17 HOMILÍAS PARA EL CICLO B
11-17

11.

- La fiesta del Cuerpo y la Sangre

La fiesta de hoy, que antes se celebraba en jueves, es la fiesta de la Eucaristía. La fiesta del sacramento más entrañable que nos dejó Cristo Jesús: en el que participamos, por medio de la comunión, en su Cuerpo y su Sangre como alimento para nuestro camino.

La Eucaristía tiene dos aspectos. Está la celebración, la misa, en la que escuchamos la Palabra y comulgamos con Cristo. Y luego, la prolongación de esta misa, el culto, o sea, la veneración que seguimos teniendo al Cristo que se conserva en el sagrario para que en su momento puedan también comulgar los enfermos. Cada vez que acudimos a misa, celebramos esta Eucaristía y participamos de ella. Pero hoy se subraya el otro aspecto, el del culto. Además de celebrar la Eucaristía y comulgar en ella, hoy participamos si podemos en alguna procesión o en otros actos de adoración del Señor Eucarístico.

Otro cambio, además del día, es que ahora no se llama sólo "Corpus" -fiesta del "Cuerpo" de Cristo-, sino fiesta "del Cuerpo y la Sangre de Cristo".

- La Sangre derramada por Cristo y participada en la Eucaristía

Precisamente este año las lecturas han subrayado de modo particular el aspecto de la Sangre.

En la primera, del Éxodo, leemos la impresionante ceremonia que organizó Moisés para sellar la Alianza que hacía Yahvé con su Pueblo, Israel. Después de leer el texto de la Alianza -los mandamientos-, en las tablas que bajó del monte Sinaí, mandó matar animales, y con su sangre roció la gran piedra que había hecho poner en medio, como símbolo de Dios, y también las doce piedras menores que representaban a las doce tribus del pueblo. Así, la misma sangre unía a Dios y al Pueblo.Y Moisés dijo las palabras que conocemos tan bien: "Esta es la sangre de la Alianza que Yahvé ha hecho con vosotros". Estas palabras nosotros estamos acostumbrados a escucharlas en labios de Jesús. Pero Jesús cambió una palabra: esta es mi Sangre de la Alianza.

Es lo que nos ha dicho la carta a los Hebreos: ahora ya no es con la sangre de los animales con la que rendimos culto a Dios, sino con la Sangre de Cristo Jesús, derramada en la Cruz de una vez por todas. Con su muerte en la Cruz, o sea, con su Sangre derramada por la humanidad, Cristo nos ha salvado a todos. Y es de esa entrega de la Cruz de la que en cada Eucaristía hacemos memoria¡ y participamos. Nos da a comer su Cuerpo entregado y a beber su Sangre derramada.

- La Eucaristía, testamento del Señor

San Marcos, que es el evangelista de los domingos de este año, nos ha contado lo que dijo e hizo Jesús en su Cena de despedida de los suyos. En el pan partido y en la copa de vino nos aseguró que se nos daba a sí mismo, su Cuerpo, su Sangre.

Así, su muerte salvadora en la cruz se nos hace para siempre presente en este sacramento. Y se nos comunica para que tengamos vida y fuerza para nuestra vida cristiana.

"Y todos bebieron", nos ha dicho Marcos hablando de la copa de vino que Jesús les ofrecía. La Iglesia, ya desde el Concilio, ha decidido que más frecuentemente, en determinadas condiciones, se dé también a los fieles laicos la participación en el cáliz del Vino. Porque, como dice el Misal, "la comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies", como se había hecho en los primeros siglos. Y uno de los motivos que aduce es que, participando también del Vino, se expresa más claramente la relación de nuestra Eucaristía con el sacrificio de Cristo en la Cruz, el sacrificio de la alianza nueva y eterna.

Hoy es un día para que nos propongamos celebrar mejor la Eucaristía. Y también aprovechar las ocasiones que tengamos de hacer una oración personal ante el sagrario, a lo largo del día, o de participar en algún acto comunitario de adoración al Señor Eucarístico, tanto en procesiones como en celebraciones dentro de las iglesias. Nunca agradeceremos y aprovecharemos bastante el don que nos ha hecho Cristo con la Eucaristía. Es el motor que nos anima y nos da fuerza para vivir en cristiano a lo largo del día y de la semana.

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 2000, 8, 39-40


12.

* DEL JUEVES SANTO A CORPUS

Hay días y horas en que la memoria de los cristianos se dirige con particular atención hacia la Eucaristía. Esto sucede, en cierta medida, cada jueves recordando que fue un jueves cuando el Señor instituyó la Eucaristía. Y sucede cada día, a la hora de Vísperas, teniendo presente "aquel sacrificio vespertino que fue entregado por nuestro Salvador mientras cenaba con los Apóstoles, cuando inició los misterios sagrados de la Iglesia, o que él mismo ofreció al Padre por el mundo entero en la tarde del día siguiente, sacrificio que inauguraba la etapa última de toda la historia" (Casiano, citado en la IGLH, 39).

Este recuerdo toma un relieve especial en dos ocasiones, en dos jueves concretos: el Jueves Santo, en la misa vespertina de la Cena del Señor, y el jueves de la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo: una fiesta que cae en el jueves que -antes- se podía dedicar con toda solemnidad al misterio eucarístico, una vez concluido el tiempo pascual y la octava que seguía a Pentecostés. En realidad, entre uno y otro jueves hay cierta correlación. El Corpus nos invita a fijarnos en unos aspectos de la Eucaristía que complementan los del Jueves Santo.

El jueves Santo se nos presenta el don que hace Jesús de la Eucaristía, básicamente, como memorial que él nos deja del misterio de su Pascua, de su muerte y resurrección. Al hacer memoria de la institución de la Eucaristía, la hacemos también del hecho de que Jesús confiara a sus apóstoles, confiara al ministerio sacerdotal, hacer presente "su mernorial" hasta su retorno. Y, todavía, hacemos memoria de la actitud de servicio y de amor hasta el extremo que Jesús manifestó en la noche santísima que precedió a su pasión (cf. Jn 13,1-15).

La fiesta del Corpus no olvida todo lo que el Jueves Santo nos "dice" de la Eucaristía, pero así como en aquel día contemplamos el misterio eucarístico desde el don que Jesús nos hace, el día del Corpus lo contemplamos desde la "recepción" que nosotros hacemos: como alimento de peregrinos y verdadero pan de los hijos (cf. antigua Secuencia); como sacramento por medio del cual Cristo está siempre realmente presente entre nosotros; como sacramento que, por este mismo último motivo, nosotros adoramos, uniendo a la adoración la alabanza y el agradecimiento al Señor que nos ha hecho un don tan grande.

