43 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO SEGUNDO DE NAVIDAD
10-18

 

10. ALEJADOS/EVANGELIZACION 

-El plan salvador de Dios. El evangelio de Juan, iluminado también por la primera lectura, hace dirigir nuestra mirada hacia el proyecto que Dios ha llevado a término para nosotros.  Tanto el evangelio como la primera lectura nos hablan atribuyendo a Dios el planteamiento y  las maneras de razonar de un estilo muy humano: ¡no tenemos otro modo, ni nosotros ni los  autores sagrados, de pensar en la obra de Dios! En Dios está la Luz y la Vida, el Sentido de  todo, el único Sentido que puede llenar los inmensos anhelos de los hombres. Y el plan, el  proyecto, que Dios se hace es éste: este Sentido -esta Luz y esta Vida- tiene que llegar a  todos los hombres, para que todos puedan vivirlo. Y ésta será la gran decisión de Dios: que  el Sentido que está en El -la Sabiduría, dice la 1. lectura; la Palabra, dice Juan- se haga  carne, persona normal, persona débil abocada a las ambigüedades de este mundo; incluso a  la posibilidad de ser rechazada y clavada en la cruz. De esta manera ahora, los hombres  tenemos las posibilidades de ver dónde están "la gracia y la verdad", y vivir "de su plenitud".  Es decir; uniéndonos a él, e intentando ser como él, podemos ser verdadera y plenamente  personas. (...).

-"Frecuentar la frontera". El teólogo francés M. D. ·Chenu-MD, publicó en 1953 un artículo  titulado La Iglesia "misionera" ("L'actualité religieuse dans le monde" n.8, 15- VII-1953). En él  decía que, en el momento actual (lo decía hace ya unos años, pero hoy aún tendría más  razón) difícilmente seremos fieles a esta llamada a dar a conocer la luz de Jesucristo a la  gente de nuestro mundo paganizado si no nos decidimos a "frecuentar la frontera". O sea, a  salir de nuestro reducto eclesial y entablar una relación de verdadero diálogo, de igual a  igual, con el que no cree. No como quien habla desde un lugar "seguro" a quien está "fuera",  sino como aquel que comparte la vida con los demás y, en el interior de esta vida  compartida, es capaz de comprender de verdad las reacciones del otro, y al mismo tiempo,  de compartir con ellos las esperanzas y anhelos que a él le mueven. Nos cuesta mucho, a  nosotros y a la Iglesia entera, vivir este estilo de vida. Pero es éste y no otro el estilo de la  Encarnación. 

"Relacionarse con los que no son cristianos no implica sólo estar convencido de que  todos los hombres son llamados a la salvación, no implica sólo reconocer en el camino de la  liberación universal la misión misma de la Iglesia: sino que es también situarse  espontáneamente en el punto de vista de los no-cristianos más que en el de los fieles. Es  sentir como por instinto, ante cualquier acontecimiento o situación, cuál sería la reacción de  los que no comparten nuestra fe. Nacer, vivir y crecer en el seno de la Iglesia no concilia  nuestra sensibilidad con la de los que, desde siempre, están fuera de ella. Para hacer  posible esta conciliación es necesario un contacto prolongado, comprensivo y profundo con  el mundo pagano". (Mons. Perrot, delegado del episcopado en la misión de Francia, citado por M. D. Chenu  en la Iglesia "misionera"). 

JOSÉ LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992/01


11. 

En la primera lectura de este domingo, tomada del Libro del Eclesiástico, nos  encontramos con un precioso canto en el que hace la Sabiduría de Dios su propio elogio.  Teniendo en cuenta los versículos que han sido suprimidos en la lectura litúrgica,  observamos cómo la Sabiduría que sale de la boca del Altísimo y se manifiesta en la acción  del Espíritu de Dios en el principio de todas las cosas, aparece después protegiendo y  guiando a Israel por el desierto ("mi trono era una columna de nube", v. 7 de la Vulgata; cf.  Ex. 13, 21-22), hasta que al fin pone su tienda en medio de Israel. El Templo de Jerusalén,  es decir, el culto y la ley, son expresión de la presencia de la Sabiduría de Dios, pero esta  presencia es una presencia salvífica, no tanto para que el pueblo se instale en la comodidad  de una verdad poseída, cuanto para que este pueblo camine siempre hacia el futuro, hacia  la mayor verdad de Dios.

Toda la Sabiduría de Dios se ha revelado de una vez por todas en Cristo, pero ni siquiera  la encarnación de la Palabra de Dios y su nacimiento son un punto final en el que los  hombres puedan ya establecerse de tal manera en el mundo que no tengan que buscar por  más tiempo al Dios de nuestra esperanza. Por eso San Juan en el Evangelio dice  lapidariamente: "La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros". Acampó, no se instaló. 

Y es que nuestro Dios, el Dios vivo, el Dios de Abraham, el padre de los creyentes que salió  de su patria y de su parentela, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de los nómadas  del desierto, el Dios de los profetas, el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, es siempre  el Dios de la historia. El cristianismo no es una religión que venga a consagrar un orden ya  establecido. El cristianismo es, en su esencia, el mismo Cristo, la Palabra de Dios que  acampa en medio de nosotros para sacarnos una y otra vez de nuestra comodidad hacia  una mayor esperanza. Por eso pide San Pablo, precisamente en la segunda lectura de hoy,  para los efesios, y por tanto, para todos los hombres, que: "...el Dios de nuestro Señor  Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e  ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os  llama, y cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos". Fijaos bien en la  concisión y la hondura de las palabras de San Pablo, cuando nos habla de la esperanza a la  que hemos sido llamados. Dios suscita en nosotros una esperanza y sólo en esperanza  tenemos la posesión de la herencia que todavía buscamos. El bautismo no es, pues, la  integración del hombre a un orden estable, sino que supone el enrolarse en la marcha de un  pueblo que peregrina.

