HOMILÍAS PARA LA MISA DE LA AURORA

Lc 2, 15-20

1.

Hoy, la luz sobre nosotros (Misa de la aurora) 

A la densidad de los textos y cantos de la misa de medianoche sigue la visión plena de viva alegría de la misa de la aurora. Canta la luz del Salvador que nos ha nacido. San Lucas prosigue su relato: Los pastores se apresuran a descubrir lo ocurrido y lo que el Señor les ha dado a conocer. Desean ver; ver, es decir, constatar el amor de Dios por los hombres. La gloria de Dios está en cierta medida ligada a esta paz sobre la tierra cuyo origen está en la benevolencia de un Dios que vino a salvar a la humanidad. Toda la alegría del mensaje de los pastores estaba anunciada en Isaías (62, 11-12), y lo expresa la 1ª. lectura: "Los llamarán 'Pueblo santo', 'redimidos del Señor', y, como a Jerusalén, a la Iglesia: "a ti te llamarán 'Buscada', 'Ciudad no abandonada"'.

El salmo responsorial se asocia a esta alegría: "Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón" (Sal 96).

Esta benevolencia de Dios para con los hombres, a quienes ha querido salvar, es el tema de la 2ª lectura (Tito 3, 4-7). Aquí el comportamiento halla su fundamento: ya no es una ley, sino el hecho de la redención, de la gracia de renovación que nos ha sido otorgada. La renovación mediante el agua y el Espíritu están en la base del actuar cristiano y del juicio de valor del bautizado acerca de los hombres y de las cosas. Hechos justos, es decir, justificados por la gracia del Señor, nos encontramos en la esperanza de la vida eterna. Todo ello se fundamenta en la Encarnación de nuestro Dios, punto de partida de una nueva historia humana.

Viviendo esta nueva historia que se realiza más abundantemente cada día y, particularmente, cada vez que participamos en la eucaristía como signo eficaz de nuestra liberación y prenda de nuestra salvación, experimentamos una alegría que intenta expresar el canto de comunión:

¡Salta de alegría, hija de Sión,
mira, ya llega tu Rey,
el Santo, el Salvador del mundo!

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 2
NAVIDAD Y EPIFANIA
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 61


2.

Mensaje actual

Según Pablo a Tito, primer obispo de Creta, en la vida cristiana se hacen inevitables unas cuantas virtudes que expresan la actitud fundamental del cristiano frente a las realidades, también fundamentales, de la vida desde la nueva perspectiva de la fe en Dios encarnado: hay que renunciar a una vida sin religión, para orientarla radicalmente hacia Dios. «Desde que descubrí que Dios existe, comprendí que la vida no tiene sentido fuera de él~ (Ch. de Foucauld). Y Pascal hace hablar así a los que llevan vida mundana: "Yo abandonaría pronto mi vida mundana si tuviera fe". Y les responde: "Tú tendrías muy pronto fe si abandonaras tu vida mundana" (Pensamiento 240).

La vida cristiana es renuncia y exigencia. Se renuncia a los deseos mundanos de una vida sin religión, para aceptar los compromisos cristianos de una vida ordenada, honrada y religiosa, y esto motivado por Dios y con la esperanza puesta en él. Esta clase de vida no es pura renuncia inoperante, sino una ascesis, un entrenamiento para llegar a Dios. Los pastores son un ejemplo.

Ellos son los primeros en recibir el mensaje de los ángeles. Ellos: los hombres al natural, sin prejuicios ni irracionales exigencias, sin la contaminación negativa de la sociedad sofisticada y escéptica. Son las primicias de los creyentes, primeros adoradores gozosos del Hijo de Dios. Su obediencia a la voz del ángel es como un ejemplo de todos los que se ponen en marcha en busca de Dios siguiendo la voz de la fe. Ellos reciben un mensaje y unas señales para encontrar al niño. Este mensaje y estos signos son actuales y tienen mucho que ver con los problemas de todos los hombres.

