46 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
(10-18)

10.

Dos asambleas -diferentes y, sin embargo, muy próximas- son convocadas a la cita de hoy. Por una parte, la multitud de los pequeños y los humildes que han seguido a Jesús y no acaban de salir de su asombro al oír que se les llama "dichosos", siendo así que todo se conjura para oprimirles; por otra parte, la multitud de los elegidos que siguieron a Cristo más allá de la muerte y ahora entonan sin cesar el cántico de su felicidad. Dos asambleas que no tienen ningún rasgo en común con ciertos rostros desengañados de falsa santidad ni con la lúgubre banalidad de nuestros comentarios. Dos asambleas de vivos -los santos-, conocidos y desconocidos.

Todos los santos son originales. No nacieron impecables, desde luego, pero creyeron en la originalidad de Dios, que promete su Reino a los desvalidos y a los humildes. Los santos son originales, hombres y mujeres que caminaron al revés, pues las Bienaventuranzas no tienen otra finalidad que volver del revés el mundo.

Están los santos conocidos, pero también están todos los demás, los que no recibieron la titulación de tales y que, sin duda, tendrían que soportar un largo y costoso proceso de canonización. Pero ¿qué importa? El caso es que Dios les ama, y su santidad está precisamente en haber creído en ese amor; a contracorriente, reinventaron el amor y dieron testimonio de un mundo nuevo. Apenas se habla de ellos, pero Dios se lo agradece en su eternidad. ¿No será eso la santidad: Dios que os agradece que hayáis creído en él?

¡Bienaventuranza de la santidad! Bienaventuranza del que perdona sin alimentar rencores, que absuelve sin escuchar el alegato, que sonríe a la vida, incluso cuando la mañana se presenta desapacible. Bienaventuranza de los corazones puros, cuyos cristales no están empañados por las contaminaciones que atentan contra la vida. No se debe decir: "No soy ningún santo", pues lo único que Dios quiere darnos es la santidad; es mejor dejarle a Dios hacer, pues nosotros somos demasiado torpes... Tengamos ojos para ver el amor con que nos ama Dios... ¡Y dejémosle hacer! La santidad se conoce en el rostro transparente, desbordante de la paz que brota del corazón.

"Cuando veamos al Señor, seremos semejantes a él"... La santidad es esto: ¡Dime a quién miras y te diré cuál es tu santidad! Desgraciadamente, muchos tienen cara de desengaño, porque sólo se miran a sí mismos. Hermano, mira a Cristo y serás un santo... ¡Mìrale, y déjate llevar por él!

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 169 s.


11.

-LA CELEBRACIÓN DE UN GRAN ÉXITO

Lo más principal que habría que hacer hoy y a lo cual tendría que invitar el tono de la celebraci6n y también, por tanto, la homilía, es vivir la alegría del gran éxito que significa ver que tantos hombres y mujeres como nosotros, y tan variados, comparten la victoria de Dios, la vida de su Reino.

La primera lectura lo proclama de una manera solemne, con aquellas frases rebosantes de emoción: "Una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua...". Una alegría inmensa. Y el prefacio lo remacha: "Hoy nos concedes celebrar la gloria de tu ciudad santa, la Jerusalén celeste, que es nuestra madre, donde eternamente te alaba la asamblea festiva de todos los Santos, nuestros hermanos".

La fiesta de hoy, como ocurre con todas las fiestas de entre semana, tiene problemas para ser celebrada adecuadamente. Es una fiesta que no entra en el ritmo habitual, y además este año cae en lunes y da pie a un magnífico puente. Pero, a pesar de todo, tendríamos que hacer todo lo posible para darle el relieve que le corresponde, e invitar a la asamblea a vivir la alegría que una celebraci6n como esta comporta. Esto tendría que notarse en toda la celebración, especialmente asegurando un buen nivel de cantos y unas lecturas bien proclamadas, y habrá de notarse en lo que el celebrante transmita en sus intervenciones, especialmente en la homilía. Hoy la gente tendría que salir convencida de que ser cristiano vale la pena, seguir el camino de Jesús vale la pena: mucha gente lo ha hecho antes que nosotros, y ha sido feliz haciéndolo, y ahora es definitivamente feliz con Dios; y Dios tiene muchas ganas de que sigamos su camino, y que encontremos la felicidad que él nos ofrece, y lleguemos a vivir la plenitud de su vida.

-EL PADRE NOS LLAMA HIJOS DE DIOS

Hablar de los santos, y celebrarlos, nos lleva inevitablemente a fijarnos en sus méritos, en su entrega, en su fidelidad. No es que esto esté mal, pero quizá es mejor mirarlo desde otro ángulo: desde la mirada con que Dios los ha mirado, que es la misma con que nos mira a nosotros.

La segunda lectura lo dice con frases sencillas y claras: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es".

Estos santos que celebramos, Dios los ha mirado, y los ha llamado, y los ha reconocido como hijos, y los ha hecho semejantes a él. Ellos han respondido, y lo han hecho con una inmensa fidelidad y entrega, pero el primer paso no es de ellos: el primer paso es la mirada amorosa de Dios, la mirada que hace entrar en la misma familia de Dios. No estaría de más decir esto hoy. Los santos, y nosotros, hemos sido mirados por Dios, y Dios nos ha querido hijos suyos. Y lo que han hecho los santos, y lo que nosotros somos llamados a hacer, es responder a este amor gratuito y tierno de Dios. Es magnífico saber que estamos en sus manos. Y, ¿qué podríamos hacer mejor que dejarnos llevar por él y serle fieles? Los santos lo han comprendido perfectamente.

-LA RESPUESTA DE LOS SANTOS:EL CAMINO DE JESÚS, LAS BIENAVENTURANZAS

Se ha dicho muchas veces: las bienaventuranzas son un especie de presentación pública de lo que había de ser la vida entera de Jesús. o, con otras palabras: es Jesús el único que ha vivido totalmente la felicidad que proclaman las bienaventuranzas. Y repasando el evangelio, y viendo como él camina convencido y decidido por aquel camino que los demás encuentran extraño e incomprensible, se ve claramente que, efectivamente, experimentaba la felicidad plena viviendo de aquella manera que había proclamado en el sermón de la montaña, aquella manera que invertía los criterios del mundo.

