20 HOMILÍAS PARA EL CICLO C
15-20

15.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas

Si me está permitido hablar así, diría que los textos litúrgicos nos encaminan hacia la Operación Trinidad. Una Operación top secret en el corazón de Dios y que se va revelando poco a poco, por ejemplo, bajo la personificación de la Sabiduría (primera lectura). Jesucristo en el evangelio nos adentra en la Operación Trinidad revelándonos la interacción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por último, el texto de la carta a los Romanos muestra las consecuencias de la Operación Trinidad en la vida de los cristianos, por obra sobre todo del Espíritu.


Mensaje doctrinal

1. Dios SE nos revela. Ninguna inteligencia humana, incluso la más elevada y perfecta, puede conocer por sí misma el misterio de la vida trinitaria. Ninguna filosofía puede desvelar por vía especulativa que Dios es simultáneamente uno y trino. Ninguna religión puede descorrer el velo del santuario en el que mora la realidad misma de Dios, Verdad, Amor y Vida. Lo que sabemos del Dios vivo y verdadero nos viene por autorrevelación: "Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad" (Dei Verbum 2). En la historia de la salvación, Dios se ha revelado primeramente como creador y como providencia sobre todas sus criaturas (primera lectura). El texto evangélico nos enseña que Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios, nos ha revelado sobre todo la paternidad divina. El Espíritu Santo, por su parte, nos llevará a la verdad completa, es decir, nos hará entender y experimentar mejor y en mayor profundidad la realidad de la vida trinitaria y las consecuencias de esa realidad para nuestra vida en este mundo: la paz con Dios Padre, el estado de hijos de Dios en que nos hallamos por el bautismo, la posesión del amor de Dios con el cual superar cualquier tribulación y vivir en la esperanza que no engaña. Dios no se revela como un anciano solitario y justiciero, sino como un Padre con una intensa vida familiar, sellada toda ella por la Verdad y por el Amor.

2. Dios NOS revela e interpela. Al revelarse Dios a sí mismo en su vida más íntima, revela al hombre su más profunda identidad y su quehacer más importante en la existencia histórica. Por eso, no es ni puede ser indiferente al cristiano el misterio de la Trinidad. Como nos dice el catecismo, el misterio trinitario es la luz que nos ilumina (CIC 234). Ilumina nuestra inteligencia de la creación, pues el Padre ha creado al universo y al hombre con las sabias manos del Hijo y del Espíritu (primera lectura), y así nos revela no sólo nuestra condición de criaturas sino también nuestra condición contemplativa y casi mística. Ilumina nuestra comprensión de las relaciones dentro de la familia divina (evangelio), y mediante ellas nos revela nuestra participación en esa vida divina y nuestra vocación de reflejo de la misma. Nos revela sobre todo nuestra condición de oyentes del Espíritu, a quienes el Espíritu de la Verdad comunica todo lo que ha oído en el seno del Padre y todo lo que ha recibido del Verbo, hecho carne. Nos revela, por acción del Espíritu, nuestra condición de hombres de la esperanza, frente a los hombres sin esperanza, que son los no creyentes; una esperanza sólida, que no engaña (segunda lectura). Esta revelación que el Dios vivo y trinitario nos hace de nuestra identidad, nos interpela al mismo tiempo a fin de que la vida divina adquiera formulación y expresión histórica en cada uno de los cristianos: la unidad de la fe, el amor como esencia del cristianismo, la docilidad a la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestras almas, el papel magisterial del Espíritu de la Verdad divina, la multiplicidad de expresiones culturales de la misma y única fe.


Sugerencias pastorales

1. Misterio de fe y amor. Es decir, un misterio en el que no sólo tenemos que creer sino también amar. Creo, creemos en un único Dios que nos da la vida como Padre, que como Hijo nos llama a vivir a fondo la experiencia filial de la que Él nos hace partícipes , y que en cuanto Espíritu se define como intercambio de amor entre el Padre y el Hijo y nos enseña que en el amor está la esencia de Dios y de toda criatura. Me fío de este Dios Vida, Comunión, Verdad, Amor. Creo y confío en que en la apropiación de estos grandes valores Adivinos encuentro mi plena realización humana y cristiana. Como cristiano expreso mi fe amando la grandeza y belleza del Dios unitrino. Con mi amor a cada una de las personas divinas pretendo subrayar que el Dios trinitario no es una abstracción, no es un mundo mental hermoso y bien construido, no es un juego de conceptos con los cuales entretener la reflexión de los teólogos, sino un Dios tripersonal, al que amo como hijo, al que obedezco como creatura, y al que adoro por ser mi Dios y Señor. Considero algo sumamente positivo y necesario que desde la primera catequesis se introduzca a los niños en una relación personal y adorante con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. Para esta catequesis trinitaria puede ayudarnos una explicación elemental de la santa misa, que comienza y termina en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En ella, Jesucristo, Hijo de Dios, nos habla a los hombres (a los niños, y a los adultos) desde el Evangelio. En ella todas las oraciones y plegarias nuestras se dirigen a Dios Padre, fuente de todo don y gracia. En ella está presente y activo el Espíritu Santo de manera muy especial en el momento de la consagración, para hacer que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y para transformar nuestra pobre existencia mediante el cuerpo de Cristo que en la misa recibimos. Si Dios es un misterio de amor, )no será el amor la mejor manera de entrar por la puerta del misterio?

2. La gloria de la Trinidad. La gloria de la Trinidad es que el hombre viva y, por medio de él, toda la creación adquiera sentido y cumpla su finalidad. ¿Qué quiere decir que el hombre viva? Que sea lo que tiene que ser. Que sea plenamente hombre y, si ha sido llamado a la vocación cristiana, que sea plenamente cristiano. Aquí está el drama de la Trinidad que es por igual el drama del hombre: No pocas veces la gloria de la Trinidad es opacada, entenebrecida por el hombre. El hombre no es lo que es, cuando se cree un demiurgo autónomo en lugar de una criatura dependiente, y manipula la vida y la creación a su antojo. El hombre no es lo que es, cuando se olvida de haber sido creado a imagen de Dios y piensa que su imagen más perfecta se halla en el reino animal. El hombre no es lo que es, cuando piensa que no ha sido creado por amor y para amar, sino más bien que su realización personal está en proporción a la medida de su poder y de su dominio sobre los demás. El hombre no es lo que es, cuando se cree dueño de la vida que puede hacer con ella lo que quiere, en lugar de ser un receptor agradecido, que la administra sabiamente por haberla recibido del mismo Dios.


16. 2004. Instituto del Verbo Encarnado

Comentarios Generales

Proverbios 8, 22-31:

El A. T. es revelación del Dios Uno y Único. El Nuevo Testamento es revelación del Dios Trino. Pero también en el A. T., de modo especial en los Libros Sapienciales, hallamos intuiciones y profundizaciones que preparan la revelación del misterio Trinitario. En el pasaje de los Proverbios que leemos hoy vemos una de esas hermosas intuiciones o esbozos del misterio del Dios Uno y Trino:

- La “Sabiduría de Dios” se nos presenta más que como un atributo o perfección divina, como Hipóstasis o Persona Divina. De Dios procede desde la eternidad (22-33). Y con Dios convive eternamente (24-25). Si todos los seres son “creaturas” de Dios, todas lo son de la “Sabiduría”.

- Posee cualidades y atributos específicamente divinos: Tales: la Eternidad, la Omnipotencia, la Omniscencia, la Santidad, la Inmutabilidad, la Ubicuidad.

- A la luz de estas fuentes Bíblicas y a la luz de Pentecostés, los Autores inspirados del N. T. nos han dejado las magníficas revelaciones de la Sabiduría Encarnada y del Espíritu Santo. San Juan nos dice en el prólogo de su Evangelio: “En el principio existía el Verbo (= Sabiduría); y el Verbo estaba con Dios; y el Verbo era Dios; todo por Él fue hecho; por Él llegó el mundo a existir...Y el Verbo se hizo carne” (Jn 1, 1.14). Es claro que para San Juan, Jesucristo es el Verbo eterno (Sabiduría) que asume naturaleza humana.

Romanos 5, 1-5:

San Pablo nos presenta la obra divina de la “justificación” como acción salvífica del Dios Uno y Trino:

- En relación con Dios Padre la llama: “Gracia de Dios” (2), “Paz con Dios” (1) y “Esperanza de la Gloria de Dios” (2b). Dios Padre tiene la iniciativa. Nos ofrece su “Gracia”. Esta dádiva que procede del amor infinito del Padre jamás podremos valorarla suficientemente. De ahí que la Teología no halle nombre adecuado. Pero nos invita a ahondar en este don al llamarlo: “Gracia de Dios”.

- El Hijo, cual le conocemos, Verbo Encarnado, en la obra de la Justificación es el “Mediador”. Mediador porque la Gracia que nos da Dios Padre es participación en la Filiación Eterna del Hijo; y para que eso pudiera realizarse, para que la raza humana pecadora pudiera llegar a ser linaje de hijos de Dios, el Hijo de Dios se encarnó. El Hijo Encarnado nos redimió de nuestros pecados. Por los méritos de su Redención nos salvamos a condición de que aportemos nuestra “fe” en el Redentor: “Justificados por la fe. Paz tenemos con Dios por el Señor nuestro Jesucristo. Por el tenemos también acceso a esta gracia; y nos gloriamos en la esperanza de la Gloria de Dios, por la fe” (1-2). Justificación y salvación, Gracia y Gloria todo es por el Mediador-Cristo.