El mensaje es de gloria para Dios y paz para los hombres. Sin esta doble dimensión no se puede celebrar en cristiano la navidad. Podrán elaborarse teorías o montarse negocios... en torno al acontecimiento. Nada más. La gloria de Dios y la paz en la tierra se anuncian indisolublemente unidas. Sin el reconocimiento de Dios, ésa es su gloria, no es posible una paz duradera entre los hombres, y a su vez la paz es la máxima gloria de Dios. El triple lema de "Libertad, igualdad, fraternidad" ha servido siempre de punto y seña para las grandes transformaciones sociales, pero donde no está Dios tampoco hay verdadero humanismo. Donde no hay un padre común, tampoco puede haber fraternidad universal. Y sin fraternidad, el hombre ve en sus semejantes un elemento explotable en beneficio propio (egoísmo), un potencial competidor al que hay que mirar con recelo (lucha). Y no hay libertad, ni igualdad, ni paz.

Los ángeles dan a los pastores unas «señales» para reconocer al salvador. Los signos son medios de conocimiento. La palabra es ineficaz para expresarlo todo. Dios había hablado de muchas maneras por medio de los profetas. En Jesús habló por su "palabra", por su Hijo, y a esa «palabra» la acompañan signos para expresar mejor el misterio.

"Encontraréis un niño". Es el primer signo. A Dios nadie lo ha visto nunca (Jn 1, 18) pero quien ve a ese niño está contemplando al Padre (Jn 14, 9). La trascendencia de Dios no se opone a la encarnación, porque la trascendencia no sólo implica grandeza, sino también amor. Eso lo explica todo. «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su propio Hijo» (Jn 3,16). Verdadero Dios y verdadero hombre, sometido al proceso de crecimiento en edad, sabiduría y gracia (Lc 2, 52). Con ello queda la humanidad divinizada y se comprende que «lo que hicisteis con uno de éstos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Ya es realidad la soñada fraternidad universal. En el principio creó Dios al hombre a su imagen y semejanza. Al poner por obra en el tiempo la obra de la redención, es él mismo quien se hace hombre sin perder por ello categoría ni rango. La humanidad ha quedado promocionada.

"En un pesebre". Es la segunda contraseña. El pesebre es el punto de conjunción de los deseos de Dios con los deseos de los hombres. El hombre busca a Dios y Dios viene al encuentro del hombre: el encuentro se hace en el portal de Belén. «De rico se hizo pobre». El pesebre es el signo de la pobreza hiriente. No es el arte imaginativo de la devoción popular, sino el establo maloliente y frío, habitáculo abandonado de animales. Normalmente hablando, todo hombre tiene una cuna al nacer y un lecho al morir. Todo le faltó al Señor. Fue su madre la suave cuna de Belén y fiel compañía al pie de la cruz. Pero esta pobreza es voluntaria y fecunda. Su pobreza nos enriquece, su humillación nos dignifica, su encamación nos diviniza. Al poseer a Dios, somos infinitamente ricos.

"Con María, su madre". Es siempre María la que presenta a Dios al mundo. Ella es mediadora, sacramento de Dios, portadora de Dios. Dios se hace para nosotros una realidad cercana y cálida que se nos ofrece en los brazos de su madre y nuestra madre. Una mujer de nuestra raza, una hermana nuestra ofrece al mundo al único que lo puede salvar. María realiza la misión de la iglesia, que consiste en hacer nacer a Dios en el corazón del creyente. Como Cristo es revelador del Padre, así María es reveladora de Cristo ante el mundo.

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/B
EDIT. VERBO DIVIN0 ESTELLA 1987.págs. 26 s.


3.

1. Navidad: nacimiento a la fe

Tanto Isaías como Pablo nos invitan a vivir el nacimiento de Jesús como nuestro propio nacimiento a una vida nueva. Navidad (nacimiento) es la celebración del nuevo nacimiento que nos transforma en "pueblo santo".