Todos estos aspectos y otros que podríamos añadir, quizás no será necesario predicarlos, pero sí tenerlos bien en cuenta como trasfondo de toda la celebración de la fiesta del Corpus. Es cierto que, en su conjunto, tienen suficiente importancia como para que -si no el jueves en que correspondería hacerlo- la fiesta del Corpus sea celebrada con toda solemnidad el domingo que se le ha asignado, a fin de que este domingo (si podemos hablar así) tenga más sabor de Eucaristía que el que ya tiene cada domingo.

* EUCARISTíA - SACRIFICIO - ALIANZA

Los textos bíblicos de la fiesta del Corpus de este año nos invitan a prestar atención a un aspecto del sacramento de la Eucaristía lo suficientemente importante como para que sea subrayado en la predicación.

La cumbre de las lecturas bíblicas es el texto del evangelio de Marcos con la narración de la institución de la Eucaristía. Texto que nos es familiar y al que este año llegamos guiados por la lectura del libro del Éxodo, donde encontramos la profecía de la sangre con que Moisés asperge al pueblo como signo de la alianza que Dios hace con Israel después de darle su Ley en el Sinaí. Llegamos guiados, también, por el texto de la carta a los Hebreos, donde se nos dice que la sangre de Cristo ha sellado la nueva y definitiva alianza de Dios con los hombres. Los textos, por tanto, en su conjunto, nos destacan la unidad entre la Cena del Señor y el sacrificio de la Cruz. El pan partido y el cáliz eucarísticos son, en la Cena, anticipación del Cuerpo entregado y de la Sangre derramada por Cristo en el Calvario, el sacrificio con que Cristo nos ha redimido.

Este único sacrificio, ofrecido por Cristo una vez para siempre el Viernes Santo, la Iglesia lo vuelve a hacer presente cada vez que hace el memorial del Señor, el memorial que nos dejó después de darnos el mandamiento de la nueva Ley (cf. Jn 13,34). Hemos de tener presente que tanto en la Cena, como sobre la Cruz, como en la misa, se trata siempre de la misma y única inmolación de Cristo al Padre; pero en la Cena y en la misa la inmolación es sacramental, "mística". En la celebración eucarística -como en todo sacramento- la presencia y la acción de Cristo hacen que lo que realiza la Iglesia como memoria del Señor, sea signo eficaz de lo que re-presenta. A nosotros, al participar de la Eucaristía, nos corresponde unimos con fe a la ofrenda del sacrificio de Cristo y, también expresando nuestra fe, acercarnos a comulgar con el alimento eucarístico, con el alimento que nos va configurando cada vez más a Cristo.

J. URDEIX
MISA DOMINICAL 2000, 8, 35-36


13.

HOMILÍA DE JUAN PABLO II Durante la misa en el atrio de la basílica de San Juan de Letrán en la solemnidad del Corpus Christi, 22 de junio

La presencia salvífica de Cristo

1. La institución de la Eucaristía, el sacrificio de Melquisedec y la multiplicación de los panes es el sugestivo tríptico que nos presenta la liturgia de la Palabra en esta solemnidad del Corpus Christi.

En el centro, la institución de la Eucaristía. San Pablo, en el pasaje de la primera carta a los Corintios, que acabamos de escuchar, ha recordado con palabras precisas ese acontecimiento, añadiendo: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Co 11, 26). «Cada vez», por tanto también esta tarde, en el corazón del Congreso eucarístico. internacional, al celebrar la Eucaristía, anunciamos la muerte redentora de Cristo y reavivamos en nuestro corazón la esperanza de nuestro encuentro definitivo con él.

Conscientes de ello, después de la .consagración, respondiendo a la invitación del Apóstol, aclamaremos «Anunciamos tu muerte. Proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!».

2. Nuestra mirada se ensancha hacia los otros elementos del tríptico bíblico, que la liturgia presenta hoy a nuestra meditación: el sacrificio de Melquisedec y la multiplicación de los panes.

La primera narración, muy breve pero de gran relieve, está tomada del libro del Génesis, y ha sido proclamada en la primera lectura. Nos habla de Melquisedec, «rey de Salem» y «sacerdote del Dios altísimo», que bendijo a Abraham y «ofreció pan y vino» (Gn 14, 18). A este pasaje se refiere el Salmo 109, que atribuye al Rey Mesías un carácter sacerdotal singular, por consagración directa de Dios: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec» (Sal 109, 4).

La víspera de su muerte en la cruz, Cristo instituyó en el Cenáculo la Eucaristía. También el ofreció pan y vino, que «en sus santas y venerables manos» (Canon romano) se convirtieron en su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos en sacrificio. Así cumplía la profecía de la antigua Alianza, vinculada a la ofrenda del sacrificio de Melquisedec. Precisamente por ello, -recuerda la carta a los Hebreos- «él (...) se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios sumo sacerdote a semejanza de Melquisedec» (Hb 5, 7-10).

En el Cenáculo se anticipa el sacrificio del Gólgota: la muerte en la cruz del Verbo encarnado, Cordero inmolado por nosotros, Cordero que quita el pecado del mundo. Con su dolor, Cristo redime el dolor de todo hombre; con su pasión, el sufrimiento humano adquiere nuevo valor; con su muerte, nuestra muerte queda derrotada para siempre.

3. Fijemos ahora la mirada en el relato evangélico de la multiplicación de los panes, que completa el tríptico eucarístico propuesto hoy a nuestra atención. En el contexto litúrgico del Corpus Christi, esta perícopa del evangelista san Lucas nos ayuda a comprender mejor el don, el misterio de la Eucaristía.

Jesús tomó cinco panes y dos peces, levantó los ojos al  cielo, los bendijo, los partió, y los dio a los Apóstoles para que los fueran distribuyendo a la gente (cf. Lc 9, 16). Como observa san Lucas, todos comieron hasta saciarse e incluso se llenaron doce canastos con los trozos que habían sobrado (cf. Lc 9, 17).

