COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Hb 1. 1-6

 

1. J/PD  ENC/RV 

Este texto alude a la historia de la Palabra de Dios en la antigua alianza, pero se centra en la glorificación de Jesús. Él nos ha traído el mensaje de la salvación y nos ha abierto el camino para llegar a Dios. En el Hijo, en Jesús, se compendian y se complementan todas las intervenciones salvíficas precedentes.

Jesús es superior a los ángeles que eran para los judíos los mediadores de la revelación. Dios interviene en el mundo por medio de la palabra. Por medio de ella crea el cielo (Gn 1.) y se revela a los hombres (Hb 1.). Si el hombre es palabra, comunicación, es porque primero Dios es Palabra. Si el hombre existe es porque esta Palabra lo ha llamado y lo mantiene en la existencia.

Palabra de Dios fue también la Alianza. En el Sinaí Dios se revela pero permanece inaccesible. La revelación del Sinaí, en forma de palabra, será el tipo de todo encuentro del hombre con Dios. Dios es "esta Palabra" (Dt 4. 12) que resuena en el monte y que Israel escucha. Es la palabra que resuena en todo momento.

Toda la teología del Dt tiende a poner de relieve los rasgos fundamentales de la Palabra y a explicar desde ella las situaciones nuevas de la historia de Israel.

La encarnación es una nueva revelación de la Palabra, superior a las precedentes. La palabra creadora y salvadora tiene en Cristo su centro. Creación e historia encuentran sentido en él. La palabra hecha carne se convierte en voz que suplica al Padre, en boca de nuestra naturaleza, para gritar a Dios la necesidad que el hombre tiene de salvación y redención.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 24


2.

Esta lectura, además de ser un magnífico complemento del evangelio del día, merece por sí misma una atención especial puesto que, en pocos versículos, nos presenta un esquema completo de la historia de la salvación a la luz de la actual presencia de Cristo, que luego el autor irá desarrollando y aplicando en los diferentes capítulos de esta carta.

TIEMPO/PLENITUD:-La plenitud de los tiempos: "Antiguamente... Ahora, en esta etapa final" (vv. 1a. 2a.). De la contraposición de los diferentes momentos salvíficos de la historia (=Kairoi) se pasa a una valoración escatológica del tiempo. El "ahora" no es exactamente el fin, pero sí es el tiempo definitivo y, por esta razón, el tiempo "final" después del cual no debe esperarse ningún otro. Toda la carta se mueve dentro de esta perspectiva: la etapa definitiva de la historia de la salvación ya ha llegado. (Cf. el evangelio de hoy: Jn 1, 1-2. 15).

-La plenitud de la revelación: "De muchas maneras habló Dios a nuestros padres por los Profetas... (pero a nosotros) nos ha hablado por el Hijo" (vv. 1b. 2b). En todo momento es Dios el que habla; él es quien tiene la iniciativa de la revelación. Pero también aquí, la contraposición acaba mostrando que la actual realizada a "nosotros" es la definitiva revelación que Dios hará a los hombres. Una cosa es hablar sirviéndose de palabras y otra muy distinta es hablar mediante una persona: una cosa son los "profetas" y otra muy distinta es el "Hijo". (Cf. el evangelio de hoy: Jn 1, 1.5-9. 14. 18).

-La plenitud de la creación: "(Cristo es) heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo" (v. 2c).

Hacia él queda finalizada aquella misma realidad que con él y en él tuvo origen. La génesis de la creación no fue un acto puntual y estático de Dios, sino que encuentra todo su sentido en el dinamismo que le sigue impulsando hacia su creador. (Cf. el evangelio de hoy; Jn 1, 3-4. 10).

-La plenitud de las Escrituras: de modo especial los vv. 5 y 6 nos muestran como desde la fe cristiana hay una posibilidad de re-interpretación del Antiguo Testamento. Lo que allí se dice del Mesías está siempre en un nivel de promesa y de anuncio; pero ahora aquello mismo, en Jesús, es realidad y acontecimiento. (Cf. el evangelio de hoy: Jn 1, 16-17).

