17 HOMILÍAS QUE SIRVEN INDISTINTAMENTE PARA LOS TRES CICLOS DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
8-17

8.

¿ESPIRITUALIDAD O ESPIRITISMO?

Bajó el Espíritu Santo sobre él.

Cuando los evangelistas describen el bautismo de Jesús, su atención no se centra tanto en el rito purificador del agua como en la acción del Espíritu Santo que desciende sobre él. Sin duda, quieren dejar bien claro desde el comienzo que Jesús, el protagonista de las páginas que van a seguir, es un hombre lleno del Espíritu de Dios que le hace invocar a Dios como Padre y le urge al servicio de los hermanos necesitados.

De hecho, así han comprendido los primeros creyentes la vida cristiana. Como un «dejarse bautizar por el Espíritu de Jesús» y un ponerse a actuar movidos por el mismo Espíritu que animó su vida.

No parece nuestra sociedad actual demasiado abierta al Espíritu de Dios. Pero, sorprendentemente cuando los hombres se cierran al Espíritu, caen esclavos de una multitud de «pequeños espíritus».

Estamos asistiendo entre nosotros a un renovado interés por la parasicología, la astrología, el taroc, el ocultismo y los horóscopos.

Y no siempre es curiosidad científica o puro pasatiempo. Con frecuencia, la fe es sustituida por las más curiosas supersticiones, y, a falta de verdadera espiritualidad, se nos infiltra, de mil maneras, toda clase de «espiritismos».

Incluso, estamos observando el renacimiento de recetas, métodos, fórmulas y caminos de salvación donde se intenta, de manera mágica, poner al Espíritu Santo al servicio de nuestros deseos.

En la sección de anuncios de este mismo diario, se pueden leer cualquier día mescolanzas tan sabrosas como la que sigue: «Gracias Espíritu Santo. J.M.A.; Horóscopos en Eibar. Renee Hatfield. Hotel Arrate...; Gracias Espíritu Santo por favor recibido. J.U.; Modista confecciona arreglos vueltas abrigo rápido...».

Cuando la religión es utilizada desde una actitud no religiosa y la invocación al Espíritu Santo se reduce a asegurar la «obtención de favores», la fe queda vacía de su verdadero contenido.

Abrirse al Espíritu es otra cosa. Se trata de acoger humildemente la presencia creadora de Dios en nosotros. Dejarse purificar y modelar por el Espíritu que animó toda la actuación de Jesús. Vivir desde la fe la experiencia de un Amor que nos envuelve y nos hace invocar a Dios como Padre y acercarnos a los otros como hermanos.

Los verdaderos «favores» del Espíritu Santo son los frutos que suscita en nosotros: «amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí» (1 Co 12, 6-11).

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 269 s.


9.

Son pocos los cristianos que saben en qué día fueron bautizados, y menos aún los que lo celebran. Basta recordar la fecha de nacimiento y celebrar el cumpleaños. Lo importante evidentemente no es recordar un rito, sino agradecer la fe que ha marcado nuestra vida ya desde niños y asumir con gozo renovado nuestra condición de creyentes. La fiesta del Bautismo del Señor que hoy celebramos puede ser una invitación a recordar nuestro propio bautismo y a reafirmarnos de manera más responsable en nuestra fe.

Tal vez lo primero que hemos de hacer es preguntarnos si la fe ocupa un lugar central en nuestra vida, o si todo se reduce a un añadido artificial que tiene todavía alguna importancia, pero del que podríamos prescindir sin grandes consecuencias.

Una pregunta clave sería ésta: ¿Es la fe la que orienta e inspira la totalidad de mi vida, o vivo más bien sostenido y estimulado sólo por la búsqueda de bienestar, el disfrute de la vida, las ocupaciones laborales y mis pequeños proyectos?

Por otra parte, la fe no es algo que se tiene, sino una relación viva y personal con Dios, que se va haciendo más honda y entrañable a lo largo de los años. Ser creyente, antes de creer algo, es creerle a ese Dios revelado en Cristo. La pregunta sería si mi fe se reduce a aceptar teóricamente «lo que me diga la Iglesia», o si más bien busco abrirme de manera humilde y confiada a Dios.

Pero para abrirse a Dios no bastan los ritos externos, los rezos rutinarios o la confesión de los labios. Es necesario creerle a Jesucristo, escuchar interiormente su Palabra, acoger su evangelio. ¿Abro alguna vez la Biblia? ¿Leo los evangelios? ¿Hago algo por conocer mejor la persona de Jesús y su mensaje?

Además, la fe no es algo que se vive de manera solitaria y privada. Es una equivocación pensar en la fe como una especie de «hobby» o afición personal. El creyente celebra, agradece canta y disfruta su fe en el seno de una comunidad cristiana.

¿No he de renovar e intensificar más los lazos con la comunidad donde se alimenta y sostiene mi fe?

