35 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DEL
APÓSTOL SANTIAGO
(9-16)

 

9.

-ALGUNAS PISTAS

1.La fiesta de un apóstol. Hace un mes celebrábamos la festividad de san Pedro y san  Pablo; hoy la de Santiago. Estos hombres están en el origen de la fe y de la Iglesia. Ambas  son apostólicas: arrancan de quienes convivieron con Jesús y fueron luego testigos de su  resurrección. Para ser fieles a Jesucristo en nuestras circunstancias concretas de tiempo y  lugar, debemos conectar con ellos: cada domingo los encontramos en el evangelio; son  ejemplo y modelo para nosotros; como ellos, también nosotros seguimos a Jesucristo; como  ellos, "creímos, por eso hablamos".

2.El equívoco. Aquella madre quería lo mejor para sus hijos: "que se sienten uno a tu  derecha y otro a tu izquierda". Pero no había comprendido gran cosa del reino. Tampoco  los otros diez, que "se indignaron contra los dos hermanos". Primeros puestos, vanidades,  influencias, envidias... Nosotros, ¿nos creemos acaso mejores que ellos?

3.El seguimiento. Llenos de osadía y sin saber lo que se dicen, afirman que pueden  beber el cáliz de Jesús. La respuesta de éste ("mi cáliz lo beberéis") nos resulta muy  consoladora: Dios es lo bastante poderoso como para hacer de nosotros auténticos  seguidores del Señor, a pesar de las debilidades y equívocos que renacen continuamente.  También el seguimiento es un don, una gracia, un milagro renovado de su omnipotencia  bondadosa. Podemos confiar: también nosotros beberemos su cáliz, participaremos en su  mismo destino.

4.No será así entre vosotros. La lección la sabemos perfectamente y la aceptamos: en la  Iglesia las palabras-clave no son el poder o el dominio, sino el servicio: "el que quiera ser  grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros,  que sea vuestro esclavo". Pero ¿no habremos caído en una inflación de palabras? No  basta con repetir la palabra servicio para cambiar las actitudes de fondo. Se imponen, por  tanto, el examen y la conversión sinceros de cuantos ejercemos una responsabilidad en la  Iglesia. Pasemos revista a ello.

5.El Hijo del Hombre ha venido a servir a los demás y a dar su vida. Esta misma medida  debe ser aplicada también para los cristianos, las comunidades cristianas y la Iglesia entera  en nuestras relaciones con los hombres y la sociedad de los hombres. Con frecuencia no son relaciones sencillamente serviciales, sino de poder, dominio e  imposición. No tenemos cañones, claro está, pero pretendemos poseer la verdad, la moral  correcta, unos derechos... Temas como pueden ser el divorcio, las escuelas de la Iglesia,  los derechos de la Iglesia y otros semejantes se prestan a una buena revisión. Y, en  general, la imagen externa con que nos presentamos, con frecuencia demasiado  emparentada, aún, con "los jefes de los pueblos" y "los grandes" y demasiado distanciados  del Hijo del Hombre, "que no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate  de muchos".

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1980, 15


 

10. 
Posiblemente todos conocemos o bien hemos oído hablar de familias que parecían muy  unidas y que, con motivo de la muerte del padre -por ejemplo- se han enemistado e incluso  han acudido a los tribunales para que decidan sobre la herencia que debían repartirse. Estas situaciones se dan a causa de unos valores a los que se aspira: tener dinero,  propiedades, seguir los negocios de la familia, participar -de algún modo- en la vida del  padre. Son unos VALORES QUE SE QUIEREN LOGRAR A CUALQUIER PRECIO y se  hace lo que haga falta para evitar que se pierdan.

-Santiago y Juan quieren el Reino

El evangelio de hoy nos habla de un caso semejante: SANTIAGO Y JUAN HAN  DESCUBIERTO EL REINO DE DIOS (del que continuamente habla Jesús) como un valor  muy importante. Lo quieren alcanzar y no en un grado cualquiera: quieren ocupar en él los  lugares más importantes. Creen que es la mejor manera de participar en la vida del Padre.  NO ESTÁN DISPUESTOS A DEJAR PASAR LA OCASIÓN: ahora conocen a Jesús -el  proclamador del Reino-, son amigos de él, y están dispuestos a colaborar con él. PERO JESÚS LO VE DISTINTO: sus seguidores no pueden alcanzar un bien, un valor, el  propio Reino, a cualquier precio, Jesús considera que el bien, los valores, el Reino se  obtienen cuando los hombres nos tomamos la vida diaria de modo responsable y  procuramos HACER EN CADA MOMENTO LA VOLUNTAD DE DIOS. De tal modo que, si la  voluntad de Dios nos llevara a obtener un bien distinto del que nosotros deseábamos,  estuviéramos dispuestos a ello.

-Están dispuestos a hacer la voluntad del Padre

Santiago y Juan están dispuestos a hacer la voluntad del Padre (es lo que el evangelio  llama "beber el cáliz"). Por eso JESÚS LES ANIMA A UNA FIDELIDAD TOTAL ("Mi cáliz lo  beberéis", les dice) y a sacarse de encima la preocupación porque "el puesto a mi derecha  o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene  reservado mi Padre". El que se fía de Dios cumple su voluntad, deja que él tenga la  iniciativa y no le pone condiciones de ningún tipo. LA VOLUNTAD DE DIOS SE LLEVA A CABO EN LA VIDA DIARIA, cuando uno cumple  con sus propios deberes y ama de verdad, desinteresadamente, poniéndose al servicio de  los que tiene más cerca y más lo necesitan.

El cumplimiento fiel y desinteresado de la voluntad de Dios es la única forma de lograr lo  que necesitamos, para crecer al máximo como persona, para encontrar el sentido de la  vida.

-Lo demuestran con su vida

La primera lectura (Hech 4, 33ss) nos ha hablado de cómo unos años después -Jesús ya  había resucitado- Santiago y los demás apóstoles comprendían rectamente estas cosas:  vivían OBRANDO EL BIEN Y DANDO TESTIMONIO DE JESÚS RESUCITADO entre el  pueblo, con la convicción de que estaban cumpliendo la voluntad de Dios hasta el punto de  poderlo afirmar en público ante los adversarios: "Hay que obedecer a Dios antes que a los  hombres". Su vida, si bien era dura y difícil, era una vida feliz: ya no buscaban sus propios intereses  sino un sólo interés, proclamar a todos que "Dios resucitó a Jesús". Y esta tarea la realizan  con fuerza y decisión porque TIENEN "EL ESPÍRITU SANTO QUE DIOS DA A LOS QUE  LE OBEDECEN". Una fuerza que los sostiene hasta el fin, hasta el martirio por causa de la  fe. Ahora, celebrando la fiesta del apóstol Santiago, renovaremos el memorial de la entrega y  disponibilidad total de Jesús al Padre. Vivamos muy adentro esta renovación para que  como Jesús, como Santiago, también nosotros seamos fieles a Dios hasta el último  momento. Así el Sacramento será la garantía de hallarnos en el camino del Reino y de sus  valores.