Terminó el Adviento; es decir, terminó la celebración litúrgica del Adviento. Durante estos  días hemos acompañado a todo el pueblo de Israel, avivando en nosotros aquella esperanza  de los profetas que un día llegaría a ser encuentro con Dios en Jesús de Nazaret. Hemos  celebrado la Navidad del Señor. La presencia de Dios en medio de su pueblo, pero sigue el  Adviento de la vida y sólo en el horizonte abierto por la esperanza cristiana a la que hemos  sido llamados, es posible que siga siendo la Navidad un acontecimiento permanente. El  Señor nace en nosotros por la esperanza, por la fe. En la medida en que creemos que el  Señor ya vino y creyendo esperamos que ha de volver, por lo tanto, en la medida en que  caminamos hacia el Reino, es también Navidad. 

EUCARISTÍA 1971/09


12. H/HIJO-D:

-Hijos de Dios

Dentro del ciclo navideño nos encontramos con este domingo en el que se resalta un  hecho importante: el Hijo de Dios se ha hecho hombre para que los hombres podamos llegar  a ser hijos de Dios.

El hombre ha sido transformado. Dios lo ha tocado con su presencia. Desde ahora todas  nuestras acciones conducen la acción de Dios, son un camino para que Dios se haga  presente.

-Colaboradores de Dios

El mundo necesita ser mejorado. Hay mal en él. Y los hombres estamos llamados a  colaborar con Dios para transformarlo: el trabajo de cada día para hacer la tarea bien hecha,  para ser más acogedores, o para repartir mejor la riqueza, son la acción de Dios que llega a  través de nosotros para mejorar el mundo.

El programa es muy hermoso. Pero el mundo está muy sucio. Se da una situación  estructural llena de mezquindades y de injusticia. ¿Quién ganará?

-Luz-Tinieblas 

El Evangelio muy a menudo nos presenta la lucha entre la luz y las tinieblas. Llevamos meses -desde el verano- que las tinieblas van venciendo a la luz. Llega un  momento en que incluso parece que la van a vencer, "el día es cada vez más corto". Pero  no. El día se alarga de nuevo. Años y años de esta lucha siempre victoriosa. A los primeros cristianos este hecho les sirvió de imagen para presentar la lucha del bien  contra el mal. "La luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la han podido  vencer".

Desde la primera Navidad ha comenzado la carrera victoriosa de la Luz. Tiene sus  altibajos, el vaivén de la historia. Pero vencerá definitivamente. Esta es nuestra fe.

-Exhortación a ser luz

Unámonos a esa Luz. Luchemos contra las tinieblas, la "locura del dinero", las  especulaciones de toda clase, los egoísmos insolidarios, el tráfico de influencias, los  sobornos, las mentiras...

En el cielo brilla un sol sin ocaso. Y todos estamos invitados a contemplar la luz de la  mirada de Dios y a transparentar cada día una chispa de esa luz mostrando que el bien  sigue existiendo. La naturaleza humana sigue disponiendo, afortunadamente, de magníficas  posibilidades que tienen que abrirse camino en medio de una situación a veces con mucha  tiniebla.

La Eucaristía nos abre a esa Luz. El Pan partido llena de sentido fraternal y divino el pan  compartido con los hermanos. Y, al revés, el pan que durante la semana compartimos con  los hermanos con los que caminamos en esa lucha contra las tinieblas, da sentido a esta  fiesta del Padre que nos parte el Pan. 

LUIS SUÑER
MISA DOMINICAL 1992/01


13. SABIO/QUIEN-ES:

Ser sabio. Hoy en día, la pretensión de conseguir la sabiduría se confunde muy a menudo  con el mayor almacenamiento posible de información. Ahora bien, la formación que llega a  hacerse con la sabiduría es la "formación del corazón". Quien posee una sabiduría  alcanzada de este modo, sabe que con ella se une tanto a la tradición como a lo nuevo para  hacerse responsable de lo aún desconocido, lo cual quiere indicar sencillamente que tal  sabiduría "se está haciendo» de continuo: esta sabiduría es una tarea constante para sí  misma. Desde este punto de vista tiene total actualidad el verso 27 del capítulo sexto del  Eclesiástico: "Sigue sus huellas, búscala y se te hará presente y, cuando la tengas, no la  dejes ir"; es decir, "interroga e investiga, busca y encuentra".

Gran parte de la psicología moderna habla del "sabio", refiriéndose a la personalidad bien  formada, esto es, la persona que va acumulando una rica experiencia vital, en la  comunicación con el mundo de las cosas y de los hombres. O, de otro modo, «para ser  sabio no hay que ser un superdotado, ni poseer conocimientos especiales o información a  raudales: sabio es el hombre maduro interiormente, capaz de distinguir lo importante de lo  que no lo es, lo valioso de lo indiferente, lo bueno de lo malo. El hombre formado se  relaciona, en principio, más y mejor con la comunidad que el de alto nivel intelectual". Un conocido escritor dijo que «sólo se ve bien con el corazón» y que «lo esencial es  invisible a los ojos». A este respecto, cabe recordar cómo el auténtico poeta y el auténtico  profeta son los que miran con el corazón y llegan a ver lo esencial, es decir tienen la  sabiduría que les lleva más allá de lo que alcanzan a ver los ojos.

Los cristianos de hoy, que no quisiéramos andarnos por las ramas, tenemos más de un  ejemplo de personas "sabias" y profundamente escudriñadoras (poetas y profetas) de lo  esencial de la vida. Los hay entre estos ejemplos quienes profesan otras religiones y  también quienes comparten nuestra fe. Así el obispo y profeta Pedro Casaldáliga, para  quien la poesía -que no es simplemente o sólo hacer versos- consiste en "la palabra  emocionada", que, a su vez, es «comunicación y encuentro» con el hombre, con la  comunidad.

