37 HOMILÍAS PARA LOS 3 CICLOS DE LA FIESTA DE LA ASCENSIÓN
1-10

 

1. 
CIELO/ALIENACION: ASPIRAR A UN CIELO FUTURO Y ARRIBA. 
EP/COMPROMISO: PROMOCIÓN DE LA HUMANIDAD A LA SALVACIÓN. 
MUNDO/DIVINIZACION: LA HUMANIDAD ESTA EN PROCESO DE DIVINIZACIÓN. 

La generalidad de nuestros fieles ha profundizado poco el misterio de la Ascensión: en lo que se refiere al Señor y en lo que nos toca a los hombres. Respecto del Señor, se ve la Ascensión como un episodio aislado de su vida en la tierra, el último. El Señor se va, simplemente, y no se ven las relaciones que tiene este misterio con el resto de su vida y de su obra; no se ve el mensaje religioso de la Ascensión.

Y en lo que nos toca a los hombres, se ha caído en la aplicación piadosa de "mirar al cielo" sin ver el influjo interno de la Ascensión del Señor en nuestra existencia. Dos desviaciones peligrosas. En la visión superficial de la Ascensión ha venido floreciendo el mito de "localizar" el cielo allá arriba y de tomar la Ascensión como un subir materialmente. Esto es convertir en mito un hecho histórico. Y hemos de superar los mitos con la verdad religiosa, descubriendo el contenido religioso de las imágenes y los hechos de la Revelación, que no son sino medios de expresión de un mensaje eterno y válido para todas las épocas y todas las culturas.

En los textos de la Misa, el misterio de la Ascensión aparece como la exaltación y la entronización de Cristo, que cierran su permanencia visible en la tierra y abren el ejercicio universal de su Señorío, de su poder salvador.

Dice san Lucas que el Señor "fue elevado al cielo" y que "una nube lo ocultó" (Hch). Son dos expresiones bíblicas que significan la exaltación gloriosa de Jesús. "Elevarse a los cielos" y "subir a los cielos" significa en el NT pasar de la condición terrestre a la vida celeste, espiritual, divina; Cristo Resucitado entra definitivamente en la condición celeste; y entra triunfalmente, pues la nube es un signo de la gloria de Dios.

Mc (ciclo B) lo dice en el evangelio (/Mc/16/19) y resalta el señorío, el poder que adquiere Cristo en su "elevación" diciendo que "se sentó a la derecha del Padre". Quiere esto decir que compartió el Espíritu del Padre: que entró en la intimidad del Padre, en su amor salvador y en su poder.

Un astronauta ruso dijo que no había encontrado a Dios allá arriba; que hace reír a los que tienen una fe honda, libre de mitos, es una objeción seria para los que creen que Jesús está materialmente allá arriba; de hecho, a muchos rusos, cuya religión es primitiva, les impresionó la afirmación y quedó en slogan de ateísmo.

Es bastante peligroso limitar el "mensaje" de la Ascensión a la aplicación piadosa de aspirar al cielo; pero un aspirar falso, y aspirar a un cielo falso; a un cielo localizado también en el futuro y arriba; un cielo que invita a salir de este mundo antes de hora, a huir, a evadirse, a suspirar románticamente. "No te pido la muerte, que es, sin embargo, la única gracia que espero. porque sería yo el más vil de los soldados: el que implora licencia en lo más recio de la batalla" (·PAPINI-G:Cartas del Papa Celestino VI).

La Ascensión no es una simple esperanza para nosotros sino la promoción de la humanidad a la Salvación.

Interiormente los hombres estamos orientados al "cielo", a una vida más perfecta, más espiritual, más divina, desde que Cristo subió a los cielos. Porque al entrar Cristo en la humanidad, por su unión hipostática se hizo cabeza, nuevo Adán, nueva fuente de vida para todos, y desde que subió a su vida celeste está tirando por dentro de la humanidad hacia arriba, hacia la vida celeste.

Se trata de una exigencia interior que nos mueve ya en esta vida a la "elevación", a mejorar nuestro vivir; a la madurez de nuestra persona por una progresiva entrada en la Verdad, en la Justicia, en la Santidad, en el Amor; una evolución hacia lo más perfecto. Un proceso de divinización de la raza humana y de toda la creación.

El cielo ha empezado ya y vamos adentrándonos en él por la transformación de nosotros mismos y la transformación de nuestro mundo, de nuestras estructuras.

Todas las aspiraciones al bien y a la verdad, todos los esfuerzos por la justicia y la paz, son expresión -aunque sea inconsciente- de la vocación al cielo. ...Más verdad, más justicia, más comprensión, más fraternidad, más sacrificio, más amor... esto es ir subiendo hacia Dios.


 

2. ATEISMO/EPOCAS DE ACERCAMIENTO Y ALEJAMIENTO DE DIOS. 

Si la esperanza fuera una meta lejana que se intuye, nunca se viviría "con" esperanza. La esperanza cristiana es un quehacer, un compromiso de actividad cotidiana, una interpretación del futuro hecho presente.

Hubiese sido muy triste y muy efímera la existencia de Jesús en la tierra si con su marcha se nos hubiera marchado la ilusión de vivir. Hubiera sido, también, muy pobre nuestro quehacer humano si hubiese permanecido siempre, físicamente, con nosotros; nos hubiéramos apoltronado en un "¡Qué bien estamos aquí!", como dijeron los discípulos predilectos en el Tabor, ante la Trannsfiguración de Jesús.

"¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?" es toda una denuncia activa que nos hacen los misteriosos ángeles de los Hechos de los Apóstoles. "Él volverá" -como también prometen- suena a consuelo de niños, cuando el hermano mayor se marcha: somos como niños a quienes deja solos "por un instante" el hermano mayor, porque es necesario. Jesús marcha, promete volver, y además deja un encargo de envergadura: "Id y haced discípulos".

¿Qué hay más allá de las nubes momentáneamente tristes de la Ascensión del Señor? Porque con la fiesta tradicional española -en uno de los jueves del año en que brilla más el sol- quizá nos habíamos olvidado, mirando al cielo luminoso, de una tierra sin sol, sin luz y sin hermano mayor.

