-Fiesta de la Fe.
El Mesías de Israel, nacido en la ciudad de David, llama a la fe, a la salvación, a
gente de todos los pueblos. Los magos son las primicias de todas las naciones llamadas a
la fe.
Vale
la pena describir el camino de la fe que nos presenta el evangelio: los magos descubren un
signo (la estrella), siguen la llamada -a la que son obedientes sin desfallecer-, se
informan, buscan, preguntan. Finalmente, encuentran. Con una "inmensa alegría"
descubren al niño, con María, su madre. Cayendo de rodillas le adoran. Es el símbolo
del itinerario de fe que recorrieron quienes son vistos como los primeros entre los
creyentes no israelitas; es el camino que cada hombre es llamado a recorrer. Un evangelio, el de hoy, muy cercano a los hombres de todos los
tiempos, que interpela al hombre moderno. Este no puede quedar como deslumbrado ante los
progresos de la ciencia y de la técnica. Bajo las estrellas que brillan en el mundo
moderno, hay que buscar un signo más profundo y más humanizador. Si investigamos, si
buscamos, si no desfallecemos, encontraremos al final la llamada de Dios, la llamada de la
fe que nos conduce al Dios hecho hombre, al Mesías salvador de todos los hombres.
Cuando le encontramos, lo adoramos: es el reconocimiento: "Él
es el Señor". Los presentes ratifican el reconocimiento. La ofrenda de la fe (la que
realizamos en cada Eucaristía) no es una cosa material. Nos lo dice hoy la oración sobre
las ofrendas: "no son oro, incienso y mirra, sino Jc tu Hijo...", proclamado,
inmolado, comido. Y con Él nos ofrecemos a nosotros mismos. Es la ofrenda personal de
nosotros a Dios que nos exige la fe. Cada vez que celebramos la Eucaristía, realizamos la
ofrenda de la fe. Es el objetivo principal a alcanzar en nuestra participación en la
eucaristía: que el Espíritu nos transforme en ofrenda permanente con Cristo, por Él y
en Él.
-Fiesta ecuménica y fiesta de la Luz.
"También los gentiles son coherederos, miembros del mismo Cuerpo y
partícipes de la Promesa en JC, por el Evangelio" dice Pablo en la segunda lectura.
Ahora, en Jesús, el Hijo de Dios, se ha hecho la manifestación, Epifanía, de este plan
salvador universal de Dios, que no conoce fronteras. Todos los pueblos forman un solo
cuerpo por la fe, por su incorporación a Cristo.
Hoy es fiesta universal: el Hijo de Dios se quiere manifestar a
gente de todas las naciones para llevar a cabo el plan universal de salvación del Padre.
"Fiesta de la luz", así la denominaban los orientales. La
primera lectura nos lo pone de manifiesto. Jerusalén está toda ella circundada de la
gloria de Dios y se convierte en faro de todos los pueblos. Es la imagen de la Iglesia
(véase el inicio de la "Lumen gentium"). La Iglesia no es la luz. La luz es
Cristo, pero la luz de Cristo resplandece en el rostro de la Iglesia, y ella quiere
iluminar a todos los hombres con la claridad de Cristo por la predicación del Evangelio.
Es un hermoso símbolo, tan enaltecido por la liturgia cristiana
(p.e. en los ritos postbautismales), que revela hoy nuestra reflexión sobre la fe. El
creyente, el bautizado es un "iluminado" por la luz de Cristo; forma parte de la
Iglesia y por eso ha de ser iluminador de los que no tienen fe, tiene que iluminar a los
demás con la luz del Evangelio. Para que todos los hombres lleguen a vislumbrar la
estrella, como los magos, para que todos los hombres caminen en la luz del Señor.
P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL, 1990 nº 1

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