43 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
9-16

9.  SI/M:

-LA FIESTA DEL "COMIENZO ABSOLUTO"

Hoy celebramos UNA FIESTA QUE LLENA DE ESPERANZA a toda la humanidad. No es sólo el recuerdo de una mujer, María de Nazaret, que fue concebida sin pecado porque iba a ser la Madre del Mesías, sino que es "el feliz comienzo de la Iglesia" (Marialis Cultus, de Pablo VI), la fiesta de todos los que nos sentimos de alguna manera representados por ella: es la fiesta del "comienzo absoluto", cuando Dios tomó la iniciativa de elegir a María como la Madre del Salvador. Y la quiso libre del pecado desde el primer momento.

Por eso los textos de hoy están llenos de alegría y de alabanza a Dios, porque en verdad, como dijo la misma Virgen en el Magnificat, "el Poderoso ha hecho en ella grandes obras".

-LA PRIMERA SALVADA POR LA PASCUA DE CRISTO

Ya desde el comienzo de la historia, como hemos leído en el libro del Génesis, cuando se cometió el primer pecado, Dios tomó la iniciativa y anunció la llegada del Salvador, descendiente del linaje de Adán, el que llevaría a término la victoria del bien y la derrota del mal. Y junto al anunciado Salvador aparece "la mujer", su madre, asociada a esa victoria.

SAN PABLO nos ha dicho cuáles son los planes de Dios: El nos ha elegido, nos ha destinado a ser hijos suyos, nos ha nombrado herederos de su Reino, como hermanos de Cristo Jesús. San Pablo no ha nombrado a la Virgen en este pasaje: pero nosotros sabemos, y hoy lo celebramos con gozo, que ella fue la primera salvada por su Hijo. Lo hemos expresado así en la primera oración de la Eucaristía: "preparaste a tu Hijo una digna morada y en previsión de su muerte, preservaste a María de todo pecado".

-LA MUJER QUE SUPO DECIR "SI"

Lo que celebramos en primer lugar es EL "SI" ABSOLUTO QUE DIOS ha dicho a la humanidad, ya desde el principio, y ahora de modo más cercano en el misterio de la Inmaculada Concepción de María. "Por pura iniciativa suya", como ha dicho Pablo. Pero también nos alegramos del "SI" QUE MARÍA DE NAZARET SUPO DAR A DIOS de alguna manera en nombre de toda la humanidad. Su "sí" es el "sí" de tantos y tantos millones de personas que a lo largo de los siglos han tenido fe en Dios, que tal vez no veían claro, que pasaban por dificultades, pero se fiaron de Dios y dijeron con decisión, como ella: "hágase en mí según tu palabra" (Lc/01/38).

María, la mujer creyente. Una mujer sencilla de pueblo, una muchacha, novia y luego esposa de un humilde trabajador. Pero Dios la eligió como Madre del Mesías, y ella, desde su vida diaria, sencilla y pobre, supo decir "sí" al plan de Dios.

Hoy celebramos la fiesta de esta mujer y nos alegramos con ella.

-FIESTA TAMBIÉN NUESTRA

Por eso HOY ES UNA FIESTA TAMBIÉN NUESTRA. La Virgen María, es como diremos en el prefacio de acción de gracias, "comienzo e imagen de la Iglesia".

Ella es la "primera cristiana", la primera salvada y por tanto el primer miembro de la nueva comunidad de Jesús. En ella estamos representados un poco todos los que luego estamos intentando seguir a Jesús. Así como Adán llamó a su mujer "Eva", que significa "madre de todos los vivientes", como hemos leído en el Génesis, así María es la nueva Eva, y la podemos mirar como modelo de fe, motivo de esperanza, Madre de los vivientes, porque nos dio a Cristo, y ella misma acogió con gozo la salvación de su Hijo.

En una fiesta como la de hoy nos alegramos porque podemos intuir cuál es el plan de salvación que tiene Dios para todos nosotros, y lo ha empezado a cumplir en la Virgen. En ella ha quedado beneficiada y animada toda la humanidad. Nosotros también estamos destinados a la misma salvación que le fue concedida a María.

-EN CLIMA DE ADVIENTO

Tenemos en la Virgen UNA BUENA MAESTRA PARA ESTE ADVIENTO.

Mientras nos preparamos para acoger a Cristo con mayor profundidad en nuestras vidas, miramos hacia ella, y nos llenamos de confianza.

Ella, la Virgen, la que mejor ha vivido en sí misma el Adviento y la Navidad, será la que nos enseñe y nos anime a vivir este tiempo de gracia.

-EUCARISTÍA

Tenemos motivos entrañables para entonar HOY, EN NUESTRA EUCARISTÍA, LA ACCIÓN DE GRACIAS a Dios, por lo que ha hecho en María y por lo que hace en nosotros. Con el mismo entusiasmo de Pablo en la carta a los efesios, que hemos leído, podemos proclamar nuestra alabanza: Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales... Y porque en la Virgen María ha cumplido radicalmente nuestras esperanzas más profundas y nos ha mostrado en ella cómo quiere actuar con nosotros y cómo quiere que respondamos en esta Navidad a su iniciativa de gracia y salvación.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1986, 22


10.

-Lo peculiar de la celebración de hoy

Si proclamamos a María como libre de todo pecado, ello implica UNIRNOS MUY DE VERDAD A SU LUCHA contra todo mal, contra todo pecado.