Se trata de un prodigio sorprendente, que constituye el comienzo de un largo proceso histórico: la multiplicación incesante en la Iglesia del Pan de vida nueva para los hombres de todas las razas y culturas. Este ministerio sacramental se confía a los Apóstoles y a sus sucesores. Y ellos, fieles a la consigna del divino Maestro, no dejan de partir y distribuir el Pan eucarístico de generación en generación.

El pueblo de Dios lo recibe con devota participación. Con este Pan de vida, medicina de inmortalidad, se han alimentado innumerables santos y mártires, obteniendo la fuerza para soportar incluso duras y prolongadas tribulaciones. Han creído en las palabras que Jesús pronunció un día en Cafarnaúm: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre» (Jn 6, 51).

4. «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo».

Después de haber contemplado el extraordinario «tríptico» eucarístico, constituido por las lecturas de la liturgia de hoy, fijemos ahora la mirada del espíritu directamente en el misterio. Jesús se define «el Pan de vida», y añade: «El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6, 51).

¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mudo y en la historia al sacramento de la Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

Como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaúm, también nosotros experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender (cf. Jn 6, 60). A veces podríamos sentir la tentación de darle una interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos discípulos que «desde entonces ya no andaban con él» (Jn 6, 66).

Nosotros queremos permanecer con Cristo, y por eso le decimos con Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Con la misma convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo.

Este es el significado de la celebración de hoy, que el Congreso eucarístico internacional, en el año del gran jubileo, subraya con fuerza particular. Y este es también el sentido de la solemne procesión que, como cada año, dentro de poco se desarrollará desde esta plaza hasta la basílica de Santa María la Mayor.

Con legítimo orgullo escoltaremos al Sacramento eucarístico a lo largo de las calles de la ciudad, junto a los edificios donde la gente vive, goza y sufre; en medio de los negocios y las oficinas donde se realiza su actividad diaria. Lo llevaremos unido a nuestra vida asechada por un sinfín de peligros, oprimida por las preocupaciones y las penas, y sujeta al lento pero inexorable desgaste del tiempo.

Lo escoltaremos, elevando hacia él el homenaje de nuestros cantos y de nuestras súplicas: «Bone Pastor, panis vere (...) Buen Pastor, verdadero pan -le diremos con confianza-. Oh Jesús, ten piedad de nosotros, aliméntanos y defiéndenos, llévanos a los bienes eternos.

«Tú que todo lo sabes y todo lo puedes, que nos alimentas en la tierra, guía a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos». Amén


14.

Nexo entre las lecturas

El tema central que nos ocupa en esta solemnidad del Corpus Christi es la alianza de Dios con los hombres. Esta alianza nace del amor siempre fiel de Dios, atraviesa toda la historia de la salvación y encuentra en los hechos del Sinaí,(1L), un momento de particular importancia. En efecto, en el Sinaí se estipula de modo solemne una alianza que ya existía, pero que no había sido aún formalizada. Moisés, el mediador, lee las leyes (el decálogo), el pueblo acepta, se erige un altar, se ofrecen sacrificios y se rocía la sangre sobre el altar y el pueblo. Así, la alianza queda sellada. Sin embargo, esto no era sino figura de la nueva alianza que encuentra en Cristo su culminación como sacerdote de los bienes futuros (2L) quien ya no ofrece sacrificios y sangre de animales, sino su propia sangre. En la última cena Cristo anticipa sacramentalmente su oblación, y establece, por medio de su cuerpo y de su sangre, la Nueva Alianza, la definitiva, aquella que nos da la plena revelación del rostro misericordioso de Dios y la salvación del género humano (EV).


Mensaje doctrinal

La conclusión de la alianza y la nueva alianza.

El texto del Éxodo es de particular importancia porque formaliza de modo solemne la alianza (Berit) entre Dios y su pueblo. En realidad, la historia de la alianza se confunde con la historia de la salvación. Esta alianza ya existía antes de que fuera consagrada en el Sinaí. Había sido prometida a Noé después del diluvio (Gen 6,18; 9,9-17) y había sido concertada con Abraham (Gen 15,18; 17,2-21) de modo solemne. Dios ya había obrado maravillas en favor de Israel y lo había liberado de la esclavitud de Egipto con brazo extendido. Esta expresión:“brazo extendido” quiere significar la intervención poderosa de Iahveh en favor de los israelitas. Sin embargo, es en el Sinaí donde el pueblo acepta la alianza y se compromete a obedecerla de modo solemne. El Señor lo conduce al desierto y lo lleva a la montaña para concluir su pacto. La iniciativa siempre es de Dios. Moisés, el mediador, hace lectura ante el pueblo de la ley (los mandamientos) que son el contenido de la alianza que el Señor establece con su pueblo. El pueblo, por su parte, se compromete a observar todo aquello que le manda el Señor.

Moisés se levanta temprano erige un altar con las doce piedras que simbolizan las doce tribus de Israel. Se ofrecen los sacrificios y se vierte la sangre de las víctimas sobre el altar y se rocía al pueblo. Conviene comprender bien el alcance de este rito. La inmolación de una víctima podía ser de dos formas: el holocausto, es decir, la víctima era totalmente consumida por el fuego; y el sacrificio pacífico o de comunión en el que la víctima sacrificada se dividía en dos, una se ofrecía a Iahveh y la otra la consumía el oferente. En el Sinaí tienen lugar los dos sacrificios. Con el holocausto se establecía, por una parte, la primacía de Dios sobre todo lo creado; con el sacrificio pacífico, por otra, se establecía la comunión que el hombre tenía con Dios por medio de la participación de la ofrenda. Conviene indicar que el rito de la sangre, que nos puede parecer extraño y causar repulsa, tiene un significado muy positivo. Los antiguos pensaban que en la sangre estaba la vida. Dar la sangre equivalía a dar la vida. Así, cuando la víctima es sacrificada -se ofrece la víctima a Dios-, Dios responde dando la vida. El sacrificio, implica ciertamente una oblación, una muerte, pero su contenido más profundo es dar la vida. El rito de la aspersión de la sangre significa, por tanto, la respuesta de Dios al sacrificio que se ha ofrecido y al compromiso del pueblo de observar los mandamientos: Dios responde comunicando la vida.

La alianza sinaítica encuentra su culminación y perfección en la nueva alianza que Dios establece con los hombres por medio de su Hijo. La carta a los Hebreos presenta a Cristo como el sumo sacerdote, aquel que ofrece el sacrificio perfecto. Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes futuros. La alianza ha llegado a su máxima expresión. Ya no es la sangre de animales la que ofrece el sacerdote en el “santo de los santos” (al cual el sumo sacerdote entraba una sola vez al año), ahora es la sangre misma de Cristo, sumo sacerdote, la que se ofrece. El salvador ha entrado de una vez para siempre en el santuario del cielo, está junto al Padre para interceder por nosotros.