- El Espíritu Santo pone también su sello personal en esa obra divina. El, que es en la Vida Trinitaria Amor Sustancial, es también “amor de Dios derramado en nuestros corazones”. Es “Espíritu Santo dado a nosotros” (5). Somos verdadero cielo de la Santísima Trinidad. Lo somos en esta etapa de fe tan hermosa porque en ella cabe la prueba. Prueba en la cual se aquilata la virtud, se autentifica la fidelidad y se granjea el mérito. De ahí que nos diga el Apóstol: “¡Nos gloriamos en las tribulaciones!” (3). Fe (1), Esperanza (4), Caridad (5) son los latidos de nuestra vida divina mientras somos “viajadores”. Fe muy firme y esperanza que no puede quedar defraudada. Garantía segura de que la “gracia” de Dios debe abrirse y florecer en “gloria” de Dios es el Espíritu Santo: “No habéis recibido el espíritu de siervo, sino que habéis recibido espíritu filial con el cual clamamos: Abba! ¡Padre! El mismo Espíritu a una con nuestro espíritu testifica que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos. Herederos de Dios; coherederos de Cristo” (Rom 8, 15). La Obra Salvífica de Dios Uno y Trino culmina al entrarnos en la Gloria Beatífica de la Trinidad.

Juan 16, 12-15:

En todo el Discurso de la Cena queda muy acentuada la Trinidad de Personas en la Unidad divina. En él los Teólogos encontrarán luz para iluminar el inefable misterio Trinitario. En las almas místicas, para profundizarlo, amarlo y vivirlo:

- Pertenece al Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, conducirnos a la verdad plena y poner a plena luz la Persona, la misión y la obra de Cristo (13).

- Será por tanto, obra del Espíritu Santo la glorificación de Cristo. “Él me glorificará” (14). A la luz del Espíritu Santo (Pentecostés), los Apóstoles comprenden el Mesianismo espiritual de Jesús. ¡Cuán radiante la Cristología de Pedro en su sermón de Pentecostés!

- El Espíritu Santo es, pues, el Maestro y Guía que nos conduce al Hijo; como el Hijo, nos revela y nos conduce al Padre. Sin el Mediador no llegamos al Padre. Sin el Revelador no llegamos al Hijo. La Vida cristiana si no es Trinitaria no tiene sentido, ni contenido, ni raíz. O muere de inanición por falta de savia o degenera en racionalismo o humanismo estéril. Nuestra grandeza y nuestro gozo es que somos hijos del Padre en Cristo, vivificados por el Espíritu Santo.

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San Bernardo

Obras de la Trinidad en nosotros

A) El Padre envía a su Hijo

“Ea, pues, hermanos, meditemos las obras de la Trinidad sobre nosotros y para nosotros, desde el principio del mundo hasta el fin, y veamos cuán solícita anduvo aquella Majestad a quien incumbe la disposición y gobierno de los siglos de que no nos perdiésemos para siempre. Poderosamente, a la verdad, había fabricado todas las cosas, y sabiamente las gobernaba todas, y tanto de su poder como de su sabiduría teníamos señales evidentísimas en la creación y conservación de la máquina del mundo. Había, sin duda, bondad en Dios, bondad grande y excelsa sobremanera; pero estaba escondida en el corazón del Padre, para ser ampliamente difundida algún día sobre el linaje de los hijos de Adán a su tiempo oportuno. Mientras tanto, decía el Señor: “Yo medito pensamientos de paz” (Ier. 29, 11), disponiéndose a enviarnos a Aquel que es nuestra paz, a Aquel que de dos pueblos hizo uno solo, a fin de dar al mundo una paz sobre toda paz: paz a los que estaban lejos y paz a los que estaban cerca. Al Verbo de Dios, colocado en las alturas de la divinidad, le convidó a bajar a nosotros su propia benignidad; la misericordia le arrancó de su trono; la verdad, puesto que nos había prometido venir, le constriñó a realizarlo; la pureza de un seno virginal le recibió, salva la integridad de la Virgen, y su poder le sacó de allí dejándola intacta; la obediencia acompañóle en todos sus caminos; la paciencia le sirvió de potente armadura, y su caridad en palabras, obras y milagros le manifestó”.

B) La obra del Hijo

Amplísimo tema el de mis males y el de los bienes de mi Señor.

La serpiente, hablando al oído de la mujer, introdujo el veneno en el mundo. El ángel, hablando a María, consiguió que llegara el Verbo al seno de la mujer, para que por el mismo camino por donde entró el veneno penetrase la triaca. Concebido por obra del Espíritu Santo, limpió nuestra concepción, “no siendo ociosa de esta suerte la vida de Cristo ni en el seno mismo de María”, convirtiéndola en “el punto central de la tierra”.

“¿Te dignarás, Señor Jesús, darme tu vida, como me diste tu concepción? Pues no sólo mi concepción es inmunda, sino mi muerte perversa, mi vida llena de peligros; y aún después de mi muerte me queda una muerte más grave, que es la muerte segunda.

No sólo te daré mi concepción, me responde Jesús, sino también mi vida, y esto por todos los grados de las edades, de la infancia, de la niñez, de la adolescencia y de la juventud; te lo daré todo, añade, dándote además mi muerte, mi resurrección, mi ascensión y la venida del Espíritu Santo. Y esto con el fin de que mi concepción purifique la tuya, mi vida instruya la tuya, mi muerte destruya la tuya, mi resurrección preceda la tuya y el Espíritu divino ayude la flaqueza tuya. Así verás llanamente el camino por donde debes ir, la cautela con que debes ir y a qué mansión debes ir. En mi vida conocerás la tuya, para que, así como yo guardé las sendas rectísimas de la pobreza y obediencia, de la humildad y de la paciencia, de la caridad y la misericordia, así también tú vayas por las huellas mismas, no ladeando a diestra ni a siniestra. Mas en mi muerte te dejaré mi justicia, rompiendo el yugo de tu cautiverio y combatiendo a los enemigos que están en el camino o junto al camino, para que ya jamás te causen daño. Cumplidas estas cosas, volveré me a la casa de donde salí y restituiré mi rostro a aquellas ovejas que habían quedado en los montes que había por ti dejado, no precisamente para hacer que volvieses, sino para traerte sobre mis hombros yo mismo.”

C) La misión del Espíritu Santo

“Y para que de mi ausencia no te quejes o te contristes, enviaré al Espíritu consolador, que te dé prenda de salud, robustez de vida, luz de ciencia, para que el mismo Espíritu dé testimonio a tu espíritu de que eres hijo de Dios, para que imprima y te muestre en tu corazón señales certísimas de su predestinación. Él difundirá alegría en tu corazón y lo empapará de celestial rocío, si no continuamente, al menos muchísimas veces, para fecundar tu alma. Te dará también robustez de vida, para que lo que naturalmente es imposible, se te haga con su gracia no sólo posible, sino fácil, y en trabajos y vigilias, en hambre y sed y en todas las observancias religiosas camines deleitablemente, acumulando sin cesar riquezas celestiales. Te dará, en fin, luz de ciencia, para que, cuando todo lo hayas hecho bien, te reputes siervo inútil y todo el bien que halles en ti lo atribuyas a aquel Señor de quien procede todo lo bueno y sin el cual no sólo un poco, sino absolutamente nada puedes comenzar y mucho menos perfeccionar. Así, pues, el Espíritu Santo en estas tres cosas te las enseñará todas; pero todas las que pertenezcan a tu salvación, porque en ellas está la plena y absoluta perfección”.

D) Exhortación

“Ya veis, pues, con cuánta verdad se expresó aquel que dijo: El Señor anda solícito por mi (Ps. 39, 18). El Padre, por redimir al siervo, no perdona al Hijo; el Hijo por Él se entrega a la muerte gustosísimamente; uno y otro envían al Espíritu Santo, y el mismo Espíritu pide por nosotros con inefables gemidos.

¡Oh duros y endurecidos y rebeldes hijos de Adán, a quienes no ablanda tanta benignidad, tan abrasadora llama, ardor tan grande!... ¿Qué más debía hacer y no lo hizo?... ¿Qué busca de ti el que con tanta solicitud te buscó, sino que andes solícito con tu Dios? Esta solicitud no te la da sino el Espíritu Santo, que ni la más pequeña paja sufre en la habitación del corazón que posee, sino que al punto la consume con el fuego de una sutilísima circunspección; Espíritu suave y dulce, el cual inclina nuestra voluntad, o mas bien la endereza y conforma con la suya, a fin de que podamos verdaderamente entenderla, fervorosamente amarla y eficazmente cumplirla”.

(Tomado del libro “Verbum Vitae”, BAC, 1954, tomo V, Pág. 238-240)

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FRAY LUIS DE GRANADA

La revelación del Misterio Trinitario

A) Revelación del misterio en el Nuevo Testamento

Este artículo de la fe de la Santísima Trinidad fue necesario declararse más distintamente en el Nuevo Testamento que en el Viejo, por causa del misterio de la Encarnación, en el cual confesamos el Hijo de Dios haber encarnado y sido concebido en las entrañas de una virgen por virtud del Espíritu Santo; lo cual no se podía entender sino entendido este sacramento en las tres personas divinas. Mas en el Viejo no había esta necesidad, y corría peligro que aquella gente ruda, no entendiendo la alteza de este misterio, creyese que había muchos dioses, y así tomase de aquí ocasión para su idolatría, a la cual aquel pueblo era muy inclinado. Mas, en el Nuevo Testamento, este artículo de nuestra fe está en muchos lugares declarado. Y así... el Salvador, enviando a sus discípulos a predicar el Evangelio por todo el mundo, les dijo (Mt. 28,19): “Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

B) No reflejado en la creación

“Para lo cual es de saber que en Dios Nuestro Señor, con ser Él una simplicísima substancia, hay muchas cosas que no podemos en esta vida saber. Porque, como aquí no le conocemos en sí mismo, sino en sus obras, una de las cuales es la fábrica de este mundo, no podemos por esta obra conocer de Él más de lo que ella nos representa, que es la grandeza del saber con que la trazó, y del poder con que la crió, y de la bondad con que proveyó a sus criaturas de todo lo necesario para su conservación y multiplicación.

