HOMILÍAS PARA EL CICLO C


1. «Va tras la descarriada, hasta que la encuentra».

En esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús no se habla expresamente en ningún texto del corazón, pero sí de esa forma especial de amor que solemos asociar con la idea de corazón. El evangelio lo muestra en toda su paradoja. Un buen pastor se preocupa de todo su rebaño por igual; por eso, ¿cómo puede comprenderse que el pastor del evangelio deje las noventa y nueve ovejas en el campo (en el desierto) y se preocupe sólo de la oveja descarriada? Está claro: aquí no se miden las consecuencias, no se calcula, no se piensa en el riesgo que supone dejar a la mayoría de las ovejas sin protección; únicamente se tiene ante los ojos el peligro que amenaza a una de ellas, como si sólo importara ésta. No se tienen en cuenta otras posibilidades. Para Dios no es indiferente si algunas personas se pierden, aunque se salve el grueso de la humanidad. Un corazón humano, que aquí se convierte en receptáculo del amor divino, no piensa así, sino que para él es importante cada hombre en particular, pues todo hombre es un destinatario irremplazable de su amor.

Los cristianos que celebran la festividad del Sagrado Corazón de Jesús no sospechan por lo general cuánto ama Dios a cada hombre. Tanto que algunos santos han llegado a decir que Cristo habría muerto también en la cruz si sólo hubiera tenido que salvar a una única persona. La idea nos parece un tanto descabellada, pero saca su justificación de la parábola de la oveja perdida. Y con no menos énfasis que la preocupación por la oveja descarriada se describe la alegría que se produce cuando se la encuentra. En todo caso se puede decir con seguridad que cada una de las noventa y nueve ovejas es amada por el Buen Pastor de la misma manera: todas ellas son los pecadores por los que Jesús muere en la cruz, no como masa anónima, sino como personas irrepetibles.

2. «Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores».

La segunda lectura abunda en lo que acabamos de decir. La oveja descarriada de la parábola es en realidad la persona que se aleja de Dios, la que lo rechaza y le es hostil. El amor del Buen Pastor no se basa por tanto en una reciprocidad: es un amor que sólo mediante su entrega plena y perfecta busca engendrar reciprocidad, correspondencia. La oveja salvada, cuando vuelve a casa sobre los hombros de su dueño, comienza a saber cuán preciosa es para el pastor y cuánto le debe. Pero la parábola no se pronunció con la intención de suscitar esta reciprocidad: el amor de Dios es «sin porqué». Y la segunda lectura tampoco habla propiamente del amor con el que ahora se debería corresponder a los desvelos del Buen Pastor, sino solamente de la certeza de que ahora estamos a salvo al amparo del amor divino, de que hemos obtenido la «reconciliación». Que esta certeza nos obliga a cada uno de nosotros a dar una respuesta de amor, o que más bien la produce espontáneamente en nosotros, podrá inferirlo todo el que realice lo que hemos dicho.

3. «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas».

El texto veterotestamentario de la primera lectura traslada el amor del corazón de Jesús al corazón de Dios. Dios quiere «buscar personalmente a sus ovejas», quiere sacarlas de los lugares «donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad». Esto nos muestra una última cosa: que el corazón humano de Jesús, al que nosotros atribuimos este amor personal único, no es el arquetipo -como si el amor de Dios sólo hubiera obtenido esta cualidad cuando llegó el momento de la encarnación-, sino que ese corazón es más bien simplemente la expresión comprensible para nosotros del amor inconcebible que el Dios eterno experimenta desde siempre por sus criaturas.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 257 s.


2.

¿Qué es la Gracia de Dios? Cuando le hacemos a los evangelios esta pregunta, ellos nos responden casi siempre con una parábola. Porque una parábola es el mejor modo de entender o de definir la Gracia. Es el caso de la parábola de la oveja perdida. El comportamiento de Jesús no era el comportamiento normal de la clase religiosa dirigente. Esta habían orientado la interpretación de la Ley hacia la salvaguarda de la pureza legal. Por eso, el interés del templo era más el de proteger a los puros que el de tener misericordia por los impuros o transgresores de la ley.

A la oficialidad judía la actitud de Jesús hacia los marginados de la ley no sólo le resultaba extraña, sino ofensiva. Estar de parte de los ilegales era alterar el derecho establecido y quitar la razón a los "legales". Jesús propone abrir plenamente las puertas a la misericordia: atender al alejado, al marginado, al pecador, a todo aquel a quien la ley oficial margina, porque aquí es donde está la mayor necesidad y, por consiguiente, la mejor oportunidad de vivir la misericordia. Y cuando la misericordia se vive, el cielo en pleno se regocija, porque se recupera a un hijo extraviado de Dios.