Y no sólo contra aquello que podríamos denominar nuestro pecado personal, sino también contra lo que hay de mal y de pecado en nuestro mundo, en nuestra sociedad. Porque según la más auténtica y tradicional concepción cristiana, el pecado -el mal- no es sólo lo que hacemos cada uno de nosotros, sino algo que está presente en las relaciones humanas, en el tejido de las estructuras y concepciones presentes en la sociedad. Es, de algún modo, lo que tradicionalmente se entendía como "PECADO ORIGINAL": no como una mancha heredada al nacer sino como una REALIDAD PRESENTE EN EL MUNDO (una realidad de desamor, de injusticia, de mentira, de egoísmo...) Es algo así como lo que hoy se habla de la polución existente en nuestra sociedad. Todo, de algún modo, está CONTAMINADO.

Quizá, más o menos, todos contaminamos, pero ni que uno no lo hiciera, padecería y sufriría -no podría escaparse- de la contaminación y de la polución existente. Esto es -dicho con brevedad- lo que significa la expresión "pecado original": no el mal que hacemos voluntariamente, sino el mal presente en nuestra sociedad que nos hiere y afecta a todos.

El ejemplo de María -y el querer ser de verdad hijos suyos- exige LUCHAR CONTRA ESTE MAL SOCIAL. Contra toda injusticia, contra toda opresión, contra toda falta de amor, de ayuda, de servicio. Y eso -hermanos- es algo muy de adultos, muy de hijos mayores de aquella mujer fuerte que fue María. Se trata de ser solidarios con cualquier esfuerzo humano, social, político, sindical, etc., de lucha contra el mal, solidarios con todo intento de mejora de la vida social y personal. EN TODO Y CON TODOS. En la vida de cada día, en todo nivel de las relaciones humanas.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1986, 22


11.

La Inmaculada es el primer acto de una elección que resultó un éxito completo.

Quizá porque la historia resulta repetida nos hemos acostumbrado a que la Virgen aceptase con naturalidad su elección para ser Madre de Dios, pero no es fácil -a pesar de ello- comprender el asombro de la Virgen ante la invitación de Dios para asociarla de modo tan directo al gran acontecimiento que la historia esperaba.

Cualquier circunstancia análoga en nuestra vida será sólo un pálido reflejo de la situación vivida por María. Cualquier momento en el que hayamos sentido el peso abrumador de una responsabilidad que consideramos más allá de nuestras fuerzas será sólo una mera coincidencia con la realidad vivida por María cuando Dios la llamó para que fuera su Madre.

La Humanidad entera esperaba, quizá inconscientemente la llegada del Mesías. Israel lo esperaba conscientemente y María, como buena israelita, lo esperaba sin duda. No sé si en su mente se dibujaría con claridad cual sería la trayectoria del Esperado, pues es indudable de que María calibraba que la venida del Mesías sería el gran acontecimiento de los tiempos, el hecho asombroso que cambiaría el rumbo de la Historia.

Y de repente se le pregunta si Ella quiere ser el eslabón que haga posible el acontecimiento. Si hubiera respondido que no, la respuesta hubiera sido lógica y natural. Perfectamente explicable. Pero dijo que sí y demostró, entonces, el éxito de la elección que de Ella había hecho Dios.

María es un ejemplo vivo de los grandes contrastes. Sencilla, pobre, socialmente insignificante, se ve lanzada, por su respuesta rápida, al centro mismo de la Historia. Su figura será mucho más importante y tendrá mayor trascendencia que la de cualquiera de los grandes hombres o mujeres que han ocupado las primeras filas del acontecer del mundo. Artistas, gobernantes, políticos, estrategas, investigadores, santos, hombres poderosos y mujeres deslumbrantes quedaron por detrás de la sencilla doncella israelita que en el silencio de su casa dio la respuesta adecuada al encargo que recibía.

El secreto de la actitud de María está en la sencillez de su alma. Solo los sencillos son capaces de grandes cosas, sólo los sencillos conectan directamente con la voluntad de Dios y se pliegan a sus designios prontos a ejecutarlos.

Pero es difícil encontrar en el mundo personas sencillas. Estamos llenos de falsas humildades, de recovecos, de reticencias. Somos tan complicados, tan complejos, tenemos tantos "traumas", vivimos tan mediatizados, tan dramatizados en algún aspecto, que nos resulta difícil oir con sencillez el mensaje de Dios. El hombre actual, con su gran bagaje de experiencia, ese hombre que sabe perfectamente, o cree saberlo, hasta donde puede llegar y cuales son los medios que debe utilizar para alcanzar sus deseos, no tiene -por regla general- la capacidad de maniobra del alma sencilla; las posibilidades de ductilidad de esas personas que, con una grandeza, sencillamente impresionante, son capaces de decir a Dios que sí cualquiera que sea la empresa que El les proponga. Porque Dios sigue proponiendo a los hombres que colaboren en su obra, y Dios sigue llamando y hablando a lo más íntimo de nuestro ser para pedirnos nuestra colaboración en la consecución de su Reino. Lo que pasa es que resulta difícil escucharlo y difícil responderle, porque estamos rodeados de tantos miedos, queremos tantas seguridades y tantos avales que acabamos por no fiarnos ni de Dios.

María no tuvo estas dificultades. Ni se sobreestimó ni se subestimó. Simplemente se fió de Dios y, captando toda la dificultad y la grandeza de la llamada, comenzó la andadura de su nueva etapa sin alterar para nada su entorno.

María fue un éxito completo. Dios eligió bien. Posiblemente hoy, cerca de la Inmaculada, nos convendría aprender un mucho de la sencillez de la Virgen como un gran regalo para convertirnos en seres dóciles y aptos para los planes de Dios.

DABAR 1978, 2


12. ORAS/AVEMARIA 

-"ALEGRATE, MARÍA". En nuestra religión cristiana, María es el punto de equilibrio, el contrapunto a los rasgos machistas de una cultura que también se ha dejado sentir en la religión.

