48 HOMILÍAS PARA EMPEZAR EL AÑO
(30-42)

30.

El libro de los Números nos presenta una antigua formula de bendición. La bendición es símbolo de benevolencia o gratuidad del que bendice. Cuando Dios enseña a los dirigentes el modo de bendecir, les está recordando que él incluye en su amor a todos, incluso a los que quedan excluidos por sus hermanos. Bendecir al hermano como bendice Dios implica borrar fronteras, armarse de un corazón que sólo entienda de fraternidad y amor universal.

Buen comienzo del año éste de la bendición. El refrán popular ha consagrado ese deseo de "volver a comenzar" que sentimos todos al llegar esta fecha: "año nuevo, vida nueva". Uno quisiera olvidar los errores, limpiarse de las culpas que nos molestan, estrenar una página intacta del libro de su vida, y empezarla con buen pie, dando rienda suelta a los mejores deseos que brotan de nuestro corazón... Por eso es bueno comenzar el año con una bendición en los labios, después de escuchar la bendición de Dios en su Palabra.

Bendigamos al Señor por todo lo que hemos vivido hasta ahora, y por el nuevo año que pone ante nuestros ojos: nuevos días por delante, nuevas oportunidades, tiempo a nuestra disposición... Alabemos al Señor por la misericordia que ha tenido con nosotros hasta ahora. Y también porque nos va a permitir ser también nosotros una bendición en este nuevo año que comienza: bendición para los hermanos y bendición para Dios mismo. Año nuevo, vida nueva, bendición de Dios.

* La presencia de Jesús, hijo de Dios, es la mejor bendición de Dios a su pueblo. Y esta bendición o benevolencia la da por medio de una mujer, llamada María. Dios vuelve su rostro hacia los seres humanos, hacia su pueblo, que ha caminado a tientas por la historia, y se quiere comunicar con él de un modo nuevo: ahora ya sin intermediarios. Ha llegado la plenitud de los tiempos. Es el tiempo de Dios sin mediador alguno. Cara a cara con nosotros. Él mismo, en persona, viene y asume la condición humana. Se hace uno de nosotros. "Enmanuel", que significa "Dios-con-nosotros".

Seguimos estando en tiempo de Navidad, tiempo en el que la ternura, el amor, la fraternidad, el cariño familiar... se nos hacen más palpables que nunca. La ternura de Dios hacia nosotros, que se expresó en el niño de Belén, inunda nuestra vida, en las luces de colores, los adornos navideños, los villancicos y las reuniones familiares. Todo ayuda a ello en este tiempo todavía de Navidad. Dejemos recalar estos sentimientos en nuestro corazón, para que perduren a lo largo de todo el año.

Nacido de Mujer, nacido bajo la ley, nos recuerda Pablo. Nació en la debilidad, en la pobreza, fuera de la ciudad, en la cueva, porque no hubo para ellos lugar en la posada... Nace en la misma situación que el conjunto del pueblo, los sencillos, los humildes, los sin poder.

Este nacimiento real y concreto es asumido por Dios para abrazar en el amor a todos los que la tradición había dejado fuera. Es la visita real de aquel que, por simple misericordia, nos da la gracia de poder llamar a Dios con la familiaridad de Abbá -"papito"- y la posibilidad de considerar a todos los hombres y mujeres hermanos muy amados.

En Jesús, nacido de María -la mujer que aceptó ser instrumento en las manos de Dios para iniciar la nueva historia- todos los seres humanos hemos sido declarados hijos y no esclavos, hemos sido declarados coherederos, por voluntad del Padre. La bendición o benevolencia de Dios para los seres humanos da un gran paso: Dios ya no bendice con palabras, ahora bendice a todos los seres humanos y aun a toda la creación, con la misma persona de su Hijo, que se hace hermano de todos. Y nadie queda marginado de su amor.

"Ha aparecido la bondad de Dios" en Jesús, y es hora de alegría estremecida, para hacer saber al mundo -y a la creación misma- que Dios ha florecido en nuestra tierra y todos somos depositarios de esa herencia de felicidad.

* El evangelista Lucas nos trae el relato de la visita de los pastores al pesebre. Ellos son los primeros en recibir la noticia de que el Mesías ha nacido y de que lo encontrarán en la misma condición de cualquier niño pobre de su época. Los pastores representan a los pobres de la tierra. Ser pastor no era algo idílico, como podemos pensar hoy; el oficio de pastor era uno de los impuros, de los despreciados. Al pastor lo marginaba la Ley judía con su continua insistencia en la "impureza" legal. Y es a estos pastores excluidos a quienes el Padre llama en primer lugar para que se incorporen a la historia de su hijo recién nacido. Los pastores junto al pesebre de Belén son el signo de que una nueva etapa está comenzando: aquella en la que Dios mismo proclama que no quiere ya saber de distinciones jurídicas que anonaden a los pequeños, que quiere una "ley" al servicio del amor y la fraternidad.

Al comenzar el año, al poner el pie por primera vez en este nuevo regalo que el Señor nos hace en nuestra vida vamos a agradecerle con todo el corazón la alegría de vivir, la oportunidad maravillosa que nos da de seguir amando y siendo amados, la capacidad que nos ha dado para cambiar y rectificar, y el corazón grande para acoger toda la ternura del Niño Dios que nos llama desde los brazos de María su madre.

Oración comunitaria:

Dios de la Vida, Creador del Universo, que nos has concedido el espacio y el tiempo para vivir desarrollar la Vida, para ser felices y hacer felices a los demás; al comenzar un Año nuevo te pedimos nos enseñes a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato y vivamos responsable y agradecidamente el don del tiempo que nos concedes. Por nuestro Señor Jesucristo...

Dios de la Paz, Padre y Madre de todos los hombres y mujeres, que quieres que vivamos como hermanos en unidad fraterna. En este día de año nuevo, Jornada Mundial de la Paz, te pedimos con todo el corazón nos concedas la Paz, que es don de tu Espíritu y fruto de la Justicia, y que hagas de nosotros esforzados constructores de la Paz, para que merezcamos la bienaventuranza de tu Hijo, que vive y reina contigo...

Para la oración universal:

-Por la paz del mundo, en esta Jornada Mundial por la Paz, par que el Espíritu de Dios mueva los corazones de todos los hombres y mujeres hacia la reconciliación, la tolerancia, la igualdad entre los sexos, el respeto de las diferencias culturales, y la Justicia, de la cual es fruto la paz, roguemos al Señor.

-Por los gobernantes de todos los países, para que aúnen esfuerzos sinceros en favor de la paz...

-Por las instituciones internacionales, para que evolucionen hacia formas acordes con los nuevos tiempos mundializados que vivimos y puedan ser instrumentos más útiles al servicio de la humanidad...

-Para que aprovechemos ahora la oportunidad que tenemos de hacer verdad en nuestra vida el refrán: "Año nuevo, vida nueva"...

-Por nuestros hogares, para que continúen en el espíritu familiar de la navidad...

-Por todos los que no acabarán el año que ahora comienza, para que se reconcilien a tiempo con la verdad de su vida...

-Por todos nuestros amigos y conocidos que nos dejaron el año que acaba de pasar, por su eterno descanso...

Para la revisión de vida

-Hacer un retiro personal (o un tiempo al menos) haciendo examen de mi vida en el año pasado

-Participar en alguna celebración penitencial comunitaria, pedir perdón de mis pecados y reconciliarme con Dios y con los hermanos.

-Hacerme un plan de vida al comenzar el año ("año nuevo, vida nueva").

-Seguir viviendo con el espíritu de la navidad en los diversos ambientes: familia, barrio, trabajo, lugar de compromiso...

Para la reunión de grupo [Sobre la Jornada de la Paz]

-Ver: ¿cómo está el mundo, nuestro país, nuestro barrio... en paz? ¿Cuáles los principales obstáculos para la paz en el mundo (país, barrio...)?

-Juzgar: ¿Cómo enjuiciar la situación del mundo a la luz de la fe? ¿Cuál es el papel del cristiano en un mundo en tensión como el nuestro?

-Actuar: ¿Cómo tendrá que evolucionar el mundo para hacer posible la paz? ¿Qué podemos hacer nosotros, yo mismo?

SERVICIO BIBLICO


31.

¡Feliz Año Nuevo!
Santa María Madre de Dios
Jornada mundial de la Paz

Nm 6,22-27: "Yavé te bendiga y te guarde, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda lo que pides, vuelva hacia ti su rostro y te dé la paz".

Gal 4,4-7: "Cristo nació de mujer".

Lc 2,16-21: "María observaba cuidadosamente todos estos acontecimientos y los guardaba en su corazón".

La definición de María como Theotokos (madre de Dios) en el concilio de Efeso (433) es como una conclusión casi natural de los concilios de Nicea (325) y I de Constantinopla (381). El tema crucial de discusión en estos tiempos era la consideración de Cristo como hombre y Dios y el conflicto que existía en afirmar, en los términos de la época, la relación existente entre persona y naturaleza.

Nicea y I Constantinopla se esfuerzan en afirmar la naturaleza de Cristo como idéntica a la del Padre (homousios), consustancial al Padre; el hombre Jesús, es también Dios. Y será Efeso el que afirme ya explícitamente que, al considerar la unidad inseparable de las dos naturalezas (divina y humana) en el Verbo, puede considerarse entonces a María como verdadera Madre de Dios.

La reflexión es una conclusión de una discusión antropológica y cristológica, que luego terminó derivando en un dogma mariano. Pero no por eso podemos dejar de considerar que en verdad María ha engendrado, misteriosamente, al Verbo hecho hombre, del cual afirmamos que es Uno con el Padre y el Espíritu.

Del Concilio de Efeso debemos rescatar su esfuerzo por definir el misterio de la unidad entre las dos naturalezas, lo cual nos ayudará a pensar en Cristo verdaderamente hombre, comprometido a tal punto con la humanidad, que asume totalmente la condición humana desde su nacimiento.

El Verbo, por lo tanto, no es "aparentemente hombre". Jesús no se "vistió" de carne humana. Desde el misterio de la encarnación Dios es hombre... y la naturaleza humana ve en Cristo el proyecto de Dios hacia toda la humanidad. Cristo es, entonces, el modelo humano hacia el cual tendemos y el cual anhelamos.

En este sentido María se convierte en la madre del Verbo Encarnado, y en cuanto en él coexisten ambas naturalezas en la misma Persona Divina, ella es entonces verdaderamente Madre de Dios.

Obviamente, no se trata de afirmar la maternidad de María respecto de la divinidad en cuanto tal, sino su maternidad en respecto al Verbo Encarnado, histórico, revelador, mediador y liberador.

¿Podemos aclarar o explicar este Misterio? Si lo hiciéramos o pretendiéramos hacerlo, ya no sería tal.

Por lo tanto, solo nos queda sentirnos unidos a la tradición creyente que en su misma oración de los pobres repite "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros...". Y esto no es poco, porque la fe cristiana no puede basarse ni apoyarse únicamente en la racionalización de los enunciados; es también un creer histórico y una unidad en la fe de un pueblo que en la historia manifiesta lo que cree.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


32.