Por otra parte, alcanzar la sabiduría necesaria para poder llegar a la raíz de las cosas, de  los «misterios», quiere decir hacerse un lugar en el mundo, encontrar en él un hogar  adecuado y propio.

En este sentido, la sabiduría de Dios establece su tienda en medio de su pueblo y habita  entre los hombres. Esta es la actividad misma de Dios, que viene a nosotros, confía en  nosotros y participa de nuestro destino humano.

Ciertamente todo lo que crece, lo hace de alguna manera desde una «raíz". A este  respecto será conveniente recordar lo que tan frecuentemente se ha dicho: "el cristiano  tiene que ser radical». Por tanto, entre otras muchas cosas importantes, ¿también  radicalmente sabio? El mismo escritor al que antes aludíamos, Antoine de Saint-Exupéry,  dijo en una ocasión que «debemos ir con mucha confianza hasta la raíz».

De ahí, cabría sacar, sin temor a equivocarse, el retrato robot de un cristiano radicalmente  «sabio», que sería: Sincero, pero no hostil; sensible, pero no irritable ni «pamplinero";  ambicioso, pero no reprimido; abierto, pero no acrítico; fiel, pero no rígido; convencido, pero  no fanático; bondadoso, pero no tonto; pacífico, pero no indefenso; feliz y consecuente, pero  no presuntuoso ni desconsiderado; lleno de humor, pero no superficial; sencillo, pero no  cándido; lleno de Dios, pero no alejado del mundo...

Todos nosotros hemos sido llamados a tomar parte en la sabiduría de Dios y cada cual,  como miembro de su familia, a vivir en el mundo la Buena Noticia de palabra y de obra,  anunciarla a todos nuestros hermanos. Dios es quien ilumina los ojos de nuestro corazón y  confía en que nosotros seamos felices a su llamada, confrontando los fundamentos de  nuestra fe con los «signos de nuestro tiempo" para cooperar en la solución de los muchos  problemas con que se encuentran los hombres y mujeres de hoy. Dios se confía definitivamente en nosotros, hijos suyos. 

EUCARISTÍA 1993/02


14.

JESÚS: UNA PALABRA BIEN DICHA 

Hablar, conseguir expresarse con palabras, es, a la vez, una alegría y un sufrimiento. Una  alegría, porque a través de la palabra nos comunicamos, nos damos: podemos descargar  una preocupación que nos mordía el alma, podemos expresar nuestros deseos, decir a  alguien que lo amamos. Pero hablar nos hace también sufrir: ¡Hay tanta distancia entre lo  que sentimos por dentro y lo que logramos comunicar! ¡Se queda tan lejos nuestra pobre  palabra, por mucho que la pensemos, de expresar adecuadamente aquella alegría, aquel  deseo, aquel amor! Es que la idea -tan grande, tan difusa- y el sentimiento -tan hijo del  espíritu- no se dejan fácilmente encorsetar en un envase tan pobre.

Es como querer asir con las manos una nube, o como pretender ponerle puertas y  ventanas al viento.

A Dios tampoco le fue fácil. Una vez que decidió salir de su silencio para ir diciéndonos  cómo era y cómo pensaba, para írsenos dando, se las vio y se las deseó. Fue lo más  parecido a una aventura.

Se expresó primero a través de signos, prodigios y castigos; pero el asombro y el temor  que éstos producían en el hombre, no le dejaban percibir la voz que, desde dentro de ellos,  le estaba queriendo llegar. Balbuceó Dios entonces su mensaje usando la voz de los  profetas; pero resultaba tan extraño, tan molesto a veces, lo que aquellos profetas decían,  que el hombre se ponía en guardia como frente a un ataque: unas veces lo tomaba a risa, y  otras la emprendía a golpes con el profeta. Total, que Dios no acababa de conseguir  comunicar al hombre lo que sentía su corazón.

Entonces vino el paso definitivo. En su gran esfuerzo por hacemos comprensible su  Palabra, consiguió por fin adaptarla tan genialmente, que la hizo carne nuestra. "La Palabra  se hizo carne, y acampó entre nosotros". Tras el fracaso de intentar expresarse, de  dársenos, usando como medio nuestra pobre palabra humana, decidió dar el salto de hacer  humana su Palabra: y así fue como ésta -eterna y perfecta- tomó cuerpo, y vida, se hizo  visible, y tangible, y comprensible, en la carne de un niño, después hombre, compañero y  amigo, nacido de mujer: Jesús.

"Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre". Ya existía desde el principio; pero  el hombre no lo percibía. Ahora «ha aparecido». Y lo ha hecho de una manera tan clara, que  han sido los más sencillos -los pastores- los primeros en comprenderlo. ¿Cómo no  comprender el amor de Dios expresado en la forma de «un niño envuelto en pañales y  acostado en el pesebre». Decir: "salvar", es una cosa; ver a Dios hecho niño, hecho pobre,  es otra bien distinta. Habría que estar ciegos para no comprenderlo.

¡Qué bien te expresas ahora, Señor! ¡Qué bien comprendemos tu amor, tu cercanía,  mirándote en los ojos, tan limpios, de ese Niño! ¡Qué bien nos llega la Buena Noticia de tu  salvación, al verte tomar nuestra carne tan en serio! 

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande».
"Nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor".

Ahora sí te comprendemos, Señor.

JESÚS: ¡qué palabra tan bien dicha! 

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 30 s.


15.