Así como Eva fue cómplice del hombre, de Adán, en el primer pecado, así María será corresponsable con Jesús, el nuevo Adán, en la obra de salvación. Su compromiso con Dios, su "hágase" le confiere esta dignidad por encima de todos. Quizá por eso, por ser el contrapeso femenino, ha calado tan hondamente en la religiosidad de los pueblos, que han salpicado de fiestas el calendario y han coronado de ermitas los montes.

Hoy celebramos una fiesta entrañable y popular en honor de María. Siglos antes de que la autoridad eclesiástica reconociese como doctrina cristiana la Inmaculada Concepción de María, el pueblo la había reconocido y proclamado y celebrado. ¡Cuántos versos se han escrito para cantar la Inmaculada Concepción de María desde los primeros balbuceos de nuestras lenguas! En este día, nuestro mejor saludo no puede ser otro que el que Dios le dirigió por medio de su ángel: "Alégrate, María". Y su alegría es la nuestra, porque María es el honor, la alegría y la gloria del género humano.

-"LLENA DE GRACIA". Siguiendo la línea del evangelio, al celebrar la Inmaculada Concepción de María, celebramos el amor y la gracia de Dios que la colmó de sus dones desde antes de nacer, desde el primer instante de su concepción. De modo que en María se ha operado ejemplarmente la redención: llena de gracia desde su concepción, y llena de gloria y asunta al cielo al final. Por eso, esta fiesta, que enaltece a María, nos honra y llena de ilusión a todos. Porque en ella, una de nosotros, podemos ver la fe toda la trayectoria de la existencia humana, salvada en Jesucristo y destinada a la gloria inmarcesible de la resurreción y vida eterna.

-"EL SEÑOR ESTA CONTIGO". La clave del secreto de la existencia de la Virgen María y de la de todos tras ella y con ella es siempre la misma: la encarnación, la presencia de Dios, hecho hombre en sus entrañas, hecho huésped, amigo y compañero de los hombres. El Señor está con María y está con nosotros. Ese es el saludo que le decimos al rezar el "ave, María" y ése es el saludo que repetimos al celebrar la eucaristía.

El Señor está con María, porque se ha hecho carne de su carne y sangre de su sangre. La palabra de Dios, el hijo de Dios, se hizo carne en el virginal vientre de María. Pero, más que nada, la palabra de Dios se hizo vida y conducta en todas las obras de María. Su docilidad y fidelidad a la palabra de Dios propiciaron el "sí" que la convertiría en madre de Dios y madre del salvador, madre también de todos los salvados en Cristo.

El señor está con nosotros, porque su carne y su sangre son el alimento de nuestro espíritu, carne y sangre de los cristianos. pero también está con nosotros, si escuchamos la palabra de Dios y, como María, la guardamos, respetamos y realizamos con fidelidad en nuestra vida.

La humildad de María no está en su turbación, sino en su responsable y decidido "hágase" pronunciado sin acordarse de sí misma, sino de su total pertenencia a Dios. La humildad auténtica es patrimonio exclusivo de los fuertes y de los activos.

-"RUEGA POR NOSOTROS". La fiesta de María, a quien saludamos "sin pecado concebida", viene a recordarnos también que somos pecadores. En este tiempo parece amortiguada, incluso entre cristianos, la conciencia de pecado. Pero eso no significa que hayamos, al fin, erradicado el pecado de nuestra vida. En cualquier caso, hemos de reconocer que el pecado está en la raíz de los males y problemas que aquejan al hombre y enervan la convivencia entre pueblos. Nos lo recordaba Juan Pablo II en la encíclica "Preocupación por la cuestión social", al denunciar las estructuras de pecado, que desvirtúan nuestra justicia y alejan cada vez más la paz. Pues bien, esas estructuras de pecado son, en fin de cuentas, la trama de todos los egoísmos individuales y colectivos, que reprimen la buena voluntad y neutralizan la solidaridad entre los hombres y los pueblos.

-"AHORA Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE". Hoy celebramos el triunfo sobre el pecado. Una mujer, una de nosotros, fue concebida sin pecado y nunca tuvo arte ni parte en él. De ella nació Jesús, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús, nacido de la Virgen, concebida sin pecado, cargó con todos nuestros pecados para que fuéramos santos e irreprochables delante de Dios. Esa es nuestra esperanza y ésa es también nuestra responsabilidad. Porque en nuestras manos está la libertad de elegir. Podemos obedecer a Dios, como María y como ella decir "sí" a su palabra y a sus designios.

Pero también podemos desoir la voz de Dios y entregarnos en manos de nuestras ambiciones y oscuros egoísmos. Podemos elegir entre levantar un mundo nuevo donde la solidaridad presida las relaciones entre los hombres y los pueblos, o dejarnos seducir por este mundo donde la injusticia y la violencia hacen imposible la fraternidad humana. Entre el "ahora" que Dios nos da y la "hora de nuestra muerte", está el tiempo de nuestra decisión, de nuestra responsabilidad. Que María nos tienda la mano y nos enseñe a decir sí a la palabra que hemos escuchado. Al saludarla con júbilo con el ave María, pidámosle con sinceridad y decisión que ruegue por nosotros ahora, para que comencemos ya la gran revolución de la solidaridad y del amor, y en la hora de nuestra muerte, cuando volvamos a la casa del Padre.

DABAR 1988, 58


13.

"¡Bendito sea Dios, que nos ha elegido en Cristo, antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia!". Cuando la Iglesia se vuelve hacia María para -haciéndose eco del día de la Anunciación y de la Visitación- decirle: "¡Bendita eres, llena de gracia!", está contemplando el icono de sí misma, y cada cual descubre en esa mujer bendita entre todas las mujeres la vocación a la que ha sido llamado por Dios.

