COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1Co 4, 7-15
1.
El "tesoro" al que este pasaje alude es el conocimiento, la experiencia de Jesús resucitado (v. 6). Este es el incomparable don que llevamos en "vasijas de barro", expresión que puede hacer referencia a la debilidad personal del mismo Pablo (cf. 2 Co 12. 7-10; Ga 4. 14), o tal vez al propio cuerpo del hombre salido del barro según la tradición de Gn 2. 7. La predicación de la fe se hace desde la limitación propia de ser hombre.
vv. 8-10: Toda esta serie de fuertes imágenes nos recuerdan las diversas peripecias de un combate de gladiadores. Pablo ha experimentado personalmente esta situación (cf. 1. 8s; 11. 24s) y sabe muy bien que sin la gracia de Jesús estaba abocado al fracaso final. La debilidad del que cree no es síntoma de fracaso, sino lugar de la manifestación de Dios. Si en la debilidad de Jesús se manifestó la gloria del Padre, en la poquedad del creyente aparecerá sin duda la verdad del mensaje.
vv. 11-12: Pablo insiste muchas veces en esta carta sobre las pruebas de su ministerio, contrapartida de su fecundidad (6. 4; 11. 23-33). Pero hay una pizca de ironía al presentar así las cosas. El Apóstol ridiculiza a esos que se predican a sí mismos (4. 5) y se creen desde ahora en posesión de la salvación futura (5. 10-13) (gnósticos?). Apropiarse de la gloria de Jesús es un camino cerrado que lleva al fracaso. Cuando el profeta se adueña de lo que predica está cometiendo el robo más imposible: apropiarse de Dios mismo. El camino a seguir es el contrario: Dios se manifiesta en "nuestra carne". Nuestro diario luchar es hoy el lugar de la manifestación de Dios.
vv. 13-14: El argumento para demostrar que esto no es una locura está puesto en el triunfo de los creyentes mismos (como en 1 Co 6. 14-15). El profeta no se mueve continuamente en una paradoja, sino que tiene una fuerte seguridad: Dios le dará el triunfo.
Pero queda claro, según Pablo, que sólo puede hablar el que ha llegado a creer. Una fe recia es la garantía de un apostolado fecundo.
EUCARISTÍA 1978, 34
2.
"Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro". La verdad que se pronuncia desde una posición de fuerza se oscurece, resulta sospechosa y corre el riesgo de ser malentendida. Desde una posición de fuerza se puede vencer y negociar con el adversario, pero cuando se trata de convencer y de dar gratuitamente la verdad que hemos recibido, toda esa fuerza es debilidad. Por eso el evangelio sólo se puede ofrecer "en vasijas de barro", para que resplandezca en medio de nuestra debilidad.
Si la Iglesia ha de anunciar el Evangelio a los pobres lo ha de hacer desde la pobreza y desde la libertad. Por lo tanto, no desde el poder sino en la distancia del poder político y económico. El evangelio sólo puede predicarse con credibilidad desde la cruz, que es donde aparece su verdad desnuda.
Al celebrar hoy la fiesta de Santiago apóstol, nada hay tan urgente para la Iglesia en España que deshacer el equívoco del otro Santiago. Ya es hora de apearnos del caballo del triunfalismo y de la intransigencia. Ya es hora de ofrecer el evangelio "en vasijas de barro", humildemente, generosamente, libérrimamente.
EUCARISTÍA 1981, 35
3.
En su tarea apostólica Pablo ha sido fiel y la luz del evangelio resplandece en las diversas comunidades. Pero el apóstol no se apunta nada como propio; no cae en la tentación de tributar culto a su personalidad. La aptitud para el servicio del evangelio es don del Señor, tesoro que "llevamos en vasijas de barro". Esta es la gran paradoja de todo apóstol.
Su vida está erizada de dificultades: odios, persecuciones, cansancio psicológico en el cumplimiento de su misión: pero el colapso nunca es total. Cuando la esperanza humana parece extinguirse, entonces brilla el actuar de Dios. La fuerza se realiza en la debilidad y el poder de Dios triunfa a pesar de nuestra inutilidad. El sufrimiento es una asociación a la muerte de Cristo; y así como toda vida lleva consigo un germen de vida.
Por la muerte, Cristo pasa a la vida y esa vida actúa en los cristianos (v.s. 10-12). Asociado a la muerte de Cristo, el apóstol hace que a través de la muerte resplandezca la vida.
Pero el apóstol es un ser humano que necesita de apoyos para proclamar el evangelio, sobre todo, cuando la dificultad es grande. Y el gran apoyo es la fe en la resurrección (v.s. 13-14).
Dios resucitó a Cristo de la muerte por un acto de su poder.
Pablo tiene la seguridad de que Dios le resucitará también a El del sepulcro del dolor humano. Debilidad humana y necesidad absoluta de la fe para realizar la misión de apóstol. Gran enseñanza para todo el que estime su misión. Ni la dificultad lo amedrentará ni se regodeará en culto alguno a la personalidad.
DABAR 1978, 42
4.
