22 HOMILÍAS PARA EL CICLO A
9-19

9.

1. Asumir la conciencia de pueblo

Quienes concurrimos todos los domingos a celebrar en comunidad la Eucaristía, quizá podamos sentirnos sorprendidos de que hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, ya que lo hemos hecho el Jueves Santo y lo hacemos cada domingo. Sin embargo, siguiendo antiguas tradiciones, hoy procuraremos centrar con más intensidad nuestra mente y nuestro corazón en el misterio eucarístico, asumiendo toda su rica vivencia religiosa y testimoniando, al mismo tiempo, nuestra fe y nuestra vida comunitaria.

Nuestras reflexiones girarán sobre este eje central: en la Eucaristía celebramos nuestra Alianza con Dios por medio de una comida ritual. Meditemos lo que esto significa como vivencia religiosa.

Cuando las tribus hebreas que huían de Egipto se reunieron en el desierto, fueron tomando conciencia de que necesitaban unirse como pueblo y establecer cierta ley común que rigiera su conducta y las relaciones entre los diversos grupos.

Así surge la celebración de la alianza que se hizo según las costumbres de la época. Observemos, en primer lugar, que la alianza era el compromiso entre todos los miembros del pueblo de aceptar un código común y de asumir en común la empresa de conquistar la tierra prometida.

Este código es considerado como venido de Dios, de tal forma que el Señor sale garante del pacto. Por eso el pueblo, al conocer el texto del código -los diez mandamientos- exclamó: «Estamos resueltos a cumplir todas las palabras que el Señor ha pronunciado.» Aquella celebración fue, entonces, la afirmación en el sentido de su comunidad y el asumirse como pueblo unido bajo la dirección de Dios. Aquel día manifestaron su fe, su obediencia al Señor y la unidad existente entre todos ellos por un pacto de sangre. Y éste puede ser el primer sentido de esta festividad del Corpus: con su tradicional procesión en la que participa todo el pueblo con sus autoridades y demás instituciones, afirmamos que somos un pueblo y que queremos reforzar los lazos de unidad y pertenencia.

Es cierto que en toda Eucaristía se pone de relieve este aspecto, pero hoy lo hacemos con una carga emocional mayor.

Hoy descubrimos que somos algo más que un pequeño grupito dominical y que, más allá de muchas diferencias, hay una fe común que nos une y que, de una u otra forma, compartimos la misma comunidad que acepta la soberanía de Dios y el código del Evangelio.

En la última cena Jesús selló la unidad de su comunidad. Y si bien esa misma noche se dispersarían, volverían a reunirse después de la resurrección recordando eI mandato del Señor: «Haced esto en recuerdo mío.» La fiesta del Corpus es como la voz de la conciencia de la comunidad que, año tras año, vuelve a afirmar su verdad: somos el pueblo unido del Señor; celebremos su alianza.

2. Ofrecer nuestra vida

Y esta fiesta del pueblo que celebra su alianza se realizó mediante un sacrificio a Dios. Los hebreos eran conscientes de que ellos existían como pueblo gracias a Yavé, que los había liberado de la esclavitud y los había congregado en el desierto (primera lectura). Eran el pueblo de Dios y le pertenecían.

En la antigüedad esa pertenencia se expresaba a través de los sacrificios humanos. Las víctimas cuya sangre se derramaba sobre el altar, en realidad morían en lugar de todo el pueblo. Más tarde los sacrificios de animales sustituyeron a los humanos, pero con la convicción de que la sangre de los animales no era más que la sustitución de la sangre de los miembros de la comunidad. La sangre era el símbolo de la vida; derramar dicha sangre era afirmar que sus vidas pertenecían a Dios.

Ahora comprendemos mejor las palabras de Jesús: «Esta es mi sangre, la sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos." Jesús, de una vez y para siempre, hizo a Dios la ofrenda de toda la humanidad mediante la ofrenda generosa de su propia vida. Y aquí encontramos el segundo elemento de reflexión para esta fiesta del Corpus: por un lado, damos gracias a Jesucristo que derramó su sangre por la vida de todos, haciendo así de nosotros el pueblo del Dios de la vida. Esta es nuestra «eucaristía», es decir, nuestra acción de gracias.

Por otro lado, ofrecemos a Dios nuestra vida, o lo que es lo mismo, ponemos nuestra vida y nuestros bienes al servicio común del pueblo. En efecto, Dios no necesita nuestra sangre ni nuestro trabajo ni nuestros bienes, pero sí los necesitan otros miembros de la comunidad a quienes hoy debemos devolverles lo que no es nuestro, porque es un bien común. Al celebrar la Eucaristía renunciamos a la pertenencia exclusiva de nuestra propia vida y de nuestros bienes, y reconocemos que son un bien de toda la comunidad.

Sin esta ofrenda -sin este sacrificio- el culto de hoy seguirá siendo un culto vacío y sin sentido alguno. La Eucaristía es un acto de responsabilidad y para gente que tiene un gran coraje y una gran generosidad. La Eucaristía nos desafía a que no retengamos nuestra vida como una propiedad privada... Nuestra vida -como la de Cristo- pertenece a Dios, y por Dios, a todos los hermanos.

3. Celebrar la amistad

Y hay un tercer elemento en esta fiesta. Era costumbre en los ritos de la antigüedad que, después del sacrificio, todos los presentes comieran la carne sacrificada como signo de comunión con Dios y con los hermanos.

Así lo hacemos hoy en la Eucaristía: comemos el cuerpo de Cristo y bebemos su sangre; cuerpo y sangre que también son los nuestros. En otras palabras: tampoco Dios retiene la ofrenda para sí como una propiedad privada sino que nos la devuelve comiendo con nosotros. Así Dios rubrica su amistad con el pueblo, nos considera miembros de su familia y nos urge a compartir la vida de todos los hermanos.

Por eso una Eucaristía sin la comunión de todos los participantes es casi un gesto sin sentido. ¿Por qué? Porque rechazamos el alimento que Dios nos ofrece. Si hemos venido para ofrecer lo nuestro a Dios y nos alegra que El lo reciba, ¿por qué rechazar lo que Dios nos ofrece como respuesta y como signo de amistad y comunión? Así lo interpretó Jesús cuando dijo: "Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros... El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él... Este es el pan bajado del cielo..." (Evangelio).

La Eucaristía es una comida... Así como manifestamos la amistad comiendo con los amigos y nadie rehúsa sin motivo serio una invitación de amigo, así expresamos nuestra amistad con Dios y con los hermanos en la fe: comiendo juntos el pan y el vino, símbolos de la totalidad de nuestra ofrenda.

Al comer juntos en la Eucaristía les decimos a los hermanos: Esta es mi vida entregada por vosotros. Y, por otro lado, recibimos a los hermanos como vida nuestra. Comulgar es darse a los demás, y es también recibir a los demás. Saber aceptar al extraño en nuestro grupo, en nuestra mesa, en nuestro estrecho círculo..., todo eso significa comulgar juntos en la Eucaristía. Bien lo recuerda Pablo: «El cáliz de nuestra Eucaristía, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan» (segunda lectura).

Concluyendo...

Bien vemos, entonces, que tiene un gran sentido el que toda la comunidad religiosa y civil se haya reunido para celebrar su alianza por medio de la Eucaristía. ¡Y cuánta necesidad tiene nuestro país de afianzar los lazos de la unidad! Si viviéramos a fondo la Eucaristía, ¡qué cerca sentiríamos a tanta gente de la que tontamente nos sentimos distantes por una idea política o por un esquema social! Al celebrar hoy a quien nos ha reunido como pueblo, celebremos nuestra amistad, nuestra unidad y el compromiso de dar todo lo nuestro por el bien de la comunidad.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 30 ss.


