COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 1. 1-18 

1. El prólogo del evangelio de Jn es un himno solemne -en siete estrofas de estructura semita- al Logos, al Verbo, revelación del Padre en Cristo. En este prólogo están ya presentes los grandes temas del evangelio: el Verbo, la vida, la luz, la gloria, la verdad. Y las fuertes contraposiciones: Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Dos veces resuena la voz del testigo: Juan Bautista.

Las tesis que presenta son las mismas que las del evangelio. La idea de fondo es la plenitud de la revelación que nos ha traído el Verbo. Ha salido del Padre y se ha hecho hombre. También de la Sabiduría se dice que estaba en Dios (Pr 8. 30), pero la sabiduría era una personificación literaria. La Palabra en cambio, es una persona, es Dios, es la última palabra que Dios ha pronunciado (Hb 1. 3).

En la Palabra hay vida y la vida era luz. Luz que brilla en las tinieblas. La llegada de Jesús divide la historia en dos partes. Tinieblas antes de Jesús, luz después de él y nos coloca en una alternativa: ser hijos de la luz o hijos de las tinieblas.

Jesús es la luz verdadera no tanto en contraste con Juan sino con el A.T. Es la luz verdadera porque en él se cumplen las promesas.

La Palabra se hizo carne. Así clarifica que la revelación definitiva de Dios no es una sombra, un sueño, una ilusión sino una realidad tangible. Juan lo reafirma en el prólogo de su primera carta.

Ha venido para acampar entre nosotros. Este ha sido siempre el modo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Desde la revelación en el Sinaí, Dios ha estado en medio de su pueblo. La tienda primero, el templo después, fueron los modos de presencia. Ahora esta presencia se ha hecho real y viva con la vida del hombre. La encarnación es el primer momento de esta morada de Dios entre los hombres y tendrá su realización plena en la resurrección.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 24


2.

De acuerdo con los mejores manuscritos, probablemente habría que leer y traducir el v.13 no en plural (referido a los que creen), sino en singular (referido a Aquel, o a aquella Palabra, en la que creen), y que no ha nacido de carne, ni de sangre ni de deseo de hombre, sino de Dios. Según esta lectura, el v.13 se refiere primariamente a la generación eterna de la Palabra, pero probablemente también (el cuarto evangelio está lleno de dobles sentidos), a la concepción virginal de Jesús, presentada aquí desde el punto de vista del Padre, del mismo modo que Mt la presenta desde el punto de vista de José y Lc desde el de María.

H. RAGUER
MISA DOMINICAL 1976, 23


3. 

El prólogo del evangelio de s.Jn, que leemos en la liturgia de hoy, ha dado de sí para muchas horas de reflexión y muchas páginas escritas. También nosotros podemos tener la esperanza de conseguir obtener alguna enseñanza de él. Aprender de Dios, de ese Dios que se hace hombre, es aprender de nosotros y para nosotros, y no mera especulación. ¿Para qué vino Jesús? Dios viene junto a nosotros para enseñarnos cómo es Él (o cómo actúa con nosotros, que diría un teólogo escrupuloso), para que conozcamos de Él aquello que resulta decisivo para nuestra vida.

Jesús viene a decirnos que el Dios creador es "anterior" al Dios de la ley; que Dios es Dios de vida, no de ley. Por eso, a partir de este Dios-Vida de Jesús, el criterio por el que debemos distinguir lo bueno de lo malo no es el hecho de estar de acuerdo con la ley o en contra de ella, sino el hecho de estar en favor de la vida o en su contra.

El dios judío era un dios de ley, tan guardián y celoso de la misma que llega a ponerla incluso por encima del hombre. Ese dios, esa ley que él defiende, no da vida sino con reticencias y muy limitadamente; más bien es un dios y una ley que dan muerte a sus transgresores. El Dios de Jesús no tiene nada que ver con ese dios de la ley; el Dios de Jesús es creador y, en consecuencia, se nos revela como dador y mantenedor de la vida. Y la vida no es cualquier cosa. La vida, estar vivo, ser un "ser vivo" es la mayor grandeza del hombre; más aún, la vida es la verdad más auténtica y profunda del hombre. Esa vida que empieza por un corazón que late, por unos pulmones que respiran, por un estómago que digiere y asimila; pero que también está formada por una ilusión que alienta, por un amor que se comparte, por una esperanza que no ceja; vida personal, humana, vida en plenitud que viene a traernos la Palabra que se hace carne: "ella contenía la vida, y esa vida era la luz del hombre" (Jn 1.4).