No cabe duda de que pretender revalorizar hoy el bautismo como el nacimiento del hombre nuevo es una de las tareas más arduas, y quizá también menos convincentes. En efecto, ¿qué nos puede significar un rito que realizamos casi automáticamente y al que nadie le asigna trascendencia histórica ni en la vida del individuo ni en la vida de la comunidad social? ¿No es un simple gesto tradicional que muy pocos asumen en serio? Y, sin embargo, para Pablo está claro que al sumergirnos en las aguas bautismales resurgimos como otros hombres, nuevos, distintos, santos. Tampoco hoy la palabra santo nos dice mucho. Y, sin embargo, ser santo es tener la cualidad o el estilo de Dios; es ser pertenencia del mundo divino, del Reino; es revolucionar totalmente los esquemas y modos de ser del mundo. Somos el pueblo santo, que el mismo Isaías traduce como «pueblo redimido», pueblo liberado.

Y es el mismo Pablo el que nos da el motivo por el cual nuestro bautismo se ha transformado en algo tan insulso y a-histórico. Nos dice que Dios nos ha salvado "con el baño del nuevo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo". Ya hemos reflexionado en anteriores semanas acerca de este tema, mas no está mal que insistamos una vez más.

Toda Navidad es el fruto de la obra del Espíritu que obra en el seno de María. María fue madre por su apertura al viento-fuerza de Dios que la llamaba para cooperar en la obra de la liberación. Y si Navidad es el fruto del Espíritu, si Jesús nace por esa fuerza renovadora.... ¿por qué, entonces, nos cuesta tanto aceptar que no puede renacer un hombre nuevo del bautismo si no dejamos que el Espíritu de Dios lo renueve? Pablo habla de re-novar, es decir, hacer algo nuevo. Esto implica un proceso de transformación y cambio.

Bautizarse es decirle sí al cambio total y profundo que Dios nos propone, así como la Navidad es introducir el cambio radical por medio de Cristo, cambio del que dan testimonio todas las páginas del Evangelio.

El bautismo no dura diez o quince minutos. El nacimiento del Espíritu es un proceso largo y lento que dura toda la vida. Nadie puede decir que está bautizado... Más bien, que ha comenzado a bautizarse. Todos los días sopla el Espíritu, y todos los días hay que renovarse, cambiar, transformar nuestro ser y los esquemas sociales en los que nos movemos. Navidad es el signo de cuánta fuerza tiene el Espíritu de Dios. Pero también de cuánta necesidad tiene hoy la Iglesia de abrirse a su soplo para dejar incubar en su seno al hombre nuevo «liberado por el Señor».

2. Los pastores, prototipos del hombre creyente

Los pastores, el grupo social más despreciado de su época por su rudeza, ignorancia y falta de cultura, los marginados de la estructura político- religioso-social del judaísmo, nos pueden ayudar a dar significado a esta celebración navideña. Lucas los presenta como los primeros creyentes, los prototipos del cristiano, los re-nacidos a la luz de la fe.

¿Cómo caracteriza Lucas la fe de los pastores

--Fueron hombres atentos a la palabra divina que les llegó de noche, en plena tarea de vigilancia. Nadie se interpuso entre esa palabra y el corazón de los pastores. Nuestra Navidad, tan preocupada por compras y alardes mundanos, puede ser una noche triste si no somos capaces de abrir el oído a un mensaje que nos quiere transmitir. Sin esa escucha no hay fe ni bautismo ni navidad. Sin palabra que dé contenido a nuestros gestos, el cristianismo es simplemente un producto fósil.

--Fueron hombres que dieron una respuesta pronta y sencilla; abandonan todo y corren al pesebre para encontrar al niño. No hay bautismo ni fe sin respuesta personal, sin opción.

--Fueron hombres llenos de un gran deseo de «ver» a Jesús. Vieron, o sea, reconocieron al Salvador en el rostro de un niño tendido en la humildad de un pesebre. ¿Dónde está Jesús para que vayamos a verlo? Busquemos a ese niño que llora, a ese pobre que reclama un derecho, a ese anciano que se siente solo y abandonado: allí, en esos rostros veremos a Jesús.

--Fueron hombres que dieron su testimonio fresco y alegre: manifiestan a todos cuanto han oído y visto y proclaman su gratitud al Señor. El cristiano es un testigo: busca, ve y comunica lo encontrado.