ANTON RAMON SASTRE
MISA DOMINICAL 1977, 24


3.

La exhortación a los "Hebreos" comienza con una solemne afirmación: el Dios de nuestros padres ha hablado. Dios se manifiesta, se da a conocer por su palabra. El soplo de Dios, su Espíritu, se hace sonido. Antaño, en la voz de los profetas.

Ahora, en esta etapa final, en la encarnación, muerte y exaltación de su Hijo. Esta es la palabra eterna del Padre, hecha hombre, la manifestación luminosa de la gloria del Padre y la impronta de su ser.

Las distintas manera con que Dios se reveló antes se han unificado en Cristo, han llegado a plenitud en la venida de quien es mayor que cualquier profeta. Quien ve a Jesús ve a Dios.

Cristo nos revela el misterio de Dios. Por eso, la entrada del Hijo en la historia de los hombres lleva los tiempos a "su plenitud".

El Hijo, la suprema y definitiva manifestación de Dios al mundo, es Jesús de Nazaret. La afirmación de que él ha heredado un "nombre" superior a los ángeles introduce el tema de la primera parte de esta carta: Jesús, Hijo de Dios y hermano de los hombres.

EUCARISTÍA 1988, 61


4.

Los "padres" son los antepasados del pueblo de Israel, es decir, las generaciones pasadas (cf 3, 8; 8,9). Los cristianos, aun los de origen pagano, están unidos al verdadero Israel por Jesús, continuador de la promesa (cf Rom 4, 16-18). El hecho de Jesús entronca al creyente con el querer salvador de Dios. La encarnación nos sitúa en la órbita de la posible conexión con Dios.

La "etapa final" es el tiempo propicio, el tiempo de la intervención divina (cf Ez 38, 16; Dan 2, 28; Rom 16, 26). Este tiempo está ahora presente porque Jesús lo ha inaugurado para siempre (cf Hech 2, 17; 1 Cor 10, 11). Certeza para todo el que cree.

A los profetas, denominados a veces en el AT como "servidores" (Jer 7, 25), sucede un último mensajero que es el Hijo (cf Mc 12 2-6). Para el creyente en Jesús ha dejado de tener interés cualquier "dios" que no sea el "Dios de Jesús". Así es: nuestro único camino para llegar a Dios es el del hombre Jesús, sus palabras y sus hechos, toda su vida.

En el Hijo la promesa hecha a los "padres" tiene cumplimiento final. Es el descendiente privilegiado de los patriarcas (cf Gn 15, 3-4) y de David (Sal 2,8) al que se le prometió el reino universal (cf Dan 2, 44). El que Jesús sea heredero es lo que da ánimo y esperanza a los que le seguimos. Un día, efectivamente, la herencia será también cosa nuestra.

V. 3:Estas expresiones parecen inspirarse en la Sabiduría (Sab 7, 25-26). Para expresar la relación entre el Hijo y Dios, el autor escoge las palabras más fuertes. La palabra de este Jesús, cuyo nacimiento conmemoramos, es lo que sostendrá a generaciones de creyentes. El hombre define la posición de la persona y su dignidad respecto a los demás. Para definir la posición del Hijo, su intervención en la historia, el autor lo compara a los "ángeles" que, según la mentalidad del tiempo, eran los que más cerca estaban de Dios.

Jesús es más que ellos ya que es Hijo, ya que contiene en sí mismo ese germen que se desarrollará plenamente el día de su exaltación. Es algo fuera de lo común el que también el creyente, por la mediación de Jesús, participe en este formidable proceso de filiación.

EUCARISTÍA 1987, 59


5.

Nos vamos a limitar al comentario exegético del pasaje de Hebreos. Dios ha hablado por su Hijo. Este es el centro de este comienzo del escrito.

Comunicación definitiva de Dios con el hombre, preparada a lo largo de la historia. "Hablar" que no es sólo hablar, informar, dar noticias..., sino realizar la unión de Dios con el hombre, comunicarse con él, compartir su condición, hacerse solidario...