10.

-La Eucaristía: Jesús está presente y se nos da como alimento Dentro de unos momentos, como cada domingo, como cada vez que celebramos la Eucaristía, colocaremos sobre el altar el pan y el vino, nuestras ofrendas. Y después, dando gracias al Padre e invocando al Espíritu Santo recordaremos y repetiremos los gestos y las palabras de Jesús el día antes de su muerte. Y este pan y este vino se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor, su presencia viva y salvadora entre nosotros.

Este pan y este vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor, no obstante, no estarán en medio de nosotros sólo para que los contemplemos, para que agradezcamos su fuerza salvadora que en ellos se hace presente, la fuerza salvadora de la cruz. Estarán aquí entre nosotros para que después nos acerquemos a recibirlos como alimento para nuestro camino. Esto es la Eucaristía: el Señor se hace presente entre nosotros con toda su fuerza salvadora, para acompañarnos, para alimentarnos, para unirse con nosotros por siempre.

-En la Eucaristía Jesús se hace más cercano a nosotros

Hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Antes era una fiesta mucho más brillante y viva que ahora, y en mucha gente, a buen seguro, hay una añoranza de aquellas celebraciones más luminosas y emotivas. Ahora quizá las cosas son más tranquilas, más modestas. Pero eso no quita que lo que recordamos hoy, la presencia del Señor en la Eucaristía, sea realmente algo muy importante, que hemos de vivir con mucha intensidad, con mucho convencimiento, con mucho agradecimiento.

En el evangelio que acabamos de escuchar, Jesús, en la sinagoga de Cafarnaún, hablaba a la gente y les anunciaba el alimento de su carne y su sangre como fuente de vida para todos.

Todos estamos llamados a seguir a Jesús, todos somos llamados a la fe en él, todos somos llamados a caminar por su camino. Todos nosotros, todos los cristianos, sabemos que en Jesús tenemos el camino, y la verdad, y la vida. Pero la llamada de Jesús no se acaba aquí, el ofrecimiento de Jesús no termina aquí. Porque él nos dice, en el evangelio de hoy, que lo podemos encontrar de una manera muy palpable, muy visible, en estos signos tan sencillos, tan humanos, del pan y el vino. En el pan y el vino de la Eucaristía, Jesús se acerca a nosotros. Y, alimentándonos con esta comida y esta bebida, nosotros nos unimos a él muy profundamente, muy íntimamente: con esta comida y esta bebida, él penetra en nuestro interior, y se une a nosotros, y nos hace empezar a vivir su vida eterna.

-La fiesta de hoy, invitación a valorar la Eucaristía

Hoy vale la pena que valoremos sobre manera este encuentro nuestro de cada domingo, cuando nos reunimos en torno a la mesa de Jesús y escuchamos su Palabra, y repetimos sus gestos, y nos alimentamos de su pan de vida. Vale la pena que lo valoremos mucho, y que pongamos mucha atención en la plegaria eucarística, y que nos unamos a ella con todo el corazón, y después nos acerquemos a comulgar con un gran espíritu de fe.

Vale la pena que valoremos también otros momentos de acercamiento a la Eucaristía de Jesús, por ejemplo la participación en la misa diaria aquellos que les sea posible: es un momento de vivir, de manera más tranquila, más sencilla como sencilla es la vida cotidiana, este acercamiento al Señor que nos reúne y se nos da como alimento.

Igualmente, es otra buena manera de acercarse a la Eucaristía el hallar de vez en cuando momentos para acercarse a orar ante el sagrario. Después de la misa, allí se conserva al Señor presente en el pan consagrado. Y ponernos ante él es una especial manera de vivir su proximidad.

Finalmente, hoy es una ocasión para recordar la importancia que tiene el facilitar a los enfermos poder participar de la Eucaristía. Llevar la comunión a los enfermos e impedidos es uno de los buenos signos de atención cristiana a nuestros hermanos que sufren o no pueden hacer la vida normal. Preocupémonos de que puedan recibirla.

Ahora, pues, preparémonos para la Eucaristía. Con acción de gracias al Padre, con actitud de plegaria al Espíritu Santo, haremos el memorial de Jesús muerto y resucitado, para que sea para nosotros alimento de vida por siempre.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/08


11.

1. El maná.

El diálogo entre los judíos y Jesús sobre la Eucaristía se inicia expresamente con el milagro del maná, la providencial comida celeste con que Dios alimentó a sus padres en el desierto. Pero el alimento milagroso (agua de una roca de pedernal, maná del cielo) se ofrece al pueblo en la primera lectura únicamente porque los israelitas están a punto de morir de hambre y de sed, y ya no hay esperanza de poder obtener comida alguna a no ser que ésta venga de Dios. Se dice expresamente: el Señor tu Dios quiso «afligirte (mostrarte tu debilidad), para ponerte a prueba (para ver si has puesto toda tu confianza en Dios)», antes de darte comida y bebida. Por eso la alimentación con el maná se entiende como una prueba de que «no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios». Este alimento corporal proporcionado por Dios en el desierto sólo puede entenderse como palabra de Dios y respuesta a las necesidades del hombre. Y sólo en el desierto, en un «sequedal sin una gota de agua», donde el hombre no puede encontrar nada y depende totalmente de Dios, el pan del cielo y la palabra de Dios se convierten en una misma cosa.

2. Yo soy el pan vivo.

Esta bi-unidad de la palabra de Dios y del pan de Dios se completa en el evangelio con un milagro mucho más grande realizado por Jesús, que se presenta a sí mismo como tal unidad. Esta unidad es totalmente incomprensible para los discípulos, incluso después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces que se acaba de producir. Jesús puede transmitir la palabra de Dios, pero ¿cómo puede su carne y su sangre identificarse con esta palabra? ¿Y como puede identificarse hasta tal punto que el que no coma su carne y no beba su sangre no tendrá vida eterna? Jesús no se contenta con invitar a esta comida: insiste, obliga a participar en ella. Sólo el que se alimenta de él tiene en sí la palabra de Dios y con ella a Dios mismo; aquí toda comparación con el maná que los padres comieron en el desierto carece de sentido, porque éstos «murieron» y no consiguieron la vida eterna; ésta sólo se obtiene con la comida que aquí se ofrece. Ante esta durísima revelación de Jesús sólo caben dos posturas perfectamente diferenciadas: el no de muchos discípulos, que a partir de ese momento se echaron atrás y no volvieron más con él, y el sí ciego que pronunciará Pedro porque no ve más camino que el de Jesús. Conviene recordar ahora la situación del desierto: Dios lleva a una situación límite, sin salida, en la que no queda más alternativa que la confianza ciega en Dios. Jesús no explica cómo es posible el milagro, únicamente afirma lo siguiente: «Mi carne es verdadera comida y sangre es verdadera bebida»; y el que no acepte esto no tendrá «vida en él». Al recibir la Eucaristía cada uno de nosotros debe recordar que, en medio del desierto de esta vida, se arroja como un hambriento en los brazos de Dios.

3. Por eso, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.

En la segunda lectura el apóstol saca la conclusión de lo que se admite ciegamente como verdadero. Por eso, porque el cuerpo de Cristo es un solo pan para muchos, formamos juntos un único cuerpo, y este cuerpo no es un cuerpo cualquiera, sino únicamente el cuerpo de Cristo. Y esto es así no porque en la comida en común se acreciente la simpatía que existe entre nosotros, sino porque, de modo incomprensible y misterioso, este único cuerpo físico, que ahora toma forma eucarística, tiene el poder de incorporarnos a él. Tampoco aquí se nos explica cómo es posible este hecho. Esto no tiene nada que ver con la magia o la hechicería; tiene que ver más bien con la «locura» del amor divino, que puede hacer cosas que superan totalmente la capacidad de comprender del hombre. Pero precisamente por eso, porque Dios es el amor, lo inverosímil debe ser verdadero.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 75 s.