SITUACIÓN GENERAL.

Hoy es un día bastante especial. La Iglesia celebra la fiesta de María, Madre de Dios; no es domingo. Socialmente domina el clima del año nuevo con lo que comporta de buenos deseos para el año que empieza y el jolgorio vivido en la "noche vieja". Pablo VI instauró también para hoy la jornada de la Paz; esto ha marcado la elección de la primera lectura y es bueno que se haga alusión al tema en el acto penitencial, las plegarias y el gesto de la paz. Se ha de tener todo en cuenta, y colocarlo en su debido momento; no es posible hablar de todo en profundidad pero tampoco pasar por alto ninguno de estos aspectos. La dominante es, sin duda, la fiesta de Santa María.

NACIDO DE UNA MUJER (2a lect).

Después del Concilio de Éfeso (431) santa María es invocada con el título de Madre de Dios tanto en Oriente como en Occidente. La liturgia romana le dedicó la fiesta más antigua de María en la octava de Navidad. La historia olvidó esta fiesta y Pablo VI la recuperó "para recordar el papel que María tuvo en este misterio de salvación y alabar la dignidad singular de que goza 'aquella por cuya maternidad virginal ... hemos recibido ... a Jesucristo, el autor de la vida' (colecta)" (Marialis Cultus, 1974). María siempre presente a lo largo de todo el Adviento y las fiestas de Navidad. La celebramos hoy en el núcleo central de su misterio: Madre de Dios (Theotokos), cf. Lumen Gentium 53. La Iglesia siempre ha visto una unidad llena de delicadeza entre la maternidad divina de María y su santidad única (Verbum Dei corde et corpore suscepit). La imagen de la Virgen María sosteniendo a su Hijo Jesús en sus brazos, repetida de tantas formas en nuestra tradición iconográfica y en la de los pueblos cristianos, expresa ya todo el misterio que celebramos hoy. María concibió a Jesús y le amó como nadie le ha amado. Ese amor no consistió en un simple sentimiento sino que la hizo generosa, activa y fiel al servicio de Jesús y siempre a su lado incluso en los momentos más difíciles. Y a la vez, su amor fue Don del Espíritu que la hizo santa e inmaculada. La comunión íntima de María con Jesús tiene un momento último: ella nos lo ofrece a todos nosotros, y así es como se manifiesta Madre de la Iglesia. La imagen más sencilla de María con Jesús ya lo expresa todo.

MARIA CONSERVABA TODAS ESTAS COSAS...(Ev).

El amor de María llegó a la comunión viva con el Espíritu de Jesucristo. "Todo el que ama conoce a Dios" (1 Jn 4,7). María amaba y contemplaba. Tampoco a ella le fue fácil entender la inesperada novedad de Jesús su Hijo ("¿Cómo será eso, pues no conozco varón?" Lc 1,34); "Hijo, ¿por qué nos has tratado así?" Lc 2,48), pero en el silencio contemplativo del amor inició a una serie de personas sencillas (Mt 11,25) que han alcanzado a captar por experiencia interior la belleza del amor, del perdón, de la pobreza, de la confianza en Dios, y han entrado en el ámbito espiritual de Jesucristo.

CUANDO SE CUMPLIÓ EL TIEMPO... (2a lectura).

La presencia de Jesús, de su comunión con el Padre y su amor generoso a los hombres hasta la muerte hizo "plenitud" su momento histórico, lo hizo "una vez para siempre". Y así puede afirmarse que el mundo ya estaba preparado para entender y vivir la luz inesperada de la palabra, la vida y la pascua de Jesús. El "mundo preparado" fue sobre todo una mujer, María; muchos de los demás no lo entendieron. Ella resumió a la humanidad dispuesta, y por ella todos hemos recibido al Autor de la Vida (Colecta).

EL SEÑOR TE BENDIGA Y TE PROTEJA (la lect).

Repetiremos hoy a menudo el deseo de "Feliz año nuevo", y como comunidad cristiana lo pediremos a Dios y trabajaremos para que sea realidad entre nosotros. La primera lectura da pie a una reflexión. Cada cual entiende el "Feliz año" a su manera. De hecho, nuestros deseos nos definen. Cuando yo deseo algo para alguien a quien aprecio -que se cure, que tenga suerte en el trabajo...- estoy pensando en él pero expreso a la vez lo que me define a mí, aquello que para mí es importante. ¿Qué deseamos con el "Feliz año"? Parece evidente ("salud, trabajo ...") pero es bueno preguntárselo. El proceso del crecimiento humano consiste en buena parte en aprender a desear lo que vale la pena. "No os preocupéis por vuestra vida ..." (Mt 6,25); "... andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria" (Lc 10,41-42). Tengamos presentes a los que amamos -hijos, familia, amigos, ¡todos los hombres!- y aprendamos a desearles:

- La confianza en Dios. Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba!, Padre. (2a lectura). Vale la pena desear sinceramente ante Dios que aquellos a quienes amamos, y todos, no se agarren a lo banal y vivan la gozosa experiencia de la confianza en el Amor y la Vida que es Dios.

- La libertad. Envió Dios a su Hijo para rescatar a los que estaban bajo la Ley; ya no eres esclavo sino hjo (2a lect). La experiencia de la libertad configura una vida madura. Una libertad digna de este nombre, la que constituye a las personas en generosas, magnánimas, acogedoras, comprensivas, libres de la mezquina necesidad de autoafirmarse.

- La paz. El Señor se fije en ti y te conceda la paz (la lect). El Evangelio nos ha mostrado cuál es el camino de la paz auténtica, también para los pueblos: reconocer lo propio negativo, aceptar lo inhumano de los demás, apertura de corazón a las necesidades de los más necesitados, búsqueda de la justicia, diálogo, generosidad, amor. El Evangelio es escuela de la paz verdadera.

Al decir "Feliz año" deseamos de corazón y pedimos para todos libertad, paz, confianza en Dios.

GASPAR MORA
MISA DOMINICAL 1999, 1, 7


33.

- Pedimos la bendición del Padre

En este primer día del año -en este año que tiene la peculiaridad única de terminar el actual milenio, en el umbral del tercer milenio- todos nos deseamos felicidad. Con cordialidad, con esperanza. Permitid que yo también (en nombre de la parroquia, de la comunidad) os desee para cada uno de vosotros un feliz 1999.

Y, como cristianos, como hijos de Dios, esta felicitación que intecambiamos se hace en nosotros también oración. Porque sabemos que Dios, nuestro Padre, es la fuente de toda felicidad, de toda bendición. Lo hemos escuchado en la primera lectura y lo hemos repetido en el salmo: "EI Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros". En este inicio de año pedimos confiadamente al Padre su bendición. La bendición de Dios significa que nos comunica vida, nos comunica amor y esperanza, fuerza y alegría. Desde la creación, Dios Padre vierte en la humanidad su bendición, y sigue bendiciéndonos año tras año de la historia humana. El Padre celestial está amorosamente presente en nuestro camino y es él, más que nadie, quien anhela para nosotros -sus hijos queridos- felicidad, amor, paz, alegría.

- Ciudadanos del mundo

Por eso, ya que este deseo de felicidad que nos intercambiamos está en comunión -en sintonía- con el deseo de felicidad que tiene Dios para con nosotros, bueno será examinar este deseo nuestro para que no se nos quede corto, limitado.

Por ejemplo, que no lo limitemos al valioso pero pequeño circulo de nuestra familia, de nuestros amigos. Hoy es un día para abrir nuestro corazón más allá, para desear y pedir paz y felicidad para todos los hombres y mujeres del mundo. Para sentirnos hermanos de todos, sabiéndonos todos hijos de Dios, en una comunión fraterna sin limites ni exclusiones. De ahí que este primer día del año sea también el Día de la Paz. Este año -por voluntad del Papa- con el lema de "En el respeto de los derechos humanos está el secreto de la verdadera paz". Con un mensaje muy claro y que a todos nos afecta, a todos nos responsabiliza: no basta hablar y aún pedir la paz, sino que debemos hacerla posible, construirla. Y eso significa trabajar por el respeto de todos y cada uno de los derechos humanos. Aquí, con quienes nos relacionamos en la familia, en el vecindario, en el trabajo; y sintiéndonos también afectados por todo lo que sucede en cualquier lugar del mundo, porque todos somos ciudadanos del mundo.

Esta es la voluntad del Padre, esta es la tarea que a todos se nos encomienda. Desearnos un feliz 1999 implica proponernos hacer algo más por mejorar este mundo que Dios ha dejado en nuestras manos.

· Que santa Maria nos acompañe

Día hoy para abrirnos a los mejores anhelos. Que no sean sólo palabras y buenos sentimientos, sino que tengan la solidez y la fuerza de quien comparte los anhelos del Padre celestial para todos sus hijos e hijas de este mundo que es nuestro y suyo.

Y para acompañarnos en esta fiesta y en este camino, tenemos el ejemplo y la oración de santa Maria. Hoy, en la octava de Navidad, la Iglesia sitúa la fiesta más antigua a ella dedicada y, en realidad, la más importante: más que la Inmaculada o la Asunción, o cualquiera de las dedicadas a tal o cual advocación mariana de un lugar o de una nación, la celebración primera y básica es la de hoy. Porque es la que nos presenta a Maria en aquello que para ella y para nosotros es más importante, más relevante: Maria, Madre de Dios. ¿Por qué aquella mujer del pequeño pueblo de Nazaret fue escogida por el Padre como madre de su Hijo? Porque aquella sencilla y humilde mujer, que probablemente no sabia leer ni escribir, fue la gran creyente. La gran creyente en el amor de Dios, con una confianza sin limites en Él, con una generosidad sin reservas para con El.

Por eso Dios Padre se enamoró de ella, por eso ella es el mejor ejemplo y la mejor guía en este inicio del año nuevo. Que ella, mujer de grandes anhelos, nos acompañe cariñosamente durante todos los días de este recién inaugurado 1999.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 1, 11


34.

Hoy es un día de bendiciones: comienzo del año civil en la mayor parte de los países del mundo, el penúltimo año de este segundo milenio, desde que la humanidad cuenta el tiempo a partir del nacimiento de Jesús. Comenzamos bendiciéndonos, invocando sobre el mundo y sobre nosotros mismos la misericordia de Dios encarnada en Jesús, el hijo de María cuya maternidad divina hoy celebramos; invocando al "príncipe de Paz" (Is 9, 5).

La primera lectura es el pasaje conocido como la "bendición araonítica", contenida en el libro de los Números en medio de prescripciones rituales para los sacerdotes del AT. Así debía ser bendecido el pueblo por sus sacerdotes, invocando sobre él la presencia protectora, luminosa, favorable y pacificadora de Dios. No es un simple deseo de buena voluntad; es la confianza en el poder de la Palabra de Dios confiada a sus intermediarios, los sacerdotes, servidores del pueblo.

