25 HOMILÍAS PARA LA FIESTA DE
SAN JUAN BAUTISTA
(23-25)

 

23.

En la Iglesia hoy se celebra el Nacimiento de San Juan Bautista. Es esta la celebración más antigua de un Santo en la Iglesia, que se celebra ya desde el siglo IV.

 

La figura del bautista es tan importante que se trata del único Santo del que se celebra el nacimiento y la muerte, de los demás celebramos únicamente la muerte.

 

El Evangelio nos narra su nacimiento; y llama la atención la claridad que Isabel y Zacarías tenían de que su hijo era de Dios y tenía una misión más allá que la de ser el primogénito.

 

Si tenemos en cuenta que para los judíos era muy importante dejar descendencia, para Zacarías hubiera sido importante ponerle su nombre y reconocerlo así como su primogénito; pero ellos saben que ese hijo tenía una vocación mucho más importante y por eso obedecen a Dios poniéndole Juan, que significa: Yahvé le es favorable.

Juan, hijo de Zacarías e Isabel, pariente de María, iba a ser el Precursor de Jesucristo, y a esta misión consagra su vida entera. Esta misión de Precursor se caracteriza por ser el que anuncia al Señor: "vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era la luz, sino el que había de dar testimonio de la luz". Así empieza San Juan su evangelio,

Si por algo destacó la predicación de Juan Bautista fue porque estaba en perfecta armonía con su vida. "Haced penitencia, decía, porque está cerca el reino de los Cielos". Sus palabras iban siempre a acompañadas de su ejemplo, y movían a todos los que lo escuchaban. (En esto se parecía completamente a Jesús)

 

Tal fue la repercusión de su predicación, el impacto que causó su forma de vivir y sus palabras que algunos de sus discípulos pensaron que él era el Mesías esperado. Pero Juan protesta abiertamente diciéndoles: "yo os bautizo con agua, pero viene quien es más fuerte que yo, al que no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y en fuego". "Es necesario que El crezca y que yo disminuya"

 

Con su vida y sus palabras Juan dio testimonio de la verdad,

·        sin tener miedo a los que tenían el poder político

·        sin desviarse por las alabanzas de las multitudes;

·        sin ceder a las continuas presiones de los fariseos.     

 

Así perdió su vida por reprochar al rey Herodes el hecho de que conviviese en adulterio con la mujer de su hermano.

 

Del modo de vivir de Juan, de esa coherencia entre su modo de vivir y su fe, creo que sale la primera y la más importante consecuencia para nuestra vida:

 

El Señor espera de cada uno de nosotros que también seamos como el Bautista: testigos de su luz. Es la misma misión de Juan la que Jesús nos encomienda a nosotros en un día de fiesta como el de hoy, para que la ejerzamos en nuestros ambientes, en nuestros hogares y en nuestros trabajos. El Señor nos sigue diciendo: Preparad los caminos, anunciad a los demás la venida del Reino de Dios....

 

De la misma manera que Juan tenía una vocación divina, cada uno de nosotros la tenemos; todos estamos llamados a vivir en el amor, a dar testimonio de nuestro Padre, a ser testigos de la vida de Jesucristo, a ser portadores de la Buena Nueva

 

La coherencia entre lo que creemos y nuestra conducta, la coherencia entre nuestro modo de vivir y nuestro modo de pensar es la mejor enseñanza que nos deja la vida de San Juan. Y sin ningún tipo de dudas la mejor forma que tenemos de ser testigos de la luz.

 

Nuestra devoción por el Santo debe llevarnos a aprender de él esa unidad de vida que lo llevó a no condescender con las injusticias y las ofensas al Señor.

 

Juan el Bautista era la “voz que clamaba en el desierto”. Él era la Voz y Cristo la Palabra; esa Palabra sigue necesitando de “voces” que cumplan su misión y proclamen con sus vidas que Jesucristo es nuestro Señor y vive entre nosotros. De nada sirve que saquemos en procesión por las calles del pueblo a Jesucristo sacramentado y a Juan que fue su precursor, si luego no estamos dispuestos a ser sus testigos.

Pidamos al Señor que seamos como Juan, "la voz que clama en el desierto". Que seamos voz en medio del mundo, en los distintos lugares y ambientes en que transcurra nuestra existencia

Paco Artime
Parroquia de Tapia de Casariego


24. Fray Nelson Temas de las lecturas: Te convertiré en luz de las naciones * Antes de que Jesús llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de penitencia * Juan es su nombre.

1. Nacimiento Anunciado
1.1 Juan, el Bautista, tiene su nombre en la Iglesia en razón de su obra más característica: los bautismos que realizaba a orillas del río Jordán. Le llamamos “el bautista”, esto es, “el bautizador” por esa obra de predicación profética que sirvió de preparación inmediata al ministerio público de Jesús.

1.2 Sin embargo, Juan fue preparación para la obra de Cristo no sólo con los bautismos. Mucho antes de que su palabra resonara en el desierto, Juan era precursor de Nuestro Señor. Su presencia en el mundo es fruto de un designio de Dios que quiso vencer la esterilidad de Zacarías e Isabel, y vencer también su avanzada edad, regalándoles un niño.

1.3 El nacimiento anunciado de este niño, que además recibió la visita y el amor de la Virgen María, precedió por medio año al nacimiento del Mesías. De este modo quedaron patentes tanto la gracia que traía en su seno la Madre de Dios como la grandeza de aquel que tal visita recibió.

2. “¿Qué será de este niño?”
2.1 En torno al nacimiento de Juan se conjugaron bellamente varios hechos insólitos. Zacarías, su padre, que había perdido el habla como reproche a su incredulidad ante el anuncio del Arcángel Gabriel, recobró el uso de la palabra, de modo que aquel que con su mudez había mostrado la esterilidad del pecado ahora con su voz proclamara la fecundidad que trae la gracia.

2.2 Por otra parte, Zacarías escoge para el niño un nombre que no pertenece a su familia. “Nadie en tu familia se llama así” le increpaban con razón sus parientes y vecinos, pero él se sostuvo en su decisión. El nombre “Juan”, Johannes, se interpreta “Yahvé es favorable” y esta designación le parece preferible a Zacarías sobre su propio nombre, que se interpreta “Yahvé ha recordado”.

2.3 Cosa notable que este hombre haya renunciado a dejar su nombre en el único hijo de sus entrañas, con el único propósito de dar testimonio de la gracia divina.


25. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Textos Sagrados

 

Lectura del Profeta Isaías (49, 1-6)

Escuchadme, costas lejanas, atended, pueblos remotos.

El Señor me llamó desde el vientre de mi madre, desde el seno materno pronunció mi nombre.

Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió a la sombra de su mano; me convirtió en una flecha punzante, me ocultó en su aljaba, y me dijo: “Tú, Israel, eres mi servidor; yo estoy orgulloso de ti”.

Yo, por mi parte, pensaba: “En vano me fatigué, inútilmente he gastado mis fuerzas”.

Pero el Señor defendía mi derecho, en mi Dios estaba mi recompensa.

Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el seno materno para que fuera su servidor, para que le devolviera a Jacob y le reuniera a Israel, porque yo era el orgullo del Señor y mi Dios era mi fuerza: “Es demasiado poco que seas mi servidor, que restaures a las tribus de Jacob y hagas volver a los sobrevivientes de Israel: Yo te pongo ahora como luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”.

Palabra de Dios.


Salmo 138, 1-3, 13-l4ab, 14c-15

Doy gracias porque fui formado manera tan admirable.

Señor, tú me sondeas y me conoces,
tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,
te das cuenta si camino o si descanso,
y todos mis pasos te son familiares. R.

Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras! R.

Tú conocías hasta el fondo de mi alma
y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra. R.

 

Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles (13, 22-26)

En aquellos días, Pablo dijo «Cuando Dios desechó a Saúl, les suscitó como rey a David, de quien dio este testimonio: “He encontrado en David, el hijo de Jesé, un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi voluntad”.

De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús.

Como preparación a su venida, Juan había predicado un bautismo de penitencia a todo el Pueblo de Israel. Y al final de su carrera, Juan decía “Yo no soy el que vosotros creéis pero sabed que después de mí viene Aquél a quien yo no soy digno de desatar las sandalias”.

Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a vosotros: los descendientes de Abraham y los que teméis a Dios».

Palabra de Dios

ALELUIA (Lc. 1, 76)

Aleluia. Tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque precederás al Señor para prepararle el camino. Aleluia.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (1, 57-66. 80)

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.

A los ocho días se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías como su padre.

Pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron asombrados.

Y en ese mismo momento Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.

Todos los que se enteraron, guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?”. Porque el poder de Dios estaba con él.

Mientras tanto, el niño crecía y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

Palabra del Señor.

(Leccionario, Santoral y Misas Diversas, Comisión Episcopal de Liturgia, Secretariado Nacional, Ediciones Litúrgicas Argentinas, 1972)

 

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Comentarios Generales

 

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
 
PARALELO ENTRE LA NATIVIDAD DE JUAN Y
LA DE CRISTO.

Celébrase hoy la fiesta de San Juan, cuya natividad hemos ahora oído llenos de admiración al recitársenos el Evangelio. ¿Cuál no será la gloria del Juez si tanta es la de su heraldo? ¿Cuál no será el que ha de venir, si tal es quien le adereza el camino? La Iglesia celebra la natividad de San Juan como fiesta sagrada, y no hay uno, entre todos los Padres a, cuyo nacimiento se celebre solemnemente. Celebramos el de Juan, celebramos el de Cristo; ello no puede carecer de una razón singular, y si nuestras lucubraciones no corren parejas con tan hondo misterio, siempre serán muy provechosos y elevados los esfuerzos para sondearlo. Nace Juan de una anciana infecunda. Cristo, de una jovencita virgen. Juan es fruto de la esterilidad, Cristo lo es de la integridad. En el nacer de Juan echase de menos la edad adecuada de sus padres; en el nacer de Cristo, el abrazo marital. Uno es anunciado por la voz de un ángel, y a la voz de un ángel es el otro concebido. El padre no da crédito al futuro nacimiento de Juan, y queda mudo; cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal. Y, sin embargo, casi son unas las palabras de Santa María y las de Zacarías al ángel anunciador. Zacarías dice: ¿En qué modo podré yo cerciorarme de esto, porque yo soy viejo y es mi esposa de avanzada edad? Dícele María: ¿Cómo se hará esto, no conociendo yo varón? ¿No son casi unas las palabras? Al primero se le replica: Enmudecerás mientras esto no suceda, por no haber creído mis palabras, las cuales tendrán seguro cumplimiento a su hora; a la segunda se le contesta: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te asombrará, y, por ende, lo santo que de ti nacerá llamaráse Hijo de Dios. Aquél es reprendido, ésta es aleccionada. A Zacarías se le dice: Por no haber creído; y a la Virgen: Recibe lo que has pedido. No se llevan nada las palabras: En qué modo podré yo cerciorarme, y Esto, ¿cómo sucederá? Más quien tales palabras oía, veía también el corazón sin pliegue alguno. El lenguaje de ambos velaba un pensamiento; mas, si este pensamiento se hallaba velado, era para los hombres, no para el ángel, o digamos para quien por el ángel hablaba. En fin, nace Juan cuando los días empiezan a menguar y a ser más largas las noches; Cristo nace cuando las noches decrecen y crecen los días; de donde, como si reparara en ello, dice Juan: Es necesario crezca él y mengüe yo. Ved, pues, lo que nos hemos propuesto examinar y discutir, mas he juzgado que debía echar por delante todo eso; y si la falta de espacio o de luz nos prohíbe adentramos cual convendría en tan grande misterio, suplirá con ventaja nuestras enseñanzas quien habla dentro de vosotros aun en ausencia nuestra y es objeto de nuestros piadosos pensamientos huésped de vuestro corazón y del que habéis sido hechos templo.

JUAN, LÍMITE ENTRE LOS DOS TESTAMENTOS.

Juan parece ser como línea divisoria entre ambos Testamentos: el Antiguo y el Nuevo. El Señor mismo enseña que lo es en algún modo, al afirmar: La ley y los profetas hasta Juan Bautista. Es, por ende, personificación de la antigüedad y anuncio de los tiempos nuevos. Como representante de la antigüedad, nace de padres ancianos, y como quien preludia los tiempos nuevos, muéstrase ya profeta en el seno de su madre. Aún no había nacido, cuando, a la llegada de Santa María, salta de gozo dentro de su madre. Antes, pues, de venir al mundo hallábase revestido del carácter profético, y muestra bien cuyo es precursor aun antes de haberle visto. Todo lo cual excede, por divino, a los alcances de la fragilidad humana. En fin, él nace, recibe un nombre y se desata la lengua de su padre. Y porque tal vez preguntes adónde mira todo esto, coteja lo sucedido con aquello de que es figura o imagen significante. Compara lo sucedido, y nada más que lo sucedido, con su significación; no vayas a pensar que lo sucedido no tiene significado alguno; y observa qué gran misterio. Guarda Zacarías silencio, pierde el uso de la lengua hasta que, nacido el precursor del Señor, recobra la voz. ¿Qué significa este silencio de Zacarías sino que hasta la predicación de Cristo se hallaban veladas y como encerradas y ocultas las profecías, mientras que se abren a su advenimiento y se iluminan venido aquel de quien ellas hablan? El recobrar Zacarías el uso de la lengua y el rasgarse el velo del templo al expirar Cristo en la cruz tienen un mismo sentido. Si Juan se hubiese anunciado simplemente a sí mismo, no hubiera recobrado Zacarías su lengua; desátase la lengua porque nace la voz. Cuando ya Juan predicaba, en efecto, a Jesucristo, vinieron a preguntarle: Tú, ¿quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz de aquel que dama en el desierto.

LA VOZ Y LA PALABRA.

Juan es la voz; mas desde el principio el Señor era la Palabra. Era Juan la voz por algún tiempo; Palabra desde el principio, Cristo es Palabra (Verbo) por toda la eternidad. Suprimid la palabra—el verbo—, ¿qué cosa es la voz? Donde falta la idea, sólo hay un ruido vano, en tal modo que, si la voz no es palabra, hiere los oídos, mas no edifica, no le dice al corazón nada. Observemos el interior desarrollo de nuestras ideas. Mientras reflexiono sobre lo que voy a decir, la palabra está dentro de mí; pero, si quiero hablar contigo, busco el modo de llevar a tu corazón lo que ya existe dentro del mío. Examinando, pues, cómo hacerla llegar a ti, cómo introducir en tu corazón esta palabra interior mía, recurro a la voz y con su ayuda te hablo. El sonido de la voz conduce a tu espíritu la inteligencia de una idea mía, y cuando el sonido vocal te ha llevado al sentido de la idea, este sonido se desvanece, pasa; mas la idea cuyo vehículo fue, queda en ti sin haber cesado de vivir en mí. Y cuando el sonido cumplió su oficio, el de servir como puente a la palabra desde mi espíritu a tu espíritu, ¿no parece ir diciendo al desvanecerse Menester es crezca ella y yo mengüe; este gozo mío se ha cumplido? Apoderémonos de la idea, hagámosla como entrar en la medula de nosotros mismos, no la perdamos. ¿Quieres ver la voz que pasa y la divinidad del Verbo, que permanece? ¿Dónde hallarás hoy el bautismo de Juan? Hecha su obra, pasó; mas el bautismo de Cristo es de uso frecuente. Todos creemos en Cristo y esperamos de él la salud; eso mismo dijo la voz. Así como es difícil discernir entre la palabra y la voz, a Juan se le tomó por Cristo. Se tomó la voz por la Palabra, mas, para no hacerle agravio, la voz reconoció su oficio propio. Yo no soy—dijo—ni el Cristo, ni Elías, ni profeta. ¿Quién eres, pues?, le replicaron. Yo soy la voz del que dama en el desierto: “Preparad los caminos al Señor.” La voz del que dama en el desierto, la voz del que rompe su silencio: Preparad los caminos del Señor; como si dijera: “Yo soy la voz cuyo sonido no hace sino introducirnos la Palabra en el corazón; mas, de no prepararle vosotros el camino, ella no se dignará venir a donde yo querría verle entrar.” ¿Qué significa: Preparad el camino, sino: “Sed humildes en vuestros pensamientos, imitad en él la humildad”? Tomándosele por Cristo, muy lejos de encaramarse sobre ajenos errores, proclama no ser él quien ellos piensan. Si no diciéndolo se le tomaba por él, ¿qué hubiera sucedido diciendo: “Yo soy el Cristo”? No lo dijo, reconoce lo que es; no hace por confundirse con el Cristo, se humilla. Vio muy claramente dónde estaba su salud, entendió ser antorcha y temió ser apagada con el soplo de la soberbia.

EL PORQUÉ DE LA GRANDEZA DE JUAN.

