18 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
(1-7)

 

1. LBT/MIEDO  ESCLAVITUD/MIEDO

Oí decir a un psiquiatra que crea más problemas el miedo al paro que el paro mismo. Y hemos visto votaciones a mano alzada, contando con que el miedo a discrepar haga pasar a todos por el aro.

Desde que el miedo aparece en la primera página del Génesis, la gran historia del mundo y la pequeña historia de cada hombre, quedan marcadas; relaciones entre potencias, canalizadas por el miedo, o complejos neuróticos del hombre de la calle enraizados en el miedo.

"Miedo a la muerte" lo llama la Escritura. Miedo a perder la vida: o sea: dinero, prestigio, escalafón, burguesía, fama, afectos, tiempo, poder, salud... ¡Cómo atan y humillan estos miedos la libertad humana!.

Recuerdo un programa de TVE (La Clave) sobre la figura de Jesús. Tras el acostumbrado diálogo, preguntaba el moderador a cada uno:

-Después de todo, ¿qué es lo propio, lo original de Jesús? Iban contestando los contertulios. Un ilustre escriturista, Biblia en mano, comentó y leyó:

-Lo original de Jesús está aquí: "Vino a liberar a aquellos que, por el miedo a la muerte, estaban condenados a pasar la vida como esclavos" /Hb/02/15 ¿Crees, lector, que quienes crean violencia, venden sexo, esconden dinero, abortan en Londres o trampean negocios, son desvergonzados a condenar o esclavos a liberar? ¿Entiendes el por qué de la misericordia de Jesús con los pecadores? ¿Puede anatematizarse al hombre que, "por miedo a la muerte", a perder cualquier faceta de su vida, está condenado a la terrible esclavitud del pecado? Moralismo se llama eso. ¡Pobre maestro de ética quien no conozca esta Palabra que nos es hoy revelada! Está condenado a la esterilidad de su fracaso, o a la peligrosa pendiente del poder o la violencia:

-¿Que no se comportan los hombres como es debido? Pues echaré mano de las amenazas, los chantajes, la policía, las metralletas o las cárceles...

¿Tendré entonces que optar entre la resignación ("esto no hay quien lo arregle") o la violencia impositiva, el imperio de la Ley o la razón de la fuerza? ¿Cómo aniquilar al Señor de la Muerte? ¿Quién es, dónde está el Señor de la Vida? He aquí la originalidad cristiana: no una moral impotente ante ligaduras que esclavizan. La persona de Jesús, hecho Espíritu que da Vida, puede, con su solo anuncio, abrir esperanzas de libertad.

"Miradlo entrar", grita Malaquías. Tocamos el quicio de la Fe. Que la Asamblea cante con fuerza el salmo 23: ¿Quién es el Rey de la Gloria, el Rey de la Vida? ¡El Señor Jesús! De nuestra misma carne y sangre, avanzó pionero hacia la muerte, ¡y la derrotó! Fiado en el Padre, dio su vida, entregó su tiempo, dejó su familia, perdió su fama y entró en la cruz. Fue signo de contradicción. ¿No es esto morir? "El mismo se entregó a la muerte, y resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida." La Fe en el Padre. Más explosiva que bombas nucleares. Con más potencia que códigos de leyes y sus esfuerzos moralizantes, hace hombres edificados sobre roca, capaces de arriesgar, valientes para opinar, seguros para perseverar, decididos a amar, que es siempre morir. Donde el pagano ve muerte y retrocede, el creyente avanza con Jesús hacia la vida definitiva.

Que las candelas de hoy sean signo de la Luz de Jesús vencedor de las tinieblas de la muerte: A ver cuántos Simeones y Anas reconocen en el pan que se rompe y se reparte, al Jesús que nos presenta María, se entrega a la muerte y alcanza la vida: "Ya estoy tranquilo, Señor; porque mis ojos han visto tu Salvación".

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 40


2.

Hay que tener en cuenta la denominación exacta de la festividad del día 2 de febrero: "La Presentación del Señor". Se trata fundamentalmente, por lo tanto, de la celebración de un misterio de Cristo, en el que los personajes (María, Simeón y Ana) participan cada uno a su modo. María tiene una función muy próxima a Jesús (que hay que conectar con la Pasión) y los otros obtienen un papel iluminador del misterio muy colateralmente.

Por ello, el memorial festivo nos ofrecerá la imagen conjunta del Hijo y de la Madre. La exhortación apostólica de Pablo-VI "Marialis-Cultus" recuerda que se trata de "la celebración de un misterio de la salvación realizado por Cristo, al que la Virgen estuvo íntimamente unida como Madre del Siervo doliente de Yahvé, como ejecutora de su misión referida al antiguo Israel y como modelo del pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y en la esperanza por el sufrimiento y la persecución". Siguiendo esta orientación, la homilía debería centrarse en el Siervo (1a lectura) que viene a renovar todas las cosas, a purificar, a hacer una nueva alianza... El Hijo de Dios, hecho niño, acatando la ley y la pobreza, es el que viene a juzgar, es el esperado, es el portador de una crisis (pedirá un sí o un no)... La carta a los Hebreos destaca perfectamente la misión del Siervo de Dios:

Cristo, tomando nuestra carne y sangre, anula el poder de la muerte, libera a los esclavos, tiende la mano a los hijos de Abrahán, se convierte en hermano (abajamiento que le permite la compasión y ser pontífice fiel a Dios y expiación de los pecados)... Es expresivo el último versículo: "Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella". El evangelio, especialmente mediante el "Nunc dimittis", remite a los cánticos del Siervo, es plasmación de la primera lectura (por sentido acomodaticio) y conecta perfectamente con las ideas de Hebreos. En efecto, Jesús es el Salvador, la luz de las naciones y la gloria de Israel; la salvación se llevará a cabo por el sufrimiento, Jesús será discutido (motivo de crisis) y ante El será necesaria una actitud clara de la persona.

