COMENTARIO GENERAL SOBRE LOS RASGOS COMUNES DE LOS 3 EVANGELIOS DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

1. Los tres evangelios de este día nos presentan al episodio del bautismo de Jesús por Juan Bautista. La versión de Juan es bastante peculiar y será comentada por separado; no obstante, presenta muchas notas comunes a los sinópticos. Por eso, primero propondremos el comentario de todos los puntos comunes a los tres relatos, para después y en sus correspondientes lugares, tratar de las características de cada Evangelio.

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Rasgos comunes a los Evangelios.

a) Uno de los primeros actos de la vida pública de Jesús ha sido recibir el bautismo de Juan (v.13) e inscribirse entre los discípulos del Bautista.

La primera manifestación celestial es la del Espíritu, que aparece en forma de una paloma (Mt 3, 16; Lc 3, 23; Jn 1, 32,33).

No causará sorpresa una manifestación del Espíritu sobre las aguas. Desde mucho tiempo atrás, el Antiguo Testamento había asociado el Espíritu (ruah) y el agua (Is 44, 3; Ez 36, 25-26; Jl 3,1), como había asociado antes el viento (ruah) y el agua (Gén 1,2). Hay que comprender esta asociación del Espíritu y del agua en el sentido que le ha atribuido la predicación del Bautista (Mt 3, 11): han llegado los tiempos mesiánicos, ha comenzado el juicio de Dios que separará a su pueblo fiel de los impíos. El judaísmo, al apoyarse sobre textos como Is 42, 1, Is 11, 2 e Is 61, 1, esperaba que el Mesías se diera a conocer por medio de un don particular del Espíritu.

Cabe, pues, decir que la bajada del Espíritu sobre Cristo bautizado le designa a la vez como el Mesías y como el representante del pueblo de los últimos tiempos. En las polémicas entre cristianos y discípulos del Bautista, esta intervención del Espíritu sobre el agua del bautismo de Cristo permitirá precisar en qué supera el bautismo cristiano al bautismo de Juan: tanto el uno como el otro significan la conversión, pero sólo el primero significa la acción de Dios que viene al encuentro de esa conversión del hombre para inaugurar los últimos tiempos.

Esta bajada del Espíritu se produce después que los "cielos se hubieron abierto" (Mt 3, 16; Lc 3, 21). Se trata de una expresión apocalíptica corriente (cf. Act 10, 11; Jn 1, 51, etc...), pero que reviste aquí un sentido muy particular, puesto que proviene con toda probabilidad de Is 63, 9-19, en donde, según la versión de los LXX, se trata, al mismo tiempo que de los cielos que se desgarran, del don del Espíritu al pueblo nuevo.

Este pueblo nuevo anunciado por Is 63 aparece así hecho realidad en la persona misma de Cristo.

Finalmente, la imagen bastante curiosa de la paloma nos orienta hacia la misma idea de la constitución del pueblo nuevo en la persona de Cristo. Dos interpretaciones diferentes tratan de aclarar el simbolismo de esa paloma, pero ambas le atribuyen una significación eclesiológica. Para unos, la palabra paloma sería un error de traducción; el texto original hablaría de shekinah, en otro término, de la gloria misma de Dios que descansó sobre el Sinaí, después sobre el Templo, para hacer del pueblo la morada de Dios (Ex 24, 15-18; 40, 34-38). Para otros se trataría de una figura del pueblo elegido, sacada del Cantar de los Cantares (1, 15; 2, 14; 4, 1; 5, 2; 6, 9). El Esposo divino invita, en efecto, a su paloma, la nueva Jerusalén, para que se una a El en unos nuevos desposorios. La aparición de la paloma en el momento del bautismo de Jesús podría significar que las bodas se ha han celebrado y que Dios ha encontrado a su esposa.

Ya se trate de los temas del cielo abierto, del Espíritu o de la paloma, en realidad se orienta hacia una significación a la vez cristológica y eclesiológica del relato. La persona de Cristo se nos presenta ahí con sus vinculaciones al pueblo nuevo que El mismo constituye.

b) Los versículos de Mt 3, 17; Lc 3, 22 y Jn 1, 34 introducen en el relato otro tema: el de la voz celestial que entroniza a Jesús como Mesías.

Si bien los evangelistas están de acuerdo en hacerse eco de esa voz celestial, no lo están respecto a su mensaje. Para unos (Mt y Jn) se trataría de una alusión a Is 42, 1; para Lucas sería mejor ver en ello una alusión al Sal 2, 7; para Marcos, finalmente (Mc 1, 11), se trataría de una fórmula de compromiso que asocia una alusión al Sal 2, 7 y otra a Is 42, 1. La referencia de Lc 3,22 al salmo de entronización real tiene un significado muy distinto. Aludiendo al Sal 2, 7, Lucas quiere, al menos, afirmar la mesianidad real de Cristo. Sin embargo, no puede perderse de vista que esa cita será utilizada con frecuencia por los textos cristianos para expresar no ya directamente la procesión eterna del Hijo en el seno de la Trinidad, sino el momento de la resurrección, momento en que Cristo entra en posesión de sus privilegios divinos y toma posesión de su poder real. Es la "sesión" del Cristo resucitado (cf. Act 13,33; Heb 1, 5; 5,5). Lucas habría anticipado, pues, al bautismo de Jesús la atribución de prerrogativas que no tendrán su plena realización más que en su misterio pascual. Pero al desplazar esa cita de la resurrección al bautismo, Lucas le confiere una fuerza nueva: citado después de la resurrección, este versículo del Sal 2, 7 podía incluso entenderse en su sentido literal: la humanidad de Cristo era realmente engendrada en ese momento a la vida divina. Citado en el bautismo, el versículo pierde una parte de significado. Digamos, al menos, que designa la mesianidad definitivamente adquirida en la divinización de la resurrección.

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Si los símbolos de la paloma, de los cielos abiertos y de la bajada del Espíritu orientan más el relato hacia la interpretación eclesiológica, las alusiones a Is 42, 1 y Sal 2, 7 plantean el problema de la persona misma de Jesús y echan las bases de una cristología. Jesús se nos presenta así como un nuevo Profeta, un nuevo "Servidor" sobre el que desciende el Espíritu como sobre Moisés, sobre el que los cielos se abren como sobre Ezequiel (Ez 1,1).

Pero la figura profética se difumina rápidamente tras la figura real y mesiánica: el bautismo se desarrolla, en efecto, en forma de una entronización solemne. Más profundamente aún, ciertos detalles nos introducen en el misterio mismo de la personalidad divina de Cristo: como el uso de la cita del Sal 2, 7 y el denominativo cristianizado del Hijo bien amado. No se trata de decir que el episodio del bautismo proclama la filiación divina eterna del Verbo, pero se puede afirmar que el relato plantea, mediante sus rasgos teofánicos y apocalípticos, el problema de la personalidad humano-divina de Jesús.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 309