CORAZON DE JESÚS

PARA LOS TRES CICLOS


1. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

¿Por qué no repetir la indicación de la devoción popular en esta fiesta: "He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres"? Pero hemos de quedarnos aquí, sin pasar a palabras de dudosa teología. Pasemos, más bien, a la palabras de Jesús: "Venid a mí todos los que estáis agobiados, porque soy manso y humilde de corazón". Esta invitación viene precedida de una acción de gracias y de una revelación. El Padre ha revelado a los sencillos el misterio: el Abbá y el Hijo se aman, y quieren que nosotros entremos también en esa comunión, podemos tocar el misterio. Como María, escuchamos y guardamos en nuestro corazón las palabras salidas del corazón de Cristo: "Amaos como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Nos amó y se entregó a sí mismo hasta la muerte. Igual que nos anima: "Soy manso y humilde de corazón", nos dice: soy el pan que da vida, yo soy la luz, yo soy el buen pastor, yo soy el camino, yo soy la resurrección y la vida.

Jesús nos transparenta al Padre bueno y providente, con entrañas de madre, que se ocupa hasta de los pájaros y de los lirios. Este es el corazón de Jesucristo.

Sin embargo, "esto" del Corazón de Jesús lleva años en crisis. Curioso, ahora que están en boga las revistas y tertulias "del corazón". Es cierto que esta crisis se ha nutrido de mucha sensiblería meliflua -"dulcísimo corazón"- y de no escasa teología negativa, fundada en la reparación y la expiación. Los mayores aún recordamos el "deténte". Una espiritualidad intimista no pega ya.

Felizmente, las cosas van cambiando. El Corazón de Jesús es, más bien, el corazón del crucificado, el corazón traspasado en la cruz. Ya no se trata de reparar sino al Dios ofendido en sus hijos más desvalidos. "Suplir en nosotros lo que falta a la pasión de Cristo, a favor de su cuerpo (2Cor 1,24). Su yugo es suave, y nada tiene que ver con los fardos de los fariseos, antiguos y actuales. Exigente, sí, pero con la exigencia del amor. Es corazón manso y humilde. Se hizo de los nuestros. "Amó con corazón de hombre" (G.et S.). En definitiva, queremos sentir a Jesús igual que lo representa a iconografía, con los brazos abiertos. Corazón en el que caben todos en pie de igualdad. Es lo que nos evoca la palabra corazón.
 

Vuestro amigo,

Conrado Bueno Bueno (ciudadredonda@ciudadredonda.org)


2. Fray Nelson Viernes 3 de Junio de 2005

1. Sobre el Amor de Cristo
1.1 El papa Pío XII nos regaló esa que podríamos llamar la "Carta Magna" de la devoción y amor al Corazón de Cristo en su Encíclica "Haurietis Aquas", del 15 de mayo de 1956. De los números 18 al 21 de este documento inolvidable transcribimos algunos textos para nuestra meditación de hoy, dejando sin embargo nuestra numeración y titulación propias.

1.2 El adorable Corazón de Jesucristo late con amor divino al mismo tiempo que humano, desde que la Virgen María pronunció su Fiat, y el Verbo de Dios, como nota el Apóstol, al entrar en el mundo dijo: "Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito; holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: Heme aquí presente. En el principio del libro se habla de mí. Quiero hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad..." Por esta "voluntad" hemos sido santificados mediante la "oblación del cuerpo" de Jesucristo, que él ha hecho de una vez para siempre.

1.3 De manera semejante palpitaba de amor su Corazón, en perfecta armonía con los afectos de su voluntad humana y con su amor divino, cuando en la casita de Nazaret mantenía celestiales coloquios con su dulcísima Madre y con su padre putativo, San José, al que obedecía y con quien colaboraba en el fatigoso oficio de carpintero. Este mismo triple amor movía a su Corazón en su continuo peregrinar apostólico, cuando realizaba innumerables milagros, cuando resucitaba a los muertos o devolvía la salud a toda clase de enfermos, cuando sufría trabajos, soportaba el sudor, hambre y sed; en las prolongadas vigilias nocturnas pasadas en oración ante su Padre amantísimo; en fin, cuando daba enseñanzas o proponía y explicaba parábolas, especialmente las que más nos hablan de la misericordia, como la parábola de la dracma perdida, la de la oveja descarriada y la del hijo pródigo. En estas palabras y en estas obras, como dice San Gregorio Magno, se manifiesta el Corazón mismo de Dios: Mira el C orazón de Dios en las palabras de Dios, para que con más ardor suspires por los bienes eternos.

