COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt
3, 13-17
Par.: Mc 1, 9-11 Lc 3, 21-22
1.
El v. 13 marca la aparición de Jesús adulto en la escena evangélica. El acontecimiento suena así literalmente: Entonces se presenta Jesús. Es el estilo gráfico y espontáneo de los relatos coloquiales. "Entonces" une con lo anterior y abre hacia lo que sigue. El "entonces" de los relatos coloquiales despierta siempre en el oyente interés y expectativa por lo que se va a narrar. El verbo en presente confiere a lo que se relata viveza y aproximación al ahora oyente. Lo anterior es Juan, su mensaje, su urgencia, sus invectivas. Lo que sigue es Jesús, Dios con nosotros (Mt. 1, 23), el que salva a su pueblo de sus pecados (Mt. 1, 21). ¡Jesús ya está entre nosotros! Ahora bien, ¿Como es posible que este Jesús, que pasó haciendo el bien y en quien no hay ni sombra de pecado, acudiera a Juan a reconocer sus pecados y recibir de él el bautismo? ¿Cómo podía Jesús reconocer sus pecados si en él no había pecado? ¿O es que Jesús era pecador? Estas eran preguntas que se hacían los primeros cristianos, para quienes el bautismo planteó muy pronto un grave problema teológico. Mateo conoce el problema, sabe de la perplejidad en que se encuentran muchos cristianos, sabe probablemente de la solución que alguien ha sugerido y ha hecho circular por escrito en el Evangelio según los Hebreos. Esta solución consistía en negar el bautismo de Jesús porque Jesús mismo lo rechazó. Mateo no puede estar de acuerdo con ella porque una solución así supone negar un dato incontrovertible. Mateo parte del presupuesto de que negar evidencias no es el camino adecuado para solucionar problemas. Con todo este trasfondo compone Mateo su relato. En él se conjugan la historia y la reflexión personal. En contra del escrito antes mencionado, Mateo afirma explícitamente la verdad del hecho desencadenante del problema: Jesús, efectivamente, se bautizó. Ahora bien, esto no quiere decir que Jesús fuera pecador, sino que como cualquier ser humano Jesús estuvo sujeto al ordenamiento jurídico de la sociedad concreta que le tocó vivir. Y el bautismo de Juan formaba parte, de hecho, del ordenamiento de la sociedad judía de principios del siglo primero. Mateo ofrece, pues, a los perplejos cristianos de su generación un enfoque nuevo del bautismo de Jesús. El que Jesús se bautizara es la consecuencia lógica y natural del hecho humano de Jesús. Todo grupo humano, por el solo hecho de ser humano, tiene un ordenamiento jurídico, el cual, organizado y estructurado, constituye la justicia de ese grupo.
Como vemos, el enfoque de Mateo en los vs. 14-15 presupone tomarse muy en serio la humanidad de Jesús. Jesús no fue una persona aparente, sino real y verdaderamente hombre. Esta es tal vez la razón por la que Mateo completa su relato hablando de la otra dimensión, no menos real, de Jesús: la dimensión divina. El que salva a su pueblo de sus pecados es Dios con nosotros. Los vs. 16-17 hablan de esto con la sensibilidad y los recursos de la mejor tradición literario bíblica. El resultado es un cuadro, cuya reconstrucción imaginativa nos descubre e introduce en lo asombroso y fascinante de Dios.
ALBERTO
BENITO
DABAR 1987/10
2.
Jesús abandona ya Nazaret y su vida oculta para iniciar, a partir de su bautismo en el Jordán, la vida pública. La acción pública de Jesús en el mundo, es sin duda, lo más importante y decisivo en la historia de la salvación, es lo que propiamente interesa a sus testigos y a los creyentes. Los discípulos de Jesús darán testimonio de cuanto vieron y oyeron a partir del Bautismo hasta la Ascensión. Y a la hora de buscar un sustituto para Judas, tendrán muy en cuenta que se trate de un testigo ocular de la vida pública de Jesús (Hech. 1, 21-22). Marcos y Juan comienzan su relato con la predicación del Bautista y del bautismo de Jesús en el Jordán.
Aquí se da a entender que Juan conocía ya personalmente a Jesús y que tenía conciencia de su misión, aunque no conociera su altísima dignidad como Hijo de Dios. Jesús, libre de todo pecado, no tenía por qué bautizarse, pero lo hace como cabeza de una humanidad pecadora con la que se ha hecho solidario (cfr. 2 Cor. 5, 21). Jesús es el "siervo de Yahveh" que quita el pecado del mundo y está dispuesto a padecer por todos los hombres (cfr. Is 53, 10-12; Mt 20, 28). Esta es además la voluntad del Padre, a la que ambos, Jesús y Juan, deben atenerse (cfr. Lc 3, 2ss).