Frase evangélica: «Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor  humano, sino de Dios» 

Tema de predicación: LA FILIACIÓN DIVINA 

1. El título «Hijo de Dios», empleado por Pablo y por las primeras confesiones de fe, tiene  una larga preparación en el Antiguo Testamento. La filiación divina se expresa bajo la  imagen de la filiación humana. En todas las religiones antiguas, Dios es considerado Padre.  De ahí que las relaciones entre Yahvé y su pueblo sean paternales por parte de Dios y  filiales por parte de Israel. Especialmente amorosa es la paternidad divina, que contrasta,  según Oseas, con la dureza de Israel. Con el tiempo, el "justo" será considerado hijo de  Dios, por la intimidad que tiene con los bienes espirituales.

2. Con Jesucristo, la filiación divina se hace universal. Dios es «nuestro Padre», según  rezamos en la oración que el propio Jesús nos enseñó. El reino está abierto a todos, que  somos por ello hijos de Dios. Todos debemos imitar al Padre. Jesús se da a sí mismo el  título de "Hijo único", en un plano de filiación de naturaleza. Fue proclamado «Hijo de Dios»  por sus contemporáneos.

3. La filiación divina alcanza su plena revelación con el envío del Hijo desde el Padre y  con el rescate pascual, que le hará definitivamente Hijo y cuyos frutos recibimos por medio  del Espíritu Santo. Nuestra filiación es participación de la de Cristo. Solo así logramos la  verdadera libertad de los hijos de Dios.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Tenemos relaciones con Dios como Padre?  ¿Nos consideramos, de hecho, hijos suyos? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 178 s.


16.

TEMA: ¿QUE ES CREER EN JESUCRISTO? 

FIN: Revisar los contenidos estériles de nuestra fe en Cristo.

Descubrir la fuerza reveladora y salvadora que lleva consigo el que los creyentes  lleguemos a afirmar con verdad que creemos en Jesucristo.

DESARROLLO:

1. ¿Qué resonancia tiene en nosotros la fe en Cristo? 

2. ¿Qué es Jesús de Nazaret? 

3. ¿Qué es creer en Jesucristo? 

TEXTO:

El núcleo específico de la fe cristiana es creer en Jesucristo. Creer en Cristo no es fácil.  Primero, por la misma dificultad de la fe. Segundo, porque quizá hemos sido mal iniciados en  ella. ¡Cuántos de nosotros creemos en Cristo sin saber lo que creemos! Afirmamos cosas  ininteligibles, de un modo axiomático, sin llegar a calar en el fondo de las expresiones y de  los símbolos. Lo que más llegamos a creer es en un personaje que vivió en la historia, que  se dijo Hijo de Dios y que predicó una doctrina. Lo aceptamos de un modo aséptico, como  quien acepta la existencia del César o de San Francisco de Asís.

1. ¿Que resonancia tiene en nosotros la fe en Cristo?  El misterio de la Navidad nos sugiere la reflexión sobre nuestra fe en Jesucristo. ¿Qué es  lo que nosotros queremos decir cuando afirmamos que creemos en Cristo? La Navidad nos  recuerda proposiciones fundamentales de la fe: Dios nacido en la carne, Jesús de  Nazaret-Hijo de Dios, un hombre es Dios, Dios en persona, Dios ha aparecido en la historia  del mundo, «entre nosotros», «de nosotros», «nuestro». ¿Qué es todo esto? ¿Es un simple  dogma? ¿Un rompecabezas? ¿Una distracción en la que no acertamos a encontrar las  diversas hilazones del problema y nos volvemos locos para salvar en Cristo la integridad de  Dios y la integridad del hombre, sin llegar a conseguir nunca el cometido?  ¿Acaso hay algo muy serio, fundamental, en todo esto?  Si el misterio de Jesús de Nazaret es el centro de la fe cristiana, es el contenido de la  revelación salvadora de Dios, creer en Jesús es fundamental, y saber lo que aceptamos,  cuando afirmamos «creo en Jesús», es condición indispensable para llegar a una fe adulta.

2. ¿Qué es Jesús de Nazaret? Para tener una verdadera fe en  Jesús de Nazaret, es necesario saber antes qué es Jesús. El acontecimiento salvador  «Cristo» es, en el plan de Dios, la revelación, la manifestación de lo que es la realidad en su  totalidad. En El se han hecho presentes, en una sola emisión de voz, Dios y el hombre.  Dios, como fundamento de todo lo que existe, y, el hombre, como elemento integrador y  transformador del mundo. Cristo es la manifestación salvadora de que:

--En el principio existía la Palabra, es decir, Dios mismo, con su infinita capacidad de  comunicarse a Sí mismo en el Hijo. Dios es revelado, en la intimidad insondable de su vida,  con amor fecundo. «La Palabra estaba con Dios y era Dios» (Jo 1, 1).

--Nos revela también que Dios no es indiferente ante el mundo, sino que tiene un  designio, un plan, una Palabra sobre él. Desde la infinita capacidad de comunicación de  Dios surge la Palabra creadora, creando todas las cosas y orientándolas, como un  designio-vocación, cuyo cumplimiento construye al hombre y su mundo.

-- Jesucristo nos manifiesta, además, que Dios mantiene su Palabra eternamente, lo cual  supone que la vuelve a pronunciar para hacer surgir la nueva creación. Cristo nos proclama  la Palabra Salvadora de Dios. La Palabra de la Creación pudo ser escuchada y seguida por  los hombres, pero «de hecho» no ocurrió así. Jesucristo es el empeño desesperado de Dios  para que lleguemos a percibir, de un modo definitivo, la única Palabra que nos puede salvar.  La Palabra de Dios ha aparecido de un modo único en Jesús, para ayudarnos a descubrir  cómo Dios nos ha elegido aun antes de la creación del mundo, cómo nos predestinó a ser  hijos adoptivos suyos (Ef 1, 1 s.). Cristo nos manifiesta el amor de esa Realidad última, que  llamamos Dios, que no se desentiende de la creatura, sino que la acoge, la ayuda, la recrea,  la salva.

