COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Is 60. 1-6
-Contexto:
-"¡Levántate!" (v.1) es el grito que se da para despertar al que está dormido así como también para infundir coraje al que está desesperado. El segundo imperativo: "¡brilla!"=revístete de esplendor es la invitación a mostrar un rostro risueño porque la tristeza y desesperación han cesado.
-Con la vuelta del destierro la situación no había cambiado. Is.II habló de un nuevo éxodo, de un morar de Dios en Jerusalén cuyo dominio se extendería no sólo sobre la Ciudad Santa sino sobre todos los pueblos. Ante la promesa de esta epifanía divina, los primeros repatriados del destierro soportan las enormes dificultades pero los años pasan y la promesa no se cumple (Is 52.). Siguen cometiéndose las mismas injusticias (v.18), la pobreza reina por todas partes (v.17), Jerusalén se halla aún sin murallas (v.10), los pueblos extranjeros no sólo no acuden a la ciudad sino que incluso la desprecian (vv.14s). Los israelitas comienzan a dudar de la fidelidad de Dios y de las palabras de los profetas.
-En esta situación de desesperación, Is.III proclama este mensaje de salvación a la ciudad de Jerusalén. Es la respuesta de esperanza al lamento del pueblo: "...está lejos de nosotros el derecho... esperamos la luz y vienen las tinieblas, claridad y caminamos a oscuras..." (59.9; cf. 56.9-57.13). El poeta anuncia un futuro de bendiciones que se cumplirá porque Dios mismo es el que habla (v.22).
-Texto:
vv. 1-3: se habla de una manifestación o epifanía salvadora del Señor. El poeta está tan seguro de ese futuro que usa los tiempos en pasado, como si ya se hubiese realizado (pasado profético).
Hay un contraste entre la luz y las tinieblas (=presencia y ausencia de Dios). La luz, tan ansiada, ya está amaneciendo sobre la Ciudad Santa, en contraste con las tinieblas que se extienden sobre las otras naciones. Este amanecer no guarda relación alguna con la salida del sol sino que hace más bien referencia a la gran epifanía o manifestación de Dios (58.8); el sol y la luna de la primera creación serán sustituidos por la luz eterna del Señor que irradiará un brillo cegador (60.19). Donde está Dios está la luz y está la vida; si Jerusalén desea vivir deberá estar unido a su Dios. Y ante esta epifanía del Señor también los otros pueblos se ponen en movimiento saliendo de la oscuridad.
vv. 4-7: otra bina de imperativos recalca el carácter de urgencia e inmediatez del mensaje. Una nueva época se instaura en la ciudad: no sólo vuelven los desterrados sino también los otros pueblos, atraídos por la luz del Señor se dirigen a Jerusalén. Es la antítesis de la dispersión del año 586. El edicto de repatriación de Ciro sólo hizo volver a algunos, pero la epifanía de Dios, a todos, incluso a los más lejanos que traen los dones más preciados de Oriente. Cuando todo esto acaezca ya no será necesario dar ánimos a Jerusalén. Ella lo verá con sus propios ojos y su rostro se volverá risueño.
-Reflexiones:
-La epifanía que describe Is.III no es tan concreta como la de su predecesor. El cambio tendrá lugar cuando Dios quiera, y por eso debemos estar siempre en una continua espera esperanzadora. La palabra de Dios se ha empezado a cumplir ya con la Epifanía de Jesús. Él es la luz del mundo, y luz verdadera (Jn 1. 4/8); el que le sigue no camina en tinieblas (Jn 8.12). Pero todavía estamos a la espera de una nueva creación epifánica (Ap 21.)
-La nueva Jerusalén, la Iglesia, debe ser morada epifánica del Señor. Ella no es la luz sino el instrumento que hace posible esta luz. Nuestra humanidad se abate en las tinieblas... La Iglesia, con sus orientaciones, ¿es vehículo de la luz? ¿Confluyen hacia ella todos los pueblos del s.XX con sus variadas riquezas: diversidad de opiniones, opciones...? Tal vez sea necesario gritarle de nuevo: "¡levántate y brilla!", ¡despierta y vístete de esplendor! ¡cambia tu rostro hosco, amenazante, encerrado en ti mismo por la alegría, la esperanza, la apertura...!
A. GIL MODREGO
DABAR 1990 nº 8
2.EPI/SENTIDO:
"Epifanía" es una palabra griega que significa "manifestación".