La ternura con que esta parábola está escrita revela la ternura del corazón de Dios y la repercusión que el amor tiene en el corazón de Cristo. Ser persona, o comunidad, o iglesia del Reino significa estar poseído o absorbido por la misericordia de tal manera, que es ella la razón de todo nuestro actuar. Si después de escuchar la parábola de la oveja perdida, nos preguntamos otra vez qué es la Gracia de Dios, la respuesta es sencilla: es el amor mismo de Dios dándose gratuitamente incluso a quien no lo merece.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3. DOMINICOS 2003

Corazón que ama y sufre
Hablar del corazón es hablar de amor, y cuando el amor deriva del Corazón de Jesús, se trata de un Amor con mayúscula, del Amor por excelencia, del Amor del Hijo de Dios que vino a compartir con nosotros la vida y la historia, vestido de nuestra naturaleza.

El amor de Jesús fue de tal condición que voluntariamente se dejó clavar en un madero, que nos perdonó hasta la injusticia y el error de no entender que se pudiera amar tanto como él nos amaba. El Amor se llamaba Cristo Jesús.

En la celebración de hoy busquemos dos cosas: Primero, dar gracias al Amor; luego, comprometernos con él en el amar. Lo primero sin lo segundo suena a vacío, hueco, vano, mentira.

ORACIÓN:

Mi Cristo... Tus ojos no se cierran: son agua limpia donde puedo verme

Mi Cristo... Tú no puedes cicatrizar la llaga del costado: un corazón tras ellas está esperando.

Mi Cristo... Tú conoces la intimidad oculta de mi vida. Tú sabes mis secretos, pues te los voy confesando día a día.

Mi Cristo... Tú aleteas, con los brazos unidos al madero. ¡Oh valor: me convidas a levantarme puro desde el suelo! Gracias. Amén.



Palabra de Dios
Lectura del profeta Ezequiel 34, 11-16:
“Así dice el Señor Dios: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro..., y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad.

Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de los países... Las apacentaré en pastizales escogidos, tendrán sus dehesas en lo alto de los montes de Israel...

Buscaré las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas...”

El amor busca, el amor llama, el amor escucha, el amor acoge. Dios es amor. Lo demás vale poco. Sea nuestra confianza estar y vivir en el corazón de Jesús.

Lectura de la carta san Pablo a los romanos 5, 5-11:
“Hermanos: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros estábamos todavía sin fuerza, Cristo, en el momento oportuno, murió por los impíos..., murió por nosotros...

Ahora, pues, que ya estamos justificados por su sangre, con más razón seremos salvados por él...”

El amor de Dios es creador. Se derrama sobre las obras de sus manos. El amor de Dios nos perdona, nos justifica por la sangre de Cristo.

Evangelio según san Lucas 15, 3-7:
“Jesùs dijo a los fariseos y letrados esta parábola: Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y se va tras la descarriada, hasta que la encuentra?

Sí. Y cuando la encuentra, se la carga sobre sus hombros, muy contento: y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja quese me había perdido.

Pues os digo: más alegría habrá en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve que no necesitan convertirse”.

La alegría del que ama es tanto mayor cuanto mejor alcanza y hace feliz y perdona y acoge a los más necesitados. Es una alegría y amor que hace fiesta por los amados.



Momento de reflexión
Toda la liturgia y las lecturas nos hablan hoy de amor, del amor que Dios nos tiene y del amor desmedido con que Cristo nos amó:

Amor de Dios Padre
que se ocupa continuamente de Efraín, del hijo, del hombre, de ti, de mí; y que, a pesar de tanto amor y delicadeza, es ofendido, olvidado, hasta provocar su cólera.

Menos mal, dice el propio Dios a su profeta, que Él no es de nuestra madera y no se parece al enemigo que nos espía y espera a la puerta. ¿Se lo agradecemos?

Amor de Dios y de Cristo Jesús,
que excede todo lenguaje, sabiduría, filosofía humana, obras de la mente, del cerebro frío. El amor brota del corazón, de la nobleza de ánimo, de la gratitud al bien recibido. ¿Es el nuestro un amor de pico, de palabra, o de corazón sincero?

Amor de Cristo, amor llagado,
amor de un cuerpo roto. ¿Valoramos adecuadamente todo el simbolismo del costado-corazón de Cristo que se convierte en manantial de vida y gracia, en hontanar del río de los sacramentos?