La existencia de Jesús nos predica la presencia activa e inseparable de Dios en medio de  nuestro mundo. Jesús es la Palabra o el designio de Dios realizado en el mundo; Palabra  encarnada, obedecida, asimilada, vivida, plasmada en una vida humana. Y esto por gracia  de Dios, porque El así lo ha decidido por amor al hombre.

Jesús de Nazaret, viviendo en el mundo, cumpliendo la Palabra de Dios, se ha convertido  para todos nosotros en Palabra inteligible, esclarecedora. En la realidad «carnal» de Jesús,  podemos contemplar la «gloria» del Padre (Jo 1, 14); porque Cristo, cumpliendo el designio  de Dios, nos llega a descubrir lo que es Dios mismo, y descubriéndonos a Dios, nos da la  clave de lo que somos y de lo que es y significa todo lo que existe.

Jesucristo ha llegado a ser lo que es por la Palabra de Dios y la Palabra de Dios es  Palabra pronunciada para los hombres por la obediencia o la asimilación de Cristo. Entre  Jesús de Nazaret y la Palabra de Dios hay una unión tan indisoluble, sin confusión, que sin  la Palabra de Dios Jesús de Nazaret no sería lo que ha llegado a ser y sin Jesús la Palabra  no sería hoy una revelación para los hombres. Por eso podemos afirmar que Jesús es el  único que revela a Dios, el Señor, la Norma de toda la vida humana: porque por El se ha  manifestado exhaustivamente, todo el designio de Dios sobre el mundo y Dios mismo. En  Cristo ha aparecido todo lo que existe y ya no hay nada más de lo que en El se ha  manifestado.

3. Según esto, ¿qué es creer en Jesucristo

--No es sólo, ni exclusivamente, creer en la existencia histórica de Jesús de Nazaret. La  admisión de que Jesús existió en un tiempo determinado es un presupuesto previo, para  poder llegar a creer en Jesús.

-- Tampoco es solamente creer que Cristo es a la vez, y con igual verdad, Hijo de Dios e  hijo del hombre. Estas expresiones pretenden ser más que un juego de palabras.

--No se reduce la fe de Cristo a confesarle extrañamente lejano, sentado con poder y  gloria a la derecha de Dios en los cielos.

Creer en Cristo es aceptar el acontecimiento que con su vida ha ocurrido en el medio de  la historia, es descubrir y admitir lo que se ha manifestado, revelado en la misma vida de  Cristo. En El ha aparecido que Dios es la realidad misma y última del mundo, que forma  parte de nuestra historia; que Dios es Palabra eficaz que ilumina nuestro camino, que da  vida, que nos edifica por la obediencia; Dios es poder que nos ayuda a construirnos, que  nos glorifica, que nos transforma en hijos adoptivos. Cristo es, a la vez, prueba de que el  hombre, si quiere, cuenta con fuerza para realizarse, por la gracia de Dios.

Creer en Jesús no es algo estéril, ni estático, ni se centra en un simple objeto. La fe está  llena de poder, es revelante: cuando creemos en Jesús, aceptamos, a la vez, un modo de  vivir, adquirimos una sabiduría que nos revela lo más profundo del mundo, recibimos la  Palabra creadora y salvadora como una semilla de vida, como el germen de una nueva  creación. La fe en Jesús es tan actual, como viva y presente sigue estando la Palabra de  Dios en el mundo. El misterio de Jesús, con menor intensidad y a otro nivel se repite en  cada hombre; la misma Palabra creadora aflora en nuestro interior como Palabra salvadora,  como vocación de ser hombres según el plan de Dios que persigue nuestra propia  realización humana. La Palabra que resonó imperiosamente en Jesús, sigue  pronunciándose hoy entre nosotros. Al creer en Jesús de Nazaret, creemos también en lo  que hoy está aconteciendo con nosotros, creemos en la acción que Dios está realizando en  nuestra historia. Por eso, cuando creemos en Jesús aceptamos hoy la salvación, no como  un acontecimiento que pertenece al pasado, sino como una acción poderosa de Dios que se  desarrolla actualmente, tal y como se nos ha revelado en la existencia histórica de Jesús de  Nazaret.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO B
PPC/MADRID 1972.Págs. 38-41


17.

LAS PALABRAS Y LA PALABRA 

«En el principio ya existía la Palabra». En eso estamos. Y también estamos en que «la  Palabra está junto a Dios» y en que «la Palabra era Dios». Pero, claro, si esa Palabra  aspiraba a ser «medio de comunicación social» de la Divinidad para con la Humanidad,  necesitaba una «megafonía humana». Y, no os escandalicéis de mis metáforas, María fue la  que, en sus purísimas entrañas, fue gestando los labios, la lengua, la garganta, los  pulmones, los brazos, las manos, es decir, todos los preciosos vehículos de expresión que  utilizó el Verbo de Dios para «pronunciarse» entre los hombres, con los hombres y a los  hombres. Ella hizo posible que «el Verbo de Dios acampara entre nosotros» y luego se  extendiera, creciera y se multiplicara.

Así es como Jesús habló. Y muchos le escucharon «en directo»: el ciego, el cojo, el joven  rico y la joven adúltera, el sordo de nacimiento y aquellos otros «sordos de voluntad»,  todavía más sordos, los fariseos, ya que «no hay peor sordo que el que no quiere oír».  Otros le escuchamos «en diferido» --¿o también en directo?--, ya que su «buena noticia»,  como un eco interminable, nos llega desde las montañas de los púlpitos, las llanuras de los  escritos, los labios de las madres y «las gentes sencillas, a las que Dios reveló estas cosas,  ocultándoselas a los sabios». Sí: «el Verbo sigue hablando y empapando nuestra tierra» y  esa «palabra no puede volver a los cielos vacía. Gloria a Ti, Señor Jesús. Porque eres «la  luz que brillas en las tinieblas, aunque los hombres a veces prefieren...».