-Un Dios de ida y vuelta 
Los hombres contemporáneos son muy amigos de encuestas y porcentajes. Son recientes las que aseguran que el 98% de los norteamericanos, el 77% de los ingleses, el 74% de los franceses y el 68% de los alemanes creen en Dios... Allá por los años veinte ya escribía el "espectador" español José Ortega y Gasset que, con respecto a Dios, había épocas de alejamiento y épocas de acercamiento. Y se expresaba así:

"En la órbita de la tierra hay perihelio y afelio: un tiempo de máxima aproximación al sol y un tiempo de máximo alejamiento.

Un Espectador astral que viese a la tierra en el momento en que huye del sol pensaría que el planeta no había de volver nunca junto a él, sino que cada día se alejaría más. Pero si espera un poco verá que la tierra, imponiendo una suave inflexión a su vuelo, encorva su ruta, volviendo pronto junto al sol. Algo parecido acontece en la órbita de la historia con la mente respecto a Dios. Hay épocas de "odium Dei", de gran fuga de lo divino, en que esta enorme montaña de Dios llega casi a desaparecer del horizonte. Pero al cabo vienen razones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge a sotavento el acantilado de la divinidad. La hora de ahora es de este linaje y procede gritar desde la cofa: "¡Dios a la vista!"

Ortega era optimista en los años veinte, y quizá no había oído hablar del fenómeno contemporáneo (que ya empieza a remitir) de "la muerte de Dios". Alguien ha profetizado para la década de los setenta "un resurgimiento de la fe religiosa de la humanidad". Hace muy poco tiempo, el periódico soviético "Komsomolskaia Pravda" se preguntaba cómo es posible que toda la propaganda, el cierre de iglesias y demás medios empleados "no han transformado a los creyentes en ateos".

Hace unos años se dio un fenómeno periodístico muy curioso, en que Dios se había convertido en protagonista, al modo como hoy lo están convirtiendo ciertos espectáculos. Entonces (revista norteamericana "Time", diciembre de 1969) se decía en la portada de un semanario: "¿Está Dios a punto de resucitar?". Algunos meses después, el semanario francés "L'Express" titulaba a toda página: "Dios vuelve". Indudablemente, Dios interesaba, y un buen número de hombres se asomaba cada mañana al cielo a ver si reaparecía.

¿Quién ha "muerto", entonces, para usar la expresión de Nietzsche? Probablemente, por lo que este filósofo quería tocar a rebato era -y cantó sus funerales- por una serie de ideas, formas, módulos culturales, estructuras de manifestación y percepción que no pocas gentes han confundido con Dios. Es muy probable que los movimientos que en años pasados hablaron de "la muerte de Dios" hayan sido beneficiosos, en cuanto que nos ha forzado a una purificación religiosa. Bien venida sea esa depuración del Dios de algunos cristianos. El Dios de los cristianos es un Dios vivo, revelado en Jesús como amor y como luz. En este aspecto, comprendemos a los primeros discípulos cuando, el día de su Ascensión, se quedaron como pasmados viendo "cómo se iba".

-Seréis mis testigos

Pero no podía uno quedarse "pasmado" para siempre. Había que reaccionar. Se iba momentáneamente Jesús, el amado, el comprendido por las gentes sencillas porque su mensaje era claro como el agua, directo como el rayo, luminoso como el sol, verdadero como el amor. Y, sabedor de las limitaciones de la esperanza humana, les prometió el Paráclito, el "espíritu de la verdad".

¿Cómo reaccionar? Quizá fue ésta la primera reacción: ¿Quién era Jesús?, que es la reacción que más pronto suele venir cuando desaparece un ser querido: ¿quién era?, ¿cómo era él? Y les vendría a la memoria: Él puso su tienda entre los pobres; Él murió a manos de los poderosos; Él resucitó al tercer día, gracias al poder de Dios. ¿Nada más? ¿No había dejado testamento ninguno? Es cuando los discípulos comienzan a recapitular lecciones. Y se sienten estimulados: no podían quedarse ahí, cómodamente, mirando al cielo. ¡La comodidad de los creyentes! ¿Ah, qué traición al Evangelio! Nacer, ser bautizados y presentados "cristianamente en sociedad", casarse por la Iglesia, morir asistidos por el sacerdote... ¿Eso es todo? Mientras Jesús desaparece, sus discípulos presienten cosas: es preciso ensordecer los valles y los collados pregonando que ha llegado el momento de la resurrección para todos. Sin discriminación. Es preciso comprometerse con las angustias de los hermanos, con su hambre y con su inseguridad, para "resucitarlos"...

Mientras Jesús desaparece, los discípulos elevan las manos y ven hasta qué grado están todavía vacías, todavía limpias: es entonces cuando descubren que es la hora de manchárselas, la hora de quemar las naves, la hora de construir viviendas para quienes no tienen cobijo para sus hijos, la hora de invocar, de gritar la paz de los pueblos para que no lloren las madres, la hora de la siembra para que la recolección llegue a todos los hogares del mundo; la hora de compartir la pobreza de los pobres; la hora de no venderse al dios inicuo de la riqueza injusta...


 

3. (Sobre la segunda lectura): Ef/01/17-23.

UNA CARTA EXULTANTE. 
Todos los enamorados y todos los poetas de todos los tiempos han cantado en términos estupendos las maravillas de la persona amada. Una persona cualquiera vista por otra cualquiera o vista por aquél que la ama no resulta la misma. A quien queremos le encontramos recónditas maravillas que pasan desapercibidas para aquél que no participa de nuestro sentimiento. Cuando alguien se enamora de una persona es capaz de cantar sus excelencias con un ardor sorprendente y hasta de transmitir el entusiasmo que nos invade.