Agradóle a Dios ver que daba testimonio de Cristo un hombre de tales dones enriquecido, que pudo pasar por el Cristo. Entre los nacidos de mujer, dijo Cristo mismo, no ha surgido nadie superior a Juan Bautista. Si, pues, ningún hombre hace a este hombre ventaja, quien es superior a él, sin duda, es más que hombre. ¡Testimonio admirable de Cristo sobre sí mismo!; pero la luz meridiana no es aún bastante clara para los ojos legañosos y delicados. Los ojos enfermos, que rehuyen la luz solar, soportan la de una candela; ved por qué, antes de alborear, se hizo el Día preceder de una antorcha que iluminase los corazones fieles y confundiese a los incrédulos. He aderezado una antorcha para mi Cristo, y esta! antorcha es Juan, heraldo del Salvador, pregonero del Juez y! amigo del Esposo, que va a venir. He aderezado una antorcha para mi Cristo. ¿Por qué se la preparaste? Llenaré a sus enemigos de confusión, mas sobre él florecerá mi santidad. Y ¿cómo puede la antorcha esta servirle para llenar de confusión a sus enemigos? Abrid el Evangelio. Los judíos, calumniadores, le dicen al Señor: ¿En virtud de qué poder obras así; si tú eres el Cristo, dínoslo sin rodeos. Buscan, no la fe, sino razones de acusación; no salvarle, sino prenderle. Observad cómo les responde quien leía en sus corazones y cómo se apercibe a encender la antorcha para llenarlos de confusión. Os preguntaré, les dice, os preguntaré a mi vez una cosa. Decid: el bautismo de Juan, ¿de dónde viene, del cielo o de los hombres? Heridos de súbito y (aunque la luz sólo brillaba muy débil a sus ojos) forzados a ir a tientas, no pudiendo resistir la claridad meridiana, huyen a esconderse en las lobregueces de su corazón, y allí pierden el tino, y tropiezan, y ruedan por el suelo. Si decimos, pensaban ellos para sí, bien que Jesús lo veía, si decimos que del cielo, nos dirá él: “Por qué, pues, no habéis creído?” (Porque Juan había dado testimonio acerca de Cristo.) Y si dijésemos que de los hombres, el pueblo nos apedreará, porque a Juan le tenía el pueblo por gran profeta. Así que respondieron: Lo ignoramos. ¡Lo ignoráis, estáis sumidos en tinieblas y huís del Día! ¡Cuánto mejor fuera, si las tinieblas invadieron el corazón humano, dar acceso a la luz que privarse de ella! Al responder: No lo sabemos, el Señor repuso: Pues tampoco os diré yo en virtud de qué poder hago estas cosas; os conozco la intención; habéis dicho: Lo ignoramos, no para que os lo enseñe, sino porque rehusáis confesarlo.

AUTORIDAD SUPREMA DEL TESTIMONIO DE JUAN.

¿Quién, pues, dará testimonio de este gran Día, oculto en cierto modo por la nube de la carne? Dadme una antorcha para mostrar el Día; dad a esa antorcha una claridad tal, que sólo el Día la venza en esplendor. Entre los nacidos de mujer no ha surgido nadie superior a Juan Bautista. ¡Oh Providencia inefable! Cuando reflexiono, hermanos míos, sobre esto, sube de punto mi pasmo al escuchar lo que, según el Evangelio, dice Juan de Cristo: Yo no soy digno de soltarle las correas del calzado. ¿Hay expresión de más humildad? ¿Hay algo más elevado que Cristo? ¿Hay algo más abatido que un hombre crucificado? El esposo es aquel al que pertenece la esposa; pero el amigo del esposo permanece en pie, escucha y se regocija de oír su voz, y no la propia. Nos otros todos, añade Juan, hemos recibido de su plenitud. ¡Cuántas maravillas dice del Señor! ... ¡Qué cosas tan magníficas y elevadas y dignas de él, si alguien puede hablar cosas que de él sean dignas! No obstante lo cual, Juan Bautista no forma entre sus. Discípulos, no le sigue como Pedro, Andrés, Juan y sus compañeros; antes, a su vez, tiene discípulos propios y los conserva aun estando el Señor delante con los suyos; se los llama discípulos de Juan, y hasta llegaron a decirle al Señor: Los discípulos de Juan ayunan, y ¿no ayunan los tuyos? Era, sin duda, menester fuera Cristo predicado por un precursor fiel, a quien podía considerársele su rival. Tenía Juan discípulos, Cristo asimismo; parecía como formar escuela aparte, mas estábale unido estrechamente y daba testimonio de él. Ved ahí por qué no ha surgida nadie superior a Juan Bautista entre los nacidos de mujer. Hubo profetas, reunieron discípulos, no a presencia de Cristo. Vinieron después los grandes apóstoles, como discípulos de Cristo, no como quienes tuvieran discípulos al tiempo que él. Juan, empero, tiene discípulos, los recluta, los bautiza; mas ¿cómo, hermanos míos? ¿Obra con independencia o en armonía con Cristo? Obra en armonía perfecta con él para ser salvado por Dios, pues era hombre; y si al primer viso parece independiente, es para más autorizar su testimonio. Fíjate bien en esta circunstancia. Cuando Pedro, y Andrés, y Juan y otros reconocían en Jesús al Salvador, hubiéraseles podido decir: “Alabáis a quien seguís, pregonáis a quien os halláis ligados.” Venga, pues, la antorcha aderezada para confundir a los enemigos de Cristo y reúna discípulos. Si Cristo los tiene, Juan los tiene igual; Cristo bautiza, Juan también, y lléganse a Juan y le dicen: Aquel de quien diste testimonio, mira que bautizo y todos se van en pos de él, para que, como rival envidioso de Cristo, hablase algo contra él. Mas entonces la llama de la antorcha esta vacila menos que nunca, lanza resplandor más vivo, se nutre mejor, y tanto más lejos está de apagarse cuanto más distintamente se le aparece la verdad. Ya os he dicho, responde San Juan, que yo no soy el Cristo. El esposo es aquel a quien pertenece la esposa. El que ha bajado del cielo está sobre todos. Los que daban fe a sus palabras sintiéronse dominados por una profunda admiración hacia Cristo, y los enemigos del Salvador halláronse sumidos en confusión, viendo como forzado a confesar su gloria a quien había sido creído capaz de envidia. El siervo se halla forzado a reconocer a su Señor, la criatura a dar testimonio de su Creador, o más bien, no es fuerza, sino placer. Juan no es rival, sino amigo; no busca la propia gloria, sino la gloria del Esposo.

JUAN, NACIDO EN PECADO. TAMBIEN NECESITÓ DEL SALVADOR.

Así, pues, me dirá: “Juan Bautista, de quien venías hablando, ¿también nació en el pecado?” Cuando hallares un no nacido de Adán, habrás hallado un nacido sin culpa. Nunca lograrás arrancar de manos cristianas esta verdad: Por un hombre vino la muerte y por un hombre la resurrección de los muertos. Lo mismo que todos mueren en Adán, así todos vivirán en Cristo. Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, que así ha pasado a todos los hombres. Si fueran mías estas palabras, ¿pudiera yo expresarme de forma más terminante, más clara, más completa? Así pasó la muerte a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron. Ahora exceptúa tú a Juan. Si logras descartarle del género humano, y darle origen diferente del que tienen cuantos descienden de la primera pareja, y hacerle nacer de otro modo que por la unión de un hombre con una mujer, habrás logrado exceptuarle de esta sentencia; quien quiso no hallarse incluido en ella, dignóse nacer de una virgen. ¿Por qué me fuerzas a examinar los méritos de Juan? En el seno materno saludó al Señor; yo pienso que le saludaba para solicitar de él la salud. No busca, en modo alguno, tu perniciosísima defensa. Cuando el Señor se presenta en el lugar donde Juan bautizaba, éste, sabedor de la general enfermedad, le dice: Yo soy quien deber ser por ti bautizado. Iba el Señor allí para recomendar la humildad, recibiendo el bautismo, y para consagrar este sacramento; porque recibió el bautismo en su juventud con las mismas disposiciones que la circuncisión en su infancia; pero recomendar la utilidad de un remedio no es hacer el elogio de la enfermedad. Cuanto al Precursor, ¿habría dicho: Yo debo ser por ti bautizado, de haber estado de todo en todo libre de culpa, sin nada que sanar, sin nada que purificar? El se declara deudor, y tú declaras lo contrario, sin duda para que no le sean condonadas sus deudas. Yo, dice, debo ser bautizado por ti, necesito de tu bautismo; le necesito, sí. También a él le fue otorgado allí este bautismo, porque no estaba fuera del agua cuando el Señor se hallaba dentro de ella. ¿A qué proseguir? Cese ya, si es posible, de hablar el contradictor; porque a su heraldo le libró también el mismo Salvador.