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1977, 14


 

11. 
-UN PATRONO QUE NOS AYUDA A SER "APOSTÓLICOS" Hace un mes, en la fiesta de san Pedro y san Pablo, se nos invitaba a celebrar y reavivar  el carácter "apostólico" de toda la Iglesia. Hoy celebramos la fiesta de otro apóstol, Santiago, patrono de "los pueblos de España"  (prefacio).

Es una buena ocasión para que nos concienciemos más en lo que significa que nuestra  comunidad cristiana es "apostólica", en lo que quiere decir tener un santo patrono, y en las  lecciones que Santiago da a nuestra vivencia personal y comunitaria de la fe cristiana. Aunque estemos en pleno verano, tenemos que cuidar la celebración y también, dentro  de ella, la homilía. No será superfluo recordar que la figura de Santiago -y su proyección a  nuestra fe- no la tendríamos que basar sobre todo en los datos de la tradición, aunque sea  secular, ni en la imaginería heredada, sino fundamentalmente en los textos de esta  celebración. Para que un santo sea celebrado como patrono no hace falta que haya vivido  en un lugar determinado, ni que se conserve allí su sepulcro (sin negar tampoco ninguno de  los dos extremos, en el caso del nuestro).

-UN RETRATO VIVO: MODELO PARA NUESTRA FE
Un patrono es un santo que intercede por nosotros, que consideramos cercano por algún  motivo y que por sus características especiales tomamos como ejemplo viviente de vida  evangélica. El nuestro es un Apóstol, y además, uno de los tres "íntimos" que acompañaban  a Jesús.

El evangelio no ahorra algunos rasgos no demasiado halagüeños con relación a  Santiago: como su hermano Juan, aparece ambicioso, en búsqueda de grandeza y poder  (la petición la pone Mateo en labios de su madre, pero ciertamente no es ajena a ellos); en  otros momentos se le describe violento, demasiado enérgico (les llamaban a él y a Juan "los  hijos del trueno": Mc 3, 17; Lc 9, 54). Por eso la lección que les da Jesús es merecida. Y las lecturas de hoy nos hacen ver que  fue también eficaz. La decisión que, un poco presuntuosamente, muestran ante la pregunta  de Jesús ("somos capaces"), tuvieron ocasión de mostrarla luego en su predicación  incansable, valiente, a pesar de las detenciones y de la persecución. En verdad la actitud  de Santiago y de los otros apóstoles es admirable. Como dice san Pablo en la 2a. lectura,  la vida de un apóstol es como llevar un tesoro en vasijas de barro: "nos están entregando a  la muerte a causa de Jesús". Pero es tan grande la convicción interior y su entrega a Cristo,  que nada les puede hacer callar: "creí, por eso hablé".

Santiago fue precisamente el primero que llevó este testimonio hasta la muerte: "bebió el  cáliz del Señor" (prefacio). Santiago aprendió la lección del Maestro y por eso su fiesta es  altamente estimulante para nosotros.

-CRISTIANOS EN LA SOCIEDAD ACTUAL: UN TESTIMONIO HUMILDE PERO  DECIDIDO

a) Una comunidad cristiana como la nuestra, que se alegra de tener a Santiago como  patrono y protector, debe aprender a dar valiente testimonio de Cristo aún en medio de  circunstancias adversas. A él no le dejaban hablar del Resucitado, pero "obedeció antes a  Dios que a los hombres", y siguió anunciándole. La sociedad no es precisamente favorable a la fe cristiana, a la ética del evangelio, a los  valores en los que creemos los cristianos. Más o menos solapadamente se ignora, se  critica, o hasta se persigue la religión. ¿Cómo reaccionamos ante esta pérdida de valores  cristianos? ¿se puede tachar de tímida, acomplejada, perezosa, inhibida, a la comunidad  cristiana? Si así fuera, sería mejor que cambiáramos de santo patrono. El papa, en la  homilía que pronunció precisamente en Santiago en 1982, y comentando los mismos textos,  nos preguntaba: "¿no estamos excesivamente inclinados a dejarnos impresionar por lo que  los hombres -es decir, el ambiente social, cultural, económico, las estadísticas, las  mayorías- nos mandan?". Si "obedecemos a Dios antes que a los hombres", aprenderíamos  la gran lección de Santiago: la fidelidad a la fe, el esfuerzo por propagarla, por defenderla si  hace falta ("se conserve la fe en los pueblos de España", prefacio; "sea fortalecida tu Iglesia  y por su patrocinio, España se mantenga fiel a Cristo", oración colecta)... De entre las  últimas llamadas que nuestros obispos nos han hecho, valdría la pena citar hoy la que  hicieron el verano del 1985 ("Testigos de Dios vivo") y sobre todo la instrucción pastoral  "Los católicos en la vida pública", de abril de 1986. Nuestro testimonio de Cristo y de su  evangelio no puede descuidar ni el mundo de la cultura ni el de la economía ni el ambiente  sociopolítico, ni los niveles de la enseñanza o el trabajo y la familia... A pesar de las  dificultades que, como a Santiago y los demás apóstoles, nos salen al camino.

b) Pero también debemos aprender de él el estilo de humildad servicial, al que por  temperamento no era, por lo visto, muy inclinado, pero que aprendió de Cristo. La actuación  de un cristiano o de la comunidad eclesial no debe ser arrogante, guerrera, violenta.  Valiente, sí, pero humilde, con conciencia de "comunidad servidora". La lección que dio a  los dos hermanos va bien para todos nosotros. Como Cristo, también nosotros debemos  "servir" y no "ser servidos", y estar dispuestos a dar la vida por el bien de los demás. 

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1986, 15


 

12.
Siempre que celebramos la fiesta de un apóstol, hacemos memoria del hecho fundacional  de la iglesia y, por tanto, nos sentimos interpelados por dimensiones ineludibles de nuestra  fe cristiana.

En esta solemnidad de Santiago el Mayor, venerado como patrono de España en virtud  de una piadosa tradición, conviene que nos fijemos no tanto en lo que nos dice la leyenda,  sino en lo que vemos escrito en el Nuevo Testamento y que acabamos de proclamar en las  lecturas de la misa de hoy. En dos puntos principales os invito a centrar la reflexión: lo que nos ha dicho la primera  lectura sobre el testimonio de los apóstoles, y lo que hemos leído en el evangelio referente  al espíritu de servicio que debe impregnar el ejercicio de la autoridad en la Iglesia.