En el jardín del Edén, el hombre y la mujer se habían escondido, súbitamente avergonzados de haber pretendido prescindir de Dios. Todo había empezado entonces a degradarse; la muerte hacía su entrada en el mundo, y la vida humana parecía condenada a ahogarse en la escalada del mal. Pero una promesa le había sido hecha al hombre: la mujer se llamaría Eva. Viviente, madre de los vivientes. La muerte no podía tener la última palabra. Pero aún era preciso que el pecado fuera vencido, a fin de que la vida renaciera sin engaño de ningún tipo.

M/EVA  M/MADRE-H: De Eva a María se realiza el plan de Dios. Nos ha sido dada una mujer bendita, santa y llena de gracia. Con ella está el Señor, Dios, Emmanuel. Y lo está de tal manera que nace de ella y se la asocia a sí para salvar al hombre. La salvación nos viene de la verdadera Madre de los vivientes, que para ofrecer al hombre una esperanza en su futuro comenzó por llevar en sí y dar a luz al Hijo de Dios, al Santo. La gracia de María se llama Jesús. No hay distancia entre nuestro Salvador y su madre. Ella estará con él en la cruz, del mismo modo que está con él en la gloria. Y ella no deja de conducirnos hacia su Hijo.

María Inmaculada. No se trata de una excepción al plan de Dios, sino del anuncio de toda vocación humana. Si María es bella, es únicamente para darle al hombre el gusto y la llamada de la belleza. Si María es madre de los hombres, es para que cada hombre la escucha a ella y desoiga, al fin, otras voces insidiosas que tratan de apartarlo de Dios. Escuchar a María es acudir con ella a la fuente de la gracia, su propio Hijo, nacido de ella por haberle ella dicho "sí" a Dios sin ninguna reticencia. Y enseñándonos a nosotros a decirle "sí" a Dios, María alumbra en nosotros la santidad'; nos da a su Hijo como sólo una madre puede hacerlo.

¡Bendito sea Dios, sí! ¡Bendita sea su benevolencia! Y bendita sea la Madre de los vivientes: gracias a ella podemos acoger la vida sin temor alguno a que sea para la muerte, porque el que vive en la santidad ha vencido a la muerte en Cristo.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 173


14.

1. María Inmaculada, puerta del paraíso J/PARAISO: La narración del paraíso, como jardín de felicidad y de vida, no pertenece a la historia, sino a la escatología; apunta no a lo que fue el hombre, sino a lo que ha de ser.

Aquella limpia armonía entre Dios y el hombre, entre el hombre y la mujer, entre el hombre y la naturaleza, no se dio nunca: pero Dios quiere que se dé y es una meta a conseguir. Para eso ha creado Dios a los hombres, para que sean libres y dichosos, para que se relacionen de manera estimulante, para que hagan de la tierra una casa común confortable, para que sean cultivadores y hortelanos de la vida, para que a la mañana y a la tarde paseen con él amistosamente, dialogando de temas que a ambos interesan. Tarea difícil la que Dios nos encomienda. ¿Cuántos años lleva el hombre sobre la tierra? ¿Quinientos mil? ¿Un millón? ¿Dos millones? ¿Y qué mundo hemos construido? ¿Qué mundo estamos construyendo? ¿Podemos sinceramente estar orgullosos de la obra de nuestras manos? ¿Y podemos vanagloriarnos de nuestra historia? ¿Seríamos capaces de medir la sangre y las lágrimas injustamente derramadas? ¿Seríamos capaces de contar las muertes injustificadas, las torturas indignas, las heridas inútiles? ¿Y qué decir de los errores los fracasos, los fanatismos, las supersticiones y los miedos absurdos?

¿Qué es lo que nos pasa? ¿Qué clase de demonios se ha metido en nuestra vida? ¿O es que somos nosotros mismos demoníacos? ¿Por qué tanta violencia y avaricia? ¿Por qué tanta ambición y orgullo? ¿Por qué tanta ceguera y obcecación? Asumimos la exposición dramática de san Pablo en los primeros capítulos de la carta a los Romanos: Veo lo bueno y lo aplaudo, pero lo malo es lo que sigo. Cada vez que intento el bien, me encuentro con el mal en las manos. El mal que no quiero, eso es lo que hago.

Aun reconociendo los aspectos luminosos que siempre ha habido en la historia del hombre, no podemos dejar de preguntarnos si es que estamos mal hechos o qué demonios nos ha pasado. ¿Mal hechos? Parece un defecto de origen: es que somos así, decimos. Las raíces de nuestros males son tan profundas, que parecen algo connatural. Pero, si no queremos salpicar a Dios con nuestras miserias, tendremos que afirmar que otro era el proyecto de Dios sobre el hombre. Es verdad que Dios no nos hizo perfectos, pero sí nos hizo perfectibles, poniendo en nuestras manos la capacidad de superación y de conseguir la propia perfección. Sólo que nosotros cambiamos trágicamente los planes de Dios y, en vez de buscar la superación, nos dejamos llevar de manías destructivas. He ahí el delicado y explosivo don de la libertad que explica todas nuestras grandezas y nuestras miserias.

También podríamos pensar que dos millones de años es sólo un preámbulo de nuestra historia. Procedemos de la animalidad, y ahora es cuando el hombre empieza a ser hombre. Pero ¿cuántos años se necesitarán para llegar a la perfección deseada? ¿Llegaremos? ¿Y de verdad somos mejores que nuestros padres? Es cierto que hemos mejorado en tantas cosas, pero no es menos cierto que en tantas otras nos hemos pervertido. No hay que fiarse mucho del hombre. Es capaz de todo lo bueno y aún mejor, pero es capaz de todas las perversidades y aún peor, aun las más refinadas.

"¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte?" (Rm. 7, 24). ¿Quién librará al hombre de esta trágica situación? «Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y ¡cuántas gracias le doy!» (Rm. 7, 25). He aquí la gran palabra salvadora: Cristo. Es el recurso definitivo de Dios para todos nuestros males, su misterio oculto, su arma secreta, su ardid victorioso, su medicina eficaz, su enseñanza plena, su fuerza invencible, su don insuperable, la prueba de todo su amor. Y es realmente hermoso, porque esta ayuda divina, llamada Cristo Jesús, no nos viene de manera humillante, paternalista, extraña, sino que es íntima, respetuosa, dignificante. Es divina, pero es también humana. No anula al hombre, sino que lo realiza y lo potencia. Es a la vez lo más natural y lo más sobrenatural, lo más humano y lo más divino que se puede pensar.

-Cristo-paraíso

En Cristo el proyecto de Dios sobre el hombre se cumple perfectamente. El es el verdadero Adán, en el que Dios se complace de lleno, el hombre nuevo, el padre de la humanidad reconciliada. El es el verdadero paraíso, en el que la paz será un torrente en crecida. la justicia brotará por todas partes, la verdad se reflejará, como en brillante espejo, en todos los rostros, el amor será como el aire que se respira y la canción que entusiasma. Cristo-paraíso: en él no hay bestias dañinas ni serpientes engañosas ni manzanas prohibidas. Cristo-paraíso: en el no hay engaños ni equivocaciones ni frustraciones. Las lágrimas serán fecundas, los sufrimientos liberadores, los trabajos creativos, la muerte será una pascua.

-La puerta

Pero ¿y María? ¿Qué tiene que ver la Inmaculada en toda esta historia? Podemos decirlo de muchas maneras:

--María Inmaculada es la puerta del nuevo paraíso, la que facilita el acceso, o la aurora que anuncia la llegada victoriosa del sol. Puerta: ella es la que con su Sí hace posible la existencia del nuevo paraíso, la que engendra y prepara a Cristo-paraíso, la que cultiva y embellece a todo el paraíso. Puerta y hortelana, madre y cuidadora del paraíso.

--María Inmaculada es la primera habitante del paraíso, la primera persona reconciliada, enteramente libre y perfecta.

Habitante: mujer nueva, no engañada ni mordida por la serpiente, solidaria y pacificadora, dichosa por la fe, bendita por el amor. En ella se fijó su hijo para proclamar las bienaventuranzas.

--María Inmaculada es el anticipo y anuncio de la humanidad liberada, signo y garantía de la restauración prometida, promesa de victoria total. En ella se cumple anticipadamente el proyecto de Dios sobre el hombre. Ella es lo que todo hombre ha de ser. Letrero del paraíso.

--María Inmaculada es la mujer mesiánica, la que está en lucha constante con la serpiente, la nueva Eva, madre de todos los vivientes. Ella no sólo participa de la victoria de su hijo, sino que colabora con él en la lucha victoriosa. Ella es figura destacada, auténtica protagonista de esta historia de salvación.

--Nueva Eva y anti-Eva: la mujer que no duda, la que ha creído, la que se fía siempre. No la mujer orgullosa, que quiere ser como Dios, sino la mujer humilde, que se hace esclava de Dios. No la mujer rebelde y caprichosa, la mujer del no, sino la mujer obediente y dócil, la mujer del Sí. No la mujer seducida y que seduce, sino la mujer libre que estimula. Cuidadora del paraíso.

-- Cristo-paraíso, y María, su puerta, su madre y su mejor cuidadora. Quiere decir que ellos han iniciado un proceso de restauración y salvación para el hombre. Ahora, sí, Ia esperanza es posible y el Adviento, todas las esperanzas y todos los advientos. Los sueños bíblicos del paraíso se irán haciendo realidad: la concordia entre los hombres, la paz universal, el cultivo respetuoso de la naturaleza, las buenas relaciones con Dios. Ellos han prendido en la tierra un fuego imposible de sofocar, han hecho brotar fuentes de purificación y de vida, han sembrado las semillas del paraíso, llamado Reino de Dios, que florecen y se multiplican constantemente.

De esto hace ya 2.000 años. A veces nos llenamos de impaciencia y pensamos que, dígase lo que se diga, no se nota mucho este nuevo paraíso. A veces, ahora, nos llenamos de esperanza y pensamos que, a pesar de todo, desde Cristo, las cosas han cambiado mucho y que aún más han de cambiar, porque él y su bendita madre Inmaculada siguen con nosotros.

2. María Inmaculada, la señal :M/SEÑAL:

Un signo es como un fulgor que anticipa la luz, como una flor que anticipa la primavera, como una premonición. Una señal escogida por Dios para asegurarnos que no nos abandonará nunca, que no nos dejará a merced de las fuerzas enemigas, que, con su ayuda, lo pequeño puede superar a lo grande y lo débil a lo fuerte. Una señal y anuncio de victoria, que la salvación del hombre está decidida, que la perfección del hombre es posible. que el paraíso no es utopía.

Las grandes promesas de Dios pasan por la mujer que es María. Por eso, ella hace posible la esperanza. En el centro del Adviento, María Inmaculada aparece como signo de cercanía y victoria. Cuando el hombre sufre crisis de muerte, aparece una mujer en estado de gracia, como anuncio y promesa. La serpiente del paraíso y el dragón apocalíptico tienen como respuesta la mujer con su descendencia; la serpiente y el dragón serán vencidos por el hijo de la mujer. Cuando Acaz, «el hombre», se hallaba en peligro, Dios anuncia para calmarle una virgen embarazada. Así, la mujer-María no solo es bendición, sino garantía de bendición para todos. Es decir, que siempre que aparece la mujer-María, Ia salvación está cerca.