Se hablaba de epifanía cuando un rey se manifestaba a su pueblo, en especial cuando regresaba triunfante de la batalla o visitaba con gloria y majestad una de sus ciudades. La visita del rey despertaba en unos la esperanza y en otros el temor; su aparición se consideraba un juicio de salvación para los fieles vasallos y de condenación para sus enemigos. Toda la historia de Israel, como historia de liberación, es una epifanía de Dios, el verdadero Rey de Israel y el único que puede salvar. Sin embargo hay momentos privilegiados en los que Dios se manifiesta con singular esplendor, y entonces se dice que "el Señor visita" a su pueblo. Entre estos momentos hay que destacar el de la salida de Egipto y el de la repatriación de los exiliados de Israel en Babilonia, es decir, el primero y el segundo "éxodo".
El autor asume en este hermoso poema el motivo de la epifanía de Yavé y, recordando la prodigiosa liberación de los cautivos de Babilonia y su regreso por el desierto a la Ciudad de David, espiritualizando y universalizando también este acontecimiento del pasado, proyecta en el último futuro la definitiva "epifanía" del Señor cuando vuelva al fin de los tiempos. La venida o el adviento del Señor es contemplada como un amanecer sobre Jerusalén, de una gran luz, de un sol victorioso.
El profeta invita a la ciudad a que se deje ya de lamentos y levante la cabeza para que, iluminado su rostro con la luz que viene sobre ella, resplandezca de alegría: "Levántate, brilla Jerusalén...!".
El advenimiento de Yavé convierte a Jerusalén en un foco de luz para todo el mundo, en un faro que orienta todos los caminos. Los pueblos que yacían en las tinieblas de la muerte se levantan y emprenden la marcha bajo la nueva luz.
El profeta invita a Jerusalén a levantar la vista en torno suyo: He aquí que sus hijos y sus hijas vuelven hacia ella de la diáspora y del destierro, y los mismos pueblos extranjeros que los detuvieron en la cautividad son ahora los que les ayudan para que les sea aún más agradable la repatriación. Jerusalén se convierte en el centro del universo, en el lugar señalado para la reunión de los hijos de Israel y para el encuentro de todos los pueblos; pues el Señor convoca a todas las naciones para celebrar la misma salvación que ha surgido en Jerusalén.
Jerusalén, asombrada ante lo que ve venir, ensancha las murallas y el corazón para recibir muchedumbres y regalos innumerables. En ella hay lugar para todos. Con naves y camellos, por el mar y por el desierto acudirán a Jerusalén los pueblos de Occidente, "las Islas", y los de Oriente. Traerán en las manos el oro y el incienso; y en sus labios, una canción de alabanza a Yavé. Y todos se unirán en una misma ofrenda al Señor y en una misma reconciliación entre los pueblos. Ya no habrá cautivos ni exiliados, todos serán un solo pueblo en presencia del Señor.
EUCARISTÍA 1988, 3
3.
Todo el capitulo es un himno a la nueva Jerusalén como símbolo de una humanidad transformada por Dios en un pueblo justo, pacífico y feliz. Dios será todo en todos y todos se sentirán como hijos de Dios, sin odios ni ruines ambiciones. El prestigio de la ciudad santa será inmenso y se incorporará a ella lo mejor de todas las naciones, sus hijos más nobles.
El profeta mira a la Jerusalén humilde que apenas renace de sus ruinas. Esa, de repente, se transfigura con la luz de la futura Jerusalén, llena de las riquezas de Yavhé, y que será su propia esposa.
Allí se realizarán todas las aspiraciones de una humanidad purificada y reunida en la luz de Dios (cf. Ap 21). Allí, la humanidad tendrá plenamente lo que anhelaba.
Estas promesas señalan a la Iglesia las metas a las que debe mirar. En ella se reúnen y han de reunirse las verdaderas riquezas de la humanidad: fe, comprensión, fraternidad. Es el mismo Jesucristo quien ha confiado a la Iglesia este proyecto para que lo vaya realizando a lo largo de los siglos.
La liturgia de la fiesta de Epifanía nos lo recuerda cada año.