El salmo responsorial prolonga el tema de la bendición de la primera lectura con un acento universalista que cae muy bien en este día, primero del año, en el que percibimos fuertemente la fraternidad universal, sobre todo si pensamos en la Jornada Mundial por la Paz que la Iglesia viene celebrando cada 1º de Enero desde hace varios años. ¿Qué mejor bendición para la humanidad, para todos los pueblos, para cada uno de nosotros, que la instauración de un orden mundial justo y pacífico?

La carta de San Pablo a los Gálatas, de la cual tomamos la segunda lectura de hoy, podría llamarse: "manifiesto de la libertad cristiana"; en ella, el autor hace un formidable alegato contra las pretensiones de someterse los cristianos a una ley diferente a la "ley" de Jesucristo. La libertad de los cristianos no tiene un fundamento simplemente jurídico; se afianza en el hecho de que somos hijos y, por lo tanto, herederos, porque así lo ha querido Dios. Y éstas, nuestra filiación divina y nuestra libertad de hijos y herederos, se fundan en el haber enviado Dios a su hijo Jesucristo "cuando se cumplió el tiempo... nacido de una mujer, nacido bajo la Ley para rescatar a los que estaban bajo la Ley". En estas palabras evoca Pablo, de manera concentrada como es usual en sus escritos, no solamente la madurez a que ha llegado la historia de la humanidad, hasta el punto de hacerse Dios presente en ella a través de su Hijo, sino la plena humanidad de Jesús, hijo de María -una mujer-, cuya maternidad divina hoy celebramos, y sometido a la ley de su pueblo para liberarnos del yugo de toda ley inhumana. Jesús, el hijo de María, nos ha hecho a nosotros hijos de Dios, hasta el punto de que el Espíritu nos hace exclamar "Abbá", para llamar a Dios, es decir, nos hace exclamar: "papá", con un grado de confianza y familiaridad que ninguna religión había podido ni podrá imaginar.

El primer Evangelio del año evoca la figura de los pastores que van a adorar a Jesús recién nacido. No son las figuras simpáticas y acarameladas de nuestros pesebres y avisos publicitarios. Son hombres rudos, con fama de ladrones, de sucios. Considerados "impuros" entre los judíos del tiempo de Jesús, y peligrosos entre los demás habitantes del imperio romano. A ellos, en representación de todos los excluidos de la tierra, les fué comunicada la buena noticia del nacimiento de Jesús, "un salvador, el mesías, el Señor", como leímos en días pasados. Ahora escuchamos que ellos van corriendo a contemplarlo, que cuentan la revelación de que fueron testigos, que se vuelven a su lugar glorificando y alabando a Dios.

¿No es un programa para nosotros este año, seguir el ejemplo de los pastores? ¿No somos, como ellos, indignos de haber sido llamados a la fe en Jesús, pero agraciados porque Dios no ha tenido en cuenta nuestra indignidad? Pero el texto concluye con tres afirmaciones importantes: 1) Que "María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón"; es decir, que era sensible al significado de la historia que estaba viviendo, que buscaba comprenderla mejor, que algún día pudo comunicar a otros ese significado salvífico de su propia experiencia. Madre de Dios llegará a ser también, como modelo de fe, madre de los hombres. 2) Que el niño fue circuncidado al octavo día de su nacimiento, es decir, que se cumplió en él lo que prescribía la ley judía, para que algún día nosotros pudieramos liberarnos de ritualismos inútiles. Él se sometió a la Ley "para rescatar a los que estaban bajo la Ley", como dice San Pablo en la segunda lectura. 3) Que le pusieron, ese mismo día de su circuncisión, como acostumbraban los judíos, el nombre de Jesús, que el ángel había anunciado que llevaría. Un nombre que significa nada menos que: "Dios es salvador"; todo un programa de vida para el niño, y para nosotros sus discípulas y discípulos en este año que hoy comenzamos.

Digamos, finalmente, una palabra sobre la jornada mundial por la paz que hoy celebra la Iglesia. La paz es, por una parte, un don de Dios, de su Espíritu. Por eso hay que pedirla fervientemente en la oración: paz entre las grandes religiones de la tierra, entre las razas y las naciones, entre los hombres y las mujeres de todo el mundo, de todas las edades y de todas las lenguas. Paz entre los iglesias cristianas, para que lleguen a conformar algún día la gran Iglesia, la única Iglesia de Jesucristo, para que todos crean. Paz como fruto de la justicia, pues mientras permanezcan las desigualdades abismales entre los pocos ricos del mundo y los millones y millones de pobres, es muy difícil que haya paz. La paz es, por tanto, tarea nuestra: se funda en la justicia de nuestras relaciones, en el respeto por cada uno de los seres humanos, en la defensa de su dignidad y en la plena realización de sus derechos. Un programa político, cultural, social, religioso, familiar. "Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios!" dijo Jesús, nuestro Señor.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


35.

1. "Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer" (Gálatas 4,4.) Dios ha querido nacer de una mujer. Habiendo decidido encarnarse, el Hijo de Dios ha determinado asumir el (proceso biológico humano como todos los hombres, ser gestado en el seno de una mujer, nacer llorando, pasar largos ratos durmiendo, someterse a todas las necesidades fisiológicas, depender de su madre, como todos nosotros, ser acunado por su madre, ser arrullado por su dulce, tenue y amorosa voz, recibir bellos y encendidos piropos, y ser cubierto de besos mientras le da de mamar y le mece.

2. Despertó al Niño Jesús el parloteo de los pastores. Unos le cogieron en brazos, otros le acariciaron, y El correspondía con una prolongada sonrisa. San José también lo toma en sus brazos con veneración y respeto y con un cariño inmenso, agradeciendo, loco de alegría, la gran vocación, confianza y predilección que ha depositado en él el Padre.

3. Pero no están siempre en adoración del Niño. Hay que hacer cosas, limpiar el establo, ir a buscar leña, encender el fuego, traer agua, preparar la comida, lavar los pañales del Niño, atender con amabilidad y cariño a los pastores y a los vecinos que fueron llegando también poco a poco. Y buscar una casa digna, superada ya la emergencia del nacimiento.

4. Y después, cuando todos se fueron, y se quedaron solos, María pensaba. María es una mujer contemplativa, como se deduce de las palabras del Evangelio: "María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lucas 2,16). Había escuchado a los pastores y ahora medita en su corazón. María sabe leer los signos de los tiempos y los signos de Dios. Cuando decimos que María meditaba estas cosas, no debemos entender que daba vueltas en su mente a las imágenes de los pastores: si jóvenes, si viejos, si rudos, si muchos, si pocos, si altos, si bajos, si de pelo negro, o de ojos grandes, o pequeños, sino que se pierde en Dios abismándose en sus eternas decisiones, en el acontecimiento-misterio de la Encarnación.

5. Cumple así la misión del hombre de que nos habla el Concilio: "Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina" (GS 18). La contemplación acerca intuitivamente a la divinidad, es integradora, afectiva, unificante. Cuando María contempla, admira, se asombra, alaba, se enternece, glorifica, agradece, se ofrece, se entrega. Sale de sí misma. Esto es el éxtasis que se abisma en la "profundidad de la riqueza, de la sabiduría y ciencia de Dios y comprende cuán insondables son sus pensamientos, y cuán indescifrables sus caminos" (Rm 11,33). Esta contemplación la convierte en una mujer madura y grande, inalterable y equilibrada, y la hace vivir en la atmósfera de paz que el mismo Dios le contagia al tener en Dios clavada la mirada y el corazón.

6. "Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama "Abba" (Gálatas 4,4). El corazón es la fuente de los sentimientos, y el lugar profundo donde la persona toma conciencia de sí misma, reflexiona sobre los acontecimientos, medita sobre la realidad y asume actitudes responsables hacia los hechos de vida y hacia el misterio de Dios. Los textos de hoy subrayan la importancia decisiva que tiene el corazón respecto de la salvación. Jesús está presente en la historia como salvador, como redentor, como liberador, "por medio del cual Dios ha ido haciendo las realidades del mundo" (Hb 1,2), y como divinizador. Pero es necesario aceptarlo en el corazón. La sola presencia de Jesús entre los hombres no produce la salvación. Sólo cuando los corazones lo aceptan, se renuevan, animados por el amor filial hacia Dios. Sólo desde el corazón podemos aceptar a Jesús como hermano y con él podemos de verdad decirle a Dios: Padre. Jesús está en el mundo. Pero hay muchos que le rechazan, que no le reciben, o que no se enteran.

7. Cuando nació Jesús, sólo los pastores, acogiendo en su corazón la palabra del ángel, fueron corriendo en busca de la salvación y encontraron al niño acostado en el pesebre, con María, su Madre y con José. No basta oír, hay que meditar. Las decisiones personales salen de dentro del corazón. Además, cuando el corazón deja de escucharse siempre a sí mismo y sale de sí mismo, se da cuenta de cuántos problemas hay a su alrededor y halla fuerzas para encontrarse con la novedad del amor de Dios manifestado en Jesús que se nos entrega, portador de la vida y de la paz.

8. Sólo María calla. Dios habló a Abraham y a Moisés y envió a los Profetas para que hablaran a nuestros padres. Ahora, en esta etapa final nos ha hablado por su Hijo (Hb 1,1).

Cuando nace el Hijo de Dios, hablan los ángeles, los pastores, los reyes venidos de Oriente. Hablarán Simeón y Ana en el templo. Sólo María calla, absorta en el misterio. Sólo la Madre guarda silencio.

9. Al imponerle al Niño el Nombre, en la circuncisión, José ejerció el derecho y el deber del padre. "Tú le pondrás por nombre Jesús" (Mt 1,22). Así se lo había mandado el ángel. En el lenguaje de la Biblia dar el nombre significa tomar posesión de lo que se nombra: "Dios llama por su nombre a las estrellas; Jesús llama a Simón, hijo de Juan, "Cefas". José así, se hace responsable del Niño, Jesús, en su misión mesiánica de Salvador. "Al cumplirse los ocho días, cuando tocaba circuncidar al Niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción" Lucas 2,21.

10. Jesús significa Dios que salva de todo mal. A todos los hombres, de todos los males, que en el fondo, son privación de la plenitud de la vida verdadera, corporal, espiritual, psicológica, moral. Nos libra del error y la ignorancia, nos fortalece en las tristezas, nos conforta en el dolor. Y nos sigue librando hoy y ahora, en la Eucaristía, donde "tiene piedad y nos bendice, e ilumina su rostro sobre nosotros" (Salmo 66).

TAMBIEN CELEBRAMOS HOY LA JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ. SI ACOGEMOS A JESUS COMO MARIA, CAMINAMOS HACIA LA PAZ

11. La paz, será la primera palabra de Jesús en su visita oficial a la Iglesia, reunida en el cenáculo la tarde de la Resurrección: "La paz sea con vosotros" . El mismo Jesús es, según Isaías, "El Príncipe de la paz" . Y todos los profetas se han extasiado en la contemplación de la era mesiánica, como portadora de abundancia y de paz . Los ángeles en Belén han anunciado oficialmente la "paz a los hombres que ama el Señor" . Jesús enviará a sus apóstoles como embajadores de paz" , según la profecía de Isaías: ¡"Qué hermosos sobre los montes los pies del que trae la buena nueva de la paz" . Nuestro Dios es el Dios de la paz" . Y después de su resurrección, Jesús da a sus apóstoles la paz: "La paz os dejo, mi paz os doy" , que repetirá el sacerdote antes de la comunión.

