20
HOMILÍAS PARA EL CICLO C
15-20
15.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
Si me está permitido hablar así, diría que los textos litúrgicos nos encaminan
hacia la Operación Trinidad. Una Operación top secret en el corazón de Dios y
que se va revelando poco a poco, por ejemplo, bajo la personificación de la
Sabiduría (primera lectura). Jesucristo en el evangelio nos adentra en la
Operación Trinidad revelándonos la interacción entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Por último, el texto de la carta a los Romanos muestra las
consecuencias de la Operación Trinidad en la vida de los cristianos, por obra
sobre todo del Espíritu.
Mensaje doctrinal
1. Dios SE nos revela. Ninguna inteligencia humana, incluso la más
elevada y perfecta, puede conocer por sí misma el misterio de la vida
trinitaria. Ninguna filosofía puede desvelar por vía especulativa que Dios es
simultáneamente uno y trino. Ninguna religión puede descorrer el velo del
santuario en el que mora la realidad misma de Dios, Verdad, Amor y Vida. Lo que
sabemos del Dios vivo y verdadero nos viene por autorrevelación: "Quiso Dios,
con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su
voluntad" (Dei Verbum 2). En la historia de la salvación, Dios se ha revelado
primeramente como creador y como providencia sobre todas sus criaturas (primera
lectura). El texto evangélico nos enseña que Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios,
nos ha revelado sobre todo la paternidad divina. El Espíritu Santo, por su
parte, nos llevará a la verdad completa, es decir, nos hará entender y
experimentar mejor y en mayor profundidad la realidad de la vida trinitaria y
las consecuencias de esa realidad para nuestra vida en este mundo: la paz con
Dios Padre, el estado de hijos de Dios en que nos hallamos por el bautismo, la
posesión del amor de Dios con el cual superar cualquier tribulación y vivir en
la esperanza que no engaña. Dios no se revela como un anciano solitario y
justiciero, sino como un Padre con una intensa vida familiar, sellada toda ella
por la Verdad y por el Amor.
2. Dios NOS revela e interpela. Al revelarse Dios a sí mismo en su vida
más íntima, revela al hombre su más profunda identidad y su quehacer más
importante en la existencia histórica. Por eso, no es ni puede ser indiferente
al cristiano el misterio de la Trinidad. Como nos dice el catecismo, el misterio
trinitario es la luz que nos ilumina (CIC 234). Ilumina nuestra inteligencia de
la creación, pues el Padre ha creado al universo y al hombre con las sabias
manos del Hijo y del Espíritu (primera lectura), y así nos revela no sólo
nuestra condición de criaturas sino también nuestra condición contemplativa y
casi mística. Ilumina nuestra comprensión de las relaciones dentro de la familia
divina (evangelio), y mediante ellas nos revela nuestra participación en esa
vida divina y nuestra vocación de reflejo de la misma. Nos revela sobre todo
nuestra condición de oyentes del Espíritu, a quienes el Espíritu de la Verdad
comunica todo lo que ha oído en el seno del Padre y todo lo que ha recibido del
Verbo, hecho carne. Nos revela, por acción del Espíritu, nuestra condición de
hombres de la esperanza, frente a los hombres sin esperanza, que son los no
creyentes; una esperanza sólida, que no engaña (segunda lectura). Esta
revelación que el Dios vivo y trinitario nos hace de nuestra identidad, nos
interpela al mismo tiempo a fin de que la vida divina adquiera formulación y
expresión histórica en cada uno de los cristianos: la unidad de la fe, el amor
como esencia del cristianismo, la docilidad a la presencia y acción del Espíritu
Santo en nuestras almas, el papel magisterial del Espíritu de la Verdad divina,
la multiplicidad de expresiones culturales de la misma y única fe.
Sugerencias pastorales
1. Misterio de fe y amor. Es decir, un misterio en el que no sólo tenemos
que creer sino también amar. Creo, creemos en un único Dios que nos da la vida
como Padre, que como Hijo nos llama a vivir a fondo la experiencia filial de la
que Él nos hace partícipes , y que en cuanto Espíritu se define como intercambio
de amor entre el Padre y el Hijo y nos enseña que en el amor está la esencia de
Dios y de toda criatura. Me fío de este Dios Vida, Comunión, Verdad, Amor. Creo
y confío en que en la apropiación de estos grandes valores Adivinos encuentro mi
plena realización humana y cristiana. Como cristiano expreso mi fe amando la
grandeza y belleza del Dios unitrino. Con mi amor a cada una de las personas
divinas pretendo subrayar que el Dios trinitario no es una abstracción, no es un
mundo mental hermoso y bien construido, no es un juego de conceptos con los
cuales entretener la reflexión de los teólogos, sino un Dios tripersonal, al que
amo como hijo, al que obedezco como creatura, y al que adoro por ser mi Dios y
Señor. Considero algo sumamente positivo y necesario que desde la primera
catequesis se introduzca a los niños en una relación personal y adorante con el
Padre, con el Hijo y con el Espíritu. Para esta catequesis trinitaria puede
ayudarnos una explicación elemental de la santa misa, que comienza y termina en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En ella, Jesucristo, Hijo
de Dios, nos habla a los hombres (a los niños, y a los adultos) desde el
Evangelio. En ella todas las oraciones y plegarias nuestras se dirigen a Dios
Padre, fuente de todo don y gracia. En ella está presente y activo el Espíritu
Santo de manera muy especial en el momento de la consagración, para hacer que el
pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y para
transformar nuestra pobre existencia mediante el cuerpo de Cristo que en la misa
recibimos. Si Dios es un misterio de amor, )no será el amor la mejor manera de
entrar por la puerta del misterio?
2. La gloria de la Trinidad. La gloria de la Trinidad es que el hombre
viva y, por medio de él, toda la creación adquiera sentido y cumpla su
finalidad. ¿Qué quiere decir que el hombre viva? Que sea lo que tiene que ser.
Que sea plenamente hombre y, si ha sido llamado a la vocación cristiana, que sea
plenamente cristiano. Aquí está el drama de la Trinidad que es por igual el
drama del hombre: No pocas veces la gloria de la Trinidad es opacada,
entenebrecida por el hombre. El hombre no es lo que es, cuando se cree un
demiurgo autónomo en lugar de una criatura dependiente, y manipula la vida y la
creación a su antojo. El hombre no es lo que es, cuando se olvida de haber sido
creado a imagen de Dios y piensa que su imagen más perfecta se halla en el reino
animal. El hombre no es lo que es, cuando piensa que no ha sido creado por amor
y para amar, sino más bien que su realización personal está en proporción a la
medida de su poder y de su dominio sobre los demás. El hombre no es lo que es,
cuando se cree dueño de la vida que puede hacer con ella lo que quiere, en lugar
de ser un receptor agradecido, que la administra sabiamente por haberla recibido
del mismo Dios.
16. 2004. Instituto del Verbo Encarnado
Comentarios Generales
Proverbios 8, 22-31:
El A. T. es revelación del Dios Uno y Único. El Nuevo Testamento es revelación
del Dios Trino. Pero también en el A. T., de modo especial en los Libros
Sapienciales, hallamos intuiciones y profundizaciones que preparan la revelación
del misterio Trinitario. En el pasaje de los Proverbios que leemos hoy vemos una
de esas hermosas intuiciones o esbozos del misterio del Dios Uno y Trino:
- La “Sabiduría de Dios” se nos presenta más que como un atributo o perfección
divina, como Hipóstasis o Persona Divina. De Dios procede desde la eternidad
(22-33). Y con Dios convive eternamente (24-25). Si todos los seres son
“creaturas” de Dios, todas lo son de la “Sabiduría”.
- Posee cualidades y atributos específicamente divinos: Tales: la Eternidad, la
Omnipotencia, la Omniscencia, la Santidad, la Inmutabilidad, la Ubicuidad.
- A la luz de estas fuentes Bíblicas y a la luz de Pentecostés, los Autores
inspirados del N. T. nos han dejado las magníficas revelaciones de la Sabiduría
Encarnada y del Espíritu Santo. San Juan nos dice en el prólogo de su Evangelio:
“En el principio existía el Verbo (= Sabiduría); y el Verbo estaba con Dios; y
el Verbo era Dios; todo por Él fue hecho; por Él llegó el mundo a existir...Y el
Verbo se hizo carne” (Jn 1, 1.14). Es claro que para San Juan, Jesucristo es el
Verbo eterno (Sabiduría) que asume naturaleza humana.
Romanos 5, 1-5:
San Pablo nos presenta la obra divina de la “justificación” como acción
salvífica del Dios Uno y Trino:
- En relación con Dios Padre la llama: “Gracia de Dios” (2), “Paz con Dios” (1)
y “Esperanza de la Gloria de Dios” (2b). Dios Padre tiene la iniciativa. Nos
ofrece su “Gracia”. Esta dádiva que procede del amor infinito del Padre jamás
podremos valorarla suficientemente. De ahí que la Teología no halle nombre
adecuado. Pero nos invita a ahondar en este don al llamarlo: “Gracia de Dios”.
- El Hijo, cual le conocemos, Verbo Encarnado, en la obra de la Justificación es
el “Mediador”. Mediador porque la Gracia que nos da Dios Padre es participación
en la Filiación Eterna del Hijo; y para que eso pudiera realizarse, para que la
raza humana pecadora pudiera llegar a ser linaje de hijos de Dios, el Hijo de
Dios se encarnó. El Hijo Encarnado nos redimió de nuestros pecados. Por los
méritos de su Redención nos salvamos a condición de que aportemos nuestra “fe”
en el Redentor: “Justificados por la fe. Paz tenemos con Dios por el Señor
nuestro Jesucristo. Por el tenemos también acceso a esta gracia; y nos gloriamos
en la esperanza de la Gloria de Dios, por la fe” (1-2). Justificación y
salvación, Gracia y Gloria todo es por el Mediador-Cristo.