En la última cena se anticipa sacramentalmente el sacrificio de Cristo en la cruz, será el ofrecimiento definitivo y fundará la alianza definitiva. La sangre que Cristo ofrece en el cáliz es la sangre de la alianza que será derramada por muchos, es decir, en lenguaje semítico, por todos. En esta cena se evoca la liberación de Egipto y la estipulación de la alianza sinaítica. Esta alianza no era entre dos “partners” iguales. Dios mismo se comprometía en favor de su pueblo. El pueblo, por su parte, se comprometía a observar los mandamientos. Con la sangre de Cristo se establece la nueva y definitiva alianza. En su sangre, en el don de su vida, se manifiesta el amor del Padre por el mundo ( Cf. Jn 3,16), por medio de esta sangre los hombres son liberados de la esclavitud del pecado y absueltos de sus culpas. Dios se compromete a manifestar siempre su amor, su “hesed” (misericordia). Ahora el hombre tiene abierto el camino de la conversión y de la vida eterna. En el sacramento de la Eucaristía Jesús no solamente se queda con sus discípulos, sino que funda con ellos su comunión con Dios.

“Jesús ofrece a los discípulos su cuerpo y su sangre... El hecho que Jesús ofrezca su cuerpo y su sangre debe siempre hacernos recordar el don de su vida, su muerte en cruz. En la cruz él ha derramado su sangre; con su muerte ha fundado una nueva alianza, la comunión definitiva de Dios con los hombres. Jesús permanecerá para siempre con ellos y será “el crucificado”, que ha donado su vida por ellos” (Klemens Stock, S.I. Edizioni ADP, Roma 2002 p. 184-85).


Sugerencias pastorales

1. Catequesis eucarística. El Cura de Ars se había propuesto que los hombres de su parroquia recibieran, al menos, cuatro veces al año la Eucaristía. Empresa no fácil para los tiempos que corrían. En algún momento el santo llegó a confesar: “he promovido siempre la confesión cuatro veces al año de los hombres. Los que me escuchen alcanzarán la vida eterna”. Es sorprendente que el santo cura, siendo tan exigente con sus feligreses, pensara que los hombres que recibieran cuatro veces al año la comunión estaban en camino de salvación. En verdad, la comunión es el alimento de nuestra vida espiritual y cristiana. Nos dice el Kempis:

“La comunión aparta del mal y reafirma en el bien;
si ahora que comulgo o celebro tus misterios
con tanta frecuencia soy negligente y desanimado
¿qué pasaría si no recibiera este tónico
y no acudiera a tan gran ayuda?

¡Qué maravillosa es tu piadosa decisión
con respecto a nosotros
que Tú Señor Dios, Creador y Vivificador
de todos los espíritus
condesciendas en venir a estos pobrecitos
y satisfacer nuestra hambre
con toda tu Divinidad y Humanidad!

Propongamos nuevamente a nuestros fieles en esta santa solemnidad la comunión frecuente como medio insustituible de vida cristiana y amistad con Cristo. No nos cansemos de acercar más y más personas por medio de la meditación y de la conversión del corazón a la comunión eucarística. Allí, ellos encontrarán al incomparable amigo de sus almas que los ayudará a vivir y a sufrir en esta vida, sin jamás perder la esperanza.

2. La comunión frecuente en los jóvenes. Pero una palabra especial va dirigida a los jóvenes. Ellos por la riqueza de su vida, por el grande abanico de sus posibilidades, por las energías tan intensas que surcan su existencia están especialmente necesitados de encontrar a Cristo. Recomendar a un joven la comunión frecuente, diaria si es posible, es ayudarlo a vivir en gracia, es darle fuerzas espirituales para resistir al enemigo; es ayudarlo a jamás perder el ánimo ante un mundo muy agresivo. No nos cansemos de inculcar en nuestra juventud un amor muy personal a Cristo eucaristía.

P. Octavio Ortiz


15. 2003

Situada entre dos mares, con sus dos puertos, Corinto era el centro más importante del archipiélago griego, encrucijada de culturas y razas, a mitad de camino entre Oriente y Occidente.

Su población estaba compuesta por doscientos mil hombres libres y cuatrocientos mil esclavos. Dicen que Corinto tenía ocho kms. de recinto amurallado, veintitrés templos, cinco supermercados, una plaza central y dos teatros, uno de ellos capaz para veintidós mil espectadores. En Corinto se daban cita los vicios típicos de los grandes puertos. La ociosidad de los marineros y la afluencia de turistas, llegados de todas partes, la habían convertido en una especie de capital de Las Vegas del Mundo Mediterráneo. "Vivir como un corintio" era sinónimo de depravación; "corintia", el término universalmente empleado para designar a las prostitutas, y ya puede uno imaginarse lo que significaba "corintizar".

En Corinto, cuya población era muy heterogénea (griegos, romanos, judíos y orientales) se veneraban todos los dioses del Panteón griego. Sobre todos, Afrodita, cuyo templo estaba asistido por mil prostitutas.

Hacia el año 50 de nuestra era llegó a esta ciudad Pablo de Tarso. Tras predicar el Evangelio fundó una comunidad cristiana. Durante dieciocho meses permaneció como animador de la misma. Sus feligreses pertenecían a las clases populares (pobres y esclavos), pero también los había de entre la gente notable, por su cultura y por su dinero. Nació así una de las comunidades cristianas primitivas más conflictivas.

Cuando Pablo, por exigencias de su trabajo misionero, se marchó de Corinto, se declaró en su seno una verdadera lucha de clases que se manifestaba vergonzosamente en la celebración de la Eucaristía. Los nuevos cristianos, ricos y pobres, libres y esclavos, convivían, pero no compartían; eran insolidarios. A la hora de celebrar la Eucaristía (por aquel entonces se trataba simplemente de comer juntos recordando a Jesús) se reunían todos, pero cada uno formaba un grupo con los de su clase social, de modo que "mientras unos pasaban hambre, los otros se emborrachaban" (1 Cor 11,l7ss). (¡Qué actual es todo esto!).

