PANORÁMICA DE LA FIESTA

1. 

Hoy se interrumpe la continuidad de los domingos ordinarios -y, con ella, la lectura seguida del tercer evangelio- porque celebramos una fiesta del Señor, una fiesta muy peculiar, que se apoya en un relato evangélico, también peculiar, que hallamos con ligeras variantes en los tres sinópticos. No nos deslicemos superficialmente por el texto: estudiémoslo y reflexionémoslo para edificación nuestra y para la predicación.

2. Los teólogos medievales hablaban "de mysteriis vitae Christi", una expresión que va como anillo al dedo para aproximarnos a la fiesta de hoy. Se trata de la manifestación del Misterio en la carne humana de Jesús. Del Misterio, es decir, del plan secreto de Dios, como dice san Pablo (cf., p.ex., Col/01/26; Ef/03/05/09). Tan escondido que, cuando Jesús lo entreabre, Pedro lo rechaza y debe ser reprendido, porque hace el papel del tentador: "Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!".

3. El relato de la Transfiguración forma un bloque con la confesión de Pedro, el anuncio de la pasión, la reacción de Pedro, la increpación de Jesús y la llamada al seguimiento: "el que pierda su vida por mi causa, la salvará" (Lc 9, 24). La Transfiguración es el broche de este conjunto. Y la garantía en la que todo se sustenta se encuentra en las palabras que se oyen desde la nube: "Este es mi Hijo, el escogido; escuchadle". Sí: la gloria de Dios resplandece en la faz del Hijo del hombre, del crucificado. Moisés y Elías, gloriosos, conversaban con Jesús, "hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén". Y fue precisamente entonces cuando "Pedro y sus compañeros vieron su gloria".

4. La escenografía, las palabras de la nube, la increpación de Jesús a Pedro (que concuerda con la respuesta de Jesús a la tercera tentación, según Mt 4, 10) relacionan este texto con el del bautismo (que enlaza con la escena de la tentación). Si entonces la voz del cielo proclamaba a Jesús Hijo amado ("Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto": Lc 3, 22), ahora la voz de la nube dice imperativamente a los discípulos que lo escuchen ("Este es mi Hijo, el escogido; escuchadle"). "Para que sobrellevasen el escándalo de la cruz", comenta el prefacio de hoy.

5. ¿Cuál es el sustrato "histórico" del relato de la Transfiguración? Estamos en un momento crucial de la vida de Jesús y su grupo. Transcurridos los primeros meses, defraudados los entusiasmos iniciales, alarmados los poderosos, la posibilidad de un fracaso empieza a dibujarse en el horizonte. Es en este contexto que parece inscribirse este bloque de la tradición evangélica a la que me ha referido en el punto 3. Jesús, "mientras oraba", se afirma en el camino del Hijo del hombre como voluntad del Padre. Esta misma voluntad es intimada a los discípulos: a los de entonces y a los que vendrán. Ellos también deben ir entendiendo que los pensamientos de Dios no son los de los hombres. A partir de ahora, Jesús irá afirmándose en este camino mesiánico, no sin resistencias (recordemos Getsemaní, Lc 22, 42-44, y el grito de la cruz, en plena oscuridad, Mc 15,33-34). Mientras tanto, los discípulos continúan ciegos, como incapaces de entender (véase, por ejemplo, 9, 43-45; 18,31-34, y en la hora del desenlace Lc 22,31-34.54-62).

6. La segunda lectura afirma que "habíamos sido testigos oculares de su grandeza (...). Esta voz del cielo la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada". Ver, oír, contemplar... A estas palabras, que evocan la experiencia cristiana, no deberíamos darles una traducción demasiado material. Comparémoslas con estas otras, por ejemplo: "hemos contemplado su gloria" (Jo 1, 14); " lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la Vida" (1Jo 1,1). La experiencia cristiana no es algo que se pueda ver o tocar: "Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20, 29). Esta segunda lectura termina recomendándonos "prestarle atención" a la palabra de los profetas. Afirmémonos, pues, en la Palabra ("la Palabra de la Vida") y no nos perdamos por los caminos arenosos de "invenciones fantásticas", de cuentos de hadas, o de "evidencias" materiales.