12.

Frase evangélica: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré»

Tema de predicación: LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

1. Desde sus orígenes, la eucaristía fue comida de grupo y servicio de ayuda mutua. La fracción del pan en la cena del Señor fue entendida como comunión (koinonía) y participación, dentro del servicio de la palabra o del evangelio, según el cual el que preside sirve. La koinonía es la comunión cristiana total, expresada por la colecta, signo de caridad fraternal entre las Iglesias y los pueblos: por la comunicación de bienes, superación de la propiedad privada y expresión de que todo es de todos, porque así lo exige el reino de Dios; por la relación afectiva y espiritual de los creyentes entre sí, con los apóstoles y con Dios; y por la manifestación del espíritu comunitario, constitutivo de la eucaristía. En resumen, la eucaristía, denominada en el Nuevo Testamento «cena del Señor» o «fracción del pan», fue desde sus comienzos signo fraterno de los creyentes que lo comparten todo y acción de gracias al Padre por Jesucristo en el Espíritu.

2. La eucaristía ha sido siempre un acto central de la comunidad cristiana. «Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la eucaristía», dice el Vaticano II (PO 6). Pero, así como no todas las asambleas cristianas son directamente eucarísticas, así tampoco debería celebrarse toda eucaristía en régimen de asamblea comunitaria, es decir, con un pueblo concreto organizado y reunido, presidido por un ministro servidor. La relación entre eucaristía y comunidad es tan estrecha que un determinado modelo de Iglesia refleja un estilo concreto de celebración eucarística. Y al revés: la eucaristía celebrada manifiesta la ausencia o presencia de comunidad.

3. La confesión de fe, testimoniada en la vida humana por los creyentes esparcidos por el ancho mundo, se manifiesta, a su vez, sacramentalmente cuando la asamblea se reúne para celebrar la eucaristía. No es posible celebrar la cena del Señor sin proclamar el mensaje liberador cristiano bajo la forma privilegiada de la acción de gracias. Precisamente la confesión de fe sacramental garantiza la existencia de una Iglesia evangelizadora y liberadora desde las exigencias del reino, cuyo sacramento es la eucaristía.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo celebramos la eucaristía?

¿Son nuestras celebraciones eucarísticas testimonios de fe?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 128 s.


13.

"Recuerda el camino que el Señor te ha hecho recorrer..." (v.2). Una vez más Moisés actúa como profeta que acompaña, guía y exhorta al pueblo a no olvidar su historia y en medio de ésta, la presencia de Dios Padre que los acompaña siempre, aún en el desierto. Esta compañía, para el pueblo de Israel, marca una etapa muy importante en su historia: la posibilidad de volver a encontrarse con Dios, a pesar de las pruebas físicas como el hambre, el cansancio, la soledad, las tentaciones de seguridad, comodidad, adorar otros dioses como el dinero, el placer y los ídolos construidos por sus propias manos. Dios hace sentir su presencia no sólo calmando el hambre, sino instruyendo con su palabra que es vida. Esa misma palabra tiene que transformar su corazón, su manera de actuar y de vivir : "Te alimentó con el Maná que no conocías, ni conocieron tus padres, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo de lo que sale de la boca de Dios" (v.3).

Todo el capítulo 8 del libro del Deuteronomio insiste en la necesidad del continuo reencuentro de la experiencia del desierto. La oportunidad de cambiar las estructuras de poder, esclavitud y dominación por el proyecto de una sociedad justa e igualitaria. El desierto no es sólo una realidad física, sino una realidad espiritual de confrontación para el pueblo de Israel. Su contenido está estructurado desde dos campos contrarios: El decálogo como gracia de Dios y las tentaciones como lejanía de Dios. Por eso, Dios alimenta a su pueblo elegido no sólo con el agua y el maná (v. 14b-16a) sino también con su Palabra, para que en medio de las tentaciones el pueblo acepte la Palabra que da vida en abundancia.

Pablo combate los problemas de la comunidad de Corinto, entre los cuales estaban sus divisiones, normas de conducta en las familias, juntarse con los paganos y participar en los ritos de sacrificios de animales. Utilizando pedagógicamente el tema de los sacrificios, Pablo los exhorta recordándoles que el único sacrificio que los salva es Cristo con su cuerpo y con su sangre, representados en el pan y en el vino. Estar unidos a El, es compartir su vida, su muerte y resurrección, es sentir la fuerza del Espíritu que invita a compartir la vida con los demás, a ser Uno. "El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? ¿Y el pan que partimos no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?" (v.16). La Acción de Gracias representada en la comida del pan y del vino pasa a ser presencia real de Jesús, con su cuerpo y con su sangre, que quiere ser uno para cada creyente. Pero también invita a vivir en la unidad con los hermanos: "El pan es uno, así nosotros aunque somos muchos formamos un solo cuerpo porque comemos todos del mismo pan" (v.17). Un mismo pan: Cristo, un mismo Señor que hace un llamado a la unidad, a pesar de ser muchos y diferentes. Somos Uno en Cristo, con un mismo proyecto, con un mismo sentir, recordando aquel acto de comunidad, aquella primera Acción de Gracias, con los principios fundamentales: el amor, la solidaridad, el compartir, el servicio y la unidad.

Este Evangelio es el final del discurso de Jesús en Cafarnaum, sobre el pan de vida. El texto comienza: "Yo soy el Pan vivo". Jesús se identifica con el pan vivo". Es un paralelo con lo expresado, en el v. 48: "Pan de vida", haciendo énfasis en la plenitud y la capacidad para desarrollar vida. Una vida que va más allá de lo terreno, una vida que vence las barreras de la muerte, una vida eterna: "El que come de este pan vivirá para siempre" (v.52). Jesús reafirma la promesa de vida eterna con una condición: quien acepta comer de este pan, quien acepta su palabra, su proyecto de salvación, alcanzará la vida plena.

En el v. 54 la alusión al banquete eucarístico es inconfundible; "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre no tendrán vida en ustedes". Al convertirse Jesús en pan vivo, se está entregando como comida para la humanidad. Quien quiera tener vida en sí, debe comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; esto significa entrar en comunión personal con Jesús portador y mediador de la vida divina.

Encontrarse con Dios en el desierto es salir de la seguridad de lo conocido y arriesgarnos como el pueblo de Israel a marchar hacia la tierra prometida; una nueva sociedad sin opresiones y esclavitudes, donde el hombre reconozca en el otro a su hermano, donde el poder sea sinónimo de servicio. Y esto es posible si vencemos las tentaciones que nos ofrece la estructura capitalista neoliberal de la sociedad de consumo y nos abrimos al encuentro con Dios: Ese mismo Dios que alimento al pueblo de Israel con el maná y con su palabra y que se encarna en Jesús pan vivo bajado del cielo, que se hace comida en la Eucaristía y con su cuerpo y con su sangre se nos entrega para darnos vida eterna.

Hoy la Iglesia celebra la fiesta de Corpus Christi, el cuerpo y la sangre de Cristo representados en el pan y el vino, signos de su presencia en la Eucaristía. Acercarnos a esta mesa común y recibirlo es estar en comunión con su proyecto de salvación. Al partir y repartir el pan, nos comprometemos como Jesús a darlo todo, a ser comida para los demás, especialmente para los más necesitados: los pobres y marginados de la sociedad, ser comunión con su causa y su lucha por la reivindicación de sus derechos.