Pero, dicho esto, quiero añadir que también en mí se ha encarnado la palabra. Y,  parodiando a G. Celaya, diré que «esa palabra minúscula», que se me ha dado, «es un  arma cargada de futuro». Con ella puedo matar, desde luego. Pero puedo «construir» de mil  maneras. Y así, puedo:

ENSEÑAR.--Enseñar al que no sabe. Toda nuestra cultura se desarrolla al compás  binario del «docente-discente»: enseñar y aprender.

Cada uno debemos hacer un homenaje agradecido a todos los que nos «enseñaron». 

ORIENTAR.--¿Nadie os ha orientado en la vida? ¿Nadie os sacó de dudas? ¿Nadie os ha  aconsejado? ¿Nadie os ha dado datos para entrar en una ciudad, para «entrar en la vida» o  para «seguir una vocación»?...

CONSOLAR.--Y, ¿qué decir de «la palabra» que, cuando más aplanados estábamos,  alguien, más que «decir», nos «intentó decir», ya que la emoción no le dejó? ¿Nunca os ha  llegado una carta de afecto, una llamada de teléfono animándoos, una palmada de  adhesión? ¿No os han sacado de paseo alguna vez para distraeros de una pena? 

DIALOGAR.--Ay, amigos. He aquí un ejercicio en el que estamos desentrenados.  Hablamos y hablamos, sí; pero cada cual su discurso. Más que de un «diálogo», se trata de  «dos monólogos superpuestos». Nadie escucha a nadie. Y, sin embargo, el diálogo podía  ser solución para muchas divisiones. ¡Qué certero Cabodevilla en «Palabras son amores»,  señalando horizontes!

AMAR.--Te amo. Te amaba hace mucho tiempo. Te amaré siempre. La conjugación verbal  más repetida. Los novios a las novias y viceversa. Los padres a los hijos y viceversa. Los  esposos entre sí, y suma y sigue. «Palabras de amor, palabras», poetizaba G. Diego  emocionado.

Y, aunque --recordando a Bécquer--, las palabras como los «suspiros, son aire y van al  aire», sin embargo, cuánta felicidad llevaron a nuestro corazón ciertas palabras. Porque  nuestro pobre corazón, ya lo sabéis, anda muy inquieto hasta que repose en esa Palabra  única en la que está la Vida.

ELVIRA-1.Págs. 17 s.


18.

1. La Sabiduría de la vida

Hoy vamos a reflexionar sobre un tema que a nuestros oídos puede sonar un poco nuevo y extraño, y que, sin embargo, es lo más antiguo y casi lo primero a lo que se ha dedicado el hombre: encontrar la sabiduría de vida.

La primera lectura nos hizo el elogio de la sabiduría; la segunda nos invita a recibirla, y la tercera nos presenta a Jesús como la Sabiduría encarnada, Palabra viviente de Dios, en un texto que ya hemos reflexionado en la Misa del Día de Navidad.

No nos quedan dudas, pues, de que se trata de un tema esencial, y sobre tan fundamental como desconocido problema vamos a centrar nuestras reflexiones.

Digamos, ante todo, que entre nosotros es común llamar sabio a un personaje de gran ciencia y preparación intelectual. Leemos en los diarios: "Un gran sabio alemán, ruso, etc., asombra al mundo con sus investigaciones..." Sabio es, según nuestra mentalidad, el que sabe mucho, el que conoce el secreto de las cosas, el que investiga, descubre e inventa. Sin embargo, en el antiguo Oriente (Egipto, Palestina, Mesopotamia, India, China) el sabio era otra cosa distinta. Los sabios eran maestros que enseñaban a los hombres el auténtico camino de la vida.

La gran inquietud humana siempre fue la vida: qué es la vida -cómo perfeccionarla-, cómo alcanzar la inmortalidad, la divinidad o la iluminación perfecta.

Los sabios eran auténticos santos que, iluminados por una luz trascendente, habían descubierto el «camino o sendero de la vida» y, por lo tanto, podían enseñarlo a los demás hombres tanto con su ejemplo como con su palabra.

Sabio era el hombre prudente-equilibrado-recto-ecuánime-justo. Lo que hoy podemos decir: un gran hombre -un individuo excepcional-, un ejemplo para las generaciones futuras.

LAOTSE, el gran sabio chino del siglo sexto antes de Cristo, describe así al sabio: "Los sabios perfectos de la antigüedad eran tan sutiles, agudos y profundos, que no podían ser conocidos.

Puesto que no podían ser conocidos, sólo se puede intentar describirlos: Eran prudentes, como quien cruza un arroyo en invierno; cautos, como quien teme a sus vecinos por todos lados; reservados, como un huésped; compactos, como un tronco de madera; amplios, como un valle; complejos, como el agua turbia."

Y más adelante agrega:

"El sabio abraza la unidad y es el modelo del mundo.
Destaca porque no se exhíbe.
Brilla porque no se guarda.
Merece honores porque no se ensalza.
Posee el mando porque no se impone.
Nadie lo combate porque él a nadie hace la guerra.
¿Son acaso vanas las palabras del antiguo proverbio: "lo humillado será ensalzado"? Por esto mismo, el sabio preservará su grandeza."

SB/QUÉ-ES: Hay, por lo tanto, una gran diferencia entre nuestro concepto de sabiduría y el concepto oriental, y si decimos oriental, decimos también bíblico:

--Para nosotros, el sabio orienta sus esfuerzos hacia afuera, hacia las cosas, hacia el descubrimiento del mundo físico. Más que su vida, nos importa su ciencia, sus inventos, su saber.