7. Porque el Hijo del hombre que viene entre las nubes del cielo y a quien se le da poder, honor y reino (1. lectura) es el Hijo del hombre que no tiene donde reclinar la cabeza (Lc 9, 22; d. 12), y que cuando proclama frente a Pilato "Soy rey", no sólo lo hace en unas circunstancias que no permiten ningún "quid pro quo", sino que él mismo nunca deja de precisar: "Mi reino no es de este mundo; mi reino no es de aquí" (Jn 18,36-37).

8. La Transfiguración del Señor, san Salvador. Que el Padre nos conceda el don de descubrir y contemplar la claridad de su rostro glorioso y vivificante en el rostro humilde y tan humano del Hijo del hombre, del hombre de dolores. Que nos conceda el don de escuchar su palabra de vida y seguir su camino, incluso cubiertos por la oscuridad de la nube. "Contempladlo y quedaréis radiantes" (Sal 33, 6).

9. Estamos en pleno verano, en plenas vacaciones. El ambiente no invita demasiado a perderse en disquisiciones. Tampoco se trata de fastidiar el tiempo libre y las vacaciones de los cristianos, que bastante merecidas las tienen, ni producirles mala conciencia. Pero, como escribía san Pablo a los cristianos de Corinto, "los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado" (1 Co 1, 22-23); o como decía a los gálatas, "no es que haya otro evangelio. Pues bien, si alguien os predica un evangelio distinto del que os hemos predicado -seamos nosotros mismos o un ángel del cielo-, ¡sea maldito!" (Ga 1, 8-9). También nosotros debemos ser fieles en anunciar a Jesús crucificado. Y hoy nuestro servicio puede consistir en ayudar a dar contenido realista a un texto que quién sabe si a nuestros oyentes les puede sonar a página sacada de un cuento de hadas, (¡quizá nosotros hemos dado pie a ello!).

(JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1989, 16


2. 

CONTEMPLACIÓN Y ALABANZA

La celebración dominical de hoy tiene un acento peculiar porque coincide con una fiesta del Señor: la que conmemora su transfiguración en la montaña como un anuncio -que precede a su pasión- de su resurrección gloriosa.

El evangelio de hoy, que nos narra la escena de la Transfiguración, es el mismo que escuchamos el segundo domingo de Cuaresma. Pero entonces no se nos presentaba como una conmemoración del hecho acontecido, sino era -simplemente- un indicativo en el camino cuaresmal de la realidad futura a la que estamos llamados los que hacíamos un camino de conversión y penitencia. La fiesta de hoy nos conduce más directamente a la contemplación de Cristo, que se nos muestra con el esplendor de su gloria, y a la alabanza de aquel que, en esta visión, nos ha querido manifestar cuál es la esperanza de la realidad a la que estamos llamados aquellos que en él creemos.

UNIDAD DE LAS LECTURAS

Quizás, más que en otras ocasiones, las lecturas de hoy presentan una unidad que va creciendo a medida que se van sucediendo los textos. Nos hallamos ante un primer texto profético en el que la Iglesia nos descubre la gloria que Cristo había de alcanzar; y hace esto por medio de las afirmaciones del salmo ("El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra"). El texto apostólico es una "catequesis" que nos dispone admirablemente para escuchar y comprender el alcance del relato evangélico, culminación de la liturgia de la Palabra. Sería bueno empezar la homilía recordando el itinerario seguido por los textos que se han escuchado, antes de centrarse en el mismo texto evangélico.

LA ESCENA EVANGÉLICA

La escena evangélica es suficientemente conocida, pero conviene recordar sus detalles. Jesús se hace acompañar por los apóstoles elegidos para ser testigos de algunos de los acontecimientos más importantes de su vida. A su lado están Moisés y Elías: la Ley y los Profetas. También ellos recibieron en la montaña la Ley, signo de la Alianza de Dios con su pueblo, y la ratificación de la Alianza (cf. Éxodo 19-20 y 1 Reyes 19). La nube es signo de la presencia de Dios, del Dios que, por medio de su palabra, reconoce como Hijo suyo al Cristo gloriosamente transfigurado.