Aceptar a Jesús como pan de vida es aceptar y vivir su palabra, que transforma, compromete, nos hace más espirituales, más solidarios, más fraternos. Aceptar a Jesús, pan vivo bajado del cielo, es aceptar su amor que lo irradia y lo cambia todo, es vivir en el perdón y la generosidad, es reconocer en cada hombre un hermano porque Dios es Padre; romper las ataduras del egoísmo y la indiferencia para desprenderse de todo. Beber la sangre de Jesús y comer su cuerpo es dejarnos llevar por su Espíritu que nos fortalece, nos renueva y nos invita, como a la comunidad de los corintios, a vivir en la unidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


14.

- No es cosa de una vez al año

Hoy, con motivo de la fiesta del Corpus, del Cuerpo y la Sangre del Señor, tiene lugar en todas las iglesias una colecta especial en favor de Caritas. Si recordamos y celebramos el gran amor del Señor Jesús que quiso quedar siempre a nuestro alcance para ser nuestro alimento, comida y bebida de vida, no podemos olvidarnos que el gran mandamiento que nos dejó -la misma noche, en la misma mesa- fue el del amor para con todos los hermanos. "Formamos un solo cuerpo", nos ha recordado san Pablo.

Sin embargo, aunque hoy se nos pida esta colaboración económica especial, mucho nos equivocaríamos si pensáramos que esta colaboración es cosa de una vez o dos al año (ahora y antes de Navidad). Todos lo sabemos, aunque a veces nos cueste concretarlo y tenerlo presente: la ayuda a los más necesitados, a instituciones como Cáritas que a ellos atienden, debe ser para nosotros deber y esfuerzo de todo el año.

- No una linea plana sino una curva ascendente

Algo semejante podríamos decir respecto al sentido religioso de la fiesta de hoy. Hoy celebramos con peculiar agradecimiento que Jesús, en la noche antes de su muerte, de su Pascua, decidiera quedarse siempre a nuestro alcance, siempre presente en nuestra reunión. Más aún: querer ser "verdadera comida" y "verdadera bebida" para esta poca cosa que somos cada uno de nosotros.

Hoy lo celebramos especialmente. Pero tampoco es cosa de una vez al año. Nuestro Señor y hermano mayor Jesús, nos espera con la mesa puesta cada domingo (incluso, para quienes sea posible, cada día). Más aún: no nos espera cada domingo igual. Cada domingo nos espera -repito, con su mesa preparada para cada uno de nosotros-, con una expectativa algo mayor a la del domingo anterior.

Nuestra vida, nuestra existencia cristiana, no puede ser un camino plano, sin progreso. A pesar de nuestros pecados, de nuestras debilidades y dificultades, si Jesús, el Hijo del Padre, se quedó aquí entre nosotros como alimento de vida, fue para que esta vida creciera. Es decir, para que su amor en nosotros, comprensivo, eficaz, abierto y acogedor para con los demás, creciera. Domingo tras domingo, semana tras semana. Nuestra vida cristiana no puede ser una linea plana sino una curva ascendente. Con la ayuda de Dios.

- Nueve veces

En el evangelio que hemos leído hoy, se repetía nueve veces el sustantivo, el adjetivo, el verbo, vida, vivo, vivir. Es decir, según el evangelio de san Juan, lo que Dios quiere es comunicarnos vida, que vivamos más y mejor ahora, que vivamos luego para siempre y en plenitud. Y, para eso, para llenarnos de vida, para comunicar vida, es por lo que el Hijo Jesús se hace "verdadera comida" y "verdadera bebida".

Quizá podríamos preguntarnos si, actualmente, nuestra sociedad, el modo como entiende el cristianismo, la Iglesia, va por este camino. ¿Lo identifica con un mensaje y una tarea de vida? O quizá tiende a identificarlo con prohibiciones y limitaciones. Más como un no que como un sí. Ciertamente, esta imagen, esta comprensión del cristiano queda muy lejos de lo que nos dejó dicho Jesús: vida, vivir, vivo. Nueve veces lo ha repetido el evangelio de hoy. Para que entre bien a fondo en nuestra idea y en nuestra práctica de lo que espera Jesús de nosotros.

Cada vez que nos acercamos en procesión del pueblo de Dios a comulgar, que nuestra sencilla y confiada oración sea: ayúdame, Señor Jesús, a tener más y mejor vida, más y mejor amor.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/08/15-16


15.

Quien coma de este pan vivirá para siempre

LECTURAS DEL DÍA

1ª. Deuteronomio 8, 2-3. 14-16 : "No te olvides del Señor tu Dios... que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres".

2ª. Primera carta a los corintios 10, 16-17 : "El pan que compartimos ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo..."

3ª. Evangelio según san Juan 6, 51-59 : "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo".

CLAVES PARA LA LECTURA

1. La primera lectura recuerda al pueblo de Israel que, durante su Éxodo, Dios había sido su guía providencial en el desierto, y que el maná (su pan material) había caído sobre él como bendición mientras era peregrino en campos de aridez.

Pero, tras recordarlo, el libro del Deuteronomio convierte el hecho del maná en algo enteramente espiritual. La evolución es muy clara, casi de transfiguración.

Y en la liturgia de hoy, dando un paso más adelante, la Fiesta del Corpus nos hace vivir esta idea clave universal: el pueblo peregrino de Dios va siempre acompañado y corroborado por el Señor, que se da a sí mismo en comida, en pan de vida (Jn 6, 33. 41. 51 ss). Quiere decirse que el misterioso maná con que Dios alimentó a su pueblo es símbolo y figura de otro alimento superior.

2. La lectura segunda subraya la componente social de la mesa eucarística.

El sacramento del Cuerpo y Sangre del Señor crea y realiza constantemente a la Iglesia, cuerpo de Cristo.

Mediante la comunión del pan y del vino, que es comunión con el cuerpo y sangre del Señor, constituimos con Él un todo, un solo cuerpo.

El Señor glorificado no es sólo el Señor que acompaña a su comunidad a lo largo del camino. Es también fuente de vida y lazo de amistad, precisamente porque está presente en medio de ella como alimento.

3. En la tercera lectura se nos da la última parte del gran discurso de Jesús sobre el pan de vida (Jn 6).

Jesús ha enseñado que Él es el pan auténtico, como Palabra de Dios (vv 32-33) y como Víctima sacrificada (vv 51-58).

Jesús habla con tal realismo que escandaliza a los judíos (vv 52. 59-61).

El cristiano en la Eucaristía se alimenta de la Palabra de Dios hecha carne y sangre, sacrificadas en la Cruz.

Sólo la participación en la cena eucarística obtiene aquella comunión de vida que Cristo mismo ha ofrecido: "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna..., permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 54-56). Cristo mismo nos indica el camino.

COMENTARIO TEOLÓGICO

1. Cristo aparece en el sacramento de la Eucaristía como auténtica vida de los hombres. "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).

2. La Eucaristía es el mejor medio que tenemos para conservar y alimentar nuestra vida divina. Jesús se revela a sí mismo diciendo: "Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá más hambre, y el que cree en mí jamás tendrá sed" (Jn 6, 35). Esto significa que Jesús, en su persona, en sus palabras y en sus obras, es el verdadero pan de vida. Nadie puede tener vida divina si no es por Él y en Él. Por eso el Señor insiste: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna"(Jn 6, 53-55).

3. El discurso del Pan de vida alcanza su vértice en los versículos 51-59. En ellos se afirma enérgicamente la presencia de Cristo en el "pan de vida", oponiéndose así a la doctrina de la gnosis (v 48).