12. Y con la paz, sus frutos: en el cuerpo, la paz ordena todos los miembros entre sí. En el alma racional, produce el concierto perfecto entre entendimiento, voluntad y acción. Entre Dios y el hombre, establece sumisión a la fe y a la ley eterna. Entre los hombres la concordia. En la casa establece conformidad entre los que mandan y los que obedecen. En la ciudad hace concordes entre sí a los ciudadanos y con la autoridad. En el cielo el gozo perfecto de Dios y de unos con otros con Dios. La paz donde esté es la tranquilidad que nace del orden reinante en que cada cosa ocupa el lugar que le corresponde .

13. La paz exige dominar la manía que hay en todo hombre de ser más guapo y más fuerte, de sobresalir. La paz supone no dejarse arrastrar por el nerviosismo de la actividad inquieta y del corazón que quiere acabar con rapidez, inmediatamente, con todo el que piensa de manera diferente.

La paz es el fruto del cumplimiento de las bienaventuranzas, del diálogo, de desterrar la causa de la violencia, de no ambicionar con desmesura ni la riqueza, ni los honores, ni el poder, ni la ganancia.

La paz antepone la bienaventuranza de la mansedumbre, que ofrece a los demás supremacía. La paz exige hacer gestos valientes de desarme, de afabilidad, de diálogo auténtico. La paz supone saber dialogar sin llevar las respuestas prefabricadas. La paz sabe escuchar. Sin escuchar atentamente, despacio, no se puede dar buena solución a los problemas. Y tener humildad para aceptar cualquier iniciativa que venga a solucionar, o a perfeccionar, la vida social. La paz es consecuencia de la bienaventuranza del hambre y sed de justicia, que no busca la satisfacción propia o la comodidad. La paz es fruto del deseo ardiente de que Jesús reine en los corazones, que vivan su vida de hijos de Dios. La paz nos pide difundir el mensaje a tiempo y a destiempo, oportuna e importunamente, con humildad y sencillez, pero con persuasión y convencimiento entregado. Diálogo entre un obispo americano y un actor de teatro: "-Usted dice los textos convencido. –Lo contrario que ustedes. Nosotros, los actores, decimos las mentiras como si fueran verdad y ustedes dicen las verdades como si fueran mentiras". Y prescindiendo de lo que dirán o pensarán los demás. Sin mirar de reojo buscando la aprobación y el aplauso, o la cita en la prensa. Y aceptando ser escarnecidos y humillados por nuestra fidelidad al evangelio. Con la vista puesta exclusivamente en Dios, que es el que convierte los corazones y los cambia, y no en la propia promoción y aceptación.

14.. Cuando llegue esa paz, "los confines de la tierra habrán contemplado la victoria de nuestro Dios". Y "cantaremos al Señor un cántico nuevo, porque su diestra y su santo brazo habrán conseguido la victoria" (Salmo 97) de la paz por nuestro Señor Jesucristo, Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, y nos da la paz. Su paz. La que no puede dar el mundo, y como no la puede dar el mundo. Esa es la paz que nos hemos de dar unos a otros hoy en la misa para preparar nuestro corazón que va a recibir con alegría el sacramento del cielo que contiene al Príncipe de la paz.

HOY ES TAMBIÉN EL DIA DE AÑO NUEVO.

15. Día a propósito para el examen, la petición de perdón y el propósito de conversión y de hacer rendir mejor los talentos. No nos cuesta nada pedir perdón por los errores que cometió la Iglesia en el siglo XVI. Lo difícil no es eso. Lo cometieron otros. Lo difícil es querer escuchar hoy a los que nos dicen nuestros errores, lo virtuoso es no taparles la boca a los que nos dicen las verdades, aceptar reflexionar sobre ellas y pedir perdón si son públicas y generalizadas y siempre corregirnos y mejorar. En un libro del arzobispo de México, Monseñor Martínez, confiesa: "Lo que más me gusta es la dirección espiritual y la predicación. Procuraré cercenar esta afición mía que va en detrimento de mis múltiples obligaciones pastorales". Aprovechar mejor las gracias tan abundantes de cada día. Dios escribe un diario de nuestra vida. Nuestra historia nos será un día leída a nosotros y a toda la humanidad. Procuremos hacerla hermosa. Borremos con la penitencia lo negativo. Despertémonos, que llega la hora. Y se hacen más fuertes cada día las razones de nuestro apresuramiento, a saber: la muerte avanza, el pecado gana terreno y el endurecimiento se acrecienta.

16. Madre del Redentor, Virgen fecunda, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar, ven a librar al pueblo que tropieza y quiere levantarse. Ante la admiración de cielo y tierra, engendraste a tu santo Creador, y permaneces siempre virgen. Ten piedad de nosotros pecadores.

J. MARTI BALLESTER


36.

Santa María, Madre de Dios

1. Lecturas del día Números 6, 22-27 : "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.El Señor se fije en ti y te conceda la paz"

Carta a los gálatas 4, 4-7 : "Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer..."

Ev. según san Lucas 2, 16-21 : "Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba esas cosas en su corazón".

2. Introducción

En el año 431, en el concilio de Éfeso, se proclamó solemnemente a María Madre de Dios (Theotokos).

La liturgia romana le dedicó esta fiesta a María (la más antigua) en su calendario el día de la Octava de Navidad.

Olvidada durante siglos, Pablo VI la recuperó "para recordar el papel que María tuvo en el misterio de la salvación..: "por cuya maternidad virginal hemos recibido a Jesucristo, el autor de la vida"(Marialis cultus,1974).

3. El Señor te bendiga y te proteja...

3.1. A tanto llegó la protección de Dios sobre María que, aun siendo redimida por Cristo, por la aplicación anticipada de los méritos de su redención (única excepción en la historia de la humanidad) fue liberada de la "mancha" del pecado original en el mismo instante de su concepción. Por eso ella se llamará y será la Inmaculada Concepción (Lourdes).

3.2. En pos de ese don, la hermosura del rostro de Dios iluminó y traspasó el corazón y el alma de María hasta el extremo de hacerla la Madre del Verbo encarnado. "En verdad, la mirada del Señor se ha fijado en su humilde esclava", y por ello "la llamarán bienaventurada todas las generaciones".

4. Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo...

4.1. Ese tiempo de que habla la Escritura se cumplió en la mujer que era humilde esclava del Señor; en aquella mujer, María, que extrañamente había renunciado a su maternidad, contrariando la tradición de Israel.

4.2. Toda mujer israelita consideraba como una desgracia o castigo de Dios el no tener hijos, sobre todo por razón de que, según las promesas de las antiguas Escrituras, de una mujer de Israel habría de nacer el Mesías, el Salvador. Si María renuncia a ser madre, es que no considera, en su profunda humildad, que Dios se vaya a fijar en ella; y queriendo ofrecerle algo importante en su vida, le ofrece la renuncia a ser madre, permaneciendo humilde esclava suya.

4.3. Pero Dios ensalza a los humildes. Por eso podríamos afirmar que en la base de la maternidad divina de María está su profunda humildad : "por eso Dios ha mirado a su humilde esclava", y desde ahora en adelante "me llamarán bienaventurada todas las generaciones".

5. Y María conservaba todas esas cosas en su corazón... En el misterio de la maternidad divina de María podemos considerar cómo ésta escuchaba la Palabra y era fiel a la voluntad de Dios:

5.1. María a la escucha de la Palabra. A lo largo de toda su vida, María fue siempre mujer "sedienta" de la Palabra: la buscaba incesantemente con ansiedad; la escuchaba con embeleso; la acogía en su corazón con profundo amor y entrega; y por eso "la Palabra se hizo carne en ella".

5.2. María, la mujer fiel a la voluntad de Dios. Se trata de una fidelidad que no le impedía, en su sincera humildad responsable, desear la clarificación de la verdad ante el enviado de Dios, pues era mujer que había consagrado su virginidad. Ella había hecho promesa solemne a Dios y quería, en todo momento, ser la mujer fiel a lo prometido: obediente hasta la muerte.

Pero cuando el ángel le aclara que Dios acepta su condición de virgen, y que, a pesar de ello, la quiere Madre del Mesías, la respuesta inmediata de María es otro profundo acto de humildad y de obediencia: "yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra..."

Algún santo padre ha dicho en su teología que en la base de la Maternidad divina de María está su profunda y radical obediencia a Dios.

6. María, madre de la Iglesia

6.1. En el generoso SÍ de María hemos sido llamados todos, en el Hijo de Dios y de María, a ser hijos de Dios. Por lo cual, en Jesús y María podemos llamar verdaderamente a Dios ¡Padre!.

6.2. En su discurso del 24 de noviembre, al finalizar el concilio Vaticano II, el papa Pablo VI dijo: "Así, pues, para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a Santa María Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa; y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título".

6.3. Como complemento de lo dicho, el Papa expresó con estas palabras cuál es el fundamento de la maternidad de María como Madre de la Iglesia: "La divina maternidad es el fundamento de su especial relación con Cristo y de su presencia en la economía de la salvación operada en Cristo. Y ella también constituye el fundamento principal de las relaciones de María con la Iglesia, por ser Madre de Aquél que, desde el primer instante de la encarnación en su seno virginal, se constituyó en Cabeza del Cuerpo Místico, que es la Iglesia. María, pues, como Madre de Cristo, es Madre también de los fieles y de todos los pastores, es decir, de la Iglesia".

DOMINICOS
Comunidad de Ntra. Sra. de Atocha. Madrid
Orden de Predicadores - Familia Dominicana


37.

COMENTARIO 1

UNA FE PUESTA A PRUEBA

Los pintores han dibujado a María sobre las nubes, ro­deada de ángeles, «envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas», subiendo hacia Dios y despegando de la tierra.

Colocada entre Dios y los hombres, María parecía pertenecer más a una esfera intermedia que al mundo de los humanos. Esta imagen 'en ascensión', basada en la interpretación tradicional de la Iglesia, que identifica a María con la mujer que lucha contra el dragón, descrita en el Apocalipsis (c. 12), parece haberla rescatado para Dios del mundo de los humanos.

De la escena de la anunciación, entendida al pie de la letra por predicadores e intérpretes del texto bíblico, se ha impues­to otra imagen de María, mujer clarividente que, desde el pri­mer momento, conoce de 'pe a pa' todo el plan de Dios sobre ella, acatándolo con un 'sí' tajante y decidido.

Pero una lectura atenta entre líneas del Evangelio de Lu­cas da a entender que la vida de María y su fe -su adhesión al plan de Dios encarnado en Jesús- se acercan más a la de los cristianos de a pie que se debaten entre dudas y preguntas, entre incertidumbres y contradicciones.

