SAN
AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA
Ef
3,2-3.5-6: Adheríos a Cristo como a
piedra angular.
Ahora,
pues, amadísimos, hijos y herederos de la gracia, considerad vuestra vocación
y, una vez manifestado Cristo a los judíos y a los gentiles, adheríos a él
con amor incansable como a piedra angular. En efecto, en los comienzos de su
infancia se manifestó tanto a los que estaban cerca como a los que estaban
lejos. A los judíos en la cercanía de los pastores, y a los gentiles en la
lejanía de los magos. Aquéllos llegaron el mismo día en que nació; éstos,
según se cree, en el día de hoy. Se les manifestó, pues, sin que los primeros
fueran sabios ni los segundos justos, pues en la rusticidad de los pastores
predomina la ignorancia, y en los sacrilegios de los magos la impiedad. A unos y
a otros unió a sí aquella piedra angular que vino a elegir lo necio del mundo
para confundir a los sabios, y a llamar no a los justos, sino a los pecadores,
para que nadie, por grande que sea, se ensoberbezca, y nadie; aunque sea el
menor, pierda la esperanza.
Así se explica que los escribas y fariseos, aunque se creían muy sabios y justos, al mismo tiempo que mostraron la ciudad en que había de nacer, al edificar lo rechazaron. Mas como se convirtió en cabeza de ángulo, lo que mostró al nacer lo cumplió al morir. Adhirámonos a él en compañía de la otra pared en que están los restos de Israel, que por elección gratuita se han salvado. Ellos, que habían de unirse de cerca, están simbolizados en aquellos pastores, para que también nosotros cuya vocación significaba la llegada de lejos de los magos, permanezcamos en él, no ya como peregrinos e inquilinos, sino como conciudadanos y familiares de Dios, coedificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo la piedra angular; el que hizo de los dos pueblos uno solo, para que en el uno amemos la unidad y poseamos una caridad infatigable para recuperar a las ramas que, proviniendo del acebuche, fueron injertadas también, pero desgajadas por la soberbia, se convirtieron en herejes. Poderoso es Dios para injertarlas de nuevo.
Sermón 200,4