4. En esta catequesis eucarística , puesta en boca de Jesús, sorprende la insistencia con que se señala la relación personal de Cristo con cada uno de los creyentes. En cambio, a penas se insinúa (cuando habla de la Eucaristía como rito de la comunidad) la función eclesiológica-social de la Eucaristía, rasgo al que hoy se le da mucha importancia.

5. El pueblo cristiano ha de ir, por tanto, peregrinando a través del mundo con la conciencia clara de estar continuamente alimentado y corroborado por el pan eucarístico. Cristo es el verdadero Moisés, el que no ofrece sólo "el pan de vida" sino a sí mismo que encarna el pan de vida. El pueblo de la Nueva Alianza no sólo va peregrinando hacia la tierra prometida sino que se encuentra en el país de la promesa cumplida y posee la vida eterna (Jn 6, 54).

CONCLUSIÓN

Así como en el Antiguo Testamento el Señor estaba presente en medio del pueblo, bajo la figura de una nube o del Arca de la Alianza , así Cristo eucarístico nos recuerda al Señor presente entre nosotros y compañero de viaje.

La procesión del Corpus es la expresión visible de la Iglesia peregrina que camina hacia el gran día del Señor.

Además, en este caminar Cristo permanece siempre con nosotros, como verdadero Emmanuel. De ese modo la procesión del Corpus asume un tono bíblico, eclesiológico y escatológico.

Hagamos que nuestra vida, alimentada por la Eucaristía, se muestre tan rica como lo reclama la participación en la Mesa de la Palabra y del Sacrificio.

Fray José Salguero, op
Convento de Ntra. Sra. de Las Caldas



16. Algunos fragmentos de la secuencian "Lauda Sión":

Sit laus plena, sit sonóra,
sit iucúnda, sit decóra
mentis iubilátio.

Quod in cena Christus gessit,
faciéndum hoc expréssit
in sui memóriam.

quod non capis,
quod non vides,
animósa firmat fides,
praeter rerum órdinem.

Tu, qui cuncta scis et vales,
qui nos pascis hic mortñales:
tuos ibi commensáles,
coherédes et sodáles
fac sanctórum cívium.
Amen. Allelúia.


Nexo entre las lecturas

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Estas palabras del evangelio de San Juan nos introducen en el misterio de la presencia Eucarística que celebramos en esta solemnidad. La liturgia nos ofrece tres elementos que orientan nuestra reflexión: la experiencia del desierto del pueblo de Israel, el alimento del camino y la vida que no es derrotada por la muerte. El libro del Deuteronomio (1L) evoca el paso del pueblo por el desierto. Este memorial tiene el objeto de despertar la responsabilidad de los oyentes con respecto a las tareas presentes. La historia enseña al pueblo de Israel que su paso por el desierto, lleno de adversidades y contratiempos, no es simplemente una situación ciega, ajena a todo sentido y significado, sino un momento de prueba. Un momento en el que Dios penetra el corazón, se hace presente y ofrece el sustento a los que desfallecen. Yahveh sale al paso de sus necesidades y les da el maná. Este alimento que el Señor ofrece en el desierto sostiene la vida del pueblo y lo ayuda a continuar la marcha. Así como en el pasado, Israel atravesó por el desierto y Dios probó su corazón y lo mantuvo en vida, así ahora, en el presente de nuestras vidas el Señor no es ajeno a la suerte humana. . En verdad, Dios es amigo la vida y no odia nada de cuanto ha creado. Esta verdad encuentra su plenitud en Cristo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Por eso nos da a comer su carne, verdadera comida, y a beber su sangre, verdadera bebida, para que tengamos vida eterna (EV). Participando todos de un solo pan (Eucarístico) formamos un solo cuerpo (2L).


Mensaje doctrinal

1. El significado de la experiencia del desierto para el pueblo de Israel. La experiencia del Éxodo -no dice el Santo Padre en la Evangelium Vitae- es original y ejemplar. Israel aprende de ella que, cada vez que es amenazado en su existencia, sólo tiene que acudir a Dios con confianza renovada para encontrar en él asistencia eficaz: « Eres mi siervo, Israel. ¡Yo te he formado, tú eres mi siervo, Israel, yo no te olvido! » (Is 44, 21). EV 31. Parece que Dios en su pedagogía desea llevar al alma al desierto y allí probar su corazón y hablarle al corazón. Una prueba y una palabra. Una prueba que purifica, que hace crecer, que fortalece el alma. Una palabra que ilumina, que orienta y crea una amistad profunda. La experiencia de Dios pasa siempre por una especie de desierto donde el alma se desprende de sí, se purifica de sus pasiones y va ascendiendo por etapas hasta entonces desconocidas. Entonces tiene una experiencia nueva y más profunda de Dios y de su amor. Así lo expresa el profeta Oseas hablando de cómo Yahveh es esposo fiel del pueblo infiel: Voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. En el desierto la esposa infiel conocerá al Señor, volverá al amor primero. El Señor habla al corazón, toma cuidado de su pueblo y lo quiere como un esposo quiere a su esposa. No lo abandona, incluso cuando Él mismo es abandonado.

En el texto del Deuteronomio que hoy nos ocupa la experiencia del desierto es una prueba que desvela lo que hay en el corazón; una prueba para ver si el pueblo guarda los preceptos de Yahveh. Pero, sobre todo, se subraya que el Señor es quien da sustento a su pueblo en las horas de peligro, y que este sustento no es sólo el pan material, sino cuanto sale de la boca de Dios. Se le pide a Israel una confianza y un abandono no indiferente ante Yahveh. Se le pide que deje toda preocupación material en las manos de Dios y que se ocupe en seguir la marcha que se le ha propuesto. Un mensaje arduo: alimentarse sólo de la Palabra de Dios, dar crédito total y sin limitaciones a los planes de Dios en la propia vida, sin temores, sin reticencias. Mensaje siempre actual

2. El significado de la presencia eucarística. Gracias a Jesucristo, hombre y Dios verdadero, nos es concedida, por medio de la fe, la vida eterna. En el evangelio de hoy se subraya que Jesús mismo es el pan de vida: su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida y sólo el que come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna. Se trata de un lenguaje muy realista que llama la atención. El evangelista hablando de este modo, quiere dar a entender que el pan eucarístico es "verdaderamente" el cuerpo de Cristo y el vino consagrado es "verdaderamente" la sangre de Cristo. Quien come este cuerpo y bebe esta sangre tiene la vida eterna y la promesa de Cristo de que lo resucitará el último día.

Nos encontramos pues de frente al maravilloso misterio de la presencia real de Cristo en el Eucaristía. El catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el número 1374: El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina `real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales’, sino por excelencia, porque essubstancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39). No es, por tanto, una simple presencia simbólica, sino una presencia real. En el sacrificio de la Misa ha tenido lugar la transubstanciación: el pan se ha convertido en el verdadero cuerpo de Cristo y el vino en la verdadera sangre de Cristo.

Cristo se hace totalmente presente y se nos ofrece como alimento, como viático del camino. Su gracia es la que nos sostiene, su amor es el que nos reanima. Gracias a su sacrificio y a su presencia eucarística nosotros podemos aspirar a la vida eterna. San Juan Crisóstomo comenta al respecto: Cuando veas que está sobre el altar el cuerpo de Cristo, di a ti mismo: por este cuerpo no soy ya en adelante tierra y ceniza; ya no soy cautivosino libre; por este cuerpo, espero los cielos y estoy seguro de que obtendré los bienes que hay en ellos: la vida inmortal, la suerte de los apóstoles, la conversación con Cristo. Éste es aquel cuerpo que fue ensangrentado, traspasado con lanza y que manó fuentes saludables, la de la sangre, la del agua para toda la tierra... Este cuerpo se nos dio para que lo tuviéramos y comiéramos, lo cual fue de amor intenso". (S.Juan Crisostomo, In epist. 1 ad Cor 24,4: PG 61, 203; R1195).