-EL TESTIMONIO APOSTÓLICO: Los apóstoles son, por antonomasia, los testigos de la  resurrección de Cristo, es decir, los heraldos y proclamadores del triunfo de Jesús sobre la  muerte y, por tanto, los anunciadores primeros de la salvación para todos los hombres. Según el libro de los Hechos de los apóstoles, el contenido esencial de su mensaje era  éste: "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo  de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndole jefe y salvador, para otorgar a Israel  la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu  Santo, que Dios da a los que le obedecen".

Tal proclamación, los apóstoles la hacían con valentía, sin miedo, porque era fruto de la  convicción profundo que produce la verdadera fe. Tal como nos ha dicho el apóstol Pablo  en la segunda lectura, la predicación apostólica brotaba siempre del convencimiento  interior: "Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: "Creí, por eso hablé".  La valentía y osadía de los apóstoles no se detenía ni siquiera ante las amenazas de los  poderosos, porque estaban persuadidos de que "hay que obedecer a Dios antes que a los  hombres". Y la mayoría de ellos -y Santiago el primero de todos- pagaron con su propia  vida la intrepidez de su testimonio.

La Iglesia -cuantos la formamos- es la encargada de continuar en el mundo ese mismo  testimonio de los apóstoles. Deberíamos revisar con seriedad la cualidad de nuestra  manera de testificar: si de veras proviene de una convicción interior; si se centra en el  núcleo del mensaje, es decir, en el anuncio de la resurrección victoriosa de Cristo como  factor de salvación y liberación universales; si está dispuesta a testificar hasta el final, hasta  la entrega de la propia vida cuando sea conveniente. Sólo si somos capaces de cumplir  todas estas condiciones, somos dignos herederos de los apóstoles.

-EL MINISTERIO APOSTÓLICO
Santiago y su hermano Juan tuvieron que recibir una lección muy clara y dura por parte  de Jesús cuando, según el evangelio que hemos leído, empujados por la ambición de su  madre, pidieron a su maestro un trato de favor y privilegio en la organización del Reino de  Dios. Ellos pedían honores, y Jesús les predijo el martirio. Ellos querían mandar, y Jesús  les exhortó al servicio humilde de los hermanos. Es esta una lección perpetuamente válida  en la Iglesia, no sólo para los que, continuando el ministerio apostólico, tienen cargos de  dirección en la comunidad cristiana, sino también para todos los miembros de dicha  comunidad, llamados igualmente al servicio recíproco. Jesús es consciente de que el ideal que él propone va contra las tendencias más innatas  del espíritu humano, que impulsan a dominar a los demás, a utilizarlos e incluso a abusar de  ellos.

Por eso, después de recordar lo que acostumbra a pasar en las sociedades humanas, en  las que domina la prepotencia, la tiranía y el abuso de poder, dice con fuerza: "No será así  entre vosotros", y formula un principio que debería guiar todas nuestras relaciones en el  interior de la comunidad cristiana: "El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro  servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo". Santiago y todos los demás apóstoles entendieron perfectamente la lección, e hicieron de  sus vidas un servicio -un "ministerio"- para la Iglesia y para toda la humanidad. Su autoridad  no fue nunca de dominio sino de disponibilidad y de entrega amorosa, hasta saber dar su  propia vida, siguiendo el ejemplo del mismo Cristo.

-UNA SOLEMNE ACCIÓN DE GRACIAS
En esta eucaristía, en que hacemos memoria del martirio de Santiago el Mayor, seamos  conscientes de que su muerte es inseparable de la de Cristo, objeto central de toda  celebración eucarística. Que una y otra sean -según la expresión de san Pablo en la  segunda lectura de hoy- objeto de un gran "agradecimiento para gloria de Dios".

JOAN LLOPIS
MISA DOMINICAL 1989, 15


 

13.

1. Dos etapas en el seguimiento de Jesús 

Celebramos hoy la fiesta de Santiago Apóstol, patrón de España. Después de escuchar  las lecturas del Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, muchos se preguntarán qué  relación puede existir entre el mensaje de dichos textos y nuestra actual realidad española,  pues, en efecto, hoy España despierta a una nueva conciencia religiosa. Resulta evidente, entonces, que si en algún momento histórico Santiago apóstol pudo ser  bandera o grito de guerra, o el prototipo de un esquema de catolicismo, las nuevas  circunstancias históricas nos obligan a revisar un modo de pensar que no parece  adecuarse al «hoy» de nuestro país. Mas tampoco debemos caer en el oportunismo...  Precisamente por eso debemos, más bien, revisar los textos bíblicos de este día, que deben  inspirar nuestra conducta actual, conectando nuestro presente con el hoy de Jesucristo, a  pesar de todas las vicisitudes históricas que pudieron haber conspirado en contra del  mensaje evangélico.

Según los evangelistas, Santiago y su hermano Juan, los hijos del Zebedeo, eran dos  entusiastas apóstoles de Jesús, los mismos que habían pedido al Señor que hiciera  descender fuego sobre algunas ciudades impenitentes, y los mismos que poco antes de la  pasión y muerte del Maestro se le acercaron para pedirle los dos primeros puestos en el  Reino mesiánico, interpretado como la instauración de un Estado teocrático tan poderoso  que pudiera dominar sobre todos los pueblos.

Santiago, pues, inconscientemente, está conspirando contra el verdadero Reino de Dios  al distorsionar su significado; más aún: está fomentando la división entre los apóstoles,  celosos y envidiosos, ante el golpe que los dos hermanos estaban dando. Por todo ello la  réplica de Jesús no tardó en llegar. Mas es bueno detenernos un momento aquí: hay dos etapas en Santiago, dos formas de  pensar, dos maneras de entender el cristianismo. Hasta la muerte de Jesús antepone sus  propios intereses a los grandes intereses del Reino de Dios. Le importa más el poder  político-religioso que el servicio a los hombres por un camino de humildad. Busca ser  servido y no ofrecerse como servidor de la comunidad... Es la mentalidad de un catolicismo  a ultranza, combativo y guerrero, síntesis entre el poder humano y una forma religiosa.

Podríamos afirmar, desde el hoy de nuestra historia, que este Santiago representa un  tipo o una etapa del catolicismo español. Hay entusiasmo, fervor, valentía y fuerte adhesión  a la fe católica; pero también un punto de vista que puede corromper todo el esquema: la  estrecha relación entre el poder político y la Iglesia. Las consecuencias de este tipo de catolicismo son bien conocidas: mientras se robustece  la Iglesia como institución de poder y de presión social, el cristianismo se va aislando de los  demás pueblos y se pierde el sentido universalista y evangelizador de la fe. Los cristianos  nos amurallamos en nuestra casa fuerte, recelosos y desconfiados ante una historia que  avanza irremediablemente hacia una etapa mucho más madura y pluralista. Pero Santiago no se quedó siempre en su primera concepción cristiana; él también supo  madurar y asimilar lo que le dijera el Maestro en aquella oportunidad. Jesús lo invitó a  beber su misma copa -la copa del servicio a los hermanos y de la cruz-, ya que «los jefes de  los pueblos los tiranizan y los oprimen. Pero no será así entre vosotros, pues el que quiera  ser grande que se haga servidor, y el que quiera ser el primero. que se haga esclavo». Que Santiago supo asimilar esta fundamental enseñanza de Jesús lo prueba la primera  lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles: Santiago fue el primer apóstol que  cayó víctima de la intolerancia religiosa.

