35 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DEL
APÓSTOL SANTIAGO
(9-16)
9.
-ALGUNAS PISTAS
1.La fiesta de un apóstol. Hace un mes celebrábamos la festividad de san Pedro y san Pablo; hoy la de Santiago. Estos hombres están en el origen de la fe y de la Iglesia. Ambas son apostólicas: arrancan de quienes convivieron con Jesús y fueron luego testigos de su resurrección. Para ser fieles a Jesucristo en nuestras circunstancias concretas de tiempo y lugar, debemos conectar con ellos: cada domingo los encontramos en el evangelio; son ejemplo y modelo para nosotros; como ellos, también nosotros seguimos a Jesucristo; como ellos, "creímos, por eso hablamos".
2.El equívoco. Aquella madre quería lo mejor para sus hijos: "que se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda". Pero no había comprendido gran cosa del reino. Tampoco los otros diez, que "se indignaron contra los dos hermanos". Primeros puestos, vanidades, influencias, envidias... Nosotros, ¿nos creemos acaso mejores que ellos?
3.El seguimiento. Llenos de osadía y sin saber lo que se dicen, afirman que pueden beber el cáliz de Jesús. La respuesta de éste ("mi cáliz lo beberéis") nos resulta muy consoladora: Dios es lo bastante poderoso como para hacer de nosotros auténticos seguidores del Señor, a pesar de las debilidades y equívocos que renacen continuamente. También el seguimiento es un don, una gracia, un milagro renovado de su omnipotencia bondadosa. Podemos confiar: también nosotros beberemos su cáliz, participaremos en su mismo destino.
4.No será así entre vosotros. La lección la sabemos perfectamente y la aceptamos: en la Iglesia las palabras-clave no son el poder o el dominio, sino el servicio: "el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo". Pero ¿no habremos caído en una inflación de palabras? No basta con repetir la palabra servicio para cambiar las actitudes de fondo. Se imponen, por tanto, el examen y la conversión sinceros de cuantos ejercemos una responsabilidad en la Iglesia. Pasemos revista a ello.
5.El Hijo del Hombre ha venido a servir a los demás y a dar su vida. Esta misma medida debe ser aplicada también para los cristianos, las comunidades cristianas y la Iglesia entera en nuestras relaciones con los hombres y la sociedad de los hombres. Con frecuencia no son relaciones sencillamente serviciales, sino de poder, dominio e imposición. No tenemos cañones, claro está, pero pretendemos poseer la verdad, la moral correcta, unos derechos... Temas como pueden ser el divorcio, las escuelas de la Iglesia, los derechos de la Iglesia y otros semejantes se prestan a una buena revisión. Y, en general, la imagen externa con que nos presentamos, con frecuencia demasiado emparentada, aún, con "los jefes de los pueblos" y "los grandes" y demasiado distanciados del Hijo del Hombre, "que no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate de muchos".
J.
TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1980, 15
10.
Posiblemente todos conocemos o bien hemos oído hablar de familias que parecían
muy unidas y que, con motivo de la muerte del padre -por ejemplo- se han
enemistado e incluso han acudido a los tribunales para que decidan sobre
la herencia que debían repartirse. Estas situaciones se dan a causa de unos
valores a los que se aspira: tener dinero, propiedades, seguir los
negocios de la familia, participar -de algún modo- en la vida del padre.
Son unos VALORES QUE SE QUIEREN LOGRAR A CUALQUIER PRECIO y se hace lo que
haga falta para evitar que se pierdan.
-Santiago y Juan quieren el Reino
El evangelio de hoy nos habla de un caso semejante: SANTIAGO Y JUAN HAN DESCUBIERTO EL REINO DE DIOS (del que continuamente habla Jesús) como un valor muy importante. Lo quieren alcanzar y no en un grado cualquiera: quieren ocupar en él los lugares más importantes. Creen que es la mejor manera de participar en la vida del Padre. NO ESTÁN DISPUESTOS A DEJAR PASAR LA OCASIÓN: ahora conocen a Jesús -el proclamador del Reino-, son amigos de él, y están dispuestos a colaborar con él. PERO JESÚS LO VE DISTINTO: sus seguidores no pueden alcanzar un bien, un valor, el propio Reino, a cualquier precio, Jesús considera que el bien, los valores, el Reino se obtienen cuando los hombres nos tomamos la vida diaria de modo responsable y procuramos HACER EN CADA MOMENTO LA VOLUNTAD DE DIOS. De tal modo que, si la voluntad de Dios nos llevara a obtener un bien distinto del que nosotros deseábamos, estuviéramos dispuestos a ello.
-Están dispuestos a hacer la voluntad del Padre
Santiago y Juan están dispuestos a hacer la voluntad del Padre (es lo que el evangelio llama "beber el cáliz"). Por eso JESÚS LES ANIMA A UNA FIDELIDAD TOTAL ("Mi cáliz lo beberéis", les dice) y a sacarse de encima la preocupación porque "el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre". El que se fía de Dios cumple su voluntad, deja que él tenga la iniciativa y no le pone condiciones de ningún tipo. LA VOLUNTAD DE DIOS SE LLEVA A CABO EN LA VIDA DIARIA, cuando uno cumple con sus propios deberes y ama de verdad, desinteresadamente, poniéndose al servicio de los que tiene más cerca y más lo necesitan.
El cumplimiento fiel y desinteresado de la voluntad de Dios es la única forma de lograr lo que necesitamos, para crecer al máximo como persona, para encontrar el sentido de la vida.
-Lo demuestran con su vida
La primera lectura (Hech 4, 33ss) nos ha hablado de cómo unos años después -Jesús ya había resucitado- Santiago y los demás apóstoles comprendían rectamente estas cosas: vivían OBRANDO EL BIEN Y DANDO TESTIMONIO DE JESÚS RESUCITADO entre el pueblo, con la convicción de que estaban cumpliendo la voluntad de Dios hasta el punto de poderlo afirmar en público ante los adversarios: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Su vida, si bien era dura y difícil, era una vida feliz: ya no buscaban sus propios intereses sino un sólo interés, proclamar a todos que "Dios resucitó a Jesús". Y esta tarea la realizan con fuerza y decisión porque TIENEN "EL ESPÍRITU SANTO QUE DIOS DA A LOS QUE LE OBEDECEN". Una fuerza que los sostiene hasta el fin, hasta el martirio por causa de la fe. Ahora, celebrando la fiesta del apóstol Santiago, renovaremos el memorial de la entrega y disponibilidad total de Jesús al Padre. Vivamos muy adentro esta renovación para que como Jesús, como Santiago, también nosotros seamos fieles a Dios hasta el último momento. Así el Sacramento será la garantía de hallarnos en el camino del Reino y de sus valores.
