COMENTARIOS A
LA SEGUNDA LECTURA
Hch 10, 34-38
1.
En el contexto de uno de los cinco discursos misioneros de Hechos, lucanos en su construcción y reflejando el kerigma primitivo en el fondo, encontramos dos temas principales: universalidad del mensaje y función de Cristo.
El primero de ellos (vs. 34-36) empalma con el contexto inmediato de Hechos, la conversión de Cornelio, consiguiente apertura del Evangelio a los gentiles y explicaciones de Pedro, primero a los catecúmenos y luego a los de la comunidad primitiva (cap. 11 de Hechos).
Es una vez más la afirmación de la universalidad del mensaje. No plantea problemas en términos generales hoy día, pero puede hacerlo cuando se desciende a detalles. A todos nos cuesta relativizar nuestra inteligencia de lo cristiano, sobre todo cuanto tiene vinculación con temas que son irrenunciables o que consideremos cercanos a ellos. Pero deberíamos tener más prudencia a la hora de discernir cuáles son esos temas irrenunciables. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de cómo se ha dado marcha atrás en muchos puntos que se creían vinculados incuestionablemente al cristianismo. Y es natural, porque ninguna forma humana, tampoco eclesiástica, puede recoger adecuadamente, toda la riqueza de la Revelación. Es necesario tener las que consideramos imprescindibles, pero siempre abiertos como Pedro a la novedad del Espíritu.
"El otro tema, la persona de Jesús, su personalidad terrestre y su unción por el Espíritu que los Evangelios concretan en el bautismo, tomando ocasión del probable descubrimiento humano que Jesús hizo de su misión en ese momento.
F.
PASTOR
DABAR 1991, 9
2.
Pedro se encuentra en casa de Cornelio, comparte con él la misma mesa y le anuncia el Evangelio. Comprende que no debe distinguir ya entre alimentos puros e impuros, tampoco entre gentiles y judíos. Pero proclama la universalidad de la salvación que realiza Dios en Cristo. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios.
Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones (Dt, 10, 17; Rm 2, 11; Gal 2, 6) y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. La igualdad de los hombres ante Dios era comúnmente aceptada por los helenistas, esto es, por los cristianos procedentes de la gentilidad que habían sido mentalizados por la filosofía estoica. Sin embargo, para Pedro y los cristianos procedentes del judaísmo se trataba de un cambio radical en su concepción de la historia de salvación. Pero confiesa que el Evangelio es para todo el mundo, porque Jesús es el Señor de todos los hombres (Mt, 28, 18-20; Jn 1, 1ss; Fl 2, 5-11).
Después de esta introducción, Pedro pasa ahora a predicar el Evangelio de Jesucristo. La descripción que se hace aquí de la actividad pública de Jesús a partir del Jordán y comenzando en Galilea recuerda el Evangelio según San Marcos, que recoge precisamente la tradición de San Pedro. En atención a sus oyentes gentiles, Pedro destaca particularmente el poder de hacer milagros y la fuerza con la que Jesús libera a los oprimidos por el diablo.
Jesús es el "ungido", es decir, el Cristo o Mesías. Sobre él descendió el Espíritu Santo y fue consagrado con toda la plenitud de Dios. Su dignidad mesiánica está inseparablemente unida a su misión salvadora.
Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, pasó por el mundo haciendo bien y curando a los oprimidos. Esta expresión sugiere el título de Salvador (Soter) y Benefactor (Euergetes), títulos que solían dar los antiguos a los soberanos después de su apoteosis. Claro que todos estos "salvadores y benefactores" no entendieron su autoridad como un servicio que se acercaba al menos al que prestó el Siervo de Yahveh. Los cristianos de la naciente Iglesia, confesando su fe en Cristo, el Señor, protestaban contra todo culto a los emperadores. Sólo Jesús vino a servir y no a ser servido, por eso Jesús es el Señor.
EUCARISTÍA 1987, 4
3.
Esta perícopa forma la primera parte del discurso de Pedro vv. 34-43. La evangelización de los gentiles constituyó un grave problema para las comunidades cristianas. La intervención de Dios, en el caso de Cornelio, hizo superar las barreras. La misión a los gentiles no será una victoria de las ideas o decisiones de Pablo o de Pedro, sino una obligación derivada de la intervención de Dios.