Los santos son aquellos que han comprendido que la felicidad se encontraba en el camino de Jesús, que es el camino de las bienaventuranzas. Lo han comprendido, y lo han vivido tan a fondo como han sido capaces (nunca totalmente, porque los santos eran también pecadores). Esta ha sido, pues, la respuesta de los santos a la mirada amorosa de Dios, y en el seguimiento de este camino ellos han realizado este éxito que hoy celebramos. Hay santos que han hecho diversas cosas más o menos admirables y por las cuales quizá son especialmente conocidos; pero lo único que los hace santos es esto: haber hecho suyo el camino de las bienaventuranzas, y haber trabajado para seguirlo. Y eso también es un buen punto de reflexión para los creyentes: nuestra respuesta a la mirada de Dios no debe ser otra que el seguimiento de lo mismo que Jesús siguió, y que se sintetiza tan admirablemente en las bienaventuranzas. Sólo ahí está la felicidad.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993, 14


12.

-El prefacio de hoy

En cada misa, al empezar la oración central, cumbre, de la plegaria eucarística -oración de acción de gracias que realiza entre nosotros la presencia personal del Señor Jesús-, proclamamos en el prefacio algunos de los motivos básicos de esta acción de gracias nuestra. Es como un prólogo que nos orienta -especialmente en las grandes fiestas del año cristiano- para nuestra oración que dice cordialmente gracias al Padre.

Y hoy, en esta gran fiesta en que celebramos la felicidad de tantos hombres y mujeres que viven en comunión plena con Dios, la gloria de los santos en el cielo, el prefacio nos recordará la asamblea festiva de todos los santos en la ciudad santa -"la Jerusalén celeste", dice- hacia la que también "nos encaminamos alegres". Y en este peregrinaje nuestro, añadirá el prefacio, encontramos en los santos "ejemplo y ayuda".

-Alegría allí y aquí

Es significativo, es importante, que las palabras que más nos repite este prefacio sean alegría, fiesta, gozo. En todos aquellos que ya comparten plenamente la felicidad de Dios en el cielo, santos y santas canonizados y todos aquellos y aquellas, "muchedumbre inmensa" decía la primera lectura, entre ellos personas que nosotros hemos conocido y querido, que también forman parte de esta fiesta eterna. Pero también alegría y fiesta en nosotros, en los que todavía estamos en camino "en país extraño".

Alegría, dicha, de la que nos ha hablado Jesús en su anuncio paradójico de las bienaventuranzas. Ese repetitivo anuncio y promesa y -más aún- afirmación de una realidad: "Dichosos... Dichosos... Dichosos", que termina con la gran afirmación final: "Estad alegres y contentos".

-El primer efecto del amor ALEGRIA/TRISTEZA 

No comprenderíamos lo que es la vida cristiana, el anuncio del Evangelio de Jesús, si no entendemos y vivimos que la alegría forma parte esencial de esta vida que Jesús nos ofrece. No una alegría forzada y superficial, sino la alegría honda que es fruto de vivir como Jesús nos ha enseñado: en comunión de amor. El que ha sido probablemente el mayor teólogo cristiano, santo Tomás de Aquino, ya decía en la Edad Media -en aquella época que a menudo juzgamos como tiempos de oscuridad, que la alegría es el primer efecto, el primer fruto del amor en el cristiano. Más aún: consideraba a la tristeza como un pecado. No, evidentemente, a la tristeza ante un hecho o una situación negativa, dolorosa, pero sí a la tristeza como actitud habitual. Quizá por eso -y lo digo como anécdota significativa- no duda en recomendar en su gran obra, la Suma Teológica, el procurar dormir bien o el tomar algún baño reconfortante para que así, dice él, el cuerpo esté más dispuesto a alejar la tristeza y acoger la alegría.

-Las raíces de la alegría  Pero esta alegría cristiana tiene, como decíamos, unas raíces hondas. Es lo que hemos escuchado en la segunda lectura, en la carta de san Juan: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!". Esta es la causa de nuestra alegría. Una alegría ya para ahora y que florecerá plena en el cielo. Porque añade san Juan: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos: seremos semejantes a él".

Los santos -"ejemplo y ayuda" para nosotros, como diremos en el prefacio- vivieron esta dicha, esta alegría de saberse amados, amados por un Padre que nos llama a vivir como hijos suyos. Hoy, en esta fiesta, nosotros nos alegramos también con su alegría y pedimos vivirla ya ahora para compartirla plenamente en ese futuro que llamamos cielo.

-Conocer a los santos

Termino. Los santos y santas "ejemplo y ayuda" para nosotros. Pero quizá para que lo sean más y mejor sería preciso que procuráramos conocer mejor cómo vivieron. Pienso especialmente en la vida de los grandes santos, en cada época de la historia de la Iglesia. Y también de los santos más cercanos a cada uno de nosotros (por ejemplo, porque son nuestros patronos). A veces rezamos a un santo o a una santa y apenas sabemos quién fue, qué hizo. Con este deseo, y sobre todo con el deseo de compartir ya desde ahora la alegría de los santos -que es la alegría de Dios- continuemos nuestra acción de gracias, nuestra Eucaristía, en esta fiesta de Todos los santos.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1993, 14


13. BITS/ALIENACION  POBREZA/QUE-ES /Mt/05/03:

La Iglesia, a lo largo de su historia, ha caído en muchas contradicciones, la mayor de las cuales ha sido seguir predicando las bienaventuranzas y apartarse de su práctica; pero, al dejar de practicarlas, se ha ido falseando, poco a poco, su sentido.

POBRES ¡A CUERPO DE REY!

En primer lugar, lo que es un programa para la felicidad del hombre se ha convertido en la justificación de la desgracia de los pobres y oprimidos, a los que se les promete la felicidad en la otra vida como premio a los sufrimientos de ésta. Pero, en segundo lugar, como no se podía mandar al infierno sin más a los que en este mundo se lo pasan pero que muy bien -y que, aunque son los culpables del sufrimiento de la mayoría, suelen contribuir con importantes sumas a las "obras de apostolado"-, se interpretaron las bienaventuranzas arrimando el ascua a la sardina de los poderosos y de los ricos.

