SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

1 Jn 4,7-16: Amar al hermano es amar a Dios

Que nadie diga: «No sé qué amar». Ame al hermano y amará al amor mismo. En efecto, mejor conoce al amor con el que ama, que al hermano al que ama. Advierte que Dios te puede ser ya más conocido que tu hermano: más conocido porque te es más presente; más conocido porque es algo más íntimo; más conocido porque es algo más cierto. Abraza al Dios amor y abraza a Dios con el amor. Es el amor el que nos une con vinculo de santidad a todos los ángeles buenos y a todos los siervos de Dios; nos une entre nosotros y nos somete a él. Cuanto más inmunizados estemos contra la hinchazón del orgullo, más llenos estaremos de amor. Y el que está lleno de amor, ¿de qué está lleno, sino de Dios?

Pero dirás: «Veo el amor y, en cuanto puedo, lo contemplo con los ojos de mi inteligencia, y doy fe a la Escritura que dice: Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios (1 Jn 4,16); mas cuando veo el amor, no veo en él la Trinidad». Al contrario, ves la Trinidad, si ves el amor. Si puedo, te mostraré que la ves. Ella nos asista para que el amor nos conduzca a buen suceso. Cuando amamos el amor, ya amamos a uno que ama algo, por el hecho mismo de amar algo. Entonces, ¿qué ama el amor, para que el mismo amor pueda ser amado? El amor que no ama nada no es amor. Si, pues, el amor se ama a sí mismo, es preciso que ame algo para amarse como amor.

Así como la palabra significa algo, también se significa a sí misma, pero no se significa como palabra si no es indicando que indica algo. De igual modo el amor: él se ama a sí mismo, pero si no se ama a si mismo como amando algo, no se ama a sí como amor. Según eso, ¿qué ama el amor, sino lo que amamos mediante el amor? Y ese algo, para comenzar por lo más cercano, es el hermano. Consideremos ahora cuánto encarece el apóstol Juan el amor fraterno. Dice así: El que ama a su hermano está en la luz y no hay en él tropiezo alguno (1 Jn 2,10). Es evidente que, para el Apóstol, la perfección de la justicia radica en el amor al hermano, pues aquel en quien no hay tropiezo alguno es, sin duda, perfecto. Y, sin embargo, parece que ha silenciado el amor de Dios, cosa que nunca haría si el amor de Dios no estuviese incluido en el mismo amor fraterno. Lo dice con toda claridad poco después en la misma carta: Amadísimos, amémonos mutuamente, porque el amor procede de Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.

Esta implicación declara abiertamente que el amor fraterno -pues el amor fraterno es aquello por lo que nos amamos mutuamente- no sólo es don de Dios, sino que incluso es Dios mismo, según tan gran autoridad. En consecuencia, cuando amamos al hermano gracias al amor, le estamos amando gracias a Dios; y no puede darse que no amemos sobre todo al amor por el que amamos al hermano. De donde se deduce que aquellos dos preceptos no pueden existir el uno sin el otro. En efecto, Dios es amor: en consecuencia, quien ama al amor, ama ciertamente a Dios. Por otra parte es de todo punto necesario que ame al amor quien ama al hermano. Por eso dice poco después: No puede amar a Dios a quien no ve, quien no ama al hermano a quien ve (1 Jn 4,7-8.20), pues la causa de no ver a Dios es no amar al hermano. En efecto, quien no ama al hermano, no vive en el amor, y quien no vive en el amor, no vive en Dios, puesto que Dios es amor.

Más aún, quien no vive en Dios, no vive en la luz, puesto que Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna (1 Jn 1,5). ¿Y qué tiene de extraño que quien no vive en la luz, no vea la luz, es decir, no vea a Dios, pues está en tinieblas? Al hermano puedes conocerlo de vista, a Dios no. Si amases con amor espiritual al que ves en su rostro humano, verías a Dios, que es caridad, como es dado verlo con la mirada interior. Quien no ama al hermano a quien ve, ¿cómo amará a Dios a quien no ve, pues es amor, del que está ayuno quien no ama al hermano? Y no debe preocuparnos cuánta ha de ser la intensidad del amor a Dios y del amor al hermano. A Dios hemos de amarle incomparablemente más que a nosotros mismos; al hermano, como nos amamos a nosotros mismos; y cuanto más amemos a Dios, más nos amamos a nosotros mismos. Con un único y mismo amor amamos a Dios y al prójimo, pero a Dios por Dios, a nosotros y al prójimo por Dios.

