que fueron
"arrebatados" los dos hacia el cielo por pura iniciativa divina, debido
a su "justicia". Estos relatos, ¿son aún testimonio de un resto de
paganismo?, ¿Expresan a su manera que la salvación del hombre
lleva consigo una subida real al cielo?. En todo caso, una oración
agradable a Dios se debe elevar necesariamente hacia Yahvé. La
búsqueda mesiánica de Israel expresa una convicción semejante: la
llegada de la salvación exige del hombre una fidelidad en la que
Yahvé reconocerá la respuesta perfecta a sus designios
salvadores. Cuando Dan 7, 13 nos presenta la figura mesiánica del
Hijo del hombre, nos está sugiriendo una subida...
Para Israel, la subida del hombre al cielo parece inconcebible.
Sin embargo, para que el hombre sea salvado es necesario que
aquella se realice. E incluso el hombre deberá aportar su concurso
para la realización de esta subida, cuya iniciativa, evidentemente,
no puede venir más que de Dios.
-LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR. Desde las primeras afirmaciones
de la fe, la Ascensión aparece como la expresión necesaria de la
exaltación celestial de Jesús.
Para la salvación del hombre, no basta con que Cristo resucite,
es decir, que afronte la muerte por fidelidad a su condición de
criatura. Es necesario también que su resurrección sea la de un
colaborador de Dios en la realización de sus designios salvadores.
La subida al cielo y el estar sentado a la derecha del Padre
expresan mejor esta condición de colaborador o aliado de Dios.
Animado de un verdadero amor a los demás, lo que lleva consigo
un desprendimiento total de sí mismo, Jesús se hace obediente
hasta la muerte en la cruz. Así cumple la obra de fidelidad requerida
por la alianza. Por eso Jesús ha recibido un nombre que está por
encima de todo nombre. Gracias a la fidelidad a su condición de
criatura, Jesús ha conseguido un señorío propiamente divino sobre
toda la creación. En Jesús, todo hombre está llamado a participar
de este señorío. La Ascensión de Jesús es el preludio de la larga
ascensión de la humanidad regenerada hacia el Padre. Ella es la
que ilumina la dignidad de la vocación del hombre, creado a imagen
y semejanza de Dios.
Pero si Jesús pudo subir al cielo por Sí mismo, fue porque antes
había descendido de él. En la exaltación celestial de Jesús triunfa el
Hombre-Dios. La obediencia de Cristo hasta la muerte en la cruz
expresa perfectamente la fidelidad del hombre a su condición de
criatura en este mundo, condición que de ninguna manera podría
engendrar este triunfo celeste. No; sólo la divinidad del Mesías
explica esta resonancia divina, que responde a la expectación
concreta del hombre, por encima de toda esperanza. Jesús ha
podido subir al cielo y conseguir un señorío sobre todo el mundo
porque antes ha descendido del cielo como Verbo de Dios, para
hacerse hombre entre los hombres.
-EL MISTERIO DE LA IGLESIA BAJO EL SIGNO DE LA
ASCENSIÓN. La Ascensión da comienzo definitivamente a los
tiempos de la Iglesia, que ocupan todo el intervalo hasta el día de
juicio.
Desde la Ascensión hasta el fin del mundo, todos los cristianos se
encuentran exactamente en la misma situación: no tienen que
esperar nada, excepto la vuelta del Señor.
¿En qué sentido se entiende que no tienen que esperar ya
nada?.
Por parte de Cristo, todo se ha cumplido ya. Al subir al cielo y
sentarse a la derecha del Padre, el Primogénito de la verdadera
humanidad asegura la salvación del hombre. En esta Nuevo Adán
se perfeccionan los designios de Dios sobre el hombre, y toda la
creación se encuentra arrastrada en su subida hacia Dios.
Nada que esperar por parte de los discípulos, puesto que el
régimen de la fe está ya establecido definitivamente. La Ascensión
nos revela la verdadera identidad del Señor: sólo el Hombre-Dios
tiene poder de reunirse con el Padre. El cristiano reconoce de una
manera necesaria la divinidad de Cristo por medio de una fe que
debe estar por encima de todo "lo que se ve".
Cuando Jesús vivía con ellos en la tierra, la fe de los apóstoles
era débil; no podía prescindir del contacto personal. Desde la
Ascensión es imposible conectar con Cristo, sin reconocerle en su
divinidad.