JAUME
GRANE
MISA DOMINICAL 1977, 14
11.
-UN PATRONO QUE NOS AYUDA A SER "APOSTÓLICOS" Hace un mes, en la
fiesta de san Pedro y san Pablo, se nos invitaba a celebrar y reavivar el
carácter "apostólico" de toda la Iglesia. Hoy celebramos la fiesta
de otro apóstol, Santiago, patrono de "los pueblos de España"
(prefacio).
Es una buena ocasión para que nos concienciemos más en lo que significa que nuestra comunidad cristiana es "apostólica", en lo que quiere decir tener un santo patrono, y en las lecciones que Santiago da a nuestra vivencia personal y comunitaria de la fe cristiana. Aunque estemos en pleno verano, tenemos que cuidar la celebración y también, dentro de ella, la homilía. No será superfluo recordar que la figura de Santiago -y su proyección a nuestra fe- no la tendríamos que basar sobre todo en los datos de la tradición, aunque sea secular, ni en la imaginería heredada, sino fundamentalmente en los textos de esta celebración. Para que un santo sea celebrado como patrono no hace falta que haya vivido en un lugar determinado, ni que se conserve allí su sepulcro (sin negar tampoco ninguno de los dos extremos, en el caso del nuestro).
-UN
RETRATO VIVO: MODELO PARA NUESTRA FE
Un patrono es un santo que intercede por nosotros, que consideramos cercano por
algún motivo y que por sus características especiales tomamos como
ejemplo viviente de vida evangélica. El nuestro es un Apóstol, y
además, uno de los tres "íntimos" que acompañaban a Jesús.
El evangelio no ahorra algunos rasgos no demasiado halagüeños con relación a Santiago: como su hermano Juan, aparece ambicioso, en búsqueda de grandeza y poder (la petición la pone Mateo en labios de su madre, pero ciertamente no es ajena a ellos); en otros momentos se le describe violento, demasiado enérgico (les llamaban a él y a Juan "los hijos del trueno": Mc 3, 17; Lc 9, 54). Por eso la lección que les da Jesús es merecida. Y las lecturas de hoy nos hacen ver que fue también eficaz. La decisión que, un poco presuntuosamente, muestran ante la pregunta de Jesús ("somos capaces"), tuvieron ocasión de mostrarla luego en su predicación incansable, valiente, a pesar de las detenciones y de la persecución. En verdad la actitud de Santiago y de los otros apóstoles es admirable. Como dice san Pablo en la 2a. lectura, la vida de un apóstol es como llevar un tesoro en vasijas de barro: "nos están entregando a la muerte a causa de Jesús". Pero es tan grande la convicción interior y su entrega a Cristo, que nada les puede hacer callar: "creí, por eso hablé".
Santiago fue precisamente el primero que llevó este testimonio hasta la muerte: "bebió el cáliz del Señor" (prefacio). Santiago aprendió la lección del Maestro y por eso su fiesta es altamente estimulante para nosotros.
-CRISTIANOS EN LA SOCIEDAD ACTUAL: UN TESTIMONIO HUMILDE PERO DECIDIDO
a) Una comunidad cristiana como la nuestra, que se alegra de tener a Santiago como patrono y protector, debe aprender a dar valiente testimonio de Cristo aún en medio de circunstancias adversas. A él no le dejaban hablar del Resucitado, pero "obedeció antes a Dios que a los hombres", y siguió anunciándole. La sociedad no es precisamente favorable a la fe cristiana, a la ética del evangelio, a los valores en los que creemos los cristianos. Más o menos solapadamente se ignora, se critica, o hasta se persigue la religión. ¿Cómo reaccionamos ante esta pérdida de valores cristianos? ¿se puede tachar de tímida, acomplejada, perezosa, inhibida, a la comunidad cristiana? Si así fuera, sería mejor que cambiáramos de santo patrono. El papa, en la homilía que pronunció precisamente en Santiago en 1982, y comentando los mismos textos, nos preguntaba: "¿no estamos excesivamente inclinados a dejarnos impresionar por lo que los hombres -es decir, el ambiente social, cultural, económico, las estadísticas, las mayorías- nos mandan?". Si "obedecemos a Dios antes que a los hombres", aprenderíamos la gran lección de Santiago: la fidelidad a la fe, el esfuerzo por propagarla, por defenderla si hace falta ("se conserve la fe en los pueblos de España", prefacio; "sea fortalecida tu Iglesia y por su patrocinio, España se mantenga fiel a Cristo", oración colecta)... De entre las últimas llamadas que nuestros obispos nos han hecho, valdría la pena citar hoy la que hicieron el verano del 1985 ("Testigos de Dios vivo") y sobre todo la instrucción pastoral "Los católicos en la vida pública", de abril de 1986. Nuestro testimonio de Cristo y de su evangelio no puede descuidar ni el mundo de la cultura ni el de la economía ni el ambiente sociopolítico, ni los niveles de la enseñanza o el trabajo y la familia... A pesar de las dificultades que, como a Santiago y los demás apóstoles, nos salen al camino.
b) Pero también debemos aprender de él el estilo de humildad servicial, al que por temperamento no era, por lo visto, muy inclinado, pero que aprendió de Cristo. La actuación de un cristiano o de la comunidad eclesial no debe ser arrogante, guerrera, violenta. Valiente, sí, pero humilde, con conciencia de "comunidad servidora". La lección que dio a los dos hermanos va bien para todos nosotros. Como Cristo, también nosotros debemos "servir" y no "ser servidos", y estar dispuestos a dar la vida por el bien de los demás.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1986, 15
12.
Siempre que celebramos la fiesta de un apóstol, hacemos memoria del hecho
fundacional de la iglesia y, por tanto, nos sentimos interpelados por
dimensiones ineludibles de nuestra fe cristiana.
En esta solemnidad de Santiago el Mayor, venerado como patrono de España en virtud de una piadosa tradición, conviene que nos fijemos no tanto en lo que nos dice la leyenda, sino en lo que vemos escrito en el Nuevo Testamento y que acabamos de proclamar en las lecturas de la misa de hoy. En dos puntos principales os invito a centrar la reflexión: lo que nos ha dicho la primera lectura sobre el testimonio de los apóstoles, y lo que hemos leído en el evangelio referente al espíritu de servicio que debe impregnar el ejercicio de la autoridad en la Iglesia.
