COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Ga 04, 04-07
1. CR/HIJO-DE-D LBT/ESCLAVITUD J/OBEDIENCIA
Pablo compara la situación del hombre antes de Cristo o al margen de Cristo a la de un niño que, aun siendo el heredero, vive bajo la tutela de sus pedagogos hasta que "se cumpla el tiempo" y entre en posesión de la herencia. Mientras llega su mayoría de edad, el niño vive sometido y en nada se diferencia de los criados; pero, cuando ya es mayor, cambia su suerte y todos reconocen que es el señor. Los judíos que vivieron antes de Cristo tuvieron como pedagogo la Ley de Moisés, los gentiles que viven al margen de Cristo tienen a los "elementos" de este mundo (3. 23-4. 3). Para unos y otros ha llegado el tiempo de vivir y ser tratados como hijos adoptivos de Dios y coherederos con Cristo. Ha llegado el tiempo de la liberación tanto de la Ley como de los "elementos" de este mundo.
Los "elementos" de los que habla Pablo en este contexto son probablemente los cuatro indicados por Empédocles: el agua, la tierra, el fuego y el aire, quizás también los astros. En cualquier caso se trata de las fuerzas cósmicas que los gentiles veneraban como divinidades o, al menos, como manifestación de lo divino; así que se refiere a las religiones paganas.
Pablo reconoce la ambigüedad tanto de la Ley de Moisés como de los "elementos" o religiones de los gentiles. Pues, si de una parte someten a los hombres, de otra ejercen sobre ellos una función pedagógica por voluntad de Dios. Lo malo es que el hombre llega a sacralizar la Ley y los "elementos", con lo que ambas realidades pierden su función mediadora y el hombre se olvida de su vocación a la libertad. El culto de los fariseos a la Ley es para Pablo tan pernicioso como el culto y la sumisión de los gentiles a las fuerzas de la naturaleza. El hombre actual reproduce la esclavitud y se somete muchas veces tanto a las fuerzas naturales (¿qué otra cosa significa el horóscopo?), como a la ley de un orden establecido, como si todavía no se hubiera cumplido el tiempo.
Todos nacemos de mujer, y, consiguientemente, condicionados por una herencia biológica, y por una ecología; todos nacemos igualmente bajo la ley, esto es, dentro de un orden social y de una civilización que nos determina en gran medida. También JC nació de mujer y bajo la Ley. Pero JC es el Hijo enviado por Dios cuando se cumplió el tiempo. Notemos, de una parte, su preexistencia y, de otra, su encarnación; sólo así descubriremos su estrategia: JC se somete a nuestras necesidades naturales y culturales para librarnos de cualquier necesidad. Y es que sólo puede liberar a los oprimidos el que se solidariza con su opresión. El Hijo hecho hombre ha puesto su libérrima voluntad debajo de nuestras necesidades, se ha sometido para hacerlas saltar en mil pedazos como un poderoso explosivo.
De esta manera, JC, el Hijo de Dios, nos ha dado la posibilidad de ser también nosotros hijos de Dios por adopción.
ADOPCION/FILIACION: Dios nos concede por medio de Cristo el "status" de hijos; pero nos da también un nuevo ser, nos hace efectivamente hijos. La adopción no es meramente legal. El que es poderoso para crearlo todo con su palabra, puede hacernos hijos suyos cuando nos llama a sí. Y si Dios nos llama hijos y nos hace realmente tales, bien podemos nosotros llamarle "Padre", lo mismo que Jesús. Sobre todo porque también nos ha dado el Espíritu de su Hijo, que es el que nos anima y nos enseña un nuevo modo de orar y da testimonio de que somos verdaderamente hijos de Dios (cf. Rm 8, 14-17).
Aquellos hombres que ya no pueden dirigirse a Dios de otra manera que no sea ésta, llamándole "Padre nuestro", aunque sigan viviendo bajo los poderes de este mundo, ya no son esclavos. Su posición bajo las fuerzas cósmicas y bajo la Ley ha cambiado de raíz: son hijos de Dios y su vocación es la libertad. Ciertamente que esperan todavía gozar de la plenitud de la herencia, pero han recibido una esperanza invencible que levanta el ánimo y es el punto de apoyo de la auténtica revolución. Esta es la esperanza que relativiza cualquier orden establecido y sostiene a los discípulos de Jesús en una paciencia activa hasta que él vuelva.
EUCARISTÍA 1988, nº 1
2.