- El Espíritu Santo pone también su sello personal en esa obra divina. El, que
es en la Vida Trinitaria Amor Sustancial, es también “amor de Dios derramado en
nuestros corazones”. Es “Espíritu Santo dado a nosotros” (5). Somos verdadero
cielo de la Santísima Trinidad. Lo somos en esta etapa de fe tan hermosa porque
en ella cabe la prueba. Prueba en la cual se aquilata la virtud, se autentifica
la fidelidad y se granjea el mérito. De ahí que nos diga el Apóstol: “¡Nos
gloriamos en las tribulaciones!” (3). Fe (1), Esperanza (4), Caridad (5) son los
latidos de nuestra vida divina mientras somos “viajadores”. Fe muy firme y
esperanza que no puede quedar defraudada. Garantía segura de que la “gracia” de
Dios debe abrirse y florecer en “gloria” de Dios es el Espíritu Santo: “No
habéis recibido el espíritu de siervo, sino que habéis recibido espíritu filial
con el cual clamamos: Abba! ¡Padre! El mismo Espíritu a una con nuestro espíritu
testifica que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos. Herederos de
Dios; coherederos de Cristo” (Rom 8, 15). La Obra Salvífica de Dios Uno y Trino
culmina al entrarnos en la Gloria Beatífica de la Trinidad.
Juan 16, 12-15:
En todo el Discurso de la Cena queda muy acentuada la Trinidad de Personas en la
Unidad divina. En él los Teólogos encontrarán luz para iluminar el inefable
misterio Trinitario. En las almas místicas, para profundizarlo, amarlo y
vivirlo:
- Pertenece al Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, conducirnos a la verdad plena
y poner a plena luz la Persona, la misión y la obra de Cristo (13).
- Será por tanto, obra del Espíritu Santo la glorificación de Cristo. “Él me
glorificará” (14). A la luz del Espíritu Santo (Pentecostés), los Apóstoles
comprenden el Mesianismo espiritual de Jesús. ¡Cuán radiante la Cristología de
Pedro en su sermón de Pentecostés!
- El Espíritu Santo es, pues, el Maestro y Guía que nos conduce al Hijo; como el
Hijo, nos revela y nos conduce al Padre. Sin el Mediador no llegamos al Padre.
Sin el Revelador no llegamos al Hijo. La Vida cristiana si no es Trinitaria no
tiene sentido, ni contenido, ni raíz. O muere de inanición por falta de savia o
degenera en racionalismo o humanismo estéril. Nuestra grandeza y nuestro gozo es
que somos hijos del Padre en Cristo, vivificados por el Espíritu Santo.
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San Bernardo
Obras de la Trinidad en nosotros
A) El Padre envía a su Hijo
“Ea, pues, hermanos, meditemos las obras de la Trinidad sobre nosotros y para
nosotros, desde el principio del mundo hasta el fin, y veamos cuán solícita
anduvo aquella Majestad a quien incumbe la disposición y gobierno de los siglos
de que no nos perdiésemos para siempre. Poderosamente, a la verdad, había
fabricado todas las cosas, y sabiamente las gobernaba todas, y tanto de su poder
como de su sabiduría teníamos señales evidentísimas en la creación y
conservación de la máquina del mundo. Había, sin duda, bondad en Dios, bondad
grande y excelsa sobremanera; pero estaba escondida en el corazón del Padre,
para ser ampliamente difundida algún día sobre el linaje de los hijos de Adán a
su tiempo oportuno. Mientras tanto, decía el Señor: “Yo medito pensamientos de
paz” (Ier. 29, 11), disponiéndose a enviarnos a Aquel que es nuestra paz, a
Aquel que de dos pueblos hizo uno solo, a fin de dar al mundo una paz sobre toda
paz: paz a los que estaban lejos y paz a los que estaban cerca. Al Verbo de
Dios, colocado en las alturas de la divinidad, le convidó a bajar a nosotros su
propia benignidad; la misericordia le arrancó de su trono; la verdad, puesto que
nos había prometido venir, le constriñó a realizarlo; la pureza de un seno
virginal le recibió, salva la integridad de la Virgen, y su poder le sacó de
allí dejándola intacta; la obediencia acompañóle en todos sus caminos; la
paciencia le sirvió de potente armadura, y su caridad en palabras, obras y
milagros le manifestó”.
B) La obra del Hijo
Amplísimo tema el de mis males y el de los bienes de mi Señor.
La serpiente, hablando al oído de la mujer, introdujo el veneno en el mundo. El
ángel, hablando a María, consiguió que llegara el Verbo al seno de la mujer,
para que por el mismo camino por donde entró el veneno penetrase la triaca.
Concebido por obra del Espíritu Santo, limpió nuestra concepción, “no siendo
ociosa de esta suerte la vida de Cristo ni en el seno mismo de María”,
convirtiéndola en “el punto central de la tierra”.
“¿Te dignarás, Señor Jesús, darme tu vida, como me diste tu concepción? Pues no
sólo mi concepción es inmunda, sino mi muerte perversa, mi vida llena de
peligros; y aún después de mi muerte me queda una muerte más grave, que es la
muerte segunda.
No sólo te daré mi concepción, me responde Jesús, sino también mi vida, y esto
por todos los grados de las edades, de la infancia, de la niñez, de la
adolescencia y de la juventud; te lo daré todo, añade, dándote además mi muerte,
mi resurrección, mi ascensión y la venida del Espíritu Santo. Y esto con el fin
de que mi concepción purifique la tuya, mi vida instruya la tuya, mi muerte
destruya la tuya, mi resurrección preceda la tuya y el Espíritu divino ayude la
flaqueza tuya. Así verás llanamente el camino por donde debes ir, la cautela con
que debes ir y a qué mansión debes ir. En mi vida conocerás la tuya, para que,
así como yo guardé las sendas rectísimas de la pobreza y obediencia, de la
humildad y de la paciencia, de la caridad y la misericordia, así también tú
vayas por las huellas mismas, no ladeando a diestra ni a siniestra. Mas en mi
muerte te dejaré mi justicia, rompiendo el yugo de tu cautiverio y combatiendo a
los enemigos que están en el camino o junto al camino, para que ya jamás te
causen daño. Cumplidas estas cosas, volveré me a la casa de donde salí y
restituiré mi rostro a aquellas ovejas que habían quedado en los montes que
había por ti dejado, no precisamente para hacer que volvieses, sino para traerte
sobre mis hombros yo mismo.”
C) La misión del Espíritu Santo
“Y para que de mi ausencia no te quejes o te contristes, enviaré al Espíritu
consolador, que te dé prenda de salud, robustez de vida, luz de ciencia, para
que el mismo Espíritu dé testimonio a tu espíritu de que eres hijo de Dios, para
que imprima y te muestre en tu corazón señales certísimas de su predestinación.
Él difundirá alegría en tu corazón y lo empapará de celestial rocío, si no
continuamente, al menos muchísimas veces, para fecundar tu alma. Te dará también
robustez de vida, para que lo que naturalmente es imposible, se te haga con su
gracia no sólo posible, sino fácil, y en trabajos y vigilias, en hambre y sed y
en todas las observancias religiosas camines deleitablemente, acumulando sin
cesar riquezas celestiales. Te dará, en fin, luz de ciencia, para que, cuando
todo lo hayas hecho bien, te reputes siervo inútil y todo el bien que halles en
ti lo atribuyas a aquel Señor de quien procede todo lo bueno y sin el cual no
sólo un poco, sino absolutamente nada puedes comenzar y mucho menos
perfeccionar. Así, pues, el Espíritu Santo en estas tres cosas te las enseñará
todas; pero todas las que pertenezcan a tu salvación, porque en ellas está la
plena y absoluta perfección”.
D) Exhortación
“Ya veis, pues, con cuánta verdad se expresó aquel que dijo: El Señor anda
solícito por mi (Ps. 39, 18). El Padre, por redimir al siervo, no perdona al
Hijo; el Hijo por Él se entrega a la muerte gustosísimamente; uno y otro envían
al Espíritu Santo, y el mismo Espíritu pide por nosotros con inefables gemidos.
¡Oh duros y endurecidos y rebeldes hijos de Adán, a quienes no ablanda tanta
benignidad, tan abrasadora llama, ardor tan grande!... ¿Qué más debía hacer y no
lo hizo?... ¿Qué busca de ti el que con tanta solicitud te buscó, sino que andes
solícito con tu Dios? Esta solicitud no te la da sino el Espíritu Santo, que ni
la más pequeña paja sufre en la habitación del corazón que posee, sino que al
punto la consume con el fuego de una sutilísima circunspección; Espíritu suave y
dulce, el cual inclina nuestra voluntad, o mas bien la endereza y conforma con
la suya, a fin de que podamos verdaderamente entenderla, fervorosamente amarla y
eficazmente cumplirla”.
(Tomado del libro “Verbum Vitae”, BAC, 1954, tomo V, Pág. 238-240)
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FRAY LUIS DE GRANADA
La revelación del Misterio Trinitario
A) Revelación del misterio en el Nuevo Testamento
Este artículo de la fe de la Santísima Trinidad fue necesario declararse más
distintamente en el Nuevo Testamento que en el Viejo, por causa del misterio de
la Encarnación, en el cual confesamos el Hijo de Dios haber encarnado y sido
concebido en las entrañas de una virgen por virtud del Espíritu Santo; lo cual
no se podía entender sino entendido este sacramento en las tres personas
divinas. Mas en el Viejo no había esta necesidad, y corría peligro que aquella
gente ruda, no entendiendo la alteza de este misterio, creyese que había muchos
dioses, y así tomase de aquí ocasión para su idolatría, a la cual aquel pueblo
era muy inclinado. Mas, en el Nuevo Testamento, este artículo de nuestra fe está
en muchos lugares declarado. Y así... el Salvador, enviando a sus discípulos a
predicar el Evangelio por todo el mundo, les dijo (Mt. 28,19): “Id y enseñad a
todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”.
B) No reflejado en la creación
“Para lo cual es de saber que en Dios Nuestro Señor, con ser Él una simplicísima
substancia, hay muchas cosas que no podemos en esta vida saber. Porque, como
aquí no le conocemos en sí mismo, sino en sus obras, una de las cuales es la
fábrica de este mundo, no podemos por esta obra conocer de Él más de lo que ella
nos representa, que es la grandeza del saber con que la trazó, y del poder con
que la crió, y de la bondad con que proveyó a sus criaturas de todo lo necesario
para su conservación y multiplicación.