Desde Efeso, Pablo les dirigió una dura carta para recordarles qué era aquello de la Eucaristía, lo que Jesús hizo la noche antes de ser entregado a la muerte cuando, “mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. 23y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos bebieron. 24Y les dijo: Esto es la sangre de la alianza mía que se derrama por todos”

Poco hemos entendido estas palabras los católicos. La teología concluyó que lo que Jesús mandó fue ir a misa y comulgar, un rito que en nada complica la vida. Rito que no sirve para nada si, antes de misa, no se toma el pan -símbolo de nuestra persona, nuestros bienes, nuestra vida entera- y se parte, como Jesús, para repartirlo y compartirlo con los que son nuestros prójimos cotidianos.

[Impresiona visitar las iglesias y comprobar la diversidad de clases sociales que alojan. Todas tienen cabida en ellas, sin que se les exija nada a cambio. El rico entra rico, y el pobre, si entra, sale igual. En circunstancias similares a las que concurren en muchas misas dominicales, Pablo dijo a los feligreses de Corinto: "Es imposible comer así la cena del Señor". Dicho de otro modo, "así no vale la eucaristía", pues la cena del Señor iguala a todos los comensales en la vida, y comulgar exige, para que el rito no sea una farsa, partir, repartir y compartir.

La lucha de clases, como en Corinto, se ha instalado en nuestras eucaristías. Y donde ésta existe no puede ni debe celebrarse la cena del Señor. Los israelitas en el desierto comprendieron bien que la alianza entre Dios y el pueblo los comprometía a cumplir lo que dice el Señor, sus mandamientos. Jesús, antes de partir, celebra la nueva alianza con su pueblo y le deja un único mandamiento, el del amor sin fronteras. Éste es el requisito para celebrar la eucaristía: acabar con todo signo de división y desigualdad entre los que la celebran].

Habrá que recuperar, por tanto, el significado profundo del rito que Jesús realiza. “La sangre que se derrama por ustedes” significa la muerte violenta que Jesús habría de padecer como expresión de su amor al ser humano; “beber de la copa” lleva consigo aceptar la muerte de Jesús y comprometerse con él y como él a dar la vida, si fuese necesario, por los otros. Y esto es lo que se expresa en la eucaristía; ésta es la nueva alianza, un compromiso de amor a los demás hasta la muerte. Quien no entiende así la eucaristía, se ha quedado en un puro rito que para nada sirve.

Una mala interpretación de las palabras de Jesús han identificado el pan con su cuerpo y el vino con su sangre, llegándose a hablar del milagro de la “transustanciación o conversión del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo”. Los teólogos, por lo demás, se las ven y se las desean para explicar este misterio. Como si esto fuera lo importante de aquel rito inicial. El significado de aquellas palabras es bien diferente: “En la cena, Jesús ofrece el pan (“tomad) y explica que es su cuerpo. En la cultura judía “cuerpo” (en gr. soma) significaba la persona en cuanto identidad, presencia y actividad; en consecuencia, al invitar a tomar el pan/cuerpo, invita Jesús a asimilarse a él, a aceptar su persona y actividad histórica como norma de vida; él mismo da la fuerza para ello, al hacer pan/alimento. El efecto que produce el pan en la vida humana es el que produce Jesús en sus discípulos. El evangelista no indica que los discípulos coman el pan, pues todavía no se han asimilado a Jesús, no han digerido su forma de ser y de vivir, haciéndola vida de sus vidas. Al contrario que el pan, Jesús da la copa sin decir nada y, en cambio, se afirma explícitamente que “todos bebieron de ella”. Después de darla a beber, Jesús dice que “ésa es la sangre de la alianza que se derrama por todos”. La sangre que se derrama significa la muerte violenta o, mejor, la persona en cuanto sufre tal género de muerte. “Beber de la copa” significa, por tanto, aceptar la muerte de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir de la actividad salvadora (representada por el pan) por temor ni siquiera a la muerte. “Comer el pan” y “beber la copa” son actos inseparables; es decir, que no se puede aceptar la vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el fin, y que el compromiso de quien sigue a Jesús incluye una entrega como la suya. Éste es el verdadero significado de la eucaristía. Tal vez nosotros la hayamos reducido al misterio, por lo demás bastante difícil de entender y explicar, de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

"Mi Cuerpo es Comida"

Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.

Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida,

El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.

(Pedro Casaldáliga)
 
 

Para la revisión de vida
-¿Digo yo también, por dentro, al participar en la eucaristía, desde mi más honda opción: "tomad y comed, éste es mi cuerpo...", poniéndome en disposición de dejarme comer por el servicio a mis hermanos?
-¿Es mi vida realmente un "compartir"?
-¿Estoy sentado, participo en alguno de los "grupos de cincuenta" para reflexionar qué hacer frente al hambre del pueblo?
 
Para la reunión de grupo
-La doctrina y la teología clásica (de los últimos siglos sólo, al fin y al cabo) sobre la Eucaristía ha estado centrada en el concepto de la transubstanciación. Compartir en el grupo lo que este concepto filosófico, escolástico, aristotélico en el fondo, comporta.
-¿Es necesario aceptar la filosofía escolástica para estar en la verdad de la Iglesia sobre la Eucaristía? Explicitar las relaciones entre la fe en la eucaristía y las opiniones filosóficas involucradas en los conceptos con que se expresan las formulaciones oficiales de la fe.
 
Para la oración de los fieles
-Por los 200 millones de niños menores de cinco años que están desnutridos; por los 11 millones de niños que mueren al año por desnutrición...
-Por nuestras "eu-caristías", para que sean realmente una acción de gracias, una fiesta, una auténtica celebración...
-Para que la liturgia de nuestra Iglesia se despoje de todo hermetismo hierático, acoja los símbolos de los pueblos, se inculture, asuma nuestras vidas, con sus problemas, sus esperanzas y todas sus riquezas culturales y espirituales...
-Por todos los niños y niñas que en este día, en muchas iglesias locales, celebran su "primera comunión", su primera participación formal en la eucaristía: para que esa "primera" comunión no sea la última, ni sea demasiado distanciada su participación en la comunidad...
 