Esta perícopa de Gálatas no es directamente mariológica, sino cristologica. En ella Pablo recuerda brevemente el acontecimiento de la Encarnación -aunque no emplea esa forma de hablar- desde su normal perspectiva soteriológica. Es decir, quiere describir el estado de hijos de Dios que los hombres hemos obtenido por Cristo.
El texto implica la trascendencia del Hijo, expuesta de pasada al aludir al plan salvífico del Padre. Pero pasa Pablo inmediatamente a subrayar dos condiciones típicamente humanas de ser del Hijo hecho hombre. La primera es su concepción y nacimiento de una mujer. Es la primera alusión cronológica a María en el Nuevo Testamento. Aquí pretende destacar la real condición humana del Hijo que tiene algo tan claramente humano como una madre. No parece que al hablar sólo de madre y no de padre esté Pablo pensando en la virginidad de María. El contexto, en que, como acabo de decir, se quiere subrayar la solidaridad del Hijo con los hombres, va más bien en sentido contrario.
Porque esta realidad de la humanidad es esencial para el plan salvador del Padre. La segunda frase, "nacido o puesto bajo la ley", se refiere a la condición de Jesús como miembro del pueblo judío en las condiciones normales de este pueblo. Inmediatamente saca Pablo la consecuencia del rescate de la ley precisamente de los hombres con los que Cristo se ha hecho solidario. Y no solo de los judíos -no hubiera tenido tanto sentido decir algo sólo de los judíos a los gálatas que no lo eran- sino de todos.
El punto de partida de la salvación que Cristo lleva a cabo es su total semejanza con sus hermanos los hombres. La culminación es hacerles hijos de Dios como El mismo lo es. Los Padres lo sintetizaron así: "se hizo lo que somos nosotros para hacernos a nosotros ser lo que El es"; hijos en el Hijo.
Naturalmente la primera persona que recibe ese modo de ser es la propia María. Ahí está uno de los rasgos paradójicos de su maternidad: es el medio humano para que el Hijo sea hombre y, a la vez, es la primera beneficiaria de esa obra salvadora. Madre de Jesús y hermana mayor de nuestra salvación.
FEDERICO
PASTOR
DABAR 1991, 7
3. J/PLENITUD-H:
La celebración de Santa María, Madre de Dios, invita a leer el texto más antiguo del NT entre los que se refieren a María y, concretamente a su maternidad.
-"Cuando se cumplió el tiempo...".-Dios es el Señor del tiempo y de la historia, y ha llevado la historia humana a su meta con Cristo. El mismo Dios culmina la obra de la creación del hombre.
"Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley":
El Hijo ha sido enviado a la humanidad, hecho hombre entre los hombres. Se ha presentado por la encarnación en plan de igualdad con aquellos a quienes viene a salvar. El nacimiento de María y su sumisión a la Ley, como subraya el evangelio de Lucas con el hecho de la circuncisión, son señales de la verdadera humanidad de Cristo y de hasta qué punto ha llegado el don de Dios al mundo. Con este don de Cristo, la humanidad ha logrado su mayoría de edad: la liberación de la tutoría de la Ley y el asumir la condición de hijos. -"Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo...".-Esta mayoría de edad del hombre en Cristo no es una utopía, sino una realidad ya palpable por la presencia del Espíritu en los creyentes. Por el Espíritu el discípulo de Cristo tiene conciencia de que es hijo y vive como tal. El grito "¡Abba! Padre" manifiesta la experiencia de confianza que ha recibido del Hijo. Con él hemos pasado de la esclavitud, de no ser nada, a ser herederos de las riquezas que vienen del amor de Dios.
J.
NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1988, 1
4. J/LIBRE.
Desde el cap. 3 está argumentando San Pablo sobre el papel de la ley en la salvación del hombre. Ha demostrado que la ley no ha sido nunca, en los designios de Dios, un instrumento decisivo de justificación; sólo el Espíritu de Dios en nosotros puede realizar esa salvación (Gál 3, 2-5; 3. 14).