Las señales de Dios, como se ve, no son apabullantes o temerosas. Son siempre señales sencillas y palpitantes: tiernas, como un niño; delicadas, como una mujer; bellas, como el arco iris; luminosas, como una estrella. No quitan libertad, no dispensan de la duda, pero incitan a la búsqueda y animan al esfuerzo. Leyendo el signo

1. Si María es Inmaculada, es que Dios ama gratuitamente al hombre. En María todo es gracia. No es que «tenga», «es» gracia, puro don. María no mereció ser Inmaculada, se le dio; fue creada, fue bordada en gracia, así siempre. Dios no nos ama porque seamos santos, sino para que lo seamos. Su amor siempre es gratis.

2. Si María es Inmaculada, es que todos estamos llamados a serlo. «El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (/Ef/01/04). María es lo que estamos llamados a ser todos: la primicia, el anticipo de la humanidad nueva. Así, detrás de María Inmaculada camina la Iglesia, que se va haciendo «sin mancha...» (Ef. 5, 27).

3. Si María es Inmaculada, es que la esperanza es posible. Significa la victoria de la vida sobre la muerte, del bien sobre el mal, de la gracia sobre el pecado, de la libertad sobre toda esclavitud. Pero María no es un caso único. Si Dios ha triunfado en ella, es que puede triunfar en todos. La victoria de María abre la puerta a todos los sueños y a todos los intentos. Siempre es posible la victoria del bien sobre el mal. Por eso, la fiesta de la Inmaculada no sólo encaja bien en Adviento, sino que hace posible todos los advientos.

4. Si María es Inmaculada, es que Dios ama definitivamente al hombre, a largo plazo, para siempre. Su proyecto no se agota en una persona o en un pueblo o en muchas generaciones. Es para todos, universal, y su amor no se quebranta por las infidelidades o las dificultades. Su amor es incondicional. Pase lo que pase, no deja de amar, como el amor a María, que fue desde el principio al fin, bien amada, siempre amada. Así ama Dios a todos.

IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA

1. La fiesta de María Inmaculada es un acontecimiento salvífico decisivo, pero no sólo para ella -toda limpia y perfecta, sin pecado alguno, toda llena de gracia-, sino para la humanidad entera. Se puede decir que ella es la puerta del paraíso pensado por Dios. Aunque el paraíso es Cristo, el hombre nuevo, la plena armonía, el Reino de Dios, pero en María ya se anuncia y anticipa. Ella es puerta y hortelana del nuevo paraíso. Ella es la nueva Eva, que con su Sí incondicional hizo posible la venida del nuevo Adán. Sin ellos aún seguiríamos en destierro y valle de lágrimas. El hombre solo lo que construye es una jungla, no un paraíso.

2. Más en concreto, decimos de María Inmaculada que es un signo que anuncia salvación total. Signo de lo que estamos llamados a ser todos. Signo de lo que todos podemos esperar. Signo del amor de Dios, que es gratuito, incondicional, definitivo.

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
ADVIENTO Y NAVIDAD 1990/90-2.Págs. 39-44


15.

Es muy lógico que María, aquella que esperó llena de amor el nacimiento de Jesús, tenga un lugar destacado en este tiempo de Adviento. (Aunque la solemnidad de hoy hace referencia a la concepción de la Virgen María y por tanto está más bien en relación simbólica con la fiesta de su natividad -el 8 de septiembre- que con la ya cercana Navidad). Pero, de todos modos, ahora estamos en el tiempo del año litúrgico en que la colaboración de María en los inicios de la obra de la salvación aparece más claramente y con más frecuencia, porque ella es el mejor modelo y ejemplo de cómo disponerse a recibir al Señor.

-María, llena de gracia, imagen del destino de la humanidad Y en la popular y entrañable solemnidad de la Inmaculada nuestra mirada se concentra especialmente en lo que la Palabra de Dios nos dice acerca de esta muchacha de Nazaret y a la vez también recogemos lo que la tradición, la reflexión y la enseñanza de la Iglesia han llegado a captar del misterio escondido de María. Y así escuchamos que, en la escena evangélica de la Anunciación, repetidamente el mensajero divino se dirige a María indicando con qué plenitud y con qué intensidad el Señor la ha escogido y la ha dispuesto para una gran misión: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo"; "no temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús".

Esta misión única y excepcional de María no debe alejárnosla de nuestra humanidad. Ella forma parte plenamente de nuestro pueblo y en ella han empezado a cumplirse ya las promesas de la salvación de las que todos participamos.

También hoy en la carta de san Pablo hemos escuchado cómo Dios nos ha bendecido y nos ha elegido en Cristo desde antes de crear el mundo para llenarnos de su santidad y conducirnos por Jesucristo a la condición de hijos. Este es el destino común de la humanidad de la que ella es modelo y ejemplo.

María al inicio y al final de su existencia -recordemos la fiesta de la Asunción que celebramos el 15 de agosto- es para nosotros imagen y primicia de aquello a lo que Dios nos quiere conducir. Ella desde el principio ya ha sido lo que Dios espera que acontezca en nosotros: ser santos, irreprochables ante él. Por eso celebrar la inmaculada concepción de María es sobre todo agradecer a Dios su plan de salvación. Antes de responder nosotros, antes del sí de María acogiendo la Palabra del Señor, él ya ha dado un sí a la humanidad disponiendo a María, hermana nuestra, como llena de gracia.

-María, un nuevo inicio

Las lecturas nos presentan en contraste Adán y Eva -la humanidad caída en la culpa- y María la madre de la nueva humanidad centrada en Cristo. La gracia de Dios en María rompe la cadena del pecado de la que todos participamos y consentimos, del querer sentirse orgullosamente como dioses, de las excusas hacia el otro, del miedo y el esconderse a la mirada del Señor. En cambio María nos aparece como la que está con el Señor, la que vence el miedo, la que no rehuye la misión que se le encomienda, la que se fía de Dios para quien nada hay imposible, finalmente la que se siente dichosa por todas las generaciones bajo la figura de esclava sin mérito y llena de gracia.