(San Agustín, Obras Completas, Tomo VII, Sermones, 3ª Ed., BAC, Madrid, 1964, Pág. 683-689, 691-692, 697-699)


 

Cardenal Gomá

 

Nacimiento y circuncisión de Juan

Al nacimiento seguía la circuncisión, que se celebraba después de ocho días, ordinariamente en la sinagoga; en este caso tendría lugar en la misma casa de Zacarías, ya que a la ceremonia asiste Isabel, que no puede, según la ley, salir de su casa sino pasados cuarenta días. La circuncisión es el rito de la admisión del varón en el pueblo de Dios (Gen. 17, 12); asociábase a ella la imposición del nombre; era como la inscripción del infante en el catálogo de los hijos de Israel: Y aconteció que al octavo día vinieron a circuncidar al niño, y le llamaban Zacarías, del nombre de su padre. El santo sacerdote no interviene en la ceremonia del niño sino quizás como testigo de vista: era mudo, y probablemente sordo, desde el día de la visión. Es Isabel la que se opone a que se le llame con el nombre de su esposo: ella conocía el secreto de Zacarías, quien por escrito se lo revelaría; y aunque ve en los parientes el deseo de honrar al padre imponiendo su nombre al hijo, pero tomando su madre la palabra, dijo: De ningún modo, sino que será llamado Juan. A la decisión de la madre oponen los parientes un atendible reparo: Y le dijeron: Nadie hay en tu familia que se llame con este nombre. Y, apelando en la duda, quizás en la persistencia con que cada cual defendía su punto de vista, preguntaban por señas al padre del niño cómo quería que se le llamase. A él, como padre, correspondía indicar el nombre: se lo dicen por señas, para dárselo a entender sí era sordo también, como creen muchos; o para no ser oídos de Isabel al buscar la solución de la controversia, Y Zacarías, pidiendo una tableta de madera, recubierta de cera, de las que se usaban en su tiempo para escribir, escribió esto: Juan es su nombre: cumplía con ello el mandato de Gabriel. Y se maravillaron todos: ya de la coincidencia con el dictamen de la esposa, ya principalmente porque reconocieron había misterio en todo ello.

Juan equivale a “gracia de Dios”: la primera gracia la logra el padre tan pronto impone al hijo el nombre de gracia: recobra la palabra al abrirse su boca y soltarse la lengua que el ángel había atado: Al instante se abrió su boca y su lengua. Hombre de Dios como era Zacarías, el primer uso que hace de su voz y de su lengua es para alabar y dar gracias a Dios por tal beneficio: Y hablaba bendiciendo a Dios. Consecuencia natural de tantos prodigios, el parto de una anciana, el mutismo del padre, la rareza del nombre impuesto, el milagro de la curación del mutismo, es el temor de los vecinos, efecto de tan claras demostraciones del poder de Dios: Y se apoderó el temor de todos los vecinos. Y, como los famosos sucesos, y más los de orden sobrenatural, se propagan con rapidez entre los hombres, se divulgaron todas estas cosas por toda la montaña de Judea.

Termina el Evangelista esta parte con un detalle histórico revelador de la psicología del pueblo: la narración de tantos prodigios, de los que no cabía duda, se adentraba en el pensamiento y corazón de los ingenuos moradores de la región montañosa de Judea: Y todos los que las oían las conservaban en su corazón; y, como espontáneamente se comunican los hombres aquello que profundamente les impresiona, así lo hacían aquellas gentes, diciendo: ¿Quién piensas que será este niño?, porque estas extraordinarias ocurrencias permiten augurar cosas mayores en lo futuro. Y con razón se pasmaban y preguntaban, dice por su cuenta el Evangelista: Porque la mano del Señor era con él, revelando con tales prodigios los grandes designios que Dios abrigaba sobre el niño.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª  ed., Barcelona, 1966, p. 273-274)  


 

Manuel de Tuya

 

Nacimiento del Bautista

La narración del nacimiento del Bautista es sobria. Los familiares y vecinos se «congratulaban» con Isabel por su maternidad, que revestía para ella, y para todos, aun desde el punto de vista familiar, una bendición, al quitarse a Isabel el «oprobio» de la esterilidad.

Al octavo día se hacía la circuncisión. Era el rito por el que un judío se incorporaba a Israel. Se le podía practicar por cualquier persona, hombre o mujer, y dentro de casa, y dispensaba del reposo sabático. Aunque primitivamente no se hacía así, en la época neotestamentaria se ponía el nombre el día de la circuncisión. Se solía poner el nombre del abuelo, y aunque era raro ponerles el nombre de sus padres, había casos en que se hacía así Por eso, dada la avanzada edad de Zacarías, querían llamarle con su nombre. Pero Isabel interviene. Ni Isabel ni Zacarías se podían haber ocultado los prodigios de Dios en ellos. Por eso declara que se llamará Juan. Extrañó este nombre por no haber nadie en la familia que se llamase así, Ante esta pequeña disputa interviene Zacarías. Como sordo y mudo, le hacen señas para que responda. Pero pidió una «tablilla» recubierta de cera y escribe que ha de llamarse Juan. Y al punto recobró su voz.

El hecho causó su impacto, y por toda la región montañosa de Judea pensaron en los destinos providenciales de aquel niño: concebido en una vejez estéril y acompañado su nacimiento de milagros.

(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, p.767)


 

San Pedro Julián Eymard

 

San Juan Bautista

Debemos honrar a san Juan como a modelo perfecto de adoradores. Estas hermosas palabras son la divisa de la abnegación y del sacrificio eucarístico: ¡que el Santísimo Sacramento crezca, sea conocido y amado y que nosotros nos anonademos a sus pies! Ahora, ved cómo san Juan, en las principales acciones de su vida, ha sido modelo de adoradores. Su vida parece haber sido una adoración continua, y en ella se encuentran los caracteres de la adoración hecha según los cuatro fines del sacrificio, que es el mejor de todos los modos de adorar.

La adoración

Laadoración se hace arrodillado en el suelo y con la cabeza inclinada: es éste un primer movimiento que nos lleva a reconocer, a través del velo eucarístico, la majestad infinita de Dios que allí se oculta. A este primer movimiento sucede la exaltación de su grandeza y su amor.

Notad cómo la primera gracia concedida a san Juan es una gracia de adoración. El Verbo se halla en el seno de María e inspira a su Madre que vaya a visitar a santa Isabel, y María lleva ante san Juan a su Dios y a su rey. Como san Juan no puede ir a Jesús porque su madre es muy anciana para emprender este viaje, Jesús se traslada allí. Así obra con nosotros: no pudiendo nosotros ir a Dios, viene Dios a nosotros.

María desata el poder de su divino hijo al saludar a Isabel: aun hoy Jesús está como atado y nada quiere hacer sin María. La voz de María fue la del Verbo Encarnado: Juan se agita en el claustro materno al oír esta voz y revela a su madre el misterio de la presencia de Dios en Maria, haciéndoselo comprender al mismo tiempo, como lo confiesa Isabel a María: Exsultavit infans in utero meo.

Desde entonces Juan es precursor, ve a Dios y le adora en sus movimientos: él le adora, y la alegría de estar en su presencia desborda sobre su Madre.

¡Qué bueno fue nuestro Señor con san Juan! Quiso bendecirle y dársele a conocer en el seno mismo de su madre. ¡Qué grata debió serle esta adoración de su precursor! ¡Era tan espontánea!

Jesús permaneció con él tres meses; uno y otro estaban encerrados en el tabernáculo materno. Juan adoraba constantemente a su Dios, y lo sentía tras el velo que lo separaba de El. Uníos a esta tan buena adoración de san Juan, tan viva y tan sentida, no obstante los velos y las paredes que lo separan de nuestro Señor: Senseras Regem thalamo manentem.

La acción de gracias

La acción de gracias descansa en la bondad, en el amor de Jesucristo: no ve más que los dones y los beneficios; se humilla para exaltar al bienhechor; se alegra por las gracias y beneficios concedidos a él mismo y a los demás, y a la Iglesia entera. Este sentimiento dilata el corazón.