Los primeros versículos del cap. 4 describen el cambio de situaciones que se ha operado en el momento en que los "tiempos han alcanzado su plenitud" (v. 4). El hombre estaba bajo la ley en la condición de hijo menor y de servidumbre (vv. 1-3); después de Jesucristo pasa a la condición filial..., y el pasaje leído hoy en la liturgia está precisamente encaminado a describir esa condición.
a) El v. 4 está montado en torno a una doble antítesis: Dios envía a su Hijo como sujeto de la ley para que los sujetos de la ley obtengan la filiación adoptiva. Recordando igualmente que Cristo ha "nacido de la mujer", Pablo recuerda que el Hijo se ha hecho esclavo de todas las servidumbres de la naturaleza -y no solo de la Ley- con el fin de que la filiación libere a la humanidad de la esclavitud de los "elementos del mundo" (cf. v.3). Ahora bien, esta filiación se adquiere a través de una doble misión: la del Hijo que nace de la mujer y bajo la ley (vv. 4-5) y la del Espíritu que viene a nuestros corazones (V. 6). En este pasaje volvemos a encontrarnos con la argumentación de /Jn/01/01-14, en donde la razón última de la encarnación de Cristo es precisamente el don de la filiación divina a todos los hombres.
El Padre tiene la iniciativa de ese don, pero la realiza en dos misiones sucesivas: el envío del Hijo que se hace esclavo para que el esclavo se haga hijo y el envío del Espíritu que realiza esa filiación en lo más íntimo de nuestros corazones (cf. /Rm/08/14-15).
b) LBC/ETAPAS: El contexto general de la carta a los Gálatas introduce, sin embargo, en la idea de filiación la de libertad (v.7). Pablo ve esa liberación en tres tiempos. El hombre está, en primer lugar, sometido a los "elementos del mundo" (v. 3): la servidumbre de la naturaleza, la esclavitud respecto a las potencias que se cree dirigen el mundo y que hasta podrían pretender llevarlo por el camino de la ley (cf. Gál 3, 19; Col 2, 15-18).
Liberado, por una parte, de ese determinismo, Israel es situado por Dios en un proceso histórico que no está ya dominado por la fatalidad de la naturaleza, sino por intervenciones gratuitas de Dios, entre las que Pablo ha colocado la Promesa y la Ley (cf. Gál 2, 16-17; 2, 19-21). Pero la ley circunscribe aún al judío a un determinismo (Gál 2, 4; 3, 23; 4, 21-31; 5-1), sobre todo cuando está sobrecargado de elementos humanos. Ella confirma al hombre en su pecado sin concederle la posibilidad de desprenderse de él. Por lo demás, esa ley habría sido dada por ángeles (Gál 3, 19), esos seres misteriosos que son comparados con los "elementos del mundo" que mantienen al hombre bajo su dominación.
Entonces es cuando se dibuja la tercera etapa de nuestra liberación: liberado del determinismo de la naturaleza y de las exigencias negativas de la ley, el hombre se encuentra ahora frente a una persona: Cristo, el cual, siendo como es Hijo de Dios, no podría ser esclavo. Quienquiera que se adhiere a El por los lazos del Espíritu se convierte en hijo adoptivo y, por tanto, heredero de un mundo nuevo en el que todo es don y libertad (v. 7; cf. Rom 8, 14-17; Ef 1, 1-5).
c) Pablo hace de los temas de la libertad y de la filiación las características de la plenitud de los tiempos (v.4). ¿Cómo comprender esa plenitud cuando nada varió en el desenvolvimiento del tiempo, ni el de las guerras o de las hambres, de los nacimientos o de los muertos? (Ecl 1). Porque un hombre, nacido de una mujer, sujeto, por tanto, de la naturaleza y de los acontecimientos, sujeto también de la legislación (vv. 4-5), ha vivido cada acontecimiento de su vida, cualquiera que haya sido, en profundidad de eternidad, descubriendo en él la presencia divina que le hace decisivo y asumiéndolo con entera libertad.
Esta presencia divina se llama sabiduría en la lectura anterior; aquí se llama el Espíritu derramado sobre nuestros corazones (v. 6): ese Espíritu que hace eternos los momentos más ordinarios de la vida, que todo hombre posee en sí, pero no pueden descubrir más que quienes, a imitación de Jesús, poseen una mirada suficientemente penetrante para descubrirlo y vivir con El en el ahora de la decisión.
El hombre moderno cree en la libertad y quiere liberar a sus hermanos. Pero Cristo fue para siempre el primer hombre que fue verdaderamente libre. Libre ante la naturaleza y ante la Ley, ya que tanto a una como a la otra las ha puesto bajo su designio de amor. Libre ante la muerte y el pecado que no han tenido sobre El ningún domino. Libre, finalmente, incluso en la obediencia a su Padre, ya que ésta de ningún modo es pasiva o resignada, sino hasta tal punto filial que se despliega bajo el signo de la invención y de la aventura espiritual.