El sacramento de la Eucaristía es el sacramento que nos hace más patente el "amor hasta el fin" de Cristo Señor. En la Eucaristía encontramos la vida, en la Eucaristía encontramos las fuerzas para seguir el camino, en la Eucaristía encontramos al amigo incomparable de nuestras almas que está allí siempre para escucharnos y ofrecernos su amistad. Podemos atravesar ya cualquier desierto, podemos ser puestos a prueba por innumerables adversidades, en la Eucaristía encontraremos las fuerzas necesarias para superar el combate.


Sugerencias Pastorales

1. Promoción del amor a la Eucaristía. En tiempos pasados, cuando el sacerdote celebraba la Eucaristía mirando a oriente y daba la espalda al pueblo, los fieles deseaban ardientemente poder mirar la Eucaristía en el momento de la elevación. En algunos casos, nos narran los historiadores, se subían a las bancas para tener una mejor visión o incluso se movían de un altar lateral a otro para poder tener esta oportunidad. En los fieles, por tanto, existe un vivo deseo de mirar a Jesús sacramentado. Lo percibimos en las procesiones Eucarísticas, en los momentos de adoración con el Santísimo expuesto, en el momento mismo de recibir la comunión. Como pastores nos corresponde promover el amor a la Eucaristía usando todos los medios a nuestro alcance. Entre ellos podemos destacar los siguientes:

a) Valoración del sentido de lo Sagrado en la Celebración Eucarística y en el culto al Santísimo Sacramento en el tabernáculo. Esta valoración la podemos hacer por muy diversos medios como el cuidado y decoro de la acción litúrgica, de los vasos sagrados, de los ornamentos. La instrucción de los fieles en la homilía, en conferencias y catequesis. Finalmente, esta valoración de lo sagrado convendría hacerla desde la infancia y muy particularmente en la preparación a la primera comunión.

b) La participación activa en la celebración Eucarística. Esta participación requiere de unos presupuestos. Es decir, los fieles deben acercarse a la celebración con unas disposiciones interiores que favorezcan la vivencia de la Misa. En especial pensamos en el silencio y el recogimiento. Son dos condiciones sin las cuales difícilmente se podrá participar con fruto en la celebración. Silencio de las palabras. Silencio de las inquietudes. Se trata de disponer el alma para entrar en el ámbito de Dios. Después, en la celebración misma, se buscará una participación activa en las respuestas, en los cantos, en las posturas, pero sobre todo en la actitud del alma de unirse al sacrificio de Cristo en el altar. Éste es el sentido original del "participar", es decir, tomar parte en el sacrificio de Cristo. La actitud del Cireneo es muy instructiva a este respecto, él toma parte en la cruz de Cristo y la recibe como un don. El cristiano que verdaderamente "participa", "toma parte en la cruz de Cristo", sale del templo santo con una nueva actitud ante la vida y con una nueva conciencia de su misión como cristiano.

c) Promoción de la adoración eucarística. Es sumamente conmovedor ver que en medio de las grandes ciudades, se encuentran capillas e Iglesias en las que se tiene la adoración eucarística permanente. Pensemos, por ejemplo, a la misma Basílica de San Pedro. En la capilla del Santísimo Sacramento vemos desfilar un número enorme de personas que se recogen para orar un momento en medio de su visita a la tumba de San Pedro. El momento de adoración es para ellos ocasión para detenerse y experimentar la presencia eucarística de Cristo. ¡Cuánto bien haremos a nuestro fieles ayudándoles a vivir una vida eucarística intensa! Se tratará de promover pues la adoración eucarística en diversos momentos. Sabemos, por ejemplo, que a los jóvenes les resulta muy motivadora la adoración eucarística nocturna. Desean pasar a solas con Cristo un momento en medio de la obscuridad y el silencio.

2. Promoción entre los fieles de la recepción digna y frecuente del sacramento de la Eucaristía. Esto supone una acción a dos niveles. Por una lado conviene insistir en todos los frutos espirituales que se siguen de la comunión frecuente; pero, por otro lado, conviene insistir en la necesidad de acercarse al sacramento con una conciencia limpia. En este sentido es importante valorar la necesidad del sacramento de la penitencia

P.Octavio Ortiz


17. 2002

COMENTARIO 1

v. 51: Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que come pan de éste vivirá para siempre. Pero, además, el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva».

Después de la denuncia anterior, pronuncia Jesús una declaración solemne. Para el hombre, el efecto de la adhesión personal a él es poseer una nueva calidad de vida que, por su plenitud, es definitiva. Ella lo hace superar la muerte, asegurando así el éxito de su existencia.

Jesús, el pan de la vida, se contrapone al maná, que no consiguió llevar al pueblo a la tierra prometida (Nm 14,21-23; Jos 5,6; Sal 95,7ss), y a la Ley, que, como fuente de vida, era llamada “pan”. Se pensaba que el maná daba vida para este mundo; la Ley, para el mundo futuro. Pero es Jesús, como pan, quien desde ahora comunica al hombre la vida propia del mundo definitivo.

Hay una incensante comunicación de vida procedente de Dios (baja del cielo), el Espíritu, (cf. 6,33), que fluye a través de Jesús (6,35) y es comunicado por él. En un momento determinado, el hombre debe hacer suyo este don permanente (comerlo); así evitará el fracaso (y no morir).

Siguiendo la simbología del éxodo, pasa Jesús de la figura del maná a la del cordero (mi carne). El Espíritu no se da fuera de su realidad hu­mana; “su carne” lo manifiesta y lo comunica. A través de lo humano el don de Dios se hace concreto, adquiere realidad para el hombre. En Jesús, Dios se expresa en la historia y manifiesta su voluntad de diálogo con la humanidad. Es en el hombre y en el tiempo donde se encuentra a Dios, donde se le acepta o se le rechaza.

Jesús dará su carne "para que el mundo viva". La expresión supone que la humanidad carece de vida, es decir, lleva una vida que no merece ese nombre.

La objeción de los judíos reflejaba el escándalo que provoca el Hombre-Dios. Mientras Dios pone todo su interés en acercarse al hombre y establecer comunión con él, el hombre tiende continuamente a alejarlo de su mundo, relegándolo a una esfera cerrada y transcendente.



vv. 52.54: Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo:

-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Les dijo Jesús: -Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo lo resucitaré el último día...

Jesús hace una segunda declaración: Comer y beber significan asimilarse a Jesús, aceptar y hacer propio el amor expresado en su vida (su carne) y en su muerte (su sangre). En el éxodo, la carne del cordero fue alimento para la salida de la esclavitud, su sangre liberó de la muerte. En el nuevo éxodo, la carne de Jesús es alimento permanente; la carne y la sangre dan vida definitiva. El Hijo del Hom­bre en su plenitud es el que hace esa entrega y puede comunicar el Es­píritu. No hay realización para el hombre (no tenéis vida en vosotros) si no es por la asimilación a Jesús; el Espíritu que se recibe lleva a una en­trega y a una calidad humana como la suya.

v. 55: porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Contexto eucarístico en el que se muestra el doble aspecto de la eucaristía: nuevo maná, alimento que da fuerza y vida, y nueva norma de vida, no por un código externo (Ley), sino por la identificación con Jesús y su entrega (cf. 1,16: un amor que responde a su amor).

vv. 56-57: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él; 57como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí.