Supo enfrentarse al poderoso Herodes y a los jefes del pueblo para anteponer los  derechos de Dios a los egoísmos de los hombres: "Hay que obedecer a Dios antes que a  los hombres". Su decapitación es signo evidente de que en él vieron Herodes y los judíos recalcitrantes  a la figura apostólica que más se identificaba con el modo de ser y de pensar de Jesús. La  copa de Jesús dejaba de ser una metáfora y Santiago caía ante la espada del verdugo. Podemos extraer aquí una importante conclusión: la festividad de hoy puede centrar  nuestra atención en la primera o en la segunda etapa de fe de Santiago. En uno o en otro  caso el significado de esta fiesta cambia radicalmente. Si hacemos nuestro patrón al  Santiago que bebe la copa del dolor y del servicio fraterno, también serán nuestras las  palabras de ese otro gran apóstol, Pablo, quien hoy nos ha dicho: "Nos aprietan por todos  lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no  abandonados... En toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de  Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo".

En síntesis: es cierto que hoy el cristianismo español vive un momento crítico, pues  muere la etapa de los privilegios y se inicia la era de un compromiso mucho más serio y  personal. Pero esta muerte a una etapa que nos dio demasiado -y todo demasiado fácil-  debe ser interpretada como una muerte necesaria a ese mundo de egoísmo que llevamos  en el interior de nuestro cuerpo -social o comunitario-. Si esta estructura -si este  cuerpo-social- cristiano- muere, también podrá renacer a la auténtica vida de Cristo.

2. Dos coordenadas de una misma fe 

Como toda fiesta patronal, también ésta tiene un significado muy especial: es la toma de  conciencia de todos los cristianos españoles de que formamos una gran comunidad que,  pese a sus diferencias regionales, culturales, políticas o económicas, sin embargo se siente  unida por la misma fe, la misma esperanza y el mismo amor.

Coincidencia fortuita o designio providencial, lo cierto es que una nueva concepción del  cristianismo resurge en nuestro país en un momento en que cobran relieve las diversas  peculiaridades de cada una de las regiones españolas. Mirando este fenómeno desde el  ángulo de la fe, puede ser interpretado de la siguiente forma: la unidad de la fe no impide  las particularidades de cada sujeto o región, de forma tal que el cristianismo, lejos de  aplastar lo más típico y personal de cada uno o de cada grupo, es el aliciente para que  aprendamos a vivir la misma fe, pero expresándola según nuestra propia interioridad. La fe  cristiana, lejos de aplastar al hombre desde fuera para que renuncie a su identidad, es una  llamada a la libertad y a la maduración total: la interior y personal, y la social y comunitaria. Desde esta perspectiva, la fiesta patronal de hoy, de carácter nacional, adquiere un  relieve especial: sepamos con madurez coordinar estas dos variables fundamentales: el  sentido comunitario y universalista, por un lado, con el carácter personal o regional por  otro.

La madurez de nuestro pueblo pasa hoy por una prueba: sin dejar de sentirnos el mismo  pueblo con un común destino histórico, sepamos aceptar, comprender y respetar las  características típicas y peculiares de cada uno de los grupos que conforman nuestro país. Eliminemos el aislamiento y el individualismo; pero eliminemos también toda concepción  masificadora y uniformante. No confundamos unidad con uniformidad; como asimismo, no confundamos individualidad  con individualismo. Roguemos a Dios en esta festividad de carácter nacional para que el camino que ha  emprendido España hacia una madurez política, social o religiosa no aborte debido al  predominio de alguno de los extremos expuestos. Saber conciliar estas posiciones  encontradas es nuestro gran desafío histórico, y es, por eso mismo, nuestro compromiso  cristiano como miembros de un país. 

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978. Págs. 147 ss.


 

14. 

Queridos hermanos:

Celebramos hoy la fiesta del Apóstol Santiago, Patrón de España.

Y, al tratar de acercarnos a su venerada figura, para imitar su ejemplo, la encontramos  barrocamente recargada y como irreconocible en esa historieta popular, entre la leyenda y  el mito. La altiva pose de sus imágenes, sobre el caballo blanco, vestido a la usanza de los  guerreros y ensartando moros con su espada de fuego..., apenas tienen nada que ver con  el humilde predicador del Evangelio, desanimado a orillas del Ebro. Por eso, la pregunta brota espontánea de la sinceridad de tantos: ¿Quién fue Santiago?  ¿Qué es, qué debe ser hoy para nosotros? Y hemos de apartar nuestros ojos del mal gusto  de tantas imágenes mitificadas, para volverlos al Evangelio, del que él dio testimonio con su  vida.

Precisamente el Evangelio de este día, frente a la ambición del hijo del trueno que busca  un primer puesto en el reino, nos muestra al Señor rebajando los humos del Apóstol y  apuntando hacia otra meta: el Reino de los Cielos, el camino de la cruz: ¿Podéis beber el  cáliz que yo he de beber? 

La respuesta generosa y valiente de Santiago no quedó en buenos deseos o en palabras  de cumplido. El libro de los Hechos de los Apóstoles confirma que Santiago fue el primero  de los Apóstoles que apuró el cáliz del Señor hasta el fondo, siendo decapitado en tiempos  de Herodes. Así, frente al legendario guerrero matamoros, montado a caballo, exterminador de  infieles..., se perfila esa otra figura, desconocida y poco valorada en la leyenda, pero  auténtica y real, del Apóstol pie a tierra, peregrino por los caminos de España, sin más arma  que la Buena Noticia, que generosamente predicó entre nosotros. El no había venido a  sembrar la muerte entre los enemigos políticos, sino a sembrar la vida entre todos. No vino  a cortar la retirada de un enemigo derrotado, sino a abrir miles de caminos de esperanza en  España y en Europa entera.

Y pienso, mis queridos hermanos, que esa visión del Santiago legendario es un poco el  símbolo de nuestro catolicismo español. El Apóstol a caballo es un poco el símbolo de lo  que hemos sido, de lo que aún seguimos siendo, con virtudes indiscutibles, pero con fallos  tremendos. Católicos de corazón, sinceros, enardecidos..., pero, por eso mismo,  intransigentes, cerrados, obstinados hasta defender la verdad con las armas e imponer la fe  por la fuerza. Católicos hasta el heroísmo, pero demasiado aferrados e impacientes por el  triunfo, sin paciencia para un Reino de los Cielos, con prisa por imponerlo ya en la tierra.

