COMENTARIOS AL SALMO 66

 

El Señor tenga piedad y nos bendiga (v. 1). Que Dios nos bendiga (v. 8). La lectura "cristiana" de estos versículos, es decir, su alcance y comprensión a la luz de la plenitud de la Revelación, los convierten en hondos y luminosos.

La bendición de Dios se consuma en su Hijo Jesucristo, por medio del cual nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales 314

Aprovechemos este silencio contemplativo de nuestra oración para agradecer a Dios Padre estas bendiciones: en primer lugar, la bendición consistente en contemplarnos -antes, incluso, de la creación del mundo- como formando un solo cuerpo en la Persona de Cristo. Un cuerpo que llegará "al estado de varón perfecto, a la medida de la edad perfecta de Cristo".315 ¡Qué sublime predestinación!; después, la bendición consistente en realizar esta predestinación de una manera admirable: haciéndonos hijos suyos. ¡Qué excelsa dignidad!

Por medio de Cristo -de su Pasión y de su Muerte- podemos contemplar de nuevo el rostro del Padre, sereno y bondadoso.316 Viene, pues, a propósito la conclusión de nuestra meditación con esta antiquísima colecta sálmica: "Conociendo la tierra tus caminos, Padre santo, y todos los pueblos tu salvación, confesamos que Cristo es nuestro sendero y nuestra patria; por Él caminamos derechamente y llegamos a la más plena victoria; danos, pues, como regalo a aquél que hiciste para nosotros salvación. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén."317

Ilumine su rostro sobre nosotros. Agustín desarrolla su plegaria "cristiana" con estas palabras: "Ya que nos grabaste tu imagen, ya que nos hiciste a tu imagen y semejanza, tu moneda, ilumina tu imagen en nosotros, de manera que no quede oscurecida. Envía un rayo de tu sabiduría para que disipe nuestras tinieblas y brille tu imagen en nosotros ... Aparezca tu Rostro, y si -por mi culpa-, estuviese un tanto deformado, sea reformado por ti, aquello que Tú has formado."318

La tierra ha dado su fruto: Son varios los Padres que, en el comentario a este versículo, nos ofrecen una interpretación concorde. ¡La Tierra! La Virgen María, es de nuestra tierra, de nuestra raza, de esta arcilla, de este lodo, de la descendencia de Adán. La tierra ha dado su fruto; el fruto perdido en el Paraíso y ahora reencontrado. La tierra ha dado su fruto.

Primeramente ha dado la flor: «Yo soy el narciso de Sarón y el lirio de los valles» (Cant 2: 1). Y esta flor se ha convertido en fruto: fruto porque lo comemos, fruto porque comemos su misma Carne. Fruto virgen nacido de una Virgen, Señor nacido del esclavo, Dios nacido del hombre, Hijo nacido de una Mujer, Fruto nacido de la tierra."319 "Nuestro Creador, encarnado en favor nuestro, se ha hecho, también por nosotros, fruto de la tierra; pero es un fruto sublime, porque este Hombre, nacido sobre la tierra, reina en los cielos por encima de los Ángeles."320 
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314 Eph 1: 3.

315 Eph 4: 13.

316 MISAL ROMANO. Coll Misa 29. XII, en la Octava de Navidad.

317 F. AROCENA, Orationes super psalmos e ritu Hispano-Mozarabico, Toleti 1993, p. 119: 'Cognoscentes in terra viam tuam, Domine, in omnibus gentibus salutare tuum, Christum Dominum viam esse confitemur et patriam; per quem in directum gradimur et ad profectum plenissimum pervenimus; dona, igitur, ut ipsum habeamus in munere, qui nobis factus es in salutem. Qui vivit et regnat in sancula seculorum. Amen.'

