LA GLORIFICACIÓN DE LA MATERIA

El subir sobre las nubes tuvo, pues, una significación simbólica; es símbolo de un acontecimiento invisible y misterioso. La Ascensión significa la incorporación definitiva de la naturaleza humana de Cristo a la gloria oculta de la vida divina; fue la consecuencia de la glorificación realizada ya en la Resurrección.

Pero Cristo se apareció todavía durante cuarenta días a los discípulos, mostrándose a ellos en su figura propia, pero semejante a las caducas formas de este mundo. Debía aparecerse así para ser percibido sensiblemente por sus discípulos, que vivían en el tiempo y en el espacio. La Ascensión significaba que Cristo no se aparecería ya más a sus discípulos hasta aquel día final en que volvería de nuevo envuelto en poder y gloria para acabarlo todo. La fe en la Ascensión es totalmente independiente de las antiguas concepciones del mundo.

El que ha subido al cielo, abandonando las formas perecederas de este mundo para entrar en el silencio de la gloria divina, está sentado a la diestra del Padre. Esto no quiere decir un descansar en un determinado lugar, sino el estado de dominio seguro y libre.

No tiene sentido preguntar dónde está Cristo, porque no está ya sometido a las leyes del espacio. Cristo ejerce su dominio; es el Señor de este mundo, de los hombres, de las cosas y de los ángeles. A El está sujeto lo visible y lo invisible (Col. 1, 16-17; Eph. 1, 19-23; Apoc. 3, 2). Para que "al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios Padre" (Phil. 2, 10-11). Así le adoraron los apóstoles, cuando subió a los cielos bendiciéndoles (Lc. 24-51; cfr. 147 y 153).

Desde allí volverá para dar a su obra la forma definitiva. Cuanto hizo en su primera venida fue en cierto sentido preparación y preludio de la segunda. Bajo este punto de vista, su obra logró su acabamiento con la Ascensión al cielo (Mt. 28, 30; Act. 1, 11; Io. 14, 3).

En la Ascensión se manifiesta el grado de perfección a que Cristo llevará a los hombres y al mundo. Lo que ocurrió con Cristo es prefiguración y anticipación de lo que sucederá a toda la creación. Todos los hombres acabados y perfectos participarán del dominio regio de Cristo (Apoc. 3, 21). Y también la materia está destinada a tener parte en la gloria del Resucitado. Su cuerpo es el modelo de la futura existencia del mundo. El hecho de que Dios creara al principio la materia de la nada, es un milagro de la creación. Un gran milagro, sin duda alguna, porque la materia lleva necesariamente en su estructura los gérmenes de la descomposición y de la nada; pero por la virtud divina se conserva en la existencia. Esta inestabilidad y zozobra entre el ser y no-ser, propia de todo ser que no lo es por sí mismo, propia de todo ser creado, en ninguno de los seres es tan grande como en la materia. Su misma existencia es ya un misterio. En la Ascensión del Señor se aumenta ese milagro tanto, que no cabe pensar más. Pues la materia, que sigue siéndolo por esencia, que sigue siendo compuesta y perecedera, ya no es inestable y zozobrante, sino que participa de la plenitud e indestructibilidad de lo eterno, al recibir en sí la gloria de Dios, su poder y energía; la vida divina se realiza en la pobre materia. Este es el triunfo más grande del Creador sobre la materia y la dignidad más sublime que puede alcanzar la materia.

Jamás podrá lograrse una concepción más alta y acabada de la materia, que la cristiana, según la cual reconocemos, que por la Ascensión al cielo, la carne, que Cristo tomó, está sentada a la derecha del Padre, es decir, que la carne participa de la gloria y poder originarios del Dios Trino. La Iglesia canta en el Canon de la fiesta de la Ascensión: "Communicantes et diem sacratissimum celebrantes, quo Dominus noster, Unigenitus Filius tuus, unitam sibi fragilitatis nostrae substantiam in gloriae tuae dextera collocavit". En Cristo se hizo realidad el destino de todo hombre y de todo el Universo; la participación en el esplendor y en la riqueza ya no es un lejano futuro, sino realidad actual y viva. Así como el bautizado ha resucitado con Cristo, del mismo modo ha sido trasladado al cielo con El (/Ef/02/06). Este texto de San Pablo no puede interpretarse sólo como refiriéndose a que Cristo prepara nuestra morada en el cielo. El sentido del texto es que participamos realmente del ser celestial de Cristo. El bautizado, en lo más íntimo de su persona, ha sido librado de las formas perecederas de este mundo y transportado al ámbito en que vive el Señor glorificado.

Pero también aquí nos encontramos -como en la Resurrección- con el hecho de que el bautizado vive de la esperanza. Espera la hora en que la gloria de Cristo se revele (I Cor. 1, 7-8). Espera la venida de Cristo. Y de aquí la gran tensión de la vida del bautizado; camina por este mundo como peregrino, atado a él en todo y mira a la vez más allá, hacia el Señor que está sentado a la diestra del Padre y cuya venida tanto anhela (Apoc. 22, 17-20).

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 396 ss.