--Para el oriental y para la Biblia, el sabio orienta su esfuerzo hacia el descubrimiento de sí mismo, hacia el secreto recóndito de la vida humana como existencia aquí y ahora; hacia esa luz misteriosa que se llama lo divino, lo sagrado, lo trascendente, Dios... Nuestros sabios son científicos; los sabios bíblicos son santos. Nuestros sabios buscan la perfección de las cosas; los bíblicos, la perfección del hombre.

Sintetizando, descubrimos que la Sabiduría bíblica y, por lo tanto, cristiana, es simultáneamente:

a) El arte del buen vivir: el oficio del hombre es vivir como hombre, y quien lo logre es un auténtico sabio. El verdadero sabio distingue lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto. Coloca como fundamento de todo las grandes virtudes humanas: prudencia, moderación, trabajo, no violencia, humildad, sinceridad, justicia, amor.

b) Reflexión sobre la existencia humana: no una reflexión abstracta sino concreta, a partir de la misma experiencia. Le interesa al sabio la grandeza y la pequeñez del hombre, su soledad, su angustia de vivir ante el dolor y la muerte, la relatividad del mundo y su trascendencia.

En fin: la auténtica felicidad.

c) Una palabra reveladora: la auténtica sabiduría viene de lo alto; no está atada al interés o al cálculo humano.

Es la Verdad total, que debe ser deseada y buscada por eI hombre. La sabiduría es así una fuerza generadora: ella da origen al hombre, a su historia y a todo el ritmo de la creación.

Con estos datos, podemos ahora abordar el texto de Juan, que nos dice algo que desgraciadamente hemos pasado completamente por alto en nuestro cristianismo occidental: Jesús es el Sabio que ilumina nuestro camino. Es la Sabiduría en persona...

2. Jesús, nuestra Sabiduría: J/SABIDURÍA-DE-D:

El libro del Eclesiástico hace el elogio de la sabiduría divina, que «salió de la boca del Altísimo y cubrió la tierra como la neblina», «echando raíces en un pueblo glorioso». La Sabiduría de Dios se manifiesta como Palabra viviente, y ésta es la idea retomada por Juan: Cristo es esta Sabiduría-Palabra existiendo desde siempre junto a Dios, pero salida de Dios para actuar en la creación, en la historia y en el interior de cada hombre.

La Sabiduria-Palabra es una persona: es el Sabio, Cristo, eI hombre lleno de luz, el camino, la vida.

¿Cuáles son las características de Cristo-Sabiduría del hombre?

a) Es Acción: "Todas las cosas fueron hechas por medio de ella... El mundo fue hecho por medio de ella... Vino a este mundo... Nos dio el poder de ser hijos de Dios...» Son todas expresiones que nos indican que la Sabiduría de Dios no es algo estático sino dinámico. La auténtica sabiduría es aquella que se expresa en obras, que nos hace salir de nosotros mismos, que nos empuja hacia adelante.

Un cristiano lleno de esta Sabiduría («cristiano» es el hombre lleno de Cristo-Sabiduría) encuentra su lugar en la historia, en el quehacer de los hombres, en el progreso, en el compromiso. Cristo, el sabio, lo fue «haciendo y predicando», nos lo dicen los evangelistas; se mostró con signos. En otras palabras: se proyectó hacia el mundo para transformarlo. En forma negativa afirmamos, pues, que la sabiduría cristiana no reside en el mucho saber religión o teología; no está en los libros; ni siquiera en las largas horas de reflexión o de oración. Antes que nada es acción transformante, acción creadora.

b) Es Vida: "Todo lo que existe tiene vida en ella...

Cuantos la recibieron, han nacido de Dios... De su plenitud hemos recibido todos..." La auténtica sabiduría se manifiesta en su capacidad de dar vida; no cualquier vida, sino la "verdadera", es decir, la auténtica. Jesús, Palabra de Sabiduría, nos trae la vida para que nunca más tengamos sed o hambre; sed y hambre de verdad y de justicia. El cristiano debiera ser un hombre vital, que ama y goza la vida; que la crea y acrecienta; que la difunde. No hemos sido engendrados por la sabiduría para retraernos del mundo, o para anularnos como personas o para sacrificar nuestras capacidades. El cristiano es un hombre siempre insatisfecho: nunca dice ¡basta! Cada día vive y cada día descubre que se puede vivir más y más intensamente. La sabiduría obra en él como un movimiento sin fin, como un motor que lo trasciende sin posibilidad de estancamiento. La sabiduría cristiana es, esencialmente, anti-burguesa.

c) Es Luz: «Y la vida era la luz de los hombres...

La Palabra era la luz verdadera que al venir a este mundo ilumina a todo hombre... Y nosotros hemos visto su gloria... Nadie jamás ha visto a Dios: el que lo ha revelado es el Hijo Único...» La sabiduría de Dios, Cristo, separa lo tenebroso de lo luminoso y nos hace discernir la luz verdadera de la falsa; lo que realmente es, de sus espejismos. Por Cristo podernos "ver" al Padre, es decir: conocerlo, amarlo, sentirlo, vivirlo. El cristiano es un «iluminado» (así se llamaba en la antigüedad al recién bautizado) por cuanto ha descubierto cuál es el sentido de la vida; cuál la forma de ser totalmente hombre; cuál el modo de sentirse hijo de Dios sin dejar de ser hijo del hombre. Como podemos ver, el concepto de Sabiduría es tal que sólo los grandes símbolos pueden expresar algo de toda su riqueza. Así como no podemos definir qué es la vida, tampoco podemos definir qué es la sabiduría. Sí ver sus efectos en los que la abrazan. Y ahora podemos sacar importantes conclusiones para nuestro cristianismo de hoy.