1.4 Con amor aun mayor latía el Corazón de Jesucristo cuando de su boca salían palabras inspiradas en amor ardentísimo. Así, para poner algún ejemplo, cuando viendo a las turbas cansadas y hambrientas, dijo: Me da compasión esta multitud de gentes; y cuando, a la vista de Jerusalén, su predilecta ciudad, destinada a una fatal ruina por su obstinación en el pecado, exclamó: Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que a ti son enviados; ¡cuantas veces quise recoger a tus hijos, como la gallina recoge a sus polluelos bajo las alas, y tú no lo has querido!. Su Corazón palpitó también de amor hacia su Padre y de santa indignación cuando vio el comercio sacrílego que en el templo se hacía, e increpó a los violadores con estas palabras: Escrito está: "Mi casa será llamada casa de oración"; mas vosotros hacéis de ella una cueva de ladrones.

2. Amor de Cristo en su Divina Pasión
2.1 Pero particularmente se conmovió de amor y de temor su Corazón, cuando ante la hora ya tan inminente de los cruelísimos padecimientos y ante la natural repugnancia a los dolores y a la muerte, exclamó: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; vibró luego con invicto amor y con amargura suma, cuando, aceptando el beso del traidor, le dirigió aquellas palabras que suenan a última invitación de su Corazón misericordiosísimo al amigo que, con ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en manos de sus verdugos: Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?; en cambio, se desbordó con regalado amor y profunda compasión, cuando a las piadosas mujeres, que compasivas lloraban su inmerecida condena al tremendo suplicio de la cruz, las dijo así: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos..., pues si así tratan al árbol verde, ¿en el seco qué se hará?.

2.2 Finalmente, colgado ya en la cruz el Divino Redentor, es cuando siente cómo su Corazón se trueca en impetuoso torrente, desbordado en los más variados y vehementes sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de angustia, de misericordia, de encendido deseo, de serena tranquilidad, como se nos manifiestan claramente en aquellas palabras tan inolvidables como significativas: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?; En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso; Tengo sed; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

3. Los Dones que nos ha entregado ese Amor Infinito
3.1 ¿Quién podrá dignamente describir los latidos del Corazón divino, signo de su infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los hombres sus más preciados dones: a Sí mismo en el sacramento de la Eucaristía, a su Madre Santísima y la participacion en el oficio sacerdotal?

3.2 Ya antes de celebrar la última cena con sus discípulos, sólo al pensar en la institución del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, con cuya efusión había de sellarse la Nueva Alianza, en su Corazón sintió intensa conmoción, que manifestó a sus apóstoles con estas palabras: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer; conmoción que, sin duda, fue aún más vehemente cuando tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos, diciendo: "Este es mi cuerpo, el cual se da por vosotros; haced esto en memoria mía". Y así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y dijo: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por vosotros".

3.3 Con razón, pues, debe afirmarse que la divina Eucaristía, como sacramento por el que El se da a los hombres y como sacrificio en el que El mismo continuamente se inmola desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, y también el Sacerdocio, son clarísimos dones del Sacratísimo Corazón de Jesús.

3.4 Don también muy precioso del sacratísimo Corazón es, como indicábamos, la Santísima Virgen, Madre excelsa de Dios y Madre nuestra amantísima. Era, pues, justo fuese proclamada Madre espiritual del género humano la que, por ser Madre natural de nuestro Redentor, le fue asociada en la obra de regenerar a los hijos de Eva para la vida de la gracia. Con razón escribe de ella San Agustín: Evidentemente Ella es la Madre de los miembros del Salvador, que somos nosotros, porque con su caridad cooperó a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son los miembros de aquella Cabeza.