El "cielo se abre" no para mostrar lo que esconde (cfr Ez 1, 1), sino para dar al Espíritu que desciende en forma de paloma.
Marcos dice que el cielo se "rasgó" (1, 10), con lo que hace clara alusión a Isaías (73, 9). También Mateo y Lucas escriben bajo la influencia del mismo profeta. Isaías rogó fervorosamente a Yahveh "nuestro Padre" y "nuestro Salvador" (63,16) para que rompiera ya su prolongado silencio y dirigiera su rostro y su palabra al pueblo: "¡Ah, si rasgases los cielos y descendieses....!" En el relato evangélico tenemos la respuesta de Dios a la petición de Isaías: Ha llegado el tiempo de la gracia y los cielos se rasgan para dar paso al Espíritu de Dios que actuará por las palabras y obras de Jesús salvando a los hombres. No estamos obligados a entender que se tratara de un suceso visible en el firmamento. Lo importante es que en Jesús, la Palabra de Dios, Dios sale al encuentro del hombre.
Según Marcos y Lucas, la "voz que viene del cielo" se dirige directamente a Jesús; según Mateo, parece más bien dirigirse inmediatamente al Bautista. En el Evangelio según San Juan se dice que el Bautista dio testimonio de que Jesús era "el elegido de Dios" y que así atestiguó lo que él había visto y oído. El bautista pudo apoyar su testimonio en esta voz que viene del cielo, y en el Espíritu que desciende sobre Jesús.
En el Antiguo Testamento se llama hijo de Dios a todo el pueblo de Israel, también al justo y en sentido eminente al Rey-Mesías (Sal 2, 7). La voz que viene del cielo declara en primer lugar que Jesús es el Mesías, evidentemente es una alusión a las palabras del profeta Isaías: "He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él..." (cfr. primera lectura de hoy). Otras palabras de Jesús permiten que Mateo y la comunidad primitiva entiendan la expresión: "HIjo amado" en un sentido que sólo puede convenir a Jesús.
EUCARISTÍA 1987/04
3.
-"Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara": Juan bautiza en el Jordán. Esta actividad de Juan es distinta de las abluciones rituales de la comunidad de Qumram, ubicada en parajes cercanos. Jesús viene de Galilea. No hay ninguna explicación del por qué Jesús quiere ser bautizado, pero su intento choca con la oposición del Bautista. Existió ciertamente una dificultad en la primera comunidad cristiana en cuadrar teológicamente el hecho de que Jesús recibiera el bautismo de Juan, pero se trata de una escena testimoniada por los tres evangelios sinópticos al inicio de la actividad de Jesús.
-"Soy yo el que necesito que tú me bautices...": No se trata de un auto-reconocimiento de Juan como pecador, sino de subrayar que es precisamente Jesús el que, como Mesías, tiene el poder de bautizar auténticamente con el Espíritu.
-"Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere": Respuesta que presenta una cierta dificultad; Jesús y Juan se han de someter al designio de la voluntad de Dios. Recibir el bautismo en aquel momento es un acto de obediencia no a un mandamiento concreto de la Ley, sino a la misión que el Padre ha encomendado a Jesús y que le lleva ahora a manifestarse solidario con el pueblo pecador recibiendo en medio de él el bautismo de purificación.
-"Se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él...": En el acto de solidaridad humilde con la humanidad pecadora Jesús recibe el Espíritu y es declarado hijo. Porque se ha humillado es ahora exaltado: es el mismo movimiento del himno de la carta de los Filipenses (Flp 2, 6-11). Notemos que la irrupción del Espíritu no es una visión de los asistentes, sino únicamente de Jesús y que la proclamación "Este es mi Hijo..." es una declaración que Dios realiza en el cielo.
JOAN
NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1990/01
4.
El hecho de que Jesús hubiese sido bautizado por Juan creó serios problemas a la primitiva comunidad cristiana. ¿Necesitaba Jesús recibir "el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados"? Pero el Hijo de Dios se había hecho semejante en todo a nosotros, "menos en el pecado". Por otra parte, ¿aquel bautismo no indicaba una superioridad del Bautista sobre Jesús? El presente relato aborda estas dificultades. Se cuida muy bien de no establecer relación alguna entre el bautismo de Jesús y su pecado. Además, afirma -en testimonio directo de Juan- que Jesús es muy superior al Bautista. ¿Por qué entonces se bautizó? El texto dice "para cumplir toda justicia". La expresión bíblica, "cumplir toda justicia", lo que Dios quiere, aceptar su plan y voluntad. Y lo que Dios quería era que su Mesías, el rey divino, se asemejase a su pueblo, a aquéllos a los que venía a salvar, que fuese su siervo por excelencia, que debería entregarse por todos en la humildad y ocultamiento (Is 53). Mateo acostumbra a presentar la vida de Jesús desde las descripciones que nos da el profeta Isaías sobre el siervo de Yahvéh (Mt 12, 17-21 = Is 42, 1-4).