318 S. AGUSTIN, Enarrationes in psalmos. 66, 4

319 S. JERONIMO, Breviarium in psalmos. 66; PL 26.

320 S. GREGORIO MAGNO, Homiliae in Ezechielem, 2, 1; PL 76, 937.

AROCENA-1.Págs. 145-147


2. 

Esta repetición de palabras crea una especie de alborozo en el mismo vocabulario. Una vez más, vemos a Israel consciente del privilegio de ser el "pueblo de la Alianza"... y deseoso de participar esta dicha al conjunto de la humanidad. Pide a todas las naciones, a toda la tierra, a todos los hombres, asociarse a las "bendiciones" de que es el primer beneficiario. Este salmo seguramente se cantaba en una de las dos fiestas de cose cha: Pentecostés o los Tabernáculos. La fertilidad de la tierra, la felicidad de una hermosa siega, incitaba a los hebreos a compartir esta dicha, fruto de la bendición divina.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS 

"Id por todo el mundo: haced discípulos míos entre todas las gentes"... Jesús vivió profundamente en su conciencia este "universalismo" de Israel. Transformó este voto en proyecto... Enviando a sus apóstoles hasta "los confines de la tierra". "¡Jesús debió recitar este salmo con gran fervor!". "Que venga tu reino universal, que se haga tu voluntad".¡"Que los pueblos te aclamen oh Dlos, que te aclamen todos los pueblos"!

"La tierra ha dado su cosecha". Esta dimensión realista, temporal, de la felicidad basada en los bienes de aquí abajo, no fue menospreciada por Jesús: nos manda pedir "el pan nuestro de cada día". "Tu camino será conocido sobre la tierra". Jesús se llamó a sí mismo el "camino". "Yo soy el camino, la verdad, la vida". "Que su rostro aparezca ante nosotros". El "rostro" de Dios, luminoso: La sonrisa de Dios a la humanidad. Jesús, en su encarnación, ¿no fue acaso la respuesta inaudita a esta oración? El Dios invisible, el Dios "sin rostro", se hizo visible a nuestros ojos en el rostro humano de Cristo. "La tierra ha dado su cosecha, su fruto"...¡ Jesús, fruto de la tierra! Jesús, la más bella mies que jamás haya salido del seno de la tierra. "Tu salvación será conocida entre todas las naciones". Esta salvación la trajo El, Jesús. Recitando este salmo, Cristo oró por su propia misión en el plan del Padre: "He venido, no para condenar sino para salvar". "Tú conduces las naciones sobre la tierra". Conducir, guiar, papel divino. Jesús reivindicó explícitamente este papel, presentándose como el "buen pastor" que conduce sus ovejas hacia las fuentes de agua viva.

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 

La tierra entera... El mundo entero... Todos los pueblos... Todos los hombres. Esta visión amplia, cósmica, mundial, es muy moderna. Nunca como hoy se han traspasado las fronteras que separan los pueblos. Entramos cada vez más en la era de los viajes al exterior. El mundo entero llega a nuestra casa por la televisión. La manera de vivir de otros pueblos, sus problemas se aproximan a nosotros. Al mismo tiempo se acentúan los sueños de paz universal y definitiva. ¡"Que las naciones se alegren, que canten"! Al hacer esta oración hoy, no podemos encerrarnos en nuestros pequeños universos particularistas o nacionalistas estrechos... Al contrario, este salmo contribuye a ampliar nuestros horizontes. En este sentido, el Padre Teilhard de Chardin con su pensamiento universal, contribuyó a "ampliar nuestros corazones". Escribió un opúsculo titulado: "La Misa sobre el mundo". Admiremos la amplitud de esta "eucaristía". El sol ilumina, allá, la franja extrema del primer oriente. Una vez más, bajo el mantel móvil de sus fuegos, la superficie viviente de la tierra despierta, vibra y reinicia su aterradora labor. Pondré en mi patena, oh Dios mío, la cosecha esperada de este nuevo esfuerzo. Echaré en mi cáliz la savia de todos los frutos que serán triturados hoy"...

