COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1 Jn 4, 7-16

1.

El autor ha hablado ya del mandamiento decisivo, que resume todos los mandamiento y cuyo contenido es la fe en Jesucristo y el amor mutuo (3, 23). Después de ocuparse de la primera parte de este mandamiento (4, 1-6), pasa ahora a la segunda. Recoge en ella pensamientos ya expuestos pero avanza en su profundización.

El tema es, por tanto, el amor fraterno; pues Juan no pierde de vista un momento la situación de la comunidad cristiana. Por eso se refiere concretamente al amor fraterno, lo cual no excluye, sin embargo, la necesidad de amar al prójimo, aunque no sea cristiano. El amor, que debe ser el fundamento de la comunidad cristiana y su distintivo, procede de Dios, y no debe confundirse con aquel amor con que pueden amarse los hombres en el mundo. Los que aman como Dios ama son Hijos de Dios, vienen de Dios lo mismo que el amor que en ellos se manifiesta. Pero el que no ama de esta manera no tiene nada en común con Dios y tampoco puede conocerlo. El conocimiento de Dios es inseparable del amor que viene de Dios.

El que no ama no conoce a Dios porque Dios es Amor. En esto consiste su verdadera esencia. Si ya del amor humano puede afirmarse que sólo puede conocerlo el que ama y no se limita a hablar del amor, con más razón vale esto del amor que viene de Dios y del mismo Dios que es el Amor.

Ciertamente Dios había dado antes pruebas de su amor, pero sólo en Jesucristo nos da la prueba definitiva. Ahora conocemos que el amor no es sólo una propiedad más entre otras propiedades divinas, sino la misma esencia de Dios; pues nos da lo mejor que tiene y nos lo da sin reservas, nos da su "Hijo único".

Jesucristo es el Hijo, lo es como ningún hombre puede llegar a serlo; pues nadie ha venido y ha sido engendrado por Dios, el Padre, como los es él desde la eternidad. El Hijo de Dios da la vida que él ha recibido del Padre, a todos los que creen en él y en su misión. Por Jesucristo, el Hijo, también nosotros somos hijos de Dios y alcanzamos vida eterna.

El amor que viene de Dios y se manifiesta plenamente en Jesucristo es amor desinteresado, porque es amor a los hombres precisamente cuando éstos eran aún enemigos de Dios. Fue entonces, en el momento preciso, cuando Jesucristo murió en sacrificio de propiciación por nuestros pecados. Por lo tanto, el amor de Dios no es la respuesta al amor que los hombres ya le teníamos, sino el principio del amor que debemos tenernos los unos a los otros; más aún, que debemos tener también a nuestros enemigos: pues el amor, que viene de Dios no se detiene ante el enemigo: antes, al contrario, demuestra una autenticidad y su trascendencia en el amor al enemigo.

 EUCARISTÍA 1985, nº 22


2.

Nunca se ha dicho nada tan alto sobre Dios. Nunca se ha dicho nada tan alto  sobre el amor. Nunca se ha dicho nada tan alto, tan hondo y medular sobre la fe y la vida  cristiana.

DIOS ES AMOR:Esta breve frase nos brinda la perspectiva exacta para contemplar el misterio trinitario. El Padre no vive en una insondable soledad, ensimismado en sí mismo y en su infinita  perfección, sino que vive totalmente vuelto, referido, ofrendado hacia el Hijo y el Espíritu  Santo. El Padre es amor; por consiguiente es relación, entrega, donación, puro gesto de  amor al Hijo y al Espíritu.

El Hijo no vive clausurado en sí mismo, sino que vive totalmente dirigido, orientado hacia  el Padre y el Espíritu. El Hijo es amor; por consiguiente, es relación, entrega, donación,  puro gesto de amor al Padre y al Espíritu Santo.

El Espíritu Santo no es lejanía. Vive en el Padre y en el Hijo, porque es el Espíritu del  Padre y del Hijo. El Espíritu es amor; por consiguiente, es relación, entrega, donación, puro  gesto de amor al Padre y al Hijo.

DIOS ES AMOR AL HOMBRE. Ese incesante círculo de vida y de amor entre las Tres Divinas personas, no se cierra  sobre ellas mismas, sino que se hace torrente de vida y amor que se desborda sobre el  hombre. "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn/01/26). El hombre fue creado  por amor.

Y cuando el hombre, al comienzo de la historia, dijo "no" a Dios y dijo "no" al hermano, no  quedó abandonado a su propia suerte. Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, puso  en marcha el proyecto salvador. Así, el que había sido creado por amor, por amor fue  restaurado.

Todo hombre que viene a este mundo está destinado, llamado e invitado a hacer de su  vida una historia de amistad. Esta llamada a escribir una historia de amistad con el Padre y  el Hijo y el Espíritu Santo constituye la raíz y la razón más profunda de la originalidad y  grandeza del hombre. "Vendremos a él y haremos morada en él" (Jn/14/23). "El hombre  existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo  conserva. Y sólo se puede decir que vive la plenitud de verdad cuando reconoce libremente  ese amor y se confía por entero a su creador".