Mas por cuanto estas obras creadas no igualan ni declaran toda su grandeza, de aquí es que no entendemos por ellas más de lo que ellas nos descubren. Como, si nos mostrasen una imagen perfectísimamente obrada, conoceríamos por ella el ingenio y arte del que la pintó; mas la condición que tiene, las más artes que sabe, con lo demás que hay en él, no lo conoceríamos, porque nada de esto dice la pintura.

Pues, entre estas cosas que no sabemos de nuestro Dios, uno es el misterio de la Santísima Trinidad...pues esta distinción de personas con unidad de esencia, que es el misterio de la Santísima Trinidad, no se alcanza por la fábrica de las cosas criadas”.

C) Semejanzas creadas

“Imposible es hallar en todas las cosas criadas cosa que perfectamente represente lo que hay en el Creador. Porque, como sea infinita la distancia que hay entre las criaturas y Él, no puede haber en ellas ejemplo que del todo cuadren y representen lo que hay en Él. Mas, con todo eso, para ayuda de nuestra rudeza ponen los doctores algunas semejanzas, aunque muy imperfectas, de este misterio”.

a) El hombre entendiéndose y amándose

“Entre las cuales una es la del hombre cuando entiende y ama a sí mismo. Para lo cual tomemos por ejemplo un hombre aventajado en la sabiduría sobre los otros hombres, como fue Salomón, a quien Dios otorgó tan grande saber y prudencia y tan grande corazón, que lo compara la Escritura con las arenas de la mar (III Reg. 3,29).

Pónese, pues, este hombre a considerar a sí mismo con todas estas excelencias que de Dios recibió, y, considerando esto, produce en su entendimiento un Salomón inteligible, que es un concepto y una como imagen que representa todo lo que hay en Salomón. Y como esta perfección así representada sea tan excelente, síguese luego amor de cosa tan digna de ser amada.

Pues en esta inteligencia tenemos tres cosas: la primera Salomón, que conoce su perfección; la segunda es el concepto que dentro de su entendimiento forma de ello, y la tercera, el amor que de este conocimiento procede. Pues esto mismo confesamos en aquella altísima emanación de las personas divinas. Mas todavía hay muchas diferencias de lo uno a lo otro, especialmente ésta, en el hombre este concepto y amor de sí mismo son accidentes, mas en Dios no son accidentes, sino substancia, y no otra que la del mismo Dios”.

b) El hombre ante el espejo

“Ni se debe nadie espantar de lo que aquí decimos, conviene saber, que el Padre Eterno, entendiendo a sí mismo, engendra y produce la persona del Hijo, pues cada día vemos una cosa en algo semejante a ésta, y es que, mirándose una persona en un espejo produce en él una imagen que representa perfectamente su propia figura.

Pues luego ¿qué maravilla es que aquel Padre soberano, cuya virtud y poder es infinito, mirando a sí mismo produzca dentro de sí la imagen perfectísima de su Hijo? Sino que la diferencia está en que aquella imagen del espejo es accidente, mas ésta es persona subsistente que por sí tiene su ser. Mas en esto también corre la comparación que, si siempre estuviese una persona mirándose al espejo, siempre estaría produciendo aquella figura; y así, porque el Padre celestial está siempre mirando su divina esencia, siempre está produciendo la persona del Hijo...”

c) El alma y sus potencias

“Otra semejanza ponen de nuestra alma y de sus potencias, que son memoria, entendimiento y voluntad, aplicando la memoria, en la cual está el depósito de todas las ciencias, al Padre, en quien están todas las riquezas de la divinidad (Col. 2,3), y el entendimiento al Hijo, al cual como dijimos, es producido por el entendimiento del Padre, y la voluntad, que es la potencia con que amamos, al Espíritu Santo, que procede de la voluntad del Padre y del Hijo juntamente. Y estas tres potencias del alma no son tres almas, sino una sola”.

d) El sol, la luz y el calor

“También se pone aquí otro común ejemplo del sol, que es la más excelente de las criaturas corporales, y así en muchas cosas tiene semejanza con su Creador, como arriba dijimos.

Pues en el sol vemos tres cosas, que son el mismo sol y la luz que nace de él, y el calor que procede de ambos. Por lo cual el Apóstol (Hebr 1,3) llama al Hijo de Dios resplandor de la gloria del Padre. Y el Sabio (Sap 7,26) lo llama blancura de la luz eterna y espejo sin mácula de la Majestad de Dios.

Donde también es de notar que, así como el sol sin jamás cesar produce la luz, y el uno y el otro calor, así el Padre Eterno siempre está produciendo la luz eterna de su Hijo, y ambos juntos al Espíritu Santo. Y así como, si el sol fuera eterno, juntamente fuera eterna la luz que de él procediera, y el calor de ambos, así por cuanto el Padre es ab aeterno, así el Hijo y el Espíritu Santo son ab aeterno, de modo que no hay aquí primero ni postrero, sino todas las personas divinas abrazan una misma eternidad.

Esta es una comparación tomada de esta excelentísima criatura; mas todavía desfallece la verdad, porque así la luz como el calor son accidentes, que no tienen ser por sí, mas las personas divinas tienen su propio y perfecto ser”.

D) La grandeza del misterio, prueba de su divinidad

“Todo lo que hasta aquí se ha dicho sirve para humillar nuestro entendimiento y para que no digamos que no puede ser lo que nosotros no podemos entender, pues son tantas otras cosas mucho menores y que traemos entre las manos que no entendemos...

Porque ¿qué cosa hay más conforme a la razón que sentir altísimamente del que es altísimo y atribuirle el más alto y mejor ser de cuántos nuestro entendimiento puede alcanzar? Y cuando hubiéremos alcanzado de Él cosas muy altas, creamos que hay otras infinitas que no podemos entender... Así que el no entender nosotros la alteza de este misterio tiene rastro y olor de ser cosa de Dios, pues por ser como decimos, infinito, necesariamente ha de ser incomprensible”.

E) Obras atribuidas a cada una de las personas

a) Al Padre, la creación y el poder

“Al Padre se atribuye la creación y el poder, no porque el poder y la creación no sea de toda la Trinidad, sino porque la persona del Padre es la primera y de ninguna es producida, y ella es principio de la producción de las otras”.

b) Al Hijo, la redención y salvación

“La obra de nuestra redención principalmente es de la Trinidad toda, porque de consejo y de voluntad de todas las tres personas vino el Hijo al mundo y se hizo hombre, y, hecho hombre, murió por nosotros y satisfizo por nuestras culpas, y fue sacrificio para que la Trinidad Santísima quedase aplacada y satisfecha, y así nos recibiese en su amor y gracia. Mas porque sólo el Hijo es el que se encarnó y sólo Él fue el sacrificio y la causa meritoria de este perdón y esta gracia, por esta manera se le atribuye particularmente nuestra redención y salvación”.

c) Al Espíritu Santo, la bondad y el amor

“ Y porque tener verdadero conocimiento y fe de las cosas que el Hijo hizo por nosotros, y de lo que nos dejó dicho y mandado, y tener aquel amor, aquella limpieza y bondad que debemos no es cosa de nuestras fuerzas, las cuales no bastan para esto, por eso atribuimos todo esto a Dios, y particularmente al Espíritu Santo, a quien entre las personas divinas se atribuye la bondad y el amor, porque de estas fuentes nace querer Él tomar este cargo de hacernos buenos y entender en nuestra santificación.

Y así decimos que nuestra redención por primera y principal autoridad es la Trinidad Santísima. Y por haber el Hijo muerto por nosotros, es de Cristo nuestro redentor, como de medianero, y sacrificio, y merecedor de este bien. Y por alumbrarnos para conocer todo esto y darnos fuerzas para agradecerlo y servirle, decimos que todo nuestro bien y espiritual vida depende de los dones del Espíritu Santo”.

(Tomado del libro “Verbum Vitae”, BAC, 1954, tomo V, Pág. 267-271)

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San Agustín

Plegaria a la Santísima Trinidad

(Sobre la Trinidad, XV; 28)

Señor y Dios mío, en Ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad: id, bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28, 19), si no fueras Trinidad. Y no mandarías a tus siervos ser bautizados, mi Dios y Señor, en el nombre de quien no es Dios y Señor. Y si Tú, Señor, no fueras al mismo tiempo Trinidad y un solo Dios y Señor, no diría la palabra divina: escucha, Israel; el Señor, tu Dios, es un Dios único (Dt 6, 4). Y si Tú mismo fueras Dios Padre y fueras también Hijo, tu palabra Jesucristo, y el Espíritu Santo fuera vuestro Don, no leeríamos en las Escrituras canónicas: envió Dios a su Hijo (Gal 4, 13); y Tú, ¡oh Unigénito!, no dirías del Espíritu Santo: que el Padre enviará en mi nombre (Jn 14, 26); y: que Yo os enviaré de parte del Padre (Jn 15, 26).

Fija la mirada de mi atención en esta regla de fe, te he buscado según mis fuerzas y en la medida que Tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y disputé y me afané mucho. Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte; haz que ansíe siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste que te encontrara y me has dado esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad: sana ésta, conserva aquélla. Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia, si me abres, recibe al que entra; si me cierras, abre al que llama. Haz que me acuerde de Ti, que te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta mi reforma completa.

Sé que está escrito: en las muchas palabras no estás exento de pecado (Prv 10, 19). ¡Ojalá sólo abriera mis labios para predicar tu palabra y cantar tus alabanzas! Evitaría así el pecado y adquiriría abundancia de méritos aun en la muchedumbre de mis palabras. Aquel varón a quien Tú amaste no ha aconsejado el pecado a su verdadero hijo en la fe, cuando le escribe: predica la palabra, insiste con ocasión y sin ella (2 Tim 4, 2). ¿Acaso se podrá decir que no habló mucho el que oportuna e importunamente anunció, Señor, tu palabra? No, no era mucho, pues todo era necesario. Líbrame, Dios mío, de la muchedumbre de palabras que padezco dentro de mi alma, miserable en tu presencia, pero que se refugia en tu misericordia.