Esta fiesta puede ayudar, pues, a descubrir que el misterio pascual está presente, en estado germinal si se quiere, en cada acto de la vida del Salvador. El misterio de la Encarnación no es sólo el Nacimiento, sino el devenir hombre constantemente y, por lo tanto, caminar hacia la muerte.

Junto a Jesús está la figura de María. Se le anuncian unos dolores que deberá soportar al pie de la cruz. Pero ahora ya, aguanta paciente y activamente las estrecheces de los pobres, la incertidumbre del destino del hijo, la oscuridad de la fe...

María será la co-redentora. No olvidemos presentar a la Virgen como la Madre del Siervo doliente, valoremos su misión, su vida... Retengamos de ella las lecciones necesarias para la fortaleza que mantiene en la fe y para vivir identificados con el Siervo de Dios.

SIMEON/ANA: También resultan atrayentes Simeón y Ana. El primero aparece como justo, piadoso, dòcil al Espíritu, lleno de esperanza, ilusionado por el porvenir salvador, en contacto vital con el Consolador, sensible a las mociones divinas, clarividente por la fe... Es el hombre que capta el misterio del Siervo, es el que encuentra la paz, el que sabe que Dios es la plenitud humana, el que canta la gratuidad de la revelación... Aparece, en último término, dotado de simpática madurez cristiana. Ana se presta por otra parte, a mostrar el sentido misionero del encuentro con Jesús y a hablar de la ascética de la vida creyente (era persona de ayunos y de oración). María y estos dos personajes iluminan perfectamente el misterio de Cristo, Mesías, y se convierten en modelos de la espiritualidad basada en la esperanza de los pobres.

Resumiendo podríamos decir que se trata de presentar la fiesta de la Presentación en el contexto del sufrimiento salvador, intentando arrancar una respuesta decisoria o una clarificación de actitud, iluminada por el dolor salvífico de la Madre y por la apertura de dos creyentes maduros.

JUAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1975, 3


3.

Si recordáis, el pasado domingo leíamos en el evangelio la PRESENTACION que Jesús de Nazaret hacia de su programa (Aquello de "El Espíritu del Señor me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista...). Y hoy, por el hecho de que este año coincida en domingo la fiesta de la PRESENTACION del Señor en el Templo (la fiesta que popularmente llamamos de "La Candelaria"), hallamos también en el evangelio como otra presentación de la persona y obra de Jesucristo. El evangelista Lucas aprovecha la descripción del rito de la presentación del niño Jesús en el Templo, que María y José realizarán según la costumbre judía cuarenta días después del nacimiento, para ofrecernos él su visión -su presentación- de la persona y obra de Jesucristo. Una presentación que puede servirnos para subrayar -brevemente- algunos aspectos característicos del evangelio de Lucas que leemos habitualmente los domingos de este año.

-Luz, Salvación, Gloria, Templo.

Según el evangelio de Lucas, el anciano Simeón da gracias a Dios diciendo: "Mis ojos han visto al Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones, y Gloria de tu pueblo, Israel".

A menudo hallamos en los evangelios la palabra LUZ como definición de lo que es JC (y hoy esto también se simboliza con las candelas que se bendicen como signo de la luz de JC). Pero fijémonos que siempre expresa lo que indica hoy el evangelio de Lucas: no se trata sólo de una luz que ayude a caminar, sino de algo más: es una luz que SALVA, es decir, que guía por un camino que conduce a la vida. Por eso Lucas define a JC con el título de SALVADOR.

J/GLORIA: Luz, Salvador.. Y también GLORIA. Quizá esta expresión nos cueste más de comprender. En el lenguaje bíblico "gloria" significa la manifestación del mismo Dios. Y para comprender el sentido que tiene en esta narración, es importante notar que para el pueblo judío la gloria de Dios se manifestaba especialmente en su Templo: el Templo era el lugar en el que más propiamente Dios era presente.

J/TEMPLO: Por ello, para el evangelio de Lucas, JC es la "gloria del pueblo" porque es la máxima manifestación de Dios en su pueblo. Y, al mismo tiempo, JC será el nuevo y verdadero TEMPLO DE DIOS porque El será el camino de encuentro más auténtico con Dios.

Quedará ya superado el Templo como un lugar, sustituído por el Templo como una persona: la persona de JC primariamente pero también cualquier hombre en el que habite el Espíritu de Dios.

-JC judío universal J/HISTORIA-JUDIA.

Otra característica del evangelio de Lucas nos muestra el texto que hemos leído hoy. Algo que puede parecer contradictorio. Pero que Lucas acentúa como también san Pablo lo hace. Un aspecto que quizá nosotros subrayamos poco.