DO/FE: La celebración del domingo es fundamental para el cristiano. El domingo es el día en que se encuentra con su comunidad, celebra la eucaristía, escucha el evangelio, invoca a Dios como Padre y renueva su esperanza. Sin esta experiencia semanal, difícilmente crecerá la fe. ¿Pienso que para mí es suficiente acordarme de Dios en los momentos malos, asistir distraído a algunos funerales y santiguarme antes de las comidas?

Quien quiera conocer «el gozo de la fe» y experimentar la luz, la fuerza y el aliento que la fe puede introducir en la vida del ser humano ha de comenzar por estimularla, cuidarla y renovarla.

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 27 s.


10.

BAUTISMO SI, BAUTISMO NO

No cabe duda, amigos, que, en estas últimas décadas, la reflexión sobre nuestro propio bautismo ha enriquecido a muchos cristianos que han encontrado en él la gran palanca de su dinámica cristiana. Pero también es cierto que, para muchos, el bautismo ha entrado en crisis. Desde cualquier despacho parroquial puede constatarse varias posturas:

--Bautizados que ya no bautizan a sus hijos.

--Otros, que sí quieren bautizarlos, pero sin someterse a ninguna reflexión sobre la responsabilidad de educar en la fe a esos hijos, sin aceptar, por tanto, ninguna preparación, o haciéndolo a regañadientes.

--Matrimonios, en fin, que sí aceptan esta preparación y parecen vibrar incluso ante el significado del bautismo, pero que dejan morir enseguida esa semilla de vida que el bautismo deja en esos niños.

Viendo hoy entrar a Jesús en el río Jordán, para aquel bautismo, símbolo y preludio del que El instituiría, subrayamos algunos puntos.

BAUTISMO Y FE.--El bautismo no es un malabarismo mágico, un mero rito ancestral, un tabú heredado. El bautismo ha de partir de la fe. Jesús mandó predicar el evangelio: «Id y predicad». Luego, el que aceptaba ese mensaje, se bautizaba: «El que creyere y se bautizare...». Así, los que se iban a bautizar, se preparaban e instruían durante un largo período: el «catecumenado». Más tarde, vino el bautismo de los niños, para expresar que la fe es gratuita, es un don de Dios. Pero, ¡ojo!, al bautizar a los niños, no se eliminaba la necesidad de ese catecumenado, como si Dios lo hiciera todo. Esa responsabilidad de la educación en la fe quedó encomendada a la fe de los padres y, por supuesto, a la fe de la Iglesia. Hasta que el niño, así evangelizado y catequizado, hiciera su libre opción.

BAUTISMO Y NUEVA VIDA.--Otra cosa. El bautismo es más que nacer. Es «renacer», como dijo Jesús a Nicodemo. Es empezar a vivir una vida muy superior a la mera biología. Es injertarse en un organismo sobrenatural en el que nuestros actos, sin dejar de ser humanos, empiezan a ser «divinos» ya que, por el bautismo, nos hacemos «hijos de Dios». Decía Juan: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos, pues de verdad lo somos». Y Pablo añadía: «Si somos hijos, somos herederos». Y no sé si el cristiano valora esto suficientemente. Lo que escribo aquí, no es sólo un trabajo más o menos literario, más o menos pastoral. Es una tarea que, de algún modo, «salta hasta la vida eterna» y se une al trabajo constructor de todos los hombres.

BAUTISMO Y COMUNIDAD.--Pero hay más. El bautismo rompe mi radical soledad, me entronca en la gran familia cristiana y me hace «vivir en comunidad». Pertenezco a una familia numerosa en la que, día a día, se me invita a desechar todo egoísmo como pecado, ya que la cosa más hermosa es la gran fraternidad de los «hijos de Dios». Por el bautismo, hablo en «plural» y siento en «universal». Tú, Señor cuando instituiste este sacramento, lo que en el fondo estabas haciendo era conectar todos los miembros del gran cuerpo de la Iglesia. Es como si gritaras: «Bautizados del mundo, uníos». Efectivamente, por el bautismo me siento miembro vivo de la Iglesia. Por el bautismo puedo cantar a pleno pulmón y con verdad: «Pueblo de reyes, asamblea santa...» o «Ciudadanos del cielo...» o «un solo Señor una sola fe, un solo bautismo...».

ELVIRA-1.Págs. 20 s.


11.

«¿QUIERES SER BAUTIZADO?»

Aunque el hombre tenga la sensación de caminar en «el silencio de Dios», la verdad es que Dios ha conseguido con el hombre un proceso de manifestaciones y epifanías. San Pablo, en frase que se ha hecho célebre, dijo: «En muchas ocasiones y de distintas maneras se manifestó Dios antiguamente, por los profetas. Últimamente lo ha hecho por medio de su Hijo». Y la liturgia de este tiempo quiere concretarnos algunas de estas epifanías.