3.5 Al don incruento de Sí mismo bajo las especies del pan y del vino quiso Jesucristo nuestro Salvador unir, como supremo testimonio de su amor infinito, el sacrificio cruento de la Cruz. Así daba ejemplo de aquella sublime caridad que él propuso a sus discípulos como meta suprema del amor, con estas palabras: Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos. De donde el amor de Jesucristo, Hijo de Dios, revela en el sacrificio del Gólgota, del modo más elocuente, el amor mismo de Dios: En esto hemos conocido la caridad de Dios: en que dio su vida por nosotros; y así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Cierto es que nuestro Divino Redentor fue crucificado más por la interior vehemencia de su amor que por la violencia exterior de sus verdugos: su sacrificio voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a cada uno de los hombres, según la concisa expresión del Apóstol: Me amó y se entregó a sí mismo por mí.

4. El Corazón, Símbolo de Amor
4.1 No hay, pues, duda de que el Sagrado Corazón de Jesús, al ser participante tan íntimo de la vida del Verbo encarnado y, al haber sido, por ello asumido como instrumento de la divinidad, no menos que los demás miembros de su naturaleza humana, para realizar todas las obras de la gracia y de la omnipotencia divina, por lo mismo es también símbolo legítimo de aquella inmensa caridad que movió a nuestro Salvador a celebrar, por el derramamiento de la sangre, su místico matrimonio con la Iglesia: Sufrió la pasión por amor a la Iglesia que había de unir a sí como Esposa. Por lo tanto, del Corazón traspasado del Redentor nació la Iglesia, verdadera dispensadora de la sangre de la Redención; y del mismo fluye abundantemente la gracia de los sacramentos que a los hijos de la Iglesia comunican la vida sobrenatural, como leemos en la sagrada Liturgia: Del Corazón abierto nace la Iglesia, desposada con Cristo... Tú, que del Corazón haces manar la gracia.

4.2 De este simbolismo, no desconocido para los antiguos Padres y escritores eclesiásticos, el Doctor común escribe, haciéndose su fiel intérprete: Del costado de Cristo brotó agua para lavar y sangre para redimir. Por eso la sangre es propia del sacramento de la Eucaristía; el agua, del sacramento del Bautismo, el cual, sin embargo, tiene su fuerza para lavar en virtud de la sangre de Cristo. Lo afirmado del costado de Cristo, herido y abierto por el soldado, ha de aplicarse a su Corazón, al cual, sin duda, llegó el golpe de la lanza, asestado precisamente por el soldado para comprobar de manera cierta la muerte de Jesucristo.

4.3 Por ello, durante el curso de los siglos, la herida del Corazón Sacratísimo de Jesús, muerto ya a esta vida mortal, ha sido la imagen viva de aquel amor espontáneo por el que Dios entregó a su Unigénito para la redención de los hombres, y por el que Cristo nos amó a todos con tan ardiente amor, que se inmoló a sí mismo como víctima cruenta en el Calvario: Cristo nos amó, y se ofreció a sí mismo a Dios, en oblación y hostia de olor suavísimo.
 


3. CLARETIANOS 2003
Este año cae un poco tarde la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Estamos ya a punto de terminar el mes de junio. Hay sabor de fin de curso y de comienzo del período estival de vacaciones. No creo necesario explicar el origen y el sentido de esta fiesta. Podéis encontrarlos en el enlace anterior. Me parece que este año podríamos contemplar el “corazón de Cristo” como la válvula que hace circular el amor por nuestro mundo. Como todo corazón, el suyo tiene:

Un movimiento de sístole. El corazón de Cristo concentra, absorbe, todo el desamor y el sufrimiento que existen en nuestra tierra. Es un corazón compasivo, que hace suya la contaminación que emponzoña la aceptación de nosotros mismos, las relaciones humanas, la construcción de “otro mundo posible”. Los evangelios dibujan a un Jesús que se acerca a cualquier persona necesitada, sin poner barreras de ningún tipo.

Un movimiento de diástole por el que pone en circulación el amor de Dios por todas las arterias de los seres humanos. Los Santos Padres han visto en “el agua y la sangre” que brotan del costado de Cristo una alusión simbólica a los sacramentos (bautismo y eucaristía), como expresiones de ese amor de Dios a toda la humanidad, un amor que nos descontamina (bautismo) y que nos nutre (eucaristía).

Los símbolos están expuestos a muchas deformaciones, pero, en su centro, nos remiten siempre a lo esencial. El “corazón de Jesús” es más que esas antiguas imágenes que se colocaban en las puertas con la inscripción: “Dios guarde esta casa”. Es el símbolo del “centro” de Jesús: su experiencia del Dios-Abbá y su entrega absoluta a los seres humanos.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)