Mas por cuanto estas obras creadas no igualan ni declaran toda su grandeza, de
aquí es que no entendemos por ellas más de lo que ellas nos descubren. Como, si
nos mostrasen una imagen perfectísimamente obrada, conoceríamos por ella el
ingenio y arte del que la pintó; mas la condición que tiene, las más artes que
sabe, con lo demás que hay en él, no lo conoceríamos, porque nada de esto dice
la pintura.
Pues, entre estas cosas que no sabemos de nuestro Dios, uno es el misterio de la
Santísima Trinidad...pues esta distinción de personas con unidad de esencia, que
es el misterio de la Santísima Trinidad, no se alcanza por la fábrica de las
cosas criadas”.
C) Semejanzas creadas
“Imposible es hallar en todas las cosas criadas cosa que perfectamente
represente lo que hay en el Creador. Porque, como sea infinita la distancia que
hay entre las criaturas y Él, no puede haber en ellas ejemplo que del todo
cuadren y representen lo que hay en Él. Mas, con todo eso, para ayuda de nuestra
rudeza ponen los doctores algunas semejanzas, aunque muy imperfectas, de este
misterio”.
a) El hombre entendiéndose y amándose
“Entre las cuales una es la del hombre cuando entiende y ama a sí mismo. Para lo
cual tomemos por ejemplo un hombre aventajado en la sabiduría sobre los otros
hombres, como fue Salomón, a quien Dios otorgó tan grande saber y prudencia y
tan grande corazón, que lo compara la Escritura con las arenas de la mar (III
Reg. 3,29).
Pónese, pues, este hombre a considerar a sí mismo con todas estas excelencias
que de Dios recibió, y, considerando esto, produce en su entendimiento un
Salomón inteligible, que es un concepto y una como imagen que representa todo lo
que hay en Salomón. Y como esta perfección así representada sea tan excelente,
síguese luego amor de cosa tan digna de ser amada.
Pues en esta inteligencia tenemos tres cosas: la primera Salomón, que conoce su
perfección; la segunda es el concepto que dentro de su entendimiento forma de
ello, y la tercera, el amor que de este conocimiento procede. Pues esto mismo
confesamos en aquella altísima emanación de las personas divinas. Mas todavía
hay muchas diferencias de lo uno a lo otro, especialmente ésta, en el hombre
este concepto y amor de sí mismo son accidentes, mas en Dios no son accidentes,
sino substancia, y no otra que la del mismo Dios”.
b) El hombre ante el espejo
“Ni se debe nadie espantar de lo que aquí decimos, conviene saber, que el Padre
Eterno, entendiendo a sí mismo, engendra y produce la persona del Hijo, pues
cada día vemos una cosa en algo semejante a ésta, y es que, mirándose una
persona en un espejo produce en él una imagen que representa perfectamente su
propia figura.
Pues luego ¿qué maravilla es que aquel Padre soberano, cuya virtud y poder es
infinito, mirando a sí mismo produzca dentro de sí la imagen perfectísima de su
Hijo? Sino que la diferencia está en que aquella imagen del espejo es accidente,
mas ésta es persona subsistente que por sí tiene su ser. Mas en esto también
corre la comparación que, si siempre estuviese una persona mirándose al espejo,
siempre estaría produciendo aquella figura; y así, porque el Padre celestial
está siempre mirando su divina esencia, siempre está produciendo la persona del
Hijo...”
c) El alma y sus potencias
“Otra semejanza ponen de nuestra alma y de sus potencias, que son memoria,
entendimiento y voluntad, aplicando la memoria, en la cual está el depósito de
todas las ciencias, al Padre, en quien están todas las riquezas de la divinidad
(Col. 2,3), y el entendimiento al Hijo, al cual como dijimos, es producido por
el entendimiento del Padre, y la voluntad, que es la potencia con que amamos, al
Espíritu Santo, que procede de la voluntad del Padre y del Hijo juntamente. Y
estas tres potencias del alma no son tres almas, sino una sola”.
d) El sol, la luz y el calor
“También se pone aquí otro común ejemplo del sol, que es la más excelente de las
criaturas corporales, y así en muchas cosas tiene semejanza con su Creador, como
arriba dijimos.
Pues en el sol vemos tres cosas, que son el mismo sol y la luz que nace de él, y
el calor que procede de ambos. Por lo cual el Apóstol (Hebr 1,3) llama al Hijo
de Dios resplandor de la gloria del Padre. Y el Sabio (Sap 7,26) lo llama
blancura de la luz eterna y espejo sin mácula de la Majestad de Dios.
Donde también es de notar que, así como el sol sin jamás cesar produce la luz, y
el uno y el otro calor, así el Padre Eterno siempre está produciendo la luz
eterna de su Hijo, y ambos juntos al Espíritu Santo. Y así como, si el sol fuera
eterno, juntamente fuera eterna la luz que de él procediera, y el calor de
ambos, así por cuanto el Padre es ab aeterno, así el Hijo y el Espíritu Santo
son ab aeterno, de modo que no hay aquí primero ni postrero, sino todas las
personas divinas abrazan una misma eternidad.
Esta es una comparación tomada de esta excelentísima criatura; mas todavía
desfallece la verdad, porque así la luz como el calor son accidentes, que no
tienen ser por sí, mas las personas divinas tienen su propio y perfecto ser”.
D) La grandeza del misterio, prueba de su divinidad
“Todo lo que hasta aquí se ha dicho sirve para humillar nuestro entendimiento y
para que no digamos que no puede ser lo que nosotros no podemos entender, pues
son tantas otras cosas mucho menores y que traemos entre las manos que no
entendemos...
Porque ¿qué cosa hay más conforme a la razón que sentir altísimamente del que es
altísimo y atribuirle el más alto y mejor ser de cuántos nuestro entendimiento
puede alcanzar? Y cuando hubiéremos alcanzado de Él cosas muy altas, creamos que
hay otras infinitas que no podemos entender... Así que el no entender nosotros
la alteza de este misterio tiene rastro y olor de ser cosa de Dios, pues por ser
como decimos, infinito, necesariamente ha de ser incomprensible”.
E) Obras atribuidas a cada una de las personas
a) Al Padre, la creación y el poder
“Al Padre se atribuye la creación y el poder, no porque el poder y la creación
no sea de toda la Trinidad, sino porque la persona del Padre es la primera y de
ninguna es producida, y ella es principio de la producción de las otras”.
b) Al Hijo, la redención y salvación
“La obra de nuestra redención principalmente es de la Trinidad toda, porque de
consejo y de voluntad de todas las tres personas vino el Hijo al mundo y se hizo
hombre, y, hecho hombre, murió por nosotros y satisfizo por nuestras culpas, y
fue sacrificio para que la Trinidad Santísima quedase aplacada y satisfecha, y
así nos recibiese en su amor y gracia. Mas porque sólo el Hijo es el que se
encarnó y sólo Él fue el sacrificio y la causa meritoria de este perdón y esta
gracia, por esta manera se le atribuye particularmente nuestra redención y
salvación”.
c) Al Espíritu Santo, la bondad y el amor
“ Y porque tener verdadero conocimiento y fe de las cosas que el Hijo hizo por
nosotros, y de lo que nos dejó dicho y mandado, y tener aquel amor, aquella
limpieza y bondad que debemos no es cosa de nuestras fuerzas, las cuales no
bastan para esto, por eso atribuimos todo esto a Dios, y particularmente al
Espíritu Santo, a quien entre las personas divinas se atribuye la bondad y el
amor, porque de estas fuentes nace querer Él tomar este cargo de hacernos buenos
y entender en nuestra santificación.
Y así decimos que nuestra redención por primera y principal autoridad es la
Trinidad Santísima. Y por haber el Hijo muerto por nosotros, es de Cristo
nuestro redentor, como de medianero, y sacrificio, y merecedor de este bien. Y
por alumbrarnos para conocer todo esto y darnos fuerzas para agradecerlo y
servirle, decimos que todo nuestro bien y espiritual vida depende de los dones
del Espíritu Santo”.
(Tomado del libro “Verbum Vitae”, BAC, 1954, tomo V, Pág. 267-271)
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San Agustín
Plegaria a la Santísima Trinidad
(Sobre la Trinidad, XV; 28)
Señor y Dios mío, en Ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad:
id, bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo (Mt 28, 19), si no fueras Trinidad. Y no mandarías a tus siervos
ser bautizados, mi Dios y Señor, en el nombre de quien no es Dios y Señor. Y si
Tú, Señor, no fueras al mismo tiempo Trinidad y un solo Dios y Señor, no diría
la palabra divina: escucha, Israel; el Señor, tu Dios, es un Dios único (Dt 6,
4). Y si Tú mismo fueras Dios Padre y fueras también Hijo, tu palabra
Jesucristo, y el Espíritu Santo fuera vuestro Don, no leeríamos en las
Escrituras canónicas: envió Dios a su Hijo (Gal 4, 13); y Tú, ¡oh Unigénito!, no
dirías del Espíritu Santo: que el Padre enviará en mi nombre (Jn 14, 26); y: que
Yo os enviaré de parte del Padre (Jn 15, 26).
Fija la mirada de mi atención en esta regla de fe, te he buscado según mis
fuerzas y en la medida que Tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia
lo que creía mi fe, y disputé y me afané mucho. Señor y Dios mío, mi única
esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte; haz que
ansíe siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste
que te encontrara y me has dado esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante
Ti está mi firmeza y mi debilidad: sana ésta, conserva aquélla. Ante Ti está mi
ciencia y mi ignorancia, si me abres, recibe al que entra; si me cierras, abre
al que llama. Haz que me acuerde de Ti, que te comprenda y te ame. Acrecienta en
mí estos dones hasta mi reforma completa.
Sé que está escrito: en las muchas palabras no estás exento de pecado (Prv 10,
19). ¡Ojalá sólo abriera mis labios para predicar tu palabra y cantar tus
alabanzas! Evitaría así el pecado y adquiriría abundancia de méritos aun en la
muchedumbre de mis palabras. Aquel varón a quien Tú amaste no ha aconsejado el
pecado a su verdadero hijo en la fe, cuando le escribe: predica la palabra,
insiste con ocasión y sin ella (2 Tim 4, 2). ¿Acaso se podrá decir que no habló
mucho el que oportuna e importunamente anunció, Señor, tu palabra? No, no era
mucho, pues todo era necesario. Líbrame, Dios mío, de la muchedumbre de palabras
que padezco dentro de mi alma, miserable en tu presencia, pero que se refugia en
tu misericordia.