Con María y José permanezcamos hoy en silencio, meditando en nuestro corazón cuanto nos va diciendo esta Navidad. Recordemos aquel día en que nacimos a la luz de la fe; recordémoslo tomando conciencia de algo que en su momento nos pasó inadvertido. Como al anciano Nicodemo (Juan 3), esta Navidad nos invita a nacer de nuevo o, si se prefiere, a seguir el proceso de nuestro nacimiento.

No digamos: soy cristiano. Mejor es afirmar: debo nacer cristiano. Me han sumergido en el agua. Ahora necesito renovarme por la fuerza del Espíritu...

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A. 1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 110 ss.


4.

SÍMBOLOS VACÍOS

Encontraron al Niño acostado en el pesebre

Apenas se acercan las fechas navideñas, nuestras calles se llenan de luces, estrellas, árboles navideños, belenes. En muchas casas se sacan con cuidado las piezas del nacimiento y se adorna el hogar con toda clase de motivos navideños.

Pocas veces nuestra sociedad adquiere un carácter ornamental tan intenso y festivo. Y sin embargo, ¿qué se encierra tras todos estos símbolos entrañables? ¿Qué lee el hombre actual en esos signos?

Se iluminan las ciudades con toda clase de luces y se encienden los cirios navideños en los hogares, pero apenas le recuerdan a nadie a Aquel que es la Luz del mundo, el que ha venido a iluminar las tinieblas de nuestra existencia.

Las calles se llenan de estrellas, pero, ¿a cuántos les orientan hacia aquel portal de Belén en el que nació el Salvador de la humanidad? Se colocan árboles de Navidad en las plazas y en los rincones de los hogares, pero, ¿quién se detiene a pensar que ese árbol simboliza a Jesucristo, el Árbol de la Vida, el Mesías que trae nueva savia a los hombres? ¿Quién recuerda que ese árbol, lleno de luces y regalos, es símbolo de Cristo, portador de luz y gracia para todos nosotros?

Pero, sobre todo, ¿quién se detiene a contemplar con fe el misterio que se encierra en un Belén por modesta que sea su construcción. Francisco de Asís inició la costumbre de montar el Belén movido por el deseo de hacer más presente y real el misterio de la Encarnación, experimentar directamente la alegría del nacimiento de Dios y comunicar esa alegría a los amigos. Cuenta Tomás de Celano, su primer biógrafo, que Francisco contemplaba con alegría indescriptible el misterio de Belén. «Afirmaba que ésta era la fiesta de las fiestas, pues en ese día Dios se hizo niño y se alimentó de leche del pecho de su madre, lo mismo que los demás niños. Francisco abrazaba con delicadeza y devoción las imágenes que representaban al Niño Jesús y lleno de afecto y compasión, como los niños, susurraba palabras de cariño».

Son muchos, sin duda, los factores que nos han hecho ciegos para leer los símbolos navideños y detenernos ante ese Niño en el que no somos ya capaces de percibir nada grande.

Por eso, tal vez, la manera más auténtica de vivir nosotros la Navidad sea empezar por pedir a Dios esa sencillez y simplicidad de corazón que sabe descubrir en el fondo de estas fiestas a un Dios entrañable y cercano.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 23 s.


5.

1. La confirmación.

Los pastores siguen -en el evangelio- la indicación del ángel. No solamente debían creer que lo que el ángel les había anunciado era verdad, sino que debían confirmarlo y experimentarlo mediante su propia experiencia. Todo el relato habla de ello. Primero la decisión que toman en común: «Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado». Después, cuando han podido confirmarlo por sí mismos, cuentan lo que han experimentado; y ahora esta su experiencia personal se convierte en confirmación para los que no han oído nada del ángel ni del canto de alabanza celeste, de manera que no sólo los pastores sino «todos los que lo oían se admiraban de lo que decían». Y finalmente se pone de relieve una vez más que los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios tanto por la aparición del ángel como por lo que habían visto en el pesebre, porque «todo había sucedido como les habían dicho». Si reflexionamos un poco sobre nuestra vida cristiana, veremos que también a nosotros se nos exige algo más que una simple fe: constantemente hemos de dar pruebas de que nuestra fe es verdadera y de que también en nuestra gris vida cotidiana transitamos por el camino recto, por el camino que Dios quiere. Estas pruebas pueden ser silenciosas e insignificantes, de suerte que el que espera algo tangible no ve las señales de Dios. Hay que imitar a María, que medita en silencio sobre lo que ha sucedido.