Primera, la de Belén, en el asombro del «Dios hecho niño», «verbum caro factum est». Indicándonos desde el principio una línea básica del estilo de Jesús: «El que se humilla será ensalzado.» Segunda, la de Nazaret: un Dios manifestado en el silencio, el trabajo diario y el amor respetuoso hacia los suyos; descubriéndonos así que la tarea de nuestra realización personal está en el «día a día» callado y fecundo. Tercera, la epifanía a los magos, como estrella que quiere guiar los pasos de todos los hombres, como esperanza que hay que cultivar en medio del desierto. Y por fin, hoy, la manifestación en el Jordán, en el umbral de la vida pública, como Palabra Eterna, que se hace «mensaje a los hombres»: «Escuchadle».

--Y, ¿qué quiere decir «escuchadle»?

He aquí una buena pregunta. Porque el hombre tiene siempre la tentación de «oír como quien oye llover», de «ver y oír, pero... callar», es decir, de «acostumbrarse» a unas determinadas fórmulas y ritos, pero sin hacerlos «vida», de «escuchar la Palabra», pero «sin ponerla en obra».

Y esa es la llamada de hoy. En la epifanía del Jordán, Cristo, al someterse al bautismo de penitencia «pasando por uno de tantos», es inundado del Espíritu y recibe el gran respaldo de lo alto: «éste es mi Hijo, el Amado. Escuchadle». Y esa escena gráfica, con esa voz tan contundente, nos invita a unos serios planteamientos: «¿Cómo es mi actitud de «escuchar» a Jesús? ¿Qué es para mí el bautismo? ¿Acaso, un nuevo lavatorio de penitencia, como el del Jordán? ¿Quizá, una bella tradición heredada, ocasión para una fiestecilla familiar? ¿Un salvoconducto espiritual, «por si acaso»?

Nuestra diócesis acaba de publicar, como servicio pastoral, un librito de reflexión y trabajo: «EL BAUTISMO, iniciación de la vida cristiana». Ya, desde las primeras páginas, nos descubre que hemos sido bautizados «en el nombre del Señor». Enseñándonos así que no es una confesión de nuestros pecados, sino «una confesión en Jesús como Mesías», una «opción por El». Y que, de esta «opción por El, arranca todo. En primer lugar, nuestro «morir con Cristo para sepultar al hombre viejo y resucitar con Cristo para renacer a una vida nueva». Lo cual se expresaba bellamente en el antiguo bautismo de inmersión. En segundo lugar, nuestra incorporación y pertenencia al pueblo de Dios, ya que «fuimos bautizados en un solo espíritu para formar un solo cuerpo». Y, en tercer lugar, como consecuencia de esta incorporación, «nuestro vivir cristiano en comunidad». Lo cual supone tres cosas: la «escucha de la Palabra de Dios», haciéndola proclamación y vida; la «celebración de nuestra fe» por medio de la oración comunitaria y personal, convencidos de que Dios es nuestro «¡Abbá, Padre!»; y finalmente, el «ejercicio de la caridad» en las mil formas de compromiso testimonial que se irán presentando.

A todas estas cosas nos lleva el bautismo, amigos. Todo eso quería decir la voz que se oyó sobre Jesús en el Jordán: «Este es mi Hijo, el Amado. Escuchadle».

ELVIRA-1.Págs. 122 s.


12.

Con la fiesta de epifanía ha concluido de alguna manera el ciclo correspondiente a adviento-navidad. Este primer domingo posterior a la epifanía comienza una serie de unos cuantos domingos de «tiempo ordinario», a la espera de que lleguen las fechas del próximo «tiempo fuerte», que será la cuaresma/pascua. Y este primer domingo abre el pórtico con el bautismo de Jesús como punto de inicio.

En Jesús el bautismo es punto de inicio en otro sentido que para nosotros. Jesús no se bautizó como nosotros. El pueblo de Israel no tenía un bautismo como sacramento de iniciación; el rito que ocupaba de alguna manera este lugar era el de la circuncisión y de la presentación en el templo. Jesús lo que hizo fue participar en un rito particular de penitencia que el profeta Juan quiso utilizar para expresar la aceptación de la conversión a Dios. Ese bautismo, ni era un sacramento, ni era un gesto de iniciación en la religión israelita, ni siquiera era un rito oficial o para todos, sino simplemente una práctica particular piadosa de un profeta carismático.

En los evangelios aparece el bautismo de Jesús al comienzo del grueso del evangelio, al principio de la «vida pública» de Jesús. Ocupa el lugar de un frontispicio, una puerta de entrada, una inauguración. Algo debió ocurrir aquel día, y aquello, reflexionado, narrado y reelaborado teológicamente, fue trasladado al evangelio y puesto allí como un símbolo inaugural.