A mí, la lectura de la carta de Pablo a los Efesios me da la sensación de que es un canto exultante de un hombre enamorado de su fe, entusiasmado con su Dios a quien ha conocido profundamente, merced a su infinita misericordia. Me da la sensación de que es el canto apasionado de un hombre que se ha encontrado con Cristo y se ha quedado estupefacto, incapaz de guardar para sí la felicidad que ese descubrimiento le ha proporcionado. Y, como todo enamorado, canta en un crescendo sonorísimo todas las cualidades que ha ido descubriendo en la profundización de su encuentro con el Señor. La carta merece la pena que la releamos tranquilamente a ver si nos contagia algo de lo mucho que derrocha. Pablo aparece, a través de la carta, como un hombre cuyo entusiasmo se contagia, como un hombre que transmite electricidad a través de los siglos.

Hoy, veinte siglos más tarde, no puede leerse esta carta de Pablo sin sentir una envidia loable hacia aquel hombre que transmite semejante alegría sólo porque se ha encontrado con Dios en el camino de su vida.

Aunque San Pablo sólo hubiera escrito esta carta a los Efesios sería suficiente para tener de él la imagen de un hombre vital, entusiasmado, asombrado de su propia peripecia, emocionado de la suerte que le había cabido; la imagen de un hombre que en su momento temporal vivía con una plenitud inigualable, debida precisamente a su fe, a su encuentro con Dios, frente a cuya realidad cualquier otro acontecimiento palidece sin remedio; Pablo es la imagen de un hombre que se ha lanzado de cabeza al abismo de Dios y ha vuelto a la tierra con unos ojos gozosos y un corazón entusiasmado que le grita al mundo su gran hallazgo para que el mundo entero participe en su suerte y en su alegría.

La imagen de Pablo es la imagen de un cristiano. A veces, cualquier parecido con el que damos nosotros es pura coincidencia.

Un ejercicio interesante para saber cuales son nuestros defectos es oír con interés los comentarios que se hacen sobre nosotros, sobre nuestro modo de ser o de comportarnos. Casi siempre en todo comentario hay algo de verdad, algo que nos refleja y, con mucha frecuencia, oyendo esos comentarios podemos corregir nuestros defectos. De vivir nuestra fe puede pasar lo mismo.

En una encuesta de urgencia cómo creen ustedes que nos verían los que no son cristianos a los que decimos serlo:

-¿Cómo unos hombres (y donde digo hombre digo mujer) asombrados de la suerte que han tenido al encontrarse con Cristo?

-¿Cómo unos hombres que respiran alegría?

-¿Cómo unos hombres capaces de contagiar entusiasmo, ganas de vivir, de trabajar, de disfrutar?

-¿Cómo unos hombres que se apoyan en algo y en alguien que no falla nunca?

-¿Cómo unos hombres tan convencidos de lo que dicen creer que sólo por ósmosis transmiten a los demás algo inexplicable y contagioso? O ¿nos verían como unos hombres "sosos" que arrastran una religión convencional, de preceptos, de negaciones, que no parecen haber tenido en su vida un gran encuentro personal sino un encuentro con la Ley que les agobia y les empequeñece?

-¿Cómo unos hombres incapaces de entusiasmar a nadie con su género de vida, tristes y adustos, que sólo hablan para condenar y no para invitar a recorrer un camino en el que, si no faltan dificultades, hay con exceso luz y alegría? Pues no lo sé. Que piense cada uno la respuesta que daría a la vista de sí mismo y de los cristianos que conoce. Y que se apunte rápidamente a un cambio de estilo -si procede- para acercarse lo más posible al estilo de Pablo que, después de veinte siglos, nos deja hoy una espléndida lección de lo que puede ser acercarse a la esperanza, a la que se nos llama, a la riqueza de gloria que se nos ofrece, y la extraordinaria grandeza del Dios por el que hemos optado.

EUCARISTÍA 1983, 28


 

4. (SOBRE LA PRIMERA LECTURA: Hch 1, 1-11). TEMPORALISMO/ESPIRITUALISMO

Pensando en la frase que hoy recogen los Hechos me he acordado de una canción regional en la que un enamorado ensalza los ojos de su "amada" calificándolos de "más azules que turquesas" y "más azules que la mar" de "tanto mirar al cielo". Yo no sé si a los Apóstoles les cambiaría el color de los ojos -de tanto mirar hoy al cielo- pero lo que es indudable que les cambiaría el sentido de la mirada cuando volvieran a mirar a la tierra que era donde, a fin de cuentas, tenían que mirar.

Mirar al cielo y mirar a la tierra son dos posturas que pueden ser antiestéticas y que el hombre adopta, siendo más frecuente la segunda que la primera. Concretamente, en la época que nos está tocando vivir padecemos una inflación de miradas terrenas. Lo importante es lo que tocamos, lo que palpamos, lo que poseemos.

Parece como si el hombre se hubiese olvidado de una serie de valores que, incluso de tejas para abajo, son de primera calidad. VALORES/CRISIS: Valores como la abnegación, la fidelidad, la amistad, la familia, la honradez, la honorabilidad, el recato, el pudor, la intimidad, la sencillez y otros muchos se están arrumbando barridos por un viento de materialismo y de falsa sinceridad que nos empuja a vivir broncamente en un ambiente en el que, en todos los órdenes predomina extraordinariamente la violencia; (VIOLENCIA) violencia en las relaciones personales comunes, en las relaciones hombre-mujer reducidas, en muchas ocasiones, a un nivel meramente animal; violencia en el mundo de los negocios donde se busca rápida y sinceramente la ganancia sin que importe nada quien caiga o se destruya; violencia en las relaciones políticas en las que se defiende la paz odiando visceralmente a los discrepantes; violencia en las relaciones entre los países en las que prima, sobre todo, los intereses económicos en defensa de los cuales se justifica lo injustificable. Estamos, en suma, cargados de miradas hacia la tierra. No se podría decir que los hombres de hoy, en general, tengan los "ojos azules" sino bien marrones, tersos y llenos de polvo y lodo. En consecuencia, vemos nublado cuanto miramos.