Cada cristiano debe manifestar al mundo esta libertad filial con su comportamiento, mostrando cómo esta libertad completa de manera inesperada el deseo más profundo de todos los movimientos actuales de liberación. La Eucaristía debería ser, en este aspecto, una asamblea de hombres libres, reunidos no por un Mesías político que no habría podido procurarles tal libertad, sino por el propio Espíritu de Dios, que sólo El tiene el secreto de la libertad al poseer el de la filiación.
El cristiano, efectivamente, es libre, pero aún no tiene la madurez deseada para poner perfectamente esta libertad al servicio del amor. Por esta razón recurre a la caridad de la comunidad (que es el Cuerpo de Cristo) y especialmente a la Eucaristía para aprender en ella cómo el amor le permite expresar su libertad del mejor modo posible. Es preciso además que las estructuras de esta comunidad eclesial no sean de tal modo inapropiadas que no permitan el ejercicio de la libertad ni, por consiguiente, el del amor. Acontecimientos recientes como las reacciones a la Humanae vitae, las medidas demasiado autoritarias de ciertos obispos, la existencia de una Iglesia subterránea en muchos países del mundo, prueban que hoy la comunidad eclesial dispone de estructuras inapropiadas.
Parece que su reforma debería tener en cuenta diferentes derechos del cristiano a la libertad, tales como los definen no sólo las declaraciones humanas como la de los derechos del hombre, sino también declaraciones eclesiásticas como Pacem in terris o Gaudium et Spes y los decretos del Vaticano II.
Señalemos en particular el derecho a la libertad en la búsqueda de la verdad a través de los sistemas conceptuales más actos para reflejar el carácter dinámico del universo, el derecho a la libertad de expresar su opinión personal, sobre todo en las materias en que uno ha adquirido cierta competencia, incluso si es para poner en cuestión una enseñanza no infalible; el derecho de exponer su propia personalidad en cualquier tarea, incluso de la Iglesia; el derecho de las culturas no occidentales y, dentro de Occidente, de sus numerosos subgrupos, de definir la fe partiendo de problemas y de valores verdaderamente vividos.
Todos estos derechos no son, sin embargo, absolutos: no tienen sentido sino al servicio del amor y de la manifestación de la filiación. Aún hoy son necesarios para que las comunidades eclesiales sean de nuevo fermentos de libertad y de amor.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág.
251
5. J/PLENITUD
Cristo no solamente vino al mundo en la plenitud de los tiempos, sino que Él mismo es la plenitud de los tiempos. Él es el centro de la historia universal, que separa al mundo antiguo del nuevo. A Él conduce todo lo que le precede y de Él procede todo lo que le sigue. Cristo es el eje de los acontecimientos del mundo. Fijaos lo que dice ·Dostoievski en una de sus novelas: "Cristo fue el más sublime de toda la tierra: constituía para ella la razón de su existencia. El planeta entero, con todo lo que hay en él, sin este hombre, no sería más que una locura. Ni antes ni después de Él, no ha habido ni habrá jamás un hombre semejante, ni siquiera por un milagro. El milagro consiste, precisamente, en este hecho: que ni ha tenido ni tendrá otro semejante".
Cristo es también la clave de la Historia, porque toda la historia de la Humanidad fue primero preparación y espera del nacimiento de Cristo, y es hoy, tras de la venida de Cristo, historia de la penetración de la humanidad por ese Cristo, Redentor de los hombres y del mundo entero. El día en que se haya alcanzado la medida de la plenitud de la gloria que el Padre quiere para su Cristo, habrá llegado la hora final de los tiempos.
Cristo es también la plenitud del hombre: por su resurrección tiene la plenitud de la vida; está sentado a la diestra de Dios con la plenitud del poder, enaltecido sobre todos los seres creados, teniendo la plenitud de la majestad y de la gloria, porque desde toda la eternidad reside en Él la plenitud de la divinidad. Y únicamente por la adhesión total del hombre a Cristo, adhesión del entendimiento del hombre a la fe de Cristo, adhesión de la voluntad del hombre a los mandamientos de Cristo, puede conseguir el hombre la plenitud de su felicidad.
Ante Él no caben posturas medias. Cristo es la esquina de la humanidad. Ante Él se dividen los caminos. O a derecha o a izquierda. Hay que separarse. No es posible mezclar. Ya lo dijo Él: "Quien no está conmigo, está en contra mía. Y quien conmigo no recoge, desparrama" /Mt/12/30.
