COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

2 Tm 4, 6-8. 17-18

 

1. PABLO/MU PABLO/SOLEDAD.

El texto es tan claro que no necesita comentario. Por ser heraldo, apóstol y maestro del evangelio (1, 11ss), Pablo está en la cárcel de Roma (1, 8. 16), lleva cadenas como un criminal (2, 8). Ante el tribunal que le juzgaba nadie salió en su defensa (4, 16). Sabedor de que su muerte es inminente (v. 6), Pablo deja su último testamento.

Estoy para derramar mi sangre. Pablo, que escribió tan poco de los sacrificios rituales, nos habla de este sacrificio existencial de su vida como coronación de su actividad apostólica. Una doble imagen, tomada del mundo pugilístico y de las carreras, ilustra su entrega plena y total al anuncio del evangelio (v. 7). Pablo ha participado en el noble combate de la fe (1 Tim. 6, 12) y ha corrido, no sin rumbo fijo, sino teniendo ante la vista la meta que ahora está a punto de alcanzar. Como vencedor, espera no la liberación de la cárcel, sino la corona del triunfo eterno, corona que no se marchita.

Nadie debe avergonzarse de que el apóstol y maestro haya ido a parar a la cárcel, sino que debe compartir los sufrimientos que el anuncio del evangelio lleva consigo. Todos deben saber que el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido (3, 12).

DABAR 1976, 40


2.

Se llama libación a un rito sagrado en el que, después de probar un líquido, se derrama sobre el altar, las víctimas o la tierra.

En los sacrificios judíos y paganos se practicaban libaciones de agua, vino y aceite (cfr. Ex 29, 40; Num 28, 7). Pablo nos dice que entiende su muerte próxima como un sacrificio de libación que ofrece a Dios y en el que va a ser derramada su sangre (Fil 2, 17), también como un retorno a la casa paterna (Fil 1, 23). Pablo acepta serena y confiadamente la muerte, pues sabe que se vive y se muere siempre para el Señor (Rom 14,8).

Consciente de haber alcanzado la meta de su vida, Pablo lanza una mirada retrospectiva sobre ella y se goza como atleta que ha vencido en la carrera. Ha vivido esforzadamente y ha conseguido mantener viva y encendida la antorcha de la fe. En este momento de plenitud mira también hacia adelante y espera recibir la corona de justicia de manos del Señor (cfr. Ap 2. 10).

"En aquel día", esto es, en el día de la manifestación del Señor que ha de volver para juzgar a los hombres. No obstante el esfuerzo y la victoria de Pablo, esta corona de justicia que espera recibir es para él una gracia sorprendente. Como si temiere ser malentendido por sus lectores y para que no piensen que su caso es único o excepcional, Pablo advierte que hay una corona para cada uno de cuantos viven en esperanza y salen al encuentro del Señor que ha de venir.

En última instancia, Pablo da la gloria a quien la merece, al Señor (cfr. Rom 9, 5; Gal 1, 5; Fil 4, 20). Pues el triunfo de Pablo es el triunfo del Señor, cuya fuerza se ha manifestado en medio de la debilidad y los apuros de quien le ha servido.

EUCARISTÍA 1976, 40


3.

Al llegar al final de su vida, Pablo, siente la satisfacción del deber cumplido. Mira el pasado y el presente con una confianza absoluta en Dios. Acaba de tener una amarga experiencia. Ha debido presentarse ante el Cesar y todos lo han abandonado, nadie se ha presentado como testigo en su defensa.

Pablo ve cercano su fin y hace un examen de conciencia antes de morir. Mira en primer lugar el estado de la iglesia y ante la situación en que se encuentra urge a Timoteo a que se entregue generosamente al cumplimiento del deber que le impone la vocación recibida. Se mira a sí mismo y hace el balance con imágenes tomadas del atletismo. He combatido un buen combate, he guardado la fe, me espera la corona.

Ante el martirio no se turba ni pierde la serenidad. Ve su obra personal truncada por la muerte, pero su fe no vacila. Puede mirar su pasado con tranquilidad. Fue buen administrador y servidor de los misterios de Dios. Está dispuesto a hacer el sacrificio total. Toda la vida de Pablo ha sido un sacrificio, ya no le queda sino la liberación, el derrame de su sangre.

En el juicio nadie se ha presentado para defenderle, pero Pablo no se acobarda ni se amarga. No ha podido defenderse pero ha aprovechado la ocasión para proclamar el evangelio. Los hombres le han dejado solo, pero Dios estaba a su lado. Se cumplía la palabra de Jesús: cuando os lleven a los tribunales no os preocupéis... (Mt 13,13). Pablo ha vivido en su carne lo que había recomendado a los demás: hay que tener los sentimientos de Cristo. Como Cristo, Pablo, perdona a los que lo han abandonado.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 14

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