CRMO/RACIONALISMO:¿No será que, en gran medida, nuestro cristianismo ha perdido el "sabor", el gusto, es decir, el sentido y el espíritu de la Sabiduría de la vida? Hoy muchísima gente se vuelca a ciertos movimientos o sectas, particularmente orientales, tratando de encontrar en ellos lo que fue nuestra mejor herencia, pero que ahora parece perdida u olvidada: la sabiduría que lleva al hombre más allá de sí mismo.

Aquí debemos señalar la fuerte dosis de racionalismo e intelectualismo de nuestro sistema religioso. Hicimos de la fe un aprendizaje de teorías y dogmas, desconectados de la vida real.

Desoyendo a Pablo, nos dejamos tentar por la sabiduría griega, que puso todo el énfasis en la lógica y en los razonamientos, en la verdad cerebral, en acumular conocimientos filosóficos y religiosos... Y, sin embargo, la esencia del Evangelio -palabra, sabiduría, vida, luz- es darle al hombre un sentido de su vida, una orientación práctica para que sea capaz de enfrentarse con sus problemas, superarlos y llegar a ese "más allá", que es el gozo de vivir en la paz interior.

A su vez, el juridicismo y el ritualismo terminaron por hacer de la Sabiduria-Vida un frío código exterior de normas y prescripciones, olvidándose de que «la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad por Jesucristo».

Cristo Sabio nos liberó de la fría ley para hacernos caminar por la senda de la ley interior de la verdad.

Los cristianos de Occidente estamos en deuda con el mundo, al menos con nuestro mundo occidental. Tenemos miedo de presentar la verdad del Evangelio, verdad exigente y hasta dura, pero camino auténtico para la iluminación del misterio de la vida. Hicimos una fe fácil, que bautiza al hombre, pero que no lo regenera ni lo engendra para una mística divina...

La sabiduría enseña a vivir... No enseña con normas exteriores ni con amenazas o castigos. Enseña como la luz, mostrando desde dentro todo lo que el hombre "es" y aquello a lo que el hombre está llamado a ser. Enseña mediante hombres sabios que viven iluminados y que son luz y sal de la tierra.

3. Sabiduría de Dios y sabiduría del mundo

Pablo nos hace descubrir la originalidad de la Sabiduría según el Espíritu, en ocasiones distinta y hasta opuesta a la sabiduría de los hombres.

La sabiduría del mundo propone al hombre: un futuro sobre la base de la acumulación de bienes, del tener y acaparar más, del poder, de la comodidad egoísta, del arribismo y de la trampa. Es la sabiduría del triunfo, del éxito rápido y descontrolado; de la competencia furiosa.

En cambio, la Sabiduría de Dios se fundamenta:

--En los bienes del Espíritu, es decir, en aquellos que no se marchitan ni pueden ser destruidos por el orín o la polilla. El Espíritu es vida; lo auténtico nunca muere.

--En la santidad, que es la entrega total de sí mismo a los valores absolutos, en una vida transparente, desinteresada y sincera.

--En el conocimiento y gozo de Dios como fuente de amor y de verdad.

--En la esperanza y en la trascendencia.

--En el amor fraterno, síntesis de toda sabiduría, consumación y perfección del hombre. Podemos decir que la fe es la sabiduría de Dios en cuanto es vivida aquí y ahora por el hombre, con la conciencia de ser hijo de Dios, engendrado por El, partícipe de su vida. Y como lo revela el mismo Pablo, esta Sabiduría es también ella signo de contradicción y paradoja, pues es la sabiduría exigente que pide al hombre la renuncia de su egoísmo precisamente para ser él mismo. Esta sabiduría:

--es resistida y rechazada por los hombres fatuos («el mundo no la conoció... los suyos no la recibieron»);

--es ridiculizada y tenida por locura por cuantos siguen los criterios mundanos (véase, por ejemplo, 1 Cor 1,18; 2,14);

--es sólo conocida por los humildes, los sencillos, los pobres y los niños (1 Cor 1,17; 2,1ss);

--es, en síntesis, el camino de la cruz, asumida por amor por el bien de todos (1 Cor 1,17,18.23.24).

En una palabra: también los cristianos tenemos nuestra sabiduría, la misma que fue vivida intensamente por Jesús, y la misma cuya luz recibimos en el bautismo. Todo el Evangelio es la expresión de esta sabiduría: arte de vivir intensamente esta existencia con determinado sentido; arte de comprometernos en la historia sabiendo qué hacemos y para qué lo hacemos; arte de obrar según ciertos criterios que, sin dejar de urgirnos a un compromiso serio, nos llaman como hombres libres y sinceros.

Concluyendo...

¿Por qué los cristianos hemos perdido este sentido profundo de nuestra fe que sitúa al cristianismo dentro de una perspectiva dinámica, amplia y absoluta? Si el cristianismo es la manifestación plena de la sabiduría de Dios, ¿no habrá que repensar nuestros esquemas de pastoral, de catequesis, de liturgia, de relación con las instituciones seculares? ¿No hemos atomizado y parcializado la grandiosa concepción de la fe como una visión integral de la vida? ¿Qué podemos hacer hoy para revalorizar el mensaje cristiano de modo que vuelva a ser lo que fue desde el principio, desde antes y desde siempre: acción-vida-luz de los hombres? Mucho se discute acerca del sentido de la misión de Jesús... Hoy hemos descubierto aquel valor que trasciende en el tiempo y en el espacio: fue sabio. Saboreó la vida hasta su última gota. Y la encontró buena...

Razón tiene Pablo, por lo tanto, al pedir que "el Padre os dé espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo plenamente... y comprender cuál es nuestra esperanza...".

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1977.Págs. 150 ss.