Por eso es importante mirar de vez en cuando hacia el cielo, ese cielo al que, siguiendo el símil de los Hechos, asciende Cristo después de pasear por la tierra la gloria de su resurrección y afianzar en los suyos los puntos centrales y fundamentales de su doctrina. En este mundo agobiante y rápido nos haría bien perder un poco de tiempo, o mejor emplearlo en levantar la mirada hacia lo alto para encontrar allí el secreto último de nuestras aptitudes y el fundamento de nuestra vida; buscar la fuerza de lo alto a la que alude Cristo en el pasaje del Evangelio de hoy y que es absolutamente imprescindible para mirar a la tierra con una mirada nueva, distinta, limpia y pura, de ésas que iluminan todo el ser y nos hacen ver las cosas enmarcadas en su auténtico perfil. Los clásicos decían que había que vivir "sub specie aeternitatis" y quitando a la frase un contenido exclusivamente espiritualista, a mí me parece que puede y debe ser una estupenda manera de vivir.

Debería ser la manera de vivir de los cristianos, ya que sería vivir con los ojos de Cristo. Vivir con los ojos de Cristo sería vivir las relaciones económicas bajo el signo de la más estricta justicia, sintiendo el lamento de los pobres, percibiendo con exquisita sensibilidad las necesidades del hombre, del hermano, a quien ofende el derroche, la ostentación y el lujo ¡tan deseado y tan buscado!; sería vivir las relaciones políticas bajo el auténtico signo de la comprensión, del diálogo y de la templanza; sería buscar el bien de la persona que amamos evitando que, en ningún momento abdique de su condición de persona presionada por una fuerza instintiva que no somos capaces de encauzar. Vivir con los ojos de Cristo sería reducir el dinero a su categoría de medio necesario pero en absoluto de fin primordial y soberano, con todo lo que lleva esto consigo. Vivir con los ojos de Cristo sería cumplir profesionalmente con verdadera dedicación, sin regatear esfuerzo ni preparación, sin brindar ese espectáculo frecuente y desalentador de un trabajo hecho sin interés y sin sentido de responsabilidad; vivir con los ojos de Cristo sería estar convencido de que es posible amar a pesar del paso del tiempo y de la costumbre y de la rutina.

En una palabra, vivir con los ojos de Cristo sería vivir de manera absolutamente distinta a como lo hacemos habitualmente, sería valorar lo que menospreciamos y despreciar lo que valoramos, sería prestar a la tierra un servicio inmejorable que la convertiría en un sitio habitable donde los hombres pudieran encontrarse sin destrozarse mutuamente, porque no podemos olvidarlo, es la tierra el punto de mira del cristiano, la tierra donde el hombre vive, se alegra, se esfuerza, sufre; la tierra donde al hombre se le plantean los problemas diarios a los que hay que dar solución. Es a la tierra a donde Cristo envió a los suyos para que le dieran un nuevo estilo, para que le comunicaran una nueva y buena noticia, para que le enseñaran a vivir con los "ojos azules". Algo se ha hecho, indudablemente, pero todavía queda mucho por hacer. En conseguirlo estamos o debiéramos estar comprometidos seriamente todos los cristianos, todos los que creemos de verdad en la resurrección de Cristo, ese acontecimiento histórico que especialmente recordamos en cada Domingo de Pascua.

ANA MARÍA CORTES
EUCARISTÍA 1986, 28


 

5. ASC/MISION:

* Parece ser que "ascensión" de Jesús al cielo en realidad no quiere decir mucho más que pascua o "resurrección". Así, para nuestra práctica cristiana y, si se quiere, simplificando un poco las cosas, no se trataría más que de un desdoblamiento de la fiesta y de un subrayar la importancia (por cierto: lo más importante de nuestra fe) de la resurreción del Señor. Bien es verdad que con la "ascensión" se hace hincapié en la glorificación. Dios Padre, que quiso que su Hijo enviado al mundo muriese en sacrificio ofrecido por los hombres, resucitó a Jesús y le nombró Señor, es decir, lo glorificó, lo exaltó, lo restauró en la gloria divina, lo introdujo de nuevo en la vida "celestial", de donde había salido, y lo sentó a su derecha para siempre.

* Las Sagradas Escrituras no ahondan ni describen en ningún lugar la ascensión del Señor al cielo como un acontecimiento aislado o, al menos, con entidad propia; sí nos revelan en otros muchos lugares el misterio de la resurrección-exaltación, que, como hemos dicho, es el núcleo central de la fe y del mensaje cristiano. En todo caso, la idea de la ascensión recogería el viejo pensamiento judío sobre la entronización del hijo del rey, es decir, la "subida" al trono del Padre Dios por parte de su Hijo, el mesías, que ha pasado (pascua) de este mundo de muerte y sufrimiento (pasión y cruz) a la gloria del Padre para reinar por los siglos.

* No obstante, hay algunos aspectos que, a propósito de la ascensión, nos revela la Escritura. Uno es el conocimiento que Dios nos da de la esperanza que dinamiza nuestra vida actual a partir de la fe en la glorificación de Jesús; esperanza en nuestra propia gloria futura, que no nos hace olvidar este mundo en el que vivimos, sino que nos da fuerza para transformarlo; una esperanza que nos anima a salir del pesimismo de un mundo que no cree en su mejora ni en la de los hombre que en él viven. El que cree en la victoria de Jesús no se queda en esta vida paralizado por el miedo ante la muerte o un destino ciego, sino que sabe que todo lo hecho aquí redunda en una gloria como la de Cristo Jesús. El creyente experimenta que Jesús resucitado, viviente en la gloria del padre, actúa en la vida y despierta la convicción de que se puede trabajar por el amor y la justicia entre los hombres, y que, en definitiva, esa es la gloria que tiene reservada en herencia a los "santos".