Oración comunitaria
Señor Jesús, que partiste y repartiste tu pan, tu vino, tu cuerpo y tu sangre, durante toda tu vida, y en la víspera de tu muerte lo hiciste también simbólicamente; te pedimos que cada vez que nosotros lo hagamos también "en memoria tuya" renovemos nuestra decisión de seguir partiendo y repartiendo, como tú, en la vida diaria, nuestro pan y nuestro vino, nuestro cuerpo y nuestra sangre, todo lo que somos y poseemos. Te lo pedimos a ti, que nos diste ejemplo para que nosotros hagamos lo mismo, Jesucristo, Nuestro Señor.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


16. DOMINICOS

Este Domingo

Corpus Christi

"Este es el misterio de nuestra fe"

 

“Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor: Dios está aquí ; venid adoradores…” Hoy, la Iglesia canta por calles y plazas de pueblos y ciudades  la presencia real y verdadera de Cristo en  la Eucaristía.

El Jueves  Santo destaca la celebración del misterio pascual de la Eucaristía en su aspecto más bien sacrificial; en el Oficio Divino de hoy es la presencia real de Cristo, bajo las especies sacramentales, lo que predomina: “Tomad y comed: esto ES mi Cuerpo…esta ES mi Sangre…haced ESTO  ( mismo ) en memoria mía”.

Presencia real siempre indiscutida en la Iglesia. Fue en el s. IX cuando Berengario de Tours se permitió ponerla en duda, aunque sin gran éxito, hasta la aparición de las herejías albigense, cátara y valdense. La reacción de la cristiandad fue general. Fue la diócesis de Lieja (1246) la primera que instituyó esta festividad como respuesta de fe, fiesta que Urbano IV extenderá a toda la Iglesia de Occidente, lo que posteriormente será ratificado por Clemente V y el concilio de Vienne.

Celebrada en un principio con diferentes rituales, Urbano IV encarga al gran doctor dominico Sto. Tomás de Aquino la confección de un Oficio Divino que será universal y que llega a nuestros días; Oficio que  elaboró genialmente, como síntesis maravillosa, por su riqueza bíblico-teológica en admirable conjunción del Antiguo y Nuevo Testamentos.

En dicho Oficio se recogen los temas de la Alianza y Reino de Dios, de la expiación universal del Siervo de Yavé, del memorial de su Pasión y de la Pascua triunfante del Resucitado, de la presencia real de Cristo en medio del Nuevo Pueblo de Dios como centro de su culto y fuente de vida y cohesión de todos sus miembros y como pregustación de la felicitad eterna.

Los autores espirituales, como fray Luis de Granada, hablan del tesoro que el esposo deja a su esposa, de las llaves que tiene la Iglesia, la comunidad cristiana, para sacar de él la fuerza de su amor y de su soberano misterio. Con la liturgia de esta fiesta, lo sabemos, han crecido devociones y manifestaciones que expresan la importancia que el mismo Vaticano II otorga a la Eucaristía.

 

Comentario bíblico:

Corpus Christi

 

Iª Lectura: Éxodo (24,3-8): El misterio de la Alianza

En la primera lectura, Moisés, bajando del monte, comunica la experiencia que había tenido de Dios, de sus palabras, que han de considerarse como palabras de la Alianza que Dios había sellado anteriormente con su pueblo con el Código de la Alianza  cuyo corazón es el Decálogo. Entonces, pues, se organiza una liturgia sagrada, un banquete, que quiere significar la ratificación de la Alianza que Dios ha hecho con el que ha sacado de la esclavitud. El misterio de la sangre, de su aspersión, expresa el misterio de comunión de vida entre Dios y su pueblo ya que, según se pensaba, la vida estaba en la sangre. Por ello este texto se considera como prefiguración de la Nueva Alianza que Jesús adelanta en la última cena.

 

IIª Lectura: Hebreos (9,11-15): El sacrificio de la propia vida

II.1. La carta a los Hebreos es uno de los escritos más densos del NT. En este texto se nos exhorta desde la teología sacrificial,  que  pone de manifiesto que los sacrificios de la Antigua Alianza no pudieron conseguir lo que Jesucristo realiza con el suyo, con la entrega de su propia vida. Y esto lo ha realizado «de una vez por todas» en la cruz, de tal manera que los efectos de la muerte de Jesús, la redención y su amor por los hombres, se hacen presentes en la celebración de este sacramento. El recurrir a las metáforas y al lenguaje de la acción sacrificial puede que resulte hoy poco convincente, fruto de una cultura que no es la nuestra. No obstante, la significación de todo ello nos muestra una novedad, ya que todo se apoya en un sacerdocio especial, el de Melquisedec y en una entrega inigualable.

II.2. Es uno de los momentos álgidos de la argumentación de la carta. Está hablando del sacrificio de la propia vida que logra una Alianza eterna. Es esa alianza que prometieron los profetas, porque ellos vieron que los sacrificios rituales habían quedado obsoletos y la alianza antigua se había convertido en una “disposición” ritual. Cristo no viene a instaurar nuevos sacrificios para Dios (no los necesita), sino a revelar que la propia vida entregada a los hombres vale más que todo aquello. Así es posible entenderse a fondo con Dios. Es en la propia vida entregada como se logra la comunión más íntima con lo divino, sin necesidad de sustitutivos de ninguna especie. La muerte de Jesús, su vida entregada a los hombres y no a Dios, es el “testamento” verdadero  del que hacemos memoria.

 

Evangelio: Marcos (14,12-26): La muerte como entrega

III.1. El evangelio expone la preparación de la última cena de Jesús con los suyos  y la tradición de sus gestos y sus palabras en aquella noche, antes de morir. Sabemos de la importancia que esta tradición tuvo desde el principio del cristianismo. Aquella noche (fuera o no una cena ritualmente pascual), Jesús hizo y dijo cosas que quedarán grabadas en la conciencia de los suyos. Con toda razón se ha recalcado el «haced esto en memoria mía». Sus palabras sobre el pan y sobre la copa expresan la magnitud de lo que quería hacer en la cruz: entregarse por los suyos, por todos los hombres, por el mundo, con un amor sin medida.

III.2. Marcos nos ofrece la tradición que se privilegiaba en Jerusalén, mientras que Lucas y Pablo nos ofrecen, probablemente, «las palabras» con la que este misterio se celebraba en Antioquía. En realidad, sin ser idénticas, quieren expresar lo mismo: la entrega del amor sin medida. Su muerte, pues, tiene el sentido que el mismo Jesús quiere darle. No pretendió que fuera una muerte sin sentido, ni un asesinato horrible. No es cuestión de decir que quiere morir, sino que sabe que ha de morir, para que los hombres comprendan que solamente desde el amor hay futuro. La Eucaristía, pues, es el sacramento que nos une a ese misterio de la vida de Cristo, de Dios mismo, que nos la entrega a nosotros de la forma más sencilla.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

El tema es amplísimo y sus aplicaciones múltiples. Podemos resumirlas en algunos pensamientos:

 

Misterio sublime  y básico en la vida de la Iglesia. Sería interminable citar tantas y tan profundas reflexiones al respecto, desde las primeras comunidades cristianas, pasando por los santos Padres, los grandes teólogos y místicos sin contar  concilios y muy en concreto el Vaticano II, v. gr. en la Lumen Gentium, en la Constitución sobre la liturgia, etc. etc.