Es lo que podríamos calificar como el LUGAR DE JC EN LA HISTORIA DE LOS PUEBLOS. Por una parte Lucas -que no era judío- insiste repetidamente en que JC es el fruto del pueblo judío, es su gloria, es decir, su culminación. Pero al mismo tiempo insiste también repetidamente, en que JC es para todos los pueblos. Por ello Simeón dice que Jesús es "luz para alumbrar a las naciones y gloria de Israel".

Podríamos decir que JC está plenamente injertado en la historia de la humanidad, de una humanidad que progresa. El largo caminar de siglos del pueblo judío es una progresiva PREPARACION necesaria para llegar a la manifestación culminante de Dios en JC. Pero esta cumbre reveladora ya no queda encerrada en un pueblo -como luego ningún pueblo, ninguna clase, ninguna cultura tendrá derecho a monopolizar esta Luz de Dios-, sino que es PARA TODOS.

La misión propia del pueblo judío fue preparar el advenimiento de esta Luz que es JC; la misión propia de la Iglesia -como acaba de recordar el reciente Sínodo- es comunicar esta Luz a todos los pueblos, en todas las épocas. Y si la tentación del pueblo judío fue la de resistirse a traspasar lo que nació en él, también la tentación de la Iglesia -de los cristianos- es la de no ser trasmisores para todos de la Luz de JC. Es quedarnos encerrados en la Iglesia -en sus problemas-, con lo cual secuestramos la luz para todos que es Jesucristo. Quedarían aún aspectos del evangelio de hoy por subrayar. Por ejemplo, el lugar de MARIA siempre muy cerca de JC. Por ejemplo, el carácter escandaloso, paradòjico, CRITICO de esta luz que es JC, porque obliga al hombre a definirse, produciendo dolor y oposición. Pero ya no tenemos tiempo de más y hemos de pasar ahora de la palabra a los hechos: primero al hecho de nuestra acción de gracias al Padre -como Simeón- porque nos ha revelado su luz y nos ha comunicado su Espíritu. Y luego, durante toda la semana, a los hechos del vivir según esta luz de JC y fieles a su Espiritu para continuar difundiendo su luz.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1986, 3


4. IDOLOS.

-Presentados ante Dios... o ante los ídolos

Bien podemos presumir que, de entre las acepciones que el diccionario da al término "presentar", la que mejor le cuadra a esta Fiesta de la Presen- tación del Señor es la de "ofrecer, regalar, dar".

La ceremonia de la consagración de los primogénitos era en agradecimiento al Dios que sacó al pueblo de la esclavitud; los primogénitos eran ofrecidos, regalados, dados a Dios, aunque luego eran "rescatados".

No nos interesa el qué o el cómo, sino el sentido que en la vida de Jesús pudo tener este acontecimiento, para saber el que debe tener en la nuestra.

Ante todo hay una realidad, ya a menudo comentada: Jesús se hizo hombre con todas las consecuencias, incluída la de pasar por las prescripciones legales del pueblo en cuyo seno nació. Se hace uno de nosotros, no una apariencia de hombre.

Pero hoy podemos aprovechar para rastrear otro aspecto de este momento de la vida de Jesús: ser ofrecido a Dios, ser regalado, dado a Dios.

Ser regalado a Dios no es sólo un acto de piedad (aunque de hecho muchas veces no pasa de ser simplemente eso); es una opción, una elección, una toma de postura ante la vida y la manera de vivirla. Ser regalado a Dios es aceptar ser suyo, no sólo como objeto de "su" propiedad, sino como fuerza y energía vitales puestas a su servicio. Ser dado a Dios es no aceptar en la propia vida otro dios que Dios ni otro reinado que su Reino. Ser regalado a Dios es, en fin, convertirse en regalo de Dios para los hombres, pues Dios no busca "coleccionar personas" a su servicio, sino enviar, a quienes se ponen en sus manos, a que sirvan a los hombres.

Muchos hombres y mujeres se han presentado a Dios, se han ofrecido a El, se han regalado a El. Muchos otros, en cambio, se han ofrecido a otros dioses:

-se presentan al dios dinero, en los templos de los bancos, la bolsa, la oficina de negocios, la inversión rápida, la especulación fácil;

-o se presentan al dios consumo, en los templos de los grandes alma- cenes; o en los templos de los pubs de moda, en unos modernos viacrucis con bastantes más de catorce estaciones y que suelen terminar en el calvario del aburrimiento, del acoholismo o la toxicomanía;

-otros se presentan al Dios estética, en los templos gimnasio, las boutiques de moda, entregados a los ritos de cuidar la imagen, acicalarse hasta la saciedad, confesando el credo de la fe en la eterna juventud, cerrando los ojos al "pecado" de envejecer;

-otros se presentan al dios trabajo, con una religiosidad comparable a la de los contemplativos; entregados en cuerpo y alma, sin tiempo para nada ni para nadie, "célibes" voluntarios de la esposa y la familia, sin tener ojos, oídos ni corazón para otra cosa que no sea el trabajo, con sus litúrgicas vestiduras del traje de yuppi, sus rituales comidas y cenas de trabajo;

-otros eligen presentarse a la diosa de la fortuna, confiando en la providencia de la suerte, con una amplia gama de ritos; velas, imágenes con perejil, escapularios... ello bien cerca del billete de la lotería o de la quiniela en la que han puesto toda su ilusión y su esperanza, consintiéndole a tan caprichosa diosa sus múltiples y reiterados desplantes, confiando una y mil veces en sus nunca cumplidas promesas;