¡Danos, Señor, un corazón nuevo!¡Infunde en nosotros un espíritu nuevo!¡Haz de nuestro corazón una fuente de amor, de solidaridad, de caridad!



4. 2001

El amor de Dios, ¿es premio a nuestra propia bondad? La parábola que nos transmite el Evangelio de hoy en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, nos comunica esta enseñanza: Dios no nos ama porque seamos buenos o cuando somos buenos; nos ama porque él mismo es bueno, y lo es siempre. Su amor a todo hombre es incondicional y se manifiesta en el ofrecimiento de vida que le hace por medio de Jesús. Esta confianza absoluta en la bondad de Dios, manifestada en Jesús, es la paz del cristiano.

Una vez más nos acercamos a la persona de Jesús desde aquello que es más nuclear de su realidad: Jesús fue aquel que supo amar de verdad, aquel cuyo corazón fue un corazón misericordioso con los pobres y marginados. Su compromiso no fue una cuestión coyuntural, simplemente, porque el amor con que Jesús supo amar fue el mismo amor con el que Dios-Padre ama a todos los hombres y mujeres del mundo.

Cuando Jesús nos habla de la ternura del pastor, que busca la oveja que se pierde, porque las otras 99 están bien, nos está hablando de la ternura de Dios-Padre, que siente y se duele de las ovejas de su pueblo, que han sido maltratadas y abandonadas por sus pastores; ese Dios que reivindica para sí el título de pastor auténtico y lleno de cariño, y que se realiza históricamente en Jesús, buen pastor de su pueblo y de los hombres.

Jesús murió para liberarnos de todo poder opresivo. Porque estábamos heridos y él nos vino a buscar, sintiendo en su corazón el mismo amor del Padre por los hombres. Ahora, Jesús nos invita a vivir también de esa manera, pues el amor, es decir, su Espíritu, "ha sido derramando en nuestros corazones" y podemos amar. Llamada, pues, a la responsabilidad del amor, el mismo de Jesús, el mismo del Padre, que vive en cada uno de nosotros. Llamada a hacer lo mismo que hizo Jesús, ser compasivo y misericordioso con los pobres y marginados de la sociedad. Ese es el modo, en cualquier caso, de "desagraviar" el corazón herido de Jesús, pues su rostro, transfigurado, es el rostro de tantos hombres y mujeres que sufren, de los hombres y mujeres desvalidos, que necesitan de nuestro amor y misericordia.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


5. DOMINICOS 2004

Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús

Quien tiene buen corazón ama de verdad.
Quien comparte gozos y sufrimientos con los hermanos acaba teniendo siempre buen corazón.
Quien no ama y no tiene compasión se endurece y enfría más y más su corazón.

Oración Colecta
¡Oh Dios!, tú has depositado en el corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, infinitos tesoros de caridad. Te pedimos que, al rendirle hoy el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos también una cumplida reparación como hijos pródigos que vuelven al hogar paterno. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Libro del Deuteronomio 7, 6-11:
“Habló Moisés al pueblo y dijo: Tú eres un pueblo santo para el Señor tu Dios: él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad.

Pero el Señor no se enamoró de vosotros y os eligió, porque fuerais más numeroso que otros pueblos, pues sois el más pequeño de todos. Os eligió porque os amó.

Por puro amor vuestro, por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó de Egipto con mano fuerte y os rescató de la esclavitud, del do­minio del faraón, rey de Egipto”.

Primera carta del apóstol San Juan 4,7-16:
“Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.

Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros...”.

Evangelio según San Mateo, 11,25-30:
“En aquel tiempo, Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo mas que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.



Reflexión para este día
¡Qué alegría! Dios tiene corazón y nos ama de verdad, aunque a veces no entendamos su lenguaje de amor. Amemos también nosotros como él nos ama.

El lenguaje de amor de Dios para con nosotros se hizo manifiesto en el envío de su Hijo para que nos enseñara a vivir en el amor y nos salvara. Aprendamos nosotros a actuar dejándonos guiar por los impulsos del corazón de Cristo, fuente, manantial inagotable de gracias.

Todo amor verdadero, que quiere ser oculto para ser más verdadero, acaba haciéndose manifiesto, porque su fuego y luz resplandecen. Si no amamos a nuestros hermanos, como cristos visibles, tampoco amamos al Cristo de la fe y del misterio.