Cuando callan mis labios, que mis pensamientos no guarden silencio. Si sólo
pensara en las cosas que son de tu agrado, no te rogaría que me librases de la
abundancia de mis palabras. Pero muchos son mis pensamientos; Tú los conoces.
Son pensamientos humanos, pues vanos son. Otórgame no consentir en ellos, sino
haz que pueda rechazarlos cuando siento su caricia. No permitas nunca que me
detenga adormecido en sus halagos. Jamás ejerzan sobre mí su poderío ni pesen en
mis acciones. Con tu ayuda protectora, sea mi juicio seguro y mi conciencia esté
al abrigo de su influjo.
Hablando el Sabio de Ti en su libro, hoy conocido con el nombre de Eclesiástico,
dice: muchas cosas diríamos sin acabar nunca; sea la conclusión de nuestro
discurso: Él lo es todo (Sir 43, 29).
Cuando lleguemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos
sin entenderlas, y Tú permanecerás todo en todos. Entonces modularemos un
cántico eterno, alabándote a un tiempo unidos todos en Ti.
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San Gregorio nacianceno
Tres luces que son una Luz (Poemas dogmáticos, 1, 2, 3)
Bien sé que, al hablar de Dios a los que le buscan, es como si quisiéramos
atravesar el mar con pequeñas naves, o nos lanzáramos hacia el cielo constelado
de estrellas, sostenidos por débiles alas. Porque queremos hablar de ese Dios
que ni siquiera los habitantes del Cielo son capaces de honrar como conviene.
Sin embargo, Tú, Espíritu de Dios, trompeta anunciadora de la verdad, estimula
mi mente y mi lengua para que todos puedan gozar con su corazón inmerso en la
plenitud de Dios.
Hay un solo Dios, sin principio ni causa, no circunscrito por ninguna cosa
preexistente o futura, infinito, que abraza el tiempo, grande Padre del grande y
santo Hijo unigénito. Es Espíritu purísimo, que no ha sufrido en el Hijo nada de
cuanto el Hijo ha sufrido en la carne (...).
Único Dios, distinto en la Persona pero no en la divinidad, es el Verbo divino.
Él es la imagen viva del Padre, Hijo único de Aquél que no tiene principio, solo
que procede del solo, igual hasta el punto de que mientras sólo Aquél es
plenamente Padre, el Hijo es también creador y gobernador del mundo, fuerza e
inteligencia del Padre.
Cantemos en primer lugar al Hijo, adorando la sangre que fue expiación de
nuestros pecados. En efecto, sin perder nada de su divinidad, me salvó
inclinándose, como médico, sobre mis heridas purulentas. Era mortal, pero era
Dios; descendiente de David, pero creador de Adán; revestido de cuerpo, pero no
partícipe de la carne. Tuvo madre, pero madre virgen; estuvo circunscrito, pero
permaneció siempre inmenso. Fue víctima, pero también pontífice; sacerdote, y
sin embargo era Dios. Ofreció a Dios su sangre y purificó el mundo entero. Fue
alzado en la cruz, pero los clavos derrotaron al pecado. Se confundió entre los
muertos, pero resucitó de la muerte y trajo a la vida a muchos que habían muerto
antes que Él: en éstos se hallaba la pobreza del hombre, en Él la riqueza del
Espíritu (...).
Alma, ¿por qué tardas? Canta también la gloria del Espíritu; no separes en tu
discurso lo que la naturaleza no ha dividido. Temblemos ante el poderoso
Espíritu, como delante de Dios; gracias a Él he conocido a Dios. Él, que me
diviniza, es evidentemente Dios: es omnipotente, autor de dones diversos, el que
suscita himnos en el coro de los santos, el que da la vida a los habitantes del
cielo y de la tierra, el que reina en los cielos. Es fuerza divina que procede
del Padre, no sujeto a ningún poder. No es hijo: uno solo, en efecto, es el Hijo
santo del único Bien. Y no se encuentra fuera de la divinidad indivisible, sino
que es igual en honor (...).
[Ésta es la] Trinidad increada, que está fuera del tiempo, santa, libre,
igualmente digna de adoración: ¡único Dios que gobierna el mundo con triple
esplendor! Mediante el Bautismo, soy regenerado como hombre nuevo por los Tres;
y, destruida la muerte, avanzo en la luz, resucitado a una vida nueva. Si Dios
me ha purificado, yo debo adorarlo en la plenitud de su Todo.
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Juan Pablo II
MISA DE CANONIZACIÓN - SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 10 de junio de 2001
1. "Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque
grande es su amor por nosotros" (Antífona de entrada).
Siempre, pero especialmente en esta fiesta de la Santísima Trinidad, toda la
liturgia está orientada al misterio trinitario, manantial de vida para todo
creyente.
"Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo": cada vez que
proclamamos estas palabras, síntesis de nuestra fe, adoramos al único y
verdadero Dios en tres Personas.
Contemplamos con estupor este misterio que nos envuelve totalmente. Misterio de
amor; misterio de santidad inefable.
"Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo", cantaremos dentro de poco,
al entrar en el corazón de la Plegaria eucarística. El Padre creó todo con
sabiduría y amorosa providencia; el Hijo, con su muerte y resurrección, nos ha
redimido; el Espíritu Santo nos santifica con la plenitud de sus dones de gracia
y misericordia.
Podemos definir con razón esta solemnidad como una fiesta de la santidad. Por
tanto, en este día encuentra su marco más adecuado la ceremonia de canonización
de cinco beatos: Luis Scrosoppi, Agustín Roscelli, Bernardo de Corleone, Teresa
Eustochio Verzeri y Rebeca Petra Choboq Ar-Rayès.
2. "Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios,
por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 5, 1).
Como hemos escuchado en la segunda lectura, para el apóstol san Pablo la
santidad es un don que el Padre nos comunica mediante Jesucristo. En efecto, la
fe en él es principio de santificación. Por la fe el hombre entra en el orden de
la gracia; por la fe espera participar en la gloria de Dios.
Esta esperanza no es un espejismo, sino fruto seguro de un camino ascético en
medio de numerosas tribulaciones, afrontadas con paciencia y virtud probada.
Esta fue la experiencia de san Luis Scrosoppi, durante una vida gastada
totalmente por amor a Cristo y a sus hermanos, especialmente los más débiles e
indefensos.
"¡Caridad, caridad!": esta exclamación brotó de su corazón en el momento de
dejar el mundo para ir al cielo. Practicó la caridad de modo ejemplar, sobre
todo con las muchachas huérfanas y abandonadas, implicando a un grupo de
maestras, con las que fundó el instituto de las "Religiosas de la Divina
Providencia".
La caridad fue el secreto de su largo e incansable apostolado, alimentado de su
contacto constante con Cristo, contemplado e imitado en la humildad y en la
pobreza de su nacimiento en Belén, en la sencillez de la vida laboriosa de
Nazaret, en la total inmolación en el Calvario y en el silencio elocuente de la
Eucaristía. Por este motivo, la Iglesia lo señala a los sacerdotes y a los
fieles como modelo de síntesis profunda y eficaz entre la comunión con Dios y el
servicio a los hermanos. En otras palabras, modelo de una existencia vivida en
comunión intensa con la santísima Trinidad.
3. "Grande es su amor por nosotros". El amor de Dios a los hombres se manifestó
con particular evidencia en la vida de san Agustín Roscelli, a quien hoy
contemplamos en el esplendor de la santidad. Su existencia, totalmente
impregnada de fe profunda, puede considerarse un don ofrecido para la gloria de
Dios y el bien de las almas. La fe lo hizo siempre obediente a la Iglesia y a
sus enseñanzas, con una dócil adhesión al Papa y a su obispo. La fe le
proporcionó consuelo en las horas tristes, en las grandes dificultades y en las
situaciones dolorosas. La fe fue la roca sólida a la que supo aferrarse para no
ceder jamás al desaliento.
Sintió el deber de comunicar esa fe a los demás, sobre todo a los que se
acercaban a él en el ministerio de la confesión. Se convirtió en maestro de vida
espiritual especialmente para las religiosas de la congregación que fundó, las
cuales lo vieron siempre sereno, incluso en medio de las situaciones más
críticas. San Agustín Roscelli también nos exhorta a confiar siempre en Dios,
sumergiéndonos en el misterio de su amor.
4. "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo". A la luz del misterio de la
Trinidad cobra singular elocuencia el testimonio evangélico de san Bernardo de
Corleone, también él elevado hoy al honor de los altares. Todos se maravillaban
y se preguntaban cómo un fraile iletrado como él podía hablar con tanta
elevación sobre el misterio de la santísima Trinidad. En efecto, su vida estaba
completamente orientada a Dios, a través de un esfuerzo constante de ascesis,
impregnada de oración y de penitencia. Quienes lo conocieron testimonian
unánimemente que "siempre estaba absorto en oración", "jamás dejaba de orar" y
"oraba constantemente" (Summ., 35). De este coloquio ininterrumpido con Dios,
que tenía en la Eucaristía su centro de acción, sacaba el alimento vital para su
valiente apostolado, respondiendo a los desafíos sociales de su tiempo, no
exento de tensiones e inquietudes.
También hoy el mundo necesita santos como fray Bernardo, inmersos en Dios y,
precisamente por esto, capaces de transmitirle su verdad y su amor. El humilde
ejemplo de este capuchino constituye un aliciente para no dejar de orar, pues la
oración y la escucha de Dios son el alma de la auténtica santidad.
5. "El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena" (Antífona de
comunión). Teresa Eustochio Verzeri, a quien hoy contemplamos en la gloria de
Dios, en su breve pero intensa vida se dejó guiar dócilmente por el Espíritu
Santo. Dios se le reveló como misteriosa presencia ante la cual es preciso
inclinarse con profunda humildad. Se alegraba al considerarse bajo la constante
protección divina, sintiéndose en las manos del Padre celestial, en quien
aprendió a confiar siempre.
