24
HOMILÍAS MÁS PARA LA
FIESTA DE SAN JOSÉ
sobre el evangelio de Mateo
10-24
10.
-UN BUEN MAESTRO DEL CAMINO HACIA LA PASCUA
Acercándonos ya a la Pascua, recordamos a san José, santo popular por excelencia, figura entrañable del evangelio en torno a Jesús. Le podemos contemplar como un modelo de cómo cumplir en nuestras vidas el plan salvador de Dios.
O sea, san José puede considerarse maestro -silencioso pero elocuente- del camino cuaresmal y pascual: el que aceptó con generosidad la voluntad de Dios y la cumplió con fidelidad. Modelo de fe para todo cristiano. Y de modo particular para los que han recibido la vocación al sacerdocio: si hoy se celebra el «día del Seminario», se puede acercar esta realidad, sin ninguna violencia, a la figura de José.
-EN LA LINEA DE LOS MEJORES CREYENTES
Las lecturas de hoy le ponen a san José en buena compañía. El profeta Natán anuncia a David que tendrá un hijo, que históricamente será Salomón, pero que pronto será visto como figura del futuro Mesías. José es de la familia de David, el último eslabón de la cadena genealógica de Jesús. De él sí que se puede decir, con el salmo que cantamos como meditación, «te fundaré un linaje perpetuo».
También a Abraham le anuncian un hijo y que será padre de muchos pueblos. Pablo alaba la fe de este patriarca, que creyó contra toda esperanza. Se fió de Dios. Padre de Isaac, el hijo de la promesa, estuvo dispuesto en su momento a sacrificarlo,si era la voluntad de Dios. Abraham es el prototipo de los creyentes del A.T. Y podemos decir que José es como el Abraham del NT, al igual que su esposa María: modelo de fe y confianza absoluta en Dios. Colaborará a que se cumpla la promesa de descendencia universal y salvadora en Cristo Jesús.
JOSE/DUDAS: Las dudas de José son interpretadas por los exegetas en el sentido de que él, hombre sencillo y respetuoso del plan de Dios, intuyendo que allí sucedía un misterio -luego el ángel le asegurará que ha actuado el Espíritu de Dios- se siente indigno de entrar en terreno sagrado y decide retirarse. Pero el ángel le anuncia de parte de Dios que sigue teniendo una misión a cumplir, como cabeza de la entrañable familia del Mesías.
-LAS LECCIONES DE JOSÉ
a) Ante todo, José es una persona creyente, de fe abierta a Dios, obediente a la misión que se le encomienda, "servidor fiel y prudente que pusiste al frente de tu Familia" (prefacio). El papa Juan Pablo II, en su encíclica «Redemptoris Custos» (1989), repite varias veces el versículo que según él más retrata a san José: «Hizo lo que le había mandado el ángel del Señor».
b) Nos anima, por tanto, a cumplir la misión que Dios nos encomienda a cada uno. Para él fue la de ser custodio de Jesús y esposo de María: «Se entregó por entero a servir a tu Hijo, nacido de la Virgen María» (ofrendas). Cada uno tiene su misión de parte de Dios: en la familia, en la sociedad, en la parroquia, en la comunidad religiosa. José nos enseña a cumplirla fielmente.
c) Seguro que él tuvo también dificultades y momentos malos en su vida. Como Abraham, como María, como Cristo, como nosotros. José supo de emigración y persecuciones, de pobreza y oscuridad. Antes del gozo de la vida de Nazaret -y también después, por ejemplo cuando lo del hijo perdido en el templo- experimentó lo que es la Cuaresma del dolor. Su ejemplo nos puede dar ánimos a todos. Sin discursos ni gestos solemnes, desde la humildad de su trabajo y de su vida diaria, José supo cumplir con elegancia espiritual lo que Dios quería de él.
d) La figura de José tiene también una dimensión eclesial, y si hoy se celebra en la diócesis el «día del Seminario», convendrá hacer una aproximación en este sentido. Si de José decimos «le confiaste los primeros misterios de la salvación» (colecta), porque Dios le encomendó la custodia de Jesús y María, se añade en seguida que Dios ha confiado a la comunidad eclesial el conservar y llevar a plenitud esos misterios en su misión salvadora. José intervino en los inicios. Ahora la Iglesia colabora en hacer madurar esa salvación.
Además, la misión especial de José consistió en una paternidad distinta, pero verdadera. No todo ni lo más importante es lo biológico. Aquí se revela, como dice Juan Pablo II, «el misterio de la perfecta comunión del hombre y la mujer, en este caso a la vez misterio de una singular continencia por el reino de los cielos, al servicio de la perfecta fecundidad del Espíritu de Dios». También el sacerdote -y la Iglesia entera- está llamado a una paternidad especial, abierta a la acción del Espíritu, una paternidad universal, hecha de entrega y de mediación salvadora de bienes que no son propios sino que vienen de Dios: el amor, el perdón, la Palabra. Una paternidad como la de Pablo: «Yo os he engendrado por el evangelio en Cristo Jesús». Y así, como José, la comunidad cristiana, y de modo particular el sacerdote, colabora en la venida de Cristo a este mundo.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993, 4
11.
-Del linaje de David.
David es el rey de Israel por excelencia. Fue un rey según el corazón de Dios, como constata la Biblia, y fue también un rey según el corazón del pueblo de Dios. En su reinado se reunificaron y ampliaron los territorios de Israel y se estableció la capital del reino en Jerusalén. Sólo le faltó una cosa: levantar un templo digno del Altísimo. Sin embargo, antes de morir, recibió el consuelo del profeta Natán, de saber que su hijo y heredero, Salomón, sería el encargado de construir ese templo magnífico. Pero, sobre todo, el profeta le anunció que de su linaje surgiría el verdadero templo de Dios, Jesús, en quien reside la divinidad. En efecto, en José, descendiente directo de la estirpe davídica, y por José, esposo de María, la madre de Jesús, éste sería reconocido y aclamado como el hijo de David, el Mesías prometido y esperado.
-Descendiente de Abrahán.
Tampoco Abrahán, como nos recuerda Pablo en la segunda lectura, pudo ver cumplida su esperanza. Pero fue el depositario de la gran promesa, que creyó y transmitió a sus herederos y descendientes hasta el propio José. Abrahán creyó, contra toda esperanza, que su descendencia sería inmensa como las arenas del desierto. Y hoy lo veneran como Padre en la fe cristianos, judíos y musulmanes. Pero, sobre todo, la promesa anunciaba el advenimiento del Mesías, el Salvador, nacido de su descendencia. José, en efecto, es descendiente de Abrahán según la carne, pero lo es sobre todo según la fe. Abrahán es padre de los creyentes por su fe, José es Patriarca de la Iglesia por su fe en Jesús, confiado por Dios a sus cuidados, junto con María.
-Elegido por Dios.
De entre los innumerables descendientes de Abrahán, de la copiosa estirpe de David, José fue el elegido por Dios para la más alta misión en la historia de la salvación, desposar a la madre de Jesús y hacer en la tierra las veces de padre del Hijo de Dios. No ambicionaba José tal dignidad. Así nos lo confirma el relato evangélico, que hemos escuchado este día. Sus recelos en recibir a María, que se hallaba encinta por obra del Espíritu Santo, no tienen nada que ver con sospechas respecto de la fidelidad de María, sino con su amor a la justicia, que le hacía considerarse indigno de acceder al misterio de la gracia de Dios. Quiso retirarse discretamente, pensando que aquello era cosa de Dios y no asunto suyo.
-Para ser padre de Jesús.
Pero el Señor le había elegido. Y José, tan pronto como el ángel le aclaró la situación y le invitó a participar en el designio de Dios, obedeció incondicionalmente. Desde ese instante José asumirá su misión de esposo de María, la madre, y padre del hijo de María e Hijo de Dios. Al servicio de María, a entera disposición de Jesús, la Palabra de Dios hecha carne, dedicará toda su vida. Y nada más sabemos de la vida de José, sino esta absoluta consagración al niño y a la madre. Por ellos trabajará en Nazaret hasta el nacimiento del hijo. Por ellos y con ellos peregrinará a Belén, para que se cumpla la promesa de Dios. Por ellos se desplazará a Egipto, para ponerlos a salvo de la persecución. Por ellos regresará, obediente a la voz de Dios, a Nazaret. Y con ellos vivirá, compartiendo sus penas y alegrías, hasta que le llegue la hora de rendir cuentas como padre al Padre.
-Y Patriarca de la Iglesia.
Esa fidelidad exquisita de José a la palabra de Dios, cada vez que le era comunicada por el ángel, y esa entera disponibilidad y servicio a la Palabra de Dios, hecha carne en el seno de María, su esposa, y confiada a José como hijo, es precisamente lo que cualifica a José como Patriarca de la Iglesia, nuestro patrón como creyentes en Jesús. Toda la vida de José, al menos la que nos relatan los evangelios, es un acto de obediencia a la palabra de Dios que le señala los momentos más importantes de su vi¿a. Y toda la vida de José es un acto de amor y de servicio a Jesús, el hijo, y a María, la madre. Hermoso testimonio y ejemplo para la Iglesia, cuya misión es acoger y dar a luz la Palabra de Dios. Precioso espejo en que mirarnos, después de tantos años, para aprender a acoger la palabra de Dios y ofrecerla al mundo para su salvación.
-¿Vivimos, como san José, atentos a la voz de Dios? ¿Como escuchamos el Evangelio? ¿Escuchamos con fe y con amor?
-¿Vivimos de la palabra que procede de la boca de Dios? ¿Dejamos que su Palabra se haga carne en nuestra carne y se exprese en nuestras obras? ¿Somos testigos?