-hay personas que se presentan y se rinden incondicionalmente ante la diosa ciencia, a quien se lo entregan todo y de quien todo lo esperan, deslumbrados por unos brevísimos instantes de luz que han cruzado la vida del hombre contemporáneo como un rayo en la noche. A ella la ven como auténtica salvadora del ser humano, a ella se ofrecen, de ella aceptan el caro precio que exige pagar en contaminación, desertización de tierras, intoxicaciones, etc., porque siguen confiando en que ella ha de resolver todo antes o después;

-no faltan hoy día quienes se presentan al dios de la droga, nuevo en su "formato", pero viejo en su sed de sangre, que reclama insaciablemente sacrificios humanos ofreciendo a cambio un paraíso de media hora tras el rito de la aguja o la esnifada; un dios que anda hoy día bien abundante de acólitos-camellos, dedicados horas y horas, en esquinas o en locales de moda, a prestar servicios a los fieles adeptos.

Hay, en fin, tantos dioses ante los que se presentan los hombres y mujeres de nuestro tiempo que la imagen de Jesús hoy, niño en brazos de su madre presentado al Dios que prometió estar siempre junto a su pueblo y cumplió sus promesas, debe hacernos reflexionar.

Reflexionar sobre el dios o los dioses a los que nos estamos presentando cada día, en el trabajo y en la casa, en el tiempo libre y en el ocupado, con los conocidos y con los desconocidos.

Reflexionar sobre lo que esos dioses nos aportan realmente a nuestra vida, si nos salvan de algo o nos están haciendo cada día más y más esclavos.

Reflexionar sobre el precio que esos dioses se cobran de nosotros, sobre su capacidad de absorbernos, de alienarnos, de dominarnos y dejarnos sin libertad. Comprender el caro tributo que nos imponen.

Reflexionar sobre las consecuencias, muchas de ellas constatables en cualquier momento, en cualquier situación, y lo que nos aportan.

Y reflexionar, en definitiva, si no merecerá más la pena presentarnos al Dios de Jesús, que no acapara sino que libera, que no esclaviza sino que salva, que no mata sino que da vida. Y ojalá también nosotros, al fin, nos presentemos ante el Dios de Jesús. Con todas sus consecuencias.

LUIS GRACIETA
DABAR 1992, 13


5.

En la primera fiesta de la Presentación hubo dos extraños invitados. Se invitaron ellos mismos. María y José no hicieron otra cosa que "sentirse maravillados" por la intervención de los dos invitados-sorpresa. El se llamaba Simeón y era justo y piadoso. La tradición dice que era, además, viejo. Lo ha llamado "El anciano Simeón". Sin duda, porque dijo aquello de "puedes ya dejar ir a tu siervo...". Ella se llamaba Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era profetisa y tenía 84 años. Otra anciana. Ambos andaban por el templo paseando su esperanza. Esperaban. Años y años esperando. Hasta que llegó Jesús y reconocieron en El al objeto de su esperanza. Simeón improvisó un poema de iluminación y Ana también alabó al Señor. Además, la viejísima Ana dio en hablar de Jesús "a cuantos esperaban la salvación de Jerusalén". Ninguno de los dos estaba previsto en el ritual de la Presentación pero he aquí que se erigieron en sombras maravilladas y luminosas del Protagonista. En humildes y esperanzados co-protagonistas. Hoy resulta imposible hablar de aquella fiesta y no citarlos con relieve.

Simeón y Ana tuvieron dos virtudes fortísimas: esperanza y lucidez. No se cansaron de esperar y, en el momento justo, supieron descubrir al Salvador. No era fácil descubrirlo entre tanta gente más brillante que El y no había sido fácil resistir años y años de esperanza.

EP/LUCIDEZ: La esperanza y la lucidez son virtudes modernas, modernísimas. La esperanza es cada vez más difícil y, por eso, es, cada vez, más virtud. Exige más fuerza, más entrega, mayor abundamiento de recursos sobrehumanos, mayor confianza en Aquel-que-todo-lo-puede y, tantas veces, parece que no puede nada.

Esperanza es confianza prolongada en el tiempo. Tensión. Pocos, muy pocos resisten. Lucidez es iluminación. Rara iluminación que viene de dentro y de fuera, de abajo y de arriba. Uno se deja iluminar por Quien puede hacerlo y, al mismo tiempo, deja salir la luz para iluminar a quien quiera dejarse iluminar. Todo, con sensatez y locura a partes iguales. Sólo son lúcidos los humildes y esperanzados. Los que todo lo esperan de Arriba y todo lo hacen como si de Arriba no bajara nada. En este desconcertante final de siglo, mantener la esperanza en la salvación que ya llegó es tan difícil como mantenerla (Simeón y Ana) en lo que aún no había llegado. Somos contemporáneos de Simeón y Ana que tienen la edad inconcebible de la esperanza inmarchitable. Dos viejos que esperan a un Niño y mueren contentos porque sólo cuando el Niño llega tiene sentido la muerte de ellos. Es decir, la Vida.

La Presentación es fiesta de lucidez y esperanza. Quienes se sientan cortejados por ambas virtudes, déjensen prender por ellas. Los alejados de toda iluminación acudan a estos viejecitos insensatos que tanto supieron esperar. Miren a su alrededor, no sea que el Niño haya llegado. Intenten descubrirlo. Dejarse quemar por la desesperanza es, con frecuencia, pudrirse de estupidez por falta de luces para descubrir luces. Si no la Luz, al menos luces, esas mil luces que brillan aquí y allá entre tanta oscura desolación.