Abandonándose a la acción del Espíritu, Teresa vivió la particular experiencia
mística "de la ausencia de Dios". Sólo una fe inquebrantable evitó que perdiera
la confianza en este Padre providente y misericordioso, que la ponía a prueba:
"Es justo -escribió- que la esposa, después de seguir al esposo en todas las
penas que acompañaron su vida, participe también con él en la más terrible"
(Libro de los deberes, III, 130).
Esta es la enseñanza que santa Teresa deja al instituto de las "Hijas del
Sagrado Corazón de Jesús", fundado por ella. Esta es la enseñanza que nos deja a
todos. Incluso en medio de las contrariedades y los sufrimientos internos y
externos es necesario mantener viva la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
6. Al canonizar a la beata Rebeca Choboq Ar-Rayès, la Iglesia ilumina de un modo
muy particular el misterio del amor dado y acogido para la gloria de Dios y la
salvación del mundo. Esta monja de la Orden Libanesa Maronita deseaba amar y
entregar su vida por sus hermanos. En medio de los sufrimientos, que no dejaron
de atormentarla durante los últimos veintinueve años de su vida, santa Rebeca
manifestó siempre un amor generoso y apasionado por la salvación de sus
hermanos, sacando de su unión con Cristo, muerto en la cruz, la fuerza para
aceptar voluntariamente y amar el sufrimiento, auténtico camino de santidad.
Que santa Rebeca vele sobre los que sufren y, en particular, sobre los pueblos
de Oriente Próximo, que afrontan la espiral destructora y estéril de la
violencia. Por su intercesión, pidamos al Señor que impulse a los corazones a
buscar con paciencia nuevos caminos para la paz, apresurando la llegada del día
de la reconciliación y la concordia.
7. "Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Salmo
responsorial, 8, 2. 10). Al contemplar estos luminosos ejemplos de santidad,
resuena espontáneamente en el corazón la invocación del salmista. El Señor no
cesa de dar a la Iglesia y al mundo ejemplos admirables de hombres y mujeres, en
los que se refleja su gloria trinitaria. Que su testimonio nos impulse a mirar
al cielo y a buscar siempre el reino de Dios y su justicia.
María, Reina de todos los santos, que fuiste la primera en acoger la llamada del
Altísimo, sostennos en el servicio a Dios y a nuestros hermanos. Y vosotros, san
Luis Scrosoppi, san Agustín Roscelli, san Bernardo de Corleone, santa Teresa
Eustochio Verzeri y santa Rebeca Petra Choboq Ar-Rayès, caminad con nosotros,
para que nuestra vida, como la vuestra, sea alabanza al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo. Amén.
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Catecismo de la Iglesia Católica
LA REVELACIÓN DE DIOS COMO TRINIDAD
El Padre revelado por el Hijo
238 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La
divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los
hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo. Pues aún
más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su
"primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel. Es muy
especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están
bajo su protección amorosa.
239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica
principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad
trascendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus
hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la
imagen de la maternidad que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la
intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la
experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros
representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que
los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la
paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios trasciende
la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Trasciende
también la paternidad y la maternidad humanas, aunque sea su origen y medida:
Nadie es padre como lo es Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en
cuanto Creador, es eternamente Padre en relación a su Hijo Único, que
recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino
el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se
lo quiera revelar" (Mt 11,27).
241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio
estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios
invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su
esencia" (Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en
el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es
"consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio
Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en
su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Único de Dios, engendrado
del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre".
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor),
el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación y "por los profetas" (Credo
de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípulos y en ellos, para
enseñarles y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu
Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu
Santo es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del
Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre. El envío
de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el
misterio de la Santísima Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio
Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor
y dador de vida, que procede del Padre". La Iglesia reconoce así al Padre como
"la fuente y el origen de toda la divinidad". Sin embargo, el origen eterno del
Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la
tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la
misma substancia y también de la misma naturaleza. Por eso, no se dice que es
sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el Espíritu del Padre y del Hijo". El
Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria".
246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y
del Hijo (Filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El
Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede
eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola
espiración... Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo
único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del
Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo
engendró eternamente".
247 La afirmación del Filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en
Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y
alejandrina, el Papa san León la había ya confesado dogmáticamente el año 447
antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el Concilio de
Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a
poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La
introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia
latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias
ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero
del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido
del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que éste procede del Padre por el
Hijo. La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial
entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque).
Lo dice "de manera legítima y razonable", porque el orden eterno de las personas
divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero
del Espíritu en tanto que "principio sin principio", pero también que, en cuanto
Padre del Hijo Único, sea con él "el único principio del que procede el Espíritu
Santo". Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la
identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.
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EJEMPLOS PREDICABLES
Sor Isabel de la Santísima Trinidad
Sor Isabel de la Santísima Trinidad, carmelita descalza del monasterio de Dijon,
fue contemporánea de Santa Teresita del Niño Jesús. Nació en 1880, murió en
1906. Es un alma contemplativa, discípula aventajadísima de Santa Teresa de
Jesús y de San Juan de la Cruz, a quienes cita constantemente en sus escritos.
Tuvo una devoción singular a la Santísima Trinidad. Atrajo muchísimas almas, no
sólo eclesiásticas, sino seglares, a la vida interior. Sintió experimentalmente
la inhabitación de Dios en el centro del alma. Su vocación específica fue dar
alabanzas a la Santísima Trinidad en el cielo y en la tierra. Tomando
literalmente unas palabras de San Pablo, con graciosa incorrección, se llamaba a
si misma Laudem Gloriae.
El Carmelo de Dijon ha publicado un tomo de recuerdos de la Santa, del que se
han vendido en Francia ya más de cien mil ejemplares. Del mismo se han hecho
varias ediciones en lengua castellana. La tercera, que tenemos a la vista y por
la que citamos, es de 1944, publicada en San Sebastián, Gráficas Fides, y
traducida por las Carmelitas Descalzas de Betoño (Alava).
A) Su Vida Íntima
«Lo que usted me dice acerca de mi nombre, escribe otra vez, me hace bien: lo
estimo tanto, que en él veo compendiada mi vocación. Al pensar en él, mi alma se
siente arrebatada con la magna visión del misterio de los misterios, en esa
Trinidad Santísima, que es ya desde aquí abajo el claustro en que vivimos, la
morada en donde habitamos, el infinito en donde podemos movernos por en medio de
todas la cosas.
Estoy leyendo estos días las hermosísimas páginas en que nuestro Padre San Juan
de la Cruz habla de la transformación del alma en las tres divinas Personas. ¡A
qué abismo de gloria estamos llamados! ¡Ah! Ya comprendo los grandes silencios y
el profundo recogimiento de los santos, que no acertaban a salir de su
contemplación; por eso, Dios Nuestro Señor podía conducirlos a las cumbres
divinas, donde se consuma la unión entre Él y el alma que ha llegado a ser su
esposa mística. ¡Y pensar que Dios, por nuestra misma vocación, nos lleva a
vivir en esas claridades! ¡Qué adorable misterio de caridad!
Yo quisiera corresponder pasando sobre la tierra, como la Santísima Virgen,
“guardando con cuidado todas esas cosas en mi corazón”, encerrándome así en lo
más íntimo del alma, hasta llegar a perderme y transformarme en la Trinidad, que
en ella mora. Entonces se verificaría mi lema, “mi luminoso ideal”, como usted
lo llama, y sería realmente Isabel de la Trinidad.»
B) Su Devoción a la Trinidad
«Su especial devoción a ese augusto misterio le hacía ver en cada domingo del
año una fiesta de la Santísima Trinidad; y cuando en el oficio de ese día
rezábamos el símbolo de San Atanasio, mientras lo salmodiaba, su alma se sentía
arrobada “hasta presentir los inefables goces de la bienaventuranza”. No dejaba
pasar ni una ocasión sin que recordase a los suyos la propia fiesta de la
Santísima Trinidad, que ella celebraba con mayor recogimiento, ya que en lo
íntimo de su ser se verificaba constantemente el encuentro con su Dios, y allí
adoraba el augusto misterio.
“Esta fiesta es verdaderamente mía, escribía a su hermana; para mi no hay otra
que se le asemeje; en el Carmen la pasamos en silencio y adoración. Hasta ahora
no había acertado a comprender todo el sentido de mi vocación, que se halla
encerrado en mi nombre. En ese gran misterio es donde quiero darte cita, para
que él sea nuestro centro y nuestra morada”.»
(Tomado del libro “Verbum Vitae”, BAC, 1954, tomo V, Pág. 314-316)
17. DOMINICOS 2004
Recobramos el tiempo ordinario con la celebración
del dogma más extra-ordinario de nuestra fe: el de la Santísima Trinidad.
Extraordinario por lo insondable de hacerlo compatible con la esencial creencia
en un sólo Dios.
La trinidad en la unidad divina indica que en el seno de Dios existe un misterio
de comunión. Comunión forjada por un Palabra que se comunica, de la que deriva
un amor, personificado en el Espíritu Santo.
La religión ha estado presente en toda cultura humana. La religión nace del
misterio y se alimenta de él. El ser humano vive con la conciencia de que hay
realidades que le trascienden; pero a la vez están presentes en su vida. El
misterio a la vez que trascendente es inmanente al ser humano. En él el hombre
busca la razón última de su ser, de su vida y de su muerte. No es, pues, algo
irrelevante.
Nuestra fe cristiana se apoya en la Revelación del misterio de Dios, que
aceptamos con la fe. Con la fe, no con la evidencia, porque la revelación no
anula el misterio. El misterio de la Trinidad preside la realidad misteriosa de
Dios.
Ante este misterio nuestra respuesta ha de consistir en dos actitudes:
Primera, la alabanza admirativa. Es decir la contemplación. Hoy la Iglesia
celebra, al menos en España, el día de la vida contemplativa. Tiene un recuerdo
especial y agradecido a los que consagran su vida al contacto con Dios en la
oración dentro del claustro, los monjes y las monjas. Y quiere que todos los
cristianos veamos los monasterios como algo necesario en la comunidad eclesial.
La otra actitud es la de ver cómo ese misterio ha de conformar nuestra vida
humana. Al fin y al cabo estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. De ese
Dios que es comunión de amor.