Para nosotros, en la fiesta de Santiago, la palabra de Dios tiene mucho que enseñarnos  en la carta de Pablo a los corintios, leída hoy. También la comunidad de Corinto estaba tan  segura de sí misma, que se creía tocar ya el reino en la tierra. A ellos entonces, hoy a  nosotros, Pablo contrapone la verdad del cristiano: Vosotros -les dice- os creéis fuertes y  seguros, en cambio somos y tenemos que sentirnos débiles. Sólo el Señor es nuestra  fortaleza. Vosotros os véis ya cubiertos de gloria por lo que habéis sido, tierra de santos, de  mártires, de teólogos..., en cambio somos todavía unos desgraciados, en camino, sin más  gloria que la que el Señor nos dará al final. Vosotros os creéis ya dueños de la verdad, pero  no somos sino ignorantes. Sólo él es la Verdad. Por ahora somos no más que unos muertos  de hambre en el mundo, despreciados por unos, incomprendidos por los más, maltratados y  perseguidos por no pocos.

Todo esto, hermanos, os lo digo como San Pablo, y al contemplar el verdadero rostro de  Santiago, no para sacaros los colores, ni con afán de herir susceptibilidades, sino con todo  el cariño por vosotros y amor a la Verdad, para que no asentemos la fe que Santiago nos  trajo sobre el efímero cimiento de la leyenda, de la historieta bonita. No es buen camino para nosotros, católicos y españoles de hoy, el camino legendario de  Santiago, a caballo, violento, ambicioso, triunfalista. El verdadero camino de Santiago, el  que han recorrido millones de peregrinos, el que recorren hoy algunos, el que el propio  Apóstol anduvo, es el camino del peregrino, el de la humildad, el del amor, el de la cruz. El  único camino de Santiago, que es el de Cristo, es el de ir bebiendo poco a poco, pero sin  detenerse, el cáliz del Señor, que se inmoló para darnos la vida.

Ahora, precisamente, al acercarnos a comulgar, vamos a beber el cáliz del Señor. En ese  cáliz está nuestra fortaleza para poder beber el otro cáliz de nuestra vida. En él está la  seguridad de que podremos apurar el cáliz hasta el fin y así sentarnos en el Reino con  Cristo.

EUCARISTÍA 1968, 43


 

15. 

-Vasijas de barro

"Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan  extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros". Así empezaba la segunda lectura que  hemos escuchado, un fragmento de la carta que escribe san Pablo a la comunidad cristiana  de su querida ciudad de Corinto.

Nos hace bien escuchar estas palabras hoy, en la fiesta de uno de los doce apóstoles de  Jesucristo, en la fiesta de uno de los que fueron testigos inmediatos de la vida, la muerte y  la resurrección de Jesús, y que son fundamento de nuestra fe.

Nos hace bien escuchar hoy estas palabras. Son palabras también de otro apóstol, y nos  transmiten su experiencia personal: la experiencia de alguien que sabe que no puede  alardear de nada, que no puede andar por ahí sintiéndose superior a nadie, que no puede  pretender que todo el mundo le venere y le diga que es un personaje extraordinario. La experiencia de san Pablo, la experiencia de  Santiago, la experiencia de todos los apóstoles, es ante todo la experiencia de su debilidad.  "Vasijas de barro", decía la lectura. Vasijas de muy poco valor, que pueden romperse, que  pueden echar a perder lo que llevan dentro.

-La alegría de ser portadores de un tesoro

Porque esas vasijas débiles, decía también la lectura, llevan dentro un tesoro. Esa es la  segunda experiencia de los apóstoles. Ellos, hombres con los demás hombres, capaces de  fallar y de estropearse como los demás hombres, se han encontrado con Jesús, y Jesús les  ha derramado dentro un tesoro, les ha confiado ser portadores del tesoro inmenso de la fe,  de la esperanza, del amor inagotable de Dios. El tesoro del Evangelio. Realmente, cuando Pablo escribía esas frases que hemos leído, y les hablaba a sus  corintios del tesoro que Dios había confiado y depositado en ellos, débiles y perecederas  vasijas de barro, debía sentir una gran alegría. Porque, desde luego, no puede producir  más que alegría el saberse depositario de la confianza de Dios, elegido por Dios para llevar  su gran noticia a los demás.

No podríamos imaginar hoy a Santiago predicando el Evangelio, a veces con más ánimo  y a veces con menos, a veces viendo el fruto y a veces sin ver nada, a veces tranquilo y a  veces con el temor de la muerte que le acechaba, pero siempre llevando dentro el  sentimiento fuerte de la alegría por saberse enviado por Dios, deseado por Dios,  necesitado por Dios para hacer presente su Reino.

-La responsabilidad de ser portadores de un tesoro

Y luego, junto con este sentimiento de alegría que nada ni nadie puede oscurecer,  estaría también sin duda el sentimiento de la responsabilidad. Porque, desde luego, qué  gran responsabilidad saberse escogido por Dios para llevar su tesoro. ¡Qué gran  responsabilidad para la vasija de barro saber que lleva dentro algo infinitamente valioso que  podría estropearse y perderse si la vasija se cayera y se rompiera! Desde luego, Santiago y  los demás apóstoles fueron muy fieles a esa responsabilidad. Movidos por el Espíritu de  Jesús, sostenidos por la fuerza de Dios, dedicaron su vida entera a transmitir la Buena  Noticia que llevaban dentro. Ellos daban a conocer a Jesús, transmitían el entusiasmo de la  fe, creaban comunidades cristianas, sostenían esas comunidades y las animaban a ser  ejemplo de amor y vida nueva para los demás. Y llegaron hasta entregar la vida por  mantenerse firmes en el seguimiento de Jesús.

Hoy, al celebrar la fiesta del apóstol Santiago, debemos agradecer a Dios el ejemplo y el  testimonio de aquellos primeros seguidores de Jesús, y agradecer también, sobre todo, la  fe que de ellos hemos recibido. Y vivir la alegría y la responsabilidad de ser también  nosotros, vasijas de barro como ellos, portadores del tesoro de la vida nueva de Dios. Que la Eucaristía sea esa acción de gracias. 