Cuando callan mis labios, que mis pensamientos no guarden silencio. Si sólo pensara en las cosas que son de tu agrado, no te rogaría que me librases de la abundancia de mis palabras. Pero muchos son mis pensamientos; Tú los conoces. Son pensamientos humanos, pues vanos son. Otórgame no consentir en ellos, sino haz que pueda rechazarlos cuando siento su caricia. No permitas nunca que me detenga adormecido en sus halagos. Jamás ejerzan sobre mí su poderío ni pesen en mis acciones. Con tu ayuda protectora, sea mi juicio seguro y mi conciencia esté al abrigo de su influjo.

Hablando el Sabio de Ti en su libro, hoy conocido con el nombre de Eclesiástico, dice: muchas cosas diríamos sin acabar nunca; sea la conclusión de nuestro discurso: Él lo es todo (Sir 43, 29).

Cuando lleguemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos sin entenderlas, y Tú permanecerás todo en todos. Entonces modularemos un cántico eterno, alabándote a un tiempo unidos todos en Ti.

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San Gregorio nacianceno

Tres luces que son una Luz (Poemas dogmáticos, 1, 2, 3)

Bien sé que, al hablar de Dios a los que le buscan, es como si quisiéramos atravesar el mar con pequeñas naves, o nos lanzáramos hacia el cielo constelado de estrellas, sostenidos por débiles alas. Porque queremos hablar de ese Dios que ni siquiera los habitantes del Cielo son capaces de honrar como conviene.

Sin embargo, Tú, Espíritu de Dios, trompeta anunciadora de la verdad, estimula mi mente y mi lengua para que todos puedan gozar con su corazón inmerso en la plenitud de Dios.

Hay un solo Dios, sin principio ni causa, no circunscrito por ninguna cosa preexistente o futura, infinito, que abraza el tiempo, grande Padre del grande y santo Hijo unigénito. Es Espíritu purísimo, que no ha sufrido en el Hijo nada de cuanto el Hijo ha sufrido en la carne (...).

Único Dios, distinto en la Persona pero no en la divinidad, es el Verbo divino. Él es la imagen viva del Padre, Hijo único de Aquél que no tiene principio, solo que procede del solo, igual hasta el punto de que mientras sólo Aquél es plenamente Padre, el Hijo es también creador y gobernador del mundo, fuerza e inteligencia del Padre.

Cantemos en primer lugar al Hijo, adorando la sangre que fue expiación de nuestros pecados. En efecto, sin perder nada de su divinidad, me salvó inclinándose, como médico, sobre mis heridas purulentas. Era mortal, pero era Dios; descendiente de David, pero creador de Adán; revestido de cuerpo, pero no partícipe de la carne. Tuvo madre, pero madre virgen; estuvo circunscrito, pero permaneció siempre inmenso. Fue víctima, pero también pontífice; sacerdote, y sin embargo era Dios. Ofreció a Dios su sangre y purificó el mundo entero. Fue alzado en la cruz, pero los clavos derrotaron al pecado. Se confundió entre los muertos, pero resucitó de la muerte y trajo a la vida a muchos que habían muerto antes que Él: en éstos se hallaba la pobreza del hombre, en Él la riqueza del Espíritu (...).

Alma, ¿por qué tardas? Canta también la gloria del Espíritu; no separes en tu discurso lo que la naturaleza no ha dividido. Temblemos ante el poderoso Espíritu, como delante de Dios; gracias a Él he conocido a Dios. Él, que me diviniza, es evidentemente Dios: es omnipotente, autor de dones diversos, el que suscita himnos en el coro de los santos, el que da la vida a los habitantes del cielo y de la tierra, el que reina en los cielos. Es fuerza divina que procede del Padre, no sujeto a ningún poder. No es hijo: uno solo, en efecto, es el Hijo santo del único Bien. Y no se encuentra fuera de la divinidad indivisible, sino que es igual en honor (...).

[Ésta es la] Trinidad increada, que está fuera del tiempo, santa, libre, igualmente digna de adoración: ¡único Dios que gobierna el mundo con triple esplendor! Mediante el Bautismo, soy regenerado como hombre nuevo por los Tres; y, destruida la muerte, avanzo en la luz, resucitado a una vida nueva. Si Dios me ha purificado, yo debo adorarlo en la plenitud de su Todo.

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Juan Pablo II



MISA DE CANONIZACIÓN - SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 10 de junio de 2001

1. "Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque grande es su amor por nosotros" (Antífona de entrada).

Siempre, pero especialmente en esta fiesta de la Santísima Trinidad, toda la liturgia está orientada al misterio trinitario, manantial de vida para todo creyente.

"Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo": cada vez que proclamamos estas palabras, síntesis de nuestra fe, adoramos al único y verdadero Dios en tres Personas.
Contemplamos con estupor este misterio que nos envuelve totalmente. Misterio de amor; misterio de santidad inefable.

"Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo", cantaremos dentro de poco, al entrar en el corazón de la Plegaria eucarística. El Padre creó todo con sabiduría y amorosa providencia; el Hijo, con su muerte y resurrección, nos ha redimido; el Espíritu Santo nos santifica con la plenitud de sus dones de gracia y misericordia.

Podemos definir con razón esta solemnidad como una fiesta de la santidad. Por tanto, en este día encuentra su marco más adecuado la ceremonia de canonización de cinco beatos: Luis Scrosoppi, Agustín Roscelli, Bernardo de Corleone, Teresa Eustochio Verzeri y Rebeca Petra Choboq Ar-Rayès.

2. "Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 5, 1).

Como hemos escuchado en la segunda lectura, para el apóstol san Pablo la santidad es un don que el Padre nos comunica mediante Jesucristo. En efecto, la fe en él es principio de santificación. Por la fe el hombre entra en el orden de la gracia; por la fe espera participar en la gloria de Dios.
Esta esperanza no es un espejismo, sino fruto seguro de un camino ascético en medio de numerosas tribulaciones, afrontadas con paciencia y virtud probada.

Esta fue la experiencia de san Luis Scrosoppi, durante una vida gastada totalmente por amor a Cristo y a sus hermanos, especialmente los más débiles e indefensos.

"¡Caridad, caridad!": esta exclamación brotó de su corazón en el momento de dejar el mundo para ir al cielo. Practicó la caridad de modo ejemplar, sobre todo con las muchachas huérfanas y abandonadas, implicando a un grupo de maestras, con las que fundó el instituto de las "Religiosas de la Divina Providencia".

La caridad fue el secreto de su largo e incansable apostolado, alimentado de su contacto constante con Cristo, contemplado e imitado en la humildad y en la pobreza de su nacimiento en Belén, en la sencillez de la vida laboriosa de Nazaret, en la total inmolación en el Calvario y en el silencio elocuente de la Eucaristía. Por este motivo, la Iglesia lo señala a los sacerdotes y a los fieles como modelo de síntesis profunda y eficaz entre la comunión con Dios y el servicio a los hermanos. En otras palabras, modelo de una existencia vivida en comunión intensa con la santísima Trinidad.

3. "Grande es su amor por nosotros". El amor de Dios a los hombres se manifestó con particular evidencia en la vida de san Agustín Roscelli, a quien hoy contemplamos en el esplendor de la santidad. Su existencia, totalmente impregnada de fe profunda, puede considerarse un don ofrecido para la gloria de Dios y el bien de las almas. La fe lo hizo siempre obediente a la Iglesia y a sus enseñanzas, con una dócil adhesión al Papa y a su obispo. La fe le proporcionó consuelo en las horas tristes, en las grandes dificultades y en las situaciones dolorosas. La fe fue la roca sólida a la que supo aferrarse para no ceder jamás al desaliento.

Sintió el deber de comunicar esa fe a los demás, sobre todo a los que se acercaban a él en el ministerio de la confesión. Se convirtió en maestro de vida espiritual especialmente para las religiosas de la congregación que fundó, las cuales lo vieron siempre sereno, incluso en medio de las situaciones más críticas. San Agustín Roscelli también nos exhorta a confiar siempre en Dios, sumergiéndonos en el misterio de su amor.

4. "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo". A la luz del misterio de la Trinidad cobra singular elocuencia el testimonio evangélico de san Bernardo de Corleone, también él elevado hoy al honor de los altares. Todos se maravillaban y se preguntaban cómo un fraile iletrado como él podía hablar con tanta elevación sobre el misterio de la santísima Trinidad. En efecto, su vida estaba completamente orientada a Dios, a través de un esfuerzo constante de ascesis, impregnada de oración y de penitencia. Quienes lo conocieron testimonian unánimemente que "siempre estaba absorto en oración", "jamás dejaba de orar" y "oraba constantemente" (Summ., 35). De este coloquio ininterrumpido con Dios, que tenía en la Eucaristía su centro de acción, sacaba el alimento vital para su valiente apostolado, respondiendo a los desafíos sociales de su tiempo, no exento de tensiones e inquietudes.

También hoy el mundo necesita santos como fray Bernardo, inmersos en Dios y, precisamente por esto, capaces de transmitirle su verdad y su amor. El humilde ejemplo de este capuchino constituye un aliciente para no dejar de orar, pues la oración y la escucha de Dios son el alma de la auténtica santidad.

5. "El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena" (Antífona de comunión). Teresa Eustochio Verzeri, a quien hoy contemplamos en la gloria de Dios, en su breve pero intensa vida se dejó guiar dócilmente por el Espíritu Santo. Dios se le reveló como misteriosa presencia ante la cual es preciso inclinarse con profunda humildad. Se alegraba al considerarse bajo la constante protección divina, sintiéndose en las manos del Padre celestial, en quien aprendió a confiar siempre.