-¿Estamos al servicio del Evangelio? ¿como lo anunciamos? ¿Qué señales acompañan nuestras buenas palabras?
-¿Prestamos oídos a la voz de Dios que se insinúa en los signos de los tiempos? ¿Vivimos con fe los acontecimientos de la vida y de cada día?
-¿Cómo respondemos a la voz de Dios que nos interpela en las necesidades de los hermanos más pequeños? ¿Responde nuestra caridad a nuestra fe? ¿Somos fieles y justos como san José?
EUCARISTÍA 1994, 14
12.
Raíces y alas
El Nuevo Testamento nos da muy pocos datos sobre quién fue José. La Iglesia, en ese momento decisivo de su historia en que fija el canon de los libros que forman parte del Nuevo Testamento, no recoge mucho material sobre la vida de José, de un carácter claramente legendario, que aparece en los llamados evangelios «apócrifos».
La figura de José aparece muy presente en los relatos en torno a la infancia de Jesús, pero desde la peregrinación a Jerusalén, que recoge el evangelio, ya no vuelve a aparecer personalmente en el evangelio. Únicamente se alude a él a propósito de la sorpresa de los nazarenos ante el mensaje y la actividad de Jesús: «¿No es este el hijo de José, el carpintero?».
La tradición de la Iglesia ha sido también muy parca respecto a su figura: prácticamente se limita a convertirlo en el «patrono de la buena muerte», basándose en la suposición -no recogida por los evangelios- de que murió rodeado por Jesús y por María. Todo ello es muy poco para poder elaborar, como a veces se ha intentado, una «josefología», una reflexión teológica sobre el buen José.
La anunciación a María tuvo posiblemente lugar en esa pobre gruta que hoy se encuentra en el subsuelo de la Basílica de Nazaret. No lejos de allí hay otra Iglesia, construida sobre lo que pudo haber sido la casa de san José, que tuvo su precedente en una basílica de la época de los cruzados. En aquel emplazamiento habría tenido lugar el acontecimiento que ha sido llamado el de «las dudas de José» y que, en realidad, debería llamarse el de la «anunciación a José».
No se debe hablar de las dudas de José, referidas a la honestidad de su mujer. Las dudas se refieren a sí mismo, a su propia dignidad: se pregunta si puede estar tan cerca del misterio de Dios que se ha introducido en su vida. Es lo que sintió Moisés en la manifestación de Dios en aquella zarza que ardía sin consumirse. Moisés se descalza, se cubre el rostro y se postra en tierra. José tiene reparos en llevar a su casa a su mujer María y al misterio de Dios que está creciendo en su vientre.
Es el momento en que el ángel se le aparece en sueños, como acontece en otros momentos importantes en la Biblia, y le dice: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella venga del Espíritu Santo». Precisamente el relato acaba con la afirmación de que José «hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer».
En este relato de «la anunciación a José», se repite una expresión que también dice el ángel en «la anunciación a María»: «Le pondrás por nombre Jesús». Para la legislación judía, sólo el varón adulto era una persona jurídica válida, y únicamente el padre era el que podía dar nombre a su hijo y enraizarlo de esta forma en el pueblo de Israel.
José entraba, por tanto, en los planes de Dios; es como si el ángel en sueños le hubiese dicho: «¡No te alejes! Tú no eres insignificante. Eres importante y necesario. Tú eres el que va a dar nombre a la criatura de María, que "viene del Espíritu Santo". ¡No te alejes! Tú también tienes una misión muy importante que cumplir en ese regalo que Dios hace a los hombres, en ese Jesús, cuyo nombre significa que "salvará a su pueblo de los pecados"».
Basándose en los evangelios apócrifos se ha presentado a José como un hombre de edad avanzada, cuando dadas las costumbres judías debía ser un hombre joven. El evangelio apócrifo llamado Historia de José el carpintero, dice que José contrajo matrimonio a los cuarenta años, y Jesús habla de él como «el buen viejo José» y que «era un varón justo y alababa a Dios en todas sus obras. Acostumbraba a salir forastero con frecuencia para ejercer el oficio de carpintero». Y más tarde Jesús dice en el mismo apócrifo: «Mi padre José, el bendito anciano, seguía ejerciendo el oficio de carpintero, gracias a cuyo trabajo nosotros podíamos vivir. Jamás se pudo decir que él comiera su pan de balde, sino que se comportaba en conformidad con lo prescrito por la ley de Moisés». La tradición ha presentado la muerte de José antes de la vida pública de su hijo, aunque la Historia de José el carpintero dice que vivió nada menos que ciento once años.
Los evangelios son mucho más sobrios. José es el padre de familia que, por dos veces, toma al niño y a su madre para huir a Egipto y regresar después a Nazaret. Sin citarlo explícitamente, el evangelio nos dice que José fue testigo de cómo su hijo crecía en estatura, sabiduría y gracia y que vivía sujeto a sus padres. También nos describe la persona de José con un único calificativo: «Era justo».
Es un término que, para la Biblia, está preñado de contenidos: no sólo se refiere a que era «bueno» y no quiso denunciar a su mujer. Para la Biblia la expresión "justo" califica a un hombre religioso, fiel, honesto; como dice un comentarista: «Justo es el que adopta en cada situación la actitud adecuada». Por eso, fue justo José al preguntarse sobre su dignidad ante la cercanía del misterio de Dios en su vida y fue también justo cuando se llevó a su mujer a su casa.
Escuela de padres es una institución que tiene el siguiente lema: «Los hijos no aprenden, imitan». En el troquelado de la personalidad de un hijo influyen, sin duda, sus genes, los medios de aprendizaje y formación que va a recibir en su vida; pero nadie puede discutir que hay una impronta básica que proviene de las personas más cercanas, especialmente de los padres.
Muchos cristianos hubieran deseado que los evangelios nos hubieran dado más datos sobre el buen José. Y, sin embargo, hay un camino para conocer a José poco explorado: el de la personalidad humana de su hijo. ¿No debe decirse que en aquel crecimiento escondido durante treinta años se fue forjando la personalidad de Jesús que estaba imitando lo que tenía más cerca de sí, a sus propios padres?
Antes decíamos que Jesús necesitaba un padre, aunque no fuese genético, para poder recibir un nombre y formar parte de un pueblo. Tendríamos que añadir que Jesús necesitaba un padre para aprender a ser hombre, porque el principal modelo de identificación de todo niño es precisamente su propio padre. ¿No es justo decir que esos rasgos tan impresionantes de la personalidad de Jesús: su libertad, su valentía, su coherencia, su desprendimiento..., los aprendió y, sobre todo, los imitó en aquellos años escondidos en que estuvo sujeto a José?
Uno de los rasgos más característicos de la predicación de Jesús es llamar a Dios Abba, «papaíto», una expresión que impactó tanto a sus oyentes que se nos ha conservado en la propia lengua de Jesús. Debió ser también, sin dudas, la misma palabra con la que Jesús se dirigía a ese buen José, al que estuvo sujeto tantos años. En ese crecimiento en estatura, sabiduría y gracia de Jesús, ¿no aprendió también de su padre José cómo dirigirse a su Padre del cielo?
Recuerdo haber leído que Francisco de Asís habla de Dios preferentemente con rasgos femeninos, quizá porque su relación con su propio padre, el comerciante Bernardone, no fue positiva. Jesús no fue así: él tuvo la suerte, como tantas personas a lo largo de los siglos, de tener un padre en el que pudo aprender a conocer la bondad de Dios, la ternura del Abba... Hay un proverbio chino que dice que los padres deben dar a sus hijos «raíces y alas»: fue esto lo que José dio a su hijo Jesús.
La figura de José es hoy nuestro modelo. También nosotros nos sentimos indignos de acercarnos a Dios, porque hay en nuestro ser tanto barro, tanta debilidad... Y, sin embargo, una voz nos debe decir hoy al corazón: «No tengas reparo»: no son tus méritos los que te acercan a Dios; es Dios quien se acerca a ti; nadie es insignificante para un Dios que se ha hecho Emmanuel, compañero de nuestros caminos, de nuestras alegrías y penas, de nuestras ilusiones y fracasos... Tú no eres insignificante; cada ser humano, para sus hijos y para todo hombre, tiene la misión de ser Emmanuel, el Dios-con-nosotros; de ser las manos y el corazón de un Dios que nos sigue dando la gran señal del Emmanuel a través del buen José y de todo hombre que vive en el amor.
JAVIER
GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 375 ss.
13.
El evangelio de hoy, fiesta de San José, nos habla de los antepasados de Jesús y de cómo el Espíritu Santo engendró en María un hijo, creando confusión en su esposo José, que aún no vivía con María. El texto nos dice que José resolvió dejar en secreto a María, ya que era justo y no se atrevía a hacer público por su cuenta lo ocurrido en ella. En estas andaba, cuando se le apareció en sueños un Angel que le explicó las cosas y le pidió que se quedara con María.
La pregunta que ordinariamente nos hacemos es ésta: ¿cómo se entiende la "justicia" de José, la cual lo lleva a actuar de una manera tan extraña, tan contraria a nuestros criterios occidentales? La contradictoria conducta de José la entenderemos, si recordamos lo que significa "justicia" en la Biblia. Un ser humano es radicalmente justo, cuando acopla su conducta a la voluntad de Dios. Pero esto sólo sucede cuando alguien es capaz de mantenerse como criatura ante Dios su creador, respetando su plan, aceptando colaborarle aunque no lo entienda, no tratando de apropiarse lo bueno que encuentre en él. Es decir, una persona es justa cuando respeta la misteriosa acción de Dios en la Historia, sin apropiársela, poniéndose a su servicio. De esta manera Dios será siempre Dios y el ser humano su criatura.