Comentario Bíblico
Dios se experimenta en las relaciones de amor
El misterio de la Trinidad, cuya solemnidad celebramos hoy, es como la aparente
negación de aquello que los teólogos medievales decían acerca de la simplicidad
de Dios: si Dios es lo primero de todo, antes que toda la creación, antes que
todo ser, antes que toda vida, antes que todo movimiento, entonces es imposible
que sea compuesto.
Entonces ¿cómo puede ser compuesto, tener tres personas? Digamos que la esencia
de Dios no es sino su ser o esencia de “ser” Padre, Hijo y Espíritu. Confesamos
que Dios es uno, pero su esencia es de Padre (este concepto abarca todo lo que
es un padre y una madre, aunque en plenitud); pero también es Hijo, la esencia
de ser un hijo como misterio de generación; y también, por encima de cualquier
otra cosa es Amor, se expresa a sí mismo, se dice a sí mismo como amor, como
Espíritu. Todo ello en Dios es esencial: no puede ser Padre sólo; no puede ser
Hijo sólo; no puede ser Espíritu solamente.
El misterio insondable de Dios siempre ha apasionado a los grandes teólogos,
porque la revelación de este Dios en la historia se ha expresado culturalmente
según las necesidades humanas e incluso según la defensa que se ha debido hacer
de Dios como garante de un pueblo, de una nación, de una religión. El pueblo de
Israel hubo de enfrentarse a esta realidad, porque sabía que era la garantía de
su identidad. Cuando “llegó la plenitud de los tiempos”, con Jesucristo, se
suavizan muchas expresiones, se manifiesta la dimensión amorosa de Dios al nivel
más misericordioso, pero Dios sigue siendo misterio. La fe cristiana de los
primeros siglos tuvo que hacer también su defensa de las imágenes bíblicas de
Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu. Ello significa que Dios tiene una
entidad familiar, y si es familiar, es amorosa, porque la familia se realiza en
el amor de entrega absoluta. Por eso, la celebración de esta solemnidad nos
asoma a ese misterio de la Santa Trinidad como un misterio de relaciones de amor
sin medida.
Las lecturas de la liturgia de hoy acompañan con un tono cálido a esta
solemnidad.
Iª Lectura: Proverbios (8,22-31): ¡Mi alegría era estar con los hombres!
I.1. Dios es sabiduría creadora, ya que sin ella, no podemos ni admirar a Dios,
ni admirarnos de nosotros mismos. Este texto de la sabiduría personificada antes
de la creación del mundo, juntamente con otros textos veterotestamentarios (Eclo
24; Sab 7-9) se ha visto como una especie de puente en AT de la gran revelación
de Jesucristo como palabra creadora y eterna (Jn 1,1-2) y como sabiduría de Dios
(Mt 11,29-20; Lc 11,49; 1Cor 1,24-30). Pero podemos decir que es un poema de
amor divino en lo humano. Dios no se complace en su mismidad, sino en estar con
nosotros.
I.2. La sabiduría es vida; es decir, el misterio de Dios es vida para el hombre,
no muerte. No es Dios, sabiduría de vida, una esencia encerrada, sino que se
complace en derramarse y en que todos los hombres la posean. En ese sentido, la
sabiduría se ha acercado a los hombres en Jesucristo. Toda la creación, toda la
inteligencia humana, todos los descubrimientos del mundo, son la manifestación
de esta sabiduría. Pero si la "ofendemos" creyendo que podemos construir un
mundo al margen de la sabiduría de Dios, y desde nuestras propias posibilidades
humanas, vamos camino de la destrucción, de la muerte.
El Salmo 8, que es el salmo responsorial, una de las piezas maestras de la
literatura religiosa, canta todo esto con grandeza y humildad. Merecería la pena
una alusión teológica y catequética en la homilía.
IIª Lectura: Rom (5,1-5): Porque al darnos al Espíritu, Dios ha derramado su
amor en nuestros corazones
II.1. Aquí Pablo comienza en su carta a los Romanos a poner de manifiesto lo que
ha significado el acontecimiento de gracia revelado en Jesucristo, y al cual
accedemos por la fe. Esta es la experiencia de la gloria de Dios, de su
sabiduría de Dios y de su amor. Esto es real solamente porque el misterio de
Dios es un darse sin medida por nosotros. Se ha dado en Jesucristo y se da
continuamente por su Espíritu.
II.2. La puerta de acceso a ese misterio es solamente la fe, no hay nada previo
que impida el acceso a la paz y a la gloria de Dios, ni siquiera el pecado, que
existe y tiene su poder. Dios, pues, no hace el misterio de su vida inaccesible
para nosotros. Dios no es avaro de su mismidad, de su misterio, de su sabiduría
o de su gracia, sino que se complace en entregarse. Esto es vivir la realidad de
Dios que es salvación y redención, como Pablo se encarga de proclamar en este
momento.
Evangelio: Juan 16,12-15: El Espíritu de la verdad, nos ilumina
III.1. Este último anuncio del Paráclito en el discurso de despedido del
evangelio de Juan responde a la alta teología del cuarto evangelio. ¿Qué hará el
Espíritu? Iluminará. Sabemos que no podemos tender hacia Dios, buscar a Dios,
sin una luz dentro de nosotros, porque los hombres tendemos a apagar las luces
de nuestra existencia y de nuestro corazón. El será como esa "lámpara de fuego"
de que hablaba San Juan de la Cruz en su "Llama de amor viva".
III.2. Es el Espíritu el que transformará por el fuego, por el amor, lo que
nosotros apagamos con el desamor. Aquí aparece el concepto "verdad", que en la
Biblia no es un concepto abstracto o intelectual; en la Biblia, la verdad "se
hace", es operativa a todos los niveles existenciales, se siente con el corazón.
Se trata de la verdad de Dios, y esta no se experimenta sino amando sin medida.
Lo que el Padre y el Hijo tienen, la verdad de su vida, es el mismo Padre y el
Hijo, porque se relacionan en el amor, y la entregan por el Espíritu. Nosotros,
sin el amor, estamos ciegos, aunque queramos ser como dioses.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
La contemplación.
En un mundo que se significa por la actividad febril, donde el hombre es ante
todo el “homo faber”, el hombre que fabrica, donde su tarea es transformar ese
mundo, hablar de contemplación parece un anacronismo.
Sin embargo ya en la Filosofía griega se decía que la contemplación del ser
supremo era el acto más elevado de la condición humana. Contemplar es llenarse
de la grandeza de lo que contempla, es impregnarse de aquello bello, grande,
noble, que merece nuestra admirada y agradecida contemplación.
Dedicar tiempo a contemplar el misterio de la grandeza de un Dios amor, que nos
desborda y a la vez nos inunda no es una pérdida de tiempo; es alcanzar los
niveles más altos de nuestra condición humana. Los que alcanzaron los grandes
místicos.
La contemplación del misterio de Dios no es irrelevante en nuestra vida cistiana.
Es un factor que la llena de sentido y de horizontes. Si queremos emplear una
palabra que nuestro tiempo entiende bien, la hace más eficaz, más productiva.
Quizá no por la cantidad de lo que se hace, sino por la calidad. Simplemente
porque nos hace mejores. El contacto con la suma belleza, la suma bondad, el
amor más elevado, si bien percibido entre las nieblas del misterio, deja huellas
en nuestro ser. Quien no es capaz de contemplar no vive humanamente, reduce su
ser al de una máquina de hacer cosas.
Esto es lo que nos predican los hombres y mujeres que en el claustro han optado
por la vida contemplativa. El monasterio es un ecosistema en la sociedad humana,
que oxigena nuestro vivir, contaminado a veces por únicas preocupaciones de
tejas abajo, pendiente de producir, ganar y consumir.
Imagen y semejanza de Dios uno y trino.
Hemos de pensar que la revelación que Dios hace del misterio de su ser, no fue
sólo para justificar nuestra curiosidad, propia de todo ser humano, de saber
cómo es Dios, sino para algo más: para saber cómo tenemos que ser los hechos a
su imagen y semejanza. Toda la revelación está en función de las necesidades del
ser humano. Para que éste sea lo que tiene que ser.
Ser imagen de un Dios que es comunión de palabra y de amor, personificado en el
Padre, el Hijo y el Espíritu, quiere decir que nosotros, hechos a su imagen,
seremos lo que tenemos que ser, nos realizaremos humanamente, como suele
decirse, en la medida que vivimos en comunión de palabra y de amor unos con
otros. Diálogo y afecto es lo esencial de nuestro ser: Comunión de verdad y de
afecto es lo que nos hace ser semejantes a la Trinidad.
Es claro que el misterio de la Trinidad no es un dogma en el que creemos porque
la Santa Madre Iglesia nos lo enseña, pero que es cosa de Dios y no significa
nada en nuestra vida. Tener fe en ese misterio es aceptar que nuestra vida es
realmente humana cuando somos buscadores de la verdad en diálogo con los demás,
y entendemos que la verdad suprema es la de que en el amor somos lo que hemos de
ser. Así es el Dios de la Trinidad, del que nuestra vida ha de ser imagen. La
Trinidad es el misterio de Dios que nos revela nuestro propio misterio.
Fray Juan José de León Lastra, O.P
juanjose-lastra@dominicos.org
18. 2004 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
La revelación de Dios como misterio trinitario constituye el núcleo fundamental y estructurante de todo el mensaje del Nuevo Testamento. El misterio de la Santísima Trinidad antes que doctrina ha sido evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y comunicando su amor, introduciendo y transformando el devenir de la historia en la comunión divina de las Tres personas. Por eso se puede hablar de una preparación de la revelación de la Trinidad divina antes del cristianismo, tanto en la experiencia del pueblo de la antigua alianza tal como lo atestiguan los libros del Antiguo Testamento, como en las otras religiones y en los eventos de la historia universal.
El Nuevo Testamento, más que una doctrina elaborada sobre la Trinidad, nos muestra con claridad una estructura trinitaria de la salvación. La iniciativa corresponde al Padre, que envía, entrega y resucita a su Hijo Jesús; la realización histórica se identifica con la obediencia de Jesús al Padre, que por amor se entrega a la muerte; y la actualización perenne es obra del don del Espíritu, que después de la resurrección es enviado por Jesús de parte del Padre y que habita en el creyente como principio de vida nueva configurándolo con Jesús en su cuerpo que es la Iglesia.