Ahora bien; en el Jordán manifiesta el Bautista este doble sentimiento de alegría y de gratitud. Considerad, en primer lugar, la gracia que le concede nuestro Señor; porque la acción de gracias parte siempre de un beneficio recibido y descansa en la humildad. Pues bien; Juan va a bautizar a nuestro Señor. El no le había visto nunca. El Padre celestial le había dado una señal por la cual le reconocería. Jesús se presenta entre la multitud de pecadores que esperaban el bautismo de Juan y oían sus enérgicas exhortaciones a la penitencia; Jesús guarda turno entre las filas de publicanos y soldados. ¡El que era rey e hijo de Dios!… pero nada de privilegios ni excepciones. ¡Entended esto, oh adoradores, y no tengáis más protector que Jesucristo! San Juan se arroja a los pies de Jesucristo: ¡Cómo! ¿Vos venís a mí? Ego a te debeo baptizari, et tu venis ad me?

¡He aquí la humildad... la verdad! Los santos no se creen jamás perfectos. Juan en estas palabras no habla de su ministerio: Venis ad me, vienes a mí; y no dice: vienes a mi bautismo. ¡Qué delicadeza! El hablar de su ministerio hubiérale erigido un pequeño trono, y ante Dios esto no conviene.

Jesucristo le dice: “Cumple el mandato de mi Padre”.

Como hombre verdaderamente humilde, san Juan obedece y le bautiza. Una humildad falsa hubiese alegado cincuenta razones para excusarse; pero san Juan obedece. Y cuando nuestro Señor se retira, él no le sigue, sino que permanece en el puesto que le ha colocado la obediencia. ¡Qué humildad!

Ved ahora cómo el Bautista transfiere al Señor toda la gloria y todo el honor de la sublime función que acaba de ejercer. Sus discípulos, los peores entre todos los aduladores, queriendo honrarse con la gloria de su maestro, le manifiestan que todo el mundo va tras Jesús. ¡Oh, y cuánto me place!, responde san Juan. El amigo del esposo se coloca a su lado y permanece de pie en su presencia, mas la esposa es exclusivamente para su esposo: las almas no son sino para Jesucristo. El amigo está sólo para servir al esposo. San Juan se goza de que el divino esposo encuentre tantas esposas: “Mi alegría llega al colmo viéndole crecer. ¡Es necesario que El aumente y que yo disminuya, que El crezca y yo mengüe!”

¡Nada para él, todo para Jesús! Eso es lo que nosotros debemos procurar: que crezca el reino de Jesucristo. ¡Qué pena no poderle levantar un trono en todos los corazones!; por eso nos postramos en su acatamiento..., nos achicamos y elevamos a Jesucristo sobre su trono. Illum oportet crescere. ¡Esto tiene muchas aplicaciones en la práctica! Hoy no somos nada, pero tal vez con el tiempo cuente entre sus adoradores a hombres distinguidos. Entonces convendrá decirles. “¡Cuidado, no andéis de puntillas pretendiendo creceros por vuestros talentos inclinaos y humillaos, para que sólo el Señor se haga visible!” ¡Es tan hermosa nuestra vocación y el objeto de la misma tan elevado!... Se nos creerá adornados de todas las virtudes, porque de hecho deberíamos tenerlas todas para ser dignos de nuestra vocación. ¡Desgraciado de aquel que quiera sostenerse en pie en la presencia del Señor! ¡No, rodilla en tierra! lllum oportet crescere, me autem minui.

¡Oh, qué hermosa es la acción de gracias de aquella almas que acepta los beneficios de Dios, reconociendo que por si misma nada es y nada merece y transfiriendo por ello mismo a Dios la gloria que se le sigue!

La propiación o reparación

La propiación es una indemnización que ofrecemos a nuestro Señor y un consuelo. Vasto campo se nos presenta aquí para cumplir nuestra misión de adoradores; debemos reparar, interceder y hacer penitencia por los pecados de los hombres. ¡El mundo es tan malo que hacen más falta reparaciones que acciones de gracias!

Ved cómo san Juan hace oficio de reparación cuando dice: “Ecce Agnus Dei, ecce qui tóllit peccata mundi”: ¡He aquí el cordero de Dios que borra los pecados del mundo! Predica y señala la víctima reparadora, y después llora y gime al ver la indiferencia de los hombres hacia el Salvador. Oíd sus lamentos: “Medius vestrum stetit quem vos nescitis” En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Quejase de que los grandes y los sabios no quieren seguir a Jesucristo, el cual solamente se ve rodeado de algunos desvalidos. Por eso él ofrece pública satisfacción, le adora como víctima. Le ensalza por aquellos que le deprimen. “Yo —dice— soy indigno aún de desatar la correa de su calzado.” ¡Cómo le resarce de tantos menosprecios!

La súplica o petición

Juan había sido encarcelado por su entereza en reprender el delito de un rey culpable. Nadie se atreve a decir las verdades a los reyes: ¡se tiene miedo! ¡Es una desgracia vivir al lado de los reyes! Sus discípulos iban a verle y no creían todavía en Jesucristo. Juan hace lo posible para lograr su conversión. Este es el verdadero apostolado, es decir, conducir las almas a Jesús y hacer que de tal modo se aficionen que ya no vuelvan sobre si mismas. Juan pide a nuestro señor Jesucristo que reciba a sus discípulos, y en seguida se los envía para que estos se conviertan a la vista de la bondad y poder de Jesús. Obra el Señor grandes prodigios y... ¡ellos no le adoran! ¡Oh, y cuán necio es el corazón humano dominado por los prejuicios! La envidia les dice que si Jesús crece, Juan llegará a no significar nada. ¡Ellos no quieren desaparecer con él, porque tienen el orgullo de casta y de camarilla y viven de la gloria que rodea a su maestro!

Pero cuando hubieron visitado al Salvador quedó prendida en sus corazones la fe y, muerto san Juan, se unieron a Jesucristo; su conversión fue debida a las oraciones de san Juan.

¡Aquí tenéis un buen adorador! Amad mucho a san Juan, que fue tan amado de nuestro señor Jesucristo. Jesús lloró su muerte...: era su primo, su amigo y su primer apóstol. Adorad, reparad como él y sabed sacrificaros como él por la gloria de Jesucristo. Juan murió mártir por causa de los crímenes de un rey, que son los que excitan más la cólera de Dios. Acordaos siempre de estas palabras, que son el lema de la santidad y del servicio eucarístico: “Illum oportet crescere, me autem minui!” ¡Que Jesús Sacramentado sea ensalzado y yo humillado!

(San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, Ed. Eucaristía, 4ª Ed., Madrid, 1963, Pág. 205-209)


 

Juan Pablo II

 

AUDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO II
Miércoles 1 de octubre de 2003
El cántico del Benedictus

1. Habiendo llegado al final del largo itinerario de los salmos y de los cánticos de la liturgia de Laudes, queremos detenernos en la oración que, cada mañana, marca el momento orante de la alabanza. Se trata del Benedictus, el cántico entonado por el padre de san Juan Bautista, Zacarías, cuando el nacimiento de ese hijo cambió su vida, disipando la duda por la que se había quedado mudo, un castigo significativo por su falta de fe y de alabanza.

Ahora, en cambio, Zacarías puede celebrar a Dios que salva, y lo hace con este himno, recogido por el evangelista san Lucas en una forma que ciertamente refleja su uso litúrgico en el seno de la comunidad cristiana de los orígenes (cf. Lc 1, 68-79).

El mismo evangelista lo define como  un canto profético, surgido del soplo del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 67). En efecto, nos hallamos ante una bendición que proclama las acciones salvíficas y la liberación ofrecida por el Señor a su pueblo. Es, pues, una lectura "profética" de la historia, o sea, el descubrimiento del sentido íntimo y profundo de todos los acontecimientos humanos, guiados por la mano oculta pero operante del Señor, que se entrelaza con la más débil e incierta del hombre.

2. El texto es solemne y, en el original griego, se compone de sólo dos frases (cf. vv. 68-75; 76-79). Después de la introducción, caracterizada por la bendición de alabanza, podemos identificar en el cuerpo del cántico como tres estrofas, que exaltan otros tantos temas, destinados a articular toda la historia de la salvación:  la alianza con David (cf. vv. 68-71), la alianza con Abraham (cf. vv. 72-76), y el Bautista, que nos introduce en la nueva alianza en Cristo (cf. vv. 76-79). En efecto, toda la oración tiende hacia la meta que David y Abraham señalan con su presencia.

El ápice es precisamente una frase casi conclusiva: ”Nos visitará el sol que nace de lo alto" (v. 78). La expresión, a primera vista paradójica porque une "lo alto" con el "nacer", es, en realidad, significativa.