La presentación es una fiesta mística. Necesaria y misteriosa. El mundo de la Fe está lleno de viejecitos cantarines y protocolos sencillísimos y padres aparentemente anodinos que portan niños vulgares y sorpresas de luz que estallan en cantos de esperanza agujereando las noches más insoportables. El misterio del Misterio, resquebrajado por personas sencillas que viven y cantan, sufren y esperan. La Salvación no llegará traída por los Técnicos de la Salvación sino por los disfrutadores de las mil salvaciones diarias. En sus brazos está el Salvador. No descubren a Jesús los sabios engreídos de su sabiduría sino los limpios y humildes de corazón cuya esperanza conduce a la Lucidez, cuya lucidez conduce a la Esperanza. María, José, Simeón, Ana. En medio, Jesús. Este Salvador jamás se dejó atrapar por los poderosos. La presentación es fiesta de luz, esperanza, humildad y comunicación.

BERNADINO M. HERNANDO
DABAR 1992, 13


6. LUMEN GENTIUM

Todo el mundo sabe que así tituló el Concilio Vaticano II uno de sus más importantes documentos: el que se refiere al «misterio de la Iglesia». Pero no debemos olvidar que esa luz que la Iglesia quiere extender nos viene de Aquel que es «Dios de Dios, luz de luz...». Como el mismo Concilio reconoce: «Por ser Cristo luz de las gentes, este Sagrado Concilio desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad...».

Pues bien. Eso, tan estremecedor y bello, que el honrado y piadoso Simeón proclamó diciendo: «Ahora, Señor, ya puedes dejar a tu siervo morirse en paz, porque mis ojos han visto al Salvador, que viene como luz de gentes», eso, es lo que celebra la liturgia. Ningún cristiano consciente debería faltar a tan sencilla y expresiva celebración.

Reflexionando sobre ella, se daría cuenta de que somos participantes en tres significativas «procesiones de antorchas».

PRIMERA.--La de hoy. El sacerdote, vestido de blanco al igual que los ministros y acólitos, en un lugar adecuado, invita al pueblo a encender sus cirios. Y, después de bendecirlos, mientras cantan la antífona «Luz para alumbrar a las gentes», se dirigen en procesión al templo para continuar la eucaristía. Es, pues, reconocer públicamente que Cristo ha venido como «luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo». Es tratar de convencerse de que esa luz quiere iluminarnos, purificarnos, transformarnos. Así dice Malaquías en una lectura de hoy: «Será como fuego de fundidor, como lejía de lavandero, como fundidor que refina la plata». Y, ahora que tanto se habla de ello, ¿no tenemos nosotros alguna corrupción que limpiar y, después, iluminar?

SEGUNDA.--¿Os acordáis de la vigilia del Sábado Santo? Pensad en lo que aquella noche ocurre. Estando el templo totalmente a oscuras, vamos entrando todos en él, al único resplandor del Cirio Pascual. El diácono canta por tres veces: «Luz de Cristo», a lo que todos, arrodillados, responden: «Demos gracias a Dios». Y más tarde, todos encienden sus cirios de ese único cirio --Cristo resucitado--, lucero de la mañana, luz sin ocaso. En ese momento nos envuelve un halo de gozo bienhechor. Porque comprendemos que esta noche es más clara que el día, ya que la Luz del Cuerpo de Cristo ha roto toda tiniebla: la del Cosmos y la de nuestro pecado. Todos los fieles, en ese momento, alrededor de Cristo Resucitado, forman la más luminosa procesión de antorchas que jamás haya existido. Y todos tenemos la certidumbre de que es verdad lo que Jesús proclamó: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas». Y, a la inversa; que si uno anda a la deriva, es porque «ha preferido las tinieblas a la luz».

Y TERCERA PROCESION.--La que el mismo Jesús organizó, dándonos su antorcha, como si de un corredor de olimpiadas se tratara: «Vosotros sois la luz del mundo. Y la luz no puede ocultarse bajo la mesa, sino que ha de ponerse sobre el candelero». Lo comprendemos perfectamente. «Tenemos que caminar como hijos de la luz». Y no vale alegar como Jeremías: «Soy un niño y no sé hablar». Porque, aparte de que «El pondrá palabras en nuestra boca», la luz que a nosotros nos pide es la de nuestra vida transparente y nuestra limpia conducta: «Para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el Cielo».

Dejadme evocar a los vigías de los faros. Ellos con su potente haz de luz sobre las costas, iluminan las rutas de todos los navegantes desorientados. Pues, eso, más o menos, quiere el Señor de nosotros.

ELVIRA-1.Págs. 98 s.


7.

Es interesante comparar los capítulos que Mateo y Lucas dedican a la infancia de Jesús. Mientras el primero incluye en su narración a los grandes del mundo (Herodes, sacerdotes y escribas, Magos), Lucas describe a la gente del pueblo que espera: los pastores, los ancianos piadosos, la gente sencilla.

Mateo describe la realidad de la vida: las dudas de José, la persecución, el llanto, la muerte de inocentes, la emigración, la indiferencia. Lucas nos transmite un ambiente de familia, de alegría, de confianza, de poesía.