La primera lectura (Prov 8,22-31) es un himno a la sabiduría divina considerada en su doble dimensión trascendente e inmanente. La Sabiduría es trascendente pues ella es el proyecto de Dios, su voluntad, sus designios, su Palabra, su Espíritu; pero también es encarnada ya que el proyecto divino se realiza en la creación y en la historia, la voluntad de Dios se manifiesta en la Escritura y a través de su Espíritu se convierte en una realidad interior al ser humano. De esta forma la reflexión sapiencial bíblica supera la simplificación panteísta o dualista en su visión de Dios.
En los vv. 22-25 el autor bíblico nos sitúa “antes” de la creación, en la eternidad de Dios, presentando la Sabiduría como una realidad divina y trascendente, anterior a todas las realidades cósmicas: “El Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas... cuando no había océanos, fui engendrada, cuando no existían los manantiales ricos de agua”. En los vv. 26-31 la Sabiduría parecer ser una realidad creada pues aparece contemporánea a la creación. La Sabiduría está presente también en el ser humano, en su inteligencia, en su felicidad: “Cuando consolidaba los cielos allí estaba yo, cuando trazaba la bóveda sobre la superficie del océano, cuando señalaba al mar su límite... a su lado estaba yo como confidente, día tras día lo alegraba y jugaba sin cesar en su presencia; jugaba con el orbe de la tierra, y mi alegría era estar con los seres humanos”.
Este himno ha llegado a ser en la tradición cristiana un preanuncio de la encarnación de la Palabra (Jn 1), que “al principio estaba junto a Dios, todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuando llegó a existir” (Jn 1,2-3), y que al final de los tiempos “se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).
La segunda lectura (Rom 5,1-5) es una especie de declaración paulina de sabor trinitario sobre la situación del ser humano que ha sido justificado gracias a la fe en Cristo: “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo... y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (vv. 1.5). Pablo afirma la dimensión trinitaria de la vida creyente. Reconciliados con Dios por la fe, estamos en una situación de “paz” y de “esperanza”, paz que supera la tribulación y esperanza que transforma el presente.
El evangelio (Jn 16,12-15) constituye la quinta promesa del Espíritu en el evangelio de Juan. Se habla del Espíritu como defensor (“Paráclito”) y como maestro, llamándolo “Espíritu de la verdad”. La verdad es la palabra de Jesús y el Espíritu aparece con la misión de “llevar a la verdad completa”, es decir, ayudar a los discípulos a comprender todo lo dicho y enseñado por Jesús en el pasado, haciendo que su palabra sea siempre viva y eficaz, capaz de iluminar en cada situación histórica la vida y la misión de los discípulos.
El Espíritu tiene una función “didáctica” y “hermenéutica” con relación a la palabra de Jesús. El Espíritu Santo no propone una nueva revelación, sino que conduce a una total comprensión de la persona e del mensaje del Señor Resucitado. El Espíritu, por tanto, “guía” (v. 13) hacia la “Verdad” de Jesús, es decir, hacia su revelación, de tal forma que la podamos conocer en plenitud.
Esta función del Espíritu con relación a Jesús y a
su palabra define la profunda relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu: la
Revelación es perfectamente una porque tiene su origen en el Padre, es realizada
por el Hijo y se perfecciona en la Iglesia con la interpretación del Espíritu.
Por eso Jesús dice que “el Espíritu no hablará por su cuenta, sino que dirá
únicamente lo que ha oído... todo lo que les dé a conocer, lo recibirá de mí”.
Jesús será siempre el Revelador del Padre; el Espíritu de la Verdad, en cambio,
hace posible que la revelación de Cristo penetre con profundidad en el corazón
del creyente.
Para la revisión de vida
¿Cómo puedo hacer que se refleje mucho más
claramente en mi vida cristiana el ser “comunitario” de Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo?
¿En qué aspectos concretos de mi vida se manifiesta el misterio del Dios
trinitario como amor y vida?
¿Cómo podría abrirme más a la acción del Espíritu
de la Verdad en mi vida, para que me lleve a un conocimiento existencial y
actualizado del evangelio de Jesús?
Para la reunión de grupo
- ¿Con cuáles iniciativas concretas podríamos hacer que nuestra comunidad sea cada día más imagen de la comunidad de amor infinito que es la Trinidad Divina?
- ¿Cuáles diferencias están creando en nuestra comunidad divisiones y egoísmos? ¿Cuáles elementos de nuestra vida comunitaria nos unen, nos hacen crecer como hermanos y fortalecen nuestra misión evangelizadora?
- ¿Somos como comunidad signo e instrumento de
salvación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a través de la iniciativa del
amor (el Padre), el sacrificio y la obediencia (el Hijo) y la apertura a la
novedad de los caminos de Dios (el Espíritu)?
Para la oración de los fieles
- Dios Padre, misterio infinito y eterno de amor, que nos has llamado a la vida y nos has creado a imagen de tu Hijo Jesús, haz que experimentemos de tal forma tu bondad y tu misericordia que lleguemos a ser constructores de un mundo de amor y de paz. Roguemos al Señor...
- Señor Jesucristo, Hijo eterno del Padre, que en tu vida, muerte y resurrección nos has revelado el rostro del verdadero de Dios y nos has enseñado el camino que lleva a la vida, concédenos la gracia de la fidelidad a tu evangelio, viviendo, a tu imagen, en solidaridad con los pobres y los excluidos de este mundo. Roguemos al Señor...
- Espíritu Santo de Amor y de Verdad, fuente de
todo bien y de toda gracia, ayúdanos a superar la tentación del egoísmo, de la
cerrazón, del miedo, del legalismo, para ser testigos del reino en el mundo,
dóciles a los caminos de Dios y atentos a las necesidades de nuestros hermanos y
hermanas. Roguemos al Señor...
Oración comunitaria
Señor Dios Eterno, Único y Verdadero,
misterio infinito de amor y de vida,
Trinidad Santísima,
haz de la humanidad creada a tu imagen una sola familia,
y que la comunidad eclesial,
redimida por la sangre de tu Hijo y renovada por el Espíritu,
sea siempre un vivo reflejo de tu misterio comunitario de amor,
signo de liberación para los pobres y los últimos de la tierra,
y fermento de unidad y de paz para todo el género humano.
Por nuestro Señor Jesucristo.
19. 2004
LECTURAS: PROV 8, 22-31; SAL 8; ROM 5, 1-5; JN 16,
12-15
TODO LO QUE TIENE EL PADRE ES MÍO
Comentando la Palabra de Dios
Prov. 8, 22-31. La Sabiduría eterna, que es el proyecto de Dios, su Voluntad, su
Palabra, es preexistente a todo lo creado, pues ha sido engendrada antes de todo
tiempo. Esa Palabra, palabra creadora, se ha plasmado en la creación y en la
historia, no como un panteísmo, sino como el lenguaje a través del cual Dios nos
habla un poco de lo mucho que Él es. Efectivamente por medio de la creación
podemos conocer al creador. De un modo especial podemos conocerlo a través del
hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y deleite de la Sabiduría eterna.
Pero esta revelación ha llegado para nosotros a su plenitud en la encarnación de
esa Sabiduría eterna, que ha plantado su tienda de campaña en medio de la
nuestra. Por medio de Cristo Jesús, Sabiduría del Padre, nosotros no sólo
conocemos a Dios, sino que experimentamos su amor. Creer en Él es tener la
salvación, rechazarlo es haber perdido la oportunidad que Dios nos ofrece de
alcanzar el perdón de nuestros pecados y la vida eterna.
Sal. 8. Dios nos ha creado y de Él depende toda nuestra
vida; más aún de Él depende nuestra salvación eterna. Por muy grande que sea
nuestra dignidad jamás nos olvidemos de que sólo en una relación continua con el
Señor podremos realizarnos plenamente. Estamos llamados a llegar a ser
perfectos, como el Padre Dios es perfecto. Pero esto no se llevará a efecto por
nuestros esfuerzos personales. Sólo Dios puede hacer que lleguemos a ser
conforme a su voluntad sobre cada uno de nosotros. Esto no habla de un
determinismo; esto no coarta nuestra libertad, esto nos hace entender que la
plenitud del hombre es el mismo Dios y creador de todo. Encaminar hacia Él
nuestros pasos; dejarnos guiar por su Espíritu es la mejor de las decisiones
que, con toda libertad, podamos haber tomado.
Rom. 5, 1-5. Reconciliados con Dios y justificados por la fe en Él, estamos con
Él en paz. Jesucristo es el mediador de esa justificación. Permanecer en Cristo
es lo que nos hace entrar en el mundo de la gracia. El Padre Dios ha llegado
hasta el extremo de su amor por nosotros para salvarnos, dándonos a su propio
Hijo, el cual entregó su vida para nuestra justificación. Así Dios se ha
comprometido totalmente para salvarnos, pues ha llegado a la situación extrema
de su amor por nosotros. Y si Dios nos ha dado lo más grande que tiene, que es
su propio Hijo, ¿cómo no nos va a conceder cualquier otra cosa que le pidamos
para que su Salvación se haga realidad en nosotros? Él ha infundido su amor en
nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que Él mismo nos ha dado,
capacitándonos así, como hijos suyos, para entrar en un diálogo amoroso con Él,
y para podernos hacer partícipes de su Vida eternamente. Vivamos, pues, como
dignos hijos de Dios, guiados, no por nuestros caprichos sino por el Espíritu
Santo, que habita en nosotros.