Pablo nos ofrece aquí una teología sobre el servicio o ministerio de la palabra. Es un apóstol que habla desde su propia experiencia, desde una vida íntimamente relacionada con Cristo y consagrada por entero a predicar a Cristo entre todos los pueblos. Pablo entiende que su ministerio apostólico es una participación en la muerte y en la resurrección de Jesucristo (cf. Rom 8, 17-20 y 35-39; 1 Cor 4, 9-13; 15, 30s; 2 Cor 1, 4-11; 11, 23-33; Ef 3, 13; Flp 1, 17-22; etc.). Si en la muerte de Jesús triunfa la fuerza vivificante del Espíritu Santo, también triunfa la extraordinaria fuerza de Dios en medio de la debilidad de quienes anuncian el evangelio. Pues el "evangelio es fuerza de Dios para salvar a los creyentes" (/Rm/01/16). Que esta fuerza es de Dios y no de los hombres se ve con claridad precisamente al considerar las mùltiples debilidades de quienes anuncian el evangelio.
Porque los apóstoles son como "vasijas de barro" (alusión a la formación del primer hombre: Gn 2,7) en las que se guarda un tesoro. Aquí se escucha la crítica de Pablo a cuantos se vanagloriaban de su oratoria y sabiduría humana, pues no son estas dotes naturales el estuche conveniente y la forma necesaria para presentar el evangelio. Lo que le va al evangelio, como fuerza de Dios, es todo lo contrario: no la fuerza y la sabiduría humana, sino la "debilidad" y la "necedad" de la cruz de Cristo (1 Cor 1, 17-31).
EUCARISTÍA 1990, 34
5.
El pensamiento de que el ministerio apostólico es un servicio a los hermanos nace, en san Pablo, de una profunda reflexión en el misterio personal del propio Jesús.
El antiguo himno, que canta el anonadamiento y la exaltación de Cristo y que se reproduce en la carta a los Filipenses (2,5-11), nos puede servir de pauta interpretativa de este fragmento (pues también allí se insiste en las exigencias de unidad entre los cristianos). El himno contempla la actitud voluntaria de Cristo en aquel momento, que nosotros reconocemos como el punto capital de la historia de salvación y punto de referencia constante para la Iglesia de todos los tiempos.
Desde el comienzo, el himno muestra la condición divina de Jesucristo, destacando el hecho de que esta realidad suya personal no es para él un obstáculo para entregarse, con espíritu de total obediencia al Padre, a la obra de salvación: al encarnarse se convierte en esclavo como todos nosotros, y su anonadamiento culmina con su muerte en cruz. A partir de este momento se narra la obra de Dios en Cristo: al resucitarlo, queda proclamado como Señor del universo. Y termina: todo eso «para gloria de Dios Padre».
En otras cartas se llama Pablo con frecuencia siervo o esclavo de Cristo (Rom 1,10; Flm 1,1; Tit 1,1). Aquí, en cambio, se califica de siervo de los consagrados. Esta autodenominación la entiende el Apóstol a la luz de la manifestación de la gloria de Dios en la persona de Cristo: por el anonadamiento a la glorificación.
La perícopa de hoy podríamos decir que historifica la kénosis del siervo que asume la responsabilidad del ministerio. Evidentemente, Pablo no puede hablar de su muerte. Pero cuando usa la expresión «peligro de muerte» hace una referencia explícita al misterio pascual de Cristo, misterio que queda reflejado en su vida (10), y que obra, por medio de él, la salvación en los creyentes (12). Así como la muerte de Cristo sólo tiene sentido por la resurrección, así también el «peligro de muerte» del siervo cobra su sentido por la «fe en la resurrección», una resurrección operante ya desde ahora, y que va transformando la existencia del Apóstol y de todos los que siguen a Jesús. Y todo eso, también, «para gloria de Dios».
A.
R. SASTRE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 244 s.
6. MARTIR/PEREGRINO:
El presente texto de Pablo, de la segunda carta a los cristianos de Corinto, leído en la celebración de algún mártir, ilumina el sentido de la gesta gloriosa de aquellos que han dado la vida por su fe en Cristo y han sido llevados a la muerte "por causa de Jesús" (4,11).
El mártir es un hombre que no se dejó enredar en la red falaz de las cosas temporales, visibles, de las apariencias, sino que su mirada ha permanecido fija más allá, hacia las cosas "invisibles" y «eternas» (8). Y hasta en las cosas visibles y temporales y, por tanto, caducas han llegado a contar las mismas vejaciones a que estuvieron sometidos, las persecuciones, los abatimientos y hasta la misma muerte. No se acobardaron ante el desmoronamiento y ruina de su «hombre exterior», aquel que tanto ellos mismos como los otros veían. De hecho, por dentro los animaba la esperanza cierta de que tal desmoronamiento llevaba consigo, en cambio, la renovación del otro hombre, «el interior», el que Dios creaba continuamente en ellos. El hombre esperado y que luchaba en ellos de forma violenta por manifestarse. «Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna, una gloria que les sobrepasa desmesuradamente» (17).
El drama, por así decirlo, del mártir radica en el hecho de ver y darse cuenta de que ésta no es ni la auténtica ni la verdadera vida. El anhelo de esa vida estalla en ellos como un gemido, como un deseo que Dios mismo hace nacer en las profundidades de donde brota su existencia, para que su condición mortal sea absorbida finalmente por la Vida, con mayúscula.
Han pasado por el mundo como extraños y peregrinos, sin echar raíces, en tránsito por una tierra que no es su patria, viviendo, pero no como persona saciada y satisfecha, sino sumergido en la agridulce embriaguez de la añoranza de quien se siente forzado a vivir lejos de lo que más quiere. Contentos, sí, pero deseando siempre «el destierro lejos del cuerpo y vivir con el Señor» (5,8).
M.
GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Págs. 860 s.