-EL TESTIMONIO APOSTÓLICO: Los apóstoles son, por antonomasia, los testigos de la resurrección de Cristo, es decir, los heraldos y proclamadores del triunfo de Jesús sobre la muerte y, por tanto, los anunciadores primeros de la salvación para todos los hombres. Según el libro de los Hechos de los apóstoles, el contenido esencial de su mensaje era éste: "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndole jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen".
Tal proclamación, los apóstoles la hacían con valentía, sin miedo, porque era fruto de la convicción profundo que produce la verdadera fe. Tal como nos ha dicho el apóstol Pablo en la segunda lectura, la predicación apostólica brotaba siempre del convencimiento interior: "Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: "Creí, por eso hablé". La valentía y osadía de los apóstoles no se detenía ni siquiera ante las amenazas de los poderosos, porque estaban persuadidos de que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Y la mayoría de ellos -y Santiago el primero de todos- pagaron con su propia vida la intrepidez de su testimonio.
La Iglesia -cuantos la formamos- es la encargada de continuar en el mundo ese mismo testimonio de los apóstoles. Deberíamos revisar con seriedad la cualidad de nuestra manera de testificar: si de veras proviene de una convicción interior; si se centra en el núcleo del mensaje, es decir, en el anuncio de la resurrección victoriosa de Cristo como factor de salvación y liberación universales; si está dispuesta a testificar hasta el final, hasta la entrega de la propia vida cuando sea conveniente. Sólo si somos capaces de cumplir todas estas condiciones, somos dignos herederos de los apóstoles.
-EL
MINISTERIO APOSTÓLICO
Santiago y su hermano Juan tuvieron que recibir una lección muy clara y dura
por parte de Jesús cuando, según el evangelio que hemos leído,
empujados por la ambición de su madre, pidieron a su maestro un trato de
favor y privilegio en la organización del Reino de Dios. Ellos pedían
honores, y Jesús les predijo el martirio. Ellos querían mandar, y Jesús
les exhortó al servicio humilde de los hermanos. Es esta una lección
perpetuamente válida en la Iglesia, no sólo para los que, continuando el
ministerio apostólico, tienen cargos de dirección en la comunidad
cristiana, sino también para todos los miembros de dicha comunidad,
llamados igualmente al servicio recíproco. Jesús es consciente de que el ideal
que él propone va contra las tendencias más innatas del espíritu
humano, que impulsan a dominar a los demás, a utilizarlos e incluso a abusar
de ellos.
Por eso, después de recordar lo que acostumbra a pasar en las sociedades humanas, en las que domina la prepotencia, la tiranía y el abuso de poder, dice con fuerza: "No será así entre vosotros", y formula un principio que debería guiar todas nuestras relaciones en el interior de la comunidad cristiana: "El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo". Santiago y todos los demás apóstoles entendieron perfectamente la lección, e hicieron de sus vidas un servicio -un "ministerio"- para la Iglesia y para toda la humanidad. Su autoridad no fue nunca de dominio sino de disponibilidad y de entrega amorosa, hasta saber dar su propia vida, siguiendo el ejemplo del mismo Cristo.
-UNA
SOLEMNE ACCIÓN DE GRACIAS
En esta eucaristía, en que hacemos memoria del martirio de Santiago el Mayor,
seamos conscientes de que su muerte es inseparable de la de Cristo, objeto
central de toda celebración eucarística. Que una y otra sean -según la
expresión de san Pablo en la segunda lectura de hoy- objeto de un gran
"agradecimiento para gloria de Dios".
JOAN
LLOPIS
MISA DOMINICAL 1989, 15
13.
1. Dos etapas en el seguimiento de Jesús
Celebramos hoy la fiesta de Santiago Apóstol, patrón de España. Después de escuchar las lecturas del Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, muchos se preguntarán qué relación puede existir entre el mensaje de dichos textos y nuestra actual realidad española, pues, en efecto, hoy España despierta a una nueva conciencia religiosa. Resulta evidente, entonces, que si en algún momento histórico Santiago apóstol pudo ser bandera o grito de guerra, o el prototipo de un esquema de catolicismo, las nuevas circunstancias históricas nos obligan a revisar un modo de pensar que no parece adecuarse al «hoy» de nuestro país. Mas tampoco debemos caer en el oportunismo... Precisamente por eso debemos, más bien, revisar los textos bíblicos de este día, que deben inspirar nuestra conducta actual, conectando nuestro presente con el hoy de Jesucristo, a pesar de todas las vicisitudes históricas que pudieron haber conspirado en contra del mensaje evangélico.
Según los evangelistas, Santiago y su hermano Juan, los hijos del Zebedeo, eran dos entusiastas apóstoles de Jesús, los mismos que habían pedido al Señor que hiciera descender fuego sobre algunas ciudades impenitentes, y los mismos que poco antes de la pasión y muerte del Maestro se le acercaron para pedirle los dos primeros puestos en el Reino mesiánico, interpretado como la instauración de un Estado teocrático tan poderoso que pudiera dominar sobre todos los pueblos.
Santiago, pues, inconscientemente, está conspirando contra el verdadero Reino de Dios al distorsionar su significado; más aún: está fomentando la división entre los apóstoles, celosos y envidiosos, ante el golpe que los dos hermanos estaban dando. Por todo ello la réplica de Jesús no tardó en llegar. Mas es bueno detenernos un momento aquí: hay dos etapas en Santiago, dos formas de pensar, dos maneras de entender el cristianismo. Hasta la muerte de Jesús antepone sus propios intereses a los grandes intereses del Reino de Dios. Le importa más el poder político-religioso que el servicio a los hombres por un camino de humildad. Busca ser servido y no ofrecerse como servidor de la comunidad... Es la mentalidad de un catolicismo a ultranza, combativo y guerrero, síntesis entre el poder humano y una forma religiosa.
Podríamos afirmar, desde el hoy de nuestra historia, que este Santiago representa un tipo o una etapa del catolicismo español. Hay entusiasmo, fervor, valentía y fuerte adhesión a la fe católica; pero también un punto de vista que puede corromper todo el esquema: la estrecha relación entre el poder político y la Iglesia. Las consecuencias de este tipo de catolicismo son bien conocidas: mientras se robustece la Iglesia como institución de poder y de presión social, el cristianismo se va aislando de los demás pueblos y se pierde el sentido universalista y evangelizador de la fe. Los cristianos nos amurallamos en nuestra casa fuerte, recelosos y desconfiados ante una historia que avanza irremediablemente hacia una etapa mucho más madura y pluralista. Pero Santiago no se quedó siempre en su primera concepción cristiana; él también supo madurar y asimilar lo que le dijera el Maestro en aquella oportunidad. Jesús lo invitó a beber su misma copa -la copa del servicio a los hermanos y de la cruz-, ya que «los jefes de los pueblos los tiranizan y los oprimen. Pero no será así entre vosotros, pues el que quiera ser grande que se haga servidor, y el que quiera ser el primero. que se haga esclavo». Que Santiago supo asimilar esta fundamental enseñanza de Jesús lo prueba la primera lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles: Santiago fue el primer apóstol que cayó víctima de la intolerancia religiosa.