Abandonándose a la acción del Espíritu, Teresa vivió la particular experiencia mística "de la ausencia de Dios". Sólo una fe inquebrantable evitó que perdiera la confianza en este Padre providente y misericordioso, que la ponía a prueba: "Es justo -escribió- que la esposa, después de seguir al esposo en todas las penas que acompañaron su vida, participe también con él en la más terrible" (Libro de los deberes, III, 130).

Esta es la enseñanza que santa Teresa deja al instituto de las "Hijas del Sagrado Corazón de Jesús", fundado por ella. Esta es la enseñanza que nos deja a todos. Incluso en medio de las contrariedades y los sufrimientos internos y externos es necesario mantener viva la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

6. Al canonizar a la beata Rebeca Choboq Ar-Rayès, la Iglesia ilumina de un modo muy particular el misterio del amor dado y acogido para la gloria de Dios y la salvación del mundo. Esta monja de la Orden Libanesa Maronita deseaba amar y entregar su vida por sus hermanos. En medio de los sufrimientos, que no dejaron de atormentarla durante los últimos veintinueve años de su vida, santa Rebeca manifestó siempre un amor generoso y apasionado por la salvación de sus hermanos, sacando de su unión con Cristo, muerto en la cruz, la fuerza para aceptar voluntariamente y amar el sufrimiento, auténtico camino de santidad.

Que santa Rebeca vele sobre los que sufren y, en particular, sobre los pueblos de Oriente Próximo, que afrontan la espiral destructora y estéril de la violencia. Por su intercesión, pidamos al Señor que impulse a los corazones a buscar con paciencia nuevos caminos para la paz, apresurando la llegada del día de la reconciliación y la concordia.

7. "Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Salmo responsorial, 8, 2. 10). Al contemplar estos luminosos ejemplos de santidad, resuena espontáneamente en el corazón la invocación del salmista. El Señor no cesa de dar a la Iglesia y al mundo ejemplos admirables de hombres y mujeres, en los que se refleja su gloria trinitaria. Que su testimonio nos impulse a mirar al cielo y a buscar siempre el reino de Dios y su justicia.

María, Reina de todos los santos, que fuiste la primera en acoger la llamada del Altísimo, sostennos en el servicio a Dios y a nuestros hermanos. Y vosotros, san Luis Scrosoppi, san Agustín Roscelli, san Bernardo de Corleone, santa Teresa Eustochio Verzeri y santa Rebeca Petra Choboq Ar-Rayès, caminad con nosotros, para que nuestra vida, como la vuestra, sea alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.

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Catecismo de la Iglesia Católica


LA REVELACIÓN DE DIOS COMO TRINIDAD

El Padre revelado por el Hijo

238 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo. Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel. Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa.

239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad trascendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios trasciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Trasciende también la paternidad y la maternidad humanas, aunque sea su origen y medida: Nadie es padre como lo es Dios.

240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador, es eternamente Padre en relación a su Hijo Único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" (Hb 1,3).

242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre".

El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu

243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípulos y en ellos, para enseñarles y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.

244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre. El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santísima Trinidad.

245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre". La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad". Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma substancia y también de la misma naturaleza. Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el Espíritu del Padre y del Hijo". El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".

246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (Filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración... Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente".

247 La afirmación del Filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa san León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el Concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo. La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable", porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin principio", pero también que, en cuanto Padre del Hijo Único, sea con él "el único principio del que procede el Espíritu Santo". Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.

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EJEMPLOS PREDICABLES


Sor Isabel de la Santísima Trinidad

Sor Isabel de la Santísima Trinidad, carmelita descalza del monasterio de Dijon, fue contemporánea de Santa Teresita del Niño Jesús. Nació en 1880, murió en 1906. Es un alma contemplativa, discípula aventajadísima de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, a quienes cita constantemente en sus escritos. Tuvo una devoción singular a la Santísima Trinidad. Atrajo muchísimas almas, no sólo eclesiásticas, sino seglares, a la vida interior. Sintió experimentalmente la inhabitación de Dios en el centro del alma. Su vocación específica fue dar alabanzas a la Santísima Trinidad en el cielo y en la tierra. Tomando literalmente unas palabras de San Pablo, con graciosa incorrección, se llamaba a si misma Laudem Gloriae.

El Carmelo de Dijon ha publicado un tomo de recuerdos de la Santa, del que se han vendido en Francia ya más de cien mil ejemplares. Del mismo se han hecho varias ediciones en lengua castellana. La tercera, que tenemos a la vista y por la que citamos, es de 1944, publicada en San Sebastián, Gráficas Fides, y traducida por las Carmelitas Descalzas de Betoño (Alava).

A) Su Vida Íntima

«Lo que usted me dice acerca de mi nombre, escribe otra vez, me hace bien: lo estimo tanto, que en él veo compendiada mi vocación. Al pensar en él, mi alma se siente arrebatada con la magna visión del misterio de los misterios, en esa Trinidad Santísima, que es ya desde aquí abajo el claustro en que vivimos, la morada en donde habitamos, el infinito en donde podemos movernos por en medio de todas la cosas.

Estoy leyendo estos días las hermosísimas páginas en que nuestro Padre San Juan de la Cruz habla de la transformación del alma en las tres divinas Personas. ¡A qué abismo de gloria estamos llamados! ¡Ah! Ya comprendo los grandes silencios y el profundo recogimiento de los santos, que no acertaban a salir de su contemplación; por eso, Dios Nuestro Señor podía conducirlos a las cumbres divinas, donde se consuma la unión entre Él y el alma que ha llegado a ser su esposa mística. ¡Y pensar que Dios, por nuestra misma vocación, nos lleva a vivir en esas claridades! ¡Qué adorable misterio de caridad!

Yo quisiera corresponder pasando sobre la tierra, como la Santísima Virgen, “guardando con cuidado todas esas cosas en mi corazón”, encerrándome así en lo más íntimo del alma, hasta llegar a perderme y transformarme en la Trinidad, que en ella mora. Entonces se verificaría mi lema, “mi luminoso ideal”, como usted lo llama, y sería realmente Isabel de la Trinidad.»

B) Su Devoción a la Trinidad

«Su especial devoción a ese augusto misterio le hacía ver en cada domingo del año una fiesta de la Santísima Trinidad; y cuando en el oficio de ese día rezábamos el símbolo de San Atanasio, mientras lo salmodiaba, su alma se sentía arrobada “hasta presentir los inefables goces de la bienaventuranza”. No dejaba pasar ni una ocasión sin que recordase a los suyos la propia fiesta de la Santísima Trinidad, que ella celebraba con mayor recogimiento, ya que en lo íntimo de su ser se verificaba constantemente el encuentro con su Dios, y allí adoraba el augusto misterio.

“Esta fiesta es verdaderamente mía, escribía a su hermana; para mi no hay otra que se le asemeje; en el Carmen la pasamos en silencio y adoración. Hasta ahora no había acertado a comprender todo el sentido de mi vocación, que se halla encerrado en mi nombre. En ese gran misterio es donde quiero darte cita, para que él sea nuestro centro y nuestra morada”.»

(Tomado del libro “Verbum Vitae”, BAC, 1954, tomo V, Pág. 314-316)


17. DOMINICOS 2004

Recobramos el tiempo ordinario con la celebración del dogma más extra-ordinario de nuestra fe: el de la Santísima Trinidad. Extraordinario por lo insondable de hacerlo compatible con la esencial creencia en un sólo Dios.

La trinidad en la unidad divina indica que en el seno de Dios existe un misterio de comunión. Comunión forjada por un Palabra que se comunica, de la que deriva un amor, personificado en el Espíritu Santo.

La religión ha estado presente en toda cultura humana. La religión nace del misterio y se alimenta de él. El ser humano vive con la conciencia de que hay realidades que le trascienden; pero a la vez están presentes en su vida. El misterio a la vez que trascendente es inmanente al ser humano. En él el hombre busca la razón última de su ser, de su vida y de su muerte. No es, pues, algo irrelevante.

Nuestra fe cristiana se apoya en la Revelación del misterio de Dios, que aceptamos con la fe. Con la fe, no con la evidencia, porque la revelación no anula el misterio. El misterio de la Trinidad preside la realidad misteriosa de Dios.

Ante este misterio nuestra respuesta ha de consistir en dos actitudes:

Primera, la alabanza admirativa. Es decir la contemplación. Hoy la Iglesia celebra, al menos en España, el día de la vida contemplativa. Tiene un recuerdo especial y agradecido a los que consagran su vida al contacto con Dios en la oración dentro del claustro, los monjes y las monjas. Y quiere que todos los cristianos veamos los monasterios como algo necesario en la comunidad eclesial.

La otra actitud es la de ver cómo ese misterio ha de conformar nuestra vida humana. Al fin y al cabo estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. De ese Dios que es comunión de amor.


Comentario Bíblico

Dios se experimenta en las relaciones de amor

El misterio de la Trinidad, cuya solemnidad celebramos hoy, es como la aparente negación de aquello que los teólogos medievales decían acerca de la simplicidad de Dios: si Dios es lo primero de todo, antes que toda la creación, antes que todo ser, antes que toda vida, antes que todo movimiento, entonces es imposible que sea compuesto.

Entonces ¿cómo puede ser compuesto, tener tres personas? Digamos que la esencia de Dios no es sino su ser o esencia de “ser” Padre, Hijo y Espíritu. Confesamos que Dios es uno, pero su esencia es de Padre (este concepto abarca todo lo que es un padre y una madre, aunque en plenitud); pero también es Hijo, la esencia de ser un hijo como misterio de generación; y también, por encima de cualquier otra cosa es Amor, se expresa a sí mismo, se dice a sí mismo como amor, como Espíritu. Todo ello en Dios es esencial: no puede ser Padre sólo; no puede ser Hijo sólo; no puede ser Espíritu solamente.

