SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

 

Seremos semejantes a aquel de quien somos hijos

Se puede decir lo que no habrá allí; pero ¿quién podrá decir lo que habrá? Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni subió al corazón del hombre (1 Cor 2,9). Con razón, pues, dijo el Apóstol: Los sufrimientos de este tiempo no admiten comparación con la gloria futura que se revelará en nosotros (Rom 8,18). Sábete, ¡oh cristiano!, que, sufras lo que sufras, no es nada en comparación con lo que has de recibir. Es certeza que nos procura la fe: nunca se aparte de tu corazón. No puedes comprender ni ver lo que llegarás a ser; ¿cómo será lo que no puede comprender ni siquiera quien lo va a recibir? Seremos lo que seremos, pero no podemos comprender eso que seremos. Supera nuestra debilidad, sobrepasa nuestro pensar, excede nuestro entendimiento; pero seremos eso. Amadísimos, dice Juan, seremos hijos de Dios.

Evidentemente ya lo somos por adopción, por la fe, por la prenda que tenemos. Hemos recibido como prenda, hermanos, al Espíritu Santo. ¿Cómo puede engañar quien nos ha dejado tal prenda? Somos hijos de Dios, dijo, y aún no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es (1 Jn 3,2). Dijo que aún no se ha manifestado, pero no dijo qué es lo que aún no se ha manifestado. Aún no se ha manifestado lo que seremos. Si hubiese dicho: «Seremos esto o seremos así», ¿a quién se lo hubiese dicho de haberlo dicho? No me atrevo a decir quién, pero sí a quien lo hubiese dicho. Y quizá él pudiera haberlo dicho, porque él fue quien descansó sobre el pecho del Señor y en aquel banquete bebía la sabiduría del pecho del Señor. Repleto de aquella sabiduría eructó: En el principio existía la Palabra. Esto es lo que dijo: Sabemos que, cuando se manifieste lo que seremos, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. ¿Semejantes a quién? Sin duda alguna, semejantes a aquel de quien somos hijos. Amadísimos, dijo, somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a aquel de quien somos hijos, porque le veremos tal cual es. Y ahora, si quieres conocer aquello a lo que serás semejante, si quieres conocer a aquel a quien serás semejante, mírale, si puedes. Aún no puedes. Desconoces a aquel a quien serás semejante; en consecuencia, desconoces en qué medida serás semejante a él. Desconociendo aún lo que es él, desconoces lo que serás también tú.

Pensando en estas cosas, amadísimos, estemos siempre a la espera de nuestro gozo sempiterno y pidámosle continuamente fortaleza en nuestros trabajos y pruebas temporales, tanto yo para vosotros como vosotros para mí. No penséis, hermanos, que vosotros necesitáis de mis oraciones, pero no yo de las vuestras. Recíprocamente tenemos necesidad de las oraciones de los unos por los otros, puesto que las mismas oraciones de los unos por los otros se encienden con la caridad y son un sacrificio de olor suavísimo que se ofrece al Señor desde el altar de la piedad. En efecto, si hasta los apóstoles pedían que se orase por ellos, ¡cuánto más nosotros, tan desemejantes a ellos, pero en todo caso deseando seguir sus huellas, sin poder saber ni atrevernos a decir en qué medida lo conseguimos!

Sermón 305 A, 9-10.