¿Qué ocurrió concretamente? Parece que Jesús, el joven campesino de Nazaret, se sintió movido a acudir a escuchar al profeta Juan, y que allí se sintió conmovido por su mensaje y quiso participar en su rito bautismal. La experiencia vivida con Juan debió ser para Jesús un paso decisivo en su vida, un salto adelante, en el que Jesús vio mucho más clara su vocación y su misión. Dio un salto de conciencia. Se le abrió el cielo. Escuchó más clara que nunca antes la voluntad de Dios. Y lo que le pasó a él fue extensivo también a sus primeros discípulos.

Basta comparar las sucesivas formas que el relato adquiere en los distintos evangelios sinópticos para ver la reelaboración progresiva que el relato reviste. Dicha reelaboración va en la línea de presentar el episodio del bautismo de Jesús como su «presentación pública» al pueblo de Israel. Dios se pronuncia y lo presenta como el elegido, el predilecto, el enviado, el Siervo de Yavé. Por eso la primera lectura hablará del Siervo de Yavé, para darnos pie a recordar esta esperanza mesiánica del antiguo testamento, que se cumple en Jesús. Y la segunda será simplemente un fragmento de los Hechos de los Apóstoles que menciona de paso el bautismo de Juan.

La liturgia de la palabra de este domingo es pues en definitiva una presentación mesiánica de Jesús, el episodio de su bautismo, que funge como la obertura que da paso a su vida pública, que es lo que la serie de los domingos del «tiempo ordinario» van a contemplar. En nuestra reflexión personal o comunitaria podemos hacer asimismo una presentación del Jesús evangelizador, el misionero del Reino.

BAU/SECTAS: En muchas partes de nuestro Continente latinoamericano los cristianos católicos viven acosados por una amplia serie de «nuevos movimientos religiosos» (entre ellos, en muchos lugares, verdaderas «sectas») que utilizan el tema del bautismo como uno de los puntos focales de su proselitismo agresivo. Son multitud los lugares del Continente, tanto en el campo como en la ciudad, en los que estos movimientos predican expresa y explícitamente que el bautismo de los católicos, como bautismo infantil que es, no es válido y que es preciso bautizarse de nuevo (en su «Iglesia», por supuesto) para expresar verdaderamente la conversión al Señor. Estos movimientos insisten en que los católicos no nos damos cuenta de cuándo somos bautizados, y por eso mismo no hacemos del bautismo un verdadero acto de conversión ni de adhesión a Cristo.

Aunque ya hemos dicho que el paralelismo del bautismo cristiano con el bautismo de Juan que hoy presenta el evangelio es puramente exterior e irrelevante, dada la urgencia pastoral que este tema reviste en tan amplias zonas del Continente, consideramos que puede ser un acierto abordarlo en la homilía.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


13.

- De Belén al Jordán

Entre la manifestación de Jesús a los magos y la revelación de su identidad como Mesías e Hijo de Dios en las aguas del Jordán, han pasado muchos años. Demasiados para nuestro cálculo humano, si en realidad Jesús vino a la tierra para traernos el mensaje del Padre y durante treinta años se dedicó, en una oscura aldea de Galilea, Nazaret, simplemente a vivir como hijo de Dios y de Maria, como un hombre cualquiera; se hizo artesano, trabajando con puertas y mesas en la humilde casa del carpintero.

Siempre nos inquietará el misterio de esa vida oculta, ese silencio incomprensible de decenios, ese trabajo escondido de Nazaret, aparentemente sin sentido. O solo con uno, el de preparar misteriosamente su misión, desde el silencio de un aprendizaje humano. Por eso, el bautismo del Señor, como un nuevo comienzo de su misión pública, también es manifestación de Jesús, lo es por excelencia, si esta vez, a distancia de casi tres decenios, quien lo revela de nuevo es el Padre y con él el Espiritu, y lo que de él se dice es que Jesús es el Hijo amado, el preferido, aquel en el que el Padre se complace.

- Junto al Jordán, testigos del misterio

Vamos al Jordán siguiendo el relato de Marcos, al comienzo mismo de su evangelio. Nos dice lo que los otros evangelistas también recuerdan. Ante todo el hecho de que Jesús se junta con la multitud de los penitentes, para que Juan lo bautice en el Jordán. Jesús en la cola de los pecadores, silencioso. Marcos no nos dice nada de la reacción de Juan. Sólo recuerda que el Precursor andaba diciendo que detrás de él venía el que bautizaría en el Espiritu Santo y que no era digno de agacharse para desatarle las sandalias.

La manifestación divina tiene las mismas características que relatan los otros evangelistas. Se rasgan los cielos. Esos cielos que permanecían cerrados y mudos ante tanta oración y súplica de los justos del Antiguo Testamento, cielos que silenciosamente, imperceptiblemente se habian abierto para el nacimiento del Mesías, y que ahora, después de muchos años se abrían, "se rasgan" para presentarlo en público.