VICENTE GARCIA REVILLA
DABAR 1992, 33


3.

Una consideración exhortativa más por parte de Juan a su tema principal: el amor. Realmente nunca insistirá suficientemente sobre este punto central. Pero hay un rasgo nuevo: la motivación.

Conocer a Dios realmente es amar a los demás. Primero porque el conocimiento bíblico en general y joánico en particular es comunicación, práctica, don. Todo eso no basta con saberlo, sino hay que vivirlo. Dios es así, y ponerse en contacto con El es participar de ese modo de ser.

Dios es Amor. Es como una cuasi definición del ser de Dios. Analógica también, pues se toma como referente nuestro concepto del amor, pero muy profunda.

Amor real, palpable, histórico, costoso. No son elucubraciones, sino atención a la obra de Dios en la encarnación, vida, muerte y resurrección de su Hijo. Actividad total y absolutamente gratuita.

Nosotros nos damos cuenta de esta acción de Dios hacia nosotros. Por experiencia también gratuita. Si no la tenemos nos falta un elemento fundamental del cristianismo. Y... amor con amor se paga.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1988/28


4.

"Si Dios nos ha amado tanto, nosotros"... ¿debemos a su vez amarle a El? No, nos dice Juan. Sino "debemos amarnos los unos a los otros". La respuesta al amor que Dios tiene a los hombres es el amor de éstos los unos a los otros. Es muy ilusorio querer responder a Dios, Porque ¿quién conoce realmente a Dios? Y es también muy presuntuoso, porque Dios nos ha entregado todo: su Hijo y su Espíritu. Esta generosidad desalienta toda respuesta; no nos resta más que recibirla, acogerla en toda su sobreabundancia.

Pero se puede hacer revertir sobre estos seres tan visibles y tan reales como son nuestros hermanos de carne y sangre. Y si nosotros los amamos con un desinterés que sea eco del de Dios, es entonces cuando estamos en la línea de Dios. Yo creía dar la espalda a Dios cuando estaba entre los hombres. Pero resulta que es Dios quien me impulsa hacia ellos.

DABAR 1979/32


5.

En esta tercera sección de la carta (4, 7-5, 12), Juan propone el tercer criterio para conocer nuestra comunión con el Señor: la fe y el amor. Y aunque, a lo largo de este escrito, el autor ha hablado varias veces de ambas realidades, aquí profundiza mucho más haciéndonos ver la íntima relación existente entre ellas. El amor es objeto de la revelación y de la fe (esta afirmación la desarrollará en la perícopa de este domingo y en la del domingo que viene).

Debemos amar, porque Dios se reveló como amor (vs. 7-10). En los vs. 7-8 se asciende del amor cristiano a la fuente cristalina y original del mismo: "Dios es amor" (vs. 8-16). La exhortación a amarse como hermanos brota de la convicción de fe de que el Señor ha tomado la iniciativa de amarnos (v. 10; 4, 11...).

Nuestro amor es consecuencia de nuestro nacer de Dios. Así, según Juan, el mundo puede "filein", pero no "agapan" (Jn. 15, 19).

Nuestro amor tiene algo de divino. Amarse es dejar que obtenga su fin ese poder amoroso que brota del Señor.

Además, por nuestro amor podemos conocer si estamos en comunión con el Señor. El que ama conoce (=va descubriendo cada vez mejor qué es el Señor. El verbo en presente indica el carácter activo y progresivo del conocimiento). Por el contrario, en el que no ama nunca se inicia ese proceso de conocimiento.

-"Dios es amor". Esta es una de las grandes definiciones del Señor, según Juan. En los vs. 9-10 nos da la explicación. El autor no intenta darnos una definición abstracta y metafísica de Dios, sino que al contemplar su obra en el mundo, su modo de revelarse llega a la conclusión de que "Dios es amor". En la obra salvífica del Hijo se hace visible el amor de Dios. El Padre es esencialmente don, comunicación de sí mismo; amando al Hijo se comunica a El (Jn. 15, 9) y, a través de El, a los creyentes (Jn.17, 26).

En el sacrificio del Hijo único tenemos la manifestación suprema del amor de Dios hacia el mundo (Jn. 3, 16); por el sacrificio cruento de la cruz, Cristo expía los pecados de los hombres.

Dios, tomando la iniciativa, se nos ha comunicado a través de su Hijo, ¿cuál debe ser nuestra respuesta?

DABAR 1976/32


6.

El autor ha hablado ya del mandamiento decisivo, que resume todos los mandamiento y cuyo contenido es la fe en Jesucristo y el amor mutuo (3, 23). Después de ocuparse de la primera parte de este mandamiento (4, 1-6), pasa ahora a la segunda. Recoge en ella pensamientos ya expuestos pero avanza en su profundización.