Por vía de ejemplo, vaya este texto del nº 47, (cap. II: El Sacrosanto Misterio de la Eucaristía): “Nuestro Salvador, en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la  Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe  como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia se nos da una prenda de la gloria venidera” (antífona del Magnificat de las II vísperas del día).

A veces se oye, en la predicación, afirmaciones sobre el compartir “el pan” y “el vino” (sin más calificativos ni  precisiones) como símbolos de fraternidad, reduciendo en el contexto a ese pan y ese vino a puros símbolos, cuando lo que nos une en realidad es Cristo real y verdaderamente presente  bajo esas especies eucarísticas, como miembros de su Cuerpo místico a Él que es la Cabeza: “Participando realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del  pan EUCARÍSTICO somos elevados a una comunión con El y entre nosotros. Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo,  pues todos participamos de ese único pan  (I Cor.10, 17). Así, todos nosotros nos convertimos en miembros de ese Cuerpo (cf. I Cor.12, 27) y cada uno es miembro del otro (Rom. 12, 5)  (De Lum. Gent. Nº 7 )

 “Los  fieles…participando del sacrificio  eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación o por la sagrada comunión…confortados  con el Cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo de Dios significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento” (Const. sobre la liturgia, nº 11 ).

“Que la lengua humana cante este misterio, la preciosa Sangre y el precioso Cuerpo…Hace Sangre el vino y, aunque no entendemos, basta fe, si existe, corazón sincero…Dudan los sentidos y el entendimiento; que la fe lo supla con asentimiento”, cantamos en el tradicional Pange lingua. Y este soberano  misterio es el que hay que predicar buscando el asentimiento de la fe a lo que es más que símbolo, realidad.

 

 

Ciertamente, tras la reforma litúrgica del concilio Vaticano II y la introducción de las lenguas vernáculas, se  ha acrecentado la participación activa de las comunidades cristianas en la celebración eucarística.

Donde quizás hayamos perdido es en  la adoración de la Eucaristía fuera de la misa y los sagrarios han quedado olvidados en la práctica de muchos. A veces se ve más devoción a tales o cuales santos “muy milagrosos” para quienes no faltan cirios, mientras que el solitario Morador del sagrario pasa casi desapercibido. Con razón un santo obispo de Palencia, Don Manuel González, proféticamente fundó la congregación de las Marías de los Sagrarios abandonados, popularmente conocidas como Nazarenas. “Altar de Dios: el centro de la vida con el Señor en medio de su pueblo, mesa del pan que a todos nos convida a reunirnos en un mundo nuevo“ (Himno de Laudes).

Qué bueno sería acompañar a Cristo sacramentado, volcar en Él nuestros afanes, esperanzas y miserias; meditar en el misterio incomprensible de su amor y abajamiento, haciéndose incluso prisionero de nuestros olvidos. Ese admirable entusiasmo de pueblos y ciudades que alfombran con flores calles y plazas en este día debería ser un entusiasmo y compañía cada día manifestado en visitas y acompañamiento al Amigo que nos espera para acoger nuestras cuitas y darnos su gracia y su fuerza para las luchas de la vida. Oí una vez cantar a una buena mujer: “¿Qué haces AHÍ mi Señor en la custodia…?”. ¡ Ninguna otra cosa que esperarte ¡,  tuve ganas de decirle. Ni más ni menos que lo que dice el olvidado canto: “De rodillas, Señor, ante el sagrario, que guarda cuanto queda de amor y de unidad, venimos con las flores de un deseo, para que nos las cambies en frutos de verdad. ¡ Cristo en todas las almas y en el mundo la paz ¡ Porque “queremos que en el centro de la vida reine sobre las cosas tu ardiente caridad “ (himno del Oficio de Lectura).

Tan a mano le tenemos y sin embargo tan olvidado. Viene a las mientes  aquella expresión teresiana: “En veros cabe mí, he visto todos los bienes… Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero” (Vida, 22, 6).  Y preferimos acudir a psicólogos y psiquiatras para que solucionen nuestras confusiones y depresiones, nuestras cobardías y desamores, teniendo tan a mano luz para nuestras tinieblas,  fuerza, consuelo, amor y paz.

“El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” ( I Cor.  10, 16 ). En esta festividad es preciso ante todo, proclamar el gran misterio de nuestra fe en su integridad y convocar a los fieles a una mayor vivencia diaria de esta realidad.

“Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor: ¡ Dios está aquí ¡ Venid adoradores; adoremos a Cristo Redentor “

Fr. José Polvorosa, OP.
aquinas.es@dominicos.org


17.

LA MISMA SANGRE Y LA MISMA VIDA

1. "Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos" Exodo 24, 3. SANGRE Y ALIANZA son las dos palabras clave de las lecturas de hoy. Entre el impresionante aparato de las cumbres del Sinaí con sus espantosos fenómenos naturales, Yahvé da a conocer sus mandamientos, como cláusulas de alianza. El pueblo, que escucha aterrorizado, acepta los mandamientos y promete obedecerlos. Moisés los pone por escrito. Levanta un altar con doce piedras alrededor. El altar representa a Dios. Las piedras al pueblo, configurado por las doce tribus de Israel. Ordena sacrificar toros. Derrama la mitad de la sangre sobre el altar; deposita en vasijas la otra mitad. Lee otra vez los mandamientos, ahora escritos, y el pueblo reafirma su aceptación y su obediencia.

2. Moisés rocía al pueblo, representado por las doce piedras, con la sangre, y explica el sentido del rito de su aspersión como alianza. En nuestra cultura tiene escaso mordiente la palabra alianza. Quizá más, contrato o pacto, a cuyo pie, estampamos nuestra firma.