La tierra ha dado su cosecha: Dios, Dios nuestro nos bendice. Ha habido en ciertas épocas de la historia de la Iglesia una tentación de espiritualismo desencarnado, un desprecio de las cosas de aquí abajo, un cierto pesimismo ante los alimentos terrestres, considerados como impuros. No se trata de caer en el exceso inverso que idolatra los "bienes de la tierra". Jesús trató de "loco" al hombre que amplió sus graneros al tener una cosecha excepcional... No precisamente por el éxito, sino porque se olvidó de pensar en "su alma". ¡Sí, es verdad! Los placeres terrestres son frágiles, no pueden saciar totalmente el "hambre" y la "sed" del hombre. La verdadera actitud cristiana es la del hombre que se da sin medida al éxito de la "creación": recoger una hermosa cosecha, llevar a feliz término una empresa, terminar bien un trabajo, hacer evolucionar las situaciones, educar a un hombre o una mujer... Esto es un "don de Dios": "Dios, nuestro Dios, nos ha bendecido". ¡Hay que hacer una espiritualidad del fracaso, cuando llegue! pero es más urgente hacer una espiritualidad de la "cosecha": "He aquí el pan, fruto del trabajo del hombre y de la tierra, te lo presentamos, él se convertirá en tu cuerpo".

Que las naciones se alegren, que canten. ¡La búsqueda de la felicidad, de la fiesta. Atreverse a orar así! Atreverse a pedir a Dios no solamente que cese el dolor, sino que aumente la felicidad y la alegría. Y si nosotros oramos para que los pueblos estén "alegres" y "canten"... ¿Cómo podemos tener caras aburridas? La alegría es el gran secreto del Cristiano. Un santo triste es un triste santo. Hagamos a aquellos que viven con nosotros la primera caridad, la caridad de la alegría y de la sonrisa.

La oración del tiempo de cosecha: oración de otoño: La vejez no es un tiempo fácil de vivir. Un poeta habló de esta edad que "siente la decadencia de las cosas perecederas". Este salmo sugiere que nada se acaba. El otoño es una estación nostálgica, es cierto. Pero todo continúa, en las cosechas que se guardan en el granero: todo lo que ha habido de trabajo, de amor, de sacrificio, de don de sí en una vida... "Está guardado en Dios" mejor que en ningún granero. Lo que ha hecho un anciano en su vida, los granos que ha cosechado, servirán para próximas siembras. Para quien cree en Dios, nada se acaba. 

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 119-121


3. LA PLEGARIA DEL MISIONERO

«Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe».

Esa es mi plegaria, Señor. Sencilla y directa en tu presencia y en medio de la gente con quien vivo. Bendíceme, para que los que me conocen vean tu mano en mí. Hazme feliz, para que al verme feliz se acerquen a mí todos los que buscan la felicidad y te encuentren a ti, que eres la causa de mi felicidad. Muestra tu poder y tu amor en mi vida, para que los que la vean de cerca puedan verte a ti y alabarte a ti en mí.

Mira, Señor, los seres que viven a mi alrededor adoran cada uno a su dios, y algunos a ninguno. Cada cual espera de sus creencias y de sus ritos las bendiciones celestiales que han de traer la felicidad a su vida como prenda de la felicidad eterna que le espera luego. Valoran, no sin cierta lógica, la verdad de su religión según la paz y alegría que proporciona a sus seguidores. Con ese criterio vienen a medir la paz y alegría de que yo, humilde pero realmente, disfruto, y que declaro abiertamente que me vienen de ti, Señor. Es decir, que te juzgan a ti según lo que ven en mí, por absurdo que parezca; y por eso lo único que te pido es que me bendigas a mí para que la gente a mi alrededor piense bien de ti.