6.
San Pablo después de su conversión, había experimentado un sentimiento que le admiraba, el de una familiaridad filial con Dios, que da lugar al grito" ¡ABBA!" ¡Padre!: . Es así, probablemente, como descubrió en sí la presencia hasta entonces desconocida del "Espíritu del Hijo".
-Jesús era Hijo de nacimiento y siempre había reconocido a Dios como Padre suyo, tenía un corazón filial y por eso el sentimiento filial le era connatural. Y Jesús había encontrado y empleaba con frecuencia la palabra que expresa ternura, que es una llamada a la intimidad infantil desconocida para la piedad judía de entonces: Abba. Es el nombre que daba el niño pequeño a su padre, nombre tan familiar que parecía poco adecuado para una oración dirigida a Dios.
A Jesús está invocación le subía instintivamente a los labios por el impulso de su corazón. Los cristianos sabemos que este impulso es el del Espíritu que se derrama en el corazón. El Apóstol asegura que el grito "Abba", que a partir de entonces brota también del corazón de los fieles es el grito del Espíritu, que este Espíritu es el del Hijo de Dios por excelencia, el Espíritu de filiación divina. Es la comunión con Cristo la que nos hace decir "Padre".
MU/REALIZACION-H J/MU/OBEDIENCIA: Jesús tiene una actitud filial sobre todo en la muerte. Es en el secreto de la muerte donde el hombre llega a su realización eterna. Nada anterior es todavía perfecto; una buena acción realizada hoy, y que se ha querido que sea definitiva, debe repetirse mañana; ninguna decisión humana es absoluta, si no es en la muerte.
Ahora bien, Jesús es hombre, es en su muerte donde su ser de hombre, Hijo de Dios, encuentra ser culminación. Por eso la carta a los Hebreos dice en varias ocasiones que Jesús llegó a su perfección en la muerte.
La muerte de Jesús es la cumbre de su actitud filial. La muerte de Jesús está llena de Esp. Sto. Porque entonces se realiza la sumisión total de Jesús a su Padre.
7.
Estos cuatro versículos son todo un tratado dogmático o, si prefieres, todo un poema, toda una sinfonía, en los que se cruzan los temas de amor, libertad, esperanza, generosidad, alegría, confianza...
-«Cuando se cumplió el tiempo». Para nuestra mentalidad evolucionista es difícil entender que algún tiempo llegue a su plenitud. Pero en la historia del hombre hay, sin duda, momentos preñados, llenos, cargados de semillas del mejor progreso.
-«Envió Dios a su Hijo». No bastaban las bendiciones anteriores; eran bendiciones parciales. Ahora nos lo dará todo en el Hijo. No hay amor más grande.
-«Nacido de una mujer». No baja apoteósicamente del cielo. La ley de la encarnación, con todas sus limitaciones. ¿Qué admiras más, la humildad de Dios o la grandeza de María? María, la Theotokos. La humanidad ha dado un fruto divino.
-«Nacido bajo la ley». Hasta ahí llegó la Encarnación. El Hijo de Dios no sólo se introduce en las generaciones humanas, sino en sus estructuras políticas, culturales y religiosas.
-«Para rescatar». Toda una estrategia liberadora. Salva desde dentro.
-«Ser hijos por adopción». Dios nos envía a su Hijo para contagiarnos de filiación, para unirnos a todos en la fraternidad. El Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre llegue a ser Hijo de Dios.
-«Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo». ¿Cabe mayor generosidad? Nos mete hasta dentro el Espíritu del Hijo. Cristo no sólo estará con nosotros, sino en nosotros. Se nos concede lo más íntimo de Dios, que nos cristifica.
-«¡Abba!». Era la canción de Jesús, ininterrumpida. Ahora puedes escuchar en ti el eco de esa canción y hacerlo tuyo.
-«Ya no eres esclavo, sino hijo». «Donde está el Espíritu, allí hay libertad» (2 Cor. 3, 17) y hay amor filial.
-«También heredero». La plenitud de las promesas está aún por cumplirse. Poseemos ya las arras del Espíritu, las semillas de la verdadera felicidad o de la vida eterna. Pero aún somos hijos de la esperanza.
CARITAS
FUEGO EN LA TIERRA
ADVIENTO Y NAVIDAD 1988/88-2.Págs. 125 s.