2. "Y ella conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón". María conserva todas estas cosas en su corazón. No olvida nada de lo que tiene relación con el Niño; sabe que todo tiene un significado también para ella y para su misión. En último término, en la historia de cualquier vida cristiana, todo lo que ha sucedido forma -si no se deja caer ninguno de los hilos- un tejido pleno de significado. Si se tiene presente todo lo que ha sucedido hasta ahora y se intenta captar su sentido más profundo, lo inesperado jamás aparece como algo imprevisto. La permanente contemplación por parte de María de todos los acontecimientos de la vida de su Hijo, no es superflua para la renovación y profundización constantes de su sí, hasta la cruz.

3. "Justificados por su gracia".

Las dos lecturas muestran cómo las pruebas o confirmaciones que recibimos son pura gracia de Dios. Nuestras obras y esfuerzos personales no servirían para nada, si no tuviéramos -mediante los sacramentos y la renovación por el Espíritu Santo- la gracia de poder recibir y percibir la «misericordia» de Dios. Toda nuestra existencia está tan impregnada por su gracia que no debemos buscar, entre tibios y distraídos, una vida después de la muerte, sino que debemos dirigir ya nuestra mirada, llenos de una fuerte «esperanza» cristiana, hacia la «vida eterna». Y a la hija de Sión se le dice que debe mirar ya a la salvación que llega como una realidad perfecta. Pues también a ella se le da una prueba: ya puede ver a los primeros hombres ganados por Dios venir delante de él: son los «redimidos del Señor». Para el pueblo veterotestamentario esto significaba que en los profetas recibía constantemente la confirmación de que Dios está realmente a punto de llegar. Para la Iglesia esto significa que en sus santos ella puede reconocer que la palabra de Dios en Jesucristo es verdad, que esa palabra puede vivirse y de hecho se vive; merced a esta verdad se acrecienta la esperanza cristiana.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 22 s.


6.

DIOS CONTINUA AMANDO A LOS HOMBRES

1. "Ha aparecido la Bondad de Dios y su amor al hombre" /Tt/03/04 . Dios es amor y el amor es bondad. Dios es bueno y la bondad ama. Dios es bondad y amor y nos lo manifiesta en un niño. ¿Qué mejor signo de bondad que un niño recién nacido? ¿Qué mejor signo de amor que abajarse Dios a un niño, que hacerse niño? Decimos de una persona infantil e inmadura: es un niño, y lo consideramos peyorativo. Cuando el hombre tanto se quiere elevar y se cree tan grande, Dios inmenso e infinito se achica, se empequeñece y se hace niño. Dios cura la soberbia humana con la humildad divina. Dios nos dice que nos ama anonadándose. Ante el Dios del Sinaí dijeron los israelitas: "No nos hable Dios que moriremos...(Ex 20,19)". Ante un niño que llora y que sonríe, y que necesita estar prendido del pecho de su madre, y que está totalmente desvalido, el hombre se siente amado por Dios y llamado a amar, más que a temer.

2 "Un ángel del señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y les dijo: "Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Aquí tenéis la señal: encontaréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,1).

3. Esta revelación exige una repuesta: Compulsar la señal que Dios les ofrece. Aceptar la palabra de su evangelio. Por eso "Cuando los ángeles los dejaron, los pastores se decían: <Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor>" Lucas 2, 15. Los pastores-los humildes-, los pobres, los que viven alejados de los pueblos y no pueden cumplir el ceremonial de la ley de los judíos. Pastor fue David, y Abraham y los patriarcas, fueron pastores que escucharon la palabra de Dios y recibieron su visita. Los pastores "fueron corriendo". Obedientes a los ángeles, fueron corriendo. Dejaron su trabajo, los que aún de noche estaban velando. Los ángeles fueron a buscar a quienes velaban, no a quienes a esas horas se estaban divirtiendo. La revelación de Dios la reciben los que están en su puesto, abnegados, solícitos y sin ambiciones.