Así, se dice, "pobres de espíritu" son los que, aunque tengan muchos millones, están interiormente desprendidos de su riqueza. Como ejemplo podemos citar un libro publicado con todos los permisos eclesiásticos en el que se dice: "El evangelista Mateo, añadiendo "de espíritu", pretende evitar en sus lectores griegos una interpretación del concepto demasiado material o de carácter social. Los pobres son en la bienaventuranza los que tienen "alma de pobre". Alma de pobre... ¡a cuerpo de rey! Así se excluye expresamente cualquier matiz de tipo social o revolucionario en el programa de Jesús: "los que lloran", se dice, son los que aceptan su mala suerte con resignación; "hambre y sed de justicia" es una expresión que se refiere a la bondad interior del individuo, sin ninguna repercusión social; "los misericordiosos" son los que practican la beneficencia (y aquí, ya es el colmo, los ricos doblan su ventaja, pues como tienen más dinero pueden hacer más "obras de misericordia", mientras que los pobres acaban siendo un instrumento para que los ricos, con su "caridad", alcancen la misma salvación que conseguirán los pobres si aguantan, sin rebelarse, la injusticia de los poderosos). No, y mil veces no. Decir que el programa de Jesús era eso es mentira. Es una manipulación del evangelio para defender el sistema establecido, para dar solidez a los privilegios de los poderosos, para justificar, en nombre de Dios, la injusticia y la opresión; fuera y aun dentro de la Iglesia.

POBRE SIGNIFICA POBRE

Una de las razones que, se dice, justifican la interpretación de "pobres de espíritu" como los que tienen alma de pobres es la evolución que -dicen- se produce en el Antiguo Testamento, en la que, de un significado puramente material, "pobre" pasa a significar "humilde" en sus relaciones con Dios.

Por eso es importante acercarse a los textos del Antiguo Testamento (que, entre otras cosas, nos proporcionan el modo de hablar y las categorías culturales de los evangelistas) para ver qué significa pobre.

Pobre significa pobre. Pobre es el necesitado, el que, en el reparto de las riquezas, recibe menos de lo que en teoría le debería corresponder. Como ejemplo nos puede servir esta cruda descripción del libro de Job: "Como asnos salvajes salen a su tarea, madrugan para hacer presa, el páramo ofrece alimento a sus crías; se procuran forraje en descampado o rebuscan en el huerto del rico; pasan la noche desnudos, sin ropa con que taparse del frío, los cala el aguacero de los montes y, a falta de refugio, se pegan a las rocas". (Jb 24, 05-08)

LAS CAUSAS DE LA POBREZA: POBREZA/CAUSAS:

El Antiguo Testamento no se limita a describir la pobreza; analiza cuáles son las causas que la producen: la pobreza es la consecuencia de la explotación de los poderosos; es su insaciable ambición lo que produce la miseria de los más débiles. Dejemos hablar a los textos mismos:

Los malvados mueven los linderos, roban rebaños y pastores, se llevan el asno del huérfano y toman en prenda el buey de la viuda, echan del camino a los pobres y los miserables tienen que esconderse (Jb/24/02-04).

El Señor viene a entablar un pleito con los jefes y príncipes de su pueblo: -Vosotros devastabais las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre. ¿Qué es eso? ¿Trituráis a mi pueblo, moléis el rostro de los desvalidos? (Is/03/14-15).

¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio y vivir ellos solos en medio del país! (Is/05/08).

Los terratenientes cometían atropellos y robos, explotaban al desgraciado y al pobre y atropellaban inicuamente al emigrante. Busqué entre ellos uno que levantara una cerca, que por amor a la tierra aguantara en la brecha junto a mí para que yo no lo destruyera, pero no lo encontré (Ez/22/29-30).

Sé bien vuestros muchos crímenes e innumerables pecados: estrujáis al inocente, aceptáis sobornos, atropelláis a los pobres en el tribunal (Am/05/12).

Hay quien tiene navajas por dientes, cuchillos por mandíbulas para extirpar de la tierra a los humildes y del país a los pobres (Pr/30/14).

La soberbia del malvado oprime al infeliz... El malvado dice con insolencia: "No hay Dios que me pida cuentas"... Su boca está llena de engaños y fraudes, su lengua esconde maldad y opresión; en el corral se agazapa para matar a escondidas al inocente; sus ojos espían al pobre, acecha en su escondrijo como león en su guarida, acecha al desgraciado para secuestrarlo, secuestra al desgraciado, lo arrastra en su red (Sal/010/02-10).

POBRE ES EL EMPOBRECIDO. POBRE ES EL HUMILLADO

Pobre es, por tanto, el explotado, el que ha sido empobrecido por la insaciable ambición de los ricos y poderosos. Pobre es el oprimido, aquel a quien se le pisotea su derecho. Pobre es el que ha sido humillado. El pobre es siempre la víctima de la injusticia. Y eso está tan claro en el Antiguo Testamento que se considera juez justo no al que es imparcial, sino al que, porque sabe que el poderoso tiene recursos suficientes para defenderse a sí mismo, se pone de parte del pobre para que se igualen las fuerzas:

Dios se levanta en la asamblea divina, rodeado de dioses juzga: -¿Hasta cuándo daréis sentencias injustas poniéndoos de parte del culpable? Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, defended al pobre y al indigente sacándolos de las manos del culpable (Sal/082/01-04).

Abre tu boca y da sentencia justa defendiendo al pobre y al desgraciado (Pr/31/09).

Hacer justicia, dar sentencia justa, es ponerse de la parte del pobre. Pero pocos jueces de ese tipo habría en Israel, cuando Dios mismo tiene que tomar sobre sí, como tarea propia, la defensa de los pobres:

Escuchadlo los que oprimís a los pobres y elimináis a los miserables; pensáis: "¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo o el sábado para ofrecer el grano y hasta el salvado del trigo? Para encoger la medida y aumentar el precio, para comprar por dinero al desvalido y al pobre por un par de sandalias." ¡Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás lo que habéis hecho (Am/08/04).