* Otro aspecto importante es que la "ascensión", en lo que supone de marcha de Jesús al Padre, indica el momento de la misión del discípulo. El que cree en Jesucristo y espera ser partícipe en la herencia de los "santos", tiene aquí una sublime tarea: anunciar la buena noticia de salvación, guardando las palabra de Jesús y permaneciendo en su amor. Hay que resaltar que todos los encuentros del resucitado con sus discípulos hacen referencia a la misión de éstos en el mundo. Es evidente que los cristianos, conscientes del mandato de Jesús, tienen grandes tareas, pero quizá no tantas como muchos se imponen al margen del evangelio o incluso en contra del espíritu del mismo. Es posible que muchos cristianos, y entre ellos también y sobre todo muchos de los llamados pastores, agobien su vida organizando e institucionalizando tareas que brillan por su planificación y sus estructuras, que consiguen medios técnicos y económicos, que reúnen esfuerzos físicos y psíquicos de individuos y grupos..., para hacer una iglesia poderosa e influyente. Y es posible, sin embargo, que nunca paren un momento para meditar y apropiarse de la sencillez de la invitación misionera de Jesús a predicar a todo el mundo su mensaje...

* La "ascensión" de Jesús al cielo significa que Jesús se ha liberado de las ataduras de este mundo y ha hecho posible, con su muerte y glorificación, que el mismo mundo y los hombres puedan liberarse, es decir, ser auténticamente libres, ser más hombres, ser hijos de Dios. Aquí se encuentra un punto importante de la misión del creyente: vivir en libertad y hacer de su vida y de sus honradas palabras un cántico, un grito, un pregón de la libertad. Pero, ¿es posible la libertad? No, si no podemos ver más allá de nuestros prejuicios, si no podemos amar a nadie más que a nuestros amigos, si no podemos esperar más vida que hasta la muerte, si además de la muerte no podemos saltar todas las barreras que se nos interponen en la carrera de la vida...

* La "ascensión" de Jesús al Padre, como aspecto inaugural de la nueva vida del resucitado, es un indicativo también de su constante presencia entre los suyos: una presencia que se realiza por virtud del Espíritu Santo. Ascensión de Jesús, experiencia pascual, encuentro con el Señor resucitado son cosas que hablan del don del Espíritu de Dios en la vida de los hombres hasta que él vuelva. Los creyentes saben muy bien en qué consiste la advertencia de Jesús de que la misión encomendada no es posible sin la fuerza del Espíritu. Es este Espíritu o presencia de Jesús lo que hace todo en la vida de sus seguidores, porque "sin él no podemos hacer nada". Sólo permaneciendo en él es posible el amor, la libertad, la vida...

* Jesús, ascendido al Padre de donde había venido, ha desatado los lazos que detenían el corazón del hombre y ha abierto, de una vez por todas, los caminos de una fe que trasciende lo que podemos pensar, los caminos de un amor que no se para ante el enemigo, de una esperanza contra toda esperanza, que no se da por vencida ni tan siquiera en la muerte, que ha sido convertida por la acción de Cristo en desfiladero de la vida. El que cree en la ascensión de Jesús puede creer en la ascensión del hombre: es libre con la libertad de los hijos de Dios.

EUCARISTÍA 1988, 24


 

6. ASC/ESPERANZA:

* Jesús ascendió al cielo: ¿Qué quiere decir que "ascendió al cielo"? Porque es muy posible que estas palabras nos sugieran inmediatamente la clásica estampa del Señor que sube, rodeado de ángeles, hasta que las nubes lo ocultan a los ojos de sus discípulos, que, arrodillados, contemplan boquiabiertos el maravilloso espectáculo. Pero sabemos que hay muchas maneras de hablar, porque no todo puede decirse de la misma manera, y que el lenguaje religioso utiliza profusamente el símbolo y la imagen.

La ascensión de Jesús a los cielos es una imagen, como lo es la resurrección y su entronización a la diestra del Padre. Por tanto, no se trata aquí de la narración de una historia en tres actos sucesivos: primero Jesús resucitaría de entre los muertos, a los "cuarenta días" subiría a los cielos y, por último, se sentaría como Señor del universo a la diestra del Padre. La resurrección, la ascensión y la entronización de Jesús como Señor revelan la imagen positiva de la cruz, manifiestan a los creyentes su cara oculta, despejan la incógnita de la muerte como paso hacia la verdadera vida, interpretan el equívoco de la "exaltación" a la que se refiere Jesús frecuentemente en el evangelio según San Juan.

La ascensión significa que Jesús, no obstante su muerte y a través de su muerte en la cruz, ha sido levantado por Dios y rehabilitado ante los ojos de sus discípulos, para que vean que el último es el primero. Significa que Jesús ha vencido la muerte, que es el último enemigo y la fuerza de los que pueden matar el cuerpo, y que por eso mismo el que padeció y murió bajo el poder de Poncio Pilato es hoy el que vive "por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación". Significa que Jesús ha superado ya el reino de la necesidad para entrar en el reino de la libertad. Significa que ha resucitado "hacia delante"; esto es, no para volver a morir o regresar a un mundo dominado por la muerte, sino para ir "más allá". No en sentido espacial o para ir a otro lugar que esté más allá de las nubes, sino en sentido cualitativo: para vivir en plenitud de vida, para vivir en Dios, que es la casa del hombre y donde hay muchas moradas. Significa que Jesús ha llegado a su destino, que ha cubierto el camino de nuestra esperanza, como adelantado y cabeza de todos los que se salvan, como primicias de la nueva humanidad. Significa, por tanto, que Jesús ha confirmado en la fe a los que le siguen y ha tensado el arco de la esperanza. Porque el hombre -así lo creemos- supera infinitamente al hombre, y si Jesús ha ascendido también nosotros ascenderemos hasta llegar a la altura de los ojos de Dios a cuya semejanza hemos sido creados. Para reconocer que Dios es nuestro Padre, y nosotros sus hijos. Porque también nosotros le veremos tal cual es, cara a cara.

* Y con él hemos ascendido también nosotros: La ascensión de Jesús a los cielos abre los caminos para una fe que ha de ir más allá de nuestros prejuicios y de todo cuanto podemos pensar. Y los caminos de un amor que nos ha de sacar del egoísmo para abarcarlo todo, sin detenerse ante el enemigo, porque es incluso amor al enemigo. Y los caminos de una esperanza contra toda esperanza, que no se para ante la muerte y que convierte la muerte en desfiladero de la vida. El misterio de la ascensión da sentido y fundamento a todas nuestras ascensiones.