Con los cielos que se rasgan se desprende una paloma, la misma que aleteaba en el principio de la creación, la que anunció la paz tras el diluvio. Porque de nuevo, ahora, en la nueva creación del Hijo amado, y sobre las aguas del río sagrado, Dios hacia alianza con los hombres. Y la voz del cielo consagra a Jesús como el hijo amado, en el que el Padre se complace. Jesús es el que ha recibido el testimonio del Padre, y a la vez el que va a hablar en su nombre. Él nos trae el testimonio de la Trinidad, como recuerda Juan en la segunda lectura. Y es que Jesús es revelación de la Trinidad, del Padre que lo ama, del Espiritu que lo unge. Un testimonio que se revela, dice el evangelista, con la fuerza del Espiritu, con el signo del agua, con el sacrificio de la sangre. Cuando en la cruz, verdadero bautismo y epifanía suprema del Hijo amado, cumplimiento del bautismo en las aguas de la muerte, la sangre y el agua junto con el don del Espiritu completen y sellen la revelación del amor del Padre por su Hijo y por nosotros, se habrá cumplido la misión de Jesús, el profeta, el hijo predilecto.

- Del bautismo de Jesús al nuestro

El bautismo de Jesús nos recuerda nuestro propio bautismo, nuestra condición de hijos. Ante el agua de toda fuente bautismal, por el bautismo en Cristo Jesús, se abren los cielos, desciende el Espiritu, se oye la palabra del Padre. Juan nos recuerda a todos los bautizados nuestro compromiso de vida. Somos bautizados si creemos en Jesús, si nos adherimos totalmente a él, si nos comprometemos con su palabra. Somos hijos bien nacidos si amamos a todos los que, como nosotros, han nacido de Dios. Y son todos, sin distinción. Si vivimos el amor del Padre y de los hermanos, de forma indisoluble, sin excluir a nadie. Somos hijos de Dios si observamos sus mandatos.

Dios Padre, en su bondad, ha inscrito en nuestro corazón las leyes del amor, leyes que no son pesadas, que construyen la persona, que dignifican a quienes las observan, que son las únicas capaces de construir un mundo unido de hermanos en el que nadie esté contra nadie. Y todos estemos al servicio de todos. Así demostramos que hemos nacido de Dios y que somos hijos que vamos construyendo, en este mundo que a veces nos resulta tan cruel e inhumano, una sola familia.

Cuando Jesús se bautiza se revela la Trinidad, no sólo como un misterio que hay que creer; baja hasta nuestro mundo como un modo de ser y de vivir, el de Dios mismo, el modo de vivir en comunión, según el ser y obrar de la vida trinitaria. Y cuando Jesús manda a sus discípulos a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu, no los envía simplemente a cumplir un rito, sino a sumergir a todos en esa vida divina, la de la Trinidad, en la que todos recuperamos la dignidad y el gozo de ser hijos y hermanos en aquel que el Padre proclama: el hijo amado.

JESÚS CASTELLANO
MISA DOMINICAL 2000, 1, 45-46


14.

Nexo entre las lecturas

Sin que aparezca la palabra novedad, nuevo en los textos litúrgicos, todos ellos se refieren, en cierta manera, a la novedad de la acción de Dios en la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios en Isaías: “ha terminado la esclavitud..., que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado..., ahí viene el Señor Yahvéh con poder y su brazo lo sojuzga todo”. Es absolutamente nuevo que Jesús sea bautizado por Juan, que el cielo se abra, que el Espíritu descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo: “Tú eres mi hijo predilecto”. Es nueva la realidad del hombre que ha recibido el bautismo: “un baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Señor”.


Mensaje doctrinal

1. La novedad viene de Dios. El hombre, desde los mismos inicios, lleva en sí el deterioro y la vieja carne del pecado. En ella está inmerso, como en un pozo profundo, del que es imposible salir por sí mismo. Como se trata de una realidad común a toda la humanidad, tampoco nadie, por su propio valer y querer, puede ayudar a otros a salir. Esta es la triste condición humana. El hombre puede gritar, desesperarse, blasfemar; o puede sentir el peso de la culpa, pedir perdón y ayuda, esperar. Lo que está claro es que sólo Dios puede echarle una mano; sólo Dios puede cambiar su vieja carne en pura novedad de gracia y misericordia. Está igualmente claro que Dios quiere echar una mano y actuar en favor del hombre, porque “ha sido creado a imagen y semejanza suya”. La liturgia presenta tres momentos históricos de la intervención de Dios: primero interviene para liberar al pueblo israelita de la esclavitud de Babilonia (primera lectura), luego para revelar al mundo la filiación divina de Jesús (evangelio), finalmente para manifestar a los hombres la nueva situación creada en quienes han recibido el bautismo (segunda lectura). La consecuencia es lógica: Si Dios ha intervenido en el pasado con una irrupción de vida y esperanza nuevas, Dios interviene en el presente e intervendrá en el futuro, porque el nombre más propio de Dios es la fidelidad.