Eso era lo que ocurría en Israel. Cada pueblo a su alrededor tenía un dios distinto, y cada uno esperaba de su dios que su bendición fuera superior a la de los dioses de sus vecinos y, en concreto, que le bendijera con una cosecha mejor que la de los pueblos circundantes. Israel te pedía que le dieses la mejor cosecha de toda la región, para demostrar que tú eras el mejor Dios del cielo, el único Dios verdadero. Y lo mismo te pido yo ahora. Dame una cosecha evidente de virtudes y justicia y paz y felicidad, para que todos los que me rodean vean tu poder y adoren tu majestad.

«El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros: conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación».

Quiero que todo el mundo te alabe, Señor, y por eso te pido que me bendigas. Si yo fuera un ermitaño en una cueva, podrías hacerme a un lado; pero soy un cristiano en medio de una sociedad de hecho pagana. Soy tu representante, tu embajador aquí abajo. Llevo tu nombre y estoy en tu lugar. Tu reputación, por lo que a esta gente se refiere, depende de mí. Eso me da derecho a pedir con urgencia, ya que no con mérito alguno, que bendigas mi vida y dirijas mi conducta frente a todos éstos que quieren juzgarte a ti por lo que ven en mí, y tu santidad por mi virtud.

Bendíceme, Señor, bendice a tu pueblo, bendice a tu Iglesia; danos a todos los que invocamos tu nombre una cosecha abundante de santidad profunda y servicio generoso, para que todos puedan ver nuestras obras y te alaben por ellas. Haz que vuelvan a ser verdes, Señor, los campos de tu Iglesia para gloria de tu nombre.

«La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS
Paulinas Sal Terrae. Santander-1989, pág. 125s.


4. CATEQUESIS DEL PAPA en la audiencia general del miércoles 9 de octubre de 2002 

Todos los pueblos alaben a Dios

1. Acaba de resonar la voz del antiguo salmista, que ha elevado al Señor un canto jubiloso de acción de gracias. Es un texto breve y esencial, pero que se abre a un inmenso horizonte, hasta abarcar idealmente a todos los pueblos de la tierra.

Esta apertura universalista refleja probablemente el espíritu profético de la época sucesiva al destierro babilónico, cuando se deseaba que incluso los extranjeros fueran llevados por Dios al monte santo para ser colmados de gozo. Sus sacrificios y holocaustos serían gratos, porque el templo del Señor se convertiría en "casa de oración para todos los pueblos" (Is 56, 7).

También en nuestro salmo, el número 66, el coro universal de las naciones es invitado a unirse a la alabanza que Israel eleva en el templo de Sión. En efecto, se repite dos veces esta antífona:  "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben" (vv. 4 y 6).

2. Incluso los que no pertenecen a la comunidad elegida por Dios reciben de él una vocación:  en efecto, están llamados a conocer el "camino" revelado a Israel. El "camino" es el plan divino de salvación, el reino de luz y de paz, en cuya realización se ven implicados también los paganos, invitados a escuchar la voz de Yahveh (cf. v. 3). Como resultado de esta escucha obediente temen al Señor "hasta los confines del orbe" (v. 8), expresión que no evoca el miedo, sino más bien el respeto, impregnado de adoración, del misterio trascendente y glorioso de Dios.

3. Al inicio y en la parte final del Salmo se expresa el deseo insistente de la bendición divina:  "El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros (...). Nos bendice el Señor nuestro Dios. Que Dios nos bendiga" (vv. 2. 7-8).

Es fácil percibir en estas palabras el eco de la famosa  bendición sacerdotal que Moisés enseñó, en nombre de Dios, a Aarón y a los descendientes de la tribu sacerdotal:  "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6, 24-26).

Pues bien, según el salmista, esta bendición derramada sobre Israel será como una semilla de gracia y salvación que se plantará en el terreno del mundo entero y de la historia, dispuesta a brotar y a convertirse en un árbol frondoso.

El pensamiento va también a la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección:  "De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y serás tú una bendición. (...) Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 2-3).