Este es el caso de José. Frente al misterio que encierra María en su vientre, la justicia bíblica le pide respetarlo, dejarle a Dios que él mismo lo revele y lo aclare por el medio que a Él le parezca. Al no comprender José la gravidez prematura de María, trató de hacer lo que una persona justa debía hacer: retirarse, para no apropiarse la paternidad del Hijo que pertenecía a Dios. Pero si Dios quería que él desempeñara algún papel en ese misterio, estaba dispuesto a ocupar el lugar que Dios le asignara. La Biblia guarda memoria de esta justicia, para fomentar justos de la talla de José.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
14.
- UN SANTO EN LA CUARESMA
Estamos a dos semanas de la Pascua. Durante la Cuaresma no solemos celebrar fiestas de santos, pero hacemos una excepción con la figura entrañable de san José. Es un santo popular, porque el pueblo cristiano le ha visto en los evangelios como un hombre humilde, trabajador, fiel, "justo", íntimamente unido a Jesús y a María. Por eso se le tiene como abogado de la buena muerte, modelo del mundo del trabajo, maestro de vida interior y patrono de la Iglesia universal.
Lo que sí tendríamos que hacer es "orientar" su recuerdo hacia la Pascua, para que no nos distraiga sino, al contrario, nos ayude en su preparación. San José puede considerarse modelo de los que quieren estar en unión con Cristo y aceptar en su vida los planes de Dios, aunque no los entiendan del todo.
Si hoy se celebra el día del seminario, no es nada difícil aproximar las actitudes de san José a las de la comunidad eclesial, custodia también ella de los misterios de Jesús, y en concreto a la vocación ministerial dentro de la Iglesia. Los sacerdotes están llamados a una paternidad universal, misteriosa, hecha de entrega y mediación salvadora, pero totalmente abierta a la acción del Espíritu, que es el que da vida y salva. Una paternidad como la de Pablo: "Yo os he engendrado por el evangelio en Cristo Jesús".
- LAS LECTURAS: EN LISTA CON LOS MEJORES CREYENTES
A David le anuncia el profeta Natán un hijo. Históricamente será Salomón, el del Templo, el sabio. Aunque los judíos vieron pronto en esta profecía la figura del Mesías esperado. Precisamente a José se le presenta en el evangelio como de la familia de David, el último eslabón de la cadena genealógica del Mesías. También a él se le anuncia un hijo: el Mesías y Salvador. De José sí que se puede decir, con el salmo, "te fundaré un linaje perpetuo".
También a Abrahán se le promete una descendencia y se le asegura que su misión es ser padre de muchos pueblos. Pablo, en la carta a los Romanos, alaba la fe de Abrahán porque creyó en Dios contra toda esperanza. José también entronca con la figura de Abrahán, cumple en sí mismo este modelo de fe y confianza en Dios y lleva a plenitud la promesa de descendencia universal en Cristo Jesús.
El evangelio de Mateo nos muestra a José como un hombre de fe, humilde, respetuoso del plan de Dios. Sus "dudas" se interpretan ahora, no tanto en el sentido de que sospechara de la fidelidad de María, sino que dudó de sí mismo: al intuir el misterio que en ella se está cumpliendo, por obra del Espíritu, José se considera indigno y quiere retirarse de la escena. El anuncio del ángel tendría este sentido: asegurarle que, a pesar de ser el Espíritu de Dios el protagonista del misterio, él, José, tiene una misión que cumplir en los planes de Dios: dar nombre a Jesús, en la línea genealógica de David, y actuar como padre del Mesías. La figura de José aparece así todavía más cercana: su humildad le hace dudar y su fe le hace abrirse totalmente a Dios.
- JOSE NOS ESTIMULA EN NUESTRO CAMINO DE PASCUA
a) Ante todo, José es un hombre de fe: abierto y dócil a Dios, respetuoso de sus planes de salvación, en los que se ve incluido sin pretenderlo; el hombre justo y bueno, como Abrahán, que cree contra toda esperanza, "servidor fiel y prudente que pusiste al frente de tu familia" (prefacio). Sería interesante releer, en torno a esta fiesta, la "Redemptoris Custos" de Juan Pablo, en donde resalta sobre todo esta su fe en Dios.
b) Nos enseña a cumplir la misión que Dios nos encomienda a cada uno. Para él fue la de ser custodio de Jesús y María: "Le confiaste los primeros misterios de la salvación" (oración). "Se entregó por entero a servir a tu Hijo" (ofrendas). Todos tenemos una misión a cumplir, en el conjunto de la humanidad y de la Iglesia. Todos somos corresponsables de la mejora de este mundo y de su evangelización, empezando por nuestras propias familias. Eso requiere constancia y generosidad.
c) Esta misión la cumplió José desde la sencillez de su vida diaria. Fue un joven y luego un hombre del pueblo, obrero, un israelita normal, que se vio de repente envuelto en los planes de Dios. Pero a veces Dios no nos pide cosas espectaculares. José, sin milagros ni discursos, sin ser nombrado apóstol ni persona importante en los nuevos tiempos, desde su vida diaria y sencilla, supo ser fiel a Dios, creyó en él y cumplió con fidelidad la misión que se le encomendaba. Para nosotros, la renovación pascual seguramente tampoco consistirá en actitudes solemnes, sino en la autenticidad de las cosas sencillas de nuestra vida, hechas con la elegancia espiritual de José.
d) En la vida de José hubo momentos de dolor y dificultad. Como en la de Abrahán, o en la del mismo Cristo, y, seguramente, también en la nuestra. Junto a días de paz y alegría, en la convivencia de Nazaret, José supo de emigración y persecuciones, de pobreza y malentendidos. También a él le tuvo que decir el ángel, como a María, "no temas". Ser creyentes conlleva muchas veces fatiga y esfuerzo. Es un itinerario de cuaresma que dura bastante más de cuarenta días en nuestra historia. El ejemplo de José nos puede venir muy bien a los que a veces experimentamos el cansancio o las tentaciones de este mundo.
J.
ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1999, 4, 35-36
15.
Este proyecto de homilía presupone que se ha leído como evangelio el texto de Mt 1,16.18-21.24a
-Un recuerdo de la Navidad: un hombre bueno, un hombre decidido Hace casi tres meses, el 20 de diciembre, leíamos este mismo evangelio que ahora acabamos de escuchar. Era el domingo antes de la Navidad, y entonces, como ahora, teníamos ante nuestros ojos a esta figura que, desde su gran sencillez, tanto puede enseñarnos.
San José, un hombre bueno, que amaba profundamente, que deseaba que a su alrededor hubiera bien y felicidad, y que buscaba ese bien y esa felicidad incluso encontrándose en situaciones muy difíciles; un hombre abierto, en definitiva, para conocer lo que le pedía Dios. José es un hombre bueno. Pero al mismo tiempo José es un hombre valiente, con iniciativa, con capacidad para tomar decisiones y afrontar riesgos para lograr ese bien y esa felicidad que desea para sí y para los demás y para sacar adelante la misión que entiende que Dios le confía.
Hace también tres meses, el domingo después de la Navidad, leíamos otra escena evangélica que nos mostraba aún más esa forma de ser y de actuar de José. Era la historia aquella en la que Herodes quiere matar a Jesús. José, entonces, advertido por el ángel, se levanta, despierta a María y a Jesús, y emprende un largo camino de huida hacia Egipto, para salvarse del rey asesino. En esta escena se ve como José ama a su mujer y a su hijo, y se ve mejor aún su carácter valiente, decidido, dispuesto a lo que sea para impedir que el opresor se salga con la suya.
Ese es José. Un hombre bueno, un hombre que amaba, un hombre de corazón limpio y libre. Y un hombre nada blando, nada pusilánime, sino lleno de energia, luchador, lanzado a la fidelidad en el camino de Dios. Sin duda Jesús aprendió mucho a su lado. Todo eso, ese carácter suyo, José lo puso al servicio de la tarea de sacar adelante aquella familia: él puso su energía humana para que el Hijo de Dios tuviera las condiciones imprescindibles para vivir dignamente; y Dios puso su energía divina para que, a partir de ahí, la Buena Noticia de Jesús llegase a todas partes.
-Un único camino, que conduce a la cruz y la resurrección
Eso es lo que celebrábamos hace tres meses, en la Navidad. Y ahora, hoy, en plena Cuaresma, a muy pocos días de la celebración de la muerte y la resurrección del Señor, lo volvemos a recordar. Quizá parece un poco fuera de lugar: el nombre de José está asociado al nacimiento de Jesús, no a su muerte y resurrección...
Pero sin embargo, a pesar de que quizá esta fiesta se encuentre un poco fuera de su lugar natural, celebrarla en este tiempo también nos puede ayudar a tener rnás presente algo que es muy importante en nuestra fe cristiana. Y ese algo importante nos lo da a entender el hecho de que precisamente, en aquel domingo antes de Navidad en el que leíamos el mismo evangelio que hemos leído hoy, en la oración inicial de la misa pedíamos: "Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección".
Ahí está lo importante. Que nuestra vida cristiana no es un conjunto de momentos separados, o una colección de actos que debemos realizar, o una lista de verdades que debemos saber y creer, o una serie de fiestas que debemos celebrar. No. La vida cristiana es seguir el camino de Jesús, un camino que comienza en Belén y que acaba en la cruz y en la resurrección. Un camino que es, en su totalidad, vivir una misma y única cosa, un mismo amor fiel, una misma entrega para trasparentar la Buena Noticia de Dios, una misma bondad al servicio de los demás y de un modo especial de los más débiles, una misma energía y decisión para hacer posible esa vida renovada y para combatir todo lo que es mal, y opresión, y dolor, y pecado.