3. En efecto, en el original griego el "sol que nace" es anatolè, un vocablo que significa tanto la luz solar que brilla en nuestro planeta como el germen que brota. En la tradición bíblica ambas imágenes tienen un valor mesiánico.

Por un lado, Isaías, hablando del Emmanuel, nos recuerda que "el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló" (Is 9, 1). Por otro lado, refiriéndose también al rey Emmanuel, lo representa como el "renuevo que brotará del tronco de Jesé", es decir, de la dinastía davídica, un vástago sobre el que se posará el Espíritu de Dios (cf. Is 11, 1-2).

Por tanto, con Cristo aparece la luz que ilumina a toda criatura (cf. Jn 1, 9) y florece la vida, como dirá el evangelista san Juan uniendo precisamente estas dos realidades:  "En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1, 4).

4. La humanidad, que está envuelta "en tinieblas y sombras de muerte", es iluminada por este resplandor de revelación (cf. Lc 1, 79). Como había anunciado el profeta Malaquías, "a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en sus rayos" (Ml 3, 20). Este sol "guiará nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc 1, 79).

Por tanto, nos movemos teniendo como punto de referencia esa luz; y nuestros pasos inciertos, que durante el día a menudo se desvían por senderos oscuros y resbaladizos, están sostenidos por la claridad de la verdad que Cristo difunde en el mundo y en la historia.

Ahora damos la palabra a un maestro de la Iglesia, a uno de sus doctores, el británico Beda el Venerable (siglo VII-VIII), que en su Homilía para el nacimiento de san Juan Bautista, comentaba el Cántico de Zacarías así:  "El Señor (...) nos ha visitado como un médico a los enfermos, porque para sanar la arraigada enfermedad de nuestra soberbia, nos ha dado el nuevo ejemplo de su humildad; ha redimido a su pueblo, porque nos ha liberado al precio de su sangre a nosotros, que nos habíamos convertido en siervos del pecado y en esclavos del antiguo enemigo. (...) Cristo nos ha encontrado mientras yacíamos "en tinieblas y sombras de muerte", es decir, oprimidos por la larga ceguera del pecado y de la ignorancia. (...) Nos ha traído la verdadera luz de su conocimiento y, habiendo disipado las tinieblas del error, nos ha mostrado el camino seguro hacia la patria celestial. Ha dirigido los pasos de nuestras obras para hacernos caminar por la senda de la verdad, que nos ha mostrado, y para hacernos entrar en la morada de la paz eterna, que nos ha prometido".

5. Por último, citando otros textos bíblicos, Beda el Venerable concluía así, dando gracias por los  dones  recibidos:  "Dado  que  poseemos estos dones de la bondad eterna, amadísimos hermanos, (...) bendigamos también nosotros al Señor en todo tiempo (cf. Sal 33, 2), porque "ha visitado y redimido a su pueblo". Que en nuestros labios esté siempre su alabanza, conservemos su recuerdo y, por nuestra parte, proclamemos la virtud de aquel que "nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2, 9). Pidamos continuamente su ayuda, para que conserve en nosotros la luz del conocimiento que nos ha traído, y nos guíe hasta el día de la perfección" (Omelie sul Vangelo, Roma 1990, pp. 464-465).


 

Alfonso Torres

 

Nacimiento de San Juan Bautista

Después de repetirnos el Evangelista San Lucas el canto entonado por la Virgen Santísima a las misericordias del Señor, dice que Nuestra Señora permaneció en casa de Zacarías como unos tres meses. No están de acuerdo los comentadores de este versículo acerca de su realización; las palabras son claras, pero plantean una cuestión que no es fácil resolver. ¿Estuvo la Santísima Virgen en casa de Zacarías hasta después del nacimiento de San Juan Bautista, o abandonó antes dicha casa? Algunos han creído que la Virgen se ausentó antes, y se apoyan principalmente en que San Lucas cuenta el nacimiento del Precursor después de haber dicho que la Virgen se volvió a su casa. Según esos comentadores, San Lucas parece indicar, con ese modo de referir los sucesos, que la Virgen se había ausentado cuando el Bautista nació. A esta razón añaden otra fundada, según ellos, en motivos de conveniencia: no les parece conveniente que la Virgen Santísima estuviera en casa de Zacarías en el momento de nacer el Bautista: quisieran más bien que se alejara, dejándose llevar de un sentimiento de delicadísimo pudor. Además, creen estos comentadores a que aludo que pueden invocar en su favor la tradición, porque no faltan algunos escritores muy antiguos, y hasta Padres, que supongan que la Virgen se alejó antes del nacimiento de San Juan Bautista.

La opinión contraria, o sea aquella opinión según la cual la Virgen permaneció en casa de Zacarías hasta después del Nacimiento del Bautista, refuta esas razones del siguiente modo. Refutan la primera razón diciendo que San Lucas tiene por costumbre, o por lo menos no es cosa extraña en su estilo, referir por completo un suceso, y así que lo ha referido por completo, pasar a otro, aunque los dos sucesos sean simultáneos. Por ejemplo, vamos a ver dentro de poco que coloca el Benedictus, o sea el cántico de Zacarías, fuera de su sitio. Dice que Zacarías comenzó a bendecir al Señor. Luego refiere la impresión que hizo el nacimiento del Bautista a todos los vecinos y conocidos, y más adelante pone el Benedictus, que seguramente Zacarías pronunció inmediatamente después de la circuncisión de San Juan. Y sostienen los comentadores a que aludo, que en el caso de que tratamos acaece lo mismo. San Lucas había comenzado a narrar el viaje de la Virgen Santísima desde Nazaret a Ain-Karim: termina la narración de ese viaje, que es un asunto independiente por sí, y luego comienza a referir el nacimiento de San Juan Bautista, sin que esto signifique que la Virgen se alejó antes de que el Bautista naciera.

Por lo que toca al sentimiento especial de delicadeza a que se acoge la primera opinión, se puede decir que no hay que desfigurar lo que es el candor de la Virgen: el candor de la Virgen no es opuesto a su caridad, y cierto que es más conforme con la caridad de Nuestra Señora, por razones fáciles de entender, que permaneciera en Ain-Karim hasta después del nacimiento de San Juan Bautista. Además, ¿podéis pensar vosotros que la Virgen, unos días antes del nacimiento del Precursor, se alejara de la casa de Zacarías sin tener el placer y hasta la devoción de conocer personalmente al que había de ser el heraldo de su Hijo? ¿No es algo poco natural, poco lógico, poco conveniente, algo que nace de un escrúpulo, el alejar a la Virgen en esos días de la casa de su prima Santa Isabel? Por lo que toca a la tradición, no es unánime en este punto, y permite opinar libremente.

La manera de hablar de San Lucas, según mi pobre entender, favorece más bien a la segunda opinión: porque no dice San Lucas que antes de que se cumplieran los tres meses (que hacían nueve con los seis que había dicho el ángel en la Anunciación) se alejó María de la casa de Isabel, sino que estuvo en la casa de Isabel unos tres meses, lo cual puede significar lo mismo unos días más que unos días menos de esos tres meses; y como lo extraño hubiera sido que se alejara en vísperas del nacimiento de San Juan, al no puntualizar ese dato, al no decirlo claramente, nos da a entender que realmente permaneció allí.

Es una cuestión que no tiene trascendencia, pero que puede servir de algún modo para formarse una idea más exacta de Nuestra Señora. Porque la figura celestial de la Virgen corre siempre peligro de ser falseada. Corre el peligro de que unos, alegando sus propios escrúpulos, conviertan la conducta de Nuestra Señora en conducta regulada por escrúpulos sin fundamento; y corre el peligro contrario de que otros quieran proyectar en el corazón de la Virgen Santísima las libertades del propio corazón, con el pretexto de que aquel corazón siempre era inmaculado, como la paloma del diluvio, aunque pasara por encima del cieno; y de esa manera hacen de la Virgen algo que está iluminado con los reflejos mundanos o con los reflejos de nuestras pasiones.

Ni una ni otra manera de ver es verdadera. La Virgen es el perfecto equilibrio de las virtudes; perfecto equilibrio que no deben quebrantar ni los escrúpulos de los unos, ni las libertades de los otros, sino que debe pesarse en el peso del santuario, y ese peso del santuario nos lo da el Santo Evangelio, que, al hablar del modo que hemos visto, nos insinúa cómo entendió la Virgen Santísima su caridad y cómo entendió el amor a su candor virginal.