Más aún, como dice Pablo, los que siguen a Jesús no quedan descolgados, sino que han sido sentados con él a la diestra del Padre. Porque si Jesús, que es nuestra cabeza, una vez ascendido al Padre resulta ya inaccesible a la muerte y a los que matan el cuerpo, así también en cierto modo los que le siguen. La vida y el destino de los que creen en Jesús está escondida en Dios y nada ni nadie podrá arrancarlos ahora del amor entrañable que Dios les tiene. Una razón poderosa para vivir sin desaliento y sin miedo.

* "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?": Pero todo esto que contemplamos y confesamos, que escuchamos como palabra de Dios, no da pie a la evasión de la realidad y al encantamiento.

En efecto, creer en la ascensión de Jesús no es quedarse con la boca abierta y los brazos cruzados. Es entrar en acción, es hacerse cargo de la misión recibida, es poner a trabajar la esperanza hasta que el Señor vuelva y se manifieste la gloria de los hijos de Dios. Si la vida de Jesús, de obediencia al Padre hasta la muerte y de entrega a los hombres sin ninguna reserva, se revela como ascensión a los cielos, los que nos llamamos cristianos y le seguimos sólo podemos hacer la misma experiencia si vivimos como él. Si le seguimos con la cruz a cuestas: por la cruz a la luz.

Sin embargo nuestra lucha y nuestra cruz es muy diferente de la lucha que se hace y de las cruces que se imponen en el mundo en nombre de otras utopías. Vemos por desgracia que se sacrifica a los hombre de carne y hueso, a las generaciones presentes, a los individuos, por el progreso o por el advenimiento de una sociedad futura, y que se les utiliza como medios para un fin abstracto.

Contra todos estos manejos los cristianos afirmamos la ascensión y la salvación de todos los hombres, de cada hombre, porque cada hombre es hijo de Dios y su dignidad personal ha sido sancionada y santificada, salvaguardada en Dios por Jesucristo.

EUCARISTÍA 1982, 25


 

7. COMPROMISO/ASC

En la segunda lectura de hoy, San Pablo pide para los fieles de Efeso "espíritu de sabiduría y revelación" para conocer la esperanza a la que hemos sido llamados, la herencia de la que somos hechos partícipes y el poder de Dios que se manifestó poderosamente en Cristo, en su Resurrección y Ascensión, y que actúa ahora en nosotros.

El Padre es el principio del misterio de salvación y es también aquél de quien puede venirnos la inteligencia de ese misterio. Esperemos que la oración de San Pablo alcance también para nosotros la luz que necesitamos para comprender lo que hoy celebramos.

La Ascensión de Cristo fue la culminación de su vida. Por ella alcanza su obra redentora dimensiones cósmicas. Lo que un día tomó en la Encarnación, eso mismo es ahora exaltado a la diestra del Padre: En él, nuestra propia carne, un trozo de este mundo en el que vivimos, ha sido glorificado y entronizado como Señor por encima de todas las cosas. Cristo es el adelantado de la humanidad entera. En él llega esta a realizar la vocación a la que ha sido llamada. Ahora sabemos cuál es nuestro destino, ahora tenemos un camino para correr, ahora es posible ya el caminar con esperanza; pero ahora es necesario dar alcance, paso a paso, al Cristo que se fue para que nosotros pudiéramos caminar. El centro del hombre está en Dios y sólo el que camina puede encontrar sentido para su vida, aquél único sentido que está escondido con Cristo en el seno del Padre.

Con la Ascensión de Cristo a los cielos se declara que el Señor ha cumplido en la tierra toda su misión, que en él todo ha sido ya dicho y realizado: Nada de cuanto Dios quería decirnos ha quedado sin decir en su Palabra encarnada, y todo el amor de Dios se ha hecho eficaz en la obediencia de Cristo llevada hasta el extremo de la cruz. Cristo se va, y así comienza la hora de nuestra responsabilidad, la hora de escuchar y asimilar las palabra del Señor y recordarlas una a una, de realizarlas en este mundo, hasta que todo llegue a la plenitud y a la perfección que ya se ha realizado en Cristo.

Decíamos que en Cristo un trozo de nuestro mundo ha llegado a Dios. Esto es para nosotros una clara manifestación de la voluntad del Padre. El cristiano no es un hombre que pase por el mundo con indiferencia, creyendo que lo importante es escapar de él y salvar el alma. No pasamos por el mundo, ha de pasar el mundo con nosotros al Padre. La responsabilidad cristiana no es sólo responsabilidad ante Dios de nuestras propias almas, sino responsabilidad que asumimos del mundo entero, que Dios ha puesto en nuestras manos, para llevarlo a su perfección.

San Lucas refiere la Ascensión del Señor como un acontecimiento visible: los discípulos "vieron al Señor levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista". Un maravilloso espectáculo. Pero hacer de esto un simple tema de contemplación sería traicionar el sentido del misterio que hoy celebramos. Sería quedarnos con la boca abierta sin escuchar la exigencia de la misión que recibió la Iglesia. La Ascensión sólo puede ser verdadera para nosotros si la aceptamos como un camino a recorrer a través de las pequeñas ascensiones del hombre en la historia. Si nos comprometemos también nosotros en aquella causa que fue la causa del Hijo de Dios hecho hombre y que no es otra que la causa de la humanidad entera, tendrá sentido la fiesta que celebramos. Y donde se inicie una marcha hacia la libertad y la justicia, la comprensión y el amor entre todos los hombres de la tierra; donde haya un pueblo que camine, allí acontecerá paso a paso la Ascensión. Comenzará una ascensión que no es posible sin el tormento y la obediencia de la cruz. Una ascensión que sólo comienza cuando uno es capaz de denunciar con su vida la injusticia. Una ascensión que necesita de profetas que sepan morir. Estos son los heraldos que anuncian el reino futuro, éstos son los que invitan a caminar, los que sacan una y otra vez al hombre y al mundo del pasado para avanzar hacia el futuro de Dios.