Jesús no viene a revelarnos escondidos secretos, ocultos arcanos en los que estaría cifrado el sentido de la vida. Él viene para ser la vida, darnos la vida, llenarnos de esa vida que es capaz de acabar con la misma muerte (...). ¿Cuál va a ser nuestra respuesta a este derroche de amor y de vida que Dios ha tenido para con nosotros? ¿Apagaremos la Navidad con las luces de colores?, ¿la guardaremos en una caja, con los adornos hogareños de estos días, hasta el próximo año?

LUIS GRACIETA
DABAR 1988, 5


4.

v.14:"La Palabra se hizo carne". No se refiere al momento de la Encarnación. Es la existencia toda de Jesús la que queda abarcada. El proyecto divino realizado es una existencia humana, visible, accesible, palpable. La tienda del encuentro, morada de Dios entre los israelitas en el desierto, queda sustituida por Jesús. El lugar donde Dios habita en medio de los hombres es un hombre de carne y hueso. Una existencia humana es ahora el resplandor de Dios, su gloria. Ha desaparecido la distancia entre Dios y el hombre. Buscas al Infinito, ve tras el Finito. La plenitud personal de Dios es Jesús, una plenitud de amor incondicional, consistente.


5.

El prólogo del evangelio de Juan es un himno cristiano que proviene, probablemente, de los círculos joaneos y que ha sido adaptado para servir de presentación a la narración evangélica de los diversos pasos de la Palabra encarnada. Esta Palabra viene a identificarse no sólo con Jesús, sino con la acción de Jesús.

Esta personificación, con ribetes sapienciales, viene a mostrar la capacidad que tiene de dar vida y orientación a todo hombre que se acerca a ella (8, 12). De verdad que el misterio de la encarnación es, en el fondo, el misterio del hombre entero.

Los judíos no han comprendido la realidad de Jesús. O lo que es igual: la antigua economía es incapaz de comprender la realidad nueva que es Jesús. Por tanto, la conclusión se impone: es preciso abandonar toda estructura que imposibilita la comprensión de Jesús. Falló el intento de querer aprisionar la luz -que es Jesús- dentro del sistema religioso judío (7,34). La Palabra de Dios, sabiduría desde siempre, se mueve dentro de la máxima libertad. Solamente el que comprende esto es capaz de construir una fe libre. La realidad de la presencia de Dios ha comenzado a incidir históricamente en los hombres con el comienzo de la vida de Jesús: este suceso constituye el momento decisivo de la historia de la salvación; lo testimonian los cristianos. La palabra "carne" designa en Juan todo lo que constituye la debilidad humana, todo lo que conduce a la muerte como limitación del hombre. La encarnación no es ninguna apariencia: por la experiencia de nuestro ser de hombres es como hemos de acercarnos a Dios, a Jesús.

EUCARISTÍA 1989, 60


6.

En el prólogo de su evangelio, Juan nos presenta tanto conceptos como realidades elementales: palabra, vida, luz. Tres experiencias que hacen al hombre y sin las que el hombre es impensable. Tres experiencias que Juan proyecta a la inacabable e insondable eternidad divina a imitación de su viejo maestro, el autor de Génesis ("En el principio"). Dios se expresa en una palabra viva, que crea un interlocutor (el hombre concreto, tú y yo), con quien entabla un diálogo iluminador. Pero desgraciadamente el hombre (tú y yo) rechaza la Palabra y se hace tiniebla, angustia, ser para la muerte, absurdo radical. Hasta el v. 11 el juicio histórico del evangelista Juan es tremendamente pesimista. De hecho, todo su evangelio va a ser un conflicto continuado entre Jesús y un mundo incrédulo, que terminará en el proceso y condena de Jesús.