4. "Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor" Lucas 2, 15. Los pastores -los humildes- "fueron corriendo". Obedientes a los ángeles, fueron corriendo. Dejaron su trabajo, los que aún de noche estaban velando. Los ángeles fueron a buscar a quienes velaban, no a quienes a esas horas se estaban divirtiendo. La revelación de Dios la reciben los que están en su puesto, abnegados, solícitos y sin ambiciones.

5. "Y encontraron a María". Una jovencísima madre, más hermosa que el sol. "Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se ha cumplido"(Lc 1,5).

6. Habían pasado ya las zozobras y se habían solucionado los interrogantes. El Padre, a la hora oportuna y señalada por su providencia, "cuando el mundo y todo estaba en silencio, envió desde el alto cielo su Palabra" (Sb 18,149). "Y el Verbo se encarnó y nació de María la Virgen" Juan 1, 17. Dios nos ha hablado. Antes nos había hablado por los profetas, desde hoy, por su Hijo niño (Hb 1,1).

7 Nosotros vemos la señal también: un Niño, un futuro crucificado. Sabemos que de Belén se pasa al Calvario y creemos que ha venido para morir por nosotros porque El es el Salvador.

8. Jovencísima madre y dichosísima con tu Hijo, que muestras a tus hermanos, sus hermanos, los pastores, a nosotros, que humildes venimos a adorarlo y a que nos de su sol y nos broncee de Dios su fuego incandescente.

9. "Encontraron a José". Ya pasó la noche, José, pasó el invierno y cesaron las lluvias (Cant 2,11), tus dudas, y quedó tu fe, comprometida por Dios para hacer de pantalla, para ser padre del esfuerzo sin el gozo de la paternidad; el trabajo para sustentar, cuidar y defender a este hijo que cuida de tí cuando tú cuidas de él. Cuando los hombres buscan sus placeres rehuyendo sus deberes, tú te abrazas a los deberes, desprendido del placer, porque el que ama no trabaja y si trabaja ama el trabajo (San Agustín).

Casto José, enseña y fortalece a tu familia, la Iglesia, para que viva excelsamente la luz de la castidad, en medio de una sociedad decadente y ajada por el afán del placer y drogada por el hedonismo y corrompida en su raíz.

10 "María oía a los pastores". Les contaban lo de los ángeles. Y callaba y "meditaba todas estas cosas en su corazón". El silencio, hoy tan difícil, en esta sequía que dura ya tanto en este mundo, en la Iglesia, comunidad de orantes, de hombres que aman y rezan, como designaban los paganos de Roma a los primeros cristianos... Enséñanos a contemplar como tú, para que Dios nos revele las lecciones de Belén.

11 Y hoy, cuando nos acerquemos a comer el fruto de tu vientre en la eucaristía, muéstranoslo como a los pastores, llena de plenitud de gozo lo hiciste, y haz que sepamos encontrarlo en nuestros hermanos, sobre todo en los más pequeños y desprotegidos. Amén.

J. MARTI-BALLESTER


7.LECTURAS: IS 62, 11-12; SAL 96; TI 3, 4-7; LC 2, 15-20

Is. 62, 11-12. Después de que, en el destierro, habían sido testigos del esplendor con que celebraban los cultos idolátricos, los judíos venidos del destierro veían la pobreza con que ellos celebraban el culto al Señor. Llevando la Torah con antorchas y cánticos, el profeta sale a su encuentro para patentizarles la presencia de Dios en medio de ellos como salvador y como el que se levanta victorioso sobre sus enemigos. A Dios no podemos impresionarlo con un culto lleno de esplendor en lo externo. Dios quiere llegar a nuestros corazones como salvador y como Aquel que nos libera de nuestras esclavitudes al pecado y a lo pasajero. Por eso debemos ser el Pueblo Santo de Dios, como el Señor es Santo. Que nuestro culto al Señor no se quede en celebrarlo externamente, sino con un corazón que le recibe, que le escucha y que se deja guiar por Él.