En los dos primeros capítulos de su Evangelio, Lucas lo pone de relieve: Los pastores «fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho del niño. Todos los que lo oyeron se admiraban de lo que les decían los pastores. María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, me­ditándolo en su interior» (Lc 2,l6ss).

La noticia de un Mesías, niño, acostado en el pesebre, coge de sorpresa a todos. Aquello no entraba en el programa de la teología de entonces. ¡El Mesías, el Salvador, el heredero del trono de David su padre, acostado en un pesebre! ¡El hijo del Altísimo sumergido en la debilidad humana: un tierno niño, compartiendo ya desde el principio la condición de los humil­des y pobres de la tierra!

«María -comenta Lucas- conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior.» Difícil de digerir la escena; por eso María tendría necesidad de meditar en su interior estos acontecimientos, que rompían los esquemas que se ha­bían trazado sobre el mesías venidero.

Más adelante, cuando Simeón se refiere a Jesús como 'al salvador, colocado ante todos los pueblos, como luz para alum­brar a las naciones y gloria de Israel', el evangelista vuelve a comentar que «su padre y su madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño» (Lc 2,30-32). Tampoco era éste el mesías esperado, un mesías universalista que venía a alum­brar a las naciones y que se manifestaría en Israel. Se esperaba más bien un mesías 'de y para' el pueblo de Israel que firma­ría sentencia de castigo contra las naciones (los demás pueblos de la tierra, los no judíos o paganos).

Finalmente, cuando más tarde sus padres lo encuentran en el templo entre doctores, el evangelista apostilla de nuevo: «Ellos no comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conser­vaba en su interior el recuerdo de todo aquello» (Lc 2,50-51).

El recuerdo de todos aquellos acontecimientos posibilitaría a María su comprensión.

Por estas frases de Lucas y otras que podemos leer entre líneas en los restantes evangelistas concluimos que el camino de fe de María hasta llegar a aceptar el plan de Dios en Jesús debió pasar, como el nuestro, por momentos de oscuridad, de duda, de sorpresa y extrañeza. La luz se haría a base de darle vueltas a los hechos, de meditar y reflexionar hasta llegar a comprender que el mesías esperado no era el mesías anun­ciado a bombo y platillo por las escuelas teológicas de la época.

COMENTARIO 2

MARIA DE LA LIBERACIÓN

«De modo que ya no eres esclavo, sino hijo.» Así se expresa Pablo en la carta a los Gálatas: lo que, en ultimo término, nos da el derecho a ser libres es que somos hijos de Dios, hermanos del hijo de Dios. Por eso, porque él quiso ser hermano nuestro en María y porque ella siempre fue fiel al Dios de la liberación, podemos llamarla María de la Liberación.



EL SEÑOR SE FIJE EN TI

En medio de una serie de instrucciones para los sacerdo­tes, el libro de los Números, que sitúa a los israelitas al pie del monte Sinaí, aún reciente la experiencia de la Alianza, indica cómo deberá ser bendecido el pueblo: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz.» La paz, el resumen de todos los bienes que puede desear un hombre, el conjunto de todos los beneficios que puede el hombre recibir de Dios, la meta última de todo lo que Dios está haciendo por su pueblo: un hombre en paz consigo mismo y con sus semejantes; un pueblo en el que reina la paz entre sus miembros y que vive en paz con sus vecinos.

El pueblo de Israel tendrá que completar un largo proceso que empezó con la salida de Egipto y la liberación de la esclavitud, llegar a la tierra que Dios le va a entregar, organizar una sociedad en la que nadie sea esclavo de nadie y establecer unas relaciones de amistad con sus vecinos.

La paz es, por tanto, la meta; pero en nombre de la paz no se puede eludir el proceso: para llegar a la meta no hay más remedio que recorrer todo el camino. El fin último no es la liberación, sino la paz, pero la paz es incompatible con la opresión y la injusticia.



CUANDO SE CUMPLIÓ EL PLAZO

Esta bendición tiene al menos dos mil cuatrocientos años de antigüedad y sigue siendo una aspiración presente en el corazón de todos los hombres de buena voluntad, una aspira­ción tristemente frustrada en tantas y tantas ocasiones. Su fracaso empezó a configurarse cuando lo que Dios había que­rido que fuera una garantía de libertad y justicia se convirtió en instrumento de opresión y de esclavitud: la Ley. Los man­damientos de Dios habían sido dados para que sirvieran al hombre (Lc 6,5; véase Mc 2,27); pero los funcionarios de la religión, traicionando su función y su fe, habían puesto al hombre al servicio de las normas; de ahí el rechazo de Jesús a la ley como medio de relación entre Dios y los hombres: a través de Jesús, Dios nos dice que, para los que quieran ser sus hijos, ya no hay leyes, sino sólo su Espíritu, que es vida y amor: «Y la prueba de que sois hijos es que Dios envió a vuestro interior al Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡ Padre! »

En la organización patriarcal de la familia, vigente en la Palestina de los tiempos de Jesús, convivían en la misma casa, en la casa del padre, tanto los hijos como los siervos. Todos estaban sometidos a la autoridad del padre, pero mientras unos, los hijos, eran considerados hombres libres, otros, los siervos, tenían un grado de libertad prácticamente inexistente. A estos últimos, a los siervos, compara Pablo los hombres sometidos a la Ley -se refiere a la Ley de Moisés-, y a los hijos, los que ya no están sometidos a ella; el paso de una situación a otra coincide con la adopción de la fe cristiana, con el don del Espíritu, con el ser recibidos como hijos en la casa del Padre Dios: el Espíritu, recibido y aceptado libre­mente, convierte al hombre en hijo de Dios, llevando así a término la tarea de Jesús: «rescatar a los que estaban someti­dos a la Ley, para que recibiéramos la condición de hijos».



MADRE DE LOS HIJOS DE DIOS

Para realizar esta misión, dice Pablo, «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción». Pablo quiere subrayar que esta tarea quiso reali­zarla el Padre desde abajo, haciéndose presente, en un hombre, en el mundo de los hombres. Jesús no fue un dios disfrazado de hombre: la suya era carne nacida de una mujer, de una mujer pobre y sencilla en la que se fijó de manera especial la mirada de Dios (Lc 1,48), centrando en ella el cumplimiento de todas las promesas del Señor a su pueblo.

Ella fue una mujer que, como todos los seres humanos, tuvo que someterse a un proceso, a veces difícil, con momen­tos de especial dureza, como algunos de los episodios que comentábamos el domingo pasado, para ir alcanzando con la plenitud de la fe su propia liberación, para ir incorporando a su papel de madre su vocación de hermana. Seguro que le resultó difícil tener que dar a luz en un establo y acostar a su hijo en un pesebre; sin duda que se sintió sorprendida al ver a los pastores que llegaban buscando a su hijo recién nacido... Ella, «María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior».

Todo esto debemos agradecérselo a María: la aceptación de la tarea que Dios le propuso abrió para todos el camino del encuentro con un Dios que quiere ser Padre de todos los que acepten ser sus hijos. Y si el ser hijos equivale a ser libres, con toda justicia podemos llamar a María, María de la liberación... y de la paz.



COMENTARIO 3

EL BELEN, EL PESEBRE, EL NIÑO...,

¿SON UNA SEÑAL TODAVIA PARA LOS MARGINADOS?

Los marginados, espoleados por aquella noticia tan sorpren­dente, van derechos al objetivo: quieren comprobar con sus propios ojos que su sueño se ha hecho realidad: «Cuando los dejaron los ángeles para irse al cielo, los pastores empezaron a decirse unos a otros: «Ea, vamos derechos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor. Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño recostado en el pesebre» (2,15-16).

Dan con una pequeña comunidad familiar, descrita como toda comunidad bien constituida, con tres personajes. Se trata de un grupo humano real (nombres propios), con funciones bien diferenciadas: María, la madre, personificando el amor fiel y desinteresado; José, el padre / la tradición patria, quien ha pues­to su linaje al servicio de la causa de la humanidad; el niño (todavía sin nombre), recostado en un pesebre, impotente (Dios no debe ser tan Omnipotente como decimos), tan marginado como los mismos pastores (habla con hechos el mismo lenguaje). Es el inicio de un cambio de valores que hará historia.



DIVISION DE OPINIONES ANTE UNA NOTICIA

PROPALADA POR MARGINADOS

«Al verlo, revelaron el contenido de lo que les habían dicho acerca de aquel niño. Todos los que lo oyeron quedaron sorpren­didos de lo que les habían dicho los pastores» (2,17-18). No queda claro quiénes son esos «todos» a quienes los pastores comunicaron el contenido del oráculo celeste. Por analogía con 1,65-66, podría sugerirse que los pastores divulgaron la noticia por el vecindario. De hecho, nadie en Israel se esperaba semejan­te noticia, y menos todavía de labios de gente tan despreciada. Por eso no les dieron crédito.

La primera reacción, la de los oyentes, fue tan sólo de sorpre­sa. «María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior» (2,19). La reacción de María, figura del Israel fiel, es distinta. Aun cuando no lo comprenda, «conserva el recuerdo», es decir, lo ha grabado en su memoria. El hecho de conservar la memoria de estos hechos «en su corazón» (lit.: cf. 1,66) y de «ponderarlos» posibilitará un día su comprensión. «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído; tal y como les habían dicho» (2,20). La tercera reacción, la de los marginados y asociales, es pareja a la de los ángeles («glorificando/gloria» y «alabando a Dios»). Han podido comprobar personalmente la veracidad del anuncio del ángel: les ha nacido un salvador que los va a sacar de su marginación, el Mesías de Israel y Señor de todas las naciones. Sólo ellos estaban capacitados para comprender aquel lenguaje tan crudo.

“Al cumplirse los ocho días, cuando tocaba circuncidar al niño, le pusieron de nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción” (2,21). En paralelo con Juan, pero no sin un contraste significativo, circuncidan al niño, integrándolo en la alianza que Dios hizo a Abrahán (cf. 1,59), y le ponen el nombre de Jesús, es decir, “Dios salva”, según el ángel se lo había ordenado (1,31), atendiendo a su calidad de “salvador”.



COMENTARIO 4

¡Año nuevo, vida nueva! grita la gente por las calles, plazas y azoteas. El júbilo del año que comienza hace olvidar las dificultades y penurias del año que termina. La esperanza inflama los corazones y todos tienen la sensación de que en este nuevo año todo es posible. Es un tiempo nuevo, un tiempo especial que, sin embargo, tiene ya la marca de la decadencia y del olvido. Las lecturas de hoy nos invitan a meditar precisamente sobre el tiempo. Pero no sobre el tiempo que marca el diario declive de nuestra exis­tencia, sino sobre el tiempo que nos abre las puertas al encuentro con Dios.

Este tiempo de gracia no ha sido producto fortui­to. Este tiempo nuevo ha sido posible gracias al sabio corazón de una mujer que ha conjugado las urgencias de su pueblo con las expectativas de la humanidad. Así ha nacido una gran esperanza que no se extingue con el fin de nuestra existencia, sino que se renueva y florece para cada generación que intenta convertir nuestra historia de violencia y muerte en una historia de gracia y redención.