Pero en los vs. 12-13 el juicio histórico se completa haciéndose esperanzador: hay hombres que aceptan la Palabra y viven la asombrosa experiencia de ser hijos de Dios. "Y la Palabra se hizo carne" (v. 14). La Palabra de Dios no es un sueño fantástico del evangelista en un momento de ensueño nostálgico. No. Es una realidad sensible y tangible, cuyo nombre es Jesús de Nazaret. Con él ha convivido Juan y esta experiencia ha engendrado en él la certeza de la que da testimonio.

Un niño nos ha nacido. Así de indefensa es la omnipotente Palabra. En nuestros sueños divinos tal vez habíamos imaginado más fastuosidad y prepotencia. Esta sería la gloria humana, pero no la del Unigénito del Padre.

DABAR 1977, 6


7.

Dios se acerca a los hombres hasta el punto de hacerse uno de ellos: "carne". Esta fórmula de Juan, "la palabra se hizo carne", es una afirmación del misterio de la encarnación del Hijo; del paso de la existencia eterna de la palabra de Dios, al comienzo de su existencia histórica y de su aparición en el mundo.

Pero no es ésa la intención principal del evangelista. Juan intenta, sobre todo, destacar que Jesús de Nazaret, palabra de Dios hecha carne, no es una apariencia, una sombra o un fantasma.

La revelación definitiva de Dios tiene rostro humano. Es una realidad cercana a los hombres. Ha puesto su tienda entre nosotros.

Desde el momento de la venida del Hijo al mundo en la debilidad de la "carne", realiza la presencia de Dios entre los hombres. El cuerpo de Jesús se convierte, por su muerte y su resurreción, en el templo de la presencia de Dios.

El es la verdad y la vida de Dios hecha carne. Ama, cura, perdona. Vive y sufre como un hombre entre los hombres. Todos pueden verlo y oírlo. Todos pueden creer en él, ver su luz, beber su agua, comer su pan, participar de su plenitud de gracia y de verdad. La comunidad cristiana lee solemnemente el prólogo del evangelio de Juan en la fiesta del nacimiento del Señor. Se trata de proclamar la misericordia y fidelidad de Dios, su gracia, que se han hecho realidad en Jesús. Que Dios no actúa mediante favores pasajeros y limitados, sino con el don permanente y total del Hijo hecho hombre que se llama Jesús, el Cristo.

EUCARISTÍA 1988, 61


8.

Texto: El día de navidad analizábamos hasta el v. 14. Recordemos: los trece primeros versículos constituyen el prólogo del evangelio. En él se habla de la dimensión divina de la Palabra y se presenta la historia universal humana como una historia de rechazo y aceptación de esa Palabra. Con la afirmación "y la Palabra se hizo carne" del v. 14 comienza la narración evangélica propiamente dicha. El mundo divino y la visión general de los hechos dejan paso a una historia concreta en la que la Palabra es una persona de carne y hueso, que interactúa con otras personas de carne y hueso, englobadas bajo el genérico "nosotros" y de quienes se da un perfil creyente. Por "nosotros" se entiende toda aquella persona contemporánea o no de la Palabra encarnada, que acierta a ver en la fragilidad de esa Palabra la entidad (gloria) de la Palabra preexistente, de la que se ha hablado en los tres primeros versículos del prólogo. A través del personaje "nosotros", entre los que se encuentra el propio autor del cuarto evangelio, se pone explícitamente de manifiesto el carácter de obra abierta que este evangelio posee.

De entre ese "nosotros" el autor destaca un nombre propio: Juan. De él se ha hablado ya en el prólogo como testigo de descargo. Pero entonces lo hacía en calidad de ser humano; ahora va a deponer en calidad de judío, en unas coordenadas espacio-temporales concretas y en defensa no de la Palabra, sino de la Palabra encarnada.

Una cuestión previa es determinar hasta dónde llega el testimonio del testigo. El entrecomillado de la traducción litúrgica lo limita al solo v. 15. Creo, sin embargo, que en este punto se debe retomar la opinión de muchos Padres de la Iglesia, que ven en la totalidad del v. 15-18 el testimonio aportado por Juan.