La Trinidad VIII,8,12

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (A)

Mt 11,25-30: Dilátense los espacios del amor

Hemos oído en el evangelio que el Señor, lleno de gozo en el Espíritu, dijo a Dios Padre: Te confieso, Padre, Señor de cielo

y tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y prudentes y se las revelaste a !os pequeños. Así, Padre, pues así te agradó. Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre. Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y a quien el Hijo quisiere revelarlo (Mt 11,25-27). Yo me fatigo hablando, vosotros escuchando. Oigámosle, pues, a él, que continúa diciendo: Venid a mí todos los que estáis fatigados (ib., 28). ¿Por qué nos fatigamos, sino porque somos hombres mortales, frágiles, débiles, portadores de vasos de barro, que recíprocamente se roban el espacio? Pero si se estrechan los vasos de carne, dilátense los espacios del amor. ¿Por qué dice: Venid a mí todos los que estáis fatigados, sino para que dejéis de fatigaron? Su promesa está ahí: ya que llama a los que se fatigan, preguntarán qué salario se les ofrece: Yyo, dice, os aliviaré.

Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, no a fabricar el mundo, no a crear todo lo visible e invisible, no a hacer milagros en el mismo mundo y a resucitar a los muertos, sino que soy manso y humilde de corazón. ¿Quieres ser grande? Comienza por lo ínfimo. ¿Quieres construir un edificio de gran altura? Piensa primero en el cimiento de la humildad. Cuanta mayor mole se pretenda dar al edificio, cuanto más elevado sea, tanto más profundos has de cavar los cimientos. Cuando se construye el edificio, se eleva a las alturas; pero quien cava los cimientos se hunde en la zanja. Luego el edificio se humilla antes de elevarse y, una vez humillado, se remonta hasta el remate.

¿Cuál es la cima del edificio que intentamos construir? ¿Adónde ha de llegar su crestería? Pronto lo digo: hasta la presencia de Dios. Ya veis cuán'exceiso es, cuán gran cosa es ver a Dios. Quien lo desea, entiende lo que digo y lo que oye. Se nos promete la visión de Dios, del Dios verdadero, del Dios sumo. Esto es un bien: ver a quien ve . ...Escucha al que dice: Venid a mí todos los que estáis fatigados. Tu fatiga no se acabará con la huida. ¿Eliges huir de él y no hacia él? Encuentra adónde y huye. Y si no puedes huir de él, porque está presente por doquier.

huye a Dios, pues está presente donde tú estás. Huye. He ahí que huyendo escalaste los cielos; allí está; descendiste a los infiernos, allí está. En cualesquiera soledades terrenas que elijas, está quien dijo: Yo lleno el cielo y la tierra (Jr 23,24). Si él llena el cielo y la tierra y no tienes a donde huir de él, no te fatigues; huye a su presencia, para no experimentar su llegada. Piensa que viviendo bien has de ver a quien te ve cuando obras mal. Viviendo mal puedes ser visto, pero no puedes ver; mas, si vives bien, eres visto y ves. ¿Con cuánto mayor afecto te verá quien corona al digno, quien vio con misericordia para llamar al indigno?

Natanael preguntó al Señor a quien aún no conocía: ¿De qué me conoces? Y el Señor le respondió: Cuando estabas bajo la higuera te vi (Jn 1,48). Cristo te ve en tu tiniebla y ¿no te verá en su luz? ¿Qué significa entonces: Te vi cuando estabas bajo la higuera? ¿Qué quiere decir o qué significa eso? Recuerda el pecado original en quien todos nacimos. Nada más pecar, se hizo una faja de hojas de higuera, significando en tales hojas el prurito de la libido, producido por su pecado. De él nacemos; así nacemos, nacemos en carne de pecado, que sólo encuentra cura en la imagen de carne de pecado. Por eso envió Dios a su Hijo en la semejanza de carne de pecado. Vino de ahí, pero no vino así. La Virgen no lo concibió mediante la libido, sino mediante la fe. Vino a la Virgen quien existía antes de la Virgen. Eligió a la que había creado, creó a la que había de elegir. Ofreció a la virgen la fecundidad, sin quitarle la integridad. Por tanto, quien vino a ti sin el prurito de las hojas de higuera, te vio cuando estabas bajo la higuera. Disponte para ver en sublimidad a quien te vio en misericordia. Mas como se trata de una cúspide muy alta, piensa en el cimiento. Y dirás, ¿en qué cimiento? Aprended de él que es manso y humilde de corazón. Cava en ti ese cimiento de la humildad y llegarás a la cúspide de la caridad.

Sermón 69