Jesús no es un modelo ex­terior que imitar, sino una realidad interiorizada; sintonía. La vida que Jesús posee procede del Padre (cf. 1,32) (57) y él vive en total dedi­cación al designio de Dios de dar vida al mundo (4,34; 6,39-40.51). Él comunica esa vida a los suyos: la actitud de éstos ha de ser dedicarse a cumplir el mismo designio, tal como lo hace Jesús.

v. 58: Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre. 59Esto lo dijo enseñando en una sinagoga, en Cafar­naún.60Muchos discípulos suyos dijeron al oírlo: -Este modo de hablar es insoportable; ¿quién puede hacerle caso?

A diferencia del antiguo pueblo, la nueva comunidad podrá alcanzar la tierra prometida, la de la vida definitiva. Termina la perícopa indicando la ocasión y el lugar donde pronunció Jesús este discurso (v. 59) y constatando la protesta de un numeroso grupo de discípulos contra las exigencias propuestas por Jesús (v. 60).


18. COMENTARIO 2

El Jueves Santo podría llamarse el día de la Eucaristía porque en él conmemoramos la última cena de Jesús con sus discípulos, cuando les entregó el pan y el vino consagrados como memorial de su muerte y de su resurrección. Pero la liturgia quiere darnos hoy, en esta solemnidad llamada del Corpus Christi, del cuerpo de Cristo, una nueva oportunidad para profundizar en la contemplación del sacramento del altar.

La 1ª lectura está tomada del Deuteronomio, el último de los cinco libros atribuidos a Moisés. Se trata de una serie de largos discursos de despedida en donde el gran caudillo se despide de su pueblo antes de ascender a la cumbre del monte Nebo en donde morirá. En dichos discursos se le recuerda a los hijos de Israel las maravillas que Dios ha obrado a su favor, y se les exhorta a mantenerse fieles a la ley de la alianza que Dios quiso pactar con ellos bondadosamente. De ahí el nombre griego del libro: “Deuteronomio”, es decir, reiteración de la ley o segunda versión de la ley.

El pasaje que hoy leímos está centrado en el tema del maná: alimento milagroso que entregó Dios a los israelitas mientras peregrinaban por el desierto, rumbo a la tierra prometida. Se insiste en que era un alimento desconocido para ellos y para sus antepasados, es decir, que era un alimento completamente nuevo, no producido por los campesinos que cultivan la tierra, ni recogido entre la vegetación salvaje de la estepa, sino regalado por Dios, mientras recorrían ese desierto inmenso y seco, solo habitado por alimañas salvajes. Si volvemos a los pasajes del libro del Éxodo (cap. 16) en donde se nos habla del maná, recordaremos que era un alimento comunitario, para todos los miembros del pueblo, que nadie podía acaparar porque el que recogiera más de la cantidad necesaria vería perderse el excedente. Un alimento de la igualdad y de la fraternidad, por encima de las especulaciones de los avaros de este mundo que suelen enriquecerse con el hambre de los pobres. Cuando Jesús sea tentado en el desierto por Satanás, que le propone convertir piedras en panes, le responderá al tentador con las palabras que hemos escuchado hoy en la lectura: “no solo de pan vive el hombre sino de todo cuanto sale de la boca de Dios”. Y de la boca de Dios sale su Palabra que nos salva, nos consuela y perdona, y nos impulsa a construir una sociedad justa en la cual el pan sea suficiente para todos, especialmente para los pobres y los débiles.

En la segunda lectura, el pasaje de la 1ª carta de san Pablo a los corintios que leemos hoy, nos enseña que la eucaristía es un pan de unidad, porque uno es el cáliz de la sangre de Cristo, y uno es el pan de su cuerpo, y así nosotros, aunque seamos muchos en la comunidad, debemos ser un solo cuerpo en el Señor. San Pablo está exhortando precisamente a los Corintios a que dejen las rivalidades y divisiones que han surgido entre ellos, por pura vanidad. Y entre los argumentos que les expone para urgirles a vivir en paz y en verdadera fraternidad, está el de la unidad de la eucaristía que todos celebrarían juntos. Así nosotros los cristianos de este tercer milenio: deberíamos anhelar y trabajar asiduamente por la unidad de la Iglesia tan hermosamente significada en la única eucaristía que todos recibimos y adoramos. Porque nuestras divisiones y rivalidades son un escándalo para el mundo, un obstáculo para la fe de muchos que se sienten atraídos por la persona de Jesús y su evangelio. Pero que no se atreven a integrarse en esta Iglesia fragmentada en sectas y acosada por tantas divisiones. A Jesús hecho pan en nuestros altares y sagrarios deberíamos pedir sin descanso que selle pronto y definitivamente la unidad de sus fieles en su única Iglesia.

Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan que hemos leído hoy, pertenecen al largo “discurso del pan de vida” (Jn 6) pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, ante la gente que lo buscaba y seguía, después de participar admirada en el milagro de la multiplicación de los panes. Jesús les reprocha estar pensando solo en el pan que calma el hambre corporal, y se les revela, así también hoy a nosotros, como el pan vivo bajado del cielo, que nos dará la vida eterna. Los seres humanos siempre hemos anhelado un alimento de esa índole: que calme para siempre el hambre de verdad, justicia, amor y belleza que hay en nosotros. Un alimento que nos dé vida eterna, como la de Dios. Un pan de inmortalidad.

Ante el escándalo de los judíos que se preguntan cómo es que Jesús les dará a comer su carne, pensando tal vez en un macabro rito de antropofagia, Jesús responde insistiendo en que su carne y su sangre, entregas a la muerte por amor de todos nosotros, y significadas en el pan y en el vino de la eucaristía, constituyen ese verdadero alimento que los seres humanos buscamos afanosamente. Es el misterio que conmemoramos y adoramos en esta solemnidad del Corpus Christi.

Pero la eucaristía cristiana es también, como el maná del pueblo de Israel en el desierto, un alimento de solidaridad. ¿Cómo podemos decir que participamos en la mesa de Jesucristo, que nos gozamos de recibir el alimento espiritual de manos del mismo Dios si a nuestro lado hay tantos y tantos hermanos nuestros que tienen hambre? Los santos y los mejores cristianos de todos los tiempos, se han sentido impulsados a remediar las necesidades de los pobres y de los pequeños que los rodean, precisamente al participar del banquete eucarístico. Si Dios nos sirve tan espléndidamente la mesa, ¿cómo no servírsela nosotros a nuestros hermanos, para que sientan que ellos también son hijos de Dios?

Que las procesiones, el incienso y los altares floridos de este Corpus Christi nos mueva a imitar a Jesús, capaz de alimentar a las multitudes que lo seguían, capaz de darse Él mismo en alimento.

1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


19. 2 de junio de 2002

ALIMENTO DEL PUEBLO PEREGRINO.
“EL QUE ME COME VIVIRÁ POR MI”

1. "Recuerda el camino que el Señor te ha hecho recorrer cuarenta años por el desierto" Deuteronomio 8,2. Duro fue el camino, lleno de asechanzas de alacranes y dragones, viviendo en tiendas, y sin poder cultivar tierra porque era un desierto y sequedal sin una gota de agua. Dura es la vida en este mundo, sobre todo para algunos pueblos, para algunas personas, que sufren enfermedades, escasez, soledad, hambre, abandono. O las consecuencias trágicas de la barbarie. Desierto de la vida para todos, que acaba en la muerte. 