4. En la tradición bíblica uno de los efectos comprobables de la bendición divina es el don de la vida, de la fecundidad y de la fertilidad.

En nuestro salmo se alude explícitamente a esta realidad concreta, valiosa para la existencia:  "La tierra ha dado su fruto" (v. 7). Esta constatación ha impulsado a los estudiosos a unir el Salmo al rito de acción de gracias por una cosecha abundante, signo del favor divino y testimonio ante los demás pueblos de la cercanía del Señor a Israel.

La misma frase llamó la atención de los Padres de la Iglesia, que partiendo del ámbito agrícola pasaron al plano simbólico. Así, Orígenes aplicó ese versículo a la Virgen María y a la Eucaristía, es decir, a Cristo que procede de la flor de la Virgen y se transforma en fruto que puede comerse. Desde esta perspectiva "la tierra es santa María, la cual viene de nuestra tierra, de nuestro linaje, de este barro, de este fango, de Adán". Esta tierra ha dado su fruto:  lo que perdió en el paraíso, lo recuperó en el Hijo. "La tierra ha dado su fruto:  primero produjo una flor (...); luego esa flor se convirtió en fruto, para que pudiéramos comerlo, para que comiéramos su carne. ¿Queréis saber cuál es ese fruto? Es el Virgen que procede de la Virgen; el Señor, de la esclava; Dios, del hombre; el Hijo, de la Madre; el fruto, de la tierra" (74 Omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, p. 141).

5. Concluyamos con unas palabras de san Agustín en su comentario al Salmo. Identifica el fruto que ha germinado en la tierra con la novedad que se produce en los hombres gracias a la venida de Cristo, una novedad de conversión y un fruto de alabanza a Dios.

En efecto, "la tierra estaba llena de espinas", explica. Pero "se ha acercado la mano del escardador, se ha acercado la voz de su majestad y de su misericordia; y la tierra ha comenzado a alabar. La tierra ya da su fruto". Ciertamente, no daría su fruto "si antes no hubiera sido regada" por la lluvia, "si no hubiera venido antes de lo alto la misericordia de Dios". Pero ya tenemos un fruto maduro en la Iglesia gracias a la predicación de los Apóstoles:  "Al enviar luego la lluvia mediante sus nubes, es decir, mediante los Apóstoles, que anunciaron la verdad, "la tierra ha dado su fruto" con más abundancia; y esta mies ya ha llenado el mundo entero" (Esposizioni sui Salmi, II, Roma 1970, p. 551).



5.
Juan Pablo II: Dios abate los muros entre los hombres
Comentario al Salmo 66, «Que todos los pueblos te alaben»

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 17 noviembre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 66, «Que todos los pueblos te alaben».
 

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

1. «La tierra ha dado su fruto», exclama el Salmo que acabamos de proclamar, el 66, uno de los textos introducidos en la Liturgia de las Vísperas. La frase nos hace pensar en un himno de acción de gracias dirigido al Creador por los dones de la tierra, signo de la bendición divina. Pero este elemento natural está íntimamente ligado al histórico: los frutos de la naturaleza son considerados como una ocasión para pedir repetidamente que Dios bendiga a su pueblo (Cf. versículos 2. 7. 8.), de modo que todas las naciones de la tierra se vuelvan a Israel, tratando de llegar a través de él al Dios salvador.

La composición ofrece, por tanto, una perspectiva universal y misionera, tras las huellas de la promesa divina hecha a Abraham «Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Génesis 12, 3; Cf. 18, 18; 28, 14).

2. La bendición divina pedida por Israel se manifiesta concretamente en la fertilidad de los campos y en la fecundidad, es decir, en el don de la vida. Por ello, el Salmo se abre con un versículo (Cf. Salmo 66, 2), que hace referencia a la famosa bendición sacerdotal del Libro de los Números: «El Señor te bendiga y te guarde; ilumine el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Números 6, 24-26).