Corte el Señor los labios lisonjeros y la lengua fanfarrona de los que dicen: "La lengua es nuestra valentía, nuestros labios nos defienden, ¿quién será nuestro amo?" El Señor responde: "Por la opresión del humilde, por el lamento del pobre, ahora me levanto y pongo a salvo al que lo anhela." (Sal 12,4-6).

Señor, ¿quién como tú, que defiende al débil del poderoso, al débil y pobre del explotador? (Sal/035/10; véase también Sal 72; Job 36,6).

Y así nace, en la última época del Antiguo Testamento, la figura de los "pobres del Señor": no son simplemente los humildes delante de Dios; son los que, perdida toda su confianza en que les pueda venir cualquier tipo de liberación de los hombres, han puesto toda su confianza en Dios. Los "pobres del Señor" son, por tanto, los que están totalmente decepcionados de la organización de la sociedad que nos hemos dado los hombres y han depositado toda su confianza en una nueva organización social de acuerdo con la voluntad de Dios (Sal 69,30-37; 70,2-6).

POBRES PARA QUE NO HAYA POBRES

Toda esta tradición la recoge Mateo cuando proclama "dichosos los pobres". Pero Mateo no dice sólo "dichosos los pobres", sino "dichosos los pobres de espíritu". ¿Será, por tanto, cierto que para Mateo son dichosos no los pobres de verdad, sino los que tienen "alma de pobres"? En lugar de andar haciendo elucubraciones por nuestra cuenta, busquemos la respuesta en el mismo evangelio de Mateo:

Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la carcoma y la polilla las echan a perder, donde los ladrones abren boquetes y roban. En cambio, amontonaos riquezas en el cielo... Porque donde tengas tu riqueza, tendrás tu corazón (Mt 6,19-21).

Pobres de espíritus son los que no amontonan riquezas en la tierra, esto es, los que siendo pobres renuncian a hacerse ricos (no tienen que renunciar, por supuesto, a una vida digna para todos) o los que, siendo ricos, se hacen pobres. "Pobre de espíritu" es aquel que por decisión de su espíritu (el espíritu no es el lugar donde residen los sentimientos, sino que siempre indica una fuerza, un impulso para la acción) se hace pobre; "pobres de espíritu" son "los que eligen ser pobres". Al añadir la expresión "de espíritu" (Lucas dice simplemente "dichosos los pobres", Lc 6,20), Mateo hace aún más radical la exigencia que plantea esta bienaventuranza: en ella se promete la felicidad a los que, además de ser pobres de hecho, aceptan libremente la pobreza o, más exactamente, renuncian a la riqueza. Y eso, ¿por qué?

Dios tiene un proyecto para la humanidad, lo que llamamos el reino de Dios y que consiste, esquemáticamente, en esto: Dios quiere que los hombres nos organicemos según su voluntad, que lo aceptemos a él como Padre común y que nos comprometamos a vivir como hijos suyos (Mt 6,9; 23,9) y, en consecuencia, como hermanos unos de otros (Mt 23,8). Que todos seamos iguales y que, en vez de que unos pocos exploten a la mayoría, todos nos sirvamos mutuamente por amor (Mt 20,25-28). Eso es el reino de Dios (o, en expresión de Mateo, "reino de los cielos").

El peor enemigo de ese proyecto de Dios para el mundo es la ambición, el poder del dinero. Porque, por causa de la ambición, los hombres nos convertimos en competidores y en enemigos unos de otros y, de esa manera, jamás podremos llegar a ser hermanos. Por eso, el mismo evangelio de Mateo dice: "No podéis servir a Dios y al dinero" (/Mt/06/24), lo que significa: para organizar el mundo no podéis serviros, al mismo tiempo, de las leyes de Dios y de las leyes del dinero.

La promesa que completa la primera bienaventuranza, "porque ésos tienen a Dios por rey", aporta un último elemento para entender el significado de "pobre de espíritu": se trata de hacerse pobre para liberarse del dominio del dinero y no someterse a ningún otro Señor, a ningún otro Rey, no poner la confianza en nadie más que en el Dios que quiere la libertad y defiende la justicia de los pobres y, poniendo en práctica su voluntad, construir la igualdad entre los hombres y hacer posible que su justicia reine en este mundo:

Conque no andéis preocupados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Son los paganos quienes ponen su afán en esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero que reine su justicia y todo eso se os dará por añadidura (Mt 6,31-33).

Hacerse pobre para poder trabajar porque reine la justicia de Dios; hacerse pobre para que no haya pobres: eso es ser "pobre de espíritu". La promesa de felicidad, por tanto, no es para el otro mundo; no es un premio de consolación para los que aquí han soportado resignadamente la injusticia; se trata de una promesa de felicidad que Dios quiere que experimentemos en esta vida, y eso sucederá cuando "los que eligen ser pobres" sientan la profunda libertad que comporta no tener otro Rey que Dios, cuando se den cuenta de que, gracias a su esfuerzo y a la ayuda del Padre, en el mundo reina la justicia de Dios, se ha hecho presente su reino, ha bajado a la tierra el "reino de los cielos", recibiendo respuesta la petición del padrenuestro: "venga a nosotros tu reino", "llegue tu reinado, realícese en la tierra tu designio del cielo" (Mt 6,10). Y, además, esa felicidad continuará y llegará a su plenitud en la otra vida, ¡por supuesto!

El evangelio de Marcos expresa esto de forma clara y concluyente, en palabras de Jesús a sus discípulos, al final del relato del hombre rico: "Os lo aseguro: No hay ninguno que deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras, por causa mía y por causa de la buena noticia, que no reciba cien veces más: ahora, en este tiempo, casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y tierras -entre persecuciones- y, en la edad futura, vida definitiva" (Mc/10/29-30; véase Mt/19/29, texto paralelo a éste, aunque en él no están tan claramente marcadas las dos etapas). ¿Es posible que todavía se pueda decir que "las bienaventuranzas no tienen un contenido social y hasta revolucionario" y quedarse tan tranquilos?

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 263ss


14.