El hombre necesita tiempo para llegar a esa fe que cree sin haber
visto, fe bendecida por Jesús. También los apóstoles debieron
recorrer todo un camino espiritual solo en la fe. Reconocer a Jesús
como Hijo único del Padre supone a su vez el aceptar seguirle en
una obediencia hasta la muerte en la cruz. Así se comprende por
qué la tradición ha fijado el día de la Ascensión cuarenta días
después de la Pascua.
El intervalo de tiempo comprendido entre la Ascensión y el día del
juicio no está vacío de contenido. Todo se ha cumplido ya en Jesús
de Nazaret, pero todo está aún por cumplir en los miembros de su
Cuerpo. Cada uno está llamado a contribuir por su parte a la
edificación del Reino y a apresurar la vuelta del Señor que
corresponda a su acabamiento.
-ASCENSIÓN DEL SEÑOR Y MISIÓN UNIVERSAL
ASC/MISION:MISION/ASC. Los textos escriturísticos recogidos en
la liturgia de la Palabra de este día establecen una relación muy
íntima entre la Ascensión y la misión universal de la Iglesia.
La clave del misterio de la Ascensión es el amor desplegado por
el Hombre-Dios, al dar su vida por todos los hombres. La fidelidad
de Cristo a su condición terrena de criatura le ha conducido a la
exaltación suprema a la derecha del Padre. Por un lado, la
humillación de la cruz y la obediencia perfecta al Padre; por el otro,
la participación definitiva de la gloria divina. De este modo, la
Ascensión reúne todas las coordenadas de la salvación.
Este mismo amor universal vive desde entonces en medio de la
Iglesia. Fundado en la fe de la Ascensión, en la fe de los hijos
adoptivos, en la fe que puede experimentarse sin haber visto, el
amor se desarrolla de manera adecuada en la misión universal. La
obra mediadora de Jesús nos descubre perfectamente su secreto
en el misterio de la Ascensión, de la misma manera que la obra de
la Iglesia nos descubre el suyo en la misión universal. La fe de la
Ascensión capacita para el conocimiento verdadero del Salvador.
Esta fe reconoce la divinidad de Jesús en el momento mismo en
que percibe en la cruz la insondable riqueza de su amor. Esta fe se
hace tangible en este mundo en la misión universal, suprema
expresión de la caridad.
La Ascensión nos pide que tengamos la fe de verdaderos
colaboradores de Dios en la realización de sus designios de
salvación. Por eso, es necesario tiempo, mucho tiempo, antes de
que la misión universal despliegue todos sus recursos y nos
descubra todo su contenido.
La fundación de la Iglesia de Antioquía marca la primera etapa del
envío misionero, en el seno de la comunidad cristiana local.
Hasta entonces, los Apóstoles no habían dejado Jerusalén más
que forzados por los acontecimientos. La historia de la misión nos
enseña la lentitud con que se percibe la articulación entre la misión
y la historia humana. Hoy la empresa misionera, cada vez más
consciente de su dimensión de encarnación, se esfuerza por
impregnar todas las realidades humanas del sentido de
cumplimiento o de perfección que les procura la intervención de
Cristo.
-LA ASAMBLEA EUCARÍSTICA DE LOS HIJOS DEL PADRE. El
fruto de la asamblea eucarística de la Ascensión es un profundizar,
por medio de nuestra fe, en la divinidad de nuestro Señor
Jesucristo. El hombre que obtiene el señorío sobre todas las cosas
por haber sido obediente hasta morir en la cruz, no puede ser sino
el Hijo de Dios. El Reino que inaugura en su persona es realmente
un reino divino-humano, en el que entraremos como hijos del
Padre.
Al participar de la Eucaristía, los hijos del Padre se hacen más
disponibles, por una auténtica fidelidad a la condición terrena de
criaturas. Su comunión con el Cristo de la Ascensión les hace ser
más universales en el amor, invitándoles a desempeñar su papel en
la misión de toda la Iglesia.
La presencia del Señor entre los suyos da fundamento a su
esperanza activa. Sin una misión existencial con el Señor, sin
participar de su señorío, no es posible asumir adecuadamente la
tarea que espera a cada uno para que el Cuerpo de Cristo alcance
la talla deseada.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág.
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