El evangelio de Lucas interpela directamente nuestra vida y nuestro mundo. Reprueba todo fariseísmo, toda apariencia y legalismo, toda falsedad. Nos muestra cómo tiene que ser nuestra vida, nuestras relaciones personales y comunitarias con Dios y con los demás. Nuestro mundo, destrozado por la injusticia y la opresión, lleno de lágrimas y amarguras, encuentra en el evangelio de Lucas una respuesta a sus esperanzas.

Todo el capítulo segundo de Lucas presenta dos rasgos importantes. El primero es que va ampliando progresivamente el horizonte de los que oyen la Buena Noticia: los pastores, los ancianos Simeón y Ana; finalmente, los "doctores", sentados en el templo, escuchan la palabra pronunciada por el mismo Jesús.

Con ello el autor nos quiere expresar su concepción de la eficacia de la Palabra: sus comienzos son modestos, pero su marcha es irresistible, como refleja el mismo Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. El esquema del progreso evangélico, sobre el que están estructurados los dos libros de Lucas, está ya contenido en este capítulo. El segundo rasgo es el modo de comunicar la Buena Noticia: primero "desde arriba", por los ángeles a los pastores. Luego, mediante el testimonio personal: es el relato que los pastores hacen de su experiencia al que quiera oírles. Finalmente, por la palabra profética dirigida, bajo el "impulso" del Espíritu Santo, a la comunidad reunida para la oración: Simeón y Ana representan a los profetas que comunican a la asamblea de los creyentes cómo entienden ellos los gestos de Dios. Sus palabras expresan lo que la comunidad cristiana piensa de Jesús. Nos muestran que la Palabra divina no penetra en la comunidad, no alcanza a los corazones de sus miembros más que por la iluminación del Espíritu (Mt 16,17), que actúa a través de los profetas (I Cor 12,3).

El texto de Lucas es también fruto de una doble preocupación: subraya el lazo de unión de Jesús con el judaísmo y sugiere la novedad significada y realizada por Jesús. Hay continuidad del Antiguo al Nuevo Testamento, cumplimiento; pero, a la vez, una cierta ruptura.

Es de notar la avanzada edad de todos los que representan al Antiguo Testamento: Zacarías e Isabel, Simeón y Ana.

1. El templo, casa de oración

Maria, como hacían todas las mujeres israelitas, va a cumplir los ritos de la purificación, obligatorios para las que acababan de dar a luz. Toda madre, al tener un hijo, quedaba legalmente "impura", y tenía que ser declarada "pura" en el templo por un sacerdote. Además, todo primogénito pertenecia a Dios (Ex 22,28). Los primeros nacidos de los animales eran sacrificados; el primer hijo de cada familia era rescatado por medio de una ofrenda. Se habia convertido en un buen negocio para los que controlaban el templo.

La purificación de la madre y el rescate del primogénito, prescritos por la ley (Lev 12,1-8), se convierte en Lucas en una presentación del Niño. El tercer evangelista da gran importancia a esta primera entrada de Jesús en el templo de Jerusalén, centro para él del plan divino de salvación.

La ofrenda que presentan los padres de Jesús para rescatarle es la de los pobres: "un par de tórtolas o dos pichones". Los ricos presentaban animales más grandes y más caros. El templo era un lugar que avalaba todo tipo de diferencias sociales y raciales: había en él lugares reservados para los sacerdotes y grandes personajes, los hombres y las mujeres estaban en lugares distintos; lugares a los que no podían entrar los gentiles.

José y María, que llevaban en su sangre las inquietudes expresadas en el Magnificat, ¿no sentirían una gran repugnancia ante aquellas diferencias sociales y aquel negocio? ¿Cómo no rompían con todo aquello, tan indigno de Dios y que tanto atacaban los profetas del Antiguo Testamento, lo mismo que atacan los "negocios" de la Iglesia los profetas actuales?

Ellos aguantaron aún. Pero el Hijo que traían en brazos iba a desenmascarar todo aquello: "Mi casa es casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos" (Lc 19,46).

2. El profeta, pregonero de utopía

Cuando Jesús nació, muchos en Israel anhelaban un cambio social profundo y la expulsión de los romanos de Palestina. Simeón y Ana veían acercarse su muerte sin haber visto nada de ello. Morirían, como tantos, y todo seguiría en vagas promesas.

Simeón es un profeta: esto es lo que significa el don del Espíritu que posee. De ahí que pueda hablar del futuro y en nombre de Dios. El Espíritu Santo actúa y abre los ojos de este anciano, que descubre en el hijo de María "el consuelo de Israel". Iluminado por el Espíritu, intuye, a través de los signos de pobreza, la gran realidad presente en Jesús: la salvación-liberación de Israel.

Por eso profetiza, aunque lo único que tiene en brazos es un recién nacido, hijo de unos pobres habitantes de un pueblo insignificante. En aquel Niño vislumbra la revolución liberadora, falte el tiempo que falte. Es posible cambiar las cosas. Podemos llegar a esa utopía que Jesús llamará "reino de Dios".

Para el que sabe descubrir estos signos y seguir la lucha que ellos marcan, la muerte cambia de sentido, deja de ser algo desesperante y absurdo.

El himno de Simeón es un bello ejemplo de oración. Es la oración de un hombre cercano a la muerte, que da gracias por la "salvación" que se le ha concedido "ver" durante su vida y que le ha producido una profunda alegría. Ha captado el misterio del Niño y encuentra la paz; sabe que Dios es la plenitud humana y canta la gratuidad de la salvación.