1. El signo del amor gratuito y generoso de Dios Seguramente que a todos nos ha impresionado la primera lectura de hoy, tomada del Libro del Apocalipsis. En el capítulo séptimo, parte del cual se nos ha leído, el autor nos descorre por un momento el velo del cielo, la morada de Dios, para hacernos descubrir que también es morada de quienes en esta vida dan testimonio de Dios a través del doloroso camino de las persecuciones y de la oposición del mundo. Nosotros seguimos el camino del Cordero, único para llegar al Padre. Hoy la liturgia exalta la figura de quienes nos han precedido en el seguimiento de Jesucristo, dando ellos mismos testimonio de que la Salvación viene de Dios por Cristo. Al venerar hoy a los santos, afirmamos nuestra confianza en un Dios fiel a sus palabras. Afirmamos que la salvación de Jesucristo es total y para siempre, y es, por encima de todo, gratuita. Ninguno puede merecer el Reino, pues éste viene de lo alto. Sólo, tal como hacemos en el padrenuestro, podemos pedir a Dios que lo haga llegar cuanto antes a nuestras vidas.

Y éste es el primer sentido de la fiesta de hoy: expresamos la gratuidad y la generosidad del amor de Dios, cuya salvación no solamente se extiende a todos los pueblos, sino que también se prolonga para siempre. Este es el mensaje de Juan, en la carta primera que se nos ha anunciado: "Mirad cómo nos amó el Padre..." Magnífica expresión: no que miremos nuestras virtudes y nuestros éxitos sino que aprendamos a descubrir el amor de Dios que de tan variadas formas se nos ha manifestado. ¿Y cómo descubrimos este amor del Padre? En que quiso que nos llamáramos y fuéramos sus hijos, y Dios tomó tan en serio esto, que quiere que lo veamos tal cual es, como Padre y como Amor. Y no solamente que lo veamos, sino que seamos semejantes a El. Jesús mismo lo había dicho: "Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto". El amor de Dios se nos acerca hasta el punto de que por el cumplimiento de su voluntad nos asemejamos a él. Sintetizando: la total salvación de los que siguen a Jesús es obra generosa del amor divino. El cielo -sea cual fuere su forma de existencia- es siempre una manifestación de lo mucho que Dios nos ama. Y si es cierto que a Cristo se lo ha de seguir por el camino de la cruz, no menos cierto es que ese camino desemboca en la Pascua.

2. Una santidad a la medida del hombre

Pero esta festividad tiene un segundo significado según la literatura de los textos litúrgicos. En efecto, el evangelista Mateo nos presenta el gran discurso de Jesús en el monte, llamado vulgarmente de las Bienaventuranzas. En este discurso programático, Jesús establece la relación que debe existir entre el Reino y quienes aspiran a él.

Cuando escuchamos la palabra «santos», generalmente todos nos imaginamos a ciertos seres privilegiados, un poco del otro mundo, que descollaron por virtudes excepcionales, y que más bien son dignos de elogio que de imitación. Sin embargo, no es éste el pensamiento de las Escrituras; son santos todos aquellos que se abren a la Palabra divina y permiten así que la Santidad de Dios obre y penetre en ellos.

La santidad no es un modo excepcional de vivir sino que es, o debiera ser, la forma normal de ser cristianos. En el discurso del monte, Jesús presenta un itinerario de santidad que nos introduce al Reino de Dios. El Reino es una presencia aquí y ahora en la medida en que vivimos esas actitudes que Jesús enuncia, y sobre las cuales ya hemos reflexionado varios domingos. ¿Quiénes son los santos? ¿Quiénes llegan al Reino de Dios? Jesús establece un criterio paradójico y, a primera vista, absurdo. En efecto, la felicidad del Reino no pertenece a los grandes, a los que descuellan por eximias virtudes o milagros, sino precisamente a los pobres, es decir, a los que carecen de cuanto la vida considera un valor digno de tenerse en cuenta. Los pobres de espíritu, los pacientes, los que lloran, los hambrientos de justicia y paz, los perseguidos..., todos ellos conforman el ejército de los santos de Dios.

Si nos acordamos ahora de lo que hemos meditado en el punto anterior, veremos que la Escritura mantiene su lógica: la salvación gratuita de Dios solamente puede hacerse efectiva en aquellos que, conscientes de su impotencia, pobreza y debilidad, se confían al Señor, le abren el corazón y le sirven hasta las últimas consecuencias. POBREZA/RD RD/POBREZA: Este parece ser el sentido general de las bienaventuranzas: el Reino sólo puede penetrar en un «lugar vacío», es decir, en el corazón de aquel hombre que no está lleno de sí mismo. Si Dios busca la comunión con nosotros, esta comunión es imposible sin un vaciarse de uno mismo para ser uno-con-el-otro. Jesús, fiel a la tónica de su Evangelio, establece una diferencia entre la santidad de los fariseos y la santidad cristiana. La primera se apoya en el brillo de las propias virtudes, que transforman a quienes las poseen en seres superiores y excepcionales. La segunda se apoya en el mismo Reino de Dios, que hace violencia por penetrar allí mismo donde está nuestro pecado y nuestra debilidad.

El santo cristiano podrá no ser un individuo excepcional; y eso es lo extraordinario de su santidad: la santidad humilde del hombre cualquiera, la de Zaqueo y Magdalena: la santidad de los apóstoles, llenos de imperfecciones, pero confiando al fin y al cabo en que Dios hará de ellos auténticos hombres de fe.

Cuando leemos ciertas vidas de santos, se nos ocurre que esa santidad ya no es para nuestros días; es la de otras épocas, o mejor, de otras mentalidades. Cuando, en cambio, escuchamos las bienaventuranzas, descubrimos inmediatamente que el camino de santidad que nos traza Cristo parece pensado justamente para el hombre de hoy: para el casado y para el soltero, para el laico y para el religioso, para el obrero, el profesional o el político.

El Reino se establece en cualquier hombre que entienda que la vida es una constante búsqueda de algo que ansiamos y que no tenemos, por lo que siempre nos sentimos pobres y vacíos. El santo que cree que ya tiene la santidad es un hipócrita. De ahí el paradójico lenguaje de Jesús: el Reino de Dios es algo tan absolutamente distinto a los llamados valores del mundo, algo tan nuevo, algo tan «divino», que no puede ser descrito ni menos aferrado. Sólo nos resta abrirnos a él, sentirnos ante él como un pobre desprovisto de todo, como quien lucha con paciencia, como quien busca consuelo en su llanto, como quien tiene hambre y sed de justicia, como quien necesita misericordia, como quien es destruido por la persecución...