-San José vivió este único camino cristiano
Hoy, con mucha alegría, recordamos a san José. Y, mirándolo a él, nos damos cuenta de que realmente vivió ese camino, el camino que luego Jesús predicaría y viviría plenamente. José fue bueno, justo, lleno de amor. José fue decidido, luchador, valiente. Recordarlo nos anima a seguir más a fondo el camino del Evangelio, el camino de Jesús. Para celebrar con la mayor autenticidad dentro de dos semanas, los días santos de su muerte y su resurrección.
EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 4, 39-40
16.
EL CUSTODIO DEL REDENTOR
1. Si María recibió una anunciación por la cual se le notificaba que iba a ser Madre de Dios, José también tuvo su anunciación, por la que se le anunciaba que iba a ser el padre legal del Hijo de Dios, e hijo de María, su esposa. En el momento más amargo de su vida, cuando está dispuesto a dejar a María al verla encinta, le dice el ángel: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre, Jesús, porque El salvará al pueblo de sus pecados" Mateo 1,16. Como la imposición del nombre es derecho del padre, el ángel está afirmando la paternidad de José. Se ve inmerso sin esperarlo en la familia trinitaria.
2. José es un joven fuerte y lleno de vida, que ama profundamente a su novia María. Con este anuncio recibió una alegría inmensa. Comprendió su vocación y la gran confianza que depositaba el Padre al elegirlo padre de su Hijo, asociándolo al orden hipostático. Y se entrega totalmente a la misión que le confía y va a poner todas sus fuerzas al servicio de Jesús y de María. Trabajará y sufrirá, pero también gozará. Recibirá las humillaciones de Belén, cuando no le quieran dar posada. Buscará la gruta para que María pueda dar a luz. La limpiará, buscará la comida, leña para el fuego y luz para iluminar la cueva oscura.
3. El será el primero en ver al Hijo de Dios, Niño recién nacido; en oir sus llantos. Su noble y sensible corazón se sobrecoge contemplando la pobreza con que viene al mundo el Hijo de Dios y su hijo. Y después Egipto. Huída rápida para salvar al Niño. País desconocido, lengua extraña, sin medios, buscando el modo de ganar la vida. Muere Herodes. Y el ángel le anuncia que ha muerto el que quería matar al Niño. Y vuelta a su tierra.
4. Ve crecer al Niño. Ya se lo lleva al taller. Le enseña a manejar las herramientas. Educa a Jesús. Jesús ama a su padre. ¡Y cómo ama José a Jesús! "Por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús", escribió el Papa León XIII, expresando el inmenso cariño y ternura de José por su Hijo Jesús.
5. Jesús va a la sinagoga con su padre. Jesús ora en familia con José y María. La vida de José es una vida de oración y trabajo, de hogar y de amor, de austeridad y pobreza, pero de alegría inmensa como consecuencia de la profundidad de su vida interior y de saberse entregado por completo al primer hogar cristiano, semilla de la Iglesia, de la cual es también Patrono. "Proteged a la Iglesia Santa de Dios, la preciosa herencia de Jesucristo".
6. "Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados". La palabra padre en labios de María, tiene una significación plena en el orden espiritual, moral y afectivo. Le da la preferencia a José. Le honra, le pone delante. Ni en el orden ontológico ni el de la santidad le corresponde esa preferencia, pero sí en el orden jurídico familiar y social. "Nos has tratado así". Señala la unión de corazones; es verdadero esposo de María y está unido a ella en el dolor. Porque hay unión de corazones, sufren juntos por la pérdida y separación de Jesús. Cuando perdemos a Jesús, sufrimos. Me diréis que hay muchas personas que están apartadas de Dios y no sufren por ello. Sí que sufren, aunque no se dan cuenta. Puede uno no darse cuenta de que está bebiendo veneno, pero se envenena si darse cuenta. Cuando se quebrantan los mandamientos se produce un desequilibrio, un desquiciamiento de la persona. Se da la esquizofrenia, que consiste en la disociación del deber y del hacer. Los mandatos de Dios no son arbitrarios. El sabe lo que nos conviene y lo que nos daña. Por eso manda lo que nos conviene y prohibe lo que nos daña. La ausencia, la pérdida de Jesús causa dolor, angustia: "Te buscábamos angustiados". El amor espiritual es más fuerte que el natural. "Los amores de la tierra le tienen usurpado el nombre" al amor, dice Santa Teresa. "El que ama con amor espiritual, dice San Juan de Avila, necesitaría dos corazones: uno de carne para amar; otro de hierro para recibir los golpes por la pérdida de los hijos espirituales". ¿Por qué nos has tratado así, a los dos? Unidos en la misma duda. Y unidos en la misma acción: "Te buscábamos angustiados". José y María, como Abraham, tienen que recibir la herida dolorosísima de la separación del hijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?". ¿Qué dice? ¿Qué lenguaje es éste? Este Jesús no es el Jesús que ellos conocían. Jesús ha marcado una línea de separación. Se les exige el desprendimiento total.
La noche del espíritu, que María vivirá en el Calvario, se le adelanta a José en este momento. La colaboración de José a la redención alcanza en este momento un nuevo dolor. Y así fue en toda su vida. En el viaje a Belén, en la noche del Nacimiento, en el día de la presentación en el Templo, en la huída a Egipto, ante la profecía de Simeón, en Nazaret, en el Templo con los Doctores.
7. Cuando ya no era tan necesario, por ser Jesús adulto y capaz de proteger a su madre, José, asistido por Jesús y por María, murió. Por eso, por el consuelo que tuvo al morir en brazos de su hijo y de su esposa, es el patrono de los agonizantes. Jesús, José y María, asistidnos en nuestra última agonía.
8. Santa Teresa experimentó la eficacia de la intercesión de San José y "se hizo promotora de su devoción en la cristiandad occidental" y, principalmente, quiere que lo tomemos como maestro de oración.
9. José, padre de Jesús, que entregó al Redentor su juventud, su castidad limpia, su santidad y su silencio y su acción, puede hacer suyo el Salmo 88: "El me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora".
10. Valencia quema en las fallas "ninots", que simbolizan vicios y pecados, que empequeñecen, destruyen y empobrecen. Nunca ha quemado "ninots", que simbolizaran virtudes y honradez, porque esto la gente no quiere quemarlo. Y la gente es tolerante con las sátiras de las fallas, y los personajes, convertidos en "ninots", aceptan las críticas, lo cual es un ejercicio de humildad, civismo y serenidad. Que San José nos ayude a quemar todos nuestros vicios, personales y sociales, como quemamos las fallas, para ser criaturas nuevas y santas, que crecen y prosperan según los deseos de Dios, que nos quiere santos y felices.
11. Al celebrar la Pascua, pensemos en el reino eterno y feliz de David, y en la fe de Abraham, nuestros padres en la fe, con quienes entronca San José, que nos bendice con su Hijo. Y pidámosle que nos enseñe a orar, que nos conceda un trato cariñoso con Jesús y con el Jesús que está escondido en cada hermano y que cuide de nuestra fe y de nuestras virtudes, como cuidó de la vida de su Hijo, Jesús, del cual estuvo tan próximo como lo vamos a estar nosotros en seguida en la comunión.
J. MARTI-BALLESTER
17.
En la cuestión 29 de la 3ª parte de la Suma Teológica trata santo Tomás de San José y afirma, siguiendo a San Agustín y a san Ambrosio, que entre María y José hubo verdadero matrimonio, También oye al Crisóstomo y a san Jerónimo. La doctrina más reciente sobre San José es la de Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica "Redemptoris Custos", de 15 de agosto 1989.
Hace derivar el Papa toda la grandeza de san José del evangelio de Mt 1,20: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José.
José es esposo de María y padre virginal de Jesús. La intimidad de José con María y con Jesús, es causa de que José viva envuelto en sacramento permanente de Dios; si pues vive con el autor de la gracia y con la llena de gracia, ¿hasta dónde alcanzará la gracia, al que, habiendo sido elegido para esposo y padre de las dos criaturas más amadas del Padre celeste, debe también haber recibido los dones que eran requeridos por esa misión delicada y excelsa?
Los teólogos han tardado muchos siglos en caer en la cuenta de la figura ingente de san José. Absorbidos y preocupados por sus estudios trinitarios, cristológicos y mariológicos, apenas repararon en el papel excepcional del humilde carpintero de Nazaret. Escribe Marceliano Llamera en el prólogo a la "Teología de san José" de su hermano Bonifacio: "Nunca las intuiciones cordiales han llevado tanta delantera a la teología como en el caso de san José. La especulación católica, entretenida con Jesús y María, tardó mucho en reparar en el humilde Patriarca. Era ya el siglo XVI, y en los conventitos teresianos se sabía más de san José que en las aulas de Salamanca y de Alcalá. Santa Teresa sabía más de san José que Báñez. Pero, al fin, ha de ser Báñez quien dé la razón a santa Teresa para que se reconozca que la tiene. Una vez pregunté a una viejecita excepcionalmente devota del santo Patriarca por qué lo era tanto, y me contestó: ¿No ve usted que lleva al Niño en sus brazos?".
San José cooperó a la constitución del orden hipostático de modo verdadero y singular, aunque extrínseco, moral y mediato; y su cooperación a la conservación de la unión hipostática, fue directa, inmediata y necesaria. Y pertenece al orden de la unión hipostática no físicamente como la Madre de Dios, pero sí moral y jurídicamente, afirma Bover.
