COMENTARIOS A LA
PRIMERA
LECTURA
Is 52.
7-10
1.
-Contexto: Una serie de dobles imperativos dan al relato de Is. 51,9-52, 12 una cierta unidad literaria.
"Despierta, despierta" (51,9) es el grito patético y desgarrador de un pueblo totalmente desesperado al Señor. Este pueblo comenta "me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado" (49,14), y es que Jerusalén ha quedado sin hijos, y además estéril. Por eso se lamenta de su soledad (49, 21). No puede ser que el destierro sea la etapa definitiva, y por eso la ciudad grita a ese Dios que parece echarse la gran siesta sin darse cuenta de la gran soledad en la que se halla sumida "¡Despierta como antaño!" (51,9) y realiza las mismas proezas que en el pasado, ¡cúbrenos con la sombra de tu mano! (51, 16).
"Espabílate, espabílate... Jerusalén! ¡Despierta, despierta... Sión!" (51, 17; 52,1). Esta es la respuesta del Señor al grito de angustia para infundir confianza a una ciudad y a un pueblo desolados. El que duerme no es Dios, sino sólo el hombre cuando pierde su confianza en su Hacedor (51, 9-16). Y es que aunque una madre se olvide de su hijo el Señor no se olvida de Jerusalén (49, 15). Es verdad que a causa de sus muchos crímenes la ciudad fue repudiada, pero nunca el Señor le dio el acta de repudio; la elección permanece por siempre.
Jerusalén, borracha, y no de vino, es la mujer desolada ya que sus hijos o han muerto o han ido al destierro, pero el Señor retira ahora la copa del vértigo para que la ciudad nunca más vuelva a beber del cuenco de su ira (51, 20-23). ¡Despierta, Jerusalén, despójate de tus trajes de luto y vístete de gala porque llega tu liberación! (50, 12).
Texto: Este bello texto está inserto en el largo y no menos bello contexto que acabo de analizar. La buena nueva de la liberación vuela como un reguero de pólvora en la ciudad de Jerusalén. En un bello sueño poético, Is. II nos presenta el final del destierro: la caravana ya ha partido de Mesopotamia..., y llega el ansiado momento de la llegada del mensajero que atraviesa ya las colinas del norte de la ciudad (v. 7a) para anunciar la buena noticia de la liberación de Israel ("paz, buena nueva, victoria", v. 7b; cfr. Is. 40, 9-11 donde aparece la misma idea con imágenes diversas).
Al anuncio del mensajero se unen los gritos de los vigías que custodian las ruinas de la ciudad (¡la gran paradoja!). Pero no sólo se oye sino que también ven la vuelta del Señor a Sión conduciendo a su pueblo (v. 8, cfr. v.12).
Y ante este anuncio, las ruinas (=tristeza de los que quedaron) rompen a cantar llenos de gozo porque el Señor ya reina, consuela y rescata al pueblo realizando proezas con su brazo (=poder), tal como lo hiciera en el primer Éxodo (vs. 7.9). Nadie puede quedarse indiferente ante esta liberación, y su victoria debe alcanzar hasta los confines de la tierra (40, 5).
Reflexiones: Al igual que la desolada ciudad de Jerusalén también nosotros nos quejamos frecuentemente del silencio de Dios en nuestro mundo.
Los cristianos nos sentimos solos, aislados... Pero el Señor nunca duerme, es la Iglesia, somos nosotros los que nos echamos la gran siesta viviendo en continua "modorrera", sin enterarnos de nada. Estamos borrachos, y no de vino, sino de soberbia, de "autosuficiencia de verdades". Hemos descafeinado el mensaje evangélico tanto que nos hemos olvidado de su gran mensaje...
Hemos bebido del cuenco de su ira y el Señor nos ha repudiado. No es hora de echarle las culpas a El sino de espabilarnos y de despertar a la verdad del mensaje bíblico. Hoy, Navidad, el Señor se encarna irrumpiendo en nuestra historia concreta, llena de injusticias y de miserias.
Encarnándose, Jesús nos pide la liberación integral humana. No descafeinemos su mensaje presentándonos como redentores. ¡Sobran muchos redentores, faltan muchos hombres que se encarnen! ¡Despierta, Iglesia! ¡Despertad, cristianos! Buena falta nos hace.
A.
GIL MODREGO
DABAR 1990, 5
2.