Todo esto es una manera de decirnos que Dios es nuestra riqueza, nuestro consuelo, nuestra justicia, nuestra fortaleza y nuestro gozo. Por eso el Nuevo Testamento llama a los cristianos en general con el apelativo de «santos», no porque descuellen por una virtud intachable, sino porque en ellos Dios obra y es reconocido como el Bien por excelencia. El auténtico santo está tan desprovisto de su propio ego que, precisamente por eso, no cree en su santidad, no se reconoce en ningún momento un santo. Como el mismo Jesús, que reprendió a quien lo llamó «maestro bueno», así el auténtico santo debe reconocer que "el único bueno, el único santo" es Dios. ¿Qué debemos hacer, entonces, nosotros? Dejarnos invadir por el Reino de Dios; dejarnos penetrar por la Palabra divina; dejarnos poseer por el Evangelio.

Por eso la pobreza de espíritu es la primera y esencial bienaventuranza y el resumen de todas ellas: sólo quien se desprende de sí mismo y se hace un ser totalmente disponible es capaz de dejarse penetrar totalmente por el Reino. Los que no tenemos esa actitud lo resistimos. Concluyendo: el camino de la santidad no debe ser una obsesión que nos cause angustia. Ni los santos fueron seres especiales ni nada especial se nos pide. La santidad cristiana no es el esfuerzo de los superhombres que quieren llegar más alto que nadie. No es una carrera para multiplicar actos virtuosos que nos hagan merecedores del cielo. Es, sí, aceptar nuestra condición de hombres simples y vulgares que se dejan conducir por la fuerza del Reino que llega y transforma.

Hoy celebramos la fiesta de hombres y mujeres sencillos y vulgares como nosotros. Los festejamos porque se consideran a sí mismos hombres y mujeres sencillos y vulgares; porque su santidad fue silenciosa y oculta. Por eso creemos que fueron excepcionales. Esta es la paradoja de la santidad cristiana.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 405 ss.


15.

Este año la solemnidad de Todos los Santos cae en domingo y tiene preferencia sobre el domingo 31 del tiempo ordinario. Esta coincidencia puede dar pie para subrayar un hecho importante: celebrar los santos es celebrar la resurrección del Señor que se ha hecho realidad en tantos y tantos hombres y mujeres de tiempos y lugares muy diversos. Hoy, domingo, es el día de la resurrección del Señor, como todos los domingos del año. Y hoy, en este domingo concreto, la resurrección del Señor la celebramos realizada en todos aquellos que nos han precedido y han querido llenarse de la vida nueva de Jesús: que han puesto toda su confianza en la salvación que viene de Jesús, y que se han esforzado por vivir su Evangelio. Ciertamente, los santos no lo son en virtud de sus méritos, sino porque se han abierto totalmente a la gracia que nace de la Pascua del Señor.

Quizá, para resaltar todo esto, hoy podría ser oportuno colocar el cirio pascual en el presbiterio, como signo de la resurrección del Señor, de la que participan los santos. Se puede tener encendido ya desde el principio y explicar su significado en las palabras de introducción o en la homilía; o se puede encender después de las palabras de salutación, durante las cuales se habrá explicado su significado.

-DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU

La primera de las bienaventuranzas es la determinante, la que sostiene y resume todas las demás. Es la mejor descripción de lo que Jesús vivió, y el primer criterio de vida para todo el que quiera seguirlo; es, por tanto, el primer criterio de vida de los santos. Ser pobre en el espíritu querrá decir vivir de tal manera que no se tenga ninguna otra seguridad fuera de Dios. Querrá decir desprenderse de todo lo que sea necesario para hacer posible, aquí en la tierra, la voluntad de amor de Dios. Desprenderse por tanto, del dinero, para que los pobres puedan vivir dignamente y también para que ni la cabeza ni el corazón se sientan demasiado satisfechos del bienestar de este mundo y olviden el único bienestar verdadera, que es el Reino. Y desprenderse, asimismo, del poder, del prestigio, de la tranquilidad...Y, en última instancia, como hizo Jesús y han hecho los mártires, ser capaz de aceptar desprenderse de la propia vida. ESte es el proyecto que Jesús propone a sus seguidores, éste es el proyecto que hoy celebramos en todos los santos, éste es el proyecto en el que nosotros estamos invitados a creer. Ser cristiano es creer que la felicidad es esto, que la vida vale la pena vivirla así, no de otro modo. Ser cristiano es, en definitiva, anhelar tan profundamente a Dios, y creer tan profundamente que Dios es lo único serio y valioso que hay en este mundo, que uno llegue a no tener ojos para nada más que para lo que Dios desea y para lo que Dios ama. Y bien sabemos qué es lo que Dios desea y qué es lo que Dios ama.

-UNA MUCHEDUMBRE INMENSA

Una vez leída la primera bienaventuranza, y una vez leídas las demás, parecería que tendría que haber muy poca gente que vaya por este camino trazado. Y en cambio, la lectura primera, del Apocalipsis, nos ha hablado de una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.... Sí, la resurrección de Jesús ha sellado con un sello indeleble, fortísimo, la historia de la humanidad. Jesús resucitado ha puesto en el corazón del mundo su Espíritu, y ese Espíritu renueva cada hombre y cada mujer de este mundo. Y son muchos -"somos" (?) muchos- los que se sienten tocados por este Espíritu y que sienten, a pesar de infidelidades y dificultades, el anhelo de este camino. Una muchedumbre inmensa. Con muchos fallos, con terribles contradicciones, pero con el anhelo en el corazón.