2. La novedad es invisible. La novedad que Dios infunde en el corazón de los hombres incide y repercute en la historia, pero en sí es invisible, interior, netamente espiritual. Primero hace nuevo el corazón, luego desde el corazón del hombre y con la ayuda del hombre, trasmuta también la realidad histórica. En los exiliados de Babilonia primero creó la añoranza de Sión, el deseo y la decisión del retorno, luego dispuso los hilos de la historia para que tal deseo y decisión llegase a cumplimiento. En el caso de Jesús, la teofanía del bautismo nos hace descubrir una novedad inicial, que se irá desplegando a lo largo de toda su vida pública y sobre todo en el misterio de su muerte y resurrección. La novedad del bautizado sólo se irá percibiendo con el tiempo, en la medida en que exista una coherencia vital entre la novedad infundida por Dios y la existencia concreta y diaria del cristiano. Para quienes juzgamos desde fuera, no pocas veces resulta difícil desvelar la relación entre la novedad interior y sus manifestaciones históricas en la vida ordinaria de cada ser humano. Por eso, ¡cuán difícil es juzgar sobre la vida verdadera, la interior, de los hombres, y con cuánta facilidad nos podemos equivocar!

3. La novedad es eficaz. Si viene de Dios, no puede ser de otro modo. La acción de Dios se lleva a cabo, si el hombre no la obstaculiza. La teofanía que nos narra el evangelio supuso el que Jesús, Hijo de Dios, fuese bautizado por un hombre, Juan; sin esta acción de Jesús, tal teofanía no hubiese tenido lugar. La regeneración y renovación interior del hombre están aseguradas, “si el hombre renuncia a la impiedad y a las pasiones mundanas” (segunda lectura), que como tales impiden cualquier acción del Espíritu de Dios. Por otra parte, hemos de admitir que la eficacia de Dios no es manipulable a nuestro antojo y arbitrio. Dios muestra su eficacia cuando quiere y como quiere. No son los exiliados en Babilonia los que ponen a Dios los plazos y modos de actuar para librarlos de la esclavitud; es Dios quien los determina y los realiza.


Sugerencias pastorales

1. Bautismo, epifanía de Dios. En el evangelio el bautismo de Jesús es una epifanía. Eso mismo debe ser el bautismo del cristiano: una epifanía de lo que Dios es y de lo que Dios hace en el hombre. El bautizado, podríamos decir, es un hombre en quien se manifiesta el Dios trinitario, en virtud de la relación personal que mantiene con cada una de las personas divinas. Como hijo del Padre vive una verdadera relación filial, sobretodo en la oración y adoración. Como redimido por el Hijo y sumergido en su misma vida, entabla con él una relación principalmente de seguimiento e imitación. Como templo del Espíritu Santo, vive con la conciencia de una relación sagrada, santificante, vivificadora de su existir cotidiano, modeladora de su vida familiar, profesional y social. El bautizado es al mismo tiempo epifanía de la acción de Dios en el hombre: una acción purificadora, que manifiesta el perdón de Dios; una acción transformante, que pone de relieve el poder de Dios; una acción unificadora de las energías y capacidades del cristiano, que subraya el misterio unitario de Dios; una acción vivificante, que revela, por medio del hombre, la extraordinaria vida de Dios uno y trino... Es importante que la predicación y catequesis tengan muy en cuenta y desarrollen y expliquen estos aspectos espirituales y pastorales del sacramento del bautismo. Así el bautismo no será el sacramento de la “inconsciencia”, sino el sacramento de la epifanía diaria de Dios en la vida, en la fe y en el obrar del bautizado.

2. Bautizados para siempre. En el catecismo se dice que el bautismo imprime carácter, es decir, el bautismo se recibe una sola vez y para toda la vida. ¿Qué pasa, entonces, cuando no se vive como cristiano? ¿cuando se reniega de la propia fe? ¿cuando se cambia de religión y credo? La huella de la impresión bautismal queda. Una huella que es memoria, y es invitación: “Recuerda que eres un bautizado”, “Sé lo que eres, vive lo que eres”. Eres libre, pero la huella divina te indica el verdadero camino para tu libertad, lejos de los espejismos engañosos. ¿Y qué pasa con el bautizado que quiere vivir como bautizado? Tiene que ratificar cada día con la vida la huella divina, que lleva impresa. Tiene que testimoniar decididamente y con valentía la transformación que Dios ha operado en su ser por el bautismo. Tiene que ser un bautizado que viva consciente de su bautismo día tras día, por siempre.

P. Antonio Izquierdo


15. ARCHIMADRID 2004

AL FINAL DE LA NAVIDAD

“Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones”. El Antiguo Testamento es una forma espléndida de entender cómo Dios ha ido configurando sus planes sobre los hombres. Los profetas, en concreto, nos resultan casi siempre personajes entrañables porque tienen idénticos sentimientos a los nuestros; se quejan a Dios por las incomprensiones recibidas, lloran, se enfadan, tienen sus arrebatos de ira… pero lo que más sorprende es que, al final, ponen por obra la misión que Dios les encomienda a pesar de tantas dificultades.