Una esperanza que nace en la experiencia cotidia­na, cocida en el fogón de la paciencia y condimentada con el amor de cada día. Una esperanza que es nuestra y nos alumbra cada día. De modo que la discreta alegría que alimenta nuestros corazones al inicio de una nueva fecha, contiene ya el germen de una alegría inmensa por la irrupción de una nueva era.

Año nuevo... ¡vida nueva! Que así sea. Pidámoselo al Señor, con todo nuestro corazón, para nosotros y para todo el mundo...

  1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba
  2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  3. J. Rius-Camps, El Exodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro Córdoba.
  4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica). 
     

38.

Fuente: es.catholic.net
Autor: P. Octavio Ortíz

Nexo entre las lecturas

La mujer es el centro de atención de la liturgia. Particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. San Pablo en su carta a los gálatas dice de Jesucristo: "nacido de mujer, nacido bajo la ley" (segunda lectura), para indicarnos que como hombre Dios necesariamente ha tenido que tener una madre. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María madre: "El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz". El rostro del Señor es Jesús de Nazaret, el hijo de María. El evangelio nos permite intuirlo cuando con impresionante sencillez nos dice, refiriéndose a los pastores: "Fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre".


Mensaje doctrinal

1. Mujer y Madre de Dios. "Nacido de mujer" es Jesús. Mujer, con toda su feminidad, es María, la nueva Eva, origen y espejo de toda mujer redimida. Siendo Jesús el Verbo de Dios, resulta obvio que María es la Madre de Dios, la gloria suprema de la mujer. Dios, en su inmensa sabiduría, ha querido vivir la experiencia de tener una madre, de mirarse en la ternura de sus ojos, de acunarse en sus brazos y de ser estrechado en su regazo. Para ser Madre de Dios María no tuvo que renunciar o dejar al margen nada de su feminidad, al contrario, la tuvo que realizar en nobleza y plenitud, santificada como fue por la acción del Espíritu Santo. Al nacer de una mujer Dios ha enaltecido y llevado a perfección "el genio femenino" y la dignidad de la mujer y de la madre. La Iglesia, al celebrar el uno de enero la maternidad divina de María, reconoce gozosa que María es también madre suya, que a lo largo de los días y los meses del año engendra nuevos hijos para Dios.

2. Madre, bendición y memoria. En el designio de Dios, que es fuente de la maternidad, ésta es siempre una bendición: como a María, se puede decir a toda madre: "Bendito el fruto de tu vientre". Una bendición primeramente para la misma mujer, que mediante la generación da cumplimiento a la aspiración más fuerte y más noble de su constitución, de su psicología y de su intimidad. Bendición para el matrimonio, en el que el hijo favorece la unidad, la entrega, la felicidad. Bendición para la Iglesia, que ve acrecentar el número de sus hijos y la familia de Dios. Bendición para la sociedad, que se verá enriquecida con la aportación de nuevos ciudadanos al servicio del bien común.

3. La maternidad es también memoria. "María hacía ’memoria’ de todas esas cosas en su corazón" (evangelio). Memoria no tanto de sí misma, cuanto del hijo, sobre todo de los primeros años de su vida en que dependía totalmente de ella. Memoria que agradece a Dios el don inapreciable del hijo. Memoria que reflexiona y medita las mil y variadas peripecias de la existencia de sus hijos. Memoria que hace sufrir y llorar, que consuela, alegra y enternece. Memoria serena y luminosa, que recupera retazos significativos del pasado para bendecir a Dios y cantar, como María, un "magnificat".


Sugerencias pastorales

1. La madre, "sol de la casa". Esta expresión aplicó el papa Pío XII a la madre en un famoso discurso. Como el sol, la madre aporta "calor" al hogar con su cariño y su dulzura; como el sol, la madre ilumina los "ángulos oscuros" de la vida hogareña cotidiana; como el sol, la madre anima, suscita, regula y ordena la actividad de los miembros de la familia; como el sol, en el atardecer, la madre se oculta para que comiencen a brillar en la vida de los hijos otras luces, otras estrellas. La Virgen María fue el "sol" de la casa de Nazaret para su hijo Jesús y para su esposo José. En ella encuentra toda esposa y madre un modelo que imitar, un camino que seguir. ¿Cómo puede ser hoy, una esposa y una madre, sol de la casa? ¿Cuáles son las expresiones de cariño y de dulzura para "calentar" el hogar? ¿Cómo iluminar los "ángulos oscuros" del esposo, de los hijos, y de los demás seres queridos que conviven en la misma casa? ¿Qué formas de tacto y mesura habrá de usar para orientar la actividad de la familia hacia la unión, el bienestar, la paz, la felicidad? ¿En qué modo habrá de "ocultarse" para no opacar las nuevas luces que aparecen en el horizonte de sus hijos? Sería una desgracia para la familia y para la sociedad el que la madre, en lugar de ser el sol de la casa, viniese a ser noche y tiniebla, tormenta y huracán. ¡Madre!, sé siempre luz del hogar, levanta tu mirada hacia María la Madre y sigue sus pasos.

2. Valorar la maternidad. En el mundo actual la maternidad pasa por un estado de ambivalencia. Por un lado el fenómeno de la disminución de la natalidad en el mundo, especialmente en Europa y Occidente, es real y evidente, al igual que casi se ha perdido el carácter "sacro" de la maternidad por su colaboración con la obra del Creador y el respeto a las leyes divinas sobre las fuerzas y límites procreativos del hombre y la mujer; por otro, la mujer desea satisfacer a toda costa su vocación íntima a la maternidad, o quiere tener menos hijos para poder dedicarse más y mejor a su tarea de madre educadora, o adopta con amor y decisión hijos "anónimos" o "huérfanos", a costa incluso de muchos sacrificios. Ante esta ambivalencia, simplemente delineada y que por tanto abarca otros muchos aspectos, es necesaria una campaña para que tanto la mujer como la sociedad en general valoren más la maternidad. ¿Qué se puede hacer en tu ambiente para lograr esta valoración? ¿En qué pueden las leyes, los medios de comunicación, las instituciones estatales y eclesiales contribuir a valorar la vocación original y primaria de toda mujer?


39. DOMINICOS 2004

Santa María, Madre de Dios

Ocho días después del nacimiento de Jesús,  los cristianos seguimos celebrando el gran misterio de la encarnación y del nacimiento del Hijo de Dios.  Junto al Hijo que nace de una mujer y nos hace “hijos e hijas” de Dios por adopción, como dirá el apóstol Pablo en la segunda lectura, la Iglesia vuelve sus ojos a María, la “Madre de Dios” (theotokos).  Nos unimos a la actitud contemplativa de la madre en Belén que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Al iniciar el nuevo año, pidamos con confianza al Padre: “concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida” (oración colecta).

Celebramos también , en este día,  la Jornada Mundial de la Paz, pidiendo insistentemente al Señor, Príncipe de la Paz, el don de este bien tan escaso en un mundo desgarrado por la guerra, la violencia y la injusticia. Con la esperanza de que “la paz es posible. Y, si es posible, la paz es también una necesidad apremiante”, como afirma Juan Pablo II, renovemos el compromiso de colaborar eficazmente en la búsqueda de caminos que conduzcan a la paz.

El primer día del 2004 es además un momento propicio para poner, ante la mirada de Dios y en sus manos, nuestra vida y los anhelos de la humanidad para que acertemos a vivir cada instante del año como un tiempo de gracia habitado por su presencia. Con el tradicional saludo de “Feliz año”, podemos los creyentes invocar la bendición de Dios para cada persona y la humanidad entera, haciéndonos eco de las bellas palabras que nos brinda la primera lectura: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”.

Comentario Bíblico

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

La solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia occidental. Probablemente, la fiesta remplazaba la costumbre pagana de las «strenae» (estrenas, dádivas), bien distinta del sentido de las celebraciones cristianas. El «Natale Sanctae Mariae» comenzó a celebrarse en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación de una de las primeras iglesias marianas de Roma, esto es, Santa María Antigua, en el Foro Romano. La última reforma del calendario trasladó al 1 de enero la fiesta de la maternidad divina, que desde 1931 se celebraba el 11 de octubre en memoria del Concilio de Efeso (431), donde se proclama a María “Theotokos”, la que dio a luz al Salvador, el Hijo de Dios.

Celebramos también la Jornada mundial de la Paz (XXVII), ya que al comenzar el año siempre se celebra esta jornada de la paz, cuyo mensaje no puede ser ignorado por los cristianos que deben trabajar denodadamente por la paz amenaza en el mundo.

Iª Lectura: Números (6,22-27): El Señor nos conceda la paz

I.1. Esta formula de bendición que Moisés, en el texto, dicta a Aarón debe ser considerada como lo que es, una fórmula litúrgica. Esa es la razón por la que Yahvé se la inspira a Moisés y éste a Aarón, para darle toda la relevancia y solemnidad necesarias. Sabemos que en ella podemos rastrear expresiones de otros textos bíblicos, de salmos especialmente (cf 121,7-8; 4,7; 31,17; 122,6). Tres veces se repite el nombre de Dios, de Yahvé. Y se pide la bendición que guarde al pueblo, que ilumine con su rostro. Hay toda una teología bíblica del “rostro de Dios” que ha influido mucho en la espiritualidad y en la verdadera actitud cristiana del seguimiento. Buscar el rostro de Dios, el que Moisés no podía mirar, se convierte así en la fórmula teológica de un Dios salvador y misericordioso, protector de Israel y dador de la paz. La paz que era lo que el pueblo podía desear más que otra cosa, sigue siendo el don maravilloso para el mundo.

I.2. Pero el texto que se ha escogido del libro de los Números, está orientado, hoy especialmente, por  la bendición que se pide a Dios. Esa bendición es la paz. En las lenguas semitas, con la raíz shlm —de donde deriva shalom-paz— se indica una dimensión elemental de la vida humana, sin la cual ésta pierde gran parte de su sentido, si no todo. Con la palabra paz se indica “lo completo, íntegro, cabal, sano, terminado, acabado, colmado”. La paz, así entendida, designa todo aquello que hace posible una vida sana armónica y ayuda al pleno desarrollo humano. En los textos, sin embargo, no aparece siempre con este significado tan denso. De ahí viene la palabra griega eirênê. Desde luego, desde el punto de vista bíblico, la paz, e incluso la “pax” como término latino, no es solamente el orden establecido. Es un don mesiánico, implica necesariamente ausencia de guerra. Pero es, sobre todo, un estado de justicia y fraternidad. En el Nuevo Testamento el término eirênê aparece acompañado también de otros sustantivos con los que se coordina y complementa. De la mano de eirênê van amor y alegría (Gal 5,22); gloria y honor (Rom 2,20); vida (Rom 8,6); honradez y paz (Rom 14,17); alegría (Rom 15,13); amor (2 Col 13,11; Ef 6,23); misericordia (Gal 6,16); favor/gracia y misericordia (1Tim 1,2; 2Tim 1,2; 2Pe 1,2; Jn 3); rectitud, fe y amor (2Tim 2,22). Eirênê se muestra de este modo como el ámbito propio para el desarrollo de una vida en plenitud, donde no puede admitirse ni la violencia político-social, ni la violencia económica del mundo (de la globalización inhumana). Efectivamente sigue siendo un “don mesiánico”, fundamentado sobre la justicia y la fraternidad. Es un don que viene de lo alto, con todo lo que esto significa.

