SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

 

Mt 3,13-17: Bautice Pedro o Pablo o Judas, es Cristo quien bautiza

¿Pues qué, hermanos míos? ¿Quién no ve lo que no ven los donatistas? No os extrañe que no quieran volver; se parecen al cuervo que salió del arca. ¿Quién no ve lo que ellos no ven? ¡Qué ingratos son para con el Espíritu Santo! La paloma desciende sobre el Señor, pero sobre el Señor bautizado. Y allí se manifestó también la santa y verdadera Trinidad, que para nosotros es un único Dios. Salió el Señor del agua, como leemos en el evangelio: Y he aquí que se le abrieron los cielos y vio descender al Espíritu en forma de paloma y se posó sobre él, e inmediatamente le siguió una voz: «Tú eres mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3,16-17). Aparece claramente la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre y el Espíritu en la paloma. Veamos lo que vemos y que extrañamente ellos no ven, en esta Trinidad en cuyo nombre fueron enviados los apóstoles. En realidad no es que no vean, sino que cierran los ojos a lo que les entra por ellos. Los discípulos son enviados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo por el mismo de quien se dice: Éste es el que bautiza. Esto ha dicho a sus ministros quien se ha reservado para sí la potestad de bautizar.

Esto es lo que vio Juan en él y conoció lo que aún no sabía. No ignoraba que Jesús era el Hijo de Dios, que era el Señor, el Cristo, el que había de bautizar en el agua y el Espíritu Santo; todo esto ya lo sabía. Pero lo que le enseña la paloma es que Cristo se reserva esta potestad, que no trasmite a ninguno de sus ministros. Esta potestad que Cristo se reserva exclusivamente, sin transferirla a ninguno de sus ministros, aunque se sirva de ellos para bautizar, es el fundamento de la unidad de la Iglesia, de la que se dice: Mi paloma es única, única para su madre (Cant 6,8). Si, pues, como ya dije, hermanos míos, el Señor comunicase esta potestad al ministro, habría tantos bautismos como ministros, y se destruiría así la unidad del bautismo.

Prestad atención, hermanos. La paloma bajó sobre nuestro Señor Jesucristo después del bautismo. En ella conoció Juan algo propio del Señor, de acuerdo con las palabras: Aquel sobre quien vieres que desciende el Espíritu en forma de paloma y que se posa sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo (Jn 1,33).

Juan sabía que era él quien bautizaba en el Espíritu Santo, antes de que nuestro Señor se presentara a ser bautizado. Pero entonces aprendió, por una gracia que recibió allí, que la potestad de bautizar era tan personal que no la transfería a nadie. ¿Cómo probamos que Juan sabía ya antes que el Señor iba a bautizar en el Espíritu Santo? ¿De dónde se deduce que aprendió en la paloma que el Señor iba a bautizar en el Espíritu Santo, de forma que esa potestad no era transferible a ningún hombre? ¿Qué prueba tenemos? La paloma desciende cuando el Señor había sido ya bautizado; mas está claro que Juan ya conocía al Señor antes de que se presentase al bautismo, por las palabras que dijo: ¿Vienes tú a que yo te bautice? Soy yo más bien quien debe ser bautizado por ti. Luego sabía ya que era el Señor, que era el Hijo de Dios.

¿Cómo probamos que también sabía que bautizaba en el Espíritu Santo? Antes de que Jesús se acercase al río, viendo que venían muchos a él para ser bautizados, Juan les dijo: Yo ciertamente bautizo con agua; pero el que viene después de mí es mayor que yo, pues yo no soy digno de desatar siquiera la correa de su calzado. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego (Mt 3,11). Así, pues, también esto lo sabía. Según eso, ¿qué fue lo que aprendió por la paloma, para no tacharle de mentiroso, de lo cual Dios nos libre? Aprendió que habría en Cristo una propiedad tal, en virtud de la cual, aunque fuesen muchos los ministros, santos o pecadores, la santidad del bautismo sólo se otorgaría a aquel sobre quien descendió la paloma, pues de él se dijo: Éste es el que bautiza en el Espíritu Santo. Bautice Pedro o Pablo o Judas, siempre es él quien bautiza.

Porque si el bautismo es santo debido a la diversidad de los méritos, habrá tantos bautismos cuantos méritos, y cada uno creerá que recibe algo tanto mejor cuanto más santo es quien lo da. Entre los mismos santos -entended esto, hermanos-, entre los que son buenos, entre los que son de la paloma y les cabe en suerte la ciudad aquella de Jerusalén, entre los que forman parte de la Iglesia, de quienes dice el Apóstol: Conoce el Señor los que son suyos (2 Tim 2,19), hay diversidad de dones espirituales, diversidad de méritos: unos son más santos, mejores, que otros. Supongamos que a uno le bautiza un ministro más justo y santo y a otro quien es de mérito inferior a los ojos de Dios, menos perfecto, de continencia menos perfecta y vida menos santa, ¿por qué reciben los dos lo mismo, sino porque es Cristo quien bautiza? Si bautizan dos, uno que es bueno y otro que es mejor, no por eso éste da una gracia mayor que aquél; antes bien, la gracia es la misma, no mejor en uno e inferior en otro, aunque los ministros sean unos mejores que otros. Lo mismo acaece si el que bautiza es indigno, bien por ignorancia de la Iglesia, bien por tolerancia -porque los malos o no se conocen, o se toleran, como se tolera la paja en la era hasta el momento de aventarla-. Lo que se da en este caso, es una misma e idéntica gracia, no distinta, aunque los ministros sean desiguales, porque Él es quien bautiza.

Comentarios sobre el evangelio de San Juan 6,5-8