El tema es, por tanto, el amor fraterno; pues Juan no pierde de vista un momento la situación de la comunidad cristiana. Por eso se refiere concretamente al amor fraterno, lo cual no excluye, sin embargo, la necesidad de amar al prójimo, aunque no sea cristiano. El amor, que debe ser el fundamento de la comunidad cristiana y su distintivo, procede de Dios, y no debe confundirse con aquel amor con que pueden amarse los hombres en el mundo. Los que aman como Dios ama son Hijos de Dios, vienen de Dios lo mismo que el amor que en ellos se manifiesta. Pero el que no ama de esta manera no tiene nada en común con Dios y tampoco puede conocerlo. El conocimiento de Dios es inseparable del amor que viene de Dios.

El que no ama no conoce a Dios porque Dios es Amor. En esto consiste su verdadera esencia. Si ya del amor humano puede afirmarse que sólo puede conocerlo el que ama y no se limita a hablar del amor, con más razón vale esto del amor que viene de Dios y del mismo Dios que es el Amor.

Ciertamente Dios había dado antes pruebas de su amor, pero sólo en Jesucristo nos da la prueba definitiva. Ahora conocemos que el amor no es sólo una propiedad más entre otras propiedades divinas, sino la misma esencia de Dios; pues nos da lo mejor que tiene y nos lo da sin reservas, nos da su "Hijo único".

Jesucristo es el Hijo, lo es como ningún hombre puede llegar a serlo; pues nadie ha venido y ha sido engendrado por Dios, el Padre, como los es él desde la eternidad. El Hijo de Dios da la vida que él ha recibido del Padre, a todos los que creen en él y en su misión. Por Jesucristo, el Hijo, también nosotros somos hijos de Dios y alcanzamos vida eterna.

El amor que viene de Dios y se manifiesta plenamente en Jesucristo es amor desinteresado, porque es amor a los hombres precisamente cuando éstos eran aún enemigos de Dios. Fue entonces, en el momento preciso, cuando Jesucristo murió en sacrificio de propiciación por nuestros pecados. Por lo tanto, el amor de Dios no es la respuesta al amor que los hombres ya le teníamos, sino el principio del amor que debemos tenernos los unos a los otros; más aún, que debemos tener también a nuestros enemigos: pues el amor, que viene de Dios no se detiene ante el enemigo: antes, al contrario, demuestra una autenticidad y su trascendencia en el amor al enemigo.

EUCARISTÍA 1985/22


7.

En este fragmento tan conocido -el último de los que leemos- la primera carta de Juan nos hace llegar hasta la fuente del amor del creyente y de todo amor: Dios mismo. Dios es amor, es alguien que ama y nos ha mostrado que su amor es "con obras y según la verdad" (cfr. segunda lectura del domingo anterior): "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único".

La consecuencia de ello es clara: quien ama con un amor generoso y desinteresado como el que hemos conocido en Cristo, éste va entrando en el conocimiento de quién es Dios, es decir, va entrando en una relación personal y de comunión con El y se convierte en verdadero hijo.

Por tanto, el único modo de verificar si realmente somos hijos de Dios, si tenemos fe, es amar a los hermanos: "Amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios". Y siempre sabiendo que nuestras realizaciones no serán más que una aproximación al amor que Dios nos tiene, a El que "nos amó" primero, dándonos a nosotros esta capacidad.

JOSÉ ROCA
MISA DOMINICAL 1982/10


8.

"El que ama conoce a Dios". Impregnémonos de este verbo "conocer", es decir, "con-nacer' o nacer con, hacerse uno con el otro. El amor es el gran lugar del conocimiento: cualquier experiencia amorosa así lo atestigua. Sólo conocemos al otro entregándonos a él y aceptando que él se entregue a nosotros.

Pocos son los que se conocen mutuamente, porque se reservan mucho, se encierran en sí mismos, no se atreven a confiarse el uno al otro el secreto de su corazón, tienen miedo a dejar que su intercambio arranque de la mismísima raíz, como tan perspicazmente lo describía Newman. Ahora bien, Dios nos conoce primero, porque se une a nosotros, nos confía la raíz de su ser, nos llama a sí para que seamos como él. Dios nos conoce desde el día en que nació-con-nosotros, al crearnos con su más íntimo aliento. Es muy cierto que el amor va unido al aliento... desde todos los puntos de vista. Nuestro corazón se pone a dar saltos, y ¡es Dios el que se mueve en nosotros! "El que ama conoce a Dios"... Experimenta a Dios en sí, y esa experiencia no tiene fin, pues "¡nunca se ama demasiado!". A los ojos de nuestra fe, el conocimiento de Dios está más allá de la razón, al nivel del corazón, en el éxtasis de la caridad. Ahí es donde conocemos a ese Dios que es vida infinita y no soledad cerrada.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 116

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