Y así es como aquella muchacha de Nazaret se convierte para nosotros en el modelo de primera cristiana y nos enseña a acoger a Cristo en su venida a nuestra vida. San Agustín dice que María antes de concebir a Cristo en su vientre lo concibió en su mente, en su corazón, acogiendo la Palabra llena de fe. Así también nosotros en estos días de Adviento debemos hacer nuestras las actitudes de María: silencio interior, lectura de la Palabra de Dios, ratos más largos de oración reposada. .. y también, limpieza y conversión de corazón, disponibilidad y prontitud en el servicio a los hermanos, fidelidad a la propia vocación, confianza en los momentos de prueba... María del Magnificat, María de las Bienaventuranzas, María al pie de la cruz, María entre los Apóstoles... ella es nuestra madre y nuestra hermana en todas las situaciones de la vida.

Continuemos ahora la Eucaristía y alabemos al Señor porque nos ha querido dar a su madre como maestra permanente de nuestro camino de fe y de vida cristiana.

JOSEP M. DOMINGO
MISA DOMINICAL 1994, 16


16.

1. Anuncio de una nueva humanidad

El dogma de la Inmaculada Concepción, tan discutido y controvertido durante varios siglos hasta su promulgación por Pío IX el 8 de diciembre de 1854, puede aparecer a primera vista como un problema especulativo de la teología y sin mayor relación con la vida cristiana. Podemos preguntarnos, en efecto, qué importancia tiene para la historia de la Salvación el hecho de que María hubiese sido concebida sin pecado original por una anticipación de los méritos de la redención de Cristo. Generalmente se arguyó que era necesario por su condición de madre de Jesús y que la misma santidad del hijo exigía tal santidad en la madre desde el primer momento de su existencia.

Pero, ¿qué evangelio o buena noticia es este acontecimiento para nosotros, hoy? Pensamos que no basta hacer un panegírico de María ensalzando el prodigio maravilloso del que fuera objeto. Si María es signo y prototipo de la Iglesia, su inmaculada concepción ha de traducirse en algo significativo también para la vida de la comunidad cristiana. En esta dirección han de orientarse nuestras reflexiones, viendo a María como el símbolo de todo el linaje humano en lucha contra el pecado hasta vencer en Cristo todo cuanto diga relación con la «serpiente infernal»; símbolo de la Iglesia, templo santo de Dios, santificado por el Espíritu Santo. En fin, en María Dios nos llama a una total y radical santidad.

Hoy celebramos la festividad de la Inmaculada Concepción de María. ¿Qué significa esto concretamente?

María aparece como la primera redimida por Jesucristo, llena de gracia y de santidad, viviendo en plenitud la nueva vida que Cristo resucitado derrama mediante el Espíritu. En este sentido, es reconocer la obra salvadora de Dios en su humilde servidora; y es alegrarnos con María por su fidelidad al Padre.

Sin embargo, la fiesta de hoy es mucho más aún. María no está aislada de la comunidad de los que creen. En ella se realiza en forma excelsa y superior algo que debe realizarse en cada uno de nosotros y en toda la Iglesia, comunidad de los que creen. María, santa e inmaculada desde su concepción, es una llamada y un modelo de esa santidad en la cual todos nosotros fuimos concebidos desde el nacimiento en las aguas bautismales.

También nosotros fuimos concebidos santos e inmaculados por Dios en Cristo, para que ese Cristo viva en nosotros y despliegue en nuestra vida la fuerza de su liberación. Si reflexionamos sobre las tres lecturas de hoy, descubriremos todo el significado que esta festividad tiene para todos "los hijos de mujer".

La primera lectura, llamada comúnmente Proto-evangelio -primer anuncio gozoso de la salvación-, es una representación simbólica de la larga y constante lucha que se entabla en nuestro corazón entre el bien y el mal, entre el amor y el egoísmo, entre la luz y las tinieblas.

En efecto, el texto bíblico del Génesis nos presenta al hombre y a la mujer frente a su pecado. Dios los descubre y les hace tomar conciencia de esa lastimosa situación que constantemente los desgarra interiormente: el pecado.

El hombre se siente dividido entre dos «yo» que luchan entre sí; un hombre tironeado por dos fuerzas opuestas que se disputan el terreno de la conciencia. Es la lucha que viene desde Adán y Eva, o sea, desde que el hombre es hombre; desde que nace hasta que muere. Hombre y mujer reconocen que una serpiente ha anidado dentro de su mismo ser y desde allí inocula su veneno mortal. Llevan en su interior la semilla del egoísmo, de la envidia, de la ambición, de la prepotencia, de la mentira, de las excusas encubridoras tan bien puestas de relieve por el relator del texto. Hombre y mujer viven una permanente guerra civil interna.

Y desde ese horizonte de constante lucha interior y de sometimiento a la fuerza del pecado, pecado destructor de la obra del hombre, emerge la Palabra de Dios, el primer evangelio de la esperanza: "Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú le hieras el talón." Es el anuncio de una humanidad que como linaje de mujer alcanzará finalmente la victoria, aplastando la cabeza del pecado opresor. De la misma humanidad que gime bajo el yugo de las tinieblas, ha de surgir la salvación. Tal es el sentido de esta página bíblica que hoy la Iglesia aplica a María y a su hijo.

En efecto, a partir del Nuevo Testamento descubrimos que esta promesa divina se cumple históricamente cuando un descendiente de mujer, Jesús, vence al pecado en una vida de perfecta santidad y obediencia al Padre. Jesús nace "de mujer", de la mujer que es el pueblo de Dios encarnado en la doncella María. María y Jesús protagonizan la ardua batalla en favor de los intereses de Dios, que son los intereses del hombre oprimido. María y Jesús se hallan indisolublemente unidos en la lucha contra el pecado y en la vivencia de la santidad. En síntesis: María y Jesús son la expresión del amor misericordioso de Dios, que no se olvida de los hombres; llamados siempre, desde Adán, a la vida de comunión con el Padre.