UN COMENTARIO AUTORIZADO DEL HECHO

El texto de san Pedro es el mejor comentario -escuchado por todos los fieles de la transfiguración del Señor. Es cierto que se pueden tener presentes los textos de Atanasio Sinaíta (en la Liturgia de las Horas) o de san León (antiguo Breviario Romano). Pero el texto del apóstol ha sido oído por todos.

Empieza subrayando san Pedro la realidad del hecho. Y lo hace como testigo que ha "visto" y ha "oído". Ha contemplado la grandeza de Jesucristo, nuestro Señor, y ha escuchado la voz del Padre, no sólo reconociendo en Jesús a su Hijo sino también dándole honor y gloria, esto es, reconociendo el triunfo que iba a alcanzar. En la transfiguración constata Pedro el cumplimiento de las profecías. Por eso nos exhorta a escuchar la voz de los profetas. Porque nos hablan de Cristo, nos conducen hasta la luz de Cristo, luz que ha de iluminar nuestros corazones. Fijémonos que escuchar a los profetas es le primer paso para escuchar al mismo Cristo. No hay contradicción-sino una plena complementación entre lo que afirma Pedro (escuchar a los profetas) y lo que nos dice la voz del Padre (que escuchemos a su Hijo).

No podemos ser nosotros "testigos oculares" de Cristo transfigurado. Esto sólo lo podemos hacer, mediante los ojos de la fe, gracias al testimonio apostólico. Lo que sí podemos hacer, como los apóstoles, es escuchar la voz de Cristo, si queremos llegar a ser con él "coherederos de su gloria" (colecta). En esta misma línea hallamos "comentado" por la Iglesia el hecho de la transfiguración cuando afirma en el prefacio que este hecho "al revelar en sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como cabeza suya". La fiesta de hoy confirma en nosotros esta esperanza.

UNA CONSIDERACIÓN LITÚRGICA

El episodio evangélico de la transfiguración de Cristo nos invita también a fijarnos en un aspecto importante de toda la celebración litúrgica. Como los apóstoles, que reconocieron cuán bien estaban allí contemplando al Señor glorioso, pero que muy pronto tuvieron que bajar del monte y acompañar a Cristo hacia Jerusalén donde sufriría la pasión, también nosotros, al participar de la liturgia, gustamos por unos momentos cuán unidos estamos al Señor de la gloria y a los dones que son prenda de los bienes del cielo, pero muy pronto tendremos que volver al esfuerzo constante de la vida cristiana cotidiana.

La liturgia nos permite vivir momentos de intensa comunión con las realidades más santas y, al mismo tiempo, nos ayuda a vivir "mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo". Ojalá la fiesta de la Transfiguración nos ayude a valorar la importancia de estos dos aspectos de la vida litúrgica.

JOSEP URDEIX
MISA DOMINICAL 2000, 10, 13-13


3. H/TRANSFIGURACION:

La transfiguración del hombre: Apenas se respetan los derechos humanos, y sin embargo, el hombre es mucho más que sus derechos.

Transfigurar al hombre es mostrar su dignidad y reconocer la dignidad de los otros, es mostrarnos los unos y los otros como hermanos e hijos del Padre. Sólo en la cumbre de la fraternidad, el auténtico objetivo de toda la historia humana, sólo en el amor por encima de la simple justicia -¡nunca por debajo de ella o al margen!- puede resplandecer un día la auténtica gloria y la dignidad del hombre, de todos los hombres. No basta con la igualdad, tan lejos todavía. Hace falta el amor. Porque el hombre sólo da la medida cuando es hombre con el hombre, cuando es un hombre para todos los hombres y no un depredador. El que no ama no se conoce a sí mismo, ni a los demás, no sabe cuál es su dignidad y su vocación. Tampoco reconoce a Dios y a su Hijo, Jesucristo.

EUCARISTÍA 1978, 36


4.