Cierto que no todos los miembros de esta muchedumbre viven el anhelo con la misma intensidad, seriedad y fidelidad. La misma lectura lo insinuaba al hablarnos de los que "vienen de la gran tribulación". Y, por tanto, será bueno que, al mirar a estos hermanos nuestros más fieles y auténticos que nosotros, sintamos una saludable vergüenza y nos animemos a despabilarnos para no quedar fuera de la muchedumbre. Pero, asimismo, hoy, sobre todo, hemos de dar gracias a Dios porque la muerte y la resurrección de Jesucristo, y el Espíritu que ha sido derramado sobre el mundo, ha dado tanto fruto.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992, 14


17.

«La casa está encendida» Hace una semana moría uno de los más grandes poetas de un verdadero siglo de oro de la poesía española, Luis ·Rosales-L. Se ha escrito de él que sus grandes temas de inspiración fueron el amor, la fe la amistad y, también, la muerte. En una de sus obras más conocidas, La casa encendida, hay una espléndida poesía en la que alude a la vuelta a su casa -Altamirano 34- y se pregunta: «¿Quién te cuida?». Y el poeta se responde: «Y al mirar hacia arriba, vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares, las ventanas -sí, todas las ventanas-. Gracias, Señor, la casa está encendida».

He querido comenzar hoy mis palabras, en la festividad de Todos los Santos, aludiendo a ese hombre que fue hondamente religioso -alguien escribió que su último recuerdo fue verle con el rosario entre las manos ante el cadáver de un amigo muerto, Dámaso Alonso-; que afirmaba que para él no había otro acceso al misterio de Dios sino es a través de Jesucristo y se sentía enternecido ante un Dios que, para poder llorar se había hecho hombre.

Desde que murió aquel "fénix de los ingenios", Lope de Vega, nadie había hecho una poesía tan bella ante el misterio de la navidad, del Dios hecho hombre, como ese espléndido Retablo que él nos dejó. Cuando vivimos ese clima cristiano y humano, que rodea los primeros días del mes de noviembre, tenemos un recuerdo para el que decía que «la muerte es una catedral de sal y yo pretendo entrar en ella como un minero del recuerdo».

Ya hemos indicado otras veces la trayectoria histórica de la fiesta de hoy. Fue inicialmente una celebración conjunta de todos los mártires cristianos, para pasar a ser después una fiesta conjunta de todos los santos, mártires o no. Al mismo tiempo se fue transformando en una especie de fiesta del santo desconocido, es decir, de aquellos hombres y mujeres que no han sido declarados oficialmente santos por la Iglesia, pero cuya vida ha sido un testimonio auténtico de seguimiento del evangelio. Por otra parte, esta festividad está asociada a la del día siguiente, la de los fieles difuntos, que os trae el recuerdo de los seres queridos que, como dice la vieja fórmula litúrgica, «nos han precedido con el signo de la fe y duermen el sueño de la paz».

Los textos litúrgicos que se leen todos los años en la fiesta de hoy presentan, en primer lugar, un pasaje del Apocalipsis. Es una llamada a la esperanza para unos cristianos perseguidos de Asia Menor. Representa el final de la historia humana, en donde aparece esa cifra simbólica de 144.000 siervos de Dios, «marcados en la frente», un número que, en la simbología bíblica equivale a una muchedumbre innumerable, a la que se añade enseguida otra multitud innumerable «de toda nación, raza, pueblos y lenguas», para finalmente hacer referencia a los mártires cristianos -«los que vienen de la gran tribulación» y «han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero»-.

El evangelio presenta el arranque del sermón del monte, que intencionalmente hace referencias a ese otro gran monte en el que nació el pueblo de Israel, el monte Sinaí. El nuevo pueblo cristiano va más allá de las tablas de la ley, entregadas a Moisés; las tablas de la nueva ley son las bienaventuranzas, la quintaesencia del talante y del mensaje de Jesús.

Finalmente, el breve texto de la primera Carta de Juan nos habla de nuestra filiación divina: no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que -Juan lo expresa entre unas interjecciones preñadas de agradecimiento, admiración y amor- «pues ¡lo somos!». Y nos habla de la esperanza final a la que nos llama, la misma que reflejaba el texto del Apocalipsis: «Aún no se ha manifestado lo que seremos». Pero «sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es». Llegará un día en que nuestro ser resucitado, nuestra total realidad personal, será semejante al Señor resucitado y en que veremos a Dios, no «como en un espejo, sino «tal como él es».

Un compañero jesuita español, que vive en un pobre suburbio de la República Dominicana, escribía una breve y espléndida poesía, seguramente ante la muerte de un amigo: «Al morir un amigo, algo de mí, que ya era él, se fue. Algo de mí resucitó en él. Algo de él, que todavía es yo, se quedó. Algo de él, espera a mi resurrección» (Benjamín González Buelta: ·GONZALEZ-BUELTA-B). Creo que es un magnífico resumen de lo que un creyente debe sentir ante la muerte de un ser querido, también ante el recuerdo de esas personas buenas que nunca van a ser llevadas a los altares, pero que han dejado en nuestra vida un poso imborrable de verdad, de autenticidad, de vida según las bienaventuranzas; personas a las que se les puede aplicar lo que hoy decía Juan: «El mundo no nos conoce». Cuando se nos muere un ser querido, también nosotros morimos, porque su vida y la mía eran inseparables, como escribía Pedro Laín Entralgo a su amigo Rosales: «La amistad consiste en que "él era él, yo era yo, y él y yo éramos nosotros"». Pero también podemos decir, desde nuestra fe cristiana, que algo de mi vida, de mi amor, vive resucitado en la vida resucitada del ser querido que nos dejó y al que estábamos unidos por el «nosotros».