Isaías es considerado uno de los grandes profetas del pueblo de Israel. Y los relatos del siervo de Yahvé, en donde se anticipa la figura del Mesías, son particularmente bellos. Los hebreos esperaban a ese enviado de Dios con verdadera ansia, pero en las profecías de Isaías se entrecruzan los poderes recibidos por el Ungido junto con los sufrimientos y padecimientos a los que será sometido. Esto último no sería reconocido por la mayoría, pues muchos deseaban un nuevo David que con su fuerza y espíritu guerrero impusiera la ley y el orden ante todas las naciones. La mansedumbre de Jesús y, sobre todo, su enfrentamiento a la hipocresía de los fariseos serán entendidos como un desafío a la estirpe sacerdotal y a todo Israel.

“Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea”. San Juan Bautista será el gran profeta del Nuevo Testamento, su misión era preparar a aquellos que estuvieran dispuestos la llegada inmediata del Mesías. La llamada a la conversión y el bautismo a los que invitaba a todos, suponía tener el corazón encendido para una acogida sincera y humilde de algo que no era precisamente lo deseado por muchos. De hecho, sabemos cómo acabó Juan: decapitado por el capricho de una mujer. Sin embargo, aunque breves fueron los días del Bautista, no por ello se empequeñece su figura; el mismo Jesús dirá de él que no ha existido alguien nacido de mujer tan grande. Y es que la humildad, que también se manifiesta en saber apartarse a tiempo (“detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias”), sólo se encuentra en personas magnánimas; almas grandes que no esperan el reconocimiento del mundo, sino que su única justicia es el cumplimiento de la voluntad de Dios hasta, incluso, dar la propia vida.

“Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”. Termina el tiempo de Navidad, pero continúa la acción del Espíritu Santo. Dejamos atrás los días entrañables del Niño en el Pesebre, del cuidado de María y José, de las ofrendas de los pastores y los Magos de Oriente. Jesús se manifiesta al mundo, y lo hace ahora, una vez rasgado el cielo por la voz de Dios, con su predicación y con su vida. Hay tanto que aprender que, a pesar de transcurridos más de veinte siglos, la novedad de Cristo en nuestra vida debe seguir siendo algo que nos ha de sorprender todos los días. Pero no lo veamos del lado exclusivamente humano, porque en Cristo también se une la divinidad, y eso es lo que nos garantiza sabernos, además de queridos, salvados. Somos hijos en el Hijo, dirá San Pablo; así pues, cada uno de nosotros también goza de esa predilección del Padre: “Nada te turbe, nada te espante… ¡sólo Dios basta!”.


16. Homilía del Papa al bautizar a 14 recién nacidos. En la Capilla Sixtina, en la solemnidad del Bautismo del Señor


17. Autor: P. Alberto Ramírez Mozqueda
Una pareja muy dispareja Nunca podríamos encontrarnos una pareja tan distinta como Juan el Bautista y Cristo. Juan es la voz, Jesús es el Verbo.  

El bautismo del Señor

Nunca podríamos encontrarnos una pareja tan distinta como Juan el Bautista y Cristo. Juan se parecía mucho a los hippies de hoy, era un atleta de torso desnudo y desnudas las piernas, quemado por el sol y ennegrecido por el aire del desierto. Jesús vestía pobre pero cuidadosamente: su túnica y su manto rojo no eran nuevos, pero sí estaban limpios y aseados. Jesús era masculino y fuerte, austero, pero sin olor a montaña. Juan era violencia, Jesús era equilibrado, Juan era relámpago, Jesús, la luz.

Sus visiones eran también netamente distintas: Juan era radicalmente asceta, Cristo vivía abierto al mundo. Aquél renunciaría al vino y a mezclarse con la gente, Jesús aceptará la compañía de los pecadores y no temerá multiplicar el vino como primer signo de su poder. Juan anuncia: ¡El juicio está a la puerta, conviértete! Jesús dirá: El reino de Dios ya está en medio de vosotros. Venid a mí los que estáis fatigados y can sados. Juan permanece todavía en el marco de la expectación, Jesús trae el cumplimiento. Juan es la voz, Jesús es el Verbo. Juan permanece todavía en el ámbito de la ley, con Jesús comienza el Evangelio de la gracia.

Era necesario detenerme en los dos personajes protagonistas, porque hoy celebramos el bautismo de Cristo, que marcó como su segunda epifanía, su entrada en carne mortal, pero su manifestación como Hijo de Dios en el mundo. Su entrada a este mundo había tenido como único testigo al silencio de la noche, y ahora se presentaba treinta años después en medio de los hombres, haciendo fila, formado con los pecadores para ser bautizado en el margen del río Jordán. Treinta años habían pasado, en el silencio, en la oscuridad, en el trabajo duro pero sencillo y gratificante, en la quietud de la oración, en el contacto con la naturaleza, y la gente sencilla de Galilea.