Jn. 16, 12-15. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un sólo Dios. Quien
reciba al Espíritu Santo será guiado a la verdad plena, hacia la profundización
en la verdad sobre Jesucristo, sobre su ser divino, sobre su condición
redentora. Dios ha pronunciado su Palabra para nosotros de un modo definitivo
por medio de Cristo Jesús, Palabra eterna del Padre hecha uno de nosotros, por
obra del Espíritu Santo, en el seno de María Virgen. Sin embargo esa Palabra
nosotros la vamos comprendiendo poco a poco al paso del tiempo. El Espíritu
Santo conserva así, viva, fresca, nueva esa Palabra, que se pronuncia con toda
su novedad y fuerza salvadora sobre nosotros a través del tiempo. Quienes
poseemos el Espíritu Santo glorificaremos a Jesús, y en Él y por Él
glorificaremos a nuestro Padre Dios. Así la vida del Cristiano se desenvuelve
también dentro de la Vida Trinitaria, con la armonía que viene de sabernos
amados y de saber amarnos los unos a los otros, como nosotros hemos sido amados
por Dios.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
Dios, por medio de la Eucaristía en que celebramos el Memorial de la Pascua de
su Hijo, nos hace conocer la verdad plena que se encuentra en el amor concreto y
profundo, en el que Dios se abre sin reservas hacia nosotros, dándonos no sólo a
conocer su ser divino, sino entregándonos su propia vida para que formemos parte
de su familia, hechos hijos en el Hijo, a quien nos unimos por la participación
de estos sagrados misterios. Esto no puede quedarse en una relación personal e
intimista con Dios. Nuestra unión a Él nos debe hacer vivir la vida comunitaria
en una auténtica relación fraterna, nacida de ese único Espíritu que nos hace
tener a un sólo Dios y Padre, a quien nos unimos bajo un sólo Señor, Cristo
Jesús. La Eucaristía lleva a efecto en nosotros esa unión con Dios y con el
prójimo, pues quienes participamos de un mismo Pan y de un mismo Cáliz tenemos,
ya desde ahora, a Cristo Jesús como Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
Dios, habiéndonos hechos hijos suyos y habiéndonos comunicado su Espíritu Santo,
nos envía como constructores de unidad a través de la historia, hasta que todo
llegue a su plenitud en Cristo Jesús. Debemos estar en una continua apertura al
Espíritu Santo, de tal forma que nos enseñe a reconocer las huellas de Dios en
medio de todas las cosas y en medio de los acontecimientos de cada día. Dios nos
ama y está cercano a nosotros, de un modo especial a través de las acciones
litúrgicas de su Iglesia; especialmente a través de la Eucaristía. Pero Él
continúa también presente entre nosotros con todo su poder salvador por medio de
su Iglesia, signo de salvación para la humanidad entera. Quien no se deje guiar
por el Espíritu Santo estará denigrando el Santísimo Nombre de Dios entre las
naciones, pues el egoísmo, la persecución de los inocentes, la destrucción de
los valores humanos y cristianos, la falta de respeto a los derechos
fundamentales de la humanidad, el afán desmedido de poder y de bienes materiales
aún a costa de pisotear a los demás, en fin, toda la cadena de maldad que muchas
veces oprime al hombre, no pude decir que glorifique a Dios, sino que lo deja
mal parado, especialmente cuando toda esta maldad brota de quienes, arrodillados
ante Dios no saben después vivir su compromiso de fe con aquellos a quienes el
Señor nos envió, no a condenarlos, sino a salvarlos. Si vivimos en Dios, si
realmente es nuestra su Vida, si realmente lo tenemos por Padre, manifestémoslo
con un corazón recto y con una vida de amor y de servicio en el amor fraterno
hacia todos aquellos que nos rodean.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de saber vivir de un modo consciente nuestro ser de hijos de
Dios para que, guiados por su Espíritu, tanto glorifiquemos a nuestro Dios y
Padre, como trabajemos incansablemente para que su Reino se haga realidad entre
nosotros. Amén.
www.homiliacatolica.com
20. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2007
La revelación de Dios como misterio trinitario constituye el núcleo fundamental y estructurante de todo el mensaje del Nuevo Testamento. El misterio de la Santísima Trinidad, que hoy celebramos con gran solemnidad, antes que doctrina ha sido evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y comunicando su amor; introduciendo y transformando el devenir de la historia en la comunión divina de las Tres Personas. Por eso se puede hablar de una preparación de la revelación de la Trinidad divina antes del cristianismo, tanto en la experiencia del pueblo de la Antigua Alianza como en las otras religiones y en los eventos de la historia universal.
El Nuevo Testamento, más que una doctrina elaborada sobre la Trinidad, nos muestra con claridad una estructura trinitaria actuando de consuno en la salvación. La iniciativa corresponde al Padre, que envía, entrega y resucita a su Hijo Jesús; la realización histórica se identifica con la obediencia absoluta al Padre mostrada por Jesús, quien por amor se entrega a la muerte; y la actualización perenne de su acción salvadora es obra del don del Espíritu, quien después de la Resurrección es enviado por Jesús de parte del Padre y habita en el creyente como principio de vida nueva, configurándolo con Jesús en su cuerpo, que es la Iglesia.
La primera lectura de hoy es un himno a la sabiduría divina considerada en su doble dimensión inmanente y trascendente. La Sabiduría es inmanente porque es el proyecto de Dios, su voluntad, sus designios, su Palabra, su Espíritu, que han permanecido en Dios desde toda la eternidad; y también es trascendente o encarnada, porque el proyecto divino no se lo guarda Dios para sí, sino que se realiza en la Creación y en la historia; la voluntad de Dios se manifiesta en la Escritura, y a través de su Espíritu se convierte en una realidad interior al hombre. De esta forma la reflexión bíblica radica la Sabiduría infinita en un Dios personal que derrama su infinito amor en bien de todo lo creado, y de modo singular y desbordante sobre su obra maestra, su criatura predilecta, el ser humano.
En los vv. 22-25 de este texto de Proverbios, el autor bíblico nos sitúa “antes” de la Creación, en la eternidad de Dios, presentando la Sabiduría como una realidad divina y trascendente, anterior a todas las realidades cósmicas. Este himno ha llegado a ser en la tradición cristiana un preanuncio de la encarnación de la Palabra (Jn 1), que “al principio estaba junto a Dios, todo fue hecho por ella, y sin ella no se hizo nada de cuando llegó a existir” (Jn 1,2-3), y que al final de los tiempos “se hizo carne, habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).
La segunda lectura (Rm 5,1-5) es una especie de declaración paulina de sabor trinitario sobre la situación del hombre que ha sido justificado gracias a la fe en Cristo: “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo... y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (vv.1.5). Pablo afirma la dimensión trinitaria de la vida creyente. Reconciliados con Dios por la fe, estamos en una situación de “paz” y de “esperanza”; paz que supera la tribulación, y esperanza que transforma el presente.
El evangelio (Jn 16,12-15) constituye la quinta promesa del Espíritu en el evangelio de Juan. Se habla del Espíritu como defensor (“Paráclito”) y como maestro, llamándolo “Espíritu de la verdad”. La verdad es la Palabra de Jesús, y el Espíritu aparece con la misión de “llevar a la verdad completa”, es decir, ayudar a los discípulos a comprender todo lo dicho y enseñado por Jesús en el pasado, haciendo que su palabra sea siempre viva y eficaz, capaz de iluminar en cada situación histórica la vida y la misión de los discípulos.
El Espíritu tiene una función “didáctica” y “hermenéutica” con relación a la palabra de Jesús: nos la “enseña” y nos la “hace comprender”. El Espíritu Santo no propone una nueva revelación, sino que conduce a una total comprensión de la persona y del mensaje del Señor Resucitado. El Espíritu, por tanto, “guía” (v.13) hacia la “Verdad” de Jesús, es decir, hacia su Revelación, de tal forma que la podamos conocer en plenitud.
Esta función del Espíritu con relación a Jesús y a
su Palabra define la profunda relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu: la
Revelación es perfectamente una porque tiene su origen en el Padre, es realizada
por el Hijo y se perfecciona en la Iglesia con la interpretación del Espíritu.
Por eso Jesús dice que “el Espíritu no hablará por su cuenta, sino que dirá
únicamente lo que ha oído... Todo lo que les dé a conocer lo recibirá de mí”.
Jesús será siempre el Revelador del Padre; el Espíritu de la Verdad, en cambio,
hace posible que la Revelación de Cristo penetre con profundidad en el corazón
del creyente.
Para la revisión de vida
¿Cómo puedo hacer que se refleje mucho más claramente en mi vida cristiana el
ser “comunitario” de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo?
¿En qué aspectos concretos de mi vida se manifiesta el misterio del Dios trinitario como amor y vida?
¿Cómo podría abrirme más a la acción del Espíritu
de la Verdad en mi vida, para que me lleve a un conocimiento existencial y
actualizado del evangelio de Jesús?
Para la reunión de grupo
- ¿Con cuáles iniciativas concretas podríamos hacer que nuestra comunidad sea
cada día más imagen de la comunidad de amor infinito que es la Trinidad Divina?
- ¿Cuáles diferencias están creando en nuestra comunidad divisiones y egoísmos? ¿Cuáles elementos de nuestra vida comunitaria nos unen, nos hacen crecer como hermanos y fortalecen nuestra misión evangelizadora?
- ¿Somos como comunidad signo e instrumento de
salvación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a través de la iniciativa del
amor (el Padre), el sacrificio y la obediencia (el Hijo) y la apertura a la
novedad de los caminos de Dios (el Espíritu)?
Para la oración de los fieles
- Dios Padre, misterio infinito y eterno de amor, que nos has llamado a la vida
y nos has creado a imagen de tu Hijo Jesús, haz que experimentemos de tal forma
tu bondad y tu misericordia que lleguemos a ser constructores de un mundo de
amor y de paz. Roguemos al Señor...
- Señor Jesucristo, Hijo eterno del Padre, que en tu vida, muerte y resurrección nos has revelado el rostro del verdadero de Dios y nos has enseñado el camino que lleva a la vida, concédenos la gracia de la fidelidad a tu evangelio, viviendo, a tu imagen, en solidaridad con los pobres y los excluidos de este mundo. Roguemos al Señor...
- Espíritu Santo de Amor y de Verdad, fuente de
todo bien y de toda gracia, ayúdanos a superar la tentación del egoísmo, de la
cerrazón, del miedo, del legalismo, para ser testigos del reino en el mundo,
dóciles a los caminos de Dios y atentos a las necesidades de nuestros hermanos y
hermanas. Roguemos al Señor...
Oración comunitaria
Señor Dios Eterno, Único y Verdadero, misterio infinito de amor y de vida,
Trinidad Santísima, haz de la humanidad creada a tu imagen una sola familia, y
que la comunidad eclesial, redimida por la sangre de tu Hijo y renovada por el
Espíritu, sea siempre un vivo reflejo de tu misterio comunitario de amor, signo
de liberación para los pobres y los últimos de la tierra, y fermento de unidad y
de paz para todo el género humano. Por nuestro Señor Jesucristo.