Las palabras de Simeón corresponden a las dos etapas históricas del plan divino: una es de alabanza a Dios porque la salvación ya ha llegado al pueblo y tiene una dimensión universal, por mediación de Israel (Is 60); la segunda, el rechazo de la mayoría del pueblo elegido, que traerá la crisis y la división en el interior del mismo.

La "luz" que llega al templo tiene un destino universal. Israel, representado por el anciano Simeón, puede "morir" como institución religiosa, pues ha llegado el tiempo nuevo de la salvación para todas las naciones, sin distinción alguna. Salvación que no se realizará sin luchas y oposición. Israel deberá abrir su luz a todos los pueblos de la tierra.

Sólo entre todos los hombres llega a ser vivido en plenitud lo humano. Sólo existimos verdaderamente en virtud de la comunidad de los hombres. No existe ninguna profundidad en la vida sin la profundidad de la vida en común. Nuestra vida en la historia se mueve tan en la superficie como nuestra vida individual.

El amor de Dios por todos y cada uno de los hombres no es un amor puramente sentimental, no es sólo ternura y expresión de sentimiento, sino también exigencia y renuncia. El amor de Dios no es paternalista, sino que es, sobre todo, liberador: hace personas libres.

Jesús es el "Salvador" para "todos los pueblos", "luz" de "las naciones" y "gloria de Israel".

Es "luz". No sólo una luz que ayuda a caminar, sino una luz que salva, que guía por un camino que conduce a la vida. Por eso se llama "Salvador".

Es "gloria". En lenguaje bíblico significa la manifestación del mismo Dios. Jesús es la "gloria de Israel", porque es la máxima manifestación de Dios en el pueblo.

Lucas -que no era judío- nos dice que Jesús es la "gloria" -la culminación- del pueblo judío. Pero, al mismo tiempo, insiste que es para "todos los pueblos".

Jesús está plenamente injertado en la historia de la humanidad inquieta, inconformista, utópica. El largo caminar durante siglos del pueblo judío es una progresiva preparación necesaria para llegar a la manifestación culminante de Dios en Jesucristo.

Manifestación que ya no queda encerrada en un pueblo, sino que es para todos. Ningún pueblo, ninguna clase, ninguna cultura, ninguna Iglesia tendrá derecho a monopolizar esta "luz" de Dios.

La misión propia del pueblo judío fue preparar el advenimiento de esta luz que es Jesús. La misión propia de la Iglesia es comunicar esta luz a todos los pueblos, en todas las épocas. Y si la tentación del pueblo judío fue la de resistirse a traspasar lo que nació en él, también la tentación de la Iglesia -de los cristianos y de las comunidades- es la de no ser transmisores para todos de la luz de Jesús. El pueblo judío sucumbió a esa tentación. La Iglesia también, en gran parte de su historia: ¿qué "evangelio" encarna? ¿Será capaz de abrirse y conectar con los grandes valores del pueblo secularizado contemporáneo?

3. Necesidad de una opción dolorosa

Ser creyente es ser peregrino, caminar en la incertidumbre y en la inseguridad, caminar de sorpresa en sorpresa. El amor de Dios es exigente, siempre está empujando para que los hombres crezcamos y maduremos.

Para los padres de Jesús fue difícil comprender el plan de Dios y la misión que se les encomendaba. Porque, por muchas ideas que tengamos sobre los planes de Dios hacia nosotros y hacia los que nos rodean, es siempre mucho más lo que se escapa a nuestra comprensión. Estaban admirados de lo que Simeón decía del Niño. Sólo los pobres tienen capacidad de admirarse ante otros. A los "ricos" les da vergüenza: es signo de debilidad y sencillez.

María y José, que son las personas más próximas a Jesús, también necesitan de las palabras de los demás para ir comprendiendo mejor lo que el Padre quiere realizar en Jesús para los hombres. Su fe les va descubriendo las profundidades del amor del Padre sobre el Niño. Poco a poco, y con sufrimiento, comprenderán el significado de la misión de su Hijo.

Lucas, que escribe muchos años después del asesinato de Jesús, hace decir a Simeón que el Niño será causa de contradicción, "será como una bandera discutida". Jesús viene a renovar todas las cosas. Pedirá un si o un no, con todas las consecuencias. Y será discutido, será portador de una crisis. Ante El será necesaria una actitud clara de la persona.

El Niño provocará la caída de unos y la elevación de otros; unos avanzarán con El hacia la plena liberación, otros se hundirán en egoísmos y conformismos estériles y crueles. La vida de Jesús dará fe de ello. Y la historia, hasta hoy, también. ¿Dónde colocar a los que dicen que "creen" y actúan en contra de esa fe; o a los que dicen que "no creen" y realizan obras de justicia? Desde ahora, la suerte de cada uno se jugará en su decisión ante Jesús, ante lo que El representa: búsqueda de libertad, de amor, de justicia, de paz, de solidaridad... para todos; o encerrarse en las propias conveniencias.

El Padre destinó a Jesús para que cada hombre, todo Israel, tome ante El su decisión; decisión que debe ser clarificada por las obras. No es posible mantenerse neutral. En Israel, el pueblo elegido de Dios, no reciben la liberación y logran la salvación más que los que toman una opción por el Hijo. Sólo el que opta personalmente por Jesús -antes y ahora- pertenece verdaderamente al pueblo de Dios. Una opción que lleva al compromiso de tomar únicamente desde El todas las decisiones de la propia vida.