Supo enfrentarse al poderoso Herodes y a los jefes del pueblo para anteponer los derechos de Dios a los egoísmos de los hombres: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Su decapitación es signo evidente de que en él vieron Herodes y los judíos recalcitrantes a la figura apostólica que más se identificaba con el modo de ser y de pensar de Jesús. La copa de Jesús dejaba de ser una metáfora y Santiago caía ante la espada del verdugo. Podemos extraer aquí una importante conclusión: la festividad de hoy puede centrar nuestra atención en la primera o en la segunda etapa de fe de Santiago. En uno o en otro caso el significado de esta fiesta cambia radicalmente. Si hacemos nuestro patrón al Santiago que bebe la copa del dolor y del servicio fraterno, también serán nuestras las palabras de ese otro gran apóstol, Pablo, quien hoy nos ha dicho: "Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados... En toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo".
En síntesis: es cierto que hoy el cristianismo español vive un momento crítico, pues muere la etapa de los privilegios y se inicia la era de un compromiso mucho más serio y personal. Pero esta muerte a una etapa que nos dio demasiado -y todo demasiado fácil- debe ser interpretada como una muerte necesaria a ese mundo de egoísmo que llevamos en el interior de nuestro cuerpo -social o comunitario-. Si esta estructura -si este cuerpo-social- cristiano- muere, también podrá renacer a la auténtica vida de Cristo.
2. Dos coordenadas de una misma fe
Como toda fiesta patronal, también ésta tiene un significado muy especial: es la toma de conciencia de todos los cristianos españoles de que formamos una gran comunidad que, pese a sus diferencias regionales, culturales, políticas o económicas, sin embargo se siente unida por la misma fe, la misma esperanza y el mismo amor.
Coincidencia fortuita o designio providencial, lo cierto es que una nueva concepción del cristianismo resurge en nuestro país en un momento en que cobran relieve las diversas peculiaridades de cada una de las regiones españolas. Mirando este fenómeno desde el ángulo de la fe, puede ser interpretado de la siguiente forma: la unidad de la fe no impide las particularidades de cada sujeto o región, de forma tal que el cristianismo, lejos de aplastar lo más típico y personal de cada uno o de cada grupo, es el aliciente para que aprendamos a vivir la misma fe, pero expresándola según nuestra propia interioridad. La fe cristiana, lejos de aplastar al hombre desde fuera para que renuncie a su identidad, es una llamada a la libertad y a la maduración total: la interior y personal, y la social y comunitaria. Desde esta perspectiva, la fiesta patronal de hoy, de carácter nacional, adquiere un relieve especial: sepamos con madurez coordinar estas dos variables fundamentales: el sentido comunitario y universalista, por un lado, con el carácter personal o regional por otro.
La madurez de nuestro pueblo pasa hoy por una prueba: sin dejar de sentirnos el mismo pueblo con un común destino histórico, sepamos aceptar, comprender y respetar las características típicas y peculiares de cada uno de los grupos que conforman nuestro país. Eliminemos el aislamiento y el individualismo; pero eliminemos también toda concepción masificadora y uniformante. No confundamos unidad con uniformidad; como asimismo, no confundamos individualidad con individualismo. Roguemos a Dios en esta festividad de carácter nacional para que el camino que ha emprendido España hacia una madurez política, social o religiosa no aborte debido al predominio de alguno de los extremos expuestos. Saber conciliar estas posiciones encontradas es nuestro gran desafío histórico, y es, por eso mismo, nuestro compromiso cristiano como miembros de un país.
SANTOS
BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978. Págs. 147 ss.
14.
Queridos hermanos:
Celebramos hoy la fiesta del Apóstol Santiago, Patrón de España.
Y, al tratar de acercarnos a su venerada figura, para imitar su ejemplo, la encontramos barrocamente recargada y como irreconocible en esa historieta popular, entre la leyenda y el mito. La altiva pose de sus imágenes, sobre el caballo blanco, vestido a la usanza de los guerreros y ensartando moros con su espada de fuego..., apenas tienen nada que ver con el humilde predicador del Evangelio, desanimado a orillas del Ebro. Por eso, la pregunta brota espontánea de la sinceridad de tantos: ¿Quién fue Santiago? ¿Qué es, qué debe ser hoy para nosotros? Y hemos de apartar nuestros ojos del mal gusto de tantas imágenes mitificadas, para volverlos al Evangelio, del que él dio testimonio con su vida.
Precisamente el Evangelio de este día, frente a la ambición del hijo del trueno que busca un primer puesto en el reino, nos muestra al Señor rebajando los humos del Apóstol y apuntando hacia otra meta: el Reino de los Cielos, el camino de la cruz: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?
La respuesta generosa y valiente de Santiago no quedó en buenos deseos o en palabras de cumplido. El libro de los Hechos de los Apóstoles confirma que Santiago fue el primero de los Apóstoles que apuró el cáliz del Señor hasta el fondo, siendo decapitado en tiempos de Herodes. Así, frente al legendario guerrero matamoros, montado a caballo, exterminador de infieles..., se perfila esa otra figura, desconocida y poco valorada en la leyenda, pero auténtica y real, del Apóstol pie a tierra, peregrino por los caminos de España, sin más arma que la Buena Noticia, que generosamente predicó entre nosotros. El no había venido a sembrar la muerte entre los enemigos políticos, sino a sembrar la vida entre todos. No vino a cortar la retirada de un enemigo derrotado, sino a abrir miles de caminos de esperanza en España y en Europa entera.
Y pienso, mis queridos hermanos, que esa visión del Santiago legendario es un poco el símbolo de nuestro catolicismo español. El Apóstol a caballo es un poco el símbolo de lo que hemos sido, de lo que aún seguimos siendo, con virtudes indiscutibles, pero con fallos tremendos. Católicos de corazón, sinceros, enardecidos..., pero, por eso mismo, intransigentes, cerrados, obstinados hasta defender la verdad con las armas e imponer la fe por la fuerza. Católicos hasta el heroísmo, pero demasiado aferrados e impacientes por el triunfo, sin paciencia para un Reino de los Cielos, con prisa por imponerlo ya en la tierra.