La humanidad está necesitada de Cristo salvador y también de pequeños cristos que le ayuden a salvar la vida, amor, cultura, familia, sociedad, fraternidad.


6. CLARETIANOS 2004

“En busca de la perdida”

Hoy es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. La liturgia conduce nuestra mirada directamente a la fuente del Amor más grande, al Amor crucificado. Hoy es un hermoso día para contemplar, para saborear, para aprender cómo se ama. Porque los cristianos corremos el riesgo de sustituir al Dios del amor y de la misericordia por el dios del culto y de la ley, y hacer de éstos el criterio único de nuestro encuentro con Él. Desde la cátedra de la cruz y con la herida de su costado abierta, Él sigue atrayendo inexplicablemente a todos hacia Él para mostrarles la belleza del Dios-amor, el único que existe. Uno de los infinitos perfiles de este Dios-amor aparece en la primera de las tres parábolas del capítulo 15 de Lucas, que hoy leemos en la Eucaristía. Nos conviene escucharle a Él para no confundirnos. En concreto subraya, entre otras, tres rasgos del amor de Dios, del amor verdadero:

Primero, el amor verdadero o es personal o no lo es. Porque no puede ser amor la leyenda de aquel cartel de Snoopy cuando decía con humor avinagrado: “Amo a la humanidad, pero no aguanto a la gente”. A Jesús le importa la gente concreta; más aún, le importa uno solo. Cada persona posee valor infinito. Uno vale más que todos. Es llamativo que en el evangelio no aparezca jamás una declaración de derechos humanos, sino la invitación a amar al próximo, que es una persona real y la tengo delante de mí. Nadie sobra. Todos son primeros. Incluso los que parecen no merecerlo porque “no hay nube por negra que sea que no tenga un borde plateado”.

Segundo, el amor verdadero o es misericordioso o no lo es. Jesús lo deja todo por el que está perdido, por quien no es el mejor. La misericordia nace al adivinar las infinitas posibilidades que se esconden en el perdido. Ser misericordioso es, pues, un ejercicio de percepción; de ver al perdido como lo ve Jesús, sin confundir las apariencias con la realidad. Decía Maquiavelo que “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. Y cuando se mira como Jesús miraba, se busca de verdad, arriesgando, exponiendo. A Él le costó la vida. Es el signo del amor eucarístico que transforma. Porque para cambiar a una persona, hay que amarla. Solamente influimos hasta donde llega nuestro amor. El perdón, aunque no cambia el pasado, siempre agranda el futuro.

Tercero y último, el amor verdadero o concluye en fiesta o no lo es. Por ello esta parábola parece ser una versión aplicada de las bienaventuranzas. El amor, aunque no comience con gozo, siempre desemboca en la verdadera alegría. “Bienaventurados los misericordiosos...” La misericordia enamorada produce como fruto la alegría bienaventurada. Se la reconoce por lo contagiosa que es. Hay que compartirla con otros. Y es que un asunto no está acabado si no está bien acabado.

Juan Carlos Martos
(martoscmf@claret.org)


7.-

Comentario a la liturgia – Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Ciclo C – Textos: Ez 34, 11-16; Rom 5, 5-11; Lc 15, 3-7

ESPIRITUALIDAD Y ORACIÓN
Vitral del Sagrado Corazón (San Gioacchino in Prati, Roma. © Foto ZENIT cc).

Vitral Del Sagrado Corazón (San Gioacchino In Prati, Roma. © Foto ZENIT Cc).

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor en el Centro de Humanidades Clásicas de la Legión de Cristo, en Monterrey (México).

Idea principal: Contemplemos el amor loco de Cristo. El corazón tiene motivos que la razón no comprende –diría Pascal.

Síntesis del mensaje: En este año de la misericordia la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús debería celebrarse con grande alegría y mayor fervor, pues en el Sacratísimo Corazón de Jesús están encerrados todos los tesoros de ternura, compasión y misericordia divinas para todos los hombres y mujeres. ¡Menos mal que Dios en Cristo se hizo amor misericordioso y loco para salvarnos! De lo contrario, ¿dónde estaríamos ahora?