El propio lenguaje humano no sólo dice realidad existente, sino la crea. De modo mucho mayor la Palabra de Dios crea la realidad del hombre, lo salva. Ya desde la misma creación hasta la recapitulación.

El otro punto central es quién realiza todo esto. Hebreos quiere mostrar la figura del Hijo hecho hombre ya desde el mismo comienzo de la carta. Acumula en este primer momento una serie de afirmaciones sobre Cristo para que quede claro cómo el Hijo es "consubstancial"- extraña palabra que desarrollará la teología posterior- e igual al Padre. Es el momento de la "exteriorización" del Padre, de Dios, hacia nosotros. Por eso le llama reflejo de su gloria e impronta de su ser "character tes hypostaseôs), destacando su participación en la misma creación y conservación. Dado que el escrito subrayará más adelante los aspectos humanos de Cristo, su igualdad con el propio hombre, su hermandad y solidaridad, es muy bueno que se destaque aquí que ese hombre -niño en Navidad- es el mismo Hijo igual que el Padre.

De una pincelada, como un brochazo genial, el autor confronta con el misterio de Cristo, Dios y hombre verdadero. Pero no se trata tanto de afirmaciones dogmáticas o teóricas, sino de ver en El la causa y realidad de nuestra comunicación con Dios. Comunicación que tiene consecuencias totales que hemos de llamar simplemente salvación.

La aparición humana. Porque Dios nos ama tanto que nos da a su Hijo para que se haga como nosotros.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1991, 5


6. /Hb/LIBRO:

La comprensión "moderna" de la epístola a los Hebreos puede resumirse en tres negaciones. Esta carta no es una carta, sino una homilía: no va dirigida a los judíos, sino a cristianos muy antiguos. Por último, su autor no es Pablo, aunque coincida en más de un punto con la doctrina del apóstol.

La epístola habla básicamente de Cristo y culmina afirmando el inigualable valor de su sacerdocio y de su sacrificio. Arranca con un exordio solemne en el que se recuerdan las innumerables intervenciones de Dios en la historia humana, y se afirma que Cristo inauguró con su obra redentora los últimos tiempos, siendo tanto más superior a los ángeles "cuanto más sublime es el nombre que ha heredado". El punto que el autor de Hebreos se propone desarrollar en primer lugar es la glorificación de Cristo: con tal fin, empieza estableciendo la dignidad de Jesucristo y la posición que ocupa con respecto a los ángeles. Oponiéndose a determinados círculos que atribuían a los ángeles un papel salvífico, cita algunos pasajes de la Escritura que atestiguan que el nombre de Hijo le fue dado a Cristo por Dios, no a las potestades angélicas.


7. H/PALABRA PALABRA/COMUNICACION:

Para el hombre, ¡hablar es vivir! Por la palabra da sentido a las cosas y al mundo. Por medio de la palabra se hace hombre, al recibir de los otros el significado de los vocablos, de los seres y de la realidad. Habla el hombre, y su palabra da forma al mundo. Nace el hombre en un mundo en el que se habla, y se despierta a un mundo que ya tiene un sentido y que es un universo en el que los seres y las cosas ocupan un determinado lugar que les ha sido asignado. Y, a todo lo largo de su vida, el hombre se arriesgará a hablar de lo que vive, de lo que siente y de lo que es, sin llegar nunca a agotar la palabra capaz de expresar la totalidad de su existencia. El hombre intenta decirse a sí mismo: para él, ¡hablar es vivir! También para Dios ¡hablar es vivir! Desde el principio, Dios existe hablando. Palabra del Padre que, desde siempre, engendra una palabra que responde a su ternura, Verbo nacido en el seno mismo de Dios, Hijo único porque es la Palabra que responde perfectamente a la ternura ofrecida. Dios es diálogo en su mismo ser: Padre e Hijo, palabra en concordancia tal que suscita una misma respiración, el Espíritu. Para Dios, existir es hablar.