Para nosotros, en la fiesta de Santiago, la palabra de Dios tiene mucho que enseñarnos en la carta de Pablo a los corintios, leída hoy. También la comunidad de Corinto estaba tan segura de sí misma, que se creía tocar ya el reino en la tierra. A ellos entonces, hoy a nosotros, Pablo contrapone la verdad del cristiano: Vosotros -les dice- os creéis fuertes y seguros, en cambio somos y tenemos que sentirnos débiles. Sólo el Señor es nuestra fortaleza. Vosotros os véis ya cubiertos de gloria por lo que habéis sido, tierra de santos, de mártires, de teólogos..., en cambio somos todavía unos desgraciados, en camino, sin más gloria que la que el Señor nos dará al final. Vosotros os creéis ya dueños de la verdad, pero no somos sino ignorantes. Sólo él es la Verdad. Por ahora somos no más que unos muertos de hambre en el mundo, despreciados por unos, incomprendidos por los más, maltratados y perseguidos por no pocos.
Todo esto, hermanos, os lo digo como San Pablo, y al contemplar el verdadero rostro de Santiago, no para sacaros los colores, ni con afán de herir susceptibilidades, sino con todo el cariño por vosotros y amor a la Verdad, para que no asentemos la fe que Santiago nos trajo sobre el efímero cimiento de la leyenda, de la historieta bonita. No es buen camino para nosotros, católicos y españoles de hoy, el camino legendario de Santiago, a caballo, violento, ambicioso, triunfalista. El verdadero camino de Santiago, el que han recorrido millones de peregrinos, el que recorren hoy algunos, el que el propio Apóstol anduvo, es el camino del peregrino, el de la humildad, el del amor, el de la cruz. El único camino de Santiago, que es el de Cristo, es el de ir bebiendo poco a poco, pero sin detenerse, el cáliz del Señor, que se inmoló para darnos la vida.
Ahora, precisamente, al acercarnos a comulgar, vamos a beber el cáliz del Señor. En ese cáliz está nuestra fortaleza para poder beber el otro cáliz de nuestra vida. En él está la seguridad de que podremos apurar el cáliz hasta el fin y así sentarnos en el Reino con Cristo.
EUCARISTÍA 1968, 43
15.
-Vasijas de barro
"Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros". Así empezaba la segunda lectura que hemos escuchado, un fragmento de la carta que escribe san Pablo a la comunidad cristiana de su querida ciudad de Corinto.
Nos hace bien escuchar estas palabras hoy, en la fiesta de uno de los doce apóstoles de Jesucristo, en la fiesta de uno de los que fueron testigos inmediatos de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, y que son fundamento de nuestra fe.
Nos hace bien escuchar hoy estas palabras. Son palabras también de otro apóstol, y nos transmiten su experiencia personal: la experiencia de alguien que sabe que no puede alardear de nada, que no puede andar por ahí sintiéndose superior a nadie, que no puede pretender que todo el mundo le venere y le diga que es un personaje extraordinario. La experiencia de san Pablo, la experiencia de Santiago, la experiencia de todos los apóstoles, es ante todo la experiencia de su debilidad. "Vasijas de barro", decía la lectura. Vasijas de muy poco valor, que pueden romperse, que pueden echar a perder lo que llevan dentro.
-La alegría de ser portadores de un tesoro
Porque esas vasijas débiles, decía también la lectura, llevan dentro un tesoro. Esa es la segunda experiencia de los apóstoles. Ellos, hombres con los demás hombres, capaces de fallar y de estropearse como los demás hombres, se han encontrado con Jesús, y Jesús les ha derramado dentro un tesoro, les ha confiado ser portadores del tesoro inmenso de la fe, de la esperanza, del amor inagotable de Dios. El tesoro del Evangelio. Realmente, cuando Pablo escribía esas frases que hemos leído, y les hablaba a sus corintios del tesoro que Dios había confiado y depositado en ellos, débiles y perecederas vasijas de barro, debía sentir una gran alegría. Porque, desde luego, no puede producir más que alegría el saberse depositario de la confianza de Dios, elegido por Dios para llevar su gran noticia a los demás.
No podríamos imaginar hoy a Santiago predicando el Evangelio, a veces con más ánimo y a veces con menos, a veces viendo el fruto y a veces sin ver nada, a veces tranquilo y a veces con el temor de la muerte que le acechaba, pero siempre llevando dentro el sentimiento fuerte de la alegría por saberse enviado por Dios, deseado por Dios, necesitado por Dios para hacer presente su Reino.
-La responsabilidad de ser portadores de un tesoro
Y luego, junto con este sentimiento de alegría que nada ni nadie puede oscurecer, estaría también sin duda el sentimiento de la responsabilidad. Porque, desde luego, qué gran responsabilidad saberse escogido por Dios para llevar su tesoro. ¡Qué gran responsabilidad para la vasija de barro saber que lleva dentro algo infinitamente valioso que podría estropearse y perderse si la vasija se cayera y se rompiera! Desde luego, Santiago y los demás apóstoles fueron muy fieles a esa responsabilidad. Movidos por el Espíritu de Jesús, sostenidos por la fuerza de Dios, dedicaron su vida entera a transmitir la Buena Noticia que llevaban dentro. Ellos daban a conocer a Jesús, transmitían el entusiasmo de la fe, creaban comunidades cristianas, sostenían esas comunidades y las animaban a ser ejemplo de amor y vida nueva para los demás. Y llegaron hasta entregar la vida por mantenerse firmes en el seguimiento de Jesús.
Hoy, al celebrar la fiesta del apóstol Santiago, debemos agradecer a Dios el ejemplo y el testimonio de aquellos primeros seguidores de Jesús, y agradecer también, sobre todo, la fe que de ellos hemos recibido. Y vivir la alegría y la responsabilidad de ser también nosotros, vasijas de barro como ellos, portadores del tesoro de la vida nueva de Dios. Que la Eucaristía sea esa acción de gracias.
J.
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992, 10
16.
En sus recorridos por las tierras de Palestina, junto a la gente que lo mira con
malos ojos y lo ataca porque comprenden perfectamente lo que dice y no les
interesa en absoluto, encontramos siempre con Jesús una multitud que lo
acompaña, que va con él. Son gente que busca, que no se encuentra satisfecha
de su vida, que espera algo, que se da cuenta de que en el mundo que les
ha tocado vivir hay demasiado mal y demasiada angustia, y desea algo
distinto. Gente que va descubriendo que en Jesús, que presenta unos
ideales de vida interesantes y cura a los enfermos, puede encontrar lo que
busca. Un Jesús que estaba dedicando toda su vida, desde hacía unos tres
años, a la tarea de comunicar la gran noticia de la vida, de la libertad,
de la justicia, del amor, de la salvación definitiva. Una gran noticia
que podía llenar de alegría a los que fueran capaces de creer que los
hombres no estamos condenados a vivir siempre de una forma aburrida y
resignada, que Jesús tiene siempre algo importante que decirnos para nuestras
vidas. La escena que vamos a comentar consta de dos partes: el tercer anuncio de
la pasión y la falsa concepción del reino, expresada en la petición de
dos de sus discípulos más destacados, con la consiguiente enseñanza de
Jesús.