IIª Lectura: Gálatas (4,4-7): La plenitud de los tiempos trae la libertad

II.1. La carta a los Gálatas es paradigma de la opción apostólica de Pablo por la salvación de Jesucristo, en contra de la ley. Y este texto de hoy es un “axioma” teológico de su mensaje y de su predicación. El salvador, el liberador, “ha nacido de mujer”, es un hombre como nosotros en el sentido más determinante. Se ha dicho que esta es la “navidad” de Pablo. No deja de ser curiosa, por escueta. Pero la verdad es que nos encontramos ante un texto paradigmático por su afirmación teológica. Nada de esto tiene desperdicio. Todo está medido y tasado en el planteamiento que viene haciendo el apóstol sobre los que han de pertenecer al pueblo de Dios y de las promesas. Es decir, todos los hombres que habiendo nacido fuera de Israel, serán llamados a beneficiarse de las promesas hechas a Abrahán. Por eso se habla de la “plenitud de los tiempos” (tò plêrôma tou jronou); y entonces un hombre (porque es nacido de mujer), nacido en Israel (bajo la Ley), va abrir las puertas de la gracia y la salvación a toda la humanidad.

II.2. No podríamos hablar de un texto mariológico en el sentido estricto del término. De hecho, Pablo es más bien cristológico. Pero no hay verdadera cristología sin la historia real de Jesús de Nazaret (al que no conoció Pablo), un judío, como él. Un judío que habría de enfrentarse, en nombre de Dios, a la manipulación de le ley, para hacer posible que el verdadero proyecto de Dios se realizara plenamente. Para “rescatar a los que estaban bajo la ley”: he aquí el objetivo de la encarnación y el sentido de la navidad para Pablo. Es algo que se respira en toda la carta. Y muy especialmente en este texto donde inmediatamente antes describe el tiempo anterior a Cristo como un estar sometidos a un “pedagogo” (la ley), porque no quedaba más remedio. Pero Dios, como Padre, tiene prevista otra cosa bien diferente para sus hijos.

Evangelio: Lucas (2,15-21): Y encontraron al Salvador del pueblo

III.1. Hoy se nos propone la continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de Navidad, que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21). Nos permitimos señalar que esta tercera parte del relato de Lucas tiene un cierto sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al momento anterior que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario. Los pastores ¿qué harán? ¿buscarán al Salvador? ¿dónde? ¿es suficiente el signo que se les ha dado? ¡Desde luego que si!, lo buscarán y lo encontrarán. Pero lo buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que no se obsesionan con grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por instinto profético. El narrador no deja lugar a dudas, porque quiere precisamente mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se dicen entre ellos algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se van derechos a Belén ¿a Belén? ¿era esa acaso la ciudad de David? Sí; lo fue, pero ya no lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como por medio está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas. Y van a Belén, de donde procedía David, para “ver” al Mesías verdadero. Es verdad, todo es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas, que quiere poner de manifiesto el designio salvador de Dios.

III.2. Ahora los pastores, al llegar, encontraron el “signo”, aunque algo distinto: encontraron a sus padres, de lo que no había hablado la voz celeste. Podría pensarse o podrían pensar que encontrarían un niño abandonado, pero no; están sus padres con él. Y ya no se mencionan los “pañales”, sino el niño acostado en un pesebre. Lo más curioso de todo esto es que los pastores son los que vienen a interpretar el hecho a todos los que lo escuchan. Son como los intérpretes del mensaje que han recibido del cielo. No podemos menos de considerar que la escena es muy formal desde el punto de vista narrativo. ¿Por qué? Porque Lucas quiere que sean precisamente estos pastores, de fama canallesca en aquellos ambientes religiosos, los que anuncien la alegría del cielo a todo el pueblo. Eso es lo que se dijo en el v. 10 y el encargo que se les encomienda: tienen que aceptar el “signo” e interpretarlo para todo el pueblo. ¿Serán capaces? Si no hubieran sido los pastores, probablemente la alegría le habría sido birlada al pueblo sencillo. Pero los pastores, en este caso, son garantía de la inculturación del mensaje divino en el pueblo sencillo.

III.3. ¡Hasta María se asombra de esta noticia!, como si ella no supiera nada, después de lo que le había “anunciado” (que no confidenciado) Gabriel. No obstante, Lucas quiere ser solidario hasta el final. María también es del pueblo sencillo que, de unos extraños pastores, sabe recibir noticias de parte de Dios. Y las guarda en su corazón. Dios tiene sus propios caminos y de ahora en adelante veremos a María “acogiendo” todo lo que se dice de su hijo (como en el caso de Simeón y Ana) y lo que le dice su mismo hijo al dedicarse a las cosas que tiene que hacer y anunciar, desde el momento de la escena de Jerusalén en el templo. Dios está escondido en este “niño” y los pastores lo reconocen y alaban a Dios. ¡Quién iba a decirlo!.

III.4. El relato termina con el v. 21 donde lo más importante y decisivo es poner el nombre del niño, la circuncisión pasa a segundo plano. Un nombre que no es cualquier cosa, aunque no sea un nombre original, ya que el de Jesús es bien conocido (es versión griega del hebreo Josué). Pero como en la Biblia los nombres significan mucho, entonces el que se le ponga el nombre que se le había anunciado, y no el que María elige, quiere decir que acepta, más si cabe, que este niño, este su hijo, ha de ser el Salvador del pueblo que anhela la salvación y que los poderosos le han negado. Es verdad que no se dice explícitamente que María le puso ese nombre, aunque así aparece en la Anunciación. Sabemos que el nombre se lo ponen sus padres (aunque el esposo de María también queda en segundo término en el relato, como la circuncisión). Incluso podíamos inferir que es todo el pueblo el que se encarga de aceptar este nombre revelado que significa: Dios es mi salvador o Yahvé salva. Es una “comunidad” la que reconoce en el nombre todo lo que Dios le regala. Por tanto, en su nombre está escrito su futuro: ser el Salvador de los hombres. Por eso María guardaba todas estas cosas en su corazón.

Pautas para la homilía

“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti...”.Muchas son las bendiciones que Dios derrama sobre el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, como anticipos de la bendición definitiva a toda la humanidad. En el niño frágil y desvalido de Belén, semejante a los demás niños, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, Dios bendice a la humanidad con una bendición irrevocable y desbordante desvelándole su rostro. Desde entonces, Dios no es ajeno a lo humano y toda búsqueda del rostro de Dios pasa necesariamente por el camino de acercamiento al ser humano.  Dios-Hombre, Divino-Humano, misterio hondo de fe de la encarnación que, aunque lo recitamos  de memoria en el credo, nos ha costado y nos sigue costando “confesar” y proclamar en la vida y con la vida, a los que nos decimos cristianos.

El evangelio de este domingo sigue mostrando, con nuevos matices, la riqueza de la noche de la Navidad.  Ya no hay anuncios de ángeles, ni cantos celestiales, sino personas de carne y hueso, con las que podemos acercarnos de puntillas al misterio.

El niño

“El niño acostado en el pesebre” es el auténtico protagonista.  Él es el centro de atracción de todas las miradas y acciones. Sin embargo, en su extrema pobreza y desvalimiento, Dios nos muestra, una vez más, su forma  sorprendente de actuar, muy apartada de los criterios humanos.

Al octavo día del nacimiento, el niño que encarna la cercanía de Dios a los hombres, se somete a la ley de la circuncisión y le imponen su nombre: Jesús, Dios salva. Su vida será la manifestación constante de la misión recibida del Padre.

María y José

Junto al niño están María y José, contemplativos y silenciosos. Esa misma actitud nos invade también a nosotros, cuando la sorpresa y el asombro ante los acontecimientos nos superan y “nos dejan sin palabras”. Para la joven de Nazaret y su esposo no se trata sólo del milagro de la vida que supone el nacimiento de un hijo para unos padres; ese niño es Jesús, el salvador, el Mesías anunciado por los profetas y esperado, durante siglos, por el pueblo de Dios. La actitud contemplativa de María y José se convierte para nosotros en ejemplo ante el misterio. “Silencio orante ante el misterio de Dios”  en palabras de Gustavo Gutiérrez.  

Los pastores

En el cuadro navideño aparecen también los pastores, personajes que no han faltado nunca la hora de decorar el belén.  ¿Serán sólo meros adornos sentimentales?

Su presencia en el relato evangélico comunica una verdad fundamental de la fe cristiana: la preferencia de Dios va dirigida a los pobres y sencillos, a unos pastores, personas que no se distinguían por su buena fama y que se situaban entre los últimos de la escala social. Sin embargo, ellos son los primeros destinatarios de la Buena Nueva, los primeros evangelizados y evangelizadores. ¿Nos atreveremos a traducir esta verdad en la vida cristiana? ¿A quiénes pondremos hoy en el Belén?

Frente a la actitud contemplativa de María y José, los pastores destacan por su acción: van corriendo, cuentan todo lo que les habían dicho de aquel niño, vuelven a su tarea dando gloria y alabando a Dios. Es preciso tener un corazón pobre para saber acoger y fiarse de lo que han oído, para compartir con otros la alegría de una buena noticia, para dejarse sorprender por los signos humildes de Dios en la vida. ¿Seremos capaces de acoger su mensaje?

Carmina Pardo OP.
Congregación Romana de Santo Domingo


40.

Comentario: Rev. D. Manuel Valls i Serra (Barcelona, España)

«Los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre»

Hoy, la Iglesia contempla agradecida la maternidad de la Madre de Dios, modelo de su propia maternidad para con todos nosotros. Lucas nos presenta el “encuentro” de los pastores “con el Niño”, el cual está acompañado de María, su Madre, y de José. La discreta presencia de José sugiere la importante misión de ser custodio del gran misterio del Hijo de Dios. Todos juntos, pastores, María y José, «con el Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16) son como una imagen preciosa de la Iglesia en adoración.

“El pesebre”: Jesús ya está ahí puesto, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto! Lucas habla de un “encuentro”, de un encuentro de los pastores con Jesús. En efecto, sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).

Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.

Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.

María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!


41.
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 7 enero 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención pronunciada por Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles, la primera de 2004, centrada en la maternidad de María.

* * *

1. «Alma Redemptoris Mater... Madre del Redentor...». Así invocamos a María en el período navideño, con una antigua y sugerente antífona mariana, que continúa después con estas palabras: «Tu quae genuisti natura mirante, tuum sanctum Genitorem – Ante la admiración de cielo y tierra,
engendraste a tu santo Creador».