El testimonio de Juan se compone de una afirmación inicial (superioridad del que viene después de él) triplemente justificada y de una afirmación final sobre el papel único del que viene detrás de él. En la tercera de las justificaciones resuena por primera vez en el cuarto evangelio el nombre propio de la Palabra encarnada. En este nombre propio tiene ya la forma completa cristiana de Jesucristo. El autor del evangelio pone indudablemente en labios de Juan situaciones, reflexiones y formulaciones propias del tiempo en que él escribía. Se trata de un recurso habitual en la historiografía antigua, bíblica y extrabíblica. La afirmación de la superioridad de Jesús sale al paso de la pretensión de los propios discípulos de Juan que atribuían a su maestro un rango superior al de Jesús.

La primera razón de la superioridad de Jesús es su preexistencia. Juan pertenece al nosotros, a los creyentes que descubren en Jesús la Palabra preexistente. La segunda razón es la plenitud de riqueza divina de vida que Jesús posee y que transmite a los creyentes en él, designados de nuevo como nosotros, entre los que se cuenta el propio testigo Juan.

La tercera razón es la superación de un sistema de ley por otro de gracia y verdad. La afirmación final sobre el papel de Jesús como exegeta de Dios puede muy bien estar relacionada con esta tercera razón. El término "exegeta" aparece expresamente en el verbo griego empleado en el texto original y responde a la circunlocución "dar a conocer" empleada por la traducción litúrgica. El camino para saber quién es Dios no pasa por la Ley sino por Jesús.

En el "seno del Padre" es una expresión figurada que significa estar junto al Padre. El origen de la expresión hay que buscarlo en el modo como estaban entonces sentados a la mesa los comensales.

Comentario. El análisis del texto nos ha hecho caer en la cuenta del carácter explícitamente abierto que tiene el cuarto evangelio en lo que a la autoría del mismo se refiere. Se trata de una obra en continua búsqueda de autor, desde el momento en que el autor de la misma es un nosotros del que nadie queda excluido, Este evangelio se juega su ser o no ser en cada uno de los que se acercan a él. Su existencia efectiva depende de que decidamos creer en Jesús.

Ser creyente en Jesús significa ahondar en Jesús de forma tal que lleguemos a experimentar toda su riqueza de Palabra divina no sujeta a la precariedad y transitoriedad del tiempo. Significa sentirse inmersos en la corriente divina de gracia amorosa, hasta el punto de dar al traste con su sistema de vida basado en derechos y deberes. La vida del creyente en Jesús debe caracterizarse por ser una vida donde nada es ley porque todo es gracia.

Al margen de las circunstancias que hayan podido dar origen a las afirmaciones de Juan, lo importante es que esas afirmaciones, centradas todas ellas en Jesús, en cuya persona estamos invitados a ahondar sin reparos ni trabas. Según sea la hondura cristológica así será la imagen eclesiológica.

ALBERTO BENITO
DABAR 1992, 8


9.

-Dios no es un ser lejano. Es un Dios que habla, y su Palabra es entrañablemente cercana. Se ha hecho un niño y ha nacido en Belén.

Antes, durante siglos, había hablado por medio de profetas y había enviado Ángeles como mensajeros. Pero ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo. Y el Hijo es superior a todos los profetas y a los Ángeles. (Es lo que nos dice el autor de la carta a los Hebreos).

Y es también lo que llena de entusiasmo a S. Juan, en el prólogo de su evangelio, la solemne página que acabamos de escuchar: la Palabra estaba junto a Dios -la palabra era Dios, y la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros.

La Palabra, ya lo sabemos, se llama Cristo Jesús, el hijo de Dios, que desde la primera Navidad es también hijo de los hombres.

Dios nos ha dirigido su Palabra. Si entre nosotros puede tener tanta transcendencia el dirigirnos o no la palabra unos a otros, si nuestra palabra de amistad, de interés o de amor, puede significar tanto ¿qué sería esa Palabra de Dios, su propio Hijo que ha querido hacerse uno de nuestra raza y está para siempre entre nosotros? No, no es el nuestro un Dios mudo y lejano, es un Dios cercano y que nos habla y su Palabra se llama de una vez por todas Jesús. Y desde entonces siempre es Navidad porque siempre está esa Palabra de Dios dirigida vitalmente a nosotros, en señal de amistad y de alianza.

Este es el misterio de la Navidad que hoy nos recuerda la liturgia y vuelve a llenarnos de alegría. Una palabra hecha persona, que es el Hijo mismo de Dios y por el cual Dios nos acepta también a nosotros como hijos.