El misterio insondable de Dios siempre ha apasionado a los grandes teólogos, porque la revelación de este Dios en la historia se ha expresado culturalmente según las necesidades humanas e incluso según la defensa que se ha debido hacer de Dios como garante de un pueblo, de una nación, de una religión. El pueblo de Israel hubo de enfrentarse a esta realidad, porque sabía que era la garantía de su identidad. Cuando “llegó la plenitud de los tiempos”, con Jesucristo, se suavizan muchas expresiones, se manifiesta la dimensión amorosa de Dios al nivel más misericordioso, pero Dios sigue siendo misterio. La fe cristiana de los primeros siglos tuvo que hacer también su defensa de las imágenes bíblicas de Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu. Ello significa que Dios tiene una entidad familiar, y si es familiar, es amorosa, porque la familia se realiza en el amor de entrega absoluta. Por eso, la celebración de esta solemnidad nos asoma a ese misterio de la Santa Trinidad como un misterio de relaciones de amor sin medida.

Las lecturas de la liturgia de hoy acompañan con un tono cálido a esta solemnidad.


Iª Lectura: Proverbios (8,22-31): ¡Mi alegría era estar con los hombres!
I.1. Dios es sabiduría creadora, ya que sin ella, no podemos ni admirar a Dios, ni admirarnos de nosotros mismos. Este texto de la sabiduría personificada antes de la creación del mundo, juntamente con otros textos veterotestamentarios (Eclo 24; Sab 7-9) se ha visto como una especie de puente en AT de la gran revelación de Jesucristo como palabra creadora y eterna (Jn 1,1-2) y como sabiduría de Dios (Mt 11,29-20; Lc 11,49; 1Cor 1,24-30). Pero podemos decir que es un poema de amor divino en lo humano. Dios no se complace en su mismidad, sino en estar con nosotros.

I.2. La sabiduría es vida; es decir, el misterio de Dios es vida para el hombre, no muerte. No es Dios, sabiduría de vida, una esencia encerrada, sino que se complace en derramarse y en que todos los hombres la posean. En ese sentido, la sabiduría se ha acercado a los hombres en Jesucristo. Toda la creación, toda la inteligencia humana, todos los descubrimientos del mundo, son la manifestación de esta sabiduría. Pero si la "ofendemos" creyendo que podemos construir un mundo al margen de la sabiduría de Dios, y desde nuestras propias posibilidades humanas, vamos camino de la destrucción, de la muerte.

El Salmo 8, que es el salmo responsorial, una de las piezas maestras de la literatura religiosa, canta todo esto con grandeza y humildad. Merecería la pena una alusión teológica y catequética en la homilía.


IIª Lectura: Rom (5,1-5): Porque al darnos al Espíritu, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones
II.1. Aquí Pablo comienza en su carta a los Romanos a poner de manifiesto lo que ha significado el acontecimiento de gracia revelado en Jesucristo, y al cual accedemos por la fe. Esta es la experiencia de la gloria de Dios, de su sabiduría de Dios y de su amor. Esto es real solamente porque el misterio de Dios es un darse sin medida por nosotros. Se ha dado en Jesucristo y se da continuamente por su Espíritu.

II.2. La puerta de acceso a ese misterio es solamente la fe, no hay nada previo que impida el acceso a la paz y a la gloria de Dios, ni siquiera el pecado, que existe y tiene su poder. Dios, pues, no hace el misterio de su vida inaccesible para nosotros. Dios no es avaro de su mismidad, de su misterio, de su sabiduría o de su gracia, sino que se complace en entregarse. Esto es vivir la realidad de Dios que es salvación y redención, como Pablo se encarga de proclamar en este momento.


Evangelio: Juan 16,12-15: El Espíritu de la verdad, nos ilumina
III.1. Este último anuncio del Paráclito en el discurso de despedido del evangelio de Juan responde a la alta teología del cuarto evangelio. ¿Qué hará el Espíritu? Iluminará. Sabemos que no podemos tender hacia Dios, buscar a Dios, sin una luz dentro de nosotros, porque los hombres tendemos a apagar las luces de nuestra existencia y de nuestro corazón. El será como esa "lámpara de fuego" de que hablaba San Juan de la Cruz en su "Llama de amor viva".

III.2. Es el Espíritu el que transformará por el fuego, por el amor, lo que nosotros apagamos con el desamor. Aquí aparece el concepto "verdad", que en la Biblia no es un concepto abstracto o intelectual; en la Biblia, la verdad "se hace", es operativa a todos los niveles existenciales, se siente con el corazón. Se trata de la verdad de Dios, y esta no se experimenta sino amando sin medida. Lo que el Padre y el Hijo tienen, la verdad de su vida, es el mismo Padre y el Hijo, porque se relacionan en el amor, y la entregan por el Espíritu. Nosotros, sin el amor, estamos ciegos, aunque queramos ser como dioses.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía


La contemplación.

En un mundo que se significa por la actividad febril, donde el hombre es ante todo el “homo faber”, el hombre que fabrica, donde su tarea es transformar ese mundo, hablar de contemplación parece un anacronismo.

Sin embargo ya en la Filosofía griega se decía que la contemplación del ser supremo era el acto más elevado de la condición humana. Contemplar es llenarse de la grandeza de lo que contempla, es impregnarse de aquello bello, grande, noble, que merece nuestra admirada y agradecida contemplación.

Dedicar tiempo a contemplar el misterio de la grandeza de un Dios amor, que nos desborda y a la vez nos inunda no es una pérdida de tiempo; es alcanzar los niveles más altos de nuestra condición humana. Los que alcanzaron los grandes místicos.

La contemplación del misterio de Dios no es irrelevante en nuestra vida cistiana. Es un factor que la llena de sentido y de horizontes. Si queremos emplear una palabra que nuestro tiempo entiende bien, la hace más eficaz, más productiva. Quizá no por la cantidad de lo que se hace, sino por la calidad. Simplemente porque nos hace mejores. El contacto con la suma belleza, la suma bondad, el amor más elevado, si bien percibido entre las nieblas del misterio, deja huellas en nuestro ser. Quien no es capaz de contemplar no vive humanamente, reduce su ser al de una máquina de hacer cosas.

Esto es lo que nos predican los hombres y mujeres que en el claustro han optado por la vida contemplativa. El monasterio es un ecosistema en la sociedad humana, que oxigena nuestro vivir, contaminado a veces por únicas preocupaciones de tejas abajo, pendiente de producir, ganar y consumir.


Imagen y semejanza de Dios uno y trino.

Hemos de pensar que la revelación que Dios hace del misterio de su ser, no fue sólo para justificar nuestra curiosidad, propia de todo ser humano, de saber cómo es Dios, sino para algo más: para saber cómo tenemos que ser los hechos a su imagen y semejanza. Toda la revelación está en función de las necesidades del ser humano. Para que éste sea lo que tiene que ser.

Ser imagen de un Dios que es comunión de palabra y de amor, personificado en el Padre, el Hijo y el Espíritu, quiere decir que nosotros, hechos a su imagen, seremos lo que tenemos que ser, nos realizaremos humanamente, como suele decirse, en la medida que vivimos en comunión de palabra y de amor unos con otros. Diálogo y afecto es lo esencial de nuestro ser: Comunión de verdad y de afecto es lo que nos hace ser semejantes a la Trinidad.

Es claro que el misterio de la Trinidad no es un dogma en el que creemos porque la Santa Madre Iglesia nos lo enseña, pero que es cosa de Dios y no significa nada en nuestra vida. Tener fe en ese misterio es aceptar que nuestra vida es realmente humana cuando somos buscadores de la verdad en diálogo con los demás, y entendemos que la verdad suprema es la de que en el amor somos lo que hemos de ser. Así es el Dios de la Trinidad, del que nuestra vida ha de ser imagen. La Trinidad es el misterio de Dios que nos revela nuestro propio misterio.

Fray Juan José de León Lastra, O.P
juanjose-lastra@dominicos.org


18. 2004 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

La revelación de Dios como misterio trinitario constituye el núcleo fundamental y estructurante de todo el mensaje del Nuevo Testamento. El misterio de la Santísima Trinidad antes que doctrina ha sido evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y comunicando su amor, introduciendo y transformando el devenir de la historia en la comunión divina de las Tres personas. Por eso se puede hablar de una preparación de la revelación de la Trinidad divina antes del cristianismo, tanto en la experiencia del pueblo de la antigua alianza tal como lo atestiguan los libros del Antiguo Testamento, como en las otras religiones y en los eventos de la historia universal.

El Nuevo Testamento, más que una doctrina elaborada sobre la Trinidad, nos muestra con claridad una estructura trinitaria de la salvación. La iniciativa corresponde al Padre, que envía, entrega y resucita a su Hijo Jesús; la realización histórica se identifica con la obediencia de Jesús al Padre, que por amor se entrega a la muerte; y la actualización perenne es obra del don del Espíritu, que después de la resurrección es enviado por Jesús de parte del Padre y que habita en el creyente como principio de vida nueva configurándolo con Jesús en su cuerpo que es la Iglesia.

La primera lectura (Prov 8,22-31) es un himno a la sabiduría divina considerada en su doble dimensión trascendente e inmanente. La Sabiduría es trascendente pues ella es el proyecto de Dios, su voluntad, sus designios, su Palabra, su Espíritu; pero también es encarnada ya que el proyecto divino se realiza en la creación y en la historia, la voluntad de Dios se manifiesta en la Escritura y a través de su Espíritu se convierte en una realidad interior al ser humano. De esta forma la reflexión sapiencial bíblica supera la simplificación panteísta o dualista en su visión de Dios.