2. Pero recuerda también que en esa aridez el Señor te alimentó con el maná, que era profecía de la Eucaristía. Dios siempre es providencia: En el desierto de alacranes, maná. En el desierto de nuestra peregrinación hacia la patria, el pan de vida. Jesús es el pan de la vida, contrapuesto tanto al maná, que no consiguió llevar al pueblo a la tierra

prometida (Nm 14,21; Jos 5,6; Sal 95,7), como a la Ley, que, por ser fuente de vida, era llamada “pan”. Hay una incensaste comunicación de vida procedente de Dios, que baja del cielo, el Espíritu, que viene por medio de Jesús y él nos comunica. De la figura del maná pasa Jesús a la del cordero, pues habla de comer su carne. Igual como el cordero se comía, los discípulos de Jesús hemos de comer su carne. A través de lo humano el don de Dios se hace concreto, adquiere realidad para el hombre. 

3. Sabemos que Juan va por libre en la redacción de su evangelio, y así, como no relata descriptivamente la oración del Huerto, tampoco lo hace con la institución de la Eucaristía, como lo hacen los sinópticos La disposición emocional de la Oración del Huerto, Juan la dice así: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre... Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta ahora! Pero si he llegado a esta hora para esto!” Esta exclamación se corresponde con el texto de los otros evangelistas: “Padre, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,41; Mt 14,23; Mc 14,26). De la misma manera, Juan compone su forma original al afirmar la Institución de la Eucaristía: “El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo” "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo" Juan 6,51. Una vez más, apreciamos que Jesús siempre es afirmación: “Yo soy el Pan de Vida”. “Yo soy la Luz”. “Yo soy la Vid”. “Yo soy la Resurrección y la Vida” “Yo soy el Buen Pastor”. “Yo soy la Puerta”. Lo que Dios hizo con el pueblo liberado por El de Egipto, que pasaba hambre en el desierto lloviéndoles el pan del maná, lo va a hacer con la Eucaristía en todos los pueblos, que era prefigurada por el maná. El hombre pasa hambre: casi se asimilan los nombres: hombre = hambre. Millones de hombres en el tercer mundo pasan hambre. Y también en los suburbios de las macrociudades, que son el cuarto mundo. Está después el hambre de poder de las mafias, de las multinacionales, que les conduce al crimen organizado; y también el hambre de poder en la comunidad santa: lobbys que satisfacen el hambre de honores y prebendas, puestos del escalafón y acumulación de cargos y de colores: Vanidad de vanidades. Mientras unos acaparan riquezas, lujos, trabajo, otros se mueren de hambre y de depresión, los sin trabajo; de desesperación en enfermedades incurables o terminales, los que no tienen salud. Jesús viene a saciar el hambre de los pobres y de los potentados con el pan vivo bajado del cielo. Como dijo Gandhi: Hay tanta hambre en el mundo que cuando Dios quiso hacerse presente en él lo hizo en forma de pan.

4. Todos los hombres hemos sido alimentados durante nueve meses en el seno de nuestra madre, con su propio cuerpo y con su propia sangre. De una manera semejante, Cristo nos alimenta con su propia carne y su propia sangre. "El que come mi carne y bebe mi sangre vivirá por mí". En virtud del principio vital de que el organismo inferior al ser comido es absorbido e incorporado por el organismo superior, de manera, que los alimentos tras la absorción metabólica entran en nuestro torrente sanguíneo para sustentar nuestro organismo, el cuerpo y la sangre de Dios, al ser comido y bebido por los cristianos, aunque parece que los comensales tienen carácter de principio activo al comer y beber, por la kenosis de Cristo, una vez más se revela que la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres y por esta fuerza es Cristo quien protagoniza la acción de incorporarnos a su cuerpo místico.

5. Es natural que en nuestra sociedad secularizada cueste creer que los sacramentos, principalmente el de la eucaristía, realizan un giro interior en el hombre. Quizá se acepta que un cristiano piense y actúe de modo distinto que un no bautizado, pero no se quiere pensar que el cristiano lleva consigo la vida de Dios, que le hace diferente de los no cristianos. Ahí radica justamente el carácter ontológico de la gracia. Los sacramentos, sobre todo el de la eucaristía, son una acción en que la gracia de Dios actúa sobre nosotros. El Concilio de Trento opuso a Lutero las nociones de sacrificio y presencia real, que él negaba. Aunque estos conceptos católicos no agotan el misterio, influyeron fuertemente. Pero toda una serie de ideas que Lutero no negaba, pasaron a segundo plano, como la participación de todos en el acontecimiento de la última Cena, su aspecto celebrativo, la acción de gracias a Dios. 

6. Las palabras de la consagración crean una presencia real de Cristo, per modum substantiae, es decir una presencia verdaderamente substancial y, por tanto, permanente. Y así, el pan y el vino siguen estando sometidos a las palabras consecratorias, incluso después de la celebración. Por la comunión Cristo entra también en nosotros y, a través de nosotros, en todo el cosmos. De tal manera que la eucaristía es el comienzo de la culminación última de todo, cuando Cristo será todo en todos. En el pan y en el vino la creación está tan absorbida en Cristo, que se ha convertido en Cristo mismo, sin perder su apariencia exterior. 

7. La eucaristía se convierte en un concepto escatológico, que anticipa lo que sucederá a la entera creación al fin de los tiempos. Prefigurada en el maná, alimenta a los hombres en el desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin agua. Pero si vuestros padres comieron el maná y murieron, "El que coma este pan vivirá para siempre".

8. En consecuencia, un cristiano no es transformado sólo por el hecho de comulgar materialmente. "El Espíritu es el que vivifica, la carne no vale para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida" (Jn 6,64). Por tanto las palabras de Jesús deben ser interpretadas en una dimensión espiritual: a la luz de la presencia del Espíritu Vivificante y transformante. Por eso hay que comer el pan de la eucaristía con fe y aceptando el don de su muerte y de su resurrección con todas las consecuencias. 

9. Bendigamos al Señor que ha querido que, bebiendo el cáliz de la eucaristía, nos unamos todos en la sangre de Cristo, y comiendo el pan eucarístico, nos unamos a su Cuerpo santísimo 1 Cor 10,16. Pero a veces parece que comamos panes distintos y bebamos vinos diferentes. Como también ocurre que dejamos el pan en la alacena y el vino en la botella. No nos apetece ni comer el vino divino ni la carne viva de Dios. O lo hacemos con una tibieza de témpano, por los efectos. Por eso muchos duermen, dice San Pablo: “Hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos” (11,30).

10. Ellos son los "cerrojos reforzados de nuestras puertas, y los que causan la paz en nuestras fronteras. Bendigámosle porque "nos sacia con flor de harina" Salmo 147.

11. El cristiano, por la fidelidad a la inmolación de su cuerpo, mente, alma, ofrecidos constantemente como hostia viva, vivirá por Cristo para la vida eterna, pues sólo por la conversión del corazón tendremos acceso a El, que hoy y ahora hace presente su sacrificio para la vida del mundo. Pidamos al Señor la fe iluminada para creer que la eucaristía está vivificando perennemente al universo entero, y sentiremos su grandeza y por ella, será inmenso nuestro gozo. "Danos siempre de este pan", en el desierto de la peregrinación en nuestra vida, que "es una noche en una mala posada" (Santa Teresa), para vivir tu vida para siempre. Y concédenos que no te obliguemos a que multipliques de nuevo los panes, sino que, después de haber comido tu carne y bebido tu sangre, nos repartamos nosotros como una eucaristía, que una vez que nos ha saciado y transformado, como el pan que asimilado y nutrido, desaparece, sepamos desaparecer para que aparezca el Señor, que es quien tiene que brillar y crecer.

JESÚS MARTÍ BALLESTER