Acojamos a Cristo, el Hijo de Dios y Hermano nuestro; que no se pueda decir de nosotros lo que Juan ha dicho de los judíos: "al mudo vino y el mudo no le conoció; vino a su casa y los suyos no le recibieron". Por este Jesús, el Salvador, el mundo tiene esperanza. El futuro es siempre más prometedor que el presente. Porque él es para siempre, y sin retractación posible,. Dios con nosotros.


10.

Los suyos no le recibieron. La pobreza de Dios se hace drama de Dios. Vino a los suyos y, al igual que todos, busca acogida y abrigo, comprensión y aliento. Dios viene a los suyos todos los días. Puerta cerrada a un Dios que no vive según nuestros reglamentos. Puerta cerrada a una Palabra que desconcierta nuestros pensamientos. ¡Navidad es también una fiesta de conversión! El Verbo se hace carne, y Dios sabe lo que le cuesta. Desde el pesebre hasta la cruz, el camino es uniforme.

Y no obstante... A los que creen en su nombre les da el poder de hacerse hijos de Dios. A los que creen en Jesús-Salvador, Dios de los pecadores, Dios de los perdidos, Dios de los humildes, Dios de ternura. Los que creen en su nombre... Los que perciban la luz en la obscuridad de la espesa noche, los que escuchan la Palabra en el silencio de una fe incesantemente zarandeada. ¡Pueblo de la Samaritana y del Ciego de nacimiento, grupo minúsculo de los pescadores de Galilea y de los últimos presentes al pie de la cruz! ¡Les dio el poder de hacerse hijos de Dios!

¡Nacieron de Dios! Venidos al mundo como vino Jesús, hijos e hijas de lo inesperado, de la pobreza, de la inseguridad. No tienen en este mundo otro apoyo que Dios, su amor y su Espíritu. Vienen al mundo en pleno viaje, y el tiempo les urge a proseguir el camino. Hijos frágiles, siempre llamados a renacer; hijos de un Dios al que nadie vio jamás. Pueblo de los sin nombre, de los apátridas, de los huérfanos según el mundo.

Hoy se va un año, según el mundo. Esta noche los hombres se desearán mutuamente un "feliz año" sin saber cómo será éste.

Hijos de Dios, ¿seremos capaces de afrontar el futuro sin más equipaje que nuestra fe? En esto nos diferenciamos de todos los anticristos que querrían desviarnos hacia otros caminos que no son los de la Palabra cada día nueva. Sólo Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Y no porque unos anticristos se llaman a sí mismos "hijos de Dios" vamos nosotros a seguirles por otro camino que no sea el de Dios-con-nosotros. Verbo hecho carne en la humildad de nuestra carne.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 94


11.

Esta página de san Juan está tan llena de plenitud que no se debería añadir nada. Estas sujeciones de abajo no quieren encuadrar ni reducir la meditación, que, más que nunca, no puede ser tan personal.

-Al principio...

La primera palabra del evangelio nos hace recordar el origen de todas las cosas. De un goIpe de ala vigoroso, el águila de san Juan sube, sube... tan alto que no existe el horizonte, y, con los ojos penetrantes, ve encima de todo límite, antes del comienzo de los tiempos.

-Era...

Este verbo sencillo, "ser", llena el poema... Es la palabra más sencilla y la más esencial: la existencia, la razón de todo lo demás. Y este verbo, al pretérito, invoca inmediatamente un "tiempo inmutable", indefinido. En mi rezo, podría emplear estas dos palabras: "al principio... era..." saboreando su densidad, dejándome ir a su infinita evocación.

-El verbo... El "logos"... La "palabra"... La "comunicación"... La "expresión"... La sabiduría... La acción. Juan, en seguida, llama a Cristo el "Logos", en griego. Es una palabra difícil de traducir. Por eso, hemos buscado otras palabras, cercanas, para comprender el sentido más allá de la palabra.