1. Ultima predicción de lo que le espera en Jerusalén
Esta tercera y última profecía de la pasión no está incluida en las lecturas dominicales. Las otras dos, sí. Pero es importante unirla al texto que le sigue para comprender mejor lo difícil que les fue a los apóstoles aceptar el mesianismo de Jesús. ¡Con lo fácil que nos parece a los cristianos! El tercer anuncio de la pasión es mucho más pormenorizado y preciso que los dos anteriores: es un verdadero y minucioso resumen de la pasión, en el que se recogen los detalles y personajes de ella. Parece que en su redacción se ha tenido presente el hecho ya cumplido de su pasión, muerte y resurrección. Marcos y Lucas colocan este último anuncio a continuación de la pregunta de Pedro sobre la recompensa que les espera por la renuncia a los bienes que ellos han hecho. Mateo intercala la parábola de los obreros de la viña. Los dos anuncios anteriores los habían situado, los tres, poco antes y poco después de la transfiguración, que iba a quedar como hecho iluminador del sentido de su muerte. Jerusalén se aproxima. Cuanto más cerca están del centro del poder establecido, más parece contar Jesús con la posibilidad de que lo asesinen. Se van a cumplir las Escrituras sobre él. El Mesías tiene que sufrir afrentas por parte de los judíos y de los gentiles. Jesús quiere hacer ver a los suyos que es consciente de todo y que acepta libremente todas las consecuencias del mensaje que está comunicando, conforme al plan del Padre. Quiere hacerles ver que los jefes religiosos de Israel y los doctores de la ley son sus enemigos mortales, a pesar de ser los representantes más directos de Dios.
Jesús caminaba delante de ellos... Cuando terminan las palabras y llega la hora de vivir de verdad y de jugarse la vida por los demás y por los propios ideales, ¡cómo disminuyen las filas y qué lenta y perezosa se hace la marcha! ¡Y qué escándalo para el mundo esta cobardía cristiana! Le siguen "asustados", nos dice Marcos. Lucas dirá claramente que "ellos no comprendieron nada de esto, era un lenguaje misterioso para ellos y no comprendían lo que les decía". No podían comprender cómo el Mesías, que según la creencia judía casi general había de ser glorioso y triunfador, el salvador del pueblo, habría de ser condenado por el sanedrín y morir. El anuncio concluye con la resurrección. El fin no será la muerte, sino la vida; no será el fracaso, sino la victoria.
2. Verdaderas intenciones de Santiago y Juan
Inmediatamente después del tercer anuncio de la pasión, en un contraste sin duda intencionado, Mateo y Marcos -Lucas lo ignora- nos cuentan la petición de los hijos de Zebedeo, en la que aparece con claridad que las palabras anteriores de Jesús no han sido asimiladas en absoluto. Mateo, compañero de Santiago y Juan, menciona a la madre para justificar a los hijos. Marcos, directamente a los hermanos, que es lo más probable. Tres veces ha anunciado Jesús su pasión, y tres veces no ha sido comprendida. Que el triunfo nazca de un gran fracaso es algo que no estamos dispuestos a creer. Ni ahora ni nunca. La primera ocasionó la oposición de Pedro y la dura respuesta de Jesús (Mt 16,21-28 y par.). Después de la segunda vuelve a retoñar la ambición, y Jesús les da otra lección (Mt 17,22 - 18,10 y par.). El tercero es contestado con la petición de los hermanos Zebedeo. ¿Cuántos harán falta para que entendamos hoy?
Los "hijos del trueno" (Mc 3,17) y Pedro fueron los tres discípulos más cercanos a Jesús, que se entendía mejor con la gente despierta y apasionada que con la gente que no hace daño a nadie, pero que también es incapaz de hacer el bien por faltarle valor. Santiago y Juan eran dos discípulos entusiastas de Jesús, que se habían planteado el estar cerca de él en el reino de Dios como una operación de prestigio y de búsqueda de ventajas personales sobre los demás, como si se tratara de gobernar a unos súbditos. Interpretaban el reino que anunciaba Jesús como la instauración de un estado teocrático poderoso que dominaría sobre todos los demás pueblos. Inconscientemente, están conspirando contra el verdadero reino de Dios al distorsionar su significado. Además, están fomentando la división entre los apóstoles, celosos y envidiosos como ellos. Santiago y Juan son inquietos, tienen deseos de caminar detrás de Jesús, pero son esclavos del estilo del "mundo"; y por eso entienden el ir adelante como un tener prestigio, poder, buenas posiciones, estar por encima de los demás.
La pretensión de los dos hermanos es una llamada de atención para todos nosotros: podemos creer que estamos cerca de Jesús y de su palabra y, sin embargo, estar muy lejos de su pensamiento y sentimientos. Su petición es uno de los tropiezos más fáciles para los creyentes de todas las épocas, en especial para los que ocupan los primeros puestos en la institución eclesiástica. ¿No lo atestigua la historia de la iglesia? No escamoteemos esta tentación. Tengámosla siempre presente como el gran peligro que debemos superar si de verdad queremos seguir a Jesús.
3. "No sabéis lo que pedís"
Jesús les responde en dos tiempos, señalándoles el precio que deben pagar por el seguimiento. Un seguimiento que pasa por "beber el cáliz". Cáliz que, en lenguaje bíblico, significa ser fiel al camino que Dios espera de cada uno, y que en labios de Jesús indica su camino de lucha y de martirio, su "bautismo". "Beber el cáliz" es aceptar ser considerado basura del mundo, escoria, desecho de todo (1 Cor 4,9-13). Es el antitriunfalismo más radical, como quedó patente en la muerte ignominiosa de Jesús y de tantos de sus verdaderos seguidores.