Graciosa y plásticamente, el fecundo autor de las alegorías, san Francisco de Sales, comenta: Si una paloma deja caer un dátil en el jardín de san José, y nace una palmera, ¿acaso ésta no pertenece a san José, cuyo es el jardín? El Redentor es realmente de su padre virginal por derecho de accesión.
Es una lástima que el Catecismo de la IC no dedique ni un solo párrafo a san José, habiendo sido tan ensalzado por Juan Pablo II en la Exhortación ya citada, dedicada al Santo Patriarca en el centenario de la Encíclica de León XIII "Quamquam pluries" de 15 agosto 1889.
Es doctrina del Angélico que cuanto más una cosa se aproxima a la causa que la ha producido, más participa de su influencia. Ninguna criatura, excepto Jesús y María, se ha aproximado más a Dios que San José, por su predestinación a esposo de María y Padre virginal de Jesús. Consiguientemente, la santidad de san José excede a la de todas las criaturas humanas y angélicas. Admirables debieron de ser las virtudes escondidas del padre de Jesús, la humildad y la obediencia: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo que ella ha concebido es obra del Espíritu Santo" (Mt 1,20). Y "José hizo lo que el ángel le había mandado y tomó consigo a su mujer" (Ib 24). La tomó con todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo, que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo. Admirable disponibilidad, y entrega absoluta al designio divino, que pide el servicio de su paternidad, para que, como en el principio de la humanidad, exista, ante la humanidad nueva, también una pareja, que constituya el vértice desde el cual se difunda la santidad a toda la tierra.
"Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, "de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef 3,15) (RC 8).
Indescriptible nos resulta a los humanos la manifestación del amor y la ternura, la atención y la constante solicitud afectuosa de José con aquellas criaturas inefablemente amadas. Misterios de la Circuncisión, con José cumpliendo su derecho y su deber de padre, "le pondrás por nombre Jesús"; de la presentación en el templo: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de El" (Lc 2,30); de la huida a Egipto: "Toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto"; de Jesús en el templo: "Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48). En realidad así se pensaba: "Jesús era, según se creía, hijo de José" Lc 3,23). Y el misterio de la vida oculta de Nazaret, donde José ve crecer al Niño en edad, en sabiduría y en gracia. El misterio del cuidado de Jesús, criarle, alimentarle, trabajar para él, vestirle y educarle. Y viendo cómo ese niño, que es su hijo, que es su Dios, y cómo su esposa, más santa que él, le obedecen a él y se le confían, y oran juntos, y juntos van a la sinagoga, y juntos pasean y se distraen y juntos trabajan. Y juntos aman, y juntos viven y juntos redimen al mundo. ¡Qué maravilla y cuánto amor!
Juan Pablo II, en la "Redemptoris Custos", al señalar el clima de profunda contemplación en que vivía San José, dice: "Esto explica por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a San José en la cristiandad occidental"(25).
J. MARTI-BALLESTER
18.COMENTARIO 1
Con esta genealogía se inserta el Mesías en la historia. Hombre entre los
hombres. Solidaridad: su ascendencia empieza con la de un idólatra convertido
(Abrahán) y pasa por todas las clases sociales: patriarcas opulentos, esclavos
en Egipto, pastor llegado a rey (David), carpintero (José).
Aparte María su madre, de las cuatro mujeres citadas, Tamar se prostituyó (Gn
38,2-26), Rut era extranjera, Rahab extranjera y prostituta (Jos 2,1), Betsabé,
«la de Urías», adúltera (2 Sm 11,4). Ni racismo ni pureza de sangre, la
humanidad como es.
En Jesús Mesías va a culminar la historia de Israel. La genealogía se divide en
tres períodos de catorce generaciones, marcados por David y por la deportación a
Babilonia. La división en generaciones no es estrictamente histórica, sino
arreglada por el evangelista para obtener el número «catorce» (valor numérico de
las letras con que se escribe el nombre de David), estableciendo al mismo tiempo
seis septenarios o «semanas» de generaciones. Jesús, el Mesías, comienza la
séptima semana, que representa la época final de Israel y de la humanidad. La
octava será el mundo futuro. Con la aparición de Jesús Mesías da comienzo, por
tanto, la última edad del mundo.
«Engendrar», en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser,
sino la propia manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre.
Por eso, la genealogía se interrumpe bruscamente al final. José no es padre
natural de Jesús, sino solamente legal. Es decir, a Jesús pertenece toda la
tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una
herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su actividad reflejarán
los de Dios mismo. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad
en ella. Su mesianismo no será davídico (cf. 22,4146).
Mateo hace comenzar la genealogía de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán)
(Lc 3 23-38 se remonta hasta Adán). Esto corresponde a su visión teológica que
integra en el Israel mesiánico a todo hombre que dé su adhesión a Jesús. La
historia de Israel es, para Mateo, la de la humanidad.
El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y, por otra parte, se niegue la
paternidad de José respecto de Jesús, puede indicar un nuevo comienzo. Así como
con Abrahán empieza el Israel étnico, con Jesús va a empezar el Israel
universal, que abarcará a la humanidad entera.
El Mesías salvador nace por una intervención de Dios en la historia humana.
Jesús no es un hombre cualquiera. El significado primario del nacimiento
virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer esta acción divina como una
segunda creación, que supera la descrita en Gn 1,lss. En la primera (Gn 1,2), el
Espíritu de Dios actuaba sobre el mundo material (“El Espíritu de Dios se cernía
sobre las aguas”); ahora hace culminar en Jesús la creación del hombre. Esta
culminación no es mera evolución o desarrollo de lo pasado; por ser nueva
creación se realiza mediante una intervención de Dios mismo.
Puede aún compararse Mt 1,2-17 y 1,18-25 con los dos relatos de la creación del
hombre. En el primero (Gn 1,1-2,3) aparece el hombre como la obra final de la
creación del mundo; en el segundo (Gn 2,4bss) se describe con detalle la
creación del hombre, separado del resto de las obras de Dios. Así Mateo coloca
a Jesús, por una parte, como la culminación de una historia pasada (genealogía)
y, a continuación, describe en detalle el modo de su concepción y nacimiento,
con los que comienza la nueva humanidad. Jesús es al mismo tiempo novedad
absoluta y plenitud de un proceso histórico.
La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel del Señor,
denominación del AT para designar al mensajero de Dios, que a veces se confunde
con Dios mismo (Gn 16,7; 22,11; Ex 3,2, etc.).
v. 18: Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y,
antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu
Santo.
El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación.
Entre uno y otra transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato
podía hacerse desde que la joven tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la
maduración física de la esposa. María está ya unida a José por contrato, pero
aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su marido es la propia
de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio. El
«Espíritu Santo» (en gr. sin artículo en todo el pasaje) es la fuerza vital de
Dios (espíritu = viento, aliento), que hace concebir a María. El Padre de Jesús
es, por tanto, Dios mismo. Su concepción y nacimiento no son casuales, tienen
lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la elección de
Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone en la historia
(nueva creación).
v. 19: Su esposo, José, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió
repudiarla en secreto.
José es el hombre justo o recto. Por el uso positivo que hace Mateo del término
(cf. 13,17; 23,29; en ambos casos «justos» asociados a «profetas») se ve que es
prototipo del israelita fiel a los mandamientos de Dios, que da fe a los
anuncios proféticos y espera su cumplimiento; puede considerarse figura del
resto de Israel. Su amor o fidelidad a Dios (cf. 22,37) lo manifiesta queriendo
cumplir la Ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que consideraba
culpable de adulterio; el amor al prójimo como a sí mismo (cf. 22,39) le
impedía, sin embargo, infamarla. De ahí su decisión de repudiarla en secreto y
no exponerla a la vergüenza pública. Interviene «el ángel del Señor» (cf. 28,2),
y José, que encarna al resto de Israel, es dócil a su aviso; comprende que la
expectación ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los
profetas.
Se percibe al mismo tiempo el significado que el evangelista atribuye a la
figura de María quien más tarde aparecerá asociada a Jesús, en ausencia de José
(2, 11). Ella representa a la comunidad cristiana, en cuyo seno nace la nueva
creación por la obra continua del Espíritu. La duda de José refleja, por tanto,
el conflicto interno de los israelitas fieles ante la nueva realidad, la
comunidad cristiana. Por la ruptura con la tradición que percibe en esta
comunidad (= nacimiento virginal, sin padre o modelo humano/judío), José/Israel
debe repudiarla para ser fiel a esa tradición; por otra parte, no tiene motivo
alguno real para difamarla pues su conducta intachable es patente. El ángel del
Señor, que representa a Dios mismo, resuelve el conflicto invitando al Israel
fiel a aceptar la nueva comunidad, porque lo 'que nace en ella es obra de Dios.
Ese Israel comprende entonces la novedad del mesianismo de Jesús y acepta la
ruptura con el pasado.
v. 20: Pero, apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del
Señor, que le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a
María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu
Santo.
La apelación «hijo de David» aplicada a José, indica, en relación con 1,1, que
el derecho a la realeza le viene a Jesús por la línea de José (cf. 12,23; 20,30)
El hecho de que el ángel se aparezca a José siempre en sueños (2,13.19) muestra
que el evangelista no quiere subrayar la realidad del ángel del Señor.
v. 21: Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de los pecados.
El ángel disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a
padre legal, de imponer el nombre al niño. El nombre Jesús, «Dios salva» es el
mismo de Josué, el que introdujo al pueblo en la tierra prometida. Se imponía en
la ceremonia de la circuncisión, que incorporaba al niño al pueblo de alianza.