La escena del bautismo de Jesús culmina en una teofanía. Se abre al cielo, desciende sobre Jesús el Espíritu y es anunciada su filiación divina y la complacencia del Padre sobre él. La visión o audición de la divinidad son consideradas en muchas religiones como pruebas de que un individuo determinado o es divino o se halla en una peculiar relación con la divinidad. La Biblia piensa de manera distinta. Para ella no son pruebas sino medios por los cuales Dios manifiesta su presencia y acción en el mundo. La presente teofanía pone de relieve que se abrió el cielo, es decir que el mundo de lo divino ha irrumpido en el mundo de lo humano en Jesús y a través de él. Y ello porque él es el Hijo de Dios, que debe instaurar en la tierra su reino. Consiguientemente Dios se complace en él.
La última expresión tiene sus raíces en el Antiguo Testamento: se dice del siervo de Yaveh que Dios lo ha elegido, que se complace en él y le infunde su Espíritu (Is 42, 1). Todas las expresiones significan la misma realidad: la presencia de Dios en él. Lo que se afirma con ocasión del bautismo de Jesús es lo que se pondrá de relieve a lo largo de todo el Nuevo Testamento: Jesús es el portador del Espíritu, quien cumple a la perfección la voluntad de Dios, quien se entrega por los hombres en plena solidaridad con ellos.
Para hacer visible esta profunda realidad de la presencia de Dios en nuestro mundo en y a través de Jesús era necesario utilizar un medio que salvase la distancia entre el cielo y la tierra. Así apareció el vuelo de un ave, la paloma. Y se recurre a ella porque, frecuentemente, es utilizada como símbolo de Israel y, en otras ocasiones, simboliza la sabiduría. En el fondo estamos ante una imagen utilizada para poner de relieve la unión de lo alto con lo bajo, de Dios con el hombre.
COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA
NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 939
5.
El Mesías que viene a hacerse bautizar desconcierta a Juan, que esperaba un Mesías juez y un bautismo de fuego (3,11-12); en lugar de ello, ve venir hacia él a un hombre confundido entre la multitud. Así, Juan y Jesús representan dos concepciones mesiánicas. La afirmación me parece importante, y conviene documentarla con mayor cuidado. En el capítulo 3 se pueden distinguir tres unidades literarias, determinadas por la repetición de "entonces" (adverbio que Mateo usa con mucha frecuencia para relacionar las diversas escenas de un relato): 3,5.13.15.
En la primera unidad, el Bautista censura enérgicamente la religiosidad demasiado segura de sí, demasiado confiada en su patrimonio nacional, demasiado legalista. Juan invita a esta religiosidad a convertirse en profundidad. ¿Motivo? Va a sonar la hora del juicio, la hora en que el hacha está puesta en la raíz. Es el lenguaje de los profetas.
En la segunda unidad literaria (3,13-15a), al presentarse Jesús al bautismo como uno más de la multitud, desconcierta el proyecto mesiánico del Bautista. No es el juez, sino el siervo del Señor; se diría que más que el juicio le conviene la mansedumbre (tema predilecto de Mateo); aunque mejor podríamos hablar quizá de "solidaridad". El Mesías vive una profunda solidaridad con el pueblo judío; se muestra solidario con el momento penitencial que está llamado a vivir el pueblo, y todo ello por obedecer al plan de Dios.
La tercera unidad literaria (3,15b), brevísima, cuenta que el Bautista se sometió a Jesús. Así pues, ambos mesianismos se encontraron frente a frente, y el del Bautista (no así el de los fariseos y los saduceos) se abrió al proyecto de Jesús, lo aceptó y se sometió a él; un ejemplo de cómo hubiera debido comportarse todo el pueblo judío y, en mayor escala, de cómo debe conducirse cualquiera otra expectativa del hombre.