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992, 10


 

16. 
En sus recorridos por las tierras de Palestina, junto a la gente que lo mira con malos ojos  y lo ataca porque comprenden perfectamente lo que dice y no les interesa en absoluto,  encontramos siempre con Jesús una multitud que lo acompaña, que va con él. Son gente que busca, que no se encuentra satisfecha de su vida, que espera algo, que  se da cuenta de que en el mundo que les ha tocado vivir hay demasiado mal y demasiada  angustia, y desea algo distinto. Gente que va descubriendo que en Jesús, que presenta  unos ideales de vida interesantes y cura a los enfermos, puede encontrar lo que busca. Un  Jesús que estaba dedicando toda su vida, desde hacía unos tres años, a la tarea de  comunicar la gran noticia de la vida, de la libertad, de la justicia, del amor, de la salvación  definitiva. Una gran noticia que podía llenar de alegría a los que fueran capaces de creer  que los hombres no estamos condenados a vivir siempre de una forma aburrida y  resignada, que Jesús tiene siempre algo importante que decirnos para nuestras vidas. La escena que vamos a comentar consta de dos partes: el tercer anuncio de la pasión y  la falsa concepción del reino, expresada en la petición de dos de sus discípulos más  destacados, con la consiguiente enseñanza de Jesús.

1. Ultima predicción de lo que le espera en Jerusalén 

Esta tercera y última profecía de la pasión no está incluida en las lecturas dominicales.  Las otras dos, sí. Pero es importante unirla al texto que le sigue para comprender mejor lo  difícil que les fue a los apóstoles aceptar el mesianismo de Jesús. ¡Con lo fácil que nos  parece a los cristianos!  El tercer anuncio de la pasión es mucho más pormenorizado y preciso que los dos  anteriores: es un verdadero y minucioso resumen de la pasión, en el que se recogen los  detalles y personajes de ella. Parece que en su redacción se ha tenido presente el hecho  ya cumplido de su pasión, muerte y resurrección. Marcos y Lucas colocan este último anuncio a continuación de la pregunta de Pedro  sobre la recompensa que les espera por la renuncia a los bienes que ellos han hecho.  Mateo intercala la parábola de los obreros de la viña. Los dos anuncios anteriores los  habían situado, los tres, poco antes y poco después de la transfiguración, que iba a quedar  como hecho iluminador del sentido de su muerte. Jerusalén se aproxima. Cuanto más cerca están del centro del poder establecido, más  parece contar Jesús con la posibilidad de que lo asesinen. Se van a cumplir las Escrituras  sobre él. El Mesías tiene que sufrir afrentas por parte de los judíos y de los gentiles. Jesús  quiere hacer ver a los suyos que es consciente de todo y que acepta libremente todas las  consecuencias del mensaje que está comunicando, conforme al plan del Padre. Quiere  hacerles ver que los jefes religiosos de Israel y los doctores de la ley son sus enemigos  mortales, a pesar de ser los representantes más directos de Dios.

Jesús caminaba delante de ellos... Cuando terminan las palabras y llega la hora de vivir  de verdad y de jugarse la vida por los demás y por los propios ideales, ¡cómo disminuyen  las filas y qué lenta y perezosa se hace la marcha! ¡Y qué escándalo para el mundo esta  cobardía cristiana!  Le siguen "asustados", nos dice Marcos. Lucas dirá claramente que "ellos no  comprendieron nada de esto, era un lenguaje misterioso para ellos y no comprendían lo que  les decía". No podían comprender cómo el Mesías, que según la creencia judía casi general  había de ser glorioso y triunfador, el salvador del pueblo, habría de ser condenado por el  sanedrín y morir. El anuncio concluye con la resurrección. El fin no será la muerte, sino la vida; no será el  fracaso, sino la victoria.

2. Verdaderas intenciones de Santiago y Juan 

Inmediatamente después del tercer anuncio de la pasión, en un contraste sin duda  intencionado, Mateo y Marcos -Lucas lo ignora- nos cuentan la petición de los hijos de  Zebedeo, en la que aparece con claridad que las palabras anteriores de Jesús no han sido  asimiladas en absoluto. Mateo, compañero de Santiago y Juan, menciona a la madre para  justificar a los hijos. Marcos, directamente a los hermanos, que es lo más probable. Tres veces ha anunciado Jesús su pasión, y tres veces no ha sido comprendida. Que el  triunfo nazca de un gran fracaso es algo que no estamos dispuestos a creer. Ni ahora ni  nunca. La primera ocasionó la oposición de Pedro y la dura respuesta de Jesús (Mt  16,21-28 y par.). Después de la segunda vuelve a retoñar la ambición, y Jesús les da otra  lección (Mt 17,22 - 18,10 y par.). El tercero es contestado con la petición de los hermanos  Zebedeo. ¿Cuántos harán falta para que entendamos hoy? 

Los "hijos del trueno" (Mc 3,17) y Pedro fueron los tres discípulos más cercanos a Jesús,  que se entendía mejor con la gente despierta y apasionada que con la gente que no hace  daño a nadie, pero que también es incapaz de hacer el bien por faltarle valor. Santiago y Juan eran dos discípulos entusiastas de Jesús, que se habían planteado el  estar cerca de él en el reino de Dios como una operación de prestigio y de búsqueda de  ventajas personales sobre los demás, como si se tratara de gobernar a unos súbditos.  Interpretaban el reino que anunciaba Jesús como la instauración de un estado teocrático  poderoso que dominaría sobre todos los demás pueblos. Inconscientemente, están  conspirando contra el verdadero reino de Dios al distorsionar su significado. Además, están  fomentando la división entre los apóstoles, celosos y envidiosos como ellos. Santiago y Juan son inquietos, tienen deseos de caminar detrás de Jesús, pero son  esclavos del estilo del "mundo"; y por eso entienden el ir adelante como un tener prestigio,  poder, buenas posiciones, estar por encima de los demás.

La pretensión de los dos hermanos es una llamada de atención para todos nosotros:  podemos creer que estamos cerca de Jesús y de su palabra y, sin embargo, estar muy lejos  de su pensamiento y sentimientos. Su petición es uno de los tropiezos más fáciles para los  creyentes de todas las épocas, en especial para los que ocupan los primeros puestos en la  institución eclesiástica. ¿No lo atestigua la historia de la iglesia?  No escamoteemos esta tentación. Tengámosla siempre presente como el gran peligro  que debemos superar si de verdad queremos seguir a Jesús.

3. "No sabéis lo que pedís" 

Jesús les responde en dos tiempos, señalándoles el precio que deben pagar por el  seguimiento. Un seguimiento que pasa por "beber el cáliz". Cáliz que, en lenguaje bíblico,  significa ser fiel al camino que Dios espera de cada uno, y que en labios de Jesús indica su  camino de lucha y de martirio, su "bautismo". "Beber el cáliz" es aceptar ser considerado basura del mundo, escoria, desecho de todo  (1 Cor 4,9-13). Es el antitriunfalismo más radical, como quedó patente en la muerte  ignominiosa de Jesús y de tantos de sus verdaderos seguidores.