El plan literario y teológico de los Hechos depende en gran parte de la concepción de Lucas según el cual la proclamación del mensaje se inicia en Jerusalén y llega a toda la tierra. En este caminar misionero el Espíritu tiene la función de guía. En el episodio de Cornelio, Pedro reconoce el designio de Dios sobre los gentiles.
Pedro, antes que Pablo y más allá de cualquier propuesta humana, asume que la iniciativa de bautizar a los gentiles no proviene de los hombres sino de Dios. Dios, que no hace distinciones, toma una decisión que señala un cambio decisivo. Desde este momento nadie puede ser tenido por impuro. Todo hombre puede ser grato a Dios.
Lucas habla siempre a lectores que, a su juicio, conocen los acontecimientos de la vida y muerte de Jesús. Se trata siempre de algo que ha acontecido en medio de vosotros. Son hechos que no se pueden discutir, que se pueden reconstruir históricamente, pero que deben ser interpretados. De ahí la fórmula de Pedro: Conocéis lo que aconteció en el país de los judíos. Comienza por el bautismo de Jesús, la unción por el Espíritu significa que Jesús ha sido elegido para realizar la salvación. Con Jesús llegó el "fuerte" que despoja al enemigo. Las enfermedades que Jesús cura tienen una incidencia que va más allá del cuerpo. Jesús, con su obra, ha abierto el camino de la libertad, es el salvador.
P.
FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 2
4. /Hch/10/34-48 /Hch/11/01-18
La palabra autorizada de Pedro descifra el misterio de las visiones de la narración anterior y legitima el paso de la misión cristiana a los gentiles en dos palestras diferentes. En primer lugar, Lucas presenta a Pedro pronunciando en casa de Cornelio (10,34-48) un gran discurso que no tiene demasiada conexión con el caso concreto y que parece responder al tipo de lo que era o debía de ser la proclamación clásica del evangelio a los gentiles (34-43); a continuación asistimos al llamado «Pentecostés de los gentiles» (44-46) y al bautismo de los miembros de la casa de Cornelio (47-48). En segundo lugar, Pedro responde, en el marco de la Iglesia madre de Jerusalén (11,1-18), a la interpelación, hija de las miras estrechas de los hermanos de aquella comunidad, y hace una decisiva apología de la apertura de la Iglesia a los gentiles. «Pues si Dios quiso darles a ellos el mismo don que a nosotros... --dice Pedro--, ¿quién era yo para poder impedírselo a Dios?» (17).
Numerosos indicios hacen sospechar que esta perícopa está muy influida por la teología redaccional de los Hechos. Como en toda la obra, los dos discursos que aparecen aquí en boca de Pedro pueden ser creaciones literarias de Lucas, que explicitan el sentido de los sucesos narrados. El llamado «Pentecostés de los gentiles» ( 10,44-46) encuentra otros paralelos sorprendentes en los Hechos (2,1-13; 19,6-7). Y la clarividencia, la decisión y valentía con que Pedro, una vez iluminado por el cielo procede a la apertura a los gentiles contrastan fuertemente con las vacilaciones que en este mismo terreno manifestará más tarde, y que provocarán un enfrentamiento con Pablo (Gál 2,11s). Por estas y otras razones, algunos exegetas llegan a cuestionar la historicidad del alcance y del énfasis que Lucas atribuye a la inauguración de la misión a los gentiles por Pedro.
Los Hechos, como los evangelios, tienen más de catequesis que de crónica puntual. Si los evangelios, a la luz de la Pascua han amplificado el alcance de las palabras y de la obra del Jesús histórico y lo han actualizado para las comunidades destinatarias, ¿por qué hemos de negar al autor de los Hechos un recurso semejante? Tendría buenas razones para hacerlo: el protagonismo que en la apertura a los gentiles atribuye Lucas a la iniciativa del Espíritu Santo y de Pedro, el primero de los Doce, sería una ayuda para sus lectores, y así quedarían superadas pesadas polarizaciones eclesiales. El tener en cuenta matices semejantes hace más dinámica y abierta nuestra lectura de la Biblia y de los documentos de la tradición cristiana. Además Lucas aparece aquí como un escritor conciliador y ecuménico. En nuestra época de rupturas y rápidos cambios culturales en la expresión de la fe sería muy útil que al presentar los nuevos caminos de la Iglesia se acentuara la catolicidad y una profunda continuidad con la tradición. De esta manera se evitarían muchos malentendidos y ocasiones de malestar, sobre todo, para las conciencias débiles.
F.
CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 194 s.