COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Rm 5. 5-11
1.
En los primeros versículos de Rom 5, Pablo ha mostrado cómo la justificación es un hecho adquirido (vv. 1-2), en oposición a la concepción judía, que ponía sus esperanzas en el futuro. La prueba de esta justificación está en la prueba de amor realizada actualmente por el Espíritu Santo (v. 5). Pero estos hechos no nos eximen de esperar: le dan a la esperanza una cualidad y un objeto insospechados para los judíos (vv. 3-5). El mismo argumento aparece otra vez en los versículos 6-11, pero con una nueva óptica y un nuevo vocabulario.
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La historia de la salvación reposa en tres hechos: un hecho pasado, la muerte voluntaria de Cristo por los pecadores (versículos 6-8); un hecho presente, la reconciliación adquirida por esta muerte que da sus frutos en esta vida (vv. 10-11) y, finalmente, la garantía de un acontecimiento futuro: Dios dará su vida y su gloria a los hombres ya reconciliados con El, porque Jesucristo ha muerto por ellos (v. 10b). Lo esencial, pues, está ya hecho. Vivir en esta convicción la situación nueva es confesar su fe y asegurar su esperanza. Los judíos no esperaban más que en la promesa; para el cristiano, en cambio, Dios está presente en la actualidad de su vida y su esperanza reposa sobre hechos.
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La vida religiosa de Israel está orientada hacia el juicio futuro de Yahvé, recompensa para los buenos y castigo para los malos. El cumplimiento de la ley permite al hombre judío entrar en esta perspectiva: El está del lado de los buenos y su justicia aparecerá en el juicio de Dios.
Pero el itinerario del pueblo escogido implica descubrimientos desconcertantes. Dios no es solamente el juez que da seguridad a los buenos; es también el Todo-Otro, ante el cual el hombre no tiene derechos que reclamar, y que puede salvar al pecador o justificar al justo. La justicia justificante de Dios no responde a la concepción de justicia distributiva de los hombres.
Cristo ha vivido en su persona los dos tipos de justicia: ha observado la justicia de la ley coronándola en el amor y ha aportado, por su perdón, la justificación a toda la humanidad. El cristiano no está ya, como el judío, orientado hacia un último juicio de tipo distributivo. En efecto, para él la justicia de Dios es la de alguien que es "Todo-Otro", dando pruebas de ello al reconciliarse con la humanidad.
Los cristianos tienen una experiencia privilegiada de esta justificación en la celebración eucarística. La participación en el Pan y en la Palabra realiza, de la forma más concreta, la iniciativa de gracia que se manifestó de una vez para siempre en Cristo, especialmente en su muerte. Pero la Eucaristía convierte además al cristiano en colaborador de Dios en la edificación de su Reino: justificado por Cristo, el fiel está llamado a colaborar durante su vida presente a la construcción del reino de la justicia de Dios. La fidelidad cotidiana del cristiano constituye un signo que deberá brillar ante los hombres, con el fin de que el mayor número posible de ellos, también justificados, construyan el Reino futuro y se congreguen en él, en la vida y en la gloria del Dios de amor.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág.
333 ss.