La palabra Logos era ya empleada en la reflexión filosófica griega (la Palabra es una de las maravillas del honre, la expresión propia de la persona, la posibilidad de relación, la manifestación de la inteligencia). Pero, san Juan probablemente ha usado esta expresión para incorporarse a la gran corriente de la literatura bíblica que veía en la Sapiencia o Sabiduría algo así como la expresión misma de Dios: Proverbios, 8, 23-36. "Yo, la Sabiduría, desde los orígenes fui establecida desde el principio, antes del origen de la Tierra. Cuando aún no existían los abismos, yo fui concebida... cuando trazó los fundamentos de la tierra, yo estaba a su lado como el arquitecto, él tenía en mí sus delicias, expansionándome en su presencia, sobre la superficie de la tierra y encontrando mis delicias entre los hijos de los hombres." (Cf. Eclesiástico, 24-1.22). En el principio era el Verbo. Hijo eterno venido del Padre, el Cristo es la "expresión" perfecta del Padre, "la imagen misma del Dios invisible" (Filipenses, 2, 6) el "resplandor" de la gloria del Padre" (Hebreos, 1, 3) Jesús es la "manifestación suprema de Dios a la humanidad" (I Epístola de san Juan, 1, 2). Verbo = expresión + acción... palabra activa...

-Y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.

Dos veces solamente en el evangelio de san Juan, Jesús es designado explícitamente como "Dios": aquí, en la primera frase... y en boca de Tomás, en el ultimo capítulo (Juan, 20, 28): "¡Señor mío y Dios mío!". Todo su evangelio está entre ambas frases.

-Por El, todo ha sido hecho. En Él estaba la "vida".

La creación universal es el primer "acto", el primer "gesto", la primera "expresión" de Dios. La maravillosa creación es lo que primero revela al Dios invisible. Todo. Todo. Soberanía universal... Y sin El, nada se hizo. Influencia universal... Nada. Nada. Nada existe fuera de Cristo.

-En el mundo estaba... Vino a su propia casa... El Verbo se hizo carne... Dios entre los hombres, Dios en nuestros caminos. Dios en la esquina de la calle. Dios por todas partes.

-Luz verdadera, alumbra a todo hombre que viene a este mundo... Pero el mundo no le conoció... Los suyos no le recibieron... A todos los que le recibieron, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 70 s.


12.

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros Un texto bello e intenso, que invita a la vez a la proclamación y a la meditación. Podemos destacar en él lo siguiente:

- Al hablar de la "Palabra" Juan recoge tradiciones helénicas del "logos" como emanación de Dios, pero sobre todo recoge las tradiciones judías de la Sabiduría (cf. por ejemplo Eclo 24) y de la misma "palabra eficaz" de Dios (cf. por ejemplo Is 55,10-11). Dios no es un Dios lejano: es el Dios que tiene en sí mismo la voluntad de comunicarse a los hombres y manifestarles el Sentido de todo y el Camino de la vida. Eso es lo que ha hecho con Israel, eso es lo que hará ahora plenamente.

- El texto empieza igual que el primer libro de la Biblia cuando narra la creación: "En el principio...". Y, ya al principio, antes que todo, está la Palabra, el proyecto de comunicación plena de Dios con los hombres. Juan señala por cuatro veces, con exagerada insistencia, la preexistencia y divinidad de esta Palabra. ¡Ha de quedar muy claro que es Dios mismo quien se hará hombre! Y para resaltarlo más, señala para la Palabra las cualidades básicas de vida y luz que no son cualidades estáticas de Dios, sino cualidades para ser dadas a los hombres.

- Juan continúa con una reflexión sobre la aceptación de la Luz por parte de los hombres. No se trata sólo de la aceptación de Jesús, sino de la aceptación de todos los signos de Luz que los hombres han tenido a mano y a menudo han rechazado. Pero hay quienes sí han estado dispuestos a aceptarlos: éstos son los que Dios hará hijos suyos.

- La afirmación clave: la Palabra se hizo carne. Es una afirmación muy sabida, pero es realmente escandalosa: aquella Palabra que Juan tanto ha insistido en que "era Dios", resulta que asume la total debilidad de la condición humana, y viene a vivir con los hombres, y en esta debilidad (¡hasta la cruz!) será donde contemplaremos su gloria divina. A Dios ahora se le puede ver y tocar. Y se le ve y se le toca en la "carne" débil de Jesús. - Una vez dicho esto, Juan resalta una y otra vez las cualidades y dones que recibimos de la Palabra hecha carne (que ahora ya no se llama "Palabra" sino "Hijo" y "Jesucristo", una persona concreta y palpable): gracia, verdad, abundancia de su plenitud... Todo para consolidar la afirmación básica: a Dios sólo se le encuentra en Jesucristo, en su carne, en su vida concreta.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 16


13.