El eco del tema de la bendición resuena al final del Salmo, donde reaparecen los frutos de la tierra (Cf. Salmo 66, 7-8). Ahí aparece este tema universal que confiere a la espiritualidad de todo el himno una sorprendente amplitud de horizontes. Es una apertura que refleja la sensibilidad de un Israel que ya está dispuesto a confrontarse con todos los pueblos de la tierra. La composición del Salmo debe enmarcarse, quizá, tras la experiencia del exilio de Babilonia, cuando el pueblo comenzó a experimentar la Diáspora entre las naciones extranjeras y en nuevas regiones.

3. Gracias a la bendición implorada por Israel, toda la humanidad podrá experimentar «la vida» y «la salvación» del Señor (Cf. versículo 3), es decir, su proyecto salvífico. A todas las culturas y a todas las sociedades se les revela que Dios juzga y gobierna a los pueblos y a las naciones de todas las partes de la tierra, guiando a cada uno hacia horizontes de justicia y paz (Cf. v. 5).

Es el gran ideal hacia el que estamos orientados, es el anuncio más apremiante que surge del Salmo 66 y de muchas páginas proféticas (Cf. Isaías 2,1-5; 60,1-22; Jonás 4,1-11; Sofonías 3,9-10; Malaquías 1, 11).

Esta será también la proclamación cristiana que delineará san Pablo al recordar que la salvación de todos los pueblos es el centro del «misterio», es decir, del designio salvífico divino: «los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio» (Efesios 3, 6).

4. Ahora Israel puede pedir a Dios que todas las naciones participen en su alabanza; será un coro universal: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben», se repite en el Salmo (Cf. Salmo 66, 4.6).

El auspicio del Salmo precede al acontecimiento descrito por la Carta a los Efesios, cuando parece hacer alusión al muro que en el templo de Jerusalén separaba a los judíos de los paganos: «En Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad... Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Efesios 2, 13-14. 19).

Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción (Cf. Mateo 5, 43-48).

5. La tradición cristiana ha interpretado el Salmo 66 en clave cristológica y mariológica. Para los Padres de la Iglesia, «la tierra que ha dado su fruto» es la virgen María que da a luz a Jesucristo. De este modo, por ejemplo, san Gregorio Magno, en el «Comentario al primer Libro de los Reyes», glosa este versículo, comparándolo a otros muchos pasajes de la Escritura: «María es llamada y con razón "monte rico de frutos", pues de ella ha nacido un óptimo fruto, es decir, un hombre nuevo. Y al ver su belleza, adornada en la gloria de su fecundidad, el profeta exclama: "Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará" (Isaías 11, 1). David, al exultar por el fruto de este monte, dice a Dios: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. La tierra ha dado su fruto". Sí, la tierra ha dado su fruto, porque aquel a quien engendró la Virgen no fue concebido por obra de hombre, sino porque el Espíritu Santo extendió sobre ella su sombra. Por este motivo, el Señor dice al rey y profeta David: "El fruto de tu seno asentaré en tu trono" (Salmo 131, 11). De este modo, Isaías afirma: "el germen del Señor será magnífico" (Isaías 4, 2). De hecho, aquel a quien la Virgen engendró no sólo ha sido un "hombre santo", sino también "Dios poderoso" (Isaías 9, 5)» («Textos marianos del primer milenio» --«Testi mariani del primo millennio»--, III, Roma 1990, p. 625).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, uno de los de los colaboradores del San Padre leyó esta síntesis de su intervención:]

El salmo que se ha proclamado expresa el reconocimiento al Creador porque ha bendecido a la tierra con sus frutos, y llama a todos los pueblos a unirse en esta acción de gracias. Es un mensaje muy actual, pues implica superar odios y hostilidades para que todos los hombres puedan sentarse en la única mesa y alabar al Creador por tantos dones que nos ha hecho.