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, todas las lecturas nos invitan a contemplar la locura del amor de Cristo. El amor que manifiesta su Corazón es un amor humano loco, que revela un amor divino todavía más loco. Los escribas y fariseos del evangelio de hoy no entienden esta locura de amor de Jesús con los pecadores y publicanos, tienen el corazón cerrado en el legalismo y en pergaminos. ¿A quién se le ocurre dejar las 99 ovejas e ir a buscar a la oveja perdida e indócil que se ha alejado del rebaño? Sólo a quien tiene un amor loco. La pérdida de la oveja provoca en el pastor un sentimiento de privación que invade todo su corazón y le hace olvidar todos los otros afectos. Y cuando la encuentra, se alegra, la sube a sus hombros, la acaricia, y cuando llega a casa, hace fiesta, y comparte su alegría con los vecinos. Gestos todos de un corazón loco y lleno de misericordia. Humanamente, este comportamiento del pastor es criticable, porque no es justo reservar más amor a quien merece menos. No es razonable este comportamiento. Pero el amor de Dios no hace cálculos, razonamientos. Lo que quiere es salvar a todos. ¡Cuánto tuvo que luchar Jesús en su vida pública con esos hombres acartonados en la ley, pero sin caridad! Pero el mensaje de Jesús era justamente esto: el amor misericordioso. ¿No estamos celebrando el Año Jubilar de la Misericordia para tomar más conciencia del núcleo del evangelio de Jesús?

En segundo lugar, Pablo en la segunda lectura vuelve a la misma verdad: “Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rm 5, 6). Ya sabemos que los pecadores –y cada uno de nosotros lo es- no merecen sino castigos. No es razonable que un inocente se ofrezca a sí mismo a la muerte, y a una muerte infame –clavos, espinas, bofetadas, desprecios…-, en beneficio de unos hombres culpables. Desde el punto de vista de la razón, morir por otro, aunque se trate de un justo, es ya un exceso. Nadie se ofrece a sí mismo voluntariamente a la muerte; un hombre muere cuando se le impone la muerte. El Corazón de Jesús no siguió la lógica de la razón, sino la del amor divino. Y sigue entregándose a sí mismo por nosotros en la Eucaristía: nos entrega su Cuerpo y su Sangre derramada por nosotros en remisión de los pecados. Su muerte en la cruz es la mayor locura de amor que se pueda concebir. Y en cada confesión, la sangre de Cristo se derrama por nuestra alma, lavándonos, purificándonos, renovándonos y santificándonos. ¿No es esto amor misericordioso?

Finalmente, algunos cristianos santos y mártires sí comprendieron este amor loco. Preguntemos a san Maximiliano María Kolbe. En 1941 es nuevamente hecho prisionero y ésta vez es enviado a la prisión de Pawiak, y luego llevado al campo de concentración de Auschwitz (campo de concentración construido tras la invasión de Polonia por los alemanes). Allí prosiguió su ministerio a pesar de las terribles condiciones de vida. Los nazis siempre trataban a los prisioneros de una manera inhumana y antipersonal, de manera que los llamaban por números; a San Maximiliano le asignaron el número 16670. A pesar de los difíciles momentos en el campo, su generosidad y su preocupación por los demás nunca le abandonaron. El 3 de agosto de 1941, un prisionero escapa; y en represalia, el comandante del campo ordena escoger a 10 prisioneros para ser condenados a morir de hambre. Entre los hombres escogidos estaba el sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San Maximiliano, casado y con hijos. “No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). San Maximiliano, que no se encontraba dentro de los 10 prisioneros escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio. Luego de 10 días de su condena y al encontrarlo todavía con vida, los nazis le colocan una inyección letal el 14 de agosto de 1941. ¿No es esto amor loco por parte de Maximiliano María Kolbe?

Para reflexionar: ¿Cómo es mi amor por Jesús: sólo sentimental, esporádico, interesado, inconstante? ¿O es fuerte, firme, demostrado en obras? ¿Qué estaría dispuesto a hacer por Cristo, si se me pidiera un duro sacrificio: huiría, protestaría, claudicaría? ¿O pondría mi pecho para dar la vida por Cristo y por los hermanos?

Para rezar: recemos con el cardenal, ya beato, John Henry Newman:

Amado Señor, ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya. Inunda mi alma de espíritu y vida. Penetra y posee todo mi ser hasta tal punto que toda mi vida sólo sea una emanación de la tuya. Brilla a través de mí, y mora en mi de tal manera que todas las almas que entren en contacto conmigo puedan sentir tu presencia en mi alma. Haz que me miren y ya no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor. Quédate conmigo y entonces comenzaré a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás a través de mí. La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí; serás Tú, quien ilumine a los demás a través de mí. Permíteme pues alabarte de la manera que más te gusta, brillando para quienes me rodean. Haz que predique sin predicar, no con palabras sino con mi ejemplo, por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hago, por la evidente plenitud del amor que te tiene mi corazón. Amén.