Los dos hermanos dicen que pueden beberlo, sin saber lo que contiene ese cáliz. Están dispuestos a todo con tal de conseguir el poder. Son las palabras fáciles que decimos cuando en nuestras vidas no hay compromiso. "Mi cáliz lo beberéis". Deben tener claro que le siguen no para triunfar con él en medio de los hombres, sino para compartir con él su destino. Lo mismo que él no llegará a la gloria más que a través de la muerte, les sucederá a todos los que quieran ser discípulos suyos de verdad. ¿Tiene algo que ver con estas palabras nuestro seguimiento? ¿Qué "cáliz" estamos bebiendo los cristianos? ¿Con qué "bautismo" nos hemos bautizado? Sus ambiciones de los primeros puestos están fuera de lugar. Solamente el Padre sabe quiénes ocuparán los primeros puestos en el reino; puestos a los que ni el martirio da derecho. El discípulo no debe preocuparse nunca de esto; su única preocupación debe ser la de "beber el cáliz" de Jesús; es decir, estar en comunión con su mismo destino, compartir su bautismo. ¿Le faltarán páginas al evangelio de los cristianos?
Jesús les rompe los esquemas a los dos hermanos: no hay premio por encima de los demás. Solamente existe el servicio hasta la muerte como único camino de vida verdadera. Y es a través del servicio a la humanidad como uno se convierte en hombre. Esto es lo único que debemos buscar y desear.
4.
La verdadera autoridad
PODER/AUTORIDAD:
La indignación de los otros diez contra los dos hermanos va a servir a Jesús para enseñarnos cómo debe ser ejercida la autoridad entre los suyos, para instruirnos sobre el camino de la verdadera grandeza. La indignación de los diez se debe más a la envidia que al hecho de que hayan comprendido las palabras de Jesús sobre su próxima muerte. Ellos también deseaban los primeros puestos, las influencias, las vanidades... Un poco sin norte, cansados de no saber a dónde va tanta esperanza anunciada por el joven galileo, se dejan llevar por sueños de grandeza y de poder. Y nosotros no somos mejores...
Esta perícopa fue compuesta en un tiempo en que empezaban a sentirse las primeras luchas por el poder en la iglesia. Nos indica las lacras del poder. "Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen". Con estas palabras Jesús quiso vacunarnos contra el gran peligro, contra la peor enfermedad del hombre -junto a la riqueza y el triunfalismo (son las tres tentaciones que superó Jesús)-, la más arraigada y la más difícil de curar.
En todo hombre duerme la bestia que ambiciona poder. Un poder que es el antiamor. Dice Arturo Palio: "En todas las manifestaciones de poder se crea una relación de superior a inferior, lo que engendra una rivalidad... El poder es la salida natural de todas las frustraciones, el refugio del miedo, la compensación del no-valer... A través de él me formo una personalidad que no es la mía. Me disfrazo de lo que no soy... Y cesa el crecimiento y se irrumpe violenta y falsamente en el mundo. Cesa la relación y se pasa a la emulación y a la tentación de destruir todo lo que obstaculiza la estabilidad en la posición lograda... El miedo reemplaza a la relación y el orgullo oculta la frustración de no haber logrado lo esencial, la comunión con los otros, la liberación de la soledad". ·PAOLI-A Los campos humanos de la política, la economía, la cultura, la religión y el sexo son invadidos y pervertidos por el poder, generando el poder político, el poder económico, el poder cultural, el poder religioso y el poder sexual. El poder llega a corromperlo todo. Parece ser que Jesús, viendo lo que ocurría en su tiempo, daba como hecho comprobado el que los jefes de los pueblos tiranizaban a sus súbditos y que los grandes personajes oprimían a los demás.
Podríamos preguntarnos si, veinte siglos después, las cosas han cambiado mucho. No nos fijemos únicamente en el poder político o en el sistema con que una nación es gobernada. Fijémonos sobre todo en el poder económico, que es hoy la forma de dominio más fuerte y cruel. "No será así entre vosotros". Sus seguidores no podemos concebir la autoridad como los "jefes" y los "grandes" de este mundo.
"El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos". La autoridad tiene que concebirse como el lugar en donde se hace más clara y evidente la lógica de la cruz. El máximo honor es para el que más ama, y el mayor amor lo manifiesta el que más sirve; hasta el máximo servicio, el que Jesús realiza: morir para dar la vida a los hombres. Servir es responder a una necesidad profundamente humana. Y es que para vivir hay que morir, para ser hay que dejar, para amar hay que olvidarse de sí mismo... Es la realización en la vida del proceso del grano de trigo (Jn 12,24-25). Lo que vale para el reino de Dios es lo contrario de lo que rige en el mundo: el que quiera ser de verdad un ser humano debe despojarse del poder, el que quiera ser grande debe hacerse pequeño, el que quiera ser el primero debe hacerse el último. El espíritu del reino es el servicio; su ley, la entrega a los demás; su grandeza, la pequeñez...
El hombre tiende a revelarse contra este espíritu de servicio, con lo que muestra que todavía no se ha encontrado a sí mismo, no ha encontrado su vocación verdaderamente humana. El hombre se encuentra al desasirse de sí mismo, se libera dedicando su vida al servicio de los demás. Encuentra su vida el que la pierde (Mt/16/25). Para los judíos era un honor llamarse servidores de Dios -es la mejor forma de no serlo de nadie-, pero no de los hombres. Jesús estableció las relaciones entre los suyos en el amor que nada ambiciona para sí y que no es competitivo, ni engaña, ni zancadillea. Con las bienaventuranzas (Mt 5, I -1 2) declaró la grandeza de este estilo, la gloria de los pobres, de los hombres de buen corazón, de los que por carecer de cualquier tipo de poder son marginados por todos los poderes y sufren sus embestidas sin dejar que despierte la fiera de la propia ambición. Son las bienaventuranzas el pasaporte del evangelio que, en un mundo sujeto a la locura del poder, trae la buena noticia de la liberación-salvación a todos los pobres, pequeños y oprimidos.
El hombre verdadero, el que realiza la auténtica vida, es el que sirve, el que se coloca al lado de los demás hombres, de todos, en actitud de acogida y de servicio. Amar hasta servir comporta muchas pruebas y sufrimientos. Cuando sabemos servir entregando trozos de la propia vida, entendemos la verdadera grandeza del evangelio.
5. El ejemplo de Jesús
El servicio que nos propone Jesús tiene un modelo muy claro: su misma vida. Lo dice y lo hace para que lo hagamos. Una vida que nunca profundizaremos bastante. Jesús vivió esta actitud a la perfección. Sus palabras podrían ser consideradas como deliberadas exageraciones, destinadas sólo a sacudir los ánimos, si no se hubieran cumplido al pie de la letra en su propia vida. Su doctrina no nos presenta un ideal inasequible, sino un ideal que puede ser comprobado en la vida de un hombre: Jesús vive según esta ley. Su misión fue servir a la humanidad abriéndole el camino de la vida, hasta morir por ello. El amor -que ha salido del Padre y ha entrado en el Hijo- le impulsa al servicio, y el servicio le empuja hasta la entrega de la vida. Siendo el amor su única arma, acaba sucumbiendo ante los poderosos. No recurre, en su lucha por la liberación de la humanidad, ni al dinero, ni a las armas, ni al prestigio... para lograr el éxito de la causa. El discípulo debe marchar por el camino del Maestro, que "no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos".