3. Por la alianza los hombres se ligan entre sí en pactos de amistad, de matrimonio, o de naciones. Dios decide establecer su alianza con los hombres. Por esa alianza, El se constituye en padre y protector, defensor y libertador suyo, y se compromete a elevarlos a una vida de comunión con El: "Seréis para mí un pueblo de sacerdotes y una nación consagrada".

4. Dios había hecho alianza con Noé después de la catástrofe del diluvio, cuya firma era el arco iris brillante en el cielo; con Abraham después de la dispersión de Babel, con la señal de la circuncisión en la carne; y ahora con Moisés, después de la prueba de Egipto, Alianza con sangre. La sangre era la señal de la alianza, pero también es creadora de parentesco. Una familia tiene una misma sangre de manera natural. La familia de Dios y su alianza es creada de manera voluntaria, y por ella el pueblo participa de una misma sangre. Cuando Moisés rocía al pueblo con la sangre, se establece la alianza de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, y se convierten en una misma alma y un mismo espíritu, porque la sangre es la fuente de la vida. De esta manera, se crea artificialmente el parentesco de sangre, que por naturaleza no existía. Yavé se convierte así en el Rey de Israel, y éste en su pueblo. Si se estudia el ADN de los hijos del pueblo de Israel y el de Dios, se encuentra la afinidad de la sangre. ¿Qué será de el del pueblo que no sólo es rociado con la sangre, sino que bebe la misma sangre de Dios?

5. "Jesús tomó pan..., cogió el cáliz, se lo dió y todos bebieron, y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos" Marcos 14, 12. Con esta sangre adora, expía, propicia, purifica, nos hermana. Desde entonces, la alianza es alabanza, Shalom, Redención, Rescate, Perdón, Misericordia. Si estábamos enemistados, nos reconcilia. Ciertamente no es una alianza entre iguales, y porque Dios es mayor, puede perdonar y auxiliar. La Nueva Alianza en la sangre de Cristo es el sello de la reconciliación entre Dios y su pueblo.

6. La Eucaristía se nos presenta como manjar, porque se contiene bajo las especies de pan y vino; y como víctima, porque se hace presente por una consagración inmolaticia. El efecto del manjar eucarístico es la gracia cibativa. Los efectos de la víctima eucarística son el sacrificio, con sus valores: latréutico, propiciatorio, eucarístico e impetratorio. Todos los hombres deben rendir culto a Dios por ser quien es y porque dependen de El; y lo consiguen mediante el valor latréutico del sacrificio. Le deben gratitud por lo que han recibido de Dios, que es todo: Acción de gracias que se tributa con el valor eucarístico. El deber del hombre de tener propicio a Dios por sus pecados, es cumplido por el valor propiciatorio. Todo hombre necesita para alcanzar su fin pedir lo necesario, a esto se ordena el valor impetratorio del sacrificio. Pero la eucaristía no es sólo alimento destinado a los hombres, no es sólo sacramento. La cena del Señor, la fracción del pan, que ya celebraban los primeros cristianos, no era sólo un banquete, sino también sacrificio y, como tal, tiene a Dios como destinatario.

7. El sacrificio eucarístico aparece ya en la Revelación relacionado con el sacrificio de la cruz: "Cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor". El rito eucarístico es memorial del sacrificio del Calvario. Memorial que no es un simple recuerdo, sino un rito en el que se contiene lo mismo que se contenía en la cruz: la misma víctima y el mismo sacerdote. Sólo es distinto el modo de la victimación; el de la cruz fue cruento, el de la eucaristía incruento.

8. "La Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, nada es más grato ni más honroso para Dios que este augustísimo misterio en lo que tiene de sacrificio". "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, que se apoya en la autoridad de Dios. Bien lo expresó él en su himno:
"Te adoro devotamente, oculta divinidad
Que bajo estas sagradas especies
te ocultas verdaderamente...
La vista, el tacto, el gusto,
son aquí falaces,
sólo con el oído se llega a tener fe segura;
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios;
nada más verdadero que esta palabra de verdad".

9. Y San Juan de la Cruz:
"Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.
Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche.

Aquesta viva fonte, que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.


10. El Salmo 115 canta la alegría y la gratitud de quien ve superada su aflicción al contemplar rotos los lazos de la muerte que le rodeaban, y en su desfallecimniento, invocó el nombre del Señor, y el Señor fue bueno, y le libró. Por eso levanta la copa de la salvación; copa de vino que pasa de mano en mano entre los amigos que comparten su alegría; copa de vino de la Nueva Alianza, Sangre caliente del Redentor que nos libra de la muerte, pues al Señor no le gusta la muerte de sus fieles sino que quiere que todos vivan con vida en plenitud.

11. Como el pacto del Sinaí hizo de las tribus de Israel un solo pueblo con una tarea a realizar en la historia, así también la alianza sellada con la sangre de Jesús, borra las fronteras entre todos los hombres y entre los distintos grupos que forman el género humano. La cena pascual es una cena de hermandad. Comemos a Dios y bebemos su sangre para vivir su amor que se entrega, lava los pies, se humilla, sirve y comparte. ¿Cómo vamos a comulgar y seguir viviendo en nuestro egoísmo y en nuestra propia comodidad, ignorando, pasando, de los demás? Si bebemos su misma sangre, ¿cómo no hemos de tener su mismo amor?

12. El Papa Pablo VI, presidiendo en Bolsena el Congreso Eucarístico Internacional, en su exhortación de Clausura, reproducido por la TVI, dijo que la Eucaristía era “un maravilloso e inacabable misterio”. En la misma sede del Milagro, tuvo la oportunidad de proclamar lo que aconteció en el siglo XIII. Dudaba Pedro de Praga, sacerdote alemán, sobre la presencia real de Cristo en la Hostia consagrada. Cuando aquel día celebró la Misa y pronunció las palabras de la Consagración, manó sangre de la Hostia consagrada. La sangre caliente salpicó sus manos, el altar y los corporales. Quiso esconder la sangre, pero no pudo. El Papa Urbano IV residía en Orvieto, escuchó al sacerdote y ordenó investigar el caso prodigioso. Cerciorado el Papa, hizo trasladar la Hostia y el corporal con las gotas de sangre y los depositó en la Catedral de Orvieto. Encargó a Tomás de Aquino escribir la Misa y el Oficio del Corpus, introdujo la Misa y el Oficio en el misal y en breviario e instituyó la fiesta de Corpus Christi. En agosto de 1964, el Papa Pablo VI celebró la Misa en el altar de la Catedral de Orvieto.

JOSÉ MARTÍ BALLESTER