El poema trata del pueblo deportado, centrándose, en primer lugar, en que éste no puede considerar su actual situación como definitiva. El pueblo, pues, clama a Dios (que parece estar dormido), exigiendo su intervención como en el pasado. El Señor responde infundiendo confianza: él es el omnipotente, el consolador que viene con la liberación. En segundo lugar, el Señor, no obstante, recuerda la desolación en que quedó sumida la ciudad. Jerusalén es la mujer desolada porque sus hijos o han muerto o han marchado al destierro. Pero ahora comienza una nueva etapa: Dios retira la copa de su ira y la pone en los labios de los opresores, porque abusaron de su poder.
En tercer lugar, el Señor hace despertar de su letargo a Jerusalén. Se invita a la pobre mujer, a despojarse de sus trajes de luto y a vestirse de gala, porque empieza la liberación. La derrota de Jerusalén fue mal interpretada por los vencedores, creyendo que Dios era incapaz de proteger a su pueblo.
En este contexto se insertan los versos que hoy se proclaman. La buena noticia de la salvación se conoce en seguida en Jerusalén.
En un bello sueño poético, Isaías II presenta el final del exilio. La caravana ha partido de Mesopotamia, y el poeta hace ver el momento tan ansiado de la llegada del mensajero, que ya está atravesando las colinas del norte de la ciudad. Una nueva era de paz y libertad comienza: el mensajero trae la buena noticia de la liberación de Israel. A este anuncio se unen los gritos de los vigías que custodian las ruinas de la ciudad. La intervención de Dios no puede dejar a nadie indiferente. Su victoria debe alcanzar a todos los confines de la tierra.
EUCARISTÍA 1989, 60
3.
El pueblo de Israel ha experimentado en propia carne la llaga mortal del exilio. Se hace necesaria una mano amiga que ayude algo, que levante el ánimo del creyente que flaquea. Eso es lo que pretende el II Isaías. En este pasaje tenemos un himno de entronización en honor de Jerusalén: se acoge con júbilo al mensajero que trae la buena noticia de la liberación, del decreto de repatriación.
La realeza de Dios es el gran mensaje de salvación que trae el mensajero (cf 40, 9-10) y que los primeros testigos, los montes, escuchan para proclamarlo a una con el mensajero. No es un mensaje orgulloso, como los de antes del exilio, sino sencillo, que promete días de ventura en el camino de la alianza.
Los vigías son los segundos testigos del gran acontecimiento que lo ven de forma muy real, casi lo tocan, ya que "ven cara a cara al Señor". El Dios que se había alejado del pueblo, que lo había "entregado' al desastre, vuelve otra vez. Su gloria aparece revoloteando de nuevo sobre el santuario (cf Ez 43, 1-5). Mensaje de alegría para un pueblo abatido y sin horizontes: ¡Dios vuelve! Mensaje para el que se siente desanimado: ¡Dios sigue entre los que creen! El tercer testigo son las ruinas de Jerusalén. La ciudad sin futuro, las ruinas asoladas, la ciudad medio desierta y el templo abatido van a tener un restaurador (cf Is 62, 6-7). El que cree en el mensaje piensa que la restauración de una sociedad en ruinas es posible. Mensaje para el creyente de hoy.
Este himno de acción de gracias resonará en otras páginas del AT (cf Sal 97, responsorial), en las que el triunfo de Dios aparece como una activa esperanza. Quien escucha este himno se ve animado a una seria colaboración con el Dios que actúa en la historia y se preocupa del hombre.
EUCARISTÍA 1987, 59
4. /Is/51/17-23
En la primera parte de nuestro texto (51,17-23) se invita a Jerusalén a que considere el porqué de sus desgracias y el provecho que de ellas puede sacar. Ha tenido que beber el cáliz del dolor que le ha causado su propio pecado; pero éste ha sido el camino de su purificación. Esta bebida la ha dejado medio aturdida y Dios mismo la tiene que despertar. La copa fatal será retirada y la habrán de beber sus enemigos, que han pecado por su crueldad contra ella. El Señor la consuela directamente: «Mira, yo quito de tu mano la copa del vértigo, no volverás a beber del cuenco de mi ira» (v 22).
Si la tristeza es el resultado de sus pecados, la alegría es la manifestación del perdón que Dios concede a Jerusalén, a quien exhorta, tomándola por la mano, a que se presente de nuevo como la amada, revestida de luz y de belleza: «¡Despierta, despierta, vístete de tu fuerza, Sión, vístete el traje de gala, Jerusalén, ciudad santa!» (52,1). Se convertirá de nuevo en la casa de la «presencia esplendorosa» ( = kabod, doxa) del Señor. Y es que el Señor está a punto de llegar.