Realizar en nuestra vida el misterio que celebramos exige de nosotros un realismo extremo para descubrir aquellas promesas que hoy pueden traducirse a realidades. Exige de nosotros comprometernos en la realización de estas promesas. No boicotear la esperanza de los pobres, sino hacerse solidario con ellos; no sea que el Reino de Dios se realice allí donde no se proclama por la palabra y que nosotros no tengamos ya más que propaganda inútil y desacreditada.

EUCARISTÍA 1970, 29


 

8.
Hermanos:

Jesús se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Murió fuera de los muros de Jerusalén, la ciudad santa, como un excomulgado de su pueblo, Israel. Más aún, cargando con nuestras responsabilidades, murió en el abandono del Padre. Pero, llevando al colmo su anonadamiento, cumplió en su obediencia toda la voluntad del Padre e inauguró en la tierra el Reino. Por eso la cruz fue el principio de su exaltación y de la muerte surgió la vida, como del grano enterrado la espiga. No pudo la muerte retener tanta obediencia, y el Señor resucitó y subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre.

La fiesta que hoy celebramos, la Ascensión del Señor, es una fiesta para nosotros. La Ascensión significa la aceptación del hombre en el seno del Padre: Cristo es el primer nacido de entre los muertos, y si él ha resucitado y ha subido a los cielos, también nosotros resucitaremos y estaremos con él en el cielo, donde hay muchas moradas. El es nuestra cabeza coronada de gloria. En Cristo se ha hecho realidad nuestro mejor futuro.

Pero la Ascensión no sólo es un acontecimiento en la naturaleza humana de Jesucristo. Todos los que hemos sido bautizados somos solidarios de su muerte y de su gloriosa resurrección, hemos sido constituidos en hijos de Dios: "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados- y con El nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús..." (/Ef/02/04-07).

La Ascensión es ya para nosotros un hecho, un misterio de salvación, escondido aún en la más profunda intimidad de nuestro ser, allí donde gime el Espíritu con gemidos inefables, allí donde atestigua a nuestro propio espíritu que ya somos hijos de Dios, allí donde el Espíritu y la esposa gritan: ¡Ven, Señor Jesús! Nuestra vida está escondida con Cristo en el seno del Padre.

Cuando vuelva el Señor se manifestará lo que somos por la gracia de Dios y saltará de gozo la creación entera que está sufriendo dolores de parto y esperando la revelación de los hijos de Dios (/Rm/08/18).

Por eso precisamente, porque ya somos hijos de Dios, pero aún esperamos el rescate de nuestro cuerpo, la plena manifestación de la gracia que Dios nos hace, junto a la buena nueva que anuncia lo que ya somos, promulga la Palabra de Dios lo que debemos ser. Estamos en camino entre la Ascensión del Señor y su glorioso retorno. Es el tiempo de nuestra responsabilidad: "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?". En nosotros alienta la vida manifiestamente glorificada en Cristo, de ahí que podamos caminar; pero esa vida no ha llegado en nosotros a enseñorearse de nuestro cuerpo, de ahí que debamos seguir adelante.

Nuestra situación se parece a la de Cristo exaltado en la cruz:

¿Quién lo iba a decir? Y, sin embargo, la obediencia de la cruz escondía la gloria de la Ascensión; el abandonado: "Padre, ¿por qué me has abandonado?", es el mismo Señor acogido en el seno del Padre. Así también nosotros, posiblemente, sentimos el silencio de Dios que abraza nuestra pobre existencia abandonada en la cruz de nuestra responsabilidad. Sí, hermanos, Dios calla porque espera nuestra respuesta. Pero en esa respuesta obediente en medio de nuestro abandono, o mejor, abrazando nuestro abandono, el Padre nos recibe en su seno y nos llama: Tú eres mi hijo.

EUCARISTÍA 1969, 29


 

9. FE/MISION.

En los textos litúrgicos y en el significado de la festividad de la Ascensión voy a destacar -también se podrían señalar otros aspectos- estos tres puntos: el triunfo de Jesús, la misión de la Iglesia y la tarea de los cristianos en el mundo.

Jesús asciende al cielo, se sienta a la derecha del Padre, de Dios, todo se le pone bajo sus pies, se le da pleno poder en el cielo y en la tierra. No cabe más encumbramiento, es el triunfo definitivo, la entronización. La diferencia con el Jesús humilde del Evangelio y crucificado por sus enemigos es abismal. La fe de la primera comunidad cristiana se expresa aquí rotunda y sin ambigüedad: Jesús es Dios. Así lo seguimos creyendo los cristianos de hoy como lo han creído los cristianos de todos los tiempos.

El origen de este triunfo de Jesús está en la resurrección, pero la Ascensión lo lleva a la cúspide. Esta fiesta, en el fondo, es la misma que la de la resurrección y es una fiesta fácil a la plasticidad y a la iconografía apoyada en la narración gráfica y localista de la lectura de los Hechos. Y hasta puede tener, y ha tenido, un sentido de nostalgia y despedida.

Quizá no convenga despreciar estos elementos en la religiosidad popular. En otros ambientes, más cultos y críticos, habrá que tener en cuenta cierta desmitificación en lo que se refiere a una cosmovisión desfasada y a una concepción del triunfo o poder de Jesús, entronización, demasiado calcado en los modelos humanos.

Pero lo central y esencial es claro: Jesús ha triunfado, ha sido constituido Señor del cosmos y de la historia y camino de salvación para todo hombre. El señorío de Jesús va más por lo último y por ahí va el sentido de su mensaje y las últimas recomendaciones que hace a los suyos.

Después de la resurrección Jesús sigue en la misma línea: dando instrucciones a los apóstoles, hablando del Reino de Dios y encomendándoles la misión de evangelizar a todos los pueblos.

La Ascensión es, al mismo tiempo que el triunfo definitivo de Jesús, la toma de conciencia de los apóstoles y primeros cristianos de su misión y tarea en el mundo. Y esto es algo sobre lo que tenemos que pensar los cristianos de hoy. La toma de conciencia de los primeros cristianos, así como su respuesta práctica y concreta, fue asombrosa, históricamente el hecho más espectacular del cristianismo. Es un dato histórico.