En los vv. 22-25 el autor bíblico nos sitúa “antes” de la creación, en la eternidad de Dios, presentando la Sabiduría como una realidad divina y trascendente, anterior a todas las realidades cósmicas: “El Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas... cuando no había océanos, fui engendrada, cuando no existían los manantiales ricos de agua”. En los vv. 26-31 la Sabiduría parecer ser una realidad creada pues aparece contemporánea a la creación. La Sabiduría está presente también en el ser humano, en su inteligencia, en su felicidad: “Cuando consolidaba los cielos allí estaba yo, cuando trazaba la bóveda sobre la superficie del océano, cuando señalaba al mar su límite... a su lado estaba yo como confidente, día tras día lo alegraba y jugaba sin cesar en su presencia; jugaba con el orbe de la tierra, y mi alegría era estar con los seres humanos”.

Este himno ha llegado a ser en la tradición cristiana un preanuncio de la encarnación de la Palabra (Jn 1), que “al principio estaba junto a Dios, todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuando llegó a existir” (Jn 1,2-3), y que al final de los tiempos “se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).

La segunda lectura (Rom 5,1-5) es una especie de declaración paulina de sabor trinitario sobre la situación del ser humano que ha sido justificado gracias a la fe en Cristo: “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo... y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (vv. 1.5). Pablo afirma la dimensión trinitaria de la vida creyente. Reconciliados con Dios por la fe, estamos en una situación de “paz” y de “esperanza”, paz que supera la tribulación y esperanza que transforma el presente.

El evangelio (Jn 16,12-15) constituye la quinta promesa del Espíritu en el evangelio de Juan. Se habla del Espíritu como defensor (“Paráclito”) y como maestro, llamándolo “Espíritu de la verdad”. La verdad es la palabra de Jesús y el Espíritu aparece con la misión de “llevar a la verdad completa”, es decir, ayudar a los discípulos a comprender todo lo dicho y enseñado por Jesús en el pasado, haciendo que su palabra sea siempre viva y eficaz, capaz de iluminar en cada situación histórica la vida y la misión de los discípulos.

El Espíritu tiene una función “didáctica” y “hermenéutica” con relación a la palabra de Jesús. El Espíritu Santo no propone una nueva revelación, sino que conduce a una total comprensión de la persona e del mensaje del Señor Resucitado. El Espíritu, por tanto, “guía” (v. 13) hacia la “Verdad” de Jesús, es decir, hacia su revelación, de tal forma que la podamos conocer en plenitud.

Esta función del Espíritu con relación a Jesús y a su palabra define la profunda relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu: la Revelación es perfectamente una porque tiene su origen en el Padre, es realizada por el Hijo y se perfecciona en la Iglesia con la interpretación del Espíritu. Por eso Jesús dice que “el Espíritu no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído... todo lo que les dé a conocer, lo recibirá de mí”. Jesús será siempre el Revelador del Padre; el Espíritu de la Verdad, en cambio, hace posible que la revelación de Cristo penetre con profundidad en el corazón del creyente.


Para la revisión de vida

¿Cómo puedo hacer que se refleje mucho más claramente en mi vida cristiana el ser “comunitario” de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo?
¿En qué aspectos concretos de mi vida se manifiesta el misterio del Dios trinitario como amor y vida?

¿Cómo podría abrirme más a la acción del Espíritu de la Verdad en mi vida, para que me lleve a un conocimiento existencial y actualizado del evangelio de Jesús?

Para la reunión de grupo

- ¿Con cuáles iniciativas concretas podríamos hacer que nuestra comunidad sea cada día más imagen de la comunidad de amor infinito que es la Trinidad Divina?

- ¿Cuáles diferencias están creando en nuestra comunidad divisiones y egoísmos? ¿Cuáles elementos de nuestra vida comunitaria nos unen, nos hacen crecer como hermanos y fortalecen nuestra misión evangelizadora?

- ¿Somos como comunidad signo e instrumento de salvación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a través de la iniciativa del amor (el Padre), el sacrificio y la obediencia (el Hijo) y la apertura a la novedad de los caminos de Dios (el Espíritu)?

Para la oración de los fieles

- Dios Padre, misterio infinito y eterno de amor, que nos has llamado a la vida y nos has creado a imagen de tu Hijo Jesús, haz que experimentemos de tal forma tu bondad y tu misericordia que lleguemos a ser constructores de un mundo de amor y de paz. Roguemos al Señor...

- Señor Jesucristo, Hijo eterno del Padre, que en tu vida, muerte y resurrección nos has revelado el rostro del verdadero de Dios y nos has enseñado el camino que lleva a la vida, concédenos la gracia de la fidelidad a tu evangelio, viviendo, a tu imagen, en solidaridad con los pobres y los excluidos de este mundo. Roguemos al Señor...

- Espíritu Santo de Amor y de Verdad, fuente de todo bien y de toda gracia, ayúdanos a superar la tentación del egoísmo, de la cerrazón, del miedo, del legalismo, para ser testigos del reino en el mundo, dóciles a los caminos de Dios y atentos a las necesidades de nuestros hermanos y hermanas. Roguemos al Señor...

Oración comunitaria

Señor Dios Eterno, Único y Verdadero,
misterio infinito de amor y de vida,
Trinidad Santísima,
haz de la humanidad creada a tu imagen una sola familia,
y que la comunidad eclesial,
redimida por la sangre de tu Hijo y renovada por el Espíritu,
sea siempre un vivo reflejo de tu misterio comunitario de amor,
signo de liberación para los pobres y los últimos de la tierra,
y fermento de unidad y de paz para todo el género humano.
Por nuestro Señor Jesucristo.


19. 2004

LECTURAS: PROV 8, 22-31; SAL 8; ROM 5, 1-5; JN 16, 12-15

TODO LO QUE TIENE EL PADRE ES MÍO

Comentando la Palabra de Dios

Prov. 8, 22-31. La Sabiduría eterna, que es el proyecto de Dios, su Voluntad, su Palabra, es preexistente a todo lo creado, pues ha sido engendrada antes de todo tiempo. Esa Palabra, palabra creadora, se ha plasmado en la creación y en la historia, no como un panteísmo, sino como el lenguaje a través del cual Dios nos habla un poco de lo mucho que Él es. Efectivamente por medio de la creación podemos conocer al creador. De un modo especial podemos conocerlo a través del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y deleite de la Sabiduría eterna. Pero esta revelación ha llegado para nosotros a su plenitud en la encarnación de esa Sabiduría eterna, que ha plantado su tienda de campaña en medio de la nuestra. Por medio de Cristo Jesús, Sabiduría del Padre, nosotros no sólo conocemos a Dios, sino que experimentamos su amor. Creer en Él es tener la salvación, rechazarlo es haber perdido la oportunidad que Dios nos ofrece de alcanzar el perdón de nuestros pecados y la vida eterna.

Sal. 8. Dios nos ha creado y de Él depende toda nuestra vida; más aún de Él depende nuestra salvación eterna. Por muy grande que sea nuestra dignidad jamás nos olvidemos de que sólo en una relación continua con el Señor podremos realizarnos plenamente. Estamos llamados a llegar a ser perfectos, como el Padre Dios es perfecto. Pero esto no se llevará a efecto por nuestros esfuerzos personales. Sólo Dios puede hacer que lleguemos a ser conforme a su voluntad sobre cada uno de nosotros. Esto no habla de un determinismo; esto no coarta nuestra libertad, esto nos hace entender que la plenitud del hombre es el mismo Dios y creador de todo. Encaminar hacia Él nuestros pasos; dejarnos guiar por su Espíritu es la mejor de las decisiones que, con toda libertad, podamos haber tomado.

Rom. 5, 1-5. Reconciliados con Dios y justificados por la fe en Él, estamos con Él en paz. Jesucristo es el mediador de esa justificación. Permanecer en Cristo es lo que nos hace entrar en el mundo de la gracia. El Padre Dios ha llegado hasta el extremo de su amor por nosotros para salvarnos, dándonos a su propio Hijo, el cual entregó su vida para nuestra justificación. Así Dios se ha comprometido totalmente para salvarnos, pues ha llegado a la situación extrema de su amor por nosotros. Y si Dios nos ha dado lo más grande que tiene, que es su propio Hijo, ¿cómo no nos va a conceder cualquier otra cosa que le pidamos para que su Salvación se haga realidad en nosotros? Él ha infundido su amor en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que Él mismo nos ha dado, capacitándonos así, como hijos suyos, para entrar en un diálogo amoroso con Él, y para podernos hacer partícipes de su Vida eternamente. Vivamos, pues, como dignos hijos de Dios, guiados, no por nuestros caprichos sino por el Espíritu Santo, que habita en nosotros.