Treinta años de convivencia con aquellos dos personajes extraordinarios y extraordinariament e sencillos como habían sido José y María. Pero a medida que pasaba el tiempo, María contemplaba cómo Jesús, que aún no se había despedido de ella, ya no tenía su corazón dentro de casa. Le veía prepararse en la oración como un gladiador se apresta al combate, o como el músico que conoce a la perfección su instrumento para sacarle las notas preciosas de una celestial melodía.

Y como inicio de una melodía trágica y gloriosa al mismo tiempo, se presenta Jesús delante de Juan para ser bautizado por éste. ¿Se habrían conocido? No es probable. Eran dos ambientes distintos, distinta la formación y distintas las funciones, pero un día tuvieron que encontrarse. Juan estaba en su apogeo, todas las gentes lo buscaban, querían escuchar la voz de Dios que había dejado de hablar por muchísimos años, querían confesar sus pecados y purificar sus corazones en el signo del agua del Jordán. Jesús era un desconocido, no tenía seguidores todavía, pero ese día sería dado a conocer precisamente por el Padre, en una manifestación misteriosa, en respuesta al grito de Isaías y del pueblo hebreo y de la humanidad entera: “Que los cielos se rasguen y brote el salvador”. Ese día uno disminuirá y el otro crecerá.

¿Era necesario el bautismo de Cristo? Absolutamente no. No tenía pecado. No tenía nada de que purificarse. “Quién me convencerá de pecado”, dirá más tarde. Pero así como murió en la cruz sin pecado, para librar a los hombres de su pecado, ahora se somete al bautismo para tomar sobre sí los pecados de todos y librarnos a todos. Por eso sufrió la vergüenza de formarse en la fila de los pecadores. Pero por eso Juan quedó desconcertado, y se negaba gentilmente a bautizarlo. Pero cada quién tuvo que hacer lo que le correspondía, y cuando Jesús sale, desnudo y mojado totalmente del río, al presentarse delante del Bautista, ocurre lo extraordinario, los cielos se rasgaron, el Espíritu Santo descendió sobre él en figura de paloma y la voz magnífica, estremecedora y t ierna del Padre, presenta a los hombres a su mismísimo Hijo: “Tú eres mi Hijo amado, yo tengo en ti mis complacencias”.

No nos quepa duda entonces. Jesús es el enviado, el Mesías, el Ungido, el que tiene el Espíritu Santo, el que tiene la salvación, el que será desde entonces con toda conciencia, el profeta, el que tiene la palabra, el que anuncia la Salvación, el sacerdote, que con su sangre purificará para siempre a todos los hombres de todos sus pecados, y será para siempre el Rey, que después de su cruz y su resurrección nos hará sentarnos con Él, cerca del Buen Padre Dios.

Bendito bautismo, entonces el de Cristo, que siendo ya el Jesús, el Salvador, es desde entonces también el Cristo, el Ungido, será para siempre el Jesucristo que acompañará a toda la humanidad hacia el Padre Dios y a su Reino de los cielos.

Pero hoy será el día de gritar también: Bendito nuestro propio bautismo que nos hace cristos, ungidos, sacerdotes para siempre, para ofrec er nuestro propio cuerpo y nuestro espíritu para salvación de todos, juntamente con el Salvador. Bendito bautismo, el nuestro, que nos hace profetas, que hace que todas nuestras palabras y acciones puedan hablar y gritar a todos los hombres: SOMOS HIJOS DE DIOS, ÉL TIENE EN NOSOTROS TODAS SUS COMPLACENCIAS.

Y bendito nuestro bautismo, el que Cristo nos ha dado con el agua y la sangre de su costado, porque para siempre seremos reyes, servidores leales en el Reino ahora en la tierra, coronados después en el cielo como Cristo el Rey, como María, la Madre, la compañera, la maestra y la amiga.

Ahora nos toca servir, anunciar, introducir, hacer presente el Reino, luego, el gozo, el disfrute, la alegría, la dicha, la eterna melodía, el gran abrazo, el alborozo sin fin en el Reino del Padre.

¿No será el momento de sacar la boleta de tu bautismo, recordar el día en que te bautizaron, el sacerdote que te hizo hijo de Dios y la pila bautismal en la que fuiste ungido con el Agua, la Sangre y el Espíritu Santo de Dios, y salir de casa gritando y bailando en honor del Señor para decirle a todo mundo: SOY HIJO DE DIOS, ÉL TIENE EN MÍ TODAS SUS COMPLACENCIAS, DIOS NOS AMA A TODOS, NOS HA HECHO ENTRAR EN SU REINO Y NOS ESPERA PARA UN ABRAZO ETERNO?