Aquellos galileos no se quedaron plantados mirando al cielo, sino que se entregaron en cuerpo y alma a evangelizar al mundo. Así nace y se manifiesta la Iglesia. La fe no es una mera creencia o ideología sino un nuevo estilo de vida, un fermento capaz de cambiar el rumbo de la vida y de la historia, y es una misión para con los demás hombres. Así lo entendieron aquellos primeros cristianos, porque así lo exigía el mensaje de Jesús, y así lo debemos de entender nosotros. La fe es una misión. Esto está bien claro en el texto evangélico de esta festividad.

Los cristianos, que no lo entienden así, encerrándose en sí mismos o sus grupos o sus iglesias o sus comunidades, tergiversan el mensaje de Jesús. La salud del cristiano y del sacerdote y de la Iglesia está en la entrega a esta misión, y si no lo hacemos así acabaremos por pudrirnos en nuestros problemas.

La misión es esencial a la fe y el único camino de su desarrollo y madurez. ¿Y qué tareas más urgentes implica esa misión para los cristianos de hoy? Grave e importante pregunta. Sólo nos atrevemos a insinuar algunas respuestas.

-En primer lugar ir al mundo. Estar cerca de los problemas de los hombres. Encarnarnos para salvar, para ascender al hombre. No alejarnos de las inquietudes y problemas del hombre. A veces el culto, el trabajo de despacho, los informes o dossiers, nos alejan de las personas. Es imprescindible en la misión el contacto y la pastoral directa.

-Evangelizar. Descubrir y predicar el mensaje de Jesús. Muchos que se llaman cristianos han perdido la pista de Jesús. Lo suyo es religiosidad o cristianismo sociológico, cuando no folklórico, pero no fe en Jesús. Muchos bautizados necesitan una nueva evangelización, si es que de verdad tuvieron alguna.

-Una defensa clara y arriesgada, si es necesario, de los derechos y valores del hombre. Especialmente de la libertad y la justicia, las dos palabras mayores de la cultura moderna. Esto a pesar de los riesgos y ambigüedades que entrañan tantas cosas como se cobijan en esas palabras. La fe tiene que ser hoy, y en concreto, una liberación, una ascensión del hombre. Y especialmente de los más pobres, oprimidos y pequeños.

Por ahí han de ir algunas de las tareas más urgentes de nuestra misión. De esta forma la festividad de la Ascensión no nos deja plantados y embobados mirando al cielo, o mejor, a las nubes, sino que nos recuerda y nos urge nuestra misión y tarea en el mundo.

DABAR 1981, 33


 

10. ASC/NV Mt/28/20
EL TRIUNFO Y LA FIESTA DE JESÚS. 
Ascensión es un punto de llegada y un punto de partida.

Para Jesús es el gran triunfo. Ha recorrido su camino, ha realizado su vocación, la misión salvadora que su Padre le había encomendado. Ahora es glorificado a la derecha de Dios, constituido Señor de todo y de todos, llegado a la plenitud de su ser y de su misión, como Salvador de la humanidad y Cabeza de la Iglesia. En verdad, como nos ha dicho Pablo, Dios nos ha hecho ver "la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su derecha en el cielo".

Pero la Ascensión de Jesús no hay que presentarla como un alejamiento, sino precisamente como una presencia más profunda y real. Ascensión no es lo contrario de Navidad. En la Pascua es cuando el Señor Jesús empieza a estar más verdadera y profundamente presente en nuestra historia, libre ya de todos los condicionamientos de espacio y tiempo. Desde su existencia de resucitado, escatológica, es como en verdad puede decir: "yo estoy con vosotros todos los días", o como se puede entender lo de que "si dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos", o la entrañable promesa de que "este pan es mi Cuerpo", así como la comprometedora identificación de que "lo que hacéis a uno de estos, a mí me lo hacéis". El Cristo Pascual, el Cristo de la Ascensión, es el Cristo cercano, universalmente cercano en el tiempo y el espacio, de modo misterioso, escatológico, y que nos quiere comunicar su Vida Nueva.

LA TAREA DE LA COMUNIDAD. 
En el evangelio aparece esta perspectiva: Cristo envía a los suyos al mundo, a predicar, a proclamar, a imponer las manos, a bautizar. Después de la Ascensión empieza la tarea de la comunidad. A donde antes llegaba directamente Cristo como Médico, Maestro, Guía y Cabeza, ahora lo hace a través de la comunidad. Aunque El está realmente presente en todo momento, ahora actúa por la mediación de su Iglesia.

Ascensión es fiesta, porque sintonizamos con el triunfo de nuestro Señor. Pero es a la vez compromiso: "cuando el Espíritu descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos... hasta los confines del mundo". No se van a quedar "mirando al cielo": tienen mucha tarea a realizar. Nosotros, a los dos mil años, tenemos el mismo compromiso. Animados por la misma fe y la misma esperanza, somos urgidos a un continuado trabajo: ser testigos del Resucitado en el mundo de hoy.

En esta tarea nos da fuerza ante todo el mismo Cristo, el Señor Glorioso, inexperimentable, pero realmente presente. Marcos ha dicho de los apóstoles: "fueron y proclamaron el evangelio por todas parte". pero añade algo que ya no es una constatación social o estadística, sino una convicción profunda de fe: "y el Señor actuaba con ellos". Esta colaboración invisible pero eficaz del Resucitado es lo que da garantía de eficacia y fuerza de esperanza a nuestro trabajo: "yo estoy con vosotros...".

Además, el Espíritu. El que resucitó a Cristo de entre los muertos es el que condujo a la primera comunidad, y que sigue conduciendo a la Iglesia y a cada cristiano, por el camino pascual progresivo de Jesús. Como fue el mismo Espíritu el que llenó a la Virgen Madre de su gracia. Y el que en nuestra Eucaristía hace posible que este pan y este vino adquieran la nueva realidad: que sean el Cuerpo y Sangre de Cristo Resucitado, asumidos e identificados en El, para alimento de nuestro camino.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1991, 8