Comentario: Rev. D. Joan Serra i Fontanet (Barcelona, España)

«Este es mi Hijo amado»

Hoy, el Evangelio nos habla de la Transfiguración de Jesucristo en el monte Tabor. Jesús, después de la confesión de Pedro, empezó a mostrar la necesidad de que el Hijo del hombre fuera condenado a muerte, y anunció también su resurrección al tercer día. En este contexto debemos situar el episodio de la Transfiguración de Jesús. Atanasio el Sinaíta escribe que «Él se había revestido con nuestra miserable túnica de piel, hoy se ha puesto el vestido divino, y la luz le ha envuelto como un manto». El mensaje que Jesús transfigurado nos trae son las palabras del Padre: «Éste es mi Hijo amado; escuchadle» (Mc 9,7). Escuchar significa hacer su voluntad, contemplar su persona, imitarlo, poner en práctica sus consejos, tomar nuestra cruz y seguirlo.

Con el fin de evitar equívocos y malas interpretaciones, Jesús «les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos» (Mc 9,9). Los tres apóstoles contemplan a Jesús transfigurado, signo de su divinidad, pero el Salvador no quiere que lo difundan hasta después de su resurrección, entonces se podrá comprender el alcance de este episodio. Cristo nos habla en el Evangelio y en nuestra oración; podemos repetir entonces las palabras de Pedro: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí!» (Mc 9,5), sobre todo después de ir a comulgar.

El prefacio de la misa de hoy nos ofrece un bello resumen de la Transfiguración de Jesús. Dice así: «Porque Cristo, Señor, habiendo anunciado su muerte a los discípulos, reveló su gloria en la montaña sagrada y, teniendo también la Ley y los profetas como testigos, les hizo comprender que la pasión es necesaria para llegar a la gloria de la resurrección». Una lección que los cristianos no debemos olvidar nunca.


5.

Reflexión

Este pasaje, del cual se pueden sacar muchas conclusiones teológicas, nos muestra que, si bien es cierto que toda nuestra vida esta fundada en el encuentro profundo y personal con Jesús, producto de nuestra oración, no debemos olvidar que nos espera un mundo en el que hay que establecer el Reino. Los apóstoles, ante la visión gloriosa de Jesús, desearían pasar toda la vida con él. Ya se les había olvidado incluso sus amigos y compañeros a los cuales habían dejado al pie del monte. La vida debe balancearse entre la oración y la actividad. De la oración sacaremos la fuerza y la sabiduría para poder enfrentar al mundo y construirlo; del trabajo en el mundo regresaremos a la oración con los ojos pesados de sueño, pero con el corazón ardiendo en espera del encuentro con el Señor. Cuando estemos gozando de la intimidad de Dios, sea en nuestra oración cotidiana, después de la comunión, en un retiro, etc., tengamos siempre presente este regalo nos lo ha concedido Jesús, como lo hizo con sus apóstoles, para fortalecer nuestra fe y para enviarnos a compartir lo que en la oración hemos vivido y experimentado.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


6.

"Qué bien se está aquí"

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración, recordamos que Jesús escogió a tres de sus discípulos y se los llevó a una montaña alta. En esta ocasión quería mostrar su gloria a sus más íntimos amigos, quería que le conocieran mejor, quería revelarse como el Hijo amado de Dios.

Al ver algo tan sorprendente, los discípulos se asustaron y se dieron cuenta de que las experiencias que habían vivido hasta ahora no eran nada comparada con ésta.

Pedro pidió al Señor permanecer siempre así. Reaccionó igual que nosotros cuando pasamos por un momento extraordinario. Pero lo que él vivió va mucho más allá de nuestras experiencias, por buenas que sean. Vio a Cristo tal cual era, es decir, pudo percibir que estaba ante el Hijo de Dios. Y por si le quedase alguna duda, escuchó la voz del Padre celestial confirmando el misterio de la divinidad de Jesús: “Este es mi Hijo amado: escuchadlo”.

Como seguidores de Cristo debemos escucharlo, como amigos suyos debemos amarlo, como cristianos convencidos debemos imitarlo y darlo a los demás con el propio testimonio de vida. Cualquier cosa que no sea Jesucristo y su gloria pasa a un segundo lugar.

Aunque queramos, como Pedro, permanecer contemplando la gloria de Cristo, “qué bien se está aquí”, por ahora hemos de bajar del monte y luchar con una vida santa para llegar un día a contemplarle, cara a cara, eternamente en el cielo.