EUCARISTÍA 1992, 3
4. /Is/60/01-22
En este poema, el más bello de los últimos siete capítulos del libro de Isaías, lo que hoy llamamos Isaías III, un profeta desconocido, pero inspirado en la predicación de Isaías I y II, describe, con imágenes de gran belleza, el resplandeciente resurgimiento de la derruida ciudad de Jerusalén. Sión se convierte de nuevo en el lugar de la presencia de Yahvé, que con su manifestación esplendorosa domina las tinieblas que estrechan y ahogan a los pueblos paganos. Largas filas de hombres y de bestias marchan hacia el centro ecuménico de todas las naciones. Aparecen, en primer lugar, los pueblos de Arabia, los hijos de la esclava, siempre despreciados, que se reintegran así a la descendencia de Abrahán, del que provienen a través de Ismael. La visión universalista se completa con el homenaje de los antiguos enemigos que reconocen el kabod ( = manifestación poderosa y salvadora de Dios) del Señor.
MEDIACION/ESCANDALO: Por medio de Jerusalén es como Dios ejerce su dominio salvador sobre todos los pueblos. Sión toma un significado escatológico: de ahora en adelante la salvación de la gente quedará condicionada por los acontecimientos que se produzcan en la ciudad de Dios. El texto no elimina cierta ambigüedad que podría dar entrada a un orgullo nacionalista judío. Mas el encuentro de los paganos con Dios por medio de Israel no depende de Israel mismo, sino de una libre iniciativa divina. Es cierto que tenerse que dirigir a un pueblo particular, históricamente existente y geográficamente situado, para alcanzar la verdad y la salvación es el escándalo permanente que provoca a la inteligencia la fe bíblica, tanto del Antiguo como del NT.
Aquí reside el escándalo de la encarnación, la incomodidad de una mediación que puede degenerar en racismo por un lado y en mimetismo tribal por el otro. La ambigüedad es delicada: si por una parte Israel queda definido por la alianza, por la otra es una realidad étnica. Israel no coincide con su esencia: los que nacen de Israel no son Israel sino por opción personal. La coincidencia nada más se da en la medida en que hay fidelidad: «No todos los descendientes de Israel son pueblo de Israel... no es la descendencia natural la que hace hijos de Dios» (Rm/09/06-08). Si es verdad que la salvación viene de los judíos, como dice Jesús a la samaritana (/Jn/04/22), no lo es menos que «llega la hora, o mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre con espíritu y verdad» (Jn 4,23). El templo de Garizín ya no existe; enseguida desaparecerá el de Jerusalén. La nueva religión en espíritu no indica ciertamente un culto puramente interior, sin ritos, desvinculado de manifestaciones exteriores, sino que niega la religión según la carne, puramente humana, nacionalista, cultural. La base de todo auténtico universalismo es dirigirse a Dios como a Padre de todos los hombres: mirar al Padre con los ojos del Hijo, Cristo.
F.
RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 58 s.
5.
La gloria del Señor amanece sobre ti
Estamos en la tercera parte del libro de Isaías, la recopilación escrita después del retorno del exilio de Babilonia. Los exiliados ya han vuelto, la ciudad aún está por reconstruir, pero el profeta ve y anuncia la gloria de esta reconstrucción. En el fondo, es una llamada a los que han vuelto para que vivan la tarea de reconstrucción como una labor gozosa, que Dios guiará y llevará a feliz término.
El oráculo tiene la forma de una llamada a la ciudad de Jerusalén para que se dé cuenta de todo lo que está pasando y lo viva como una gran alegría. La Jerusalén recobrada, dice el profeta, se ha convertido nuevamente en luz entre las tinieblas, porque en ella está el Señor.
Y, a partir de aquí, el profeta imagina como una nueva caravana que se acerca a la ciudad.
Esta nueva caravana está formada, por una parte, por los "hijos e hijas" que aún no están en Jerusalén: tanto los que se han quedado en el exilio como los que están dispersos por otros países. Y, por otra parte, está formada también por los pueblos extranjeros que, atraídos por la luz del Señor, se acercan con sus dones para ayudar en la reconstrucción de la ciudad.
Este oráculo, de hecho, es un texto de exaltación nacionalista (el país reconstruido, y los extranjeros ayudando a la reconstrucción). Pero apunta a otro sentido nuevo y universalista, entendiendo Jerusalén como símbolo de la presencia de Dios en el mundo: así es comprendido en la liturgia de hoy.
El salmo (71) probablemente corresponde a la liturgia de coronación de un nuevo rey en Jerusalén. Fundamentándose en las promesas a David, se proclama un doble deseo: una actuación en favor de los pobres y los débiles, y una ampliación de sus dominios. En Jesús se realiza el primer deseo y, en sentido espiritual, el segundo (simbolizado en los obsequios de los magos que leemos en el evangelio).
J.
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1995, 1