Los dos hermanos dicen que pueden beberlo, sin saber lo que contiene ese cáliz. Están  dispuestos a todo con tal de conseguir el poder. Son las palabras fáciles que decimos  cuando en nuestras vidas no hay compromiso. "Mi cáliz lo beberéis". Deben tener claro que le siguen no para triunfar con él en medio de  los hombres, sino para compartir con él su destino. Lo mismo que él no llegará a la gloria  más que a través de la muerte, les sucederá a todos los que quieran ser discípulos suyos  de verdad. ¿Tiene algo que ver con estas palabras nuestro seguimiento? ¿Qué "cáliz"  estamos bebiendo los cristianos? ¿Con qué "bautismo" nos hemos bautizado?  Sus ambiciones de los primeros puestos están fuera de lugar. Solamente el Padre sabe  quiénes ocuparán los primeros puestos en el reino; puestos a los que ni el martirio da  derecho. El discípulo no debe preocuparse nunca de esto; su única preocupación debe ser  la de "beber el cáliz" de Jesús; es decir, estar en comunión con su mismo destino, compartir  su bautismo. ¿Le faltarán páginas al evangelio de los cristianos? 

Jesús les rompe los esquemas a los dos hermanos: no hay premio por encima de los  demás. Solamente existe el servicio hasta la muerte como único camino de vida verdadera.  Y es a través del servicio a la humanidad como uno se convierte en hombre. Esto es lo  único que debemos buscar y desear.

4. La verdadera autoridad 
PODER/AUTORIDAD:

La indignación de los otros diez contra los dos hermanos va a servir a Jesús para  enseñarnos cómo debe ser ejercida la autoridad entre los suyos, para instruirnos sobre el  camino de la verdadera grandeza. La indignación de los diez se debe más a la envidia que al hecho de que hayan  comprendido las palabras de Jesús sobre su próxima muerte. Ellos también deseaban los  primeros puestos, las influencias, las vanidades... Un poco sin norte, cansados de no saber  a dónde va tanta esperanza anunciada por el joven galileo, se dejan llevar por sueños de  grandeza y de poder. Y nosotros no somos mejores...

Esta perícopa fue compuesta en un tiempo en que empezaban a sentirse las primeras  luchas por el poder en la iglesia. Nos indica las lacras del poder. "Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen". Con  estas palabras Jesús quiso vacunarnos contra el gran peligro, contra la peor enfermedad  del hombre -junto a la riqueza y el triunfalismo (son las tres tentaciones que superó Jesús)-,  la más arraigada y la más difícil de curar.

En todo hombre duerme la bestia que ambiciona poder. Un poder que es el antiamor. Dice Arturo Palio: "En todas las manifestaciones de poder se crea una relación de  superior a inferior, lo que engendra una rivalidad... El poder es la salida natural de todas las  frustraciones, el refugio del miedo, la compensación del no-valer... A través de él me formo  una personalidad que no es la mía. Me disfrazo de lo que no soy... Y cesa el crecimiento y  se irrumpe violenta y falsamente en el mundo. Cesa la relación y se pasa a la emulación y a  la tentación de destruir todo lo que obstaculiza la estabilidad en la posición lograda... El  miedo reemplaza a la relación y el orgullo oculta la frustración de no haber logrado lo  esencial, la comunión con los otros, la liberación de la soledad". ·PAOLI-A Los campos  humanos de la política, la economía, la cultura, la religión y el sexo son invadidos y  pervertidos por el poder, generando el poder político, el poder económico, el poder cultural,  el poder religioso y el poder sexual. El poder llega a corromperlo todo. Parece ser que Jesús, viendo lo que ocurría en su tiempo, daba como hecho comprobado  el que los jefes de los pueblos tiranizaban a sus súbditos y que los grandes personajes  oprimían a los demás.

Podríamos preguntarnos si, veinte siglos después, las cosas han cambiado mucho. No  nos fijemos únicamente en el poder político o en el sistema con que una nación es  gobernada. Fijémonos sobre todo en el poder económico, que es hoy la forma de dominio  más fuerte y cruel. "No será así entre vosotros". Sus seguidores no podemos concebir la autoridad como los  "jefes" y los "grandes" de este mundo.

"El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo  de todos". La autoridad tiene que concebirse como el lugar en donde se hace más clara y  evidente la lógica de la cruz. El máximo honor es para el que más ama, y el mayor amor lo  manifiesta el que más sirve; hasta el máximo servicio, el que Jesús realiza: morir para dar la  vida a los hombres. Servir es responder a una necesidad profundamente humana. Y es que para vivir hay que morir, para ser hay que dejar, para amar hay que olvidarse de  sí mismo... Es la realización en la vida del proceso del grano de trigo (Jn 12,24-25). Lo que vale para el reino de Dios es lo contrario de lo que rige en el mundo: el que quiera  ser de verdad un ser humano debe despojarse del poder, el que quiera ser grande debe  hacerse pequeño, el que quiera ser el primero debe hacerse el último. El espíritu del reino  es el servicio; su ley, la entrega a los demás; su grandeza, la pequeñez...

El hombre tiende a revelarse contra este espíritu de servicio, con lo que muestra que  todavía no se ha encontrado a sí mismo, no ha encontrado su vocación verdaderamente  humana. El hombre se encuentra al desasirse de sí mismo, se libera dedicando su vida al  servicio de los demás. Encuentra su vida el que la pierde (Mt/16/25). Para los judíos era un honor llamarse servidores de Dios -es la mejor forma de no serlo  de nadie-, pero no de los hombres. Jesús estableció las relaciones entre los suyos en el  amor que nada ambiciona para sí y que no es competitivo, ni engaña, ni zancadillea. Con  las bienaventuranzas (Mt 5, I -1 2) declaró la grandeza de este estilo, la gloria de los  pobres, de los hombres de buen corazón, de los que por carecer de cualquier tipo de poder  son marginados por todos los poderes y sufren sus embestidas sin dejar que despierte la  fiera de la propia ambición. Son las bienaventuranzas el pasaporte del evangelio que, en un  mundo sujeto a la locura del poder, trae la buena noticia de la liberación-salvación a todos  los pobres, pequeños y oprimidos.

El hombre verdadero, el que realiza la auténtica vida, es el que sirve, el que se coloca al  lado de los demás hombres, de todos, en actitud de acogida y de servicio. Amar hasta servir comporta muchas pruebas y sufrimientos. Cuando sabemos servir  entregando trozos de la propia vida, entendemos la verdadera grandeza del evangelio.

5. El ejemplo de Jesús 

El servicio que nos propone Jesús tiene un modelo muy claro: su misma vida. Lo dice y lo  hace para que lo hagamos. Una vida que nunca profundizaremos bastante. Jesús vivió esta actitud a la perfección. Sus palabras podrían ser consideradas como  deliberadas exageraciones, destinadas sólo a sacudir los ánimos, si no se hubieran  cumplido al pie de la letra en su propia vida. Su doctrina no nos presenta un ideal  inasequible, sino un ideal que puede ser comprobado en la vida de un hombre: Jesús vive  según esta ley. Su misión fue servir a la humanidad abriéndole el camino de la vida, hasta  morir por ello. El amor -que ha salido del Padre y ha entrado en el Hijo- le impulsa al  servicio, y el servicio le empuja hasta la entrega de la vida. Siendo el amor su única arma,  acaba sucumbiendo ante los poderosos. No recurre, en su lucha por la liberación de la  humanidad, ni al dinero, ni a las armas, ni al prestigio... para lograr el éxito de la causa. El discípulo debe marchar por el camino del Maestro, que "no ha venido para que le  sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos".