La fiesta de hoy debe ser una acción de gracias hacia las huellas que han dejado en nosotros tantos grandes santos, que perviven en nuestra vida y en la de la comunidad de creyentes: la búsqueda de Dios de la obra de san Agustín, la sencillez y la llamada a la pobreza de un Francisco de Asís, los caminos de encuentro de la profundidad del hombre con el misterio de Dios, que nos legó Ignacio de Loyola; la intensa vida de oración que nos marcaron Teresa de Jesús o Juan de la Cruz y, en nuestros días, Edith Stein; el espíritu misionero de Francisco Javier o de Teresa de Lisieux. Nadie puede poner en duda que algo, o mejor mucho de ellos, se ha quedado prendido a nuestro yo. Pero también podemos decir que se ha quedado con nosotros la fe, la bondad, la autenticidad de personas a quienes hemos conocido y han marcado nuestra vida. Algo o mucho de ellas ha quedado grabado en nuestra vida, permanece como una huella imborrable entreverada en nuestro yo más auténtico. Y también, desde la otra orilla, desde la vida en Dios en que ellos siguen viviendo, podemos decir que algo de esos seres queridos espera a nuestra propia resurrección. Porque si la amistad consiste en que "el tú y yo éramos nosotros", el tú del amigo o del familiar querido no ha resucitado aún del todo, hasta que su tú y mi yo se funden en el nosotros. ¿A quién aludía Luis Rosales, cuando se preguntaba, desde su calle de Altamirano: «Quién te cuida», y veía su vida, al mirar hacia arriba, poblada de ventanas «iluminadas, obradoras, radiantes, estelares»? Sin duda se refería, él que cantó tanto al amor y a la amistad, a las ventanas de sus seres queridos, aunque quizá estuviesen apagadas, porque donde hay amor y verdadera amistad sabemos que siempre se puede encender una ventana «iluminada, obradora» para nuestra oscuridad. Sin duda, también se refería, el que cantó a la muerte y a la fe, a esas otras ventanas «radiantes, estelares», de aquellos que han marcado nuestra vida, que nos han dejado su huella y su poso en nuestra existencia, en los que ha resucitado algo de nosotros y algo de ellos espera también a nuestra resurrección. ¿No es esto lo que refleja su espléndida metáfora de creyente de que «la muerte es una catedral de sal y yo pretendo entrar en ella como un minero del recuerdo»? Porque nuestra fe cristiana y humana nos debe hacer «mineros del recuerdo», construir nuestra vida desde esas ventanas encendidas que nos hablan de amor, amistad, fe y esperanza. "Gracias, Señor, la casa está encendida". En esta fiesta de recuerdo a los grandes y a los pequeños santos, también nosotros podemos repetir, desde la cotidianidad de las calles de nuestra vida: «Gracias, Señor, mi casa está encendida», gracias, Señor porque hay personas que me hacen sentir que «tú me cuidas».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C. Madrid 1994.Pág. 391 ss.


18. AL SOLDADO DESCONOCIDO

Creo que esta festividad de Todos los Santos puede inscribirse en ese capítulo de homenajes «al soldado desconocido». Viene a ser, efectivamente, el reconocimiento que hace la Iglesia a tantos y tantos hombres --«una muchedumbre que nadie podría contar»-- que han pasado su vida «luchando», como verdaderos «soldado del Reino». Mirad, a esta Iglesia que ahora llamamos «pueblo de Dios peregrinante» la llamábamos «Iglesia militante», en clara alusión a su actitud de «milicia = lucha, del latín «miles, tis = soldado». Sí. Cuando terminan las grandes hecatombes humanas, las naciones, al hacer balance, en sus fiestas patrióticas, sienten el deber de reconocer públicamente la entrega total de muchos soldados anónimos hasta dar la vida. Encienden para ellos una llama plural y simbólica en un cementerio sin nombres. Es como si se proclamara que, sin ellos --artesanos del valor humilde y oculto--, no se habría podido conseguir ninguna victoria. En múltiples ocasiones, acontecimientos e instituciones, sólo es posible funcionar a base de voluntariado anónimo.

Por ahí va la fiesta de hoy. La Iglesia que, a lo largo del año, en días estratégicos del calendario, conmemora y nos pone delante la figura de un mártir excelso, de una insigne doctora, de un penitente de excepción, nos dice, de pronto: «Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día la fiesta de Todos los Santos». Es como si se nos dijera: aunque se trata de «una muchedumbre inmensa imposible de contar que pertenecen a toda raza, pueblo y nación», su gesta no la podemos callar. Son «paisanos en su rincón», que, a lo largo de su vida no pretendieron hacer «cosas extraordinarias» sino hacer extraordinariamente «las cosas ordinarias». Son seguidores fieles de aquellos versos que dice Ignacio de Loyola a Javier en «El divino impaciente»: 
«No hay virtud más eminente 
que el hacer sencillamente 
lo que tenemos que hacer. 
.... 
El encanto de las rosas 
es que, siendo tan hermosas, 
no conocen que lo son».

Todos los componentes de esa «inmensa muchedumbre» han tenido en común tres cosas:

1. Oyeron la voz de Dios y la siguieron. Esa es la primera condición del seguidor de Cristo. Responder a esa llamada que, «de mil formas distintas», a veces muy pintorescas y extrañas, siempre dice lo mismo: «ven y sígueme». Es decir: «pon tu mano en el arado y no vuelvas tu vista para atrás».

2. Le siguieron en la variedad. Cada uno a su estilo y en su peculiar circunstancia. San Pablo explicó muy bien que «los miembros del cuerpo humano son muchos y todos distintos». Añadió que a cada uno le corresponde una función, diferente de los demás, pero «para el bien común». Así, «la mano no puede ser pie; ni el pie, ojo; ni el ojo, etc...». Sería un caos. Pero, cada cual en su puesto, hace que florezca la «diversidad en la unidad». Efectivamente, Dios no espera una fabricación estereotipada y deshumanizada de «santidades en serie», sino edificadas sobre las infinitas variantes de los corazones humanos.

3. El amor es lo que han de tener todos los seguidores de Jesús en común. Este, por amor, seguirá a Jesús por el camino de la pobreza. Ese otro, por amor, aceptará la humillación y el desprecio. Aquél se servirá de la enfermedad para ofrecérsela a Dios con amor. El amor a Jesús, pues, ha de llenarlo todo. El amor hará que el hombre viva la imitación de Cristo, que es el único modelo de Santidad.

Único modelo, amigos. Dice Cabodevilla: «Es como si la infinita personalidad de Cristo, su luz indeficiente, se hubiese descompuesto en el iris esplendoroso y vario de los santos con tanta riqueza y maravilla de fulgores». Hoy es su día. El día de los «soldados desconocidos». Una muchedumbre inmensa...

ELVIRA-1.Págs. 107 s.