2. Llamamiento y exigencia a la santidad

Por todo esto, la Iglesia en su liturgia quiere que escuchemos y hagamos nuestras las palabras de Pablo en su Carta a los Efesios: Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones, nos ha elegido y predestinado en Cristo para que fuésemos santos e inmaculados en su presencia, transformándonos así en hijos y herederos.

No cabe duda de que la liturgia quiere aplicar estas palabras, en primer lugar, a María, llamada desde siempre a la santidad. Ella es la primera bendecida por Dios, la primera que recibió a Jesús como una exigencia de vida nueva y de fidelidad a la Palabra.

De ella podemos decir hoy que, como hija y heredera de la gloria divina, fue redimida por la sangre de Cristo "tras haber escuchado la Palabra de la verdad, la buena noticia de la salvación, y creído en él, siendo sellada con el Espíritu de la promesa» (Ef 1,13). Mas también es cierto, como ya hemos insinuado, que María fue elegida y llamada como primicia de toda la comunidad de los que, después de haber creído como ella en la Palabra divina, fueron santificados por el Espíritu Santo.

El autor de la Carta a los Efesios (Pablo o algún discípulo suyo) no duda en afirmar que todos nosotros fuimos llamados desde siempre a la más total y perfecta santidad: para ser "santos e inmaculados".

En este sentido, la festividad de hoy es un llamamiento y un recuerdo de la exigencia del Bautismo: vida nueva en santidad, concebidos como hijos de Dios.

Esta festividad debe despertar nuestra vocación a la santidad. María no fue una semidiosa o un ser extraterrestre que por una serie de prodigios cumplió su misión. No; ella es la primera creyente del pueblo de Dios, que supo entregarse de lleno al cumplimiento de la voluntad de Dios, dando su generoso «sí» cada vez que la Palabra la llamaba a un mayor grado de obediencia: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Como María, toda la Iglesia es llamada «santa». Decimos «la santa madre Iglesia» como decimos: "la santa madre de Dios", no porque en la Iglesia y en sus miembros no exista la realidad del pecado, sino porque toda ella ha sido llamada por vocación primordial a la santidad.

Es santa en Cristo que la redimió y liberó de sus pecados, bañándola en su propia sangre para transformarla en una esposa santa e inmaculada (Ef 5,26-27).

En síntesis: la festividad de hoy no solamente nos anuncia la buena noticia de que el linaje de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente, sino que también nos llama a unirnos a Cristo para aplastar esa empecinada cabeza del pecado, tal como lo hizo María al concebir por la fe a Cristo.

Y si por la primera madre pudo entrar la rebeldía y el egoísmo al mundo, por la segunda nos llega la santidad en la obediencia filial y en el amor.

3. Engendrar a Jesús

Es así como la tercera lectura, en el conocidísimo evangelio de la Anunciación, nos presenta a María en el momento más culminante de su vida. Los tiempos anunciados ya se han cumplido; la promesa cede el paso a la realidad.

La mujer-humanidad deja de ser maldita para transformarse en "llena de gracia", pues el «Señor de la liberación» está con ella.

María concibe y engendra, cual nueva Eva, a un hijo que es el santo y el hijo de Dios. Ese hijo es Jesús, hijo de María; y ese hijo es el cristiano, hijo de la comunidad de fe. María es la figura simbólica del antiguo pueblo de Dios, que por ella llega a la liberación; y es también la figura del nuevo pueblo que, enraizado en el antiguo, engendra al liberador y a cuantos escuchan su evangelio de esperanza.

El nuevo pueblo, la comunidad-esposa-madre, lleva en su seno a Cristo; al Cristo de la fe, quien por la fe engendra nuevas criaturas de una raza maldita y oprimida. Si la antigua humanidad ("antigua" por el tiempo y por la mentalidad) se dejó seducir por la serpiente, la nueva se deja impulsar por el Espíritu: el mismo que engendró a Jesús en el seno obediente de María; el mismo que es derramado en nuestros corazones si nos abrimos a la Palabra.

Hoy celebramos la festividad de la Inmaculada Concepción de María. Hoy descubrimos a María, totalmente vaciada de sí misma y de toda sombra de egoísmo, repleta de la gracia divina, que es el mismo Cristo Jesús, el que da sentido a su vida.

María está llena de Jesús, no solamente porque lo llevó en su seno sino porque lo abrazó por la fe y lo siguió por el camino de la cruz, cumpliendo de esta forma toda la palabra a cuyo servicio consagró su vida.

En María descubrimos, a su vez, a la Iglesia, comunidad que cree en la Palabra y que quiere llenarse de Jesús, Reino de Dios y vida nueva. La inmaculada concepción de María es el signo de que la salvación de Dios por medio de Cristo es total v absoluta. Dios se jugó el todo por el todo, y no admite mediocridades cuando de vivir se trata.

Es cierto que hoy nos felicitamos por la santidad humilde y servicial de María; pero también es cierto que si esta festividad no nos impulsa a vivir nuestra vocación de santidad, lo que hacemos en la liturgia sería un tremendo contrasentido.

Pero vale la pena que pongamos los ojos en María, si hacemos nuestro el pensamiento de la Carta a los Efesios, dando gracias a Dios, que «nos eligió en la persona de Cristo para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el amor».

La fiesta de la Inmaculada Concepción de María, sin una exigencia de santidad por parte nuestra, es simplemente una burda farsa.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A
Ed.Paulinas. Madrid 1977, págs. 53-59