El significado del nombre se explica por la misión del niño: éste va a salvar a
«su pueblo», el que pertenecía a Dios (Dt 27,9; 32,9; Ex 15,16; 19,5; Sal
135,4): se anticipa el contenido de la profecía citada a continuación. El va a
ocupar el puesto de Dios en el pueblo. No va a salvar del yugo de los enemigos o
del poder extranjero, sino de «los pecados», es decir, de un pasado de
injusticia. «Salvar» significa hacer pasar de un estado de mal y de peligro a
otro de bien y de seguridad: el mal y el peligro del pueblo están sobre todo en
«sus pecados», en la injusticia de la sociedad, a la que todos contribuyen.
vv. 22-23: Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por
el profeta: 23Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de
nombre Emanuel (Is 7,14). (que significa «Dios con nosotros»)...
El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía
(1,22: "Todo esto sucedió etc."). Mientras, por un lado, el nacimiento de Jesús
es un nuevo punto de partida en la historia, por otro es el punto de llegada de
un largo y atormentado proceso. Con el término Emmanuel, «Dios con nosotros» o,
mejor, «entre nosotros» da la clave de interpretación de la persona y obra de
Jesús. No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del AT. Representa
una novedad radical. El que nace sin padre humano, sin modelo humano al que
ajustarse, es el que puede ser y de hecho va a ser la presencia de Dios en la
tierra, y por eso será el salvador. Respeto de José por el designio de Dios
cumplido en María.
COMENTARIO 2
El evangelio de hoy, fiesta de San José, nos habla de los antepasados de Jesús y
de cómo el Espíritu Santo engendró en María un hijo, creando confusión en su
esposo José, que aún no vivía con María. El texto nos dice que José resolvió
dejar en secreto a María, ya que era justo y no se atrevía a hacer público por
su cuenta lo ocurrido en ella. En estas andaba, cuando se le apareció en sueños
un Angel que le explicó las cosas y le pidió que se quedara con María.
La pregunta que ordinariamente nos hacemos es ésta: ¿cómo se entiende la
"justicia" de José, la cual lo lleva a actuar de una manera tan extraña, tan
contraria a nuestros criterios occidentales? La contradictoria conducta de José
la entenderemos, si recordamos lo que significa "justicia" en la Biblia. Un ser
humano es radicalmente justo, cuando acopla su conducta a la voluntad de Dios.
Pero esto sólo sucede cuando alguien es capaz de mantenerse como criatura ante
Dios su creador, respetando su plan, aceptando colaborarle aunque no lo
entienda, no tratando de apropiarse lo bueno que encuentre en él. Es decir, una
persona es justa cuando respeta la misteriosa acción de Dios en la Historia, sin
apropiársela, poniéndose a su servicio. De esta manera Dios será siempre Dios y
el ser humano su criatura.
Este es el caso de José. Frente al misterio que encierra María en su vientre, la
justicia bíblica le pide respetarlo, dejarle a Dios que él mismo lo revele y lo
aclare por el medio que a Él le parezca. Al no comprender José la gravidez
prematura de María, trató de hacer lo que una persona justa debía hacer:
retirarse, para no apropiarse la paternidad del Hijo que pertenecía a Dios. Pero
si Dios quería que él desempeñara algún papel en ese misterio, estaba dispuesto
a ocupar el lugar que Dios le asignara. La Biblia guarda memoria de esta
justicia, para fomentar justos de la talla de José.
1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
19. 2002
Los textos litúrgicos de la fiesta de San José nos
permiten situarlo en el plan salvador de Dios y, de esa forma, situar también
nuestra vida en ese designio salvador. Más que una biografía de José nos
encontramos en ellos con el "recto José" (v.18) y, gracias a él, con el sentido
verdadero de la rectitud cristiana. Colocando en la promesa y no en la ley el
origen de la justicia, Rom 4,13-22, aunque con otro lenguaje, nos ofrece el
marco adecuado para interpretar rectamente la figura de José en Mt 1, 16-24.
En el ámbito originario del texto existen dos formas de comprensión de la ley.
El fariseísmo de la época entiende la ley como una suma de prescripciones, las
cuales se deben asumir integralmente en su singularidad. Para el evangelista,
por el contrario, la ley debe entenderse como cumplimiento del designio de Dios
para la existencia humana. En esta última comprensión, la ley no es otra cosa
que la concreción de la Petición del Padre Nuestro: que venga tu Reino, que se
haga tu voluntad".
Cada integrante de la comunidad está llamado a recorrer el camino de José en la
comprensión de la ley. Pasar de la mera aceptación de puntos o artículos
exigidos por Dios a la comprensión de todo el designio salvador para el propio
pueblo y para la humanidad. La justicia del Reino sólo puede hacerse realidad
en la asunción de responsabilidades que ofrezcan en espacio familiar, y con él,
un espacio a la presencia de Jesús en todos los órdenes de la existencia.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
20.
Comentario: Mons. Ramon Malla i Call, Obispo
Emérito de Lleida (España)
«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer»
Hoy, celebra la Iglesia la solemnidad de San José, el esposo de María. Es como
un paréntesis alegre dentro de la austeridad de la Cuaresma. Pero la alegría de
esta fiesta no es un obstáculo para continuar avanzando en el camino de
conversión, propio del tiempo cuaresmal.
Bueno es aquel que, elevando su mirada, hace esfuerzos para que la propia vida
se acomode al plan de Dios. Y es bueno aquel que, mirando a los otros, procura
interpretar siempre en buen sentido todas las acciones que realizan y salvar la
buena fama. En los dos aspectos de bondad, se nos presenta a San José en el
Evangelio de hoy.
Dios tiene sobre cada uno de nosotros un plan de amor, ya que «Dios es amor»
(1Jn 4,8). Pero la dureza de la vida hace que algunas veces no lo sepamos
descubrir. Lógicamente, nos quejamos y nos resistimos a aceptar las cruces.
No le debió ser fácil a Sant José ver que María «antes de empezar a estar juntos
ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,18). Se había
propuesto deshacer el acuerdo matrimonial, pero «en secreto» (Mt 1,19). Y a la
vez, «cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños» (Mt 1,20), revelándole
que él tenía que ser el padre legal del Niño, lo aceptó inmediatamente «y tomó
consigo a su mujer» (Mt 1,24).
La Cuaresma es una buena ocasión para descubrir qué espera Dios de nosotros, y
reforzar nuestro deseo de llevarlo a la práctica. Pidamos al buen Dios «por
intercesión del Esposo de María», como diremos en la colecta de la misa, que
avancemos en nuestro camino de conversión imitando a San José en la aceptación
de la voluntad de Dios y en el ejercicio de la caridad con el prójimo. A la vez,
tengamos presente que «toda la Iglesia santa está endeudada con la Virgen Madre,
ya que por Ella recibió a Cristo, así también, después de Ella, San José es el
más digno de nuestro agradecimiento y reverencia» (San Bernardino de Siena).
21. FLUVIUM 2004
El hombre en quien Dios confió
Queremos celebrar con la mayor solemnidad que podamos a san José, esposo de la
Santísima Virgen. Nos alegramos en su fiesta al contemplar que, a un hombre
sencillo, se quiso confiar Dios cuando tomó nuestra carne: el Señor confía,
valora las capacidades humanas, los deseos sinceros de amar de José, de serle
fiel. Por eso, en este día deseamos aprender, primero de Dios que quiso contar
con sus criaturas –fiado de ellas– para llevar a cabo su plan de Redención: la
empresa más grande jamás pensada. También aprendemos de José que no defraudó a
Quien había depositado en él su confianza.
Jesús recibió, de modo especial hasta su madurez, los cuidados de José. El que
era su padre ante la ley le transmitió su lengua, su cultura, su oficio...
Pensemos en tantos rasgos del carácter de Jesús que serían de José, como sucede
de ordinario en las familias. La relación que Dios quiso entre el Santo
Patriarca y el Verbo encarnado pone de manifiesto hasta qué punto Dios valora al
hombre. Somos ciertamente muy poca cosa, apenas nos cuesta reconocerlo, al
contemplar la fragilidad e imperfección humanas, sin embargo, Dios, no sólo ha
tomado nuestra carne naciendo de una mujer, sino que se dejó cuidar en todo en
su primera infancia por unos padres humanos; y luego, algo mayor, aprendió –como
decíamos–, quizá sobre todo de su padre, José, las costumbres y tradiciones
propias de su región, de su país, de su cultura... Jesús aprendió de José de
modo especial el oficio y así era conocido como el artesano o el hijo del
artesano.
Pero para entonces, cuando Jesús comenzó a ser conocido en Israel, muy
posiblemente José habría fallecido. Las narraciones evangélicas no lo mencionan
durante la vida pública del Señor. En su infancia, sin embargo, y antes incluso
de su nacimiento, sí que nos hablan de José y de su fidelidad.
Estando desposado con la Santísima Virgen y comprendiendo que Ella esperaba un
hijo sin que hubieran convivido, como era justo y no quería exponerla a infamia,
pensó repudiarla en secreto. Así manifiesta su virtud: decidió retirarse del
misterio de la Encarnación sin infamar a Nuestra Madre y fue necesario que un
ángel le dijera: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues
lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo,
y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
José es justo, como dice el evangelista, y Dios puede contar con él. No se
escandaliza el Santo Patriarca de la concepción milagrosa de María, sino que se
dispone, por el contrario, a hacer como el ángel le indica: al despertarse José
hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa. Y, sin que
la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús. Y así
comienza su misión de padre del Redentor según el plan divino. Una tarea
sobrenatural –como deben ser todas las tareas humanas– que vivió confiando en
Dios mientras veía que Dios había confiado en él.