(...) "Después de haber hablado en distintas ocasiones y de muchas maneras, Dios nos ha hablado por el Hijo, expresión perfecta de su ser". "Se han cumplido los tiempos": se proclama la Buena Noticia, porque el Verbo eterno se ha hecho hombre, palabra de carne y sangre. En las palabras de este hombre de Nazaret, en lo que dirá de sí mismo y en las palabras suyas que se convierten en actitudes y en milagros, hemos de reconocer la expresión perfecta de Dios, su última palabra. Dios no tiene otra cosa que decir que Jesús.

Afirmar esto -que es la última palabra de la fe cristiana- es descubrir que Dios no tiene, para decirse, más que una vida de hombre, nuestras vidas de hombres. Nuestras palabras de hombres y nuestros gestos de hombres son capaces de expresar a Dios. Cuando Dios se ha dicho en Jesucristo, ya no le queda nada por decir, pues a partir de ese momento Dios encontró a un hombre que responde perfectamente a su proposición de alianza. En Jesús hemos llegado a ser capaces de Dios. Porque, si Dios declara de manera única y exclusiva a Jesús: "Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado", esas palabras también se nos han aplicado a nosotros el día de nuestro bautismo. Ellas expresan el sentido de nuestra vida, su vocación y toda su dimensión. "¡Convertíos y creed la Buena Noticia!": nunca acabaremos de despertar del todo a esta Palabra, que es nuestro nacimiento; e incluso en la eternidad, nuestra última palabra será una palabra pronunciada torpemente, debido al asombro que nos producirá la audacia de pronunciarla: "Padre".

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 17 ss.


8.

Estos primeros versículos de la carta a los hebreos constituyen una especie de descripción de la entronización del Señor en el cielo. El movimiento del pensamiento coincide, en ciertos aspectos, con el del prólogo del Evangelio de San Juan: la aparición de Cristo sobre la tierra implica inmediatamente la descripción de su entronización en el cielo. El autor se detiene sobre todo en dos consecuencias de esa entronización: Cristo convertido en Señor es superior a los profetas (vv. 1-3), domina igualmente sobre los ángeles (vv. 4-13).

No es inútil recordar que la carta a los hebreos está destinada a convencer a los cristianos venidos del judaísmo para que abandonen ciertos conceptos superados, como la esperanza de una restauración de los sacrificios del Templo y de una vuelta a la ley de Moisés. La ley fue buena, pero fue traída por profetas y ángeles; el ministro de la nueva alianza, por el contrario, ha sido entronizado por encima de los profetas y de los ángeles. a) La primera parte, destinada a convencer al lector de la superioridad de Cristo sobre los profetas, comprende una rápida visión de la historia de la salvación, una historia a lo largo de la cual Dios no ha dejado de hablar al hombre, hasta el día en que su palabra fue totalmente revelada en la persona de su HIjo. Todo el pensamiento del autor gira en torno a dos grandes etapas de esa historia: "antiguamente -en estos días que son los últimos"; "a nuestros padres -a nosotros"; "por los profetas -por el Hijo" (vv. 1-2).

Lo que permite al autor afirmar que la última etapa de la historia ha llegado ya es que Cristo se le presenta a la vez como el iniciador y el término de todo el universo (v. 2): hereda como Hombre-Dios todo lo que ha creado como Dios. Los profetas han podido hacer que evolucionara la historia, pero no son ni la razón ni la finalidad de esa historia.

Además, Cristo es el lugar por excelencia desde donde irradia la gloria de Dios (v. 3), esa naturaleza de Dios que el Templo creía encerrar (Ez 40, 34-35; 1 Re 8, 10-11), pero que ahora está vinculada a la persona de Cristo.

El ha sido, finalmente, quien ha ofrecido el sacrificio decisivo que ha purificado los pecados de manera mucho más radical que los sacrificios antiguos (v. 3; cf. Hb 8-10) y le ha permitido entrar de una vez por todas en el Santo de los Santos, sentándose a la diestra del Padre.