Inmediatamente después nos refiere San Lucas el nacimiento de San Juan, y nos dice que en ese nacimiento se alegraron todos los vecinos y parientes, que todos fueron a casa de Zacarías para alegrarse juntamente con Isabel, con la cual había engrandecido Dios su misericordia. Y oyeron los vecinos y los parientes de ella cómo  el Señor engrandecía con ella su misericordia, dice el texto sagrado, cuya última frase significa que Dios había hecho a Isabel grandes misericordias.

Para que entendamos estas palabras en toda su viva realidad, conviene recordar una tradición tardía, que se enlaza con el texto. En San Juan de la Montaña hay dos santuarios que conservan memoria del Precursor, según creo haberos indicado ya en otra ocasión; un santuario que se llama de la Visitación y otro que se llama de la Natividad. Según esa tradición, el santuario que llaman de la Visitación, y que llamaríamos también el santuario del Magníficat, era en los tiempos evangélicos la casa de campo de Zacarías, a la cual se había retirado Santa Isabel cuando quiso entregarse a la contemplación, esperando el nacimiento de su hijo. El otro santuario, de la Natividad, sería la casa en la cual moraban habitualmente los santos esposos, y que estaba dentro del pueblecito. Santa Isabel, cuando llegó el tiempo del nacimiento de su hijo, se trasladó de nuevo de la casa de campo a la casa del pueblo. Esto es lógico, es lo natural, como se puede suponer fácilmente. Y así se explica que inmediatamente cundiera por todo el pueblo la noticia de la bendición que Dios le había otorgado. Cundió esa noticia, y como se trataba, no de una gran ciudad donde las personas viven en cierto aislamiento a pesar de estar agrupadas en grandes masas, sino de un pequeño pueblo, se verificó lo que generalmente ocurre en estos pueblos: corrió la noticia de boca en boca, y todos, con santa familiaridad y santa sencillez, fueron a dar sus parabienes a la esposa de Zacarías. Cuando llegó el momento del nacimiento, todas las personas vecinas, especialmente amigos o parientes, se congregaron en casa de Isabel, y es natural que hubiera una grande alegría. Sobre aquella casa había caído durante largo tiempo un velo tristísimo, el de la esterilidad; Dios, haciendo un verdadero milagro, había concedido un hijo a los santos esposos; para ellos tenía que ser aquélla la suprema alegría de la vida, y esa suprema alegría, por lo que tenía de extraordinaria, de sorprendente, de maravillosa, debía despertar la atención de todos los vecinos, amigos y parientes, y, en efecto, todos se congregaron para participar de la alegría de los santos esposos. Así se entiende con más viveza lo que acaba de decirnos San Lucas.

Y observad que con esto se ha cumplido una de las profecías que hizo el ángel a Zacarías en el templo. Le dijo el ángel que muchos se alegrarían en el nacimiento de Juan Bautista. Y esto se cumple ahora; todo el pueblo de Ain-Karim se puede decir que está en movimiento. La alegría, el regocijo ha inundado todos los corazones.

Insisto en hacer ver cómo fue realmente esta escena, por una razón fácil de comprender. La vida de San Juan Bautista es una vida de suma austeridad. Poco tiempo después de su Natividad debieron sentir sus padres un temor horrible, el temor producido por la persecución de Herodes. Si Herodes perseguía a los niños de Belén y sus cercanías, principalmente debió perseguir a ese niño, de quien ya se habían dicho grandes cosas, porque las maravillas obradas por el Señor en el nacimiento del Bautista cundieron por toda la montaña, según dice el Evangelio, y todos alababan al Señor, preguntándose: ¿Quién, pues, será este niño? Después, la vida del Bautista sigue, como hemos dicho, siendo una vida de austeridad; pasa los años de su juventud en el desierto haciendo una penitencia tan rigurosa, que parece sobre las fuerzas humanas. Se presenta luego como el predicador de la penitencia y de la conversión, que habla con rigor, que flagela severamente a aquel pueblo israelita de dura cerviz y corazón incircunciso. Una vida así parece que debería ser una vida ensombrecida de eterna tristeza que la hiciera más temible que amable. Los que conocen los caminos de Dios saben que no es así. Dentro de la nube pavorosa de las grandes austeridades y sacrificios, luce para el alma el sol de las divinas consolaciones, con sus más arrobadoras claridades. Pero los que no tienen ojos para ver este misterio inefable, es bien que al menos vean cómo Dios pone perspectivas risueñas hasta en las vidas más severas, y lo pueden ver en esta página del Evangelio. Estallan en ella las alegrías de los corazones sencillos, que son las más hermosas de la vida. Alegrías de quienes saben mirar al cielo y fiarse de Dios.

El mundo cree que no hay más alegrías que las suyas; pero las locas alegrías del mundo no son más que una embriaguez cuyo despertar es amargura de corazón. Las alegrías del mundo acaban entristeciendo la vida. Las tristezas de Dios acaban introduciéndonos en el secreto de la única dicha verdadera.

Para quien busca a Dios y descansa en El, no hay nubes que le ensombrezcan el horizonte, y si las hay, se arrebolan de esperanza, como un bello amanecer.

Pero sigamos el comentario. Nacido el Precursor, continúa el Evangelista diciendo que vinieron a circuncidar al niño. Aquí una consideración general que esclarezca la escena.

Vosotros sabéis que en el Antiguo Testamento había algunos sacramentos, como los hay en el Nuevo. Así como ahora tenemos el sacramento del Bautismo, que se administra a los recién nacidos, así en el Antiguo Testamento había el sacramento de la Circuncisión. Entre los sacramentos del Antiguo Testamento y los del Nuevo hay una diferencia fundamental, aunque hay también varias semejanzas. La semejanza principal está en lo que vais a oír. Todo sacramento es un signo, es decir, si miráis a lo exterior del sacramento, más concretamente a lo exterior del Bautismo, veréis que ese agua que cae sobre la cabeza de los que se bautizan, y esas palabras que pronuncia el sacerdote, significan la infusión de la gracia que se va a hacer en su alma. Así como el cuerpo se lava exteriormente, y como exteriormente se sepulta, según el rito antiguo, en las aguas para resurgir después, así el cristiano, cuando se bautiza, se purifica en su corazón, se limpia del pecado original, porque irrumpe allí la gracia del Señor: muere con Cristo, para resucitar con El, según el pensamiento del Apóstol San Pablo. Los sacramentos del Testamento Antiguo también tienen su significación, y el sacramento de la Circuncisión significaba que el recién nacido entraba a formar parte de la descendencia de Abrahán. Era signo característico del pueblo escogido por Dios, y desde el momento que el niño lo recibía, entraba a formar parte del pueblo de Israel, es decir, del pueblo de las promesas, a quien Dios había ofrecido el Mesías y el Redentor de una manera particular.

Esto había de común en los sacramentos de la Ley Antigua con los sacramentos de la Ley Nueva; pero a la vez había una diferencia profunda. Los sacramentos de la Ley Nueva significan la gracia de Cristo que recibimos, y no solamente la significan, sino que la producen en nosotros. En cambio, los sacramentos de la Antigua Ley no tenían esa virtud. Por eso se dice que eran vacíos, mientras los nuestros son llenos. Si los hombres recibían entonces la gracia, lo debían a Cristo Jesús que había de venir, y no a los sacramentos instituidos en la ley de Moisés. Toda la virtud de la Circuncisión consistía, como hemos dicho, en incorporar al circuncidado al pueblo de las promesas divinas.

Por eso, lo mismo el circuncidante que el padre del niño circuncidado, bendecían a Dios en el acto de la circuncisión porque se había dignado ciar como señal de la descendencia de Abrahán ese signo, y porque se había dignado aceptar entre los que pertenecían al pueblo de Abrahán al nuevo circuncidado. 

Esta ceremonia, a pesar de lo que digan ciertas leyendas muy divulgadas entre el pueblo cristiano, no era necesario que la ejecutaran los sacerdotes; era una ceremonia que la podía realizar cualquiera: el padre del mismo niño, hasta su propia madre. Los artistas, dejándose llevar de su fantasía, suelen pintar como ministro de la Circuncisión a un sacerdote o al mismo Sumo Sacerdote. A San Juan Bautista no le debió circuncidar su padre, entre otras cosas, porque estando mudo no podía pronunciar las bendiciones de ritual, o como si dijéramos, las fórmulas litúrgicas.

En el momento de la Circuncisión tuvo lugar el incidente que San Lucas nos cuenta. Era costumbre del pueblo escogido dar el nombre al recién nacido en el momento de la Circuncisión. El nombre se tomaba del nacimiento. Baste recordar cómo Tobías hijo recibió el mismo nombre de su padre y cómo Raquel quiso llamar a Benjamín hijo de su dolor, por lo que le costó aquel hijo. Los que asistían a la Circuncisión de Juan quisieron imponerle el nombre de su padre quizá para dar delicadamente este consuelo a Zacarías.