En la segunda parte de nuestro texto (52,7-10) se describe el anuncio de esta llegada. Al principio nadie más que un hombre en Israel conoce esta venida, pero el cielo y los seres angélicos ya están en movimiento. Se ha de preparar el camino por donde ha de pasar el rey Yahvé: «Una voz grita: Preparadle un camino a Yahvé en el desierto, allanad en la estepa una calzada para vuestro Dios. Que se alcen todos los valles y se rebajen todos los montes y collados, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Porque va a mostrarse la gloria de Yahvé, y la verán todos los hombres juntos» (40,3-5). Dios se ha servido de Ciro para poner en movimiento la historia universal, para hacer tambalear las potencias «autónomas»: «Mi victoria está cerca» (51,5).
El auténtico acontecimiento saludable es la salida de los desterrados de la tierra del exilio, precedidos por Yahvé, que abre la marcha. El mensajero de la buena nueva corre delante del séquito real atravesando las montañas: «El Señor está cerca" (5 5), «vuestro Dios es rey» (40,9-10). El grito lo repiten ahora los centinelas que custodian las murallas semiderruidas de Jerusalén: "Qué hermosos son los pies del heraldo que anuncia la paz" (52,7), de aquel que anuncia la irrupción del reino de Dios. Es hora de despertarse porque el Señor está cerca.
LA BIBLIA DIA A
DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 44
5.
Nuestro texto es uno de los himnos gozosos del Segundo Isaías anunciando el retorno de los exiliados de Babilonia a Jerusalén, y tiene la forma de un anuncio de restauración dirigido a la ciudad devastada.
Desde el país de exilio, de monte en monte, un mensajero va transmitiendo la voz, el gran anuncio. Este anuncio se sintetiza en: la "paz", que es la plenitud de todos los bienes; la "buena nueva" (en griego, "evangelio"), que es lo que uno tiene ganas de oír para ser feliz, la noticia más esperada; la "victoria", que es la liberación de toda opresión; y finalmente, lo que es la causa de todo: que "tu Dios es rey", él es el que conduce la historia a favor de su pueblo.
Escuchar este mensaje es una gran alegría, y lo es más aún cuando los centinelas de la ciudad devastada también se unen a él: el retorno de los exiliados que ya se ven llegar significa que realmente, definitivamente, el Señor vuelve a estar presente en su ciudad. Ver el retorno es ver cara a cara al Señor mismo que vuelve.
El profeta, entonces, entusiasmado, entona un cántico dirigido a las ruinas de Jerusalén, convocadas también a gritar de alegría porque el Señor reconstruye su pueblo y su ciudad. Y acaba proclamando que esta obra maravillosa de Dios es un anuncio de salvación que se dirige a todos los pueblos de la tierra.
La paz, el evangelio, la victoria, la acción poderosa de Dios, que se hicieron presentes en el retorno del exilio para el pueblo dispersado y la ciudad devastada, ahora, con la venida de Jesús, se hacen realidad plena para la humanidad entera dolorida y para todas las devastaciones que hay en el mundo.
J.
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 16
6.
Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios.
El presente oráculo del Deutero-Isaías está repleto de gozo y de entusiasmo por el inminente retorno de los exiliados en Babilonia. El mensajero anuncia la llegada del Señor que, a modo de un rey oriental, hace una solemne entrada en la ciudad de Jerusalén. Los centinelas gritan de júbilo e, incluso, las ruinas de la ciudad exultan por la reconstrucción que se avecina, signo de la salvación divina en favor del pueblo. Pero los exiliados son invitados a abandonar Babilonia después de haberse purificado ritualmente: el camino que se disponen a emprender y la ciudad hacia la que se encaminan son santos. La buena noticia (en griego evanguélion) es el anuncio del inicio del reinado de Dios y la reconstrucción de la nación. Sus dones son la paz y la salvación. Dios viene a habitar en medio de su pueblo. Esta es la buena noticia que anunciará, siglos más tarde, Jesús (cf. Mc 1,14-15 y paralelos).
El nacimiento de Jesús ha marcado el inicio del cumplimiento de las esperanzas mesiánicas de los profetas, que han de ir desarrollándose a lo largo de nuestra historia.
JORDI
LATORRE
MISA DOMINICAL 1999, 16, 37