JUSTICIA/CUMPLIRLA: Ahora podemos entender mejor una afirmación ya expuesta: "cumplir toda justicia" significa someterse al plan de Dios revelado por las sagradas Escrituras, plan de Dios que se revela como proyecto de humildad y de solidaridad. En el gesto de Cristo, que se confunde con la muchedumbre de los pecadores, se contiene ya aquella lógica que le llevará a la cruz, a morir por los pecados del pueblo.
No podemos pasar por alto el hecho de que las primeras palabras (3,15) de Jesús sean: "Conviene que se cumpla toda justicia".
Estas breves palabras, las primeras de Jesús, definen su actitud profunda; ha venido a cumplir el plan de Dios, y no permite que nada le aparte de él. Su actitud profunda es la sumisión, la obediencia que se expresa como una lógica de humildad y de solidaridad con todo el pueblo pecador.
Mateo subraya luego que estas actitudes de Cristo, que definen la lógica de toda su existencia, suponen ciertamente una ruptura con las expectativas mesiánicas de su tiempo, pero no con el verdadero significado del AT. Ruptura con el judaísmo, pero no con lo que pretendían las Escrituras. La conversión a que son invitados el Bautista y todo el judaísmo es una vuelta a sus propios orígenes. El verdadero judío es el que se hace cristiano.
-La Voz Celestial. Obviamente, no podemos reducir todo el significado del bautismo al diálogo que hemos examinado. Hemos de tomar en consideración otros elementos de gran importancia.
Para comprender el significado fundamental de la apertura de los cielos y del descenso del Espíritu, hay que referirse a Isaías 63,19: "¡Oh, si tú abrieses los cielos y bajases; ante tu rostro vacilarían los montes!" Se trata de un versículo que pertenece a un salmo (63,7-64,11), en el cual el que ora pide a Dios que vuelva a abrir el cielo, que se manifieste y descienda en medio del pueblo, a fin de llevar a cabo un nuevo éxodo y guiar otra vez al pueblo hacia la libertad. Tal es el significado de nuestro episodio; después de un largo silencio por parte de Dios y por parte de su Espíritu, ahora comienza el tiempo esperado, el tiempo de la salvación, en el cual Dios de nuevo se da a los hombres y vuelve a hablar. Mateo modifica, respecto a Marcos y Lucas, las palabras de la voz celestial; la proclamación no está en segunda, sino en tercera persona: "Este es mi hijo amado". No es una revelación dirigida a Jesús, sino una revelación sobre Jesús dirigida a los hombres. Con ello Mateo encuadra el episodio en una perspectiva eclesial, convirtiéndolo en una profesión de fe hoy. Invita a los lectores a reconocer en Jesús al Hijo de Dios.
BRUNO
MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág.
37
6.
Con casi precisión de cronista Mateo formula en el versículo inicial la voluntad de Jesús de ser bautizado por Juan. La conversación siguiente carece de paralelos en los restantes evangelios y, probablemente por ello, refleja la comprensión que tiene Mateo del bautismo de Jesús.
En círculos judeocristianos, en efecto, se debatía acaloradamente en torno al bautismo de Jesús, llegándose incluso a negar el hecho mismo de ese bautismo por considerarlo innecesario. ¿Qué necesidad, se decía, tenía Jesús de un bautismo cuya razón de ser era el perdón de los pecados? La conversación entre Juan y Jesús sale al paso de esta problemática y, manteniendo el hecho en sí del bautismo de Jesús por Juan, presenta este bautismo bajo una óptica distinta de la del perdón de los pecados. Para la formulación de esta nueva óptica Mateo se sirve del término justicia. La traducción litúrgica ha parafraseado acertadamente el término con la frase "lo que Dios quiere". Así pues, Mateo entiende el bautismo de Jesús como disponibilidad y entrega total a Dios y a su voluntad. Acto seguido Mateo refiere una escena singular, en esta ocasión con paralelos en los restantes evangelios, incluido el cuarto. Mateo, sin embargo, presenta sus propias peculiaridades. La más clara de todas es la forma adoptada por la voz del cielo. Esta, en efecto, no interpela a Jesús sino que habla sobre él. Declaración, pues, en lugar de interpelación. Este es mi hijo en lugar de tú eres mi hijo. A la entrega total de Jesús a Dios, Dios corresponde con una declaración sobre la identidad del Jesús que se le entrega.
En la pluma de Mateo todo el texto adquiere un marcado acento de catequesis bautismal y un alto valor de ejemplaridad para unas comunidades que empezaban a experimentarse iglesia de Jesús.
Comentario: El texto de Mateo contribuye grandemente al enriquecimiento del sentido del bautismo cristiano. Un bautismo que se perfila como acto humano, por un lado, y como un acto divino, por otro.