Apenas se insinuó este propósito, la madre se opuso con cierta viveza, pues las palabras que emplea el Evangelista lo dan a entender así, y dijo: No, por cierto; se ha de llamar Juan. Sus palabras produjeron la natural sorpresa y se le replicó: No hay ninguno en tu parentela que se llame con ese nombre. Los que así replicarán ignoraban lo que Zacarías había oído en el templo. Santa Isabel lo sabía y por eso, dócil a lo revelado por el ángel, procuró su cumplimiento, aunque le hubiera sido grato que su hijo se llamara como su esposo.

No es preciso suponer que Isabel conociera por especial revelación el nombre que debía llevar su hijo, según había dicho el Ángel a Zacarías en el templo, pues pudo decírselo Zacarías por escrito. Ante la actitud de Isabel pareció lo mejor apelar a Zacarías. San Lucas dice: Hacían señas al padre de él de cómo quería que se le llamase, De aquí concluyen algunos que Zacarías no solamente estaba mudo sino también sordo y que parece muy natural que así fuese, pues de otro modo, podía habérsele explicado todo de palabra. Más aún, si Zacarías no había perdido el oído, lo más natural era que apenas se promovió la discusión hubiese intervenido con su autoridad decisiva de padre. Zacarías tomó en sus manos unas tablillas (esas tablillas cubiertas de una tenue capa de cera en las cuales escribían los antiguos con un punzón) y en ellas escribió: Juan es su nombre.

El Evangelista expresa esto así: Escribió diciendo. Y algunos han querido ver en este modo de hablar que cuando Zacarías comenzó a escribir, sintió que podía hablar y dijo lo que pensaba escribir. No parece ser éste el significado, sino el que esa frase tiene en lenguaje hebreo. En hebreo es muy corriente que para decir: Escribió las cosas que siguen, se emplee la forma escribió diciendo es como si dijéramos nosotros: Escribió lo que sigue. Escribió Zacarías el nombre, y sin más discusión se le impuso al niño. El nombre era todo un símbolo. El Precursor del Mesías se llamaría con un nombre que hablaría de la gracia de Dios, como para insinuar que la ley de gracia iba a empezar y que de la plenitud de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, la recibirían los hombres. El nombre de Juan se interpreta Dios ha hecho gracia.

Con asombro de todos los circunstantes, en ese momento Zacarías recobró la palabra, como el Ángel le había prometido. Dice San Lucas: Y se abrió su boca de improviso y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Es decir: Zacarías entonó el Benedictus. Pone el Evangelista este cántico algo después para acabar ahora de contar los sucesos.

Acaba su narración así: Y vino sobre todos los que habitaban en la vecidad de ellos temor, y en toda la montaña de Judea se platicaban todas estas cosas. Y todos los que las oyeron se las repusieron en sus corazones, diciendo: ¿Quién será el niño este? Porque la mano del Señor estaba con él.

La clave del pasaje está en la última frase. Todos vieron que la mano del Señor estaba sobre Juan, es decir, que en su nacimiento se sentía una especial intervención de la Providencia divina. Se habían multiplicado los prodigios.

Llenos de temor, es decir, sobrecogidos por una profunda reverencia, rumiaban lo que veían los que fueron testigos de tanto prodigio, y de ellos se iba transmitiendo a los demás, a todos los que poblaban las montañas vecinas, cuanto había sucedido. La impresión general fue acoger en el corazón nuevas tan peregrinas y preguntarse: ¿Quién, pues, será este niño? Veían el misterio Y no sabían descifrarlo. Era que Dios despertaba a las almas, les avivaba la atención para que oyeran la palabra de vida que pronto iba a resonar en el mundo.

Dejemos aquí el comentario y otro día veremos el Benedictus. Subrayemos, según nuestra costumbre, una de las cosas que acabamos de decir, para conservada como especial fruto de esta lección sacra.

Ante todo advirtamos que es el Señor quien ha concedido esas grandes alegrías, que hemos visto, a la casa de Zacarías: cuanto hay allí de regocijo y de alegría, todo es suyo. El fundamento de ese regocijo es un milagro de las larguezas y misericordias del Señor: El hijo recién nacido.

Mirando esas alegrías con atención, se puede sacar no pequeño fruto. Cierto, no toda la vida es así. La vida no es puro idilio. La vida, como Job escribió, es un continuo batallar sobre la tierra. A veces se encapota el cielo con nubes sombrías y hay que vivir trances peligrosos y amargos.

El patriarcal idilio que nos ha contado San Lucas, con su placidez primitiva, y como primavera de almas que se abren a la luz de un nuevo día, es un aspecto de la vida, pero no es la vida entera. Quizá todo eso es en muchas vidas, sumidas habitualmente en el sacrificio, sólo un rayo furtivo de sol, que rasga las nubes para apagarse con rapidez. Pero la vida es también eso, según el designio de Dios. Las austeridades, la severidad de la vida cristiana no excluye las santas alegrías. Antes al contrario, cuanto más austera y generosa es la vida tanto más profunda y verdadera es la alegría en  que se desenvuelve. El Evangelio no es escuela de pesimismo, no es un velo fúnebre que cayera sobre los espíritus. Sobre la realidad de la vida, con sus alternativas de dolor y felicidad, va elaborando la santificación del hombre, acrisolando y elevando gozos y amarguras.

El cristiano verdadero no tiene como supremo ideal de la vida presente el sumirse en una amargura morbosa ni el crearse paraísos artificiales, sino ver en Dios y recibir de manos de Dios dolores y alegrías con filial amor y abandono. Alegrías y dolores pueden ser camino de santificación, si nosotros queremos.

El cristiano ha de ser un hombre que sepa, cuando Dios se las mande, gustar las alegrías con sencillez de corazón, con gratitud y con amor, sin enturbiadas con la hiel del pesimismo recalcitrante, sino con la candidez de un niño, que aplica los labios a un manso y limpio arroyo que Dios ha hecho correr para refrigerarnos.

Ha de ser al mismo tiempo un hombre que sepa beber las aguas amargas de la tribulación, con resignación y esperanza: resignación sumisa con la cual nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios nuestro Padre y esperanza firme en la bondad divina que saca bienes de los males, y si permite la tribulación, pronto la trueca en consuelo y siempre está ordenándolo todo para nuestro bien.

Convirtamos nuestras tristezas y nuestras alegrías en fuente de amor divino y en medios de glorificar a nuestro Dios. El camino de nuestra vida se va deslizando entre sombríos y peligrosos desfiladeros y por amenas riberas. Pasemos por riberas y desfiladeros cantando a nuestro Dios, con la voz de la fidelidad y las virtudes y preludiando los cantos del cielo.

(Alfonso Torres, Obras Completas, Lecciones sacras sobre los Santos Evangelios, Vol. I, BAC, Madrid, 1967, Pág. 123-132)


 EJEMPLOS PREDICABLES

 

Un obispo hace de acólito

Cuando el Papa Pío X (m. 1914) no era más que obispo de Mantua, cierta vez fue a Roma para asistir a las fiestas con que se festejaba el 50º aniversario del sacerdocio de León XIII (1888). Una mañana, al entrar en la sacristía de la basílica de San Pedro, se dio cuenta de un sacerdote (el canónigo Radini Tedeschi), que se hallaba revestido a punto de decir misa y no hallaba ningún acólito que se la ayudase. El Obispo de Mantua se ofreció a prestar este servicio. Pero el canónigo no quería aceptar de ninguna manera, porque le parecía que no era propio de tan alta dignidad como es la del obispo el hacer de acólito. El futuro Papa le dijo entonces: “Tranquilícese usted, recuerdo perfectamente cómo se acompaña una misa. Vamos al altar y no tema”. Al canónigo no le quedó otro camino que dirigirse al altar y celebrar la misa ayudado por el Obispo de Mantua. Este Obispo tan humilde fue exaltado por Dios: quince años más tarde en 1903, era elegido Papa por el Cónclave, (este Papa nombró obispo de Bérgamo al canónigo Radini Tedeschi). Jesucristo nos dijo: “El que quiera elevarse será humillado, pero el que se humille será levantado” (Lucas 14, II).

(Spirago, Catecismo en ejemplos, t. III, Ed. Políglota, 2ª Ed., Barcelona, 1931, p. 200)