Sal. 96. Dios ha llegado a nosotros como Rey poderoso que viene a destruir nuestras maldades y a hacer que nos gocemos en Él. Dios no ha venido como los reyes de este mundo, que muchas veces se aprovechan o aplastan a sus súbditos. Dios se ha manifestado a nosotros como un Padre lleno de amor que se hace Dios-con-nosotros, siempre dispuesto a escucharnos, siempre dispuesto a perdonarnos, siempre dispuesto a darnos la mano para levantarnos de nuestras angustias, pobrezas y desánimos. En Cristo amanece para nosotros la luz y retorna a nosotros la paz y la alegría, por eso no sólo creamos en Él con los labios; sino que aceptémoslo realmente en nuestra vida de tal forma que, dejados conducir por Él y sintiendo su amor de Padre, alegremente bendigamos su santo nombre, no sólo con palabras, sino con una vida que demuestre que en verdad somos conducidos por su Espíritu.

Ti. 3, 4-7. De nada nos serviría estar bautizados y haber sido hechos templos de la Trinidad, si continuáramos en una vida de maldad. La regeneración debe llevarnos a una renovación total por la acción del Espíritu Santo en nosotros. Él habita en nosotros gracias a la acción salvadora de Cristo Jesús. Por eso quienes hemos sido bautizados, sumergidos en la Trinidad, no hemos entrado y salido, sino que Dios permanece en nosotros y nosotros en Él. Si permanecemos fieles al Señor realmente será nuestra la herencia de la vida eterna que Él ha prometido a los suyos. La Salvación se ha hecho realidad para nosotros por medio de Jesús, nacido de María Virgen. Si somos hombres de fe en Cristo no nos quedemos con saber esta verdad, sino que vivamos en la realidad de ser hijos de Dios y demostrémosla mediante nuestras buenas obras.

Lc. 2, 15-20. María, José y los pastores ante el pesebre en el que está recostado el niño envuelto en pañales. María que conserva todo lo sucedido y lo medita en su corazón. Los pastores que escuchan la voz que Dios les ha dirigido por medio del ángel, se ponen en camino, comprueban y aceptan que el Mesías está entre nosotros, y su glorificación a Dios entre los campos es un testimonio ante los demás de lo que ellos también llevan en su corazón. Dios quiere que entremos en una relación personal con Él. Su Palabra debe tomar posesión de nosotros y transformarnos en un signo de su amor en medio del pueblo. Sólo cuando hagamos nuestra la Palabra de Dios, sólo cuando hagamos la prueba y veamos qué bueno es el Señor podremos anunciar su Nombre no sólo como un discurso, sino con la fuerza salvadora que sólo proviene de Dios. Por eso hemos de meditar la Palabra de Dios y dejarla producir fruto abundante en nosotros. Ese día habremos permitido al Señor conducirnos a un nuevo nacimiento: el de renacer como hijos suyos, con la misión de convertirnos en una continua alabanza de su Nombre y de conducir a todos al conocimiento y a la unión con el Señor. Que Él nos conceda vivir, así, a profundidad, nuestra fe.

En esta Eucaristía estamos también nosotros ante el Señor. Ojalá y no sólo vengamos a contemplarlo y a adorarlo. Unamos nuestra vida a Él. Vivamos la comunión con Él. Que su amor y su vida sean nuestros y nos hagan llegar a nuestra propia plenitud humana.

8. «Noche de silencio»
El padre Cantalamessa comenta el Evangelio del próximo domingo, Natividad del Señor

ROMA, viernes, 23 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia— al Evangelio de la segunda Misa de la Natividad del Señor, llamada «de la aurora».

* * *

Natividad del Señor
Isaías 62,11-12; Tito 3,4-7; Lucas 2,15-20

Noche de silencio

El Evangelio de la segunda Misa de Navidad, llamada «de la aurora», nos muestra con los pastores y con María cuál debe ser nuestra respuesta y nuestra actitud ante el pesebre de Cristo. Los pastores personifican la respuesta de fe ante el anuncio del misterio. Dejan «sin demora» su rebaño, interrumpen su descanso; todo pasa a un segundo plano frente a la invitación de Dios; María personifica la actitud contemplativa y profunda de quien, en silencio, contempla y adora el misterio: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón».