Como consecuencia de todo eso, lo que estaba ligado a las profecías, a las estructuras y a los sacrificios han caducado una vez que el Hombre-Dios ha sido entronizado. b) La angeología concedía en el siglo primero una atención considerable a esos seres intermediarios entre Dios y el hombre (cf. Fil 2, 11; Ap 4, 5). Pero la entronización del Hijo de Dios a la diestra de su Padre le asegura la supremacía sobre los ángeles y un papel esencial, superior al que desempeñan esos seres en el funcionamiento del universo. Cristo ha recibido, en efecto, el nombre de "hijo" (Sal 2, 7; v. 5) -un nombre que disfraza sin duda en la pluma del autor la elevación a la Soberanía a través de la resurrección (cf. Rom 1, 4; Act 13, 33)-, pero esa elevación no ha podido producirse más que debido a que Cristo era en su misma persona Hijo de Dios. Esta afiliación, de soberanía y de naturaleza, supera, en todo caso, los más elevados nombre conquistados por los ángeles y ridiculiza el recurso a ellos y el culto a su persona.

Cuando se conoce la primacía otorgada a los profetas por el judaísmo y el papel esencial atribuido a los ángeles en la evolución del universo, hay que ver en la argumentación de Hb 1, la preocupación por afirmar que la creación de un mundo nuevo está en marcha, un mundo que descansa sobre una base mucho más estable y más universal que los fundamentos anteriores: la soberanía del Hombre-Dios.

Profetas y ángeles quizá estén viendo como deja de atribuirseles hoy la influencia sobre la salvación del universo que se les reconocía en el pasado. Pero sigue siendo una realidad que esas salvación del universo está aún a la orden del día de los requerimientos de la humanidad y que otras mediaciones han sustituido hoy a las de los profetas y de los ángeles: el hombre, el progreso, la técnica.

Decir que Cristo ha adquirido la supremacía sobre los profetas y los ángeles y sobre todas las mediaciones, es decir que cualquiera que sea la existencia válida y necesaria del progreso, del ideal humano y de las demás esperanzas de promoción del hombre, no existe otra salvación decisiva del hombre más que en su divinización en forma de encarnación de Dios y de adhesión filial del hombre a su Padre. J/SENTIDO-DEL-H

Descubriendo al hombre el destino glorioso que le espera y exigiendo de él el desprendimiento y la fe que conviene a la realización de ese ideal, viviendo sobre todo uno y otro en su propia persona, Cristo nos revela el verdadero sentido del hombre: es realmente el Nuevo Adán de la humanidad.

La Eucaristía que celebramos es el rito por excelencia de la humanidad nueva que inicia progresivamente a los hombres en la vida divina y en el logro total del hombre, y les acostumbra a cargar con sus responsabilidades de criaturas y de dueños del universo en una total adhesión al Padre, purificados del pecado que es autosuficiencia y egoísmo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 7


9. /Hb/01/01-14  /Hb/02/01-04

El solemne exordio de la carta a los Hebreos (1,1-4), tan distinto de las acostumbradas salutaciones epistolares, constituye el cuadro de pensamiento de todo el escrito y quizá su resumen. El punto de partida es la iniciativa de Dios: Dios nos ha hablado. En la primera frase, la carta no habla del contenido de la palabra, sino del hecho, el proceso (antes-ahora) y el mediador (los profetas-el Hijo). Este pasa a ser el centro de la segunda parte, con una frase rica y densa, el autor intenta hacer una presentación completa acentuando en el corazón del período lo que constituye el núcleo de toda la carta: el Hijo «después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad de las alturas» (v 3). En este punto, los últimos versículos completan los primeros: el contenido de la palabra de Dios a los hombres es propiamente la persona del Hijo, Jesucristo. En él y en su misterioso camino Dios ha dicho a los hombres todo sobre sí mismo y sobre el propio hombre; sus días son los últimos. La introducción acaba con una alusión a la superioridad del nombre del Hijo sobre el de los ángeles, tema de la primera parte de la carta (1,5-2,18).