Tras la visita de los Magos, cuando humanamente podría parecer que las
circunstancias mejoraban después de los accidentados sucesos en torno al
nacimiento del Niño, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:
Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo
te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. El se levantó, tomó de
noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de
Herodes. No sabemos cuánto tiempo permaneció en Egipto con Jesús y María; el
suficiente, en todo caso, para que debiera instalarse establemente en un país
extraño, emplearse en una ocupación para mantener a la familia, aprender
posiblemente un nuevo idioma, otras costumbres..., y sin saber hasta cuándo...,
pues el ángel sólo le había dicho: estate allí hasta que yo te diga...
Nuevamente resplandecen la fe y la fidelidad de José.
En su fiesta, nos encomendamos al que fue siempre fiel a Dios, al que contó en
todo con la confianza de su Creador. Le pedimos nos consiga de la Trinidad la
gracia de una fe a la medida de la suya cuando cuidaba de Jesús y de María; una
fe que nos lleve a sentirnos más responsables con Dios, que también se hace
presente en nuestra vida y confía en el amor de cada uno.
Pasa el tiempo en Egipto..., Herodes muere y se le indica que vuelva a Israel.
Sólo lo veremos ya, junto a María, en aquel viaje, también con
el Niño de doce años, a Jerusalén; padeciendo lo indecible porque Jesús está
perdido, a pesar de que José habría previsto con su Esposa todos los detalles
para evitar contratiempos. En todo caso, siendo José el cabeza de familia,
sentiría un particular dolor mientras Jesús estuvo perdido. Pero al cabo de tres
días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores,
escuchándoles y preguntándoles.
Que queramos sentir también un dolor vivo por la ausencia de Dios en nuestra
vida cuando no lo vemos en nuestros quehaceres y que queramos también, con la
ayuda de la Santísima Virgen, como José, no parar hasta encontrarlo.
22. 2004
LECTURAS: 2SAM 7, 4-5. 12-14. 16; SAL 88; ROM 4,
13. 16-18. 22; MT 1, 16. 18-21. 24
2Sam. 7, 4-5. 12-14. 16. Dios promete construirle una casa, dinastía, a David.
Al paso del tiempo el Señor cumplirá su promesa, enviándonos al Salvador en la
casa de David, su Siervo. Dios, en sus designios soberanos de salvación a favor
nuestro, escogió a José, descendiente de David, y esposo de María, de la cual
nació Cristo. Conforme a lo que nos narra san Mateo: las generaciones desde la
vuelta del destierro hasta Cristo es de 14. Al contarlas debemos incluir a María
y al mismo Cristo, si no el número sería inexacto. Aun cuando esto es algo que
los escrituristas, finalmente, tratarán de aclarar, a nosotros sólo nos
corresponde meditar acerca del Hijo de Dios, que le fue confiado a José, no sólo
para que le diera un apellido, un linaje, sino para que velara por Él como lo
hace un padre. En el cumplimiento de sus promesas Dios se va valiendo de una
serie de instrumentos, que colaboran para que el Plan de Salvación llegue a su
feliz cumplimiento. Durante el tiempo de Cuaresma las promesas que Dios hizo a
David resuenan en nuestros oídos con un nuevo sentido: Dios nos quiere con Él
eternamente; Él quiere hacer su morada en nosotros y quiere, finalmente,
hacernos partícipes de su vida en las moradas eternas. Aprovechemos este tiempo
de gracia para volver a Él, fieles a la voluntad salvadora de Dios sobre
nosotros, caminando bajo el ejemplo e intercesión de san José, Padre adoptivo de
nuestro Señor Jesucristo.
Sal. 88. Dios es siempre fiel a sus promesas. Él le
prometió a David consolidarle su dinastía para siempre y afianzar su trono
eternamente, y se lo cumplió. Hubo acontecimientos que podrían haberse
interpretado como una falta de fidelidad a Dios, como cuando los reyes eran
derrotados y parecía como que Dios se hubiese alejado de su pueblo. Finalmente
llegó Aquel en quien se cumplieron las promesas. Y ante su muerte muchos
pudieron pensar que había sido una falsa señal de parte de Dios. ¿Para qué
continuar ilusionándose vanamente? Mejor alejarse con el corazón sombrío y falto
de esperanza. Pero el Resucitado saldrá al paso del que camina con el corazón
derrotado y le dirá que Dios no es un dios de mentira. Que Él ha cumplido sus
promesas; que el trono de David se afianzará eternamente. Pues: era necesario
que el Hijo del Hombre padeciera todo esto para entrar así en su gloria. Dios
quiere salvarnos a todos. Quienes escuchamos su voz y vamos tras las huellas de
su Hijo no podemos vernos libres de una diversidad de pruebas y tentaciones.
Quien permanezca fiel hasta el fin se salvará. Confiemos en el Señor, que
siempre estará a nuestro lado para librarnos de la mano de nuestro enemigo.
Rom. 4, 13. 16-18. 22. La fe no se nos puede quedar sólo en el asentimiento de
las verdades que Dios ha revelado. La fe nos ha de llevar a Aceptar en nuestra
propia vida a Aquel que es el Autor de la revelación. Sólo a partir de entonces
no sólo nos quedaremos con la mente llena de verdades aceptadas, sino que la
salvación será nuestra, pues habremos permitido que Dios haga que nuestro
corazón se convierta en su morada. Entonces podremos escuchar su Palabra y
ponerla en práctica; entonces seremos realmente un signo del amor de Dios para
nuestros hermanos. El hombre de fe no sólo proclama el Nombre de Dios con los
labios, sino con la vida misma, pues con sus obras va dando razón de su
esperanza, de tal forma que no queda como esclavo de lo pasajero, sino que se
convierte en un continuo peregrino hacia una vida cada vez más perfecta en Dios
y más servicial hacia el prójimo. Quien habla hermosamente de Dios pero vive
desencarnado de la realidad, o despreciando a su prójimo, no puede decir que en
verdad ha depositado su vida y su fe en Dios.
Mt. 1, 16. 18-21. 24. José, al igual que María, junto con su sí amoroso y lleno
de fe en Dios para cumplir su voluntad, nos están prefigurando lo que ha de ser
la fe de la Iglesia. Al hablársenos del ángel de Dios que se le aparece en
sueños a José se nos está dando a entender que muchas veces los signos no nos
parecerán demasiado claros, pero Dios puede hablarnos mediante ellos para
conducirnos, no sólo a la posesión de la salvación que Él ofrece a todos, sino a
la colaboración para que dicha salvación llegue a todos. Tal vez le pongamos
nombre a esa salvación y mucho lleve de nuestro linaje, de nuestra cultura, pero
no podemos decir que la salvación es algo nuestro, sino que la salvación es de
Dios y llega a los demás por medio nuestro, siempre dispuestos en todo a hacer
la voluntad de Aquel que nos habla, que transforma nuestra vida y nos confía la
misión de hacer llegar a todos el Evangelio de salvación.
El Señor nos quiere en torno suyo como hombres de fe, dispuestos a escuchar su
Palabra y dejarnos moldear por ella. Sólo así podremos cumplir nuestra misión en
el mundo de proclamar el Evangelio y colaborar para construir un mundo más
justo, más recto, más fraterno. Dios vela por nosotros como un Padre amoroso aún
en los momentos más arduos de nuestra vida. Y a pesar de nuestras grandes
traiciones, Él está siempre junto a nosotros, no para suplir lo que a nosotros
corresponde realizar, sino para transformar nuestro corazón, de tal forma que
seamos personas que trabajen por el bien de todos. Entrar en contacto, más aún,
en comunión con Cristo por medio de la Eucaristía, nos compromete a trabajar por
el Reino del Señor, conforme a la fe que en Él hemos depositado. De lo contrario
sólo estaríamos ante Él buscándonos a nosotros mismos, tal vez desahogando
nuestras penas y buscando consuelo, pero no un auténtico compromiso de fe, que
nos ha de llevar a estar dispuestos a escuchar la Palabra de Dios, a ponerla en
práctica y a hacerla llegar a todos.
El Señor nos pide tener la disposición constante de recibir a los demás, tanto
en nuestra casa como en nuestro corazón. Muchas veces contemplamos sus defectos,
y nuestra mente ligera puede juzgarlos antes de tiempo. Sólo Dios conoce el por
qué de algunas acciones que algunas personas realizaron y que nosotros tal vez
queramos condenar conforme a nuestros criterios. Sólo cuando aprendamos a
perdonar a los demás estaremos propiciando un auténtico ambiente de paz
fraterna. Esto no quiere decir que pasemos por alto los pecados de nuestro
prójimo, pues el Señor, así como nos libra del mal, quiere que vayamos y
luchemos para que día a día vaya desapareciendo el mal en el mundo. Pero ese
trabajo no puede basarse en el juicio sino en el amor. Así como el Señor se
inclinó ante nuestras miserias para salvarnos, así debemos acercarnos a nuestro
prójimo para conducirlo a Dios para que, al encontrarse con Él reciba de Él su
perdón y la participación de su vida. Aprendamos a no juzgar sino a amar; y
amando aprendamos a recibir a todos en nuestro corazón para que, como fruto de
ese amor, procuremos crear una sociedad más sana, más recta, más capaz de
trabajar por el bien de unos por otros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, y de Señor San José cuya gloriosa festividad estamos celebrando, la
gracia de saber amar a todos con el mismo amor como Dios nos ha amado a
nosotros, de tal forma que, viviendo fraternalmente unidos, podamos encaminarnos
juntos, con seguridad, a la participación de los bienes eternos. Amén.