Jn. 16, 12-15. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un sólo Dios. Quien reciba al Espíritu Santo será guiado a la verdad plena, hacia la profundización en la verdad sobre Jesucristo, sobre su ser divino, sobre su condición redentora. Dios ha pronunciado su Palabra para nosotros de un modo definitivo por medio de Cristo Jesús, Palabra eterna del Padre hecha uno de nosotros, por obra del Espíritu Santo, en el seno de María Virgen. Sin embargo esa Palabra nosotros la vamos comprendiendo poco a poco al paso del tiempo. El Espíritu Santo conserva así, viva, fresca, nueva esa Palabra, que se pronuncia con toda su novedad y fuerza salvadora sobre nosotros a través del tiempo. Quienes poseemos el Espíritu Santo glorificaremos a Jesús, y en Él y por Él glorificaremos a nuestro Padre Dios. Así la vida del Cristiano se desenvuelve también dentro de la Vida Trinitaria, con la armonía que viene de sabernos amados y de saber amarnos los unos a los otros, como nosotros hemos sido amados por Dios.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

Dios, por medio de la Eucaristía en que celebramos el Memorial de la Pascua de su Hijo, nos hace conocer la verdad plena que se encuentra en el amor concreto y profundo, en el que Dios se abre sin reservas hacia nosotros, dándonos no sólo a conocer su ser divino, sino entregándonos su propia vida para que formemos parte de su familia, hechos hijos en el Hijo, a quien nos unimos por la participación de estos sagrados misterios. Esto no puede quedarse en una relación personal e intimista con Dios. Nuestra unión a Él nos debe hacer vivir la vida comunitaria en una auténtica relación fraterna, nacida de ese único Espíritu que nos hace tener a un sólo Dios y Padre, a quien nos unimos bajo un sólo Señor, Cristo Jesús. La Eucaristía lleva a efecto en nosotros esa unión con Dios y con el prójimo, pues quienes participamos de un mismo Pan y de un mismo Cáliz tenemos, ya desde ahora, a Cristo Jesús como Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

Dios, habiéndonos hechos hijos suyos y habiéndonos comunicado su Espíritu Santo, nos envía como constructores de unidad a través de la historia, hasta que todo llegue a su plenitud en Cristo Jesús. Debemos estar en una continua apertura al Espíritu Santo, de tal forma que nos enseñe a reconocer las huellas de Dios en medio de todas las cosas y en medio de los acontecimientos de cada día. Dios nos ama y está cercano a nosotros, de un modo especial a través de las acciones litúrgicas de su Iglesia; especialmente a través de la Eucaristía. Pero Él continúa también presente entre nosotros con todo su poder salvador por medio de su Iglesia, signo de salvación para la humanidad entera. Quien no se deje guiar por el Espíritu Santo estará denigrando el Santísimo Nombre de Dios entre las naciones, pues el egoísmo, la persecución de los inocentes, la destrucción de los valores humanos y cristianos, la falta de respeto a los derechos fundamentales de la humanidad, el afán desmedido de poder y de bienes materiales aún a costa de pisotear a los demás, en fin, toda la cadena de maldad que muchas veces oprime al hombre, no pude decir que glorifique a Dios, sino que lo deja mal parado, especialmente cuando toda esta maldad brota de quienes, arrodillados ante Dios no saben después vivir su compromiso de fe con aquellos a quienes el Señor nos envió, no a condenarlos, sino a salvarlos. Si vivimos en Dios, si realmente es nuestra su Vida, si realmente lo tenemos por Padre, manifestémoslo con un corazón recto y con una vida de amor y de servicio en el amor fraterno hacia todos aquellos que nos rodean.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber vivir de un modo consciente nuestro ser de hijos de Dios para que, guiados por su Espíritu, tanto glorifiquemos a nuestro Dios y Padre, como trabajemos incansablemente para que su Reino se haga realidad entre nosotros. Amén.

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20. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2007

La revelación de Dios como misterio trinitario constituye el núcleo fundamental y estructurante de todo el mensaje del Nuevo Testamento. El misterio de la Santísima Trinidad, que hoy celebramos con gran solemnidad, antes que doctrina ha sido evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y comunicando su amor; introduciendo y transformando el devenir de la historia en la comunión divina de las Tres Personas. Por eso se puede hablar de una preparación de la revelación de la Trinidad divina antes del cristianismo, tanto en la experiencia del pueblo de la Antigua Alianza como en las otras religiones y en los eventos de la historia universal.

El Nuevo Testamento, más que una doctrina elaborada sobre la Trinidad, nos muestra con claridad una estructura trinitaria actuando de consuno en la salvación. La iniciativa corresponde al Padre, que envía, entrega y resucita a su Hijo Jesús; la realización histórica se identifica con la obediencia absoluta al Padre mostrada por Jesús, quien por amor se entrega a la muerte; y la actualización perenne de su acción salvadora es obra del don del Espíritu, quien después de la Resurrección es enviado por Jesús de parte del Padre y habita en el creyente como principio de vida nueva, configurándolo con Jesús en su cuerpo, que es la Iglesia.

La primera lectura de hoy es un himno a la sabiduría divina considerada en su doble dimensión inmanente y trascendente. La Sabiduría es inmanente porque es el proyecto de Dios, su voluntad, sus designios, su Palabra, su Espíritu, que han permanecido en Dios desde toda la eternidad; y también es trascendente o encarnada, porque el proyecto divino no se lo guarda Dios para sí, sino que se realiza en la Creación y en la historia; la voluntad de Dios se manifiesta en la Escritura, y a través de su Espíritu se convierte en una realidad interior al hombre. De esta forma la reflexión bíblica radica la Sabiduría infinita en un Dios personal que derrama su infinito amor en bien de todo lo creado, y de modo singular y desbordante sobre su obra maestra, su criatura predilecta, el ser humano.

En los vv. 22-25 de este texto de Proverbios, el autor bíblico nos sitúa “antes” de la Creación, en la eternidad de Dios, presentando la Sabiduría como una realidad divina y trascendente, anterior a todas las realidades cósmicas. Este himno ha llegado a ser en la tradición cristiana un preanuncio de la encarnación de la Palabra (Jn 1), que “al principio estaba junto a Dios, todo fue hecho por ella, y sin ella no se hizo nada de cuando llegó a existir” (Jn 1,2-3), y que al final de los tiempos “se hizo carne, habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).

La segunda lectura (Rm 5,1-5) es una especie de declaración paulina de sabor trinitario sobre la situación del hombre que ha sido justificado gracias a la fe en Cristo: “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo... y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (vv.1.5). Pablo afirma la dimensión trinitaria de la vida creyente. Reconciliados con Dios por la fe, estamos en una situación de “paz” y de “esperanza”; paz que supera la tribulación, y esperanza que transforma el presente.

El evangelio (Jn 16,12-15) constituye la quinta promesa del Espíritu en el evangelio de Juan. Se habla del Espíritu como defensor (“Paráclito”) y como maestro, llamándolo “Espíritu de la verdad”. La verdad es la Palabra de Jesús, y el Espíritu aparece con la misión de “llevar a la verdad completa”, es decir, ayudar a los discípulos a comprender todo lo dicho y enseñado por Jesús en el pasado, haciendo que su palabra sea siempre viva y eficaz, capaz de iluminar en cada situación histórica la vida y la misión de los discípulos.

El Espíritu tiene una función “didáctica” y “hermenéutica” con relación a la palabra de Jesús: nos la “enseña” y nos la “hace comprender”. El Espíritu Santo no propone una nueva revelación, sino que conduce a una total comprensión de la persona y del mensaje del Señor Resucitado. El Espíritu, por tanto, “guía” (v.13) hacia la “Verdad” de Jesús, es decir, hacia su Revelación, de tal forma que la podamos conocer en plenitud.

Esta función del Espíritu con relación a Jesús y a su Palabra define la profunda relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu: la Revelación es perfectamente una porque tiene su origen en el Padre, es realizada por el Hijo y se perfecciona en la Iglesia con la interpretación del Espíritu. Por eso Jesús dice que “el Espíritu no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído... Todo lo que les dé a conocer lo recibirá de mí”. Jesús será siempre el Revelador del Padre; el Espíritu de la Verdad, en cambio, hace posible que la Revelación de Cristo penetre con profundidad en el corazón del creyente.

Para la revisión de vida
¿Cómo puedo hacer que se refleje mucho más claramente en mi vida cristiana el ser “comunitario” de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo?

¿En qué aspectos concretos de mi vida se manifiesta el misterio del Dios trinitario como amor y vida?

¿Cómo podría abrirme más a la acción del Espíritu de la Verdad en mi vida, para que me lleve a un conocimiento existencial y actualizado del evangelio de Jesús?

Para la reunión de grupo
- ¿Con cuáles iniciativas concretas podríamos hacer que nuestra comunidad sea cada día más imagen de la comunidad de amor infinito que es la Trinidad Divina?

- ¿Cuáles diferencias están creando en nuestra comunidad divisiones y egoísmos? ¿Cuáles elementos de nuestra vida comunitaria nos unen, nos hacen crecer como hermanos y fortalecen nuestra misión evangelizadora?

- ¿Somos como comunidad signo e instrumento de salvación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a través de la iniciativa del amor (el Padre), el sacrificio y la obediencia (el Hijo) y la apertura a la novedad de los caminos de Dios (el Espíritu)?

Para la oración de los fieles
- Dios Padre, misterio infinito y eterno de amor, que nos has llamado a la vida y nos has creado a imagen de tu Hijo Jesús, haz que experimentemos de tal forma tu bondad y tu misericordia que lleguemos a ser constructores de un mundo de amor y de paz. Roguemos al Señor...

- Señor Jesucristo, Hijo eterno del Padre, que en tu vida, muerte y resurrección nos has revelado el rostro del verdadero de Dios y nos has enseñado el camino que lleva a la vida, concédenos la gracia de la fidelidad a tu evangelio, viviendo, a tu imagen, en solidaridad con los pobres y los excluidos de este mundo. Roguemos al Señor...

- Espíritu Santo de Amor y de Verdad, fuente de todo bien y de toda gracia, ayúdanos a superar la tentación del egoísmo, de la cerrazón, del miedo, del legalismo, para ser testigos del reino en el mundo, dóciles a los caminos de Dios y atentos a las necesidades de nuestros hermanos y hermanas. Roguemos al Señor...

Oración comunitaria
Señor Dios Eterno, Único y Verdadero, misterio infinito de amor y de vida, Trinidad Santísima, haz de la humanidad creada a tu imagen una sola familia, y que la comunidad eclesial, redimida por la sangre de tu Hijo y renovada por el Espíritu, sea siempre un vivo reflejo de tu misterio comunitario de amor, signo de liberación para los pobres y los últimos de la tierra, y fermento de unidad y de paz para todo el género humano. Por nuestro Señor Jesucristo.