Existen verdades y acontecimientos que se pueden acoger mejor con el canto que con las palabras, y uno de ellos es precisamente la Navidad. El canto navideño más popular en Italia es Tu scendi dalle stelle (Desciendes de las estrellas. N de la t), compuesto por San Alfonso María de Ligorio. La Navidad nos aparece en él como la fiesta del amor que se hace pobre por nosotros. El rey del cielo nace «en una gruta en el frío y en el hielo»; al creador del mundo «le faltan paños y fuego». Esta pobreza nos conmueve, sabiendo que «te hizo amor más pobre», que fue el amor el que hizo pobre al Hijo de Dios. Con palabras sencillísimas, casi infantiles, se expresa el significado de la Navidad que el apóstol Pablo encerraba en las palabras: «Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Co 8,9).

Hay infinitas formas de pobreza que, al menos una vez al año, vale la pena recordar, para no quedarnos siempre en la pobreza de los bienes materiales. Existe la pobreza de afectos, la pobreza de educación, la pobreza de quien ha sido privado de lo que le era más querido en el mundo, la pobreza de la esposa rechazada por el marido o del marido rechazado por la esposa; la pobreza de los esposos que no han podido tener hijos, de quien debe depender físicamente de otros. La pobreza de esperanza, de alegría. Finalmente la peor pobreza de todas, que es la pobreza de Dios.

Existen pobrezas, propias y ajenas, contra las cuales hay que luchar con todas las fuerzas, porque son pobrezas malas, deshumanizadoras, no queridas por Dios, fruto de la injusticia de los hombres; pero hay muchas formas de pobreza que no dependen de nosotros. Con estas últimas debemos reconciliarnos, no dejarnos aplastar por ellas, sino llevarlas con dignidad. Jesucristo eligió la pobreza; hay en ella un valor y una esperanza.

Otro canto navideño, el más amado en todo el mundo, es Stille Nacht, Noche silenciosa (popularmente entonado también como «Noche de Paz», N de la t). El texto original dice: «¡Noche de silencio, noche santa! / Todo calla, solo velan / Los dos esposos santos y piadosos. / Dulce y querido Niño / Duerme en esta paz celeste». El mensaje de este canto no está en las ideas que comunica (casi ausentes), sino en la atmósfera que crea: una atmósfera de estupor, de calma y de silencio, y nosotros tenemos una necesidad vital de silencio. «La humanidad, dijo Kierkegaard, está enferma de estruendo». La Navidad podría ser para alguno la ocasión de redescubrir la belleza de momentos de silencio, de calma, de diálogo consigo mismo o con las personas. Un texto de la liturgia navideña, procedente del libro de la Sabiduría (18,14-15), dice: «Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía, tu Palabra omnipotente, oh Señor, saltó del cielo, desde el trono real», y san Ignacio de Antioquia llama a Jesucristo «la Palabra salida del silencio» (Magn. 8,2). También hoy, la palabra de Dios desciende allí donde encuentra un poco de silencio.

María es el modelo insuperable de este silencio adorador. Se nota una diferencia entre su actitud y la de los pastores. Los pastores se ponen en camino diciendo: «Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha sucedido», y vuelven glorificando a Dios y relatando a todos aquello que habían visto y oído. María calla. Ella «no tiene palabras». Su silencio no es un sencillo callar; es maravilla, estupor, adoración, es un «silencio religioso», un estar dominada por la grandeza de la realidad.

Concluyo con una bella leyenda navideña que resume todo el mensaje que hemos recogido de los dos cantos navideños: pobreza y silencio. Entre los pastores que acudieron la noche de Navidad a adorar al Niño había uno tan pobrecito que no tenía nada que ofrecer y se avergonzaba mucho. Llegados a la gruta, todos rivalizaban para ofrecer sus regalos. María no sabía cómo hacer para recibirlos todos, al tener en brazos al Niño. Entonces, viendo al pastorcillo con las manos libres, le confió a él, por un momento, a Jesús. Tener las manos vacías fue su fortuna. Es la suerte más bella que podría sucedernos también a nosotros. Dejarnos encontrar en esta Navidad con el corazón tan pobre, tan vacío y silencioso que María, al vernos, pueda confiarnos también a nosotros su Niño.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]