Con su palabra y con su vida Jesús denuncia como inhumanos la opresión y el dominio,  aunque sea la tendencia de la mayoría, sabiendo que habla en un mundo que piensa y vive  al revés. Nos invita a cambiar las categorías, a servir abandonando de una vez la engañosa ilusión  de dominar y ser servido. Tender a mandar para utilizar y para afirmarse, intentar ser el  primero según las categorías tradicionales, es el error, el engaño que nos ha perdido. Ser  hombre es ser como Jesús de Nazaret: sólo se logra por el amor que lleva al don de sí.  Pagando el precio de la propia vida se compra la inmunidad de la muerte. "Dar la vida" no significa sólo y ante todo morir, sino proyectar la existencia entera como  donación.

¿Qué quiere decirnos Jesús con la palabra "rescate"? Rescate es el precio dado por la  liberación de un secuestrado, un prisionero de guerra, un esclavo... Lo que está en primer  plano no es la exigencia de la justicia, sino la solidaridad con el cautivo. Nuestro mundo es  un mundo de esclavos, manipulados por fuerzas autoritarias que, en el fondo, son  demoníacas. Jesús no viene a quitarles el poder a los que de hecho lo ejercen, y que  seguirán manipulando las conciencias hasta el fin de la historia. Jesús inicia el rescate de la  humanidad enseñándonos a vivir como auténticos seres humanos, abriéndonos el camino  de la verdadera vida, dando la suya. Todos los que le sigan estarán siendo "rescatados"  por su mediación. Superando la triple tentación tipo que él superó nos convertimos en  hombres libres (Mt 4,1-11 y par.).

6. Iglesia, ¿qué dices de ti misma? 

Seguir a Jesús no es algo que se respira en el ambiente o que surge espontáneamente.  Ser cristiano no es una decisión que se toma de una vez por todas, puesto que ser cristiano  es seguir a Jesús, y un seguimiento está formado siempre por muchos pasos. Podemos afirmar que vamos siendo cristianos en la medida, y sólo en la medida, en que  vamos dejando que el Espíritu de Jesús nos renueve. Deberíamos reflexionar seriamente  qué actitudes y actuaciones hay en cada uno de nosotros, en nuestras comunidades y en  nuestra iglesia, que no han sido aún evangelizadas. ¿No hemos preferido olvidar las  palabras de Jesús para realizar las pretensiones de Santiago y Juan?: ser los primeros, los  grandes, tener éxito en la vida, que no haya problemas..., empleando el poder, la vanidad,  las apariencias, el individualismo, la diplomacia, la hipocresía... Un camino nada cristiano,  por más adornos que se le pongan.

No podemos confundir la llamada de Jesús al servicio con la dimisión de las propias  responsabilidades. Da la impresión, con frecuencia, de que en nuestra sociedad se pasa de  unas estructuras o costumbres de poder -en la sociedad, en la familia, en la escuela, en las  comunidades cristianas...- a una dimisión de las responsabilidades que implica cualquier  cargo, cualquier servicio. Servir no es evadirse de las responsabilidades. Servir puede  implicar que se deba mandar, que se deba saber exigir el cumplimiento de las propias  responsabilidades. Jesús, que vivió un servicio modélico, supo exigir, mandar, no dimitió  nunca de sus responsabilidades.

Difícilmente encontraremos a alguien que no tenga poder. Por esta razón, las palabras de  Jesús nos afectan a todos, aunque afecten más a los que tengan más poder. Poder tienen  los padres respecto de sus hijos y los hijos sobre los padres, los hermanos mayores sobre  los pequeños, el político, el militar, el jefe de oficina o de taller o de almacén, el maestro, el  alcalde de cualquier pueblo, el sacerdote, el policía... Tendemos a imponer nuestra manera  de ver las cosas, a decir la última palabra... Revisemos nuestro poder en cualquier cargo en  que nos encontremos. ¡Qué frecuente es ejercerlos despóticamente, arbitrariamente,  estúpidamente!  Los cristianos hemos recibido de Jesús el mandato de vivir el amor sin ningún poder y la  misión de servicio desinteresado a los débiles del mundo. Los apóstoles, según nos cuenta  el libro de los Hechos, vivieron y anunciaron el evangelio de Jesús sin más poder ni guía  que el espíritu de Jesús.

El poder religioso ha pervertido el evangelio y ha desvirtuado la evangelización. Ha  vaciado los signos de la pobreza, la castidad, la fraternidad y el servicio evangélico.  Algunos se han mantenido vacíos o, si han sido vividos fielmente por personas creyentes,  se han visto contrarrestados por el antitestimonio institucional, que convirtió todo en poder.  ¿No está la iglesia atrapada por títulos, riquezas, estructuras y relaciones de poder y de  dominio? Los pobres y los oprimidos siguen acusando. Desvirtuamos el evangelio siempre que lo anunciamos con poder, desde "arriba"; siempre  que lo apoyamos en los poderes político, económico, cultural o religioso; siempre que lo  envolvemos en signos de autoridad o de paternalismo. Lo recuperamos cuando rompemos  nuestros pactos con los poderes de este mundo, cuando vivimos con sencillez las  bienaventuranzas, cuando somos servidores de todos.

Los jóvenes, al iniciar en Taizé su concilio, dicen a la iglesia: "Iglesia, ¿qué dices de tu  futuro? ¿Vas a renunciar a los medios de poder, a los compromisos con los poderes  políticos y financieros? ¿Vas a abandonar los privilegios y a renunciar a capitalizar? ¿Vas a  llegar a ser de una vez 'comunidad universal que comparte', comunidad al fin reconciliada,  lugar de comunión y de amistad para toda la humanidad? En cada lugar, y en toda la tierra,  ¿vas a llegar a ser semilla de una sociedad sin clases y sin privilegiados, sin dominación de  un hombre sobre otro, de un pueblo sobre otro pueblo? Iglesia, ¿qué dices de tu futuro?  ¿Llegarás a ser 'pueblo de las bienaventuranzas', sin otra seguridad que Cristo; un pueblo  pobre, contemplativo, creador de paz, portador de la alegría y de una fiesta liberadora para  los hombres, a riesgo de ser perseguida a causa de la justicia?" (Taizé, 1 de septiembre de  1974).

FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ
ACERCAMIENTO A JESÚS DE NAZARET, 3
PAULINAS/MADRID 1985. Págs. 298-307

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