El comienzo del prólogo de Juan nos remonta a lo más alto y más sublime del misterio trinitario: "La Palabra, en el principio, estaba junto a Dios".

La expresión es, a la vez, sobrecogedora y humilde: nosotros sabemos bien qué es eso de estar unos junto a otros; somos conscientes de necesitar el cobijo y el calor que da la cercanía humana. De lo que es y significa "estar junto a Dios" sabemos menos; es decir, en realidad no sabemos apenas nada: es un nivel al que, si no fuera por Jesús, no tendríamos posiblidad de acceso. Nosotros pertenecemos a la noche, y por nosotros mismos no podemos alcanzar el ámbito de la Luz.

Pero, un día, ese Dios a quien nadie ha visto nunca decidió rasgar la tiniebla y plantar su tienda junto a nosotros. La palabra cambió la vecindad de Dios por la vecindad de los hombres, y el resplandor de la gloria acampó junto a la debilidad de nuestra carne. El verbo que elige Juan en su prólogo evoca un mundo de imágenes muy concretas: acampar es muy distinto de instalarse, de residir, de asentarse. El que acampa no se protege con puertas blindadas ni con alarmas; su única defensa consiste en confiar en que su misma debilidad y pobreza le defenderán de cualquier codicia.

Alguien ha venido a vivir así entre nosotros. No va a imponer nada, no va a ejercer la fueza de su señorío ni a tomar posesión de nuestra tierra con imperativos categóricos. Le oiremos decir: "Si quieres"..., "si alguno se quiere venir conmigo...", "estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre..." Sabremos que es él, porque la caña cascada se enderezará entre sus manos. Porque su aliento conseguirá que, de la mecha que se apagaba, vuelva a brotar una llamita. No gritará ni se impondrá con violencia, pero las fuerzas del mal se someterán a su autoridad, y alguien reconocerá con asombro: "Tú tienes palabras de vida eterna".

Dolores Aleixandre


14.

El Antiguo Testamento conocía ya los temas de la Palabra y de la Sabiduría de Dios quien, siendo preexistente al mundo, es el artífice de toda la creación. Los libros sapienciales afirman que Dios lo crea todo con Sabiduría. Ésta estaba presente cuando Dios fundamentaba la tierra y los mares (cf. Pr 8,22.31). Ella ha querido habitar entre los hombres y hacerse conocer, como portadora que es de la Ley del Altísimo (cf. Sir 24, especialmente los vv. 8 y 23). Esta palabra volverá a Dios después de haber cumplido su misión salvífica y reveladora (cf. Is 40,8; 55.10-11).

El evangelista Juan es heredero de esta rica tradición veterotestamentaria. Después de la experiencia fundamental de la Resurrección, Jesús aparece como el portador y el revelador de la presencia de Dios. Todos los temas reveladores del Antiguo Testamento son reinterpretados para expresar con ellos el misterio del Resucitado. Así este hombre, Jesús, es presentado como la Palabra preexistente de Dios, mediador de la obra creadora del Padre (cf.. Jn 8,24.58; 10,30), que se ha encarnado en nuestra historia y ha venido a compartir nuestra vida, para cumplir la misión recibida: revelar a Dios a los hombres y mujeres (cf. Jn 3,17-19; 5,36; 10,36). Después de cumplir su misión, ha de volver al Padre, de quien había salido (cf. Jn 13,3; 16,5; 17,11.13). La novedad del Nuevo Testamento está, por una parte, en comprender la Sabiduría-Palabra de Dios como una persona diferente de la de Dios-Padre; y por otra en darle un rostro concreto: la persona de Jesús de Nazaret, hijo de María y de José.

La Iglesia primitiva recurrió con frecuencia al lenguaje poético e hímnico para expresar los misterios de su fe en Cristo resucitado. Esta pieza es una de las más significativas. Nos expresa, con un lenguaje lleno de reminiscencias bíblicas, el misterio de Cristo y lo que supone abrirse a la fe: participar en la vida de Dios. Y esto es lo que celebramos en la fiesta de Navidad.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1999, 16, 38