Jesús es bandera discutida porque sitúa al hombre ante la decisión. Y decidirse es doloroso, porque nos pide ponernos al lado de los desheredados, hacernos desheredados. La contradicción no existe -lo saben muy bien los cristianos bien acomodados- cuando unimos una fe de palabra con una vida sin relación con esa fe. Pero entonces no hay opción por Jesús, aunque nos empeñemos en lo contrario. Por eso existe tan poca contradicción con la sociedad que nos rodea: falta opción por Jesús, vida comprometida con el pueblo en la mayoría de los cristianos.

La sociedad de consumo viene en ayuda del hombre moderno para impedirle pensar en el modo de vivir la fe en Jesús, incapacitándole para que descubra la dicotomía entre las palabras y la vida. Hay en nuestra sociedad demasiado ruido y demasiadas prisas, demasiadas comodidades y superficialidades, demasiados egoísmos para llegar a Jesús, presente en lo más profundo del corazón humano.

La oposición ocasionada por El será tan brutal, que alcanzará dolorosamente a su madre. Madre e Hijo se ven asociados en un mismo destino doloroso. María irá acompañando a Jesús hasta el momento de su muerte en la cruz, en que "una espada le traspasará el alma". La espada que atravesará a María designa no sólo su sufrimiento personal, sino también el desgarramiento de la "hija de Sión" por la devastación del país, por la opresión y la explotación de los pobres de la tierra.

Dios ha dicho su última palabra en Jesús; el hombre dará su respuesta mayoritaria con la cruz: una minoría -los dirigentes religiosos y políticos- dirigiendo el crimen, una mayoría -el pueblo, siempre manejado y alienado- sirviendo de comparsa. La victoria del Mesías nacerá de su derrota. La vida llega por la muerte.

Todavía no se habla de la cruz, pero ésta es la última consecuencia de la contradicción. Un hombre como Jesús inquieta demasiado y hay que matarlo para poder interpretarlo después a nuestro gusto. Es lo que se hace normalmente con los hombres de esta categoría. Las verdaderas causas por las que murió Jesús resuenan ya en el evangelio de la infancia.

Pero, a la vez, quedan al descubierto los pensamientos y los intereses de muchos corazones, a poco que queramos interpretarlos.

La decisión que se tome ante la señal que es Jesús y las razones que demos para seguir compaginando una fe sin una vida, descubren las profundidades ocultas de los sentimientos humanos, lo que hay en realidad dentro de cada corazón.

4. Ana canta la alegría de una esperanza

Y otra anciana, llena de verdadera religiosidad, que esperaba que todo cambiara un día, entra también en escena. Las palabras de Simeón hallan eco en esta mujer piadosa, profetisa y bendecida por Dios con una larga ancianidad. Como los pastores de Belén, también ella alaba a Dios y habla a todos de aquel Niño, que es la liberación de Israel y de todas las naciones. Caminos que iban a acabarse en la nada, de repente, encuentran sentido. Morirán con esperanza.

La palabra de Dios, que sacia las esperanzas de su pueblo, se ha hecho Hombre. Este pueblo está representado en esta mujer pobre y viuda, que ha gastado su vida en ayunos y oraciones cerca de la casa de Dios.

Ana reconoce la llegada del Mesías y, llena de gozo, se convierte en apóstol. Cuando nos llena una gran alegría, un gran ideal, no tenemos más remedio que gritarlo. Si esto no nos ocurre, ¿tendremos dentro de nosotros algo que merezca realmente la pena? Ana no cesa de hablar de Jesús a todos los que esperaban al Mesías. Solamente se puede hablar del Mesías a los que esperan algo en la vida, a los insatisfechos, a los pobres, a los que se sienten oprimidos... Los que ya se creen liberados y satisfechos, ¿qué pueden entender?

La palabra de Dios tenemos que aceptarla desde nuestras propias ilusiones y esperanzas, buscando en ella las respuestas a los acontecimientos diarios, sean del tipo que sean. Tenemos que aceptarla como se acoge a un íntimo amigo en casa. María y estos dos ancianos iluminan perfectamente el misterio de Cristo Mesías, y se convierten para nosotros en modelos de la espiritualidad basada en la esperanza de los pobres.

5. Y el Niño crecía...

Retornan a Nazaret, el pueblo de Maria, donde el Niño crece y se robustece. El crecimiento abarca a toda su persona; goza en plenitud de la gracia de Dios y de su sabiduria. Gracia y sabiduría que le iban llevando a profundizar en los acontecimientos, a descubrir el porqué de tantas situaciones y la salvación ofrecida por Dios a todas las naciones. Si "se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba", ¿qué le llevaría a hacer, viendo tantas injusticias y opresiones a su alrededor, cuando fuera mayor? José, su padre, era el "arregla todo" del pueblo. Su posición económica debía ser muy modesta. Crecía, se hacía fuerte, aprendía... como hacen todos los niños con un mínimo de condiciones normales para vivir. Fue de los que tuvieron suerte de poder sobrevivir, crecer y robustecerse; porque entonces allí -igual que ahora en tantos lugares del mundo- muchos niños de familias modestas morían por desnutrición, miseria, falta de posibilidades higiénicas...

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
 PAULINAS/MADRID 1985. 122-129