Como acto humano el bautismo es expresión de entrega a Dios y a su voluntad. En el contexto bíblico esta entrega tiene siempre las características de un compromiso agradecido. La entrega a Dios es siempre respuesta a la entrega previa de Dios. Como acto divino el bautismo hace pública la condición de hijo de Dios del bautizado. Esta condición adquiere su verdadero sentido cuando está enraizada en la entrega activa a Dios.
ALBERTO
BENITO
DABAR 1993/10
7. Un padre debe decir a su hijo que le quiere,
sugiere el predicador del Papa
Comenta el Evangelio de la fiesta del Bautismo del Señor
ROMA, viernes, 7 enero 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre
Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, al Evangelio de la
liturgia del próximo domingo, 9 de enero (Mt 3,13-17), fiesta del Bautismo del
Señor.
Cuando se escribe la vida de los grandes artistas
y poetas, siempre se intenta descubrir la persona (en general la mujer) que ha
sido, para el genio, la fuente de inspiración, la musa frecuentemente escondida.
También en la vida de Cristo hallamos un amor secreto que ha sido el motivo
inspirador de todo lo que hizo: su amor por el Padre celestial. Ahora, con
ocasión del Bautismo en el Jordán, descubrimos que este amor es recíproco. El
Padre proclama a Jesús su «Hijo predilecto» y le manifiesta toda su complacencia
enviando sobre él el Espíritu Santo, que es su mismo amor personificado.
Según la Escritura, como la relación hombre-mujer tiene su modelo en la relación
Cristo-Iglesia, así la relación padre-hijo tiene su modelo en la relación entre
Dios Padre y su Hijo Jesús. De Dios padre «toda paternidad en los cielos y en la
tierra toma nombre» (Ef 3,15), esto es, saca existencia, sentido y valor. Es una
ocasión para reflexionar sobre este delicado tema. Quién sabe por qué la
literatura, el arte, el espectáculo, la publicidad explotan una sola relación
humana: la de fondo sexual entre el hombre y la mujer, entre el marido y la
esposa. Dejamos en cambio casi del todo inexplorada otra relación humana
igualmente universal y vital, otra de las grandes fuentes de gozo de la vida: la
relación padres-hijos, la alegría de la paternidad.
Igual que el cáncer ataca habitualmente los órganos más delicados en el hombre y
en la mujer, así el poder destructor del pecado y del mal ataca los ganglios más
vitales de la existencia humana. No hay nada que sea sometido al abuso, a la
explotación y a la violencia como la relación hombre-mujer, y no hay nada que
esté tan expuesto a la deformación como la relación padre-hijo: autoritarismo,
paternalismo, rebelión, rechazo, incomunicación... El sufrimiento es recíproco.
Hay padres cuyo sufrimiento más profundo en la vida es ser rechazados o
directamente despreciados por los hijos, por los cuales han hecho cuanto han
podido. Y hay hijos cuyo más profundo y no confesado sufrimiento es sentirse
incomprendidos o rechazados por el padre, y que en un momento de irritación, tal
vez han oído decir del propio padre: «¡Tú no eres mi hijo!». ¿Qué hacer? Ante
todo creer. Reencontrar la confianza en la paternidad. Pedir a Dios el don de
saber ser padre. Después esforzarse también en imitar al Padre celeste.
San Pablo traza así la relación padres-hijos: «Hijos, obedeced en todo a
vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis
a vuestros hijos, no sea que se desanimen» (Col 3,20-21). A los hijos recomienda
la obediencia, pero una obediencia filial, no de esclavos o de militares; a los
padres que «no exasperen» a los hijos; esto es, en sentido positivo, tener
paciencia, comprensión, no exigir todo inmediatamente, saber esperar a que los
hijos maduren, saber disculpar sus errores. Se trata de no desalentar con
continuos reproches y observaciones negativas, sino más bien animar cada pequeño
esfuerzo. Comunicar sentido de libertad, de protección, de confianza en sí
mismos, de seguridad.
Como hace Dios, que dice querer ser siempre para nosotros una «roca de defensa»
y una «ayuda siempre cercada en las angustias» (Sal 46). No tengáis miedo de
imitar alguna vez, a la letra, a Dios Padre y de decir al propio hijo o hija:
«¡Tú eres mi hijo amado! ¡Tú eres mi hija amada! ¡Estoy orgulloso de ti, de ser
tu padre!». Si sale del corazón en el momento adecuado, esta palabra hace
milagros, da alas al corazón del chaval o de la joven. Y para el padre es como
generar una segunda vez, más conscientemente, al propio hijo.