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23. Al modo de Dios
A cualquiera nos resulta evidente que el mundo que contemplamos y su concreta
configuración no se debe a nosotros mismos. Es algo que reconocemos, que
captamos con más o menos profundidad intentando tener un conocimiento lo más
exacto posible de esa realidad, así como de las normas o leyes que rigen el
comportamiento y destino de cada uno de los seres que lo componen. El hombre no
es creador, sino, en todo caso, descubridor de una realidad anterior a él mismo,
en la que está también incluído con las excelentes características que lo
determinan como persona: pero es uno más de los seres existentes en el mundo.
Constituído sobre el resto de la Creación, el hombre no se ha otorgado a sí
mismo esta superioridad, pues ninguno nos hemos conformado en personas, ni
decidido, por tanto, nuestro modo de ser. Más bien, nos corresponde descubrir
nuestra propia verdad, como condición previa para todo comportamiento personal
ulterior, pues, sólo a partir del conocimiento propio cabe pensar en una acción
libre y humana. De hecho, únicamente llamamos humana, aquella conducta que es
libre, decidida por cada uno, en la que el sujeto no se siente forzado a actuar
y conoce sus diversas posibilidades de acción y las consecuencias.
Como conclusión del relato evangélico que hoy consideramos, dice el evangelista
que al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió
a su esposa. José actúa libremente, aunque no llevara él la iniciativa,
queriendo secundar en todo la voluntad que Dios, a través del ángel, le mostraba
como divina. Tenemos en él un ejemplo permanente de fidelidad a la vocación,
pues, cada vez que aparece en los escritos evangélicos lo vemos colaborando con
la misión del Verbo encarnado –que se le confió como hijo–, en ocasiones
recibiendo indicaciones de parte de Dios que le concretan de modo explícito lo
que espera de él.
En esto está la grandeza de José. Humanamente no es un personaje famoso de su
tiempo, ni aparece para sus parientes y conocidos como autor de grandes hazañas;
sin embargo, sólo con su vida –ordinaria casi siempre–, porque en todo momento
respondió a las llamadas divinas, ha merecido un puesto de privilegio en la
Gloria del Cielo, y ser recordado con admiración por todos los cristianos.
En este tiempo nuestro, cuando para muchos parece decisivo triunfar ante la
gente, y que en eso estaría el valor personal; el Esposo de María nos enseña
verdadera eficacia y sencillez: José cumple lo que Dios esperaba de él sin
pensar en el propio lucimiento ni en satisfacciones personales. Actúa tan sólo a
impulsos del querer divino, de modo que le basta conocer lo que el Señor espera
de él para procurar ponerlo por obra, empleando para ello lo mejor de sus
cualidades. Fe, esperanza y caridad eran hábitos corrientes en su conducta. Es
más, por la docilidad con que reacciona a los estímulos sobrenaturales,
manifiesta cuánto le movía ya en la tierra el amor de Dios. Un amor plasmado en
obras de fidelidad: obediente enseguida a la indicación del ángel de recibir a
María como esposa, en contra de lo que él ya había decidido; o, como veremos,
poco tiempo después, saliendo enseguida, en plena noche hacia un país extraño,
porque fiado del aviso recibido, también en sueños, descansa en la esperanza de
encontrar en Egipto el mejor lugar para establecer su familia, por increíble que
pudiera parecer, con las razonables dificultades del viaje y las demás
incomodidades, lógicas en una tierra desconocida.
Las páginas del Evangelio, como ésta que hoy consideramos, pueden movernos al
examen: ¿me intrresa en realidad descubrir lo que agradará más al Señor en mi
modo de actuar?; ¿hasta qué punto y con qué diligencia sigo lo que me pide, lo
que reconozco que es su voluntad para mí? Porque, viviendo de modo consciente en
la presencia de Dios, nuestra vida ha de ser de fe, esperanza y amor. Pidamos
por ello a Dios, Nuestro Padre, de quien procede todo bien y que nos quiere
santos, que aumente en cada uno las virtudes teologales, para tener así realismo
sobrenatural; y que, firmemente apoyados en la materia de este mundo, podamos
vivir vida de hijos de Dios. La mente de cada uno, atenta al destino para el que
nos quiere el Creador, gobernará la conducta nuestra haciéndonos estar
plenamente en las cosas de este mundo, pero sin reducirnos a lo mundano.
Comprobaremos así que hasta lo más terreno, si forma parte de la vida de los
hombres, puede y debe ser sobrenatural, capaz de manifestar amor a Dios, que eso
espera de sus hijos en cada instante.
La nuestra será, como la de María, una vida de fe, esperanza y amor. Será, como
la suya, aunque el dolor acompañe, una vida colmada de rico sentido e
inmensamente feliz, en la presencia de nuestro Padre del Cielo.
24. FRAY NELSON Sábado 19 de Marzo de 2005
Temas de las lecturas: El Señor Dios le dará el trono de David, su Padre *
Esperando contra toda esperanza, Abrahán creyó * José hizo lo que le había
mandado el ángel del Señor.
1. Un rey humilde
1.1 Dios prometió a David, por boca del profeta Natán, que consolidaría su
descendencia en el trono de Judá. Y así se cumplió visiblemente, por lo menos en
el curso de unos siglos, pues mientras que los reyes del reino del Norte, el
reino de Israel, se sucedían uno tras otro por las vías de hecho sin llegar a
consolidar una dinastía, en el reino del Sur, el de Judá, la palabra dada se
cumplía una generación tras otra. Fue así como pudo sostenerse el cetro de David
a sus descendientes, por varias centurias.
1.2 Mas la profecía quedó en entredicho con el terrible acontecimiento del
exilio. Desterrados a Babilonia, los hebreos vieron cómo sus más caras
instituciones se derrumbaban estrepitosamente: el tempo profanado, el rey
cautivo, la tierra antes prometida hoy abandonada... La palabra divina parecía
irse al traste en medio de la devastación y agrietarse como se habían agrietado
los muros de Jerusalén, impotentes ante la altanería y la agresividad del impío
invasor, Nabucodonosor.
1.3 Dios había dicho que la dinastía de David no caería, y sin embargo los
hechos estaban desmintiendo a Dios. ¿Quién, cuál sucesor de David podía ser
llamado rey en medio de la humillación del destierro? Todo parecía sepultado
bajo montañas de escombros y despojos de destrucción. Y sin embargo, siglos
después, hay un hombre, de nombre José, cuyo primer título es "descendiente de
David". ¡José es aquel por quien se sigue cumpliendo la promesa! Yo digo más: si
por José llamamos a Jesús "hijo, es decir, descendiente y heredero, de David",
entonces José era rey, y nadie lo sabía. José es el vínculo humildísimo, oculto
a ojos del mundo y de su propio pueblo, por el que habría de brillar la
increíble fidelidad de Dios.
2. La Santidad de José
2.1 La grandeza de la santidad de María y la infinita santidad de Jesucristo de
tal modo nos deslumbran que en medio de tantísima luz queda como oculta la
santidad, que no es pequeña, del buen José.
2.2 Sobre el misterio de este ocultamiento de san José nos ha escrito bellamente
el Papa Juan Pablo II: " Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe,
José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de dios hasta el final.
La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel
primer pronunciado en el momento de la anunciación, mientras que José -como ya
se ha dicho- en el momento de su no pronunció palabra alguna. Simplemente él (Mt
1, 24). Y este primer es el comienzo del camino de José. A lo largo de este
camino; los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio
de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer
plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el (Mt 1,
19)" (Redemptoris Custos, 17).
2.3 Y más adelante reflexiona sobre el misterio de la santificación de José en
virtud de la presencia del Verbo Encarnado. Entresacamos textos del n. 27 de la
carta citada: "La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a
considerar el misterio de la encarnación precisamente bajo el aspecto de la
humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la
santificación de los hombres. Entre estas acciones los Evangelistas resaltan las
relativas al misterio pascual, pero tampoco olvidan subrayar la importancia del
contacto físico con Jesús en orden a la curación (cf., p.e., Mc 1, 41) y el
influjo ejercido por él sobre Juan Bautista, cuando ambos estaban aún en el seno
materno (cf. Lc 1, 41-44).
2.4 "El testimonio apostólico no ha olvidado la narración del nacimiento de
Jesús, la circuncisión, la presentación en el templo, la huida a Egipto y la
vida oculta en Nazaret, por el misterio de gracia contenido en tales gestos,
todos ellos salvíficos, al ser partícipes de la misma fuente de amor: la
divinidad de Cristo. Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a través de
la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran ciertamente:
María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había
colocado en su estrecha intimidad.
2.5 "Puesto que el amor paterno de José no podía dejar de influir en el amor
filial de Jesús y, viceversa, el amor filial de Jesús no podía dejar de influir
en el amor paterno de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación
singularísima? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con
razón en José un luminoso ejemplo de vida interior."
3. El Ejemplo de José
3.1 José es un testimonio maravilloso de las virtudes que más necesita nuestro
tiempo.
3.2 La agresividad y el afán de lucro propios de nuestra vida acelerada se
enfrentan con la mansedumbre, la generosidad y la paciencia de este hombre
sencillo y santo.
3.3 El ansia de placer y el consumismo desbocado tienen que humillarse delante
de la pureza y austeridad de este hombre limpio de corazón.
3.4 La ebriedad de soberbia y los deseos de venganza que marcan tantas vidas de
nuestro mundo convulsionado podrían aprender muchísimo de la existencia discreta
y de la solícita obediencia de este hombre con rostro de genuino creyente.
3.5 El escepticismo cínico de nuestra época y la vanidad con que se quiere
comerciar con todo, desde el cuerpo hasta la conciencia, han de frenar su ímpetu
ante este hombre que con su fe derrotó al infierno y con su profunda caridad
empujó la puerta del cielo.