El primer párrafo trata de que Jesucristo es superior a los ángeles como Hijo de Dios (1,5-14). Sin embargo, no es una pura comparación de «personalidades» o «atribuciones», sino que en los textos bíblicos citados a propósito del Hijo se explicita el verdadero sentido de la filiación de Jesucristo: él está en íntima y absoluta comunión con el Padre, se ha entregado a la justicia y a la rectitud, es inmutable. Ser Hijo no es sólo una dignidad personal, sino algo que se realiza nuclearmente en la total donación al Padre. Esta comprensión de la filiación de Jesucristo se concreta en 2,1-4, donde la comparación con los ángeles es explícitamente soteriológica. Ya desde el primer momento, la afirmación de fe en Jesucristo como Hijo tenía un horizonte salvífico, y la comparación con las fuerzas angélicas era ya la comparación de dos caminos de salvación.

La exposición sobre el Hijo Jesucristo y su orden salvífico implica lógicamente la actitud de los hombres hacia él. Esto se explicita en una exhortación típica de la segunda generación: debemos prestar mayor atención al mensaje escuchado (2,1-4). Se trata, evidentemente, del mensaje sobre Jesucristo, el único salvador; si se abandona o simplemente se descuida, el hombre se pierde.

G. MORA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas


10.

Dios nos ha hablado por el Hijo

El autor de Hebreos, que tiene como objetivo de su escrito reanimar la fe de los lectores presentándoles la fuerza y grandeza de lo que Jesucristo ha hecho y la importancia de mantenerse firmemente adheridos a él, comienza su escrito afirmando que en Jesús Dios dice y da definitivamente a los hombres todo cuanto tiene que decirles y darles. Ya no hay ningún otro punto de referencia, ya no hay ningún otro camino de acercamiento a Dios. Y además, este punto de referencia y este camino de acercamiento lo son de verdad, y no como los del Antiguo Testamento.

Todo eso lo irá explicando a lo largo de la carta. Aquí, en la introducción, señala: que ya estamos en la plenitud de la revelación de Dios ("la etapa final"); que el Hijo que se manifestará proviene de Dios mismo y tiene en él todo lo que Dios es; que la acción del Hijo ha sido liberarnos del pecado con su muerte y resucitar para estar con Dios por siempre; y así se sitúa "tanto más encumbrado sobre los ángeles", es decir, más superior a cualquier otro mensajero de Dios (los ángeles se consideraba que eran los que habían transmitido la Ley a Israel, y eran los mediadores celestes ante Dios).

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 16


11.

Dios nos ha hablado por su Hijo.

El autor de la carta a los Hebreos nos presenta la venida de Cristo como un momento privilegiado de la revelación divina a lo largo de la historia. Ha sido él quien ha hablado a lo largo de la historia, muchas veces y de muchas maneras, a los hombres, primero por boca de los profetas, después por la de su propio Hijo.

A esta afirmación fundamental, que tan bien encaja con la celebración de la Navidad, sigue un discurso sobre la naturaleza del Hijo de Dios. Considerado en sí mismo, él es resplandor de la gloria y sello de su mismo ser. El autor utiliza el lenguaje sapiencial del helenismo judío, cuando hablaba de la Sabiduría divina concedida a los hombres (cf. Sa 7,25-26). Él es imagen, icono de Dios. Por medio de estas imágenes trata de expresar lo mismo que Jesús dice a Felipe en el evangelio de Juan: "Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre" (14,9). Él es, con el Padre, el creador y el conservador del universo; por medio del cual todo había sido hecho (cf. Jn 1,1-3).

En relación con la obra de salvación que ha realizado con su misterio pascual, Cristo es aquel que ha expiado el pecado de la humanidad (cf. Rm 3,24-25; Ef 1,7; Col 1,13-14), y el que ha sido exaltado por encima de todo (cf. Fl 2,9-11), siendo hijo y heredero por encima de los ángeles (cf. Rrn 8,17; Mt 21,38).

La acción salvífica de Jesús se inscribe, para el autor de la carta a los Hebreos, en la lista de acciones reveladoras de Dios en la historia. Pero no como una de tantas, sino como la principal de todas ellas. Jesús, que nos ha purificado de los pecados (referencia al misterio pascual) es icono de Dios; el hombre Jesús, sentado ahora a la derecha de los ángeles, ha heredado un nombre superior al de los mismos ángeles.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1999, 16, 38