Con su palabra y con su vida Jesús denuncia como inhumanos la opresión y el dominio, aunque sea la tendencia de la mayoría, sabiendo que habla en un mundo que piensa y vive al revés. Nos invita a cambiar las categorías, a servir abandonando de una vez la engañosa ilusión de dominar y ser servido. Tender a mandar para utilizar y para afirmarse, intentar ser el primero según las categorías tradicionales, es el error, el engaño que nos ha perdido. Ser hombre es ser como Jesús de Nazaret: sólo se logra por el amor que lleva al don de sí. Pagando el precio de la propia vida se compra la inmunidad de la muerte. "Dar la vida" no significa sólo y ante todo morir, sino proyectar la existencia entera como donación.
¿Qué quiere decirnos Jesús con la palabra "rescate"? Rescate es el precio dado por la liberación de un secuestrado, un prisionero de guerra, un esclavo... Lo que está en primer plano no es la exigencia de la justicia, sino la solidaridad con el cautivo. Nuestro mundo es un mundo de esclavos, manipulados por fuerzas autoritarias que, en el fondo, son demoníacas. Jesús no viene a quitarles el poder a los que de hecho lo ejercen, y que seguirán manipulando las conciencias hasta el fin de la historia. Jesús inicia el rescate de la humanidad enseñándonos a vivir como auténticos seres humanos, abriéndonos el camino de la verdadera vida, dando la suya. Todos los que le sigan estarán siendo "rescatados" por su mediación. Superando la triple tentación tipo que él superó nos convertimos en hombres libres (Mt 4,1-11 y par.).
6. Iglesia, ¿qué dices de ti misma?
Seguir a Jesús no es algo que se respira en el ambiente o que surge espontáneamente. Ser cristiano no es una decisión que se toma de una vez por todas, puesto que ser cristiano es seguir a Jesús, y un seguimiento está formado siempre por muchos pasos. Podemos afirmar que vamos siendo cristianos en la medida, y sólo en la medida, en que vamos dejando que el Espíritu de Jesús nos renueve. Deberíamos reflexionar seriamente qué actitudes y actuaciones hay en cada uno de nosotros, en nuestras comunidades y en nuestra iglesia, que no han sido aún evangelizadas. ¿No hemos preferido olvidar las palabras de Jesús para realizar las pretensiones de Santiago y Juan?: ser los primeros, los grandes, tener éxito en la vida, que no haya problemas..., empleando el poder, la vanidad, las apariencias, el individualismo, la diplomacia, la hipocresía... Un camino nada cristiano, por más adornos que se le pongan.
No podemos confundir la llamada de Jesús al servicio con la dimisión de las propias responsabilidades. Da la impresión, con frecuencia, de que en nuestra sociedad se pasa de unas estructuras o costumbres de poder -en la sociedad, en la familia, en la escuela, en las comunidades cristianas...- a una dimisión de las responsabilidades que implica cualquier cargo, cualquier servicio. Servir no es evadirse de las responsabilidades. Servir puede implicar que se deba mandar, que se deba saber exigir el cumplimiento de las propias responsabilidades. Jesús, que vivió un servicio modélico, supo exigir, mandar, no dimitió nunca de sus responsabilidades.
Difícilmente encontraremos a alguien que no tenga poder. Por esta razón, las palabras de Jesús nos afectan a todos, aunque afecten más a los que tengan más poder. Poder tienen los padres respecto de sus hijos y los hijos sobre los padres, los hermanos mayores sobre los pequeños, el político, el militar, el jefe de oficina o de taller o de almacén, el maestro, el alcalde de cualquier pueblo, el sacerdote, el policía... Tendemos a imponer nuestra manera de ver las cosas, a decir la última palabra... Revisemos nuestro poder en cualquier cargo en que nos encontremos. ¡Qué frecuente es ejercerlos despóticamente, arbitrariamente, estúpidamente! Los cristianos hemos recibido de Jesús el mandato de vivir el amor sin ningún poder y la misión de servicio desinteresado a los débiles del mundo. Los apóstoles, según nos cuenta el libro de los Hechos, vivieron y anunciaron el evangelio de Jesús sin más poder ni guía que el espíritu de Jesús.
El poder religioso ha pervertido el evangelio y ha desvirtuado la evangelización. Ha vaciado los signos de la pobreza, la castidad, la fraternidad y el servicio evangélico. Algunos se han mantenido vacíos o, si han sido vividos fielmente por personas creyentes, se han visto contrarrestados por el antitestimonio institucional, que convirtió todo en poder. ¿No está la iglesia atrapada por títulos, riquezas, estructuras y relaciones de poder y de dominio? Los pobres y los oprimidos siguen acusando. Desvirtuamos el evangelio siempre que lo anunciamos con poder, desde "arriba"; siempre que lo apoyamos en los poderes político, económico, cultural o religioso; siempre que lo envolvemos en signos de autoridad o de paternalismo. Lo recuperamos cuando rompemos nuestros pactos con los poderes de este mundo, cuando vivimos con sencillez las bienaventuranzas, cuando somos servidores de todos.
Los jóvenes, al iniciar en Taizé su concilio, dicen a la iglesia: "Iglesia, ¿qué dices de tu futuro? ¿Vas a renunciar a los medios de poder, a los compromisos con los poderes políticos y financieros? ¿Vas a abandonar los privilegios y a renunciar a capitalizar? ¿Vas a llegar a ser de una vez 'comunidad universal que comparte', comunidad al fin reconciliada, lugar de comunión y de amistad para toda la humanidad? En cada lugar, y en toda la tierra, ¿vas a llegar a ser semilla de una sociedad sin clases y sin privilegiados, sin dominación de un hombre sobre otro, de un pueblo sobre otro pueblo? Iglesia, ¿qué dices de tu futuro? ¿Llegarás a ser 'pueblo de las bienaventuranzas', sin otra seguridad que Cristo; un pueblo pobre, contemplativo, creador de paz, portador de la alegría y de una fiesta liberadora para los hombres, a riesgo de ser perseguida a causa de la justicia?" (Taizé, 1 de septiembre de 1974).
FRANCISCO
BARTOLOMÉ GONZÁLEZ
ACERCAMIENTO A JESÚS DE NAZARET, 3
PAULINAS/MADRID 1985.
Págs. 298-307