María, ¡Madre de Dios! Esta verdad de fe, profundamente ligada a las festividades navideñas, es subrayada particularmente por la liturgia del primer día del año, solemnidad de María Santísima Madre de Dios. María es la Madre del Redentor; es la mujer elegida por Dios para realizar el proyecto de salvación centrado en el misterio de la encarnación del Verbo divino.

2. ¡Una humilde criatura ha engendrado al Creador del mundo! El tiempo de Navidad nos hace recobrar conciencia de este misterio, presentándonos a la Madre del Hijo de Dios como copartícipe en los acontecimientos culminantes de la historia de la salvación. La tradición de siglos de la Iglesia ha considerado siempre el nacimiento de Jesús y la divina maternidad de María como dos aspectos de la encarnación del Verbo. «En efecto, aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios, "Theotokos"» (n. 495).

3. Del hecho de ser «Madre de Dios» se derivan todos los demás aspectos de la misión de la Virgen; aspectos subrayados por los títulos con los que la comunidad de los discípulos de Cristo en todas las partes del mundo la honran. Ante todo el de «Inmaculada» y el de la «Asunción», pues no podía ser sometida a la corrupción derivada del pecado original quien debía engendrar al Señor.

Además, la Virgen es invocada como la Madre del Cuerpo Místico, es decir, la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica, haciendo referencia a la tradición patrística expresada por san Agustín, afirma que «es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza» (n. 963).

4. Toda la existencia de María está ligada de manera íntima a la de Jesús. En Navidad, ofrece a Jesús a la humanidad. En la cruz, en el momento supremo del cumplimiento de la misión redentora, Jesús ofrecerá como don a todo ser humano a su misma Madre, como herencia preciosa de la redención.

Las palabras del Señor crucificado al fiel discípulo Juan constituyen su testamento. Pone en manos de Juan a su Madre, y al mismo tiempo, entrega al apóstol y a todo creyente el amor de María.

5. En estos últimos días del tiempo de Navidad, detengámonos a contemplar en el pesebre la silenciosa presencia de la Virgen junto al Niño Jesús. El mismo amor, el mismo cuidado que tuvo con su Hijo divino, ella nos los ofrece. Dejemos por tanto que sea ella quien guíe nuestros pasos en este nuevo año que la Providencia nos permite vivir.

Este es mi deseo para todos vosotros en mi primera audiencia general de 2004. Apoyados y confortados por su protección materna, podremos contemplar con nuevos ojos el rostro de Cristo y caminar decididamente por las sendas del bien.

Una vez más, ¡feliz año y los aquí presentes y a vuestros seres queridos!

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, un colaborador del Santo Padre de la Secretaría de Estado leyó esta síntesis en castellano y el Papa a continuación pronunció los saludos a los peregrinos que aquí publicamos]

Queridos hermanos y hermanas:

La maternidad divina de María es una verdad de fe profundamente relacionada con las fiestas navideñas. Ella es la Madre de Dios, la Madre del Redentor, la mujer elegida para realizar el proyecto salvífico de la Encarnación del Verbo. De este hecho se derivan todos los demás aspectos de su misión, en primer lugar los títulos de la Inmaculada Concepción y la Asunción a los cielos. Además, la Virgen es invocada como Madre de la Iglesia.

La vida de María está íntimamente unida a la de Jesús. En Navidad, Ella lo ofrece al mundo; sobre la Cruz será Jesús quien la entrega a cada ser humano como herencia preciosa de la redención.

Saludo con afecto a los peregrinos y familias de lengua española. Que su materna protección guíe nuestros pasos en este nuevo Año que la Providencia nos concede, contemplando el rostro de Cristo y caminando por los caminos del bien. Feliz año a todos y muchas gracias por vuestra atención.


42. 2004

LECTURAS: NUM 6, 22-27; SAL 66; GAL 4, 4-7; LC 2, 16-21

Núm. 6, 22-27. Dios, por medio de su Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo en María Virgen, se ha convertido para todos en una Bendición como protector, como luz que disipa nuestras tinieblas de pecado, como la paz que deseamos no sólo en el aspecto externo, sino como la consecuencia de sabernos amados por Dios y de haberle sido fieles, a pesar de que la vida se nos hubiese complicado. Dios, bondadoso siempre con nosotros, jamás nos abandonará. Él, el Dios-con-nosotros, va siempre con nosotros manifestándosenos como un Padre lleno de bondad, de ternura y de comprensión para quienes, Él no lo olvida, somos de barro frágil. Lo mejor que podemos desearle a alguien es que se encuentre con Dios y lo experimente personalmente en su vida como Padre suyo. Lo mejor por lo que debemos trabajar es por dar a conocer a Dios como Padre y provocar un encuentro personal con Él para que todos experimenten el amor que nos tiene, amor que le llevó a salvarnos aun a costa de la entrega de su propio Hijo. ¿Habrá acaso una bendición mejor que esa? Dios nos conceda hacerla nuestra para poder recuperar la paz anhelada, y alcanzar la vida eterna hacia la que nos encaminamos.

Sal. 66. En verdad que Dios se ha convertido en una bendición para nosotros. Pues no sólo nos ha socorrido con la cosecha para alimentarnos; no sólo nos ha concedido disfrutar de algunos bienes materiales. Dios mismo se ha hecho nuestra riqueza, pues ha venido a nosotros para concertar una Nueva y definitiva Alianza con nosotros. Así nosotros hemos entrado en comunión de vida con el Señor, pues Él ha hecho esposa suya a su Iglesia, por la que ha entregado su vida para purificarla y poder presentársela con toda dignidad a su Padre Dios. El amor que Jesús nos manifestó consiste en que, cuando éramos pecadores, nos aceptó como suyos y dio su vida para el perdón de nuestros pecados. ¡Cómo no vamos a alabar al Señor, si ha sido tan grande su misericordia para con nosotros. Por eso no sólo hemos de buscar al Señor para que nos socorra en nuestras necesidades temporales, sino para escuchar su Palabra y ponerla en práctica, conforme a las enseñanzas del Señor de la Iglesia: Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará a ustedes por añadidura. Ojalá y no busquemos sólo la añadidura y nos olvidemos del Reino de Dios.

Gal. 4, 4-7. Jesús, aún cuando proviene de Dios, proviene también de los hombres; Él es verdadero Dios y verdadero Hombre. El Hijo de Dios, nacido de Mujer, se ha hecho parte de nuestra historia humana; Dios, en Cristo, no ha venido a nosotros con un cuerpo astral o aparente; Él nos ha tomado en serio y se ha identificado a nosotros en todo, menos en el pecado, aún cuando Aquel, en quien no había pecado, se hizo pecado por nosotros para clavar el documento de nuestra condenación en la cruz, y liberarnos de la condenación que pesaba sobre nosotros. Nacido bajo la Ley, fue circuncidado al tercer día y recibió el Nombre de Jesús. Pero desde Jesús la salvación y la incorporación a su Pueblo Santo ya no será mediante la circuncisión, sino mediante la fe en Él y mediante el Bautismo. Así nosotros, y todos los hombres de buena voluntad, podremos hacer nuestra la salvación y disfrutar del amor de Dios, que se acerca a nosotros y a quien invocamos como nuestro Abbá (Papi), pues Él nos ama como lo hace un Padre lleno de bondad y de ternura. Que Él nos conceda vivir unidos a su Hijo para que en verdad, y no sólo en el pensamiento, seamos hijos suyos.

Lc. 2, 16-21. Abraham, fundador del pueblo de Israel; Isaac y Jacob, Patriarcas de ese Pueblo; David, principal Rey de los Israelitas, fueron pastores, a quienes Dios llamó y puso al frente de su Pueblo. Ellos fueron grandes por haber escuchado la voz de Dios, por haber hecho la prueba y visto qué grande es el Señor, por haber tenido un encuentro personal y comprometido con Dios y por haber anunciado, con su propia vida, que Dios ama a quienes le viven fieles. Al inicio de una nueva historia del amor de Dios por los hombres, se nos habla de unos pastores que escuchan el anuncio del Ángel de Dios que les da la Buena Nueva del nacimiento del Mesías Salvador; ellos van y lo comprueban, y alaban a Dios y anuncian este acontecimiento por toda aquella región. A quienes llamó Dios para convertirlos en Pastores de su Pueblo antes que nada han de encontrarse con el Señor para después proclamar su Nombre a los demás y ayudarlos a reconocerlo como el único Camino que nos conduce a la salvación, pues sólo mediante Cristo tenemos abierto el camino que nos conduce al Padre. Y aun cuando este mensaje mira en primer lugar a quienes Dios constituyó pastores de su Pueblo Santo, también mira a todos los que pertenecemos a la Iglesia de Cristo, pues cada uno, de acuerdo a la Gracia recibida, participa del cuidado que Cristo tiene por aquellos que le pertenecen para alimentarlos y darles protección, cobijo y calor como lo hace un buen pastor con sus ovejas.

La Iglesia de Cristo tiene como misión llevar a todos los pueblos la salvación que Dios nos ha ofrecido pro medio de su Hijo Encarnado. ¿En verdad hemos venido a esta Eucaristía para estar con el Señor, para conocerlo a profundidad, para entrar en comunión de vida con Él, para hacer vida en nosotros su Evangelio? Sólo así podremos decir: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la Vida ... lo que hemos visto y oído, eso les anunciamos para que también ustedes estén en comunión con nosotros. (1Jn 1, 1, ss) Efectivamente no podemos llevar a alguien hacia Cristo al margen de su Iglesia. En ella habita el Señor en cada uno de quienes la conformamos. No sólo anunciamos a Cristo, sino que hacemos a los demás copartícipes del Señor que está con nosotros como Salvador. Jesús (que significa Dios Salva), es el motivo del anuncio gozoso que hacemos a los demás; efectivamente la Iglesia anuncia el Nombre, la doctrina, la Vida, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, a todos los pueblos. ¿En verdad nos hemos dejado salvar por Él? ¿Sólo acudimos a la Eucaristía para adorarlo y nos olvidamos de ser testigos suyos desde una vida que ha entrado en una relación personal con Él?

María nos presenta a su Hijo no sólo para que lo veamos y luego nos vayamos como si nada hubiese pasado en nuestro propio interior. Al encontrarnos con Cristo en su Iglesia debemos tomar un nuevo camino: el del compromiso a la fe en Aquel a quien hemos buscado y con quien nos hemos encontrado como Salvador de nuestra vida. Los que hemos venido a esta Eucaristía y nos hemos encontrado con el Señor debemos de dar testimonio del Misterio de Salvación del que aquí hemos sido testigos. Quienes escuchen ese mensaje de salvación y experimenten, desde nosotros, el amor de Dios que se ha acercado a los pecadores para perdonarlos y a los pobres para socorrerlos, podrán realmente vivir en la paz, y en la alegría de Dios que los ama como Padre.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, la gracia de saber entrar en una relación de intimidad con nuestro Señor Jesucristo, de tal forma que, hechos a imagen suya por obra del Espíritu Santo, seamos auténticos testigos suyos en el mundo, llevándole el amor, el perdón y la salvación